BLUM Y SU MALDITO MARKETING Alabada por la crítica -tal vez no muy especializada en el género de terror- y un amplio porcentaje de espectadores que la postulan como lo más fresco y mejorcito del horror de lo que va el año, lo cierto es que ¡Huye! se queda a medio camino con una trama bastante predecible que pierde el interés durante su transcurso narrativo. Una vez más, el productor Jason Blum -cuyo estudio viene arrasando con Fragmentado, de M. Night Shyamalan y que abraza a directores emblemáticos del cine de miedo como Oren Peli o James Wan., apoya el debut de Jordan Peele, actor conocido por su faceta cómica. Aquí, un joven afroamericano de novio con una chica blanca visita a sus suegros progres disfrutando de un fin de semana en la casa de campo familiar, bien aristocrática por cierto, donde es recibido con los brazos abiertos. Ante tanta “sospechosa” cordialidad y un aire enrarecido, el protagonista y el espectador empatizan de forma inmediata. La sensación de incomodidad creciente se reafirma con la aparición de otros personajes negros que trabajan como servidumbre de aquel lugar. Personajes paranoicos y siniestros que parecen estar más cerca de la esclavitud -o del manicomio- que de un trabajo “cama adentro”. Pero parece haber una respuesta cálida para toda duda o interrogante que se le presente al personaje principal, quien no muy conforme y husmeando aquel “confortable” hogar descubrirá la “siniestra” verdad que guarda sus paredes. Con muchas secciones de hipnotismo y algunas otras referencias imposibles de compararlas con el buen cine de Hitchcock, lo que realmente nos brinda Peele es suspenso tibio pero entretenido. Claro que la película gana en una temática social sumamente presente en la actualidad de Estados Unidos, donde aún existe discriminación y hostigamiento para con diferentes etnias y/o culturas que hace muchísimo tiempo conviven en el suelo norteamericano. Sin embargo, los prejuicios siempre salen a flor de piel entre los sectores más conservadores que encabezan viejos y jóvenes por igual. Más aún si se tiene en cuenta que en muchos estados la coacción ejercida por las fuerzas de seguridad federales continúa implantando violencia y represión hacia estos sectores. Todo ello en una era con un máximo referente xenófobo como el presidente Donald Trump. Donde pierde ¡Huye! es en mantener la tensión propuesta en el inicio, volviéndose redundante y aburrida. No guarda ese tinte de misterio y paranoia que supieron contener films como El culto siniestro (1973) o La llave maestra (2006), que pueden ser comparados de cierto modo con el film en cuestión. Por momentos, la película descansa en pasajes de humor ácido o “negro” que salvan la monotonía propagada en el desarrollo. Pero… esto no es suficiente. Y es que ¡Huye! tal vez peca en su duración y en actuaciones poco creíbles que sin embargo son reconocidas, como las de Catherine Kenner, Caleb Landry Jones y Allison Williams. Lo cierto es que productoras como Blumhouse manejan excelentemente sus trailers, que luego no hacen justicia con lo vendido o peor aún, como en este caso, revelan casi toda la trama del largometraje. Como siempre digo, para disfrutar sin altas pretensiones para algunos y una grata sorpresa para otros. ¡Huye! vino a sentar la grieta cinematográfica en el terror.
