SIMBOLISMOS CADUCADOS Darren Aronofsky es parte de ese panteón de directores que, gustosos del riesgo, dividen las aguas entre espectadores fanáticos y detractores de su obra, y ¡Madre! es la propuesta más radical y personal del cineasta dentro de su filmografía. Lo que comienza como un thriller psicológico pausado, con clima misterioso y de autor, nos sitúa en un viejo caserón con un matrimonio joven recién instalado, quienes nunca revelan sus nombres. Él un escritor con un importante grado de egocentrismo que busca desesperado inspiración para comenzar su nueva novela. Ella, en cambio, sumisa y complaciente, le brinda el contexto para su comodidad, ocupándose de los quehaceres del hogar hasta pintando las paredes añejas de la casona, tal vez con la intención de recuperar la atención que su marido supo depositar en ella. Así como su afiche, el principio del film nos muestra una fotografía preciosa que recuerda pinturas hiperrealistas donde la figura protagónica de Jennifer Lawrence se vuelve la mirada del espectador. Este escenario abstracto tiene un clima silencioso y tenebroso que a la vez genera incertidumbre. Para el personaje de Lawrence, los diferentes espacios de esa casa guardan secretos y comienza a explorarlos sin dejar de sentir que es observada. Todo comienza a potenciarse con mayor graduación cuando al hogar llega un enigmático hombre interpretado por Ed Harris. Este, pensando que aquel lugar era una posada, es sin embargo recibido con eufórica hospitalidad por “el dueño del hogar” que es Bardem, quien lo invita a hospedarse sin consentimiento alguno de su esposa. Y como si fuera poco, al día siguiente cae la mujer -Michelle Pfeiffer- de este aparente doctor especializado en “fracturas”, que no hace otra cosa que apropiarse de la casa abriendo habitaciones prohibidas y mostrando un atrevimiento desenfadado. Esta invasión no tardará en hacer mella en la protagonista, que se siente desbordada, aislada y sin apoyo ni autoridad alguna. Algo que parece conectar de forma inmediata a la fisonomía de la casa, jugando con los distintos estados de ánimos de Lawrence. Es decir, con luz si existe tranquilidad y con resquebrajamiento y deterioro en los mayores momentos de paranoia. Solo esto será la antesala del delirio, donde luego la intrusión tomará una escala masiva con un significado alegórico y múltiples interpretaciones. El thriller a esta altura se desdibuja y comienza llanamente la pesadilla del terror. ¡Madre! logra no dejar indiferente a nadie. Sin embargo, ese desquicio de su último tramo no será tomado de la misma manera, dividiendo a quienes piensan que la obra se trata de una pérdida de tiempo de quienes sostendrán el relato con teorías religiosas y/o naturalistas y, por supuesto, disfrutándolo. El espiral asfixiante que atraviesa Lawrence recuerda al misterio que atraviesa a El bebé de Rosemary, pero prescindiendo de esa narrativa eficaz, líneal y sólida. ¡Madre! a la vez podría estar muy cerca de un capítulo de Black Mirror, aunque no alcanza el impacto directo y crudo con moraleja social. Y es que tal vez Aronofsky se ahoga en su propio simbolismo, donde incluye cierto grado de violencia y escenas de gore estableciendo solo un circo gratuito que causará polémica entre los más conservadores. Estas convenciones, sin embargo, aportan un tibio relleno, ya que la historia del cine tiene un frondoso prontuario de films que supieron escandalizar al público dependiendo del contexto social de sus promociones. Y ¡Madre! le hace cosquillas al listado porque cae en los lugares comunes de las propuestas fílmicas radicales. Propuestas que ya caducaron pero que sin embargo, en este caso no serán olvidada por la chapa de su director.
