Buen trabajo, soldado Desde el primer minuto de Capitán América: El primer vengador queda muy claro que Joe Johnston era el director indicado para llevar al notorio superhéroe de la Marvel a la pantalla grande. Es que en esta época en donde nuestros héroes tienen que ser tipos conflictuados (Batman, Spider-Man) o súper cancheros (Iron Man, Linterna Verde), trasladar a un personaje como el Capitán, con su falta de humor y su absoluta creencia en luchar para el bienestar de su país, no parece una tarea de estos tiempos en los que demandamos más ironía y menos honestidad en nuestros enmascarados. Por eso, un tipo curtido en esto de las aventuras hechas con esfuerzo y cariño hacia el material como lo es Johnston cayó como anillo al dedo. Basta sino ver su anterior incursión en el mundo de los héroes de historieta con esa pequeña joyita de principios de los noventa llamada The Rocketeer. Al igual que en aquel film poco visto, Johnston hace la diferencia con Capitán América en el tono del relato, en donde se dedica a contar la travesía del soldado Steve Rogers desde ser un ridiculizado alfeñique con deseos de pelear en la Segunda Guerra Mundial y “patearle el culo a los Nazis” hasta someterse al experimento que lo convertirá en el único soldado capaz de liderar a su ejercito en la lucha contra la organización HYDRA liderada por el Cráneo Rojo, un ser que hace que Hitler parezca un nene de pecho. Como discípulo directo de Steven Spielberg que es, y al haber demostrado su mano de artesano en otras películas de aventuras como Hidalgo y Jurassic Park 3, Johnston sabe que todos los efectos por computadora del mundo no pueden opacar un relato clásico bien contado. Por eso, no es casualidad que haya tomado a Los cazadores del arca perdida como modelo a seguir (además de haber trabajado en ese film como director de segunda unidad). Así, Capitán América se mueve dentro del universo de la aventura retro propia de los antiguos seriales de los años 30 que también habían inspirado a Indiana Jones. Otra gran decisión de Johnston estuvo en la elección del reparto, desde un Chris Evans totalmente convincente no solo dentro del traje de superhéroe, sino también al comienzo, cuando lo vemos en el cuerpo flaquito de Steve Rogers, y acompañado por grandes actores como Tommy Lee Jones, Stanley Tucci y Hugo Weaving como el villano de turno (que cuando habla suena igualito a Werner Herzog). ¿Hay fallas? Seguro, sobre todo al final, en donde la interferencia de los estudios Marvel para que todo quede listo y preparado para el estreno de Los Vengadores el año que viene termina perjudicando la trama principal que se estaba contando (además de eliminar toda posibilidad de narrar más aventuras del personaje dentro del marco de la 2º Guerra). Igual no voy a engañar a nadie, después de ver el pequeño avance que hay luego de los créditos, yo también estoy contando los días para que sea mayo del 2012.
Arma de destrucción masiva A Megan Fox la habrán echado de Transformers 3 por haber comparado a su director con Hitler, pero aunque sea un tanto exagerado asimilar a un mero realizador de tanques hollywoodenses con el peor dictador de la historia, en algún punto Megan no se equivoca: Michael Bay es una especie de genio del mal. A Bay la crítica lo calificó de muchas cosas menos lindo, y hasta algunos se levantan enojados diciendo que cada película suya representa la agonía del cine, con sus chorros de grasa escapando de la pantalla, su acción sólo apta para adolescentes adictos al Speed con vodka y su mirada política del mundo orgullosa(y republicana)mente norteamericana (las minorías siempre son denigradas en sus films). Pero quienes tenemos dos dedos de frente sabemos que, si bien no es una locura pensar que lo del director de Bad Boys y Armageddon a veces roza lo vomitivo, esa mirada adolescente