DE LA MORGUE CON AMOR Andre Øvredal ya es considerado una promesa del cine de terror que despegó del indie hacia el comercial debido a su fresco talento y a sus propuestas narrativas. Este noruego que revolucionó en el 2010 con Trollhunter, ese falso documental donde un grupo de jóvenes cazadores perseguían por las noches a monstruos gigantes de piedra o algún elemento de la naturaleza y los destrozaban con luz artificial. Algo muy exclusivo del folklore nórdico. Ahora deja esas frías tierras para introducirnos en espacios reducidos pero también gélidos como una morgue. Hablamos de La autopsia de Jane Doe, un nombre que la distribuidora quiso evitar para dar explicaciones. Explicaciones muy sencillas al vivir en un mundo globalizado con acceso a Internet y acceder a que una “Jane Doe” se declara a aquellos pacientes “NN” en Estados Unidos. Cuerpos con identidad desconocida. Pero lo importante aquí reside en la historia que Øvredal ofrece en La morgue, donde un padre e hijo -soberbias actuaciones de la dupla de Emile Hirsch (Meteoro) y Brian Cox (la saga Bourne)- ofician la actividad de forenses. Especializados en recibir cuerpos de víctimas de robos, asesinatos y accidentes ofrecidos por la policía local, este par de hombres son expertos en “leer cadáveres” y sus lesiones post mortem. Claro que en esta ocasión el más joven llamado Austin prefiere romper la salida con su novia para ayudar a su padre con la llegada de un cuerpo a último momento de la noche. Se trata de un cuerpo bellísimo de una mujer de veintitantos que sorprendentemente no presenta ninguna agresión o fractura alguna que indique violencia ejercida sobre ella en vida. Obnubilados con la belleza y el misterio alrededor de este cadáver, comienzan a investigar las posibilidades que llevaron a la defunción a esta desconocida. Así escena tras escena descubren nuevas pistas y con ello al mismo tiempo el entrono que los rodea se vuelve más tétrico y peligroso. Teniendo en cuenta que la ubicación de la morgue y sus salas se encuentran a nivel subsuelo, estamos hablando de un espacio físico casi herméticamente cerrado al exterior. El director juega con la claustrofobia y el asfixio para el espectador. Sin embargo sale airoso en los dos primeros tercios del film, gestando todo un clima oscuro, alarmante y tenebroso en que algo maligno acecha y que recuerda a La niebla (1980) del buen Carpenter. La tensión es magistral al tratarse de un único escenario. Y con solvencia, Øvredal mantiene la tensión a lo largo de sus 86 minutos. A la postre de revelaciones excéntricas e históricas que van descubriendo estos “muchachos”, afuera se desata un gran temporal. Por ello, sin líneas de teléfono, su única conexión será una pequeña radio que declara que los ciudadanos del pequeño pueblo no salgan de sus casas por alerta meteorológica. Con todo este panorama la expectativa crecente no logra sostenerse en su cuarto final. No se sabe a ciencia cierta si se debe a un atropello del director a cerrar la historia apresuradamente. Lo cierto es que tristemente ata cabos de una forma desprolija e ilógica. Y, por sobre todo, perdiendo la efectividad de la buena historia que se postulaba. Más allá de este tropiezo del final, La morgue logra salvarse por dos razones justificables. Por un lado, nos encontramos en una carencia absoluta de buen cine de terror comercial. Carencia que está llegando también al indie con esos films que no llegan a la sala y que vienen en picada en cuanto a propuesta narrativa. Y por otro, es un excelente homenaje a ese cine de los 70/80’ que muchos directores nuevos están tratando de honrar a veces de una forma acertada como Te sigue (2014) y otras, de manera desastrosa como la reciente The void que desembarcó en el Bafici 2017. No olvidemos que La morgue guarda un subgénero de terror que es preferible no spoilear. Subgénero tratado esta vez de forma muy original.