TIZA SIN CORAZÓN ¿Quién no ha sufrido alguna vez que una maestra en el colegio haga diferencia entre alumnos o abuse de su poder para beneficio propio sin ética profesional alguna? Por esa línea va la reciente propuesta del director checo Jan Hrebejk, que nos sitúa en 1983 durante lo que supo ser el período final del comunismo. En el film observamos cómo una magistral Zuzana Mauréry, que encarna a una maestra de secundario un poco anticuada y muy autoritaria al estilo sketch de Antonio Gasalla, detenta poder -aprovechando su afiliación al partido político del momento- explotando a sus alumnos y abusando de los oficios y la “cortesía” que ejercen sus padres. Lo que parecía ser una persona en apariencia agradable resulta ser toda una harpía que hostiga a los menores y castiga a aquellos adultos que no le cumplen sus favores caprichosos. Y eso comienza a notarse en un grupo de niños que siempre reciben bajas calificaciones por no ceder a sus manipulaciones. Como una araña que entreteje mentiras y castigos injustificables en la que es capaz de volver situaciones a su favor y con una viveza deslumbrante tenemos una mujer dispuesta a todo. Muy lejos de la educadora “invisible” del thriller surcoreano Confessions donde la docente era pisoteada por su clase. Aquí reinan estudiantes prolijos dispuestos a aprender en un clima de tranquilidad para sólo resultar víctimas de manipulaciones adultas. Todas esas situaciones puestas en tela de juicio en la película son producto de distintos flashbacks testimoniales de los inicios de esta maestra. Actualmente, la docente está siendo juzgada en una reunión secreta de padres y directivos del colegio. Padres que exponen en ausencia de la profesional sus tensos y cruzados testimonios dentro de cuatro paredes como Carnage de Roman Polasnki. En esta ocasión, testimonios que llegaron al límite del conflicto interno dentro de la intimidad cotidiana de las familias de esos niños afectados. Hrebejk maneja con singular destreza espacios cerrados y asfixiantes dentro de un contexto invernal de mucho frío y nieve. Además expone las miserias y rivalidades entre los padres en defensa o detracción de la docente según los intereses o realidades circundantes. En sí, el rol de educar que ha sabido adaptarse a los tiempos cambiantes resulta ser la temática principal del film. Y aquí ya comienzan a vislumbrarse los derechos estudiantiles ganados que equivalen a ser tratados con respeto e igualdad sin la implementación de violencia psíquica/física que en tiempos atrás eran un suceso naturalizado. Sin dudas, La maestra sobresale como relato moral e histórico de gran valor basado en las experiencias de Petr Jarchovsky, guionista principal. Estamos ante una pieza sencilla, contundente y efectiva que cosechó premios en distintos festivales de cine europeo.
HOMENAJES DESCAFEINADOS En Conjuros del más allá estamos frente a un mal homenaje al cine de ciencia ficción y fantástico de los 80’ estilo La cosa, Hellraiser, un poco de David Cronenberg y algo más carpenteriano como La niebla. La premisa parecía interesante y guardaba buen misterio al principio donde un policía se ve involucrado en un tiroteo con dos personajes extraños. Este escapa y llega a un hospital a punto de cerrar para descubrir luego que será parte de un grupo de supervivientes. Grupo que se encuentra acorralado por la misma secta de locos uniformados al estilo de “riesgos tóxicos” con un orificio visual “simbólicamente triangular”. Este cuadro parece ser mínimo si se suma la monstruosidad creciente que se esconde en aquellos pasillos asfixiantes del hospital. Y aunque con buena dosis de gore para los amantes del terror y utilización de efectos especiales de la “vieja escuela” con el empleo de látex, la trama se desinfla. Pierde todo tipo de frescura en las actuaciones y cae en los clichés de los personajes típicos: policía “salvador”, enfermera humanitaria de turno y un matón conflictivo. La mayoría de ellos sin carisma actoral. Así es que la narración se vuelve algo confusa y tediosa. Con esta misma temática de encierro y personajes característicos dentro de una producción independiente sale más airosa la trilogía Feast (2005-2009) de John Gulager. A Conjuros del más allá se le elogia la pasión del homenaje hacia cintas de