esconde algunos destellos de locura y genialidad que hay que ver para creer. ¿Es buscada esa genialidad por el realizador? Lo dudo, pero no por eso deja de ser algo atractivo. Duden de mi capacidad como crítico, pero yo a La Roca la considero una maravilla que funciona del minuto 1 al 120 (¿quién puede odiar una película que tiene a Sean Connery diciendo la frase “Los cagones dicen que van a hacer lo mejor que puedan, mientras que los ganadores se van a sus casas y se cogen a la reina de graduación”?), y creo que Bad Boys 2 está tan llena de odio y maldad hacia la humanidad (desde una persecución en la que se arrojan cadáveres como obstáculos hasta un plano de cinco segundos de dos ratas cogiendo estilo perrito) que parece haber sido filmada por el mismo Satán. El problema es cuando Bay en lugar de abrazar su lado oscuro quiere hacer algo parecido a una película en serio, y allí surgen bodrios como Pearl “nunca voy a mirar un amanecer sin pensar en vos” Harbor o La Isla, en donde las risas no parecen intencionales sino involuntarias. Pero ocupémonos de Transformers. La idea de hacer una película basada en una serie de juguetes en la que unos robots buenos (los Autobots) pelean contra unos robots malos (los Decepticons), y todos se convierten en diferentes vehículos, sonaba demasiado estúpida como para hacerla realidad. Por ende, Michael Bay era el indicado para llevar adelante tal proeza. Lo único que uno espera de un concepto tan bobo es que al menos cuando los robots se matan a trompadas, el tipo lo haga lindo y entendible para que nos podamos distraer un rato y después ir a casa a jugar con los muñecos reales. Pero hete aquí el problema que Bay encara en toda la saga, incluida la reciente tercera parte. Primero, que cuando los robots no están en pantalla, a Bay se le da por perder el tiempo con Shia LaBeouf y sus “problemas adolescentes” o metiendo un sinfín de escenas de dudosa comicidad en donde los chistes racistas y de doble sentido a lo Poné a Francella están a la orden del día (en esta tercera parte es vergonzoso lo que obligan a hacer a buenos actores como John Malkovich y Frances McDormand). El segundo problema tiene que ver con la constante necesidad de crear una trama complicada alrededor de la acción que justifique las luchas robóticas. En la uno era una “Chispa Suprema” que buscaba el villano Megatron vaya a saber para qué, la dos tenía algo llamado “La matriz de liderazgo” que hacía que el sol se apague (¿?) y en la actual tenemos unos “pilares” que hacen de apertura del planeta robot a la tierra, y todo esto es explicado cientos de veces en diálogos que son pura solemnidad berreta (poco ayuda el tono de pocos amigos que tiene Optimus Prime). Pero ojo que cuando llega la acción y hay que mandar literalmente todo a la mierda, ahí aparece el Bay que más nos gusta. En la segunda parte de El lado oscuro de la luna es tal el nivel de destrucción y explosiones en la ciudad de Chicago que hace que el 11 de Septiembre parezca una caída de ceniza volcánica en Buenos Aires. Es en esa segunda mitad, en la que los Decepticons aniquilan a los humanos descarnadamente convirtiendo el lugar en un auténtico Ground Zero, en donde parece renacer el costado oscuro y misántropo de Bay que estallaba en Bad Boys 2. Sólo con eso, sumado a un par de escenas grandiosas, como un edificio vidriado colapsando con los protagonistas adentro y los soldados zambulléndose en plena batalla con unos trajes voladores especiales, pareciera que estamos por lo menos ante el mejor Bay que se pudo ver en toda la saga. Lástima que tengamos que esperar casi una hora y media de planos publicitarios y tomas sugestivas del culo de la reemplazante de Megan Fox para llegar a divertirnos con tanta malevolencia y destrucción. ¿Será el precio a pagar por presenciar la verdadera obra del diablo?