MIEDO A LO INCONTROLABLE “La muerte no viene pero sí su helada presencia”, así comienza el relato del documentalista Ernesto Ardito en Ataque de pánico. Todos los síntomas descriptos son exactos para quienes atraviesan o fueron víctimas -entre la que me incluyo- de esta patología psico-orgánica y mental que coquetea con el miedo a la muerte. Si bien este trastorno cobra más porcentaje de víctimas en nuestros tiempos, la enfermedad se observa desde la misma existencia del hombre. Paradójicamente el famoso científico inglés Charles Darwin, responsable de la teoría de la evolución de las especies, sufrió de esta sensación de ahogo y alteración de frecuencia cardíaca. Claro que los tratamientos que recibió fueron en vano y jamás pudo saberse a ciencia cierta el stress que lo aquejaba. En la actualidad existen tipo de terapias especiales para los ataques de pánico. Sin embargo, son pocos los doctores que realizan un correcto seguimiento en sus pacientes. Muchos de ellos caen en la medicación ansiolítica -la cual no es incorrecta en primera instancia- como única respuesta. Lo que es un arma de doble filo si el paciente se vuelve dependiente y el doctor no le interesa en profundizar en esta dificultad. Lo cierto es que por el lado del padeciente existe mucha vergüenza y desconcierto al atravesar síntomas que se asemejan a un paro cardíaco con mucha tensión muscular. Mientras que por el otro lado, la sociedad y algunos profesionales minimizan la situación o acusan de algún grado de locura de la persona. La agorafobia, que es el título clínico a este trastorno de ansiedad, es explicada por Ardito a través de diferentes testimonios como el miedo a no poder controlar lo incontrolable. Las diferentes voces que entornan al relato explican cómo fueron víctimas de la autosobreexigencia ya sea desde ocupar cargos laborales o asumir roles de autoridad dentro de un seno familiar. Sobreexigencia que también estas personas vincularon con momentos históricos de mucho estrés como lo fue la crisis argentina del 2001, la última dictadura militar o fallecimientos de familiares y amigos cercanos. Pero también el documental apunta a que los ataques de pánico son cada vez más frecuente en el adulto medio laboralmente activo que consume el bombardeo de los medios de comunicación. Y ni qué hablar del poder de esta sociedad consumista donde las personas parecen valer por el materialismo que los rodea. Contando de una forma seria y con el rigor de los documentales informativos/investigativos de aval médico, sin embargo Ataque de pánico mezcla imágenes de archivo u otro tipo de escenas artísticas de manera frenética y oscura. Lo que lo vuelve un producto novedoso con miedo y misterio para transmitir impecablemente los sentimientos de la enfermedad. La banda de sonido acompaña la pieza con música alarmante y que estresa. Hasta la incorporación de una locución masculina que guía el relato al estilo sugestivo de aquel programa televisivo La historia del hombre. Ardito logra contenido y a la vez forma. Una forma que incomoda, que es efectista y no deja indiferente al espectador. Una obra necesaria porque profundiza sobre la temática y ayuda a conocer de qué trata esta patología.
UNA HISTORIA YA CONTADA Sólo dos justificaciones puede haber para realizar un film adaptado a la “realidad” de una versión animada de Disney allá por el 91, como lo fue La bella y la bestia. La primera es la nostalgia de muchas niñas y niños que hoy adultos rondamos los 30 y 40 años. La segunda es traer para las nuevas generaciones una historia majestuosa contada con la belleza y precisión de hace casi dos décadas. Es sabido que esta obra es de larga data: nos remontamos a 1740 -aunque este cuento popular habría sido realizado por otros señores- cuando la escritora francesa Gabrielle Suzanne Barbot de Villenueve publica una historia de hadas donde dos seres disimiles logran enamorarse. Sin embargo, la autoría se la disputa Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, cuya versión de la obra terminó siendo la más difundida. En el séptimo arte, las