horror cósmico que nos deleitaron décadas atrás, pero sin embargo tiene grandes problemas de guión. Y esto se debe a que cita demasiados subgéneros como dimensiones ocultas, monstruos, sectas, científicos locos y hospitales malditos como si fuera un coctel escupido sobre el espectador. Y lo hace de forma bruta y tosca. No se toma el tiempo para hilvanar y darle un mínimo grado de lógica. Ojo, no se pretende solemnidad sino un pedacito de coherencia que sirva para ubicar al cinéfilo que busca deleitarse con la película. Hasta se adjudica la autoridad como para desaprovechar ciertos actores del mundillo del terror o lo excéntrico que aparecen y pasan sin pena ni gloria. Y con ello, me remito al ejemplo de Art Hindle que ha trabajado en Cromosoma 3 de Cronenberg y La invasión de ultracuerpos, o Kenneth Welsh que aquí hace de doctor -dura menos que un suspiro- y es reconocido en Leyendas de pasión o la serie Twin Peaks. Por eso en Conjuros del más allá, las historias individuales quedan inconclusas y por momentos las situaciones quedan forzadas, narrativamente hablando. Si bien Jeremy Gillespie junto a Steven Kostanski -el cdirector- ya cuentan con algo de experiencia en el género de terror y tienen una participación estelar con su corto producido dentro del oscuro y excelente compendio de directores independientes El ABC de la muerte, este producto de menos presupuesto no les hace justicia. En conclusión, Conjuros del más allá ha tenido una importante promoción publicitaria en festivales europeos del palo, pero sólo ha dejado un reguero de detractores y fanáticos del film. Y es una gran decepción para quienes esperan algo interesante desde las tierras del excéntrico y talentoso David Cronenberg.
UNA NOVIA POCO RADIANTE Desde la fría Rusia llega esta mediocre producción de más de un millón de euros. La novia es la tercera obra de Svyatoslav Podgayevskiy, especializado en el género de terror y reconocido en su país natal. La novia es una película claramente dividida en dos partes. La primera y la mejor dura 10 minutos, funciona a modo introductorio y fue el gancho comercial en los tráilers para obtener espectadores esperanzados en ver algo de buena calidad. En esta primera parte situada a principios del Siglo XX y con cierto aire gótico se observa cómo un fotógrafo toma imágenes de una difunta novia en pleno rigor mortis. Con gran suspenso -que recuerda al cine de James Wan- y la complejidad de mantener al cadáver derecho para tomar “bellas imágenes”, parece que el único objetivo es volver a la vida a esa hermosa joven a través de la inmortalización de las fotos. Para la época y como era en el tradicional imaginario desde los aborígenes nativos de distintas regiones, todos ellos creían en ese mito folklórico que una imagen tomada podía robar el alma de una persona. En el film, y con ese prometedor inicio, hay un poco de estas creencias. La segunda parte tiene que ver con la actualidad. Hay una parejita de comprometidos a punto de casarse que viaja a la casa familiar del novio. Un enorme caserón de estilo colonial en medio de una zona rural que servirá de lugar para el casorio oficializado. Claro que para la rubia Nastya, la novia protagonista, la cordialidad de la familia de su prometido le resultará demasiado extraña. Convencida por ciertos indicios, no tardará en descubrir -como Mía Farrow en El bebé de Rosemary– que algo siniestro se entreteje a su alrededor. Entonces, lo que equivale a todo el desarrollo y parte del final resulta con serios problemas de ritmo narrativo y actuaciones acartonadas y pobres. Al film, en resumidas cuentas, le cuesta unir ese “evidente” salto temporal entre la introducción y el resto. Se toma mucho tiempo para resolver esta situación primordial y las secuencias de miedo sobrenatural, cuando aparecen, son toscas y mal resueltas. Punto a favor para La novia es su factura técnica y la calidad de imágenes donde se nota toda la inversión dispuesta por el director. Pero no alcanza con un mal guión que no llega a buen puerto y menos aún si los actores no son creíbles en sus roles. Por todo esto, el film resulta un aburrimiento de extensos minutos que tendría que haber optado por desarrollar en profundidad la historia de la introducción o sólo quedarse en un logrado cortometraje.