Empanada western Últimamente siento que estoy en un capítulo de La dimensión desconocida. Ya me estaba acostumbrando a cosas tan extrañas como que lluevan cenizas o que River esté al borde de jugar en el Nacional B cuando me vengo a enterar, leyendo las críticas de los diarios y chequeando el sitio todaslascriticas.com.ar, que el consenso sobre la nueva película de Fernando Spiner dice que se trata de “un más que digno exponente del western hecho en Argentina”. Obviamente que estamos hablando de criterios subjetivos, pero me cuesta creer tan favorable recepción. Y aclaro que soy el primero en enarbolar la bandera de “más cine de género y menos películas festivaleras en nuestro país”, pero una cosa es homenajear o referenciar con respeto y profesionalismo (como en Fase 7) y otra es hacer cualquier pastiche a ver qué sale (Sudor frío). Pero volvamos al asunto en cuestión. El comienzo de Aballay es más que prometedor. Un grupo de gauchos cuatreros, liderados por el personaje del título (Pablo Cedrón, hundido entre tanta cabellera facial) asalta un carruaje custodiado por soldados del ejército en busca de oro. La escena de persecuciones a caballo y tiroteos remite claramente a La diligencia de John Ford, y Spiner la filma con la intensidad y tensión correspondientes. Pero luego de una sangrienta ejecución, y de que Aballay se da cuenta de que el hijo del asesinado fue testigo de la matanza, pasamos a un corte a negro y al famoso cartel de “10 años después”. Y acá todo se vuelve barranca abajo, principalmente porque el protagónico pasa a ser de Julián, aquel niño ahora convertido en un joven que sólo tiene la venganza de su padre como objetivo, pero que en la inexpresiva interpretación de Nazareno Casero (con falso bigote incluido) nos impide que logremos algún tipo de identificación con él. Tampoco ayuda que Spiner jamás pueda impregnar su cuento de un tono uniforme, buscando quizás los aires épicos del cine de Sergio Leone pero careciendo de la firmeza y la pasión características en los films del realizador italiano. Transcurrida la segunda mitad de Aballay todo empieza a tener un aire enrarecido, casi surreal, con planos en cámara lenta, un montaje plagado de transiciones sin sentido y actuaciones totalmente fuera de registro (entre ellos Horacio Fontova y un exacerbado Gabriel Goity escupiendo frases bíblicas en gallego, no miento). Sobre el final uno no sabe si el director realmente se quería tomar en serio lo que estaba contando o se dio por vencido y apostó por hacer de todo un absurdo gigantesco. A juzgar por el silencio absoluto que había en la sala donde se proyectó la película, me juego por lo primero. ¿Estamos hablando de un desastre absoluto? No, pero casi. Es admirable la apuesta de adoptar los códigos del western a la idiosincrasia gauchesca y se notan las buenas intenciones de sus realizadores, pero a esta altura el cine argentino ha avanzado demasiado como para que nos conformemos solamente con es
Mutantes y orgullosos de serlo Cuando se habla de la resurrección que tuvieron en esta última década las películas de superhéroes, es inevitable mencionar a la primera X-Men de Bryan Singer como factor fundamental de este fenómeno. El director de Los sospechosos de siempre demostró que se puede adaptar un comic con mutantes y gente superpoderosa con la seriedad que corresponde, bien lejos de los mamotretos cercanos a la clase B que se venían haciendo anteriormente. Lo que siguió después (los Spiderman, los Batman Inicia y demás) ya es historia conocida; la cuestión es que actualmente los dólares y la tecnología han hecho que Hollywood pueda llevar cualquier superhéroe de historieta a la pantalla grande, convirtiendo lo que antes era conocido como un subgénero más dentro de la acción y la ciencia ficción en un género que ya tiene vida propia (y eso que este año todavía faltan dos apuestas importantes, Linterna Verde y Capitán América). Las posibilidades de sacar provecho de esta corriente son muchas, por eso a primera vista la idea de hacer una precuela de la primera X-Men contando los orígenes de Magneto y el Profesor X sonaba más a negocio que a otra cosa, y sumado a la dudosa calidad de las dos últimas películas de los mutantes (X-Men 3 y Wolverine), la cosa no daba para confiar. Por suerte, si bien X-Men: Primera generación no llega a los niveles de un Batman: Caballero de la noche o un Hombre Araña 2, es un paso adelante para la saga de mutantes aunque sin llegar al nivel de la segunda parte (en mi opinión la mejor de la saga). Pero vayamos a los aciertos. El regreso de Bryan Singer en el rol de productor y coguionista se nota ya en la primera escena del film, una réplica exacta del comienzo de la primera X-Men adonde vemos cómo el joven Eric Lensherr es separado de su familia en plena época del Holocausto. Poco después veremos a un pequeño Charles Xavier en la cocina de su mansión descubriendo a la camaleónica mutante Raven (más adelante conocida como Mystique) a quien trata afectuosamente y termina adoptandocomo hermana. En ambos prólogos se delinean los perfiles de los dos protagonistas, y la relación creciente entre ellos constituye el corazón de esta nueva X-Men. La contraposición entre el pasado tormentoso de Eric y la infancia llena de privilegios que tuvo Xavier marcará los puntos de vista que más adelante adopten sobre la posición de los mutantes en la sociedad, uno llevado por el odio y el otro por la compasión. Estaríamos en problemas si estos dos personajes no funcionaran dentro del relato, y acá está el mayor merito de X-Men Primera generación, ya que tanto James McAvoy como Michael Fassbender le otorgan la profundidad y el carisma suficiente a sus papeles como para hacerlos propios sin caer en comparaciones con los actores de la trilogía original (nada menos que Sir Patrick Stewart y Sir Ian Mc Kellen). Otra gran jugada de Singer y el director Matthew Vaughn (que venía de la excelente Kick-Ass) fue la de situar a estos seres fantásticos en el marco de la crisis de misiles entre Estados Unidos y Cuba en los años 60 (similar a lo que Zack Snyder había hecho con Watchmen). Esa época de paranoia y peligro nuclear sirve como marco perfecto para el enfrentamiento posterior entre los mutantes y la humanidad que funciona como base de las primeras películas. También hay fallas, más que nada en el poco desarrollo de algunos personajes secundarios (algunos mutantes como Azazel o Havoc apenas tienen una línea de dialogo), el uso un tanto exagerado de efectos especiales (el maquillaje de Bestia por ejemplo) y la necesidad sobre el final de apurar los trámites para que cada personaje caiga exactamente en el lugar en donde se inicia la primera película (es inentendible en ese sentido la decisión que toma Mystique de pasarse al bando de Magneto). Pero más allá de sus aciertos y errores, se nota en X-Men: Primera generación la intención de sus realizadores de hacer un producto digno y evitar la ridiculez que fueron los últimos filmes de la saga. Mientras tengan a McAvoy y a Fassbender como protagonistas y a Vaughn y Singer detrás de cámaras, los Hombres X estarán en buenas manos.