adaptaciones del texto datan de 1945 y años posteriores llegaría a ser un fenómeno global a ambos lados del Atlántico. La adaptación animada y musical de Disney sería una de las películas animadas más exitosas, además de ganadora de dos Oscar por canción original y mejor banda sonora. La oferta, tentadora pero arriesgada, le llegaría en el 2015 a Bill Condon (Dreamgirls; Candyman 2) quien incorporó los mejores efectos especiales para recrear a los objetos y utensilios animados que sufren la maldición que pesa sobre su castillo. Esta realización y puesta de voces a atractivos personajes resulta efectiva y representada por actores de renombre, tales como Ewan McGregor, Ian McKellen y Emma Thompson. Condon incorpora, a diferencia de la versión del 91’, un clavicordio y un guardarropas que representan un director de orquesta y su cantante, quienes también sufrieron el hechizo. También llama la atención el afán de actualizar e incorporar la cuestión multiétnica y diversidad sexual -algo que se viene dando hace varios años en el cine de animación- en este tipo de clásicos, incluyendo personajes afroamericanos pertenecientes al castillo y otro homosexual como LeFou, el compañero de aventuras del villano y egocéntrico Gastón. Esta dupla pertenece a los personajes mejor logrados y casi calcados a la versión de los noventa: el histrionismo de LeFou y la soberbia de Gastón son de lo más enriquecedor de la historia. Y después tenemos a la bella Emma Wattson -la inolvidable Hermione de Harry Potter- en un papel perfecto para ella; y un acertado Kevin Kline como padre de Bella, ahora relojero y no el científico loco del pueblo, que lo volvía más excéntrico en el film animado. Uno de los puntos más flojos es la caracterización de la Bestia durante y finalizando su encantamiento, que emana una frialdad despojada de cualquier calidez conseguida en la primera producción de Disney. Así es que tenemos un buen reparto, una excelente ambientación y tratamiento de locaciones, y un vestuario majestuoso, especialmente en la escena del baile entre bella y bestia, acompañado por el hitazo y canción principal de la obra. Pero a Condon no le fue suficiente e incorpora tres temas musicales que no suman demasiado. Este es uno de esos casos en el que la ansiedad del barroquismo mata al producto, algo que sólo puede ser permitido y tolerado en otro tipo de artes como el teatro. Y claro, más allá del mito de la belleza contra la fealdad, de los prejuicios, de la moraleja en que lo que importa es la esencia interior, una mega producción como La bella y la bestia nada más tiene para ofrecer que un relato antiquísimo “finamente” adaptado a los tiempos. En él tenemos una hermosa chica inmersa en sus libros y desinteresada en el casamiento por conveniencia, y un príncipe bestial cuya humanidad fue perdida antes de convertirse en el peor animal. Una balanza que puede ser analizada por sociólogos y psicólogos como un personaje con empoderamiento femenino y otro que busca el principio de la humanidad y solidaridad para con el otro. Doble camino del héroe. Como bien decíamos, La bella y la bestia sólo nos regala nostalgia para viejos y una producción revisionada para los nuevos niños consumistas del mundo del Ratón Mickey.
RELATOS FRAGMENTADOS ATENCIÓN: SE REVELAN DETALLES IMPORTANTES DE LA TRAMA Night Shyamalan es uno de los reyes del thriller de las últimas dos décadas desde aquella pieza espectacular que fue Sexto sentido (1999), que supuso un interesante giro de tuerca e incluso dentro de la historia del cine de suspense. Claro que con el pasar del tiempo su pulso fue derrapando, y gran parte del público no perdonó algunas incursiones como El fin de los tiempos, películas demasiado débiles con las que hasta la crítica lo defenestró. A favor del director podría decirse que Los huéspedes (2015) fue un digno regreso donde con el manoseado estilo de cámara en mano (recreando el mockumentary) dos niños conocían por fin a sus “tiernos abuelitos” mientras su madre disfrutaba de unas vacaciones cariocas. En esta oportunidad, Fragmentado es un proyecto