DE CARNE SOMOS Una de las grandes pasiones argentinas -despreciada por los vegetarianos, claro- se da encuentro en Carne propia de Alberto Romero, que hace foco en tres casos particulares del entorno socioeconómico y cultural de la carne vacuna en nuestro país. A diferencia de la propuesta Todo sobre el asado de Mariano Cohn y Gastón Duprat que presenta un encuadre más gastronómico, aquí Romero se centra en las tensiones de patrones y obreros de la carne a lo largo de la historia. Todo ello contado desde un viejo toro Aberdeen Angus condenado al matadero como principal hilo narrativo. Un toro “humanizado” desde la voz profunda e irónica de Arnaldo André. Una combinación original y brillante que nos hace empatizar inmediatamente con el triste destino del animalito. Tal vez, un poco nos revuelve la conciencia en nuestra situación carnívora por la atrocidad en el momento de su muerte, pero los resultados en las góndolas como explica el documental nos hacen olvidar todo. El primer caso se centra en el pueblo entrerriano de Liebig, que giraba en torno a la primera fábrica procesadora de carne en el país con capitales ingleses que alimentó soldados de la Primera y Segunda Guerra Mundial -como para medir las proporciones de manufactura y exportación-. Y donde la influencia del trabajador estaba más cercana a un adoctrinamiento. Un pueblo que nació alrededor de esa industria con construcciones de casas más parecidas a un “fortín”. Un pueblo que con la “huida de sus patrones” jamás volvió a tener la misma gloria y actualmente en el olvido, vive del turismo. El segundo pantallazo es en la ciudad obrera de Berisso, Buenos Aires, uno de los lugares con más edificios relacionados a la industria frigorífica y de matarifes donde en los 40’, ante las condiciones de injusticia laboral del patronato, comenzaron a formarse las primeras organizaciones sindicales, especialmente en defensa de los derechos del trabajador -hombres y mujeres- que trabajaban en condiciones paupérrimas de salubridad. Este caso es brillantemente ilustrado con material de archivo y el testimonio de la hija de María Roldán. Una de las primeras mujeres sindicalistas de Latinoamérica, quien junto a Cipriano Reyes participaron del 17 de octubre de 1945 para pedir por su máximo referente, Juan Domingo Perón. Y el tercer y último caso está situado en el gobierno kirchnerista, donde algunas empresas con la herencia arrastrada de la crisis financiera del 2001 se echan a bancarrota sin pagar indemnización alguna. Y se cuenta la toma de trabajadores en esas fábricas para recuperarlas en cooperativas sin patronazgo alguno. Aquí el frigorífico SUBPGA de Berazategui trata de reorganizarse en asambleas calientes donde a no todos los compañeros se los puede dejar conforme con la situación económica. Carne propia funciona como un prolijo y entretenido documental que también describe las clases de vacas y toros que abundan en nuestros pagos, como también toda esa fauna gauchesca de hombres relacionados con el campo. Y aunque esta sea una visión fugaz, el resto del material tiene una visión profunda y muy interesante sobre algo tan cotidiano como la carne misma.