Monkey business Marina Y Santiago, sospechosamente de acuerdo (¿qué les está pasando, chicos?), vieron Piratas del Caribe 4 y vuelven para contarlo (via mail). Santiago: cuando escuché allá hace tiempo que iban a hacer una película de aventuras basada en un parque de diversiones de Disney pensé que se trataba de un mal chiste. ¿Qué iba a seguir después, una adaptación del Samba de Ital Park? Sin embargo la primer Piratas del Caribe fue una gran sorpresa, más que nada gracias a la excelente creación de Johnny Depp, ese pirata picarón y carismático llamado Jack Sparrow. Lo que el personaje demostró en la primera parte es que no basta con tener solo a un héroe perfecto y sin fallas que luche por rescatar a su amada (como el Will Turner que hacía Orlando Bloom), hace falta esa contraparte que carezca de la misma moral y cuyas acciones en el relato sean para su propio beneficio. Eso fue Han Solo en La guerra de las galaxias y lo es Jack Sparrow en Piratas del Caribe. Ahora llegamos a la cuarta película, en la que se coloca a Sparrow como el protagonista absoluto sin ningún partenaire masculino con quien generar esa tensión. Al menos para mí, de entrada no era una buena señal. Marina: bueno, pero tensión podía haber habido y de la buena porque digámoslo, vos hablás de “partenaire masculino” pero acá está Penélope Cruz, redonda y fajada, con las tetas más grandes que nunca y vestida de hombre casi todo el tiempo. ¡Podía haber tensión! De hecho me acuerdo de tu nerviosismo cuando después de la primera pelea, en la que ella está disfrazada de Jack Sparrow hasta con barba y bigotes, él la besa sin sacarle la barba y todo se pone un poco gay. Lo que pasa es que Penélope está fatal, con su inglés pésimo y su…no sé, ¿estatismo? Está como muy apagada, boba, no parece que se divierta, mientras que Johnny Depp bueno, se repite pero juega y de verdad, se nota que le encanta ser Jack Sparrow. Por eso el comienzo de la película es lindísimo, todo lo que esperamos de él, esa picardía de pinchar el pastel y burlarse del gordote rey inglés y escaparse por una ventana. Ojalá eso se hubiera mantenido, ¿pero qué diablos pasó después? Siempre pasa con Piratas del Caribe que hay un momento en que las películas se apelmazan, pierden el rumbo y la intensidad, ¿no? Dejás de entender y deja de importarte todo lo que pasa. Acá, un poco porque los personajes van saliendo como de la galera, y son bien flojos. Santiago: totalmente de acuerdo Marina. El problema es que si tu trama es una carrera contra el reloj en busca de un tesoro perdido (que es básicamente a lo que se resume toda la saga) necesitas darle cierto ritmo a ese relato mediante acciones, no con largas explicaciones de por qué tal aparato sirve para entrar a la tumba que esconde un objeto mágico que abre el cofre del tesoro (o lo que sea). Al menos en las anteriores había un director creativo como Gore Verbinsky, que supo inyectarle algunas dosis de locura y ridiculez a todo ese quilombo, pero acá tenemos al insulso Rob Marshall de Chicago y Nine, que parece incapaz de entregar una mirada distinta a las escenas de acción (básicamente son luchas de espadas y escapes de Sparrow que carecen de todo ingenio). Los únicos dos aspectos que para mi salen ilesos de esto son la presencia de Geoffrey Rush que parece pasarla bomba con su capitán Barbossa y (acá va a haber pelea) la inclusión de las sirenas, que no es del todo aprovechada (podían haber sido más misteriosas y menos monstruosas) pero al menos representan lo único que no se vio en las películas anteriores. Marina: bueno, pero eso es cambalache, tipo “a ver qué bicho podemos meter”. Es como hacer un guiso sin ideas buenas, y creeme que soy pésima cocinera y sé de qué te hablo, te puede salir muy mal. A mí me molesta que las sirenas no sean sirenas, es decir, primero son chicas de propaganda de Levi´s más que otra cosa, y cuando emergen del agua y rodean el barco está medio bien, pero después sacan los colmillos y resultan que son tipo vampiros, y encima saltan como pirañas y nadan a toda velocidad digital…ahí se desdibujan. Me quedé pensando que una historia de amor entre una sirena, que está todo el tiempo desnuda, y un