autofinanciado y con apoyo de la productora Blumhouse de Jason Blum. Esta nueva película resulta un producto pretensioso donde el cineasta de origen indio estudió casos de identidades disociadas, aprovechó las clases de psicología cuando fue alumno en la Universidad de Nueva York y se entrevistó con psiquiatras expertos en la temática para volcarlo en este thriller. La película cuenta cómo un tipo convive con 23 personalidades distintas, algunas violentas, otra infantil, y hasta una femenina. A la vez, relata cómo este paciente psiquiátrico rapta a tres jóvenes para retenerlas en un bunker abandonado. El protagónico recae en la impecable versatilidad y capacidad multifácetica de James McAvoy (la saga X-Men, El último rey de Escocia), un loco de aquellos que cambia de actitud en cuestión de minutos y explica a las jóvenes secuestradas el leimotiv de la profecía que se avecina. Serán entre estas adolescentes, la excluida Casey (interpetada por la estadounidense-argentina Anya Taylor-Joy, vista en La bruja y que aquí no se luce demasiado) la que lidie con el captor y le siga su juego. Al parecer una experta en esta cuestión, por su oscuro pasado familiar que Shyamalan irá revelando a gotas. Otra que aparece aquí es Betty Bucley (actriz emblema del género, quién dio vida a la profe de Educación Física en Carrie, de Brian De Palma) como la especialista que trata el trastorno del protagonista y busca una cura posible a este caso extremo. Fragmentado nunca deja de entretener y aunque esté bien narrada, le sobra metraje. Al principio desarrolla muy bien los climas que cortan el aliento. Los enigmas se van revelando con el correr de la trama y van encontrando la luz, algo que es típico en los relatos de este director. Sin embargo, el desarrollo se vuelve muy extenso y cae en una espiral de secuencias repetidas. Es decir, en una larga agonía que busca su resolución en los diez minutos finales. Es al final que Shyamalan, como “manotazo de ahogado” y tras una tibia conclusión, incluye un personaje mítico de su filmografía. Su función es ampliar un posible universo en la trayectoria del director: estamos ante el nacimiento de una trilogía. Podemos anticipar que Shyamalan revelará -dentro de algunos años- una continuación del personaje de Fragmentado que se enfrentará al otro, en una película de acción/comic. Por el momento, esta película y su personaje principal son sólo piezas de un gran engranaje que pueden ser disfrutadas sin grandes pretensiones.
HOSPITAL RESORT DE MEDIO PELO Gozan de buen barroquismo en los detalles y mucha pretensión las grandes producciones del señor Gore Verbinski, cosa que ya demostró en las primeras entregas de Piratas del Caribe. En La cura siniestra lo vuelve a demostrar con un film situado dentro de la vertiente del terror psicológico/hospital maldito. Con una factura impecable e interesante, llena de imágenes oníricas y grandes travellings, vemos como Lockhart, un joven ejecutivo (Dane DeHaan, visto en Poder sin límites) viaja a los Alpes suizos – obligado por sus superiores- para traer de regreso a un alto jefe de la compañía alojado en una especie de spa psiquiátrico exclusivo. Rumbo a aquel majestuoso pero siniestro destino sufre un accidente que lo “encierra” en aquella mansión que guarda oscuros secretos. Con un ritmo detallista y tranquilo, Verbinski construye un relato visualmente bello y de mucho suspenso, que sin embargo se pierde a la hora de concluir la historia. El realizador arriesga mucho al ofrecer una narración de terror tan extensa en duración con casi dos horas y media de metraje, algo que pocos directores del género hacen, ya que es difícil mantener la tensión y la atención del espectador en lo que se está contando. Y justamente allí reside el problema. El film se vuelve aburrido y pesado, hasta caer en sus momentos finales en una total ridiculez interpretativa de sus protagonistas, como el del papel del villano principal. Y eso sorprende si pensamos en este cineasta como aquel que adaptó de forma magistral allá por el 2002 a la oriental Ringu, consiguiendo con