ENCIERROS ENCANTADORES El cine burdamente llamado “de época” se le da muy bien al británico Terence Davies y así lo demostró en el 2015 con la dramática Sunset song, donde -como aquí- cuenta con una factura técnica de una belleza exorbitante y una minuciosidad solemne. Esta vez deja la dura vida de campo, pero nuevamente se centra en el protagónico femenino desde la biografía de la famosa poeta norteamericana Emily Dickinson, contemporánea de las inglesas Jane Austen y las hermanas Brontë. A partir de una atmósfera de clase acomodada dentro del contexto adulto y familiar de Dickinson durante la Guerra de Secesión de EE.UU., Davies cuenta lo brillante y ácida de esta mujer adelantada para su época. Una figura femenina apasionada por las letras y la crítica social en un mundo donde esas virtudes no le correspondían a una “dama”. Davies retrata a la perfección cómo esta artista pasa del anonimato a la inmortalidad sin la necesidad de resaltar en vida sus obras. Precisamente en Una serena pasión se muestra ese misterio que engloba a su biografía desde el encierro un poco voluntario y otro, limitado por una enfermedad creciente que la aquejaba desde muy joven a postrarse en la cama. Ese mismo misterio que no puede resolverse -por los avatares propios de la vida- ni explicar cómo esta poeta pudo describir sentimientos y acciones que jamás transitó con una claridad sorprendente en versos románticos. Algo similar como esa genialidad innata de iluminados, señores escritores como Shakespeare o Flaubert, para describir sensaciones propias del mundo femenino en sus personajes protagónicos. Dickinson era un ser sensible y sorprendente que pendulaba entre comentarios ácidos y una brillante intelectualidad descollante propia de su nivel social. Podía desafiar a quienes la rodeaban sobre cualquier temática de conversación ganando con su cosmovisión del mundo. Y a la misma vez aislarse completamente de él. Por ello, el film se centra en pocas locaciones donde prepondera su casa paterna y única morada más un pequeño círculo social que se va achicando conforme pasan los años. Una serena pasión trata de la quietud y tranquilidad de un ser frente al progresismo y los cambios de la vida. Esto se refleja tanto en la fotografía como en la utilización de la luz que genera exquisitos claroscuros contrastantes. Lo que con el pasar narrativo propaga ese clima asfixiante e intimista de encierro progresivo al que Dickinson se somete desde su juventud hasta la adultez. Los planos en cadena son elogiables y cuentan con peso propio como si de cuadros pintados se trataran. Esa belleza apabullante que sólo Davies, como eximio experto, maneja. Otra de las aristas interesantes en esta película y en el cine de Davis es la utilización de los diálogos que en un principio resultan acartonados y densos. Parece como que los actores recitan estrofas memorizadas. Sin embargo, con el correr de los minutos, el espectador comienza a naturalizarse con ellos por el mismo clima dramático que nos arrastra junto a la protagonista. Por suerte, Una serena pasión cuenta con pasajes de humor contenido e ironía propia de la época y del mundo interno de Emily -sorprendentemente interpretado por Cinthia Nixon, “la colo” de Sex and the city-. Algo totalmente diferente en su carrera y que la luce con creces actoralmente hablando. Davies logra así una visión delicada y soberbia en este biopic dentro de un universo cinematográfico cada vez más comercial que carece de esa exquisitez poética necesaria. Un cine no apto para cualquiera. Un cine que exige un espectador sensible y paciente.
PEQUEÑA MISS MENTE Después de El sorprendente hombre araña y su secuela, Marc Webb vuelve al cine de perfil más independiente y de bajo presupuesto que mejor le sale con un drama familiar y brillante. Webb vuelve a esas raíces que lo consagraron con aquella comedia romántica donde Joseph Gordon-Levitt se ilusionaba con Zooey Deschanel en 500 días con ella. Esta vez Chris Evan, lejos de toda superficialidad conocida en Capitán América, se sensibiliza como tío de una pequeña niña de 7 años con una plasticidad asombrosa para resolver matemáticas y álgebra. Y es que esta pequeña-genio muy bien interpretada por la preciosa y muy tierna McKenna Grace -que se lleva todos los laureles en este film junto a su gato de un solo ojito- heredó la misma destreza mental que tenía su difunta madre. Lo rico del personaje es que se despega del lugar común de mostrar a los niños genios como seres antisociales, algo muy típico en el cine tratado por ejemplo en Mentes que brillan (1991) donde Jodie Foster trataba de buscar lo mejor para su hijo. Acá la pequeña Mary con su increíble don es obligada por su fachero “tutor” a asistir a una escuela pública con el plan de una rápida socialización. La niña lejos de cualquier rasgo de un ser ermitaño, presenta una personalidad demasiado madura y extrovertida para su corta edad. Además, tiene la ingenuidad propia de cualquier niño de primario, los enojos típicos y la picardía inesperada a los ojos de los adultos que la rodean. Y estos pequeños momentos simpáticos y cálidos permiten distender al espectador frente al dramón presentado por su manipuladora abuela materna que disputa la tutela de la pequeña. Sólo para satisfacer caprichos propios y sacar provecho del alto grado intelectual de Mary. Idéntico acto que tiempo atrás llevó con la mamá de Mary, quien bajo presión prefirió terminar con su vida. Webb juega con esta tensión y la generación de climas con un excelente nivel de sensibilidad. Apela directamente al factor emocional con una destreza fascinante, magistral y sin caer en golpes bajos y cursis. El director de Un don excepcional entabla directa complicidad con el espectador y lo involucra a tomar partido entre estas dicotómicas posiciones del conflicto legal entre adultos. Un conflicto que juega con el futuro destino de Mary y cuál es la mejor opción sin respetar -como es típico- las decisiones de la niña y sus valiosos derechos como tal. Un excelente film con alto grado de ternura y emoción, una obra que abraza visualmente dentro de tanto cine alejado de la sensibilidad humana y real. Y como debe ser, “corazón mata a mente”.