curita, podía haber sido súper atractiva también. Pero capaz le estoy pidiendo a Piratas del Caribe una sensualidad que no da. Lo que sí se le puede pedir es aventura, y la verdad que al final resulta ser una copia confusa de Indiana Jones y la última cruzada, ¿no? Están los cálices, la fuente de la vida, la elección entre tomar de una u otra copa que pueden darte la inmortalidad o matarte, la decisión de Jack Sparrow de salvar a su chica como Indy quería salvar al padre, pero todo más fofo, con la aparición a último momento de esos españoles que estaban al principio de la película y después desaparecen de la trama. Siempre fue un problema de estas películas esa estructura demasiado laxa que las convierte en una sucesión de truquitos y gags mal cosidos (Jack Sparrow colgado de una palmera, Jack Sparrow saltando de un acantilado, Jack Sparrow haciéndose pasar por juez, etc.), y eso aburre. Es todo lo contrario a nuestra amada Rápido y furioso: sin control, que tiene escenas de acción zarpadas y bien metidas en una misión bien nítida. Vamos a ver qué pasa este jueves con The hangover 2, que viene con monito incluido y esperemos que no lo desaproveche como esta Piratas del Caribe. Santiago: Debería haber una regla en el cine que diga que toda película es mejor con la inclusión de un monito gracioso, aunque Marshall no piense lo mismo. En fin, veníamos bien con los tanques de Hollywood hasta ahora (tampoco olvidemos al querido Thor) así que espero que esto haya sido un simple traspié entre tanta producción pochoclera que se viene (yo le pongo mis fichas a Linterna Verde y a Super 8). En todo caso, siempre tendré La isla del Tesoro a mano o el Monkey Island en mi compu para recordar que las aventuras de piratas alguna vez fueron divertidas.
Máxima velocidad Es extraña mi relación con Rápido y furioso. No soy fanático de ninguna de las cuatro películas que conforman la saga (aunque me parece muy entretenida la historia de amor gay disfrazada de película de acción que es Más Rápido más furioso), pero aún con sus irregularidades y defectos me resultan películas simpáticas. Es cierto, los guiones parecen haber sido escritos con crayones por nenes de cinco años y los actores, de madera terciada, no hacen otra cosa que posar para las cámaras y dárselas de cancheros que se las saben todas (Paul Walker especialmente). Pero hay algo que no puedo negar, y es que cuando veo una buena escena de acción en la que me siento involucrado, los diálogos tontos y los clisés constantes pueden pasar a un segundo plano. El problema es que con cuatro películas a cuestas el margen para la sorpresa se va achicando cada vez. ¿Cuánto más se puede exprimir una franquicia que sólo se basa en tener autos copados, chicas lindas en bikini y tipos musculosos? Mucho más parece, porque Rápidos y furiosos: Sin control es por lejos la mejor película de toda la saga. Hay varios aspectos fundamentales en los que Justin Lin (director también de la tercera y la cuarta) superó con creces todo lo hecho anteriormente. En primer lugar, estructuró esta quinta parte no como una película de carreras ilegales sino como un film de robos al estilo Oceans 11 y La estafa maestra. Luego se dedicó a un objetivo muy simple: hacer persecuciones de coches que te vuelen la cabeza, y vaya si cumple, con el mérito extra de no utilizar efectos por computadora y hacerlo a la vieja usanza con dobles de riesgo. Es que si no te parás y aplaudís después del robo a los autos de la DEA adentro de un tren (con caída libre de un puente incluida) o de la persecución final en la que nuestros héroes escapan de la policía brasilera cargando con sus autos una bóveda gigante (las leyes de la física no son del todo aplicables acá) y destruyendo medio Rio de Janeiro a su paso, es porque no tenés sangre en las venas o quizás querías ir a ver Agua para elefantes y te equivocaste de sala. Pero sin dudas el aspecto fundamental que eleva a esta quinta parte por encima de las demás se resume en un nombre: Dwayne “La Roca” Johnson. Ya desde su primera aparición como el agente federal encargado de encontrar a nuestros héroes, no hay dudas que la película entera la pertenece a él. Con su físico de luchador