La llamada un producto altamente elogiable. Pese a estos puntos débiles que pesan en La cura siniestra, la generación de climas atrapantes empatizan con el delirio creciente del protagonista, logrando un espiral de locura. Pero es reprochable el tiempo brindado a los enredos que se generan alrededor del joven, algunos integrantes del pueblo y una bella chica enigmática que vive en el hospital. Por ello, todo parece desinflarse cuando, luego de una potente introducción y un interesante desarrollo, los cabos deben ir atándose. El resultado son piezas unidas de forma desprolija y descabellada. Y como si fuera poco, La cura siniestra no solo guarda relación en su título con aquella gran pieza de Scorsese llamada La isla siniestra, sino que también tiene ciertos paralelismos con esa historia donde Di Caprio buscaba en su rol de detective a una paciente fugada de un manicomio dentro de una pequeña isla. Pero Verbinsky está muy lejos de esa excelente propuesta. El resultado en esta oportunidad queda a medio camino, ofreciendo un mediocre entretenimiento que en su interesante trailer
CRECER EN BARRIOS BAJOS Luz de luna nos pone ante una historia que posiblemente ya hemos visto pero lo interesante reside en cómo su director, Barry Jenkins, cuenta un relato cargado de sensibilidad y duro a la vez. Y es que este cineasta es experto en dramas reflexivos, como lo demostró tiempo atrás con su Medicina para la melancolía (2008). Por esa sensibilidad pasa el canal que nutre a Luz de luna con 8 nominaciones al Oscar (más un Globo de Oro en su poder como mejor drama), que puede sentar batalla a la magnífica La La Land en la noche de los premios. Estamos ante un film que genera una montaña rusa de climas y emociones desde posturas y movimientos de cámara, la fotografía espectacular de James Laxton, hasta la inclusión acertada de una precisa banda sonora que acompaña fielmente a la imagen. La historia se centra en los distintos períodos de vida de Chiron, un joven afroamericano que vive en los barrios bajos de Miami. Un personaje cerrado, triste y solitario que se debate entre las adicciones de su madre, su identidad sexual y el bullying de sus compañeros de colegio. Sumado al contexto violento de la delincuencia y las drogas de las zonas críticas de la ciudad. Jenkins retrata a la perfección en tres grandes bloques la maduración del personaje. Los nombres de cada episodio equivalen a cómo es denominado Chiron por el mundo que lo rodea. Así como también el poster del film es un collage fragmentado de tres rostros distintos pertenecientes a un mismo protagónico durante su niñez, adolescencia y adultez. ¿Cómo se puede encontrar amor en un mundo que excluye su presencia? ¿Cuál es la identidad genuina de ese ser protagónico que no expresa? O tal vez sí, sin decir nada o poco tan sólo con un gesto no verbal, lo esté diciendo todo. Algo está emergiendo de su ser contra su crudo alrededor. Jenkins demuestra con altura de forma suave y seductora una historia de compasión con individuos que piden a gritos un poco de amor. Basada en la obra teatral de Tarell McCraney, Luz de luna es un proyecto ambicioso bien llevado actoralmente por un sólido reparto en el que se destaca el dealer del crack y a la vez un tipo tierno de Marhershela Ali (House of cards). Pero también hacen a la historia un conjunto de actores que con soberbia destreza acompañan el desarrollo personal del protagonista principal. Jenkins logra rápida conexión con el espectador en un drama que sólo crece y crece: Luz de luna es producida por Plan 9 de Brad Pitt que ya logró en el 2013 arrasar en los Oscar’s con 12 años de esclavitud, otra vez ligada a la comunidad afroamericana. Con la crítica americana a su favor luego de su paso por festivales como el de Toronto y Telluride y con una valoración mejor posicionada que La La Land en varios portales web especializados en crítica, Luz de luna se define como candidata principal para este 26 de febrero. Y mientras tanto, recomendamos su visionado en el cine que será un placer a la vista y de una carga emotiva acertada.