ARGENTINA FOR EXPORT Frente a todo mal pronóstico y prejuicio, Sólo se vive una vez es una comedia correcta, con una entretenida historia de acción al estilo de producción hollywoodense y con algunos buenos gags guardados bajo la manga. Con Peter Lanzani a la cabeza, Darío Lopilato, Pablo Rago y Luis Brandoni -entre otros-, más los villanos españoles de Santiago Segura y Hugo Silva, y la figura estelar del francés Gérard Depardieu que “curiosamente” tiene varias escenas, se despliega la historia de Leo, un estafador de medio pelo que junto a su amiga prostituta asaltan a los clientes ocasionales de ella. Pero el último cliente, un empresario de la carne, es apretado por unos mafiosos del gremio que buscan activar una fórmula cancerígena sobre la materia prima. En medio de tiroteos y algunas muertes, el personaje de Lanzani se ve envuelto por error en esta trifulca. Con el documento en mano sólo pensará en escapar. Sólo se vive una vez es una de fugitivos con estilo extranjero que juega al gato y al ratón y, sin embargo, con la utilización de drones nos ubica en un contexto porteño de barrios emblemáticos y paisajes característicos de la ciudad. Cueva, su director, ofrece persecuciones, explosiones con uso destacado de CGI, humor, acción y recursos propios del cine de acción yanqui pero que pueden hacerse con el mismo o mejor nivel en suelo argentino. Incluso existe un guiño al mítico Testigo en peligro, donde el protagonista termina resguardándose en una comunidad religiosa -judía en esta ocasión-. La historia es simpática y la comedia no es forzada. Entretiene con una alta producción sin descuidar la picardía argentina. Saca sonrisas y algún chiste inesperado, como alguna situación entre Leo y el personaje de Silva -aquí con un look muy Sacha Baron Cohen-, además de contar con un Santiago Segura más sólido que en la reciente y pobre Casi leyendas. Y Depardieu, correcto pero limitado en su rol franchute mafioso, nacionalizado con un mate y termo a mano en sus apariciones (NdR: hubiese preferido una pequeña mascota que lo acompañe, aunque eso sea caer en un lugar común que particularmente esta película podría habérselo permitido). Por el lado de los actores nacionales, Brandoni impecable pero siempre haciendo de Brandoni: aquí un rabino con pocas pulgas, aunque canchero a la hora de impartir su fe. Un insípido Pablo Rago como cura católico hermano de Lanzani, mientras Lopilato representa a un joven buchón de la colectividad, aceptable en su rol aunque le cuesta sacarse esos dotes “francellescos”, estigma de su paso por la serie Casados con hijos. En el caso de la “China” Suárez, pasa como un suspiro innecesario pero con innegable atractivo visual. Y finalmente el creciente Lanzani, que después de un drama como El clan apuesta a reírse de sí mismo y jugar en una de acción entendiendo el sentido del film. Sólo se vive una vez nada tiene que envidiar a superproducciones internacionales, ya que cuenta con destacada factura técnica y abre un espectro en un nuevo cine nacional de acción, que contuvo ejemplos bizarros como Comodines o La furia (ambas de 1997). Pero esta vez en clave de humor, autoparodiando y homenajeando al género con mayor prolijidad. Y esto se debe a que su director Federico Cueva (también dibujante para DC Cómics) es un experto en escenas de acción y de manejo de doble de riesgos en taquilleros films norteamericanos como Assassin’s creed. Cueva conoce el medio y ya logró “vender” Sólo se vive dos veces al otro lado del Atlántico: eso, para el cine argentino de género es gratificante.