profesional que lo asemeja a una suerte de Godzilla anabolizado, y sudando constantemente como si no se hubiera bañado en semanas, La Roca le inyecta a la pantalla todo su carisma y su testosterona, que tendrá su punto máximo en la pelea mano a mano (brutal, con cada golpe sintiéndose como estruendos en la sala) con ese otro gigante de cabeza rapada llamado Vin Diesel. Todo esto, sumado al regreso de varios personajes de las películas anteriores como los raperos Tyrese y Ludacris (que aparecen en la segunda) y el japonés Han (que había muerto en la tercera, pero no pidan lógica en este universo), hace que Rápidos y Furiosos: Sin control sea una fiesta total de adrenalina y destrucción vehicular. Y juzgando por la escena que aparece después de los créditos, todavía tiene nafta para rato.
Meta-terror posmoderno Cuando en 1996 se estrenó la primera Scream, Wes Craven y el guionista Kevin Williamson le dieron al cine de terror el shock necesario para reanimar el género y al mismo tiempo reflexionar sobre él. Más allá de las citas y de la autoconciencia sobre los clichés típicos de las “slasher movies” y sus reglas (lo que permitía que el creador de Pesadilla se riera también de sus propios films) la película era protagonizada por los mismos adolescentes que miraban esas slashers y se sabían todos sus trucos de memoria. Conciente o inconcientemente, Craven y Williamson retrataban a una generación específica, aquellos adolescentes frutos del posmodernismo que absorben elementos de la cultura pop y hacen del material ajeno algo propio. Con esa idea la dupla director/guionista se salió con la suya en dos ocasiones más (aunque la tercera contó con Williamson solo como productor y eso se nota) hasta llegar a esta cuarta entrega, estrenada casi diez años después de la anterior. Scream 4 arranca con dos chicas adolescentes discutiendo sobre películas de terror recientes como la saga El juego del miedo y Hostel, quejándose de cómo el genero fue reemplazado por la tortura y el shock, hasta que aparece la clásica llamada de Ghostface (“¿Whats your favorite scary movie?”) y la posterior mutilación de dichas jovencitas por parte del asesino enmascarado. Ah, pero no era Scream 4 lo que estábamos viendo sino Puñalada 4, el film dentro del film que sirve como parodia/espejo de la película principal. Ahora tenemos a Anna Paquin y a Kristen Bell frente a una tele hablando de las películas de terror posmodernas que se la dan de cancheras parodiándose a sí mismas y al género en general ¿Ya empezó Scream? No señor, el titulo dice Puñalada 5, el film dentro del film dentro del film. Y así sucesivamente, hasta que de una vez por todas aparece con toda la pompa el titulo SCREAM 4. Es un comienzo ingenioso que da la pauta del carácter autorreferencial que caracterizó siempre a esta saga, pero también supone una apuesta: que la película que ahora empieza constituya algo nuevo, que no caiga en las trampas en las que caen las secuelas en el cine de terror, y acá es cuando se ven los problemas de esta cuarta parte. Cuando ya sos conciente de la autoconciencia ¿Tiene sentido seguir siendo autoconciente? Estos diez años que pasaron entre la anterior Scream y esta cuarta parte no sólo daban el pie para comentar el estado del género, con la proliferación de films de “found footage” al estilo Actividad paranormal o el “torture porn” ya citado en el inicio, sino que permitían generar nuevas reglas y hasta un interesante comentario acerca de las remakes que buscan repetir el éxito del film inicial, pero no, porque más allá de algunos chispazos de ingenio (después de todo Craven sabe moverse en estas aguas) otra vez nos encontramos ante las repetidas desventuras de Sydney Prescott junto al policía Dewey y la (ahora retirada) periodista Gale, descubriendo al nuevo responsable de los asesinatos de Woodsboro al mejor estilo Scooby Doo mientras escapan de sus ataques. Muy vivos que son, tanto Craven como Williamson sabían que volver a las glorias pasadas era una tarea difícil, por eso deciden sobre el final de la película relegarle a Sydney una frase que resume todo el proyecto: Never fuck with the original. No hacia falta aclarar lo obvio, Wes.