UNA CONDENA ARTISTICA Se agradece cuando el cine nacional produce este tipo de películas que mezcla la comedia negra con el thriller y cuenta con algunos actores argentinos de renombre como Jorge Marrale o Norma Aleandro, pero eso no alcanza para una propuesta demasiado pretensiosa que cae en momentos algo ridículos. La valija de Benavidez está basada en uno de los relatos pioneros de la joven y galardonada internacionalmente Samanta Schweblin (una de las promesas de la nueva literatura porteña de menos de 40 años) y se centra en Pablo Benavidez (un siempre correcto Guillermo Pfening), un artista frustrado ante el fracaso de sus obras hasta que decide alejarse del mundo del arte. Benavidez sufre la crítica y el peso del apellido heredado de su padre fallecido, un excelente y exquisito pintor plástico reconocido por colegas y academicistas. La atmósfera se presenta muy siniestramente, con un clima muy extraño guardando, a diferencia del relato escrito, lo mejor para el final. Y ese es el único acierto de la directora y guionista Laura Casabé. Benavidez, que sólo es alentado por su mujer -también pintora-, tiene una discusión con ella al sentir su ego opacado por una interesante propuesta laboral que le ofrecen. Decide, enojado, tal vez envidioso, irse del hogar y acudir a su refinado y elitista psiquiatra. Claro que el cobijo del profesional en aquella mansión guarda muchos secretos. Al film le falta eficacia más allá de la fantasía y las pesadillas que guarda y atraviesa el protagonista. No sólo tenemos un reparto de actores un tanto desdibujados y grotescos como los secuaces y sirvientes del personaje de Marrale. También deparamos en Norma Leandro como una suerte de presentadora y curadora mediocre de potenciales artistas, en una increíble elección de un personaje tan pobre y poco enriquecedor para la vasta carrera de la actriz. A pesar de todo esto, Marrale está llamativamente impecable. Sin embargo el film cae en pasajes cursis con escenas documentadas por cámaras ocultas en la estadía de Benavidez. La valija de Benavidez aprovecha a parodiar al mundo snob del arte y a su consumo financiero. Tal es así que muestra fantasiosamente cómo el psiquiatra introduce al artista en una terapia creativa muy cerca de la locura psicológica para producir piezas de valor continuadamente. Sin embargo, el juego pretensioso con el esnobismo artístico le juega una mala pasada a esta producción que se queda sin mucho para ofrecer en una larga y aburrida narración. Sólo una historia a medio camino en comparación con la lograda El eslabón podrido, de Javier Diment (quien casualmente participa aquí como extra), una suerte de fábula macabra en un pequeño pueblito del interior.
PRESENCIAS ABURRIDAS Todos los clichés típicos de los thrillers de los últimos 15 años más el protagónico de Naomi Watts (encasillada en ese tipo de papeles) hacen de Presencia siniestra, de Farren Blackburn, un producto intrascendente y aburrido, con una duración prolongada para este género que se encuentra devastado de ideas. Watts interpreta a una psicóloga infantil que pierde a su marido en un accidente de tránsito, en el que también su hijastro -interpretado por Charlie Heaton (el hijo adolescente de Winona Ryder en la sublime Stranger things)- queda cuadripléjico y casi en estado vegetativo. En una casa grande en el medio del bosque, la profesional se divide entre cuidar del joven y atender sus pacientes, entre los que se destaca el pequeño Jacob Tremblay -soberbio en el multipremiado drama La habitación-. Este niño huérfano y sordo casi con un papel algo similar a la floja Somnia, antes de despertar, de Mike Flanagan -y que recuerda al fenómeno de Dakota Fanning en los 90’-, se convierte en una obsesión para la protagonista cuando desparece sin dejar rastro. Avasallada por tanta labor, la mujer decide junto a un colega terapeuta que lo mejor será que su hijastro pueda ser atendido en una institución abocada a su dificultad. Sin embargo, las cosas se complican cuando por un lado una tormenta de nieve se avecina y extraños sucesos “fantasmales” comienzan a desarrollarse en su hogar. Esta ensalada de contenidos tan enmarañados, con una vuelta de tuerca recién a la hora, se presenta desacertada y ridícula. En el afán de atar cabos, se vuelve descabellado y poco creíble lo que propone Blackburn. Esta idea mal desarrollada ni siquiera se salva por su importante reparto. Tampoco ayuda su respetable factura técnica, ya que en lo narrativo recuerda mucho a thrillers realizados hace una década atrás; telefilms o películas clases B de este tipo de temática. A Presencia siniestra le cuesta demasiado su arranque y sostenerse a lo largo de su duración. Se vuelve forzada y densa, lejos de cualquier elemento de buen suspenso. Tampoco sorprende a espectadores expertos en estas producciones psicológicas de miedo u obsesión. Compararla a otros films sería contar un poco de su historia, que cae en lugares comunes y lejos de toda aparente sorpresa.