LA PASIÓN DE APRENDER Desde Finlandia, Klaus Haro propone en El esgrimista un relato basado en el amor desde diferentes aristas, dentro de un contexto histórico oscuro y desalmado como Estonia bajo el poder de la Unión Soviética. Estamos ante una producción que deja una buena impresión en la retina y una historia hermosa para atesorar en la memoria. El film presenta a un eximio esgrimista que trata de refugiarse en un pueblito perdido (Haapsalu) lejos de Leningrado, antes de ser cazado por los “rojos”. En aquel entonces eran capturados todos aquellos que habían participado en la resistencia nazi, así sean de otras nacionalidades y hayan sido sometidos a la fuerza. Endel Neils, el protagonista principal de este relato -personaje real-, muestra de alguna forma esa otra cara del mundo de post-Segunda Guerra Mundial. Un hombre que escapa de su pasado deportivo y militar para finalmente reencontrarse consigo mismo impartiendo clases a un grupo de niños que son también el alma de este drama. Niños brillantes que maduraron demasiado pronto y encuentran en las clases de educación física la oportunidad para encausar esa inocencia perdida. Inocencia interrumpida ante padres deportados por “traición a la patria” o que murieron en una guerra donde ni siquiera representaron a su país. En fin, un pueblo sin hombres con un clima gélido donde la interrupción de un nuevo maestro es visto como una figura paternal que trae algo de esperanza. Un nuevo reto a la vez, para el reacio y soberbio Endel que con el pasar de los minutos comienza a encariñarse con los pequeños. Y por eso mismo decimos que esta es una historia de amor. No sólo el profesor se enamora de su colega, sino que los niños lo harán de él y viceversa. Se trata a la vez del amor al otro, del amor al deporte y su compromiso. De la confianza mutua en un mundo escolar donde no faltará oportunidad para que salgan a relucir los primeros traidores representados en directivos que sospechan del pasado de Engel. Claro que esta clase de narraciones ya han sido muy frecuentes en el cine que retratan relación maestro-alumno y el sentimiento de autosuperación. Recordamos piezas como Billy Elliot o el profesor de literatura de Robin Williams en El club de los poetas muertos. Pero Haro la cuenta con tanta sencillez, con una destreza digna de esgrimista hilvana escena tras escena hasta conformar un relato bellísimo. Haro también trata de “bajar a tierra” un deporte refinado como el de la práctica de las espadas recluido a la alta sociedad y a ciudades de carácter cosmopolita. Para demostrar que puede ser practicado con el mismo o mejor ímpetu por jóvenes y adultos de otras condiciones socioeconómicas. Con la única avidez esencial: la pasión de aprender. Un excelente drama que juega con momentos de tensión y sorpresa para virar a resultados inesperados y positivos. Y que cuando realmente se enfrenta a situaciones crudas, lo demuestra con la mayor naturalidad y sencillez. A ello se suma una fotografía precisa, que suma a favor y la vuelve una referencia menor a El pianista de Román Polanski.