Dioses y monstruos Llevar a un personaje del comic como Thor a la pantalla grande no era una tarea fácil. Se pueden respetar ciertos aspectos del material original e ignorar otros, pero todo se reduce al tono requerido para contar su historia. Si vas a narrar el origen del dios del trueno con la gravedad propia de un Ricardo III corrés el riesgo de llevar al personaje a un grado de solemnidad que no lo amerita. Por otro lado, si te lo tomas demasiado para la chacota el resultado puede ser una berretada como Flash Gordon o He-Man: La película. Por suerte para nosotros (y los ejecutivos de la Marvel) el director Kenneth Branagh no optó ni por uno ni por otro. Simplemente se dedicó a respetar la historieta creada por Stan Lee y Jack Kirby, y logró como resultado una película de superhéroes que puede sentarse orgullosamente al lado de sus compañeras de rubro como la primera Iron Man y El increíble Hulk. Pero si bien el tono requerido para contar estas historias fantásticas larger than life son vitales para el éxito del proyecto, también es importante que el héroe en cuestión nos cause empatia y no sea otro de esos tantos carilindos sin carisma que se pasean en Hollywood, y he aquí el segundo gran hallazgo de Thor. Al igual que Robert Downey Jr. en Iron Man, el ignoto Chris Hemsworth está perfecto en el papel protagónico, mezclando nobleza, testarudez y humildad tanto en plena batalla contra gigantes de hielo en Asgard como paseándose perdido por la tierra buscando recuperar el poder de su martillo Mjolnir. Ayuda también que lo hayan rodeado de grandes actores, desde la científica que interpreta la bellísima Natalie Portman hasta el poderoso Odin que hace con oficio y sin exagerar (cosa que se temía) Anthony Hopkins. El argumento de Thor alterna entre el reino fantástico de Asgard, majestuosamente capturado por gracia y obra de los efectos digitales, y la estadía del héroe en nuestro planeta una vez que es desterrado por su padre ?el rey Odin? luego de actuar impulsivamente y desatar una guerra con el reino de Jogunheim. Es en la Tierra donde el film descansa de cierta gravedad previa con momentos de humor bastante logrados (la frase ¡give me a horse! hizo reír a la sala entera). También es cierto que produce algunos desbalances narrativos cuando uno ya se pone impaciente por ver a nuestro héroe recuperando sus poderes y destruyendo a sus enemigos a martillazo limpio. Pero los problemas no eclipsan el todo, porque a la hora de introducir un nuevo superhéroe de la familia Marvel, Thor es un más que digno exponente del género. ¿Qué significa esto para el megaproyecto de Los vengadores, a estrenarse el año que viene? Todavía es temprano para sacar conclusiones (hay que esperar también cómo rinde Capitán América en un par de meses), pero una cosa es segura: Con imaginar a Thor y a Tony Stark compartiendo pantalla y peleándose constantemente ya se nos hace agua la boca.