CARTOGRAFIAS SALVAJES Encontrar un film como Fuga de la Patagonia en el Festival Internacional de Cine en Mar del Plata fue una grata sorpresa y que la propuesta se vuelque a salas comerciales aún más. Que producciones nacionales de género pueden ser llevadas a cabo con cierta grandeza y con excelente narrativa sin envidiar a la maquinaria hollywoodense tiene un doble valor. Por un lado, Fuga de la Patagonia profundiza sobre el western épico, poco explotado a nivel nacional, aunque recordemos la lograda Aballay (2011), de Fernando Spiner, y la elogiable Jauja (2014), con Viggo Mortesen, bajo la dirección de Lisandro Alonso. Por otro, cuenta un suceso histórico y real con un ritmo vertiginoso y secuencias encadenadas que ofrecen un máximo entretenimiento. El cine nacional no nos tiene acostumbrados a este tipo de lecturas novedosas, preponderando el drama y los diálogos acartonados. El debut de Javier Zeballos y Francisco D’Eufemia fue una revelación dentro de la Competencia Nacional del Festival, a partir de su relato sobre el escape en 1879 vivido por el explorador y cartógrafo Francisco Moreno -interpretado por un desconocido pero correcto Pablo Ragoni- cuando es acusado por el pueblo mapuche de espionaje gubernamental y por ello, condenado a muerte. Allí comienza toda la epopeya, que incluye un escape por los rápidos ríos de Bariloche, en una secuencia excelentemente filmada con steadycam (arnés al cuerpo) y cámara en mano, que le otorgan un realismo puro, ligereza y un clima de frenesí, donde asombran los ángulos conseguidos. Este pasaje recuerda a la maravillosa Deliverance (1972) donde un grupo de amigos disfrutaban inocentemente de navegar en rafting antes que aquel cañón sea dinamitado. Volviendo un poco a la historia, es destacable la fotografía natural alcanzada por un experimentado Lucio Bonelli (Todos tenemos un plan, Fase 7), que nos deja disfrutar con planos generales la belleza autóctona de los diferentes paisajes sureños. Paisajes que buscan ser escondites ideales para Moreno, perseguido por su propio ahijado mapuche pero también por los cazafortunas de la zona. Con el fin de llegar a un fortín cercano a la zona fronteriza con Chile que lo salvaguarde de la “barbarie”, huye acompañado a caballo, a pie y en balsa. El film también ofrece dos cosmovisiones opuestas de un mismo territorio: la del hombre de ciencia o letras, y las propias del pueblo originario. Uno regido en creencias de dioses vinculados a la naturaleza proveedora; otro con el racionalismo en boga y un catolicismo que presentaba sus primeros indicios de crisis. Una clásica dicotomía estudiada en el secundario y en algunos textos universitarios y que persiste en nuestros días. Tal vez, Fuga de la Patagonia pierda el peso autobiográfico puntillista de films de este estilo y busque una libre versión, pero lo que es imposible de negar es el dinamismo y el entretenimiento visual que ofrece. De hecho, recuerda en su estilo a películas como El renacido, de Alejandro González Iñárritu, donde el juego del gato y el ratón también se ve absorbido por diferentes paisajes andinos. Lo elogiable de Fuga en la Patagonia es que no busca la mirada aleccionadora o manipuladora de una clase sobre otra, sino que sólo se limita a la supervivencia del hombre “blanco” en tierras “salvajes”. Tierras que serían parte del exterminio aberrante impuesto en el gobierno de Julio Argentino Roca a principios del Siglo XX, gracias a las delimitaciones que supo hacer Francisco Moreno. ¿Estaremos ante un film que busca develar las verdaderas intenciones del progresismo de la época para los espectadores actuales? ¿O se trata de romper el mito de héroe en los hombres que formaron la Nación desde una “inocente” delimitación de territorio, como la encomendada a Moreno? Por ser arriesgada y tener espalda para contar un suceso de estas características con una narrativa diferente, este film merece su visionado. Ayuda la participación de un reparto actoral no reconocido pero con alto nivel de interpretación que hace pensar a la crítica que no todo se limita a Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia, actores ya demasiado sobrevaluados internacionalmente. De ahí en más queda en el gusto del espectador despreciarla o regocijarse con un producto profesional de primera línea.