COSQUILLAS AL BULLYING Basada en el best seller de Lauren Oliver, una escritora especializada en el público adolescente, y en pleno apogeo de la serie 13 reasons why, que gira sobre la temática del bullyng juvenil, llega Si no despierto, un drama sobrenatural que expone también la marginación existente entre jóvenes en el ámbito académico. Con la premisa existencialista de si se puede escapar del destino marcado y burlarlo, tenemos a Sam, una chica popular y de buen status social junto a sus amigotas ricachonas que maltratan al resto de sus compañeros del secundario. El narcisismo y la soberbia sobresalen en estas jovencitas a las que no les preocupa herir los sentimientos de los demás porque encuentran justificativo a todas sus acciones. Acciones que también se encuentran avaladas por la institución a la cual asisten, con tradiciones como el “Día de Cupido” donde anónimamente los alumnos reciben rosas. Lo que sólo sirve para demostrar lo sobresaliente que son ciertas personalidades por sobre otras: hay chicos que se quedan con las manos vacías y con algún trauma que comienza a sumarse. Sin embargo, el destino se encapricha con Sam para ofrecerle un final trágico pero a la vez la posibilidad de barajar y dar de nuevo. Así lo vivencia cuando todas las mañanas despierta 6:30 am para volver a vivir exactamente lo mismo de ayer. Y es que parece que estamos ante un capítulo de la serie británica Black mirror, aquí más edulcorado, menos oscuro y moralista. Se trata de un deja vú, un recurso explotado en muchos films que salieron al frente con dicha técnica desde el terror en Triángulo de Christopher Smith o una propuesta cargada de acción en 8 minutos antes de morir de Duncan Jones. En ambas películas los protagonistas estaban destinados a vivir una y otra vez las mismas experiencias, y trataban de cambiar el curso de las cosas a su favor. La directora Ry Russo-Young no explota demasiado bien esta técnica al fallar en su profundización y enriquecimiento de la breve historia de esta adolescente. Pudiendo explorar otras locaciones o ahondando más en los sentimientos de cada personaje que aparece, secundario o protagónico. A favor podríamos decir que contrasta perfectamente los paisajes montañeses del Norte de Estados Unidos en pleno invierno con una buena paleta de grises, blancos y algunos oscuros, generando un clima con cierto aire de crudeza y frialdad en el relato. Esto si comparamos inmediatamente con una fiesta extraescolar a la que son invitadas las chicas junto a otros compañeros, donde los espacios interiores se hacen íntimos. Con luces rojas y tenues los ambientes reducidos se vuelven libidinosos y descontracturados. Lugares donde los adolescentes aprovechan a ser “diferentes” o tratar de sacarse los rótulos impuestos en los pasillos del colegio. Como si de una mascarada de carnaval veneciano se tratase. Pero no todos pasan desapercibidos y los perdedores de siempre saltan a la vista. Puntualmente una joven tímida y algo desalineada cae en las fauces del grupete de “perritas” a la que Sam pertenece. Así es que como la líder del grupo enfrenta a esta muchachita y, discusión tras discusión, logra humillarla. Humillación que contagia a la mayoría de los integrantes de la fiesta contra una única e indefensa víctima. Un momento fugaz que recuerda a la Carrie de Brian Di Palma, pero esta vez sin el foco puesto en ese personaje acosado. Y allí comienzan los diferentes destinos de Sam de asumir diferentes posturas ante tales situaciones donde puede ganar enemistades y nuevas alianzas. Si no despierto entretiene tibiamente con un final algo abrupto y lejos de la excelencia. Escapa a tratar de forma seria una problemática como el bullying, pero sólo se remite a ser una tímida lección para el público joven y gestar conciencia a frenar situaciones agresivas e injustificables hacia potenciales víctimas del acoso estudiantil. Es como si la sociedad estadounidense alarmada con la creciente violencia en las aulas de los últimos 15 años -que muchas veces termina en suicidios o múltiples asesinatos- quisiera comenzar a fomentar un programa de solidaridad para con el otro. Y por una vía poco efectista que sin embargo está empezando a despuntar y apelar a las emociones y el sentimentalismo. Al menos, Si no despierto tendría mejor lugar en los colegios primarios y secundarios que en los cines comerciales. Y distan de la crudeza llana y simple que mostraban films de mediados de los 90’ y principios del 2000 como Kids y Bully de Larry Clark o Elephant de Gus Van Sant. Films que sólo se limitaban a reproducir ficcionalmente testimonios basados en hechos reales.