El último gran héroe Lamentablemente ya no estamos en los ochenta, aquella época gloriosa del cine de acción en el que estrellas como Arnold Shwarzenneger, Silvester Stallone y Bruce Willis llevaban gente a las salas con solo nombrarlos. Tiempos en que los héroes de las películas de acción eran verdaderos animales cinematográficos, tipos musculosos y rudos que llenaban la pantalla con su sola presencia física. Ahora, lo que conocemos como héroes de acción son adolescentes carilindos como Orlando Bloom o Paul Walter, incapaces de intimidar a un pequinés. Sí, hay también algunos intentos (más que nada fallidos) de querer volver a esas épocas de gloria, con tipos como Vin Diesel y Dwayne “The Rock” Johnson, pero es inútil: las épocas de Arnie y Sly se terminaron (pese al intento de revival que significó Los indestructibles). Pero cuando parece que el modelo de estrella de cine de acción es cada vez más prehistórico, ahí lo tenemos al gran Jason Statham. Con su pelada resplandeciente, sus abdominales hiper trabajados y su rostro firme y decidido, este actor ingles logra mantener viva la llama del cine de acción más puro. Ya sea manejando su BMW por los techos de un edificio en la saga de El Transportador o corriendo a contrarreloj en las desaforadas Crank y Crank: High Voltaje, Statham logra convencernos de que cualquier proeza física es posible, y eso porque a diferencia de sus competidores, él sabe cuáles son sus limitaciones actorales (lo que no quiere decir que sea mal actor) y deja que sean sus puños y sus patadas los que actúen por él. En El Mecánico Statham interpreta un asesino a sueldo (¡cuándo no!) que luego de caer en una trampa que lo lleva a matar a su jefe, se dedica a entrenar en el oficio al hijo del mismo (Ben Foster), un joven drogadicto y sin rumbo que quiere vengar a su padre a toda costa. La película se deja ver, tiene un espíritu propio de los thrillers de los setenta como A quemarropa de John Boorman y las escenas de acción no están mal, pero no es algo que pasará a la historia ni mucho menos. Y es por eso que lo de Statham es más valorable todavía, ya que su sola presencia y su porte hacen de El Mecánico algo mucho más disfrutable de lo que realmente merecería ser. En un mundo perfecto no tengo dudas de que Jason Statham sería la superestrella de acción más codiciada del planeta, pero como dije al principio, ya no estamos en los ochenta.
Fantasías de un nerd ¡Ay Zack Snyder! Ya no sabemos qué hacer con vos. Bah, en realidad los que se están preguntando eso son los ejecutivos de Warner Brothers, que después de la plata que les hiciste llover con 300, te dieron rienda suelta para que hagas lo que se te cante. Primero te la jugaste llevando al cine la inadaptable novela gráfica Watchmen, con resultados dispares (respeto tu fidelidad al material original, aunque le erraste con el tono buscado por momentos) y ahora te concedieron el capricho de que hagas “tu” película, que te la juegues con un proyecto personal salido de tu propia imaginación. ¿El resultado? Este mutante llamado Sucker Punch. Ahora, entre nosotros: hay algo que está claro, y es que Snyder es un gran creador de imágenes y no hay un segundo en Sucker Punch que no tenga su firma. Cada plano está pensado estéticamente al detalle; es casi como ver una serie de storyboards animados moviéndose constantemente. El problema es que Snyder, al pensar más como dibujante de comics que como director de cine, se preocupa más por lo que rodea al cuadro que lo que contiene el cuadro en sí. La historia es la de Babydoll, una adolescente abusada por su padrastro que luego de matar accidentalmente a su hermana menor va a parar a un hospital psiquiátrico. Allí, con la ayuda de cuatro compañeras ideará un plan para escaparse, no sin antes robar cinco objetos que facilitarán su liberación. Parece sencillo de explicar, de no ser porque el amigo Snyder cree que la mejor manera de mostrar esta liberación es a través de la imaginación de la protagonista, que se ve a sí misma como una guerrera salida de un manga (dale Zack, admití que de chico te masturbaste viendo Sailor Moon) y que junto a sus amigas lucha contra robots samurais, zombis nazis, orcos, dragones y cualquier otro monstruo salido de la cabeza de un freak con mucho tiempo jugando con su Nintendo. Voy a reconocerlo: como autodeclarado nerd que soy reconozco que disfruté algunos de los delirios visuales, que mezclan la sexualidad fetichista de comics tipo Heavy Metal con el ralenti propio del videoclip (la banda sonora tiene covers de Pixies y Queen) y la narración a modo de niveles de un videogame. Pero ese disfrute es superficial, porque a Snyder poco parece importarle el sentido o la conexión que dichas fantasías tienen con la historia principal, y simplemente son una excusa para volver a lanzar toda su parafernalia pop hacia el espectador. Todo muy súper cool y colorido, pero cuando más allá de las luces, las chicas con ametralladoras, los monstruos y los ralentis no hay casi nada más, el interés de uno dura lo que un videoclip o una viñeta de comic. Ok, lindo. ¿Qué sigue? Los caprichos de un director tienen su costo a veces. Por cada Donnie Darko hay un Southland Tales. Lo mismo pasa con Matrix con sus secuelas y con Brazil y Los Hermanos Grimm. Ahora a Snyder le toca hacer la nueva de Superman. ¿Dejará de lado sus fantasías nerds o las reforzará al máximo? Por el amor que le tengo al hombre de acero, espero que sea lo primero.