Una crónica policial con un subtexto bien elegido pero mal utilizado. Cuando Slash Film anuncio el rodaje de una película llamada Killing Them Softly cuya primera foto es de Brad Pitt, de negro, campera de cuero y una temible escopeta me llamó la atención. Cuando me enteré de que la trama lo tenía en el papel de un sicario convocado por la mafia para hacer un ajuste de cuentas, (entiéndase “hacerse cargo” de alguien), me atrajo aún más. Pero ¿Por qué a pesar de lo atractivo que era este policial tenía el presentimiento de que algo no andaba bien? Ese presentimiento se debe al hecho de que su realizador fuera Andrew Dominik, cuya última película, El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford, aunque visualmente espectacular, era narrativamente soporífera y carente de ritmo; una consecuencia directa de lo que creo es una inconsciencia de las diferencias que existen entre el lenguaje literario y el cinematográfico. En su más reciente opus no solo comete el mismo error, sino que quiere insertar un subtexto sobre la crisis económica que más que sumar resta. ¿Cómo está en el papel? La película es una crónica policial hecha y derecha. Cuando la narración está inscripta dentro de este formato, por más arraigado que este en la ficción, hay muy poco espacio para el subtexto y si lo hay se debe tener cuidado de cómo se lo mete. Lo que esta película pretende contar a través de su subtexto es que la mafia es un negocio como cualquier otro en los Estados Unidos, y la crisis económica les afecta a ellos como a cualquiera. Infortunadamente la película profundiza demasiado en conversaciones que no tienen peso dramático y tienen más sentido en una novela, y un personaje, el de James Gandolfini, cuya presencia y divagues ponen verdaderamente a prueba la paciencia del espectador haciéndole llegar a la conclusión que su personaje está completamente de más. Cuando hablo de un subtexto mal utilizado quiero decir que el mismo no es aprovechado y hasta incluso esta de adorno. Dominik decía que él quería aggiornar el espacio y el tiempo de la historia de los turbulentos años 70 —con Vietnam y Watergate a la cabeza— en los que transcurría la novela original a la Crisis Económica que durante los últimos años sacudió a Estados Unidos con Bush primero y con Obama después. Este es un prospecto interesante ya que cada película es producto de su lugar y de su tiempo y cuando una novela está bien escrita sus premisas pueden ser universales y atemporales. Pero el problema con el subtexto en esta película es que este no es funcional a la trama. Hay conversaciones divagantes y escenas de muerte filmadas de una manera totalmente romantizada, y su idea de usar el subtexto para subrayar dichas escenas es hacer que convenientemente haya un televisor en la escena —o un Voice-Over— donde hablan Bush o Obama, que sin importar lo que digan, uno no encuentra la relación entre el discurso de ellos y lo que acaba de pasar en pantalla. Recién en el final, hay una discusión entre Brad Pitt y Richard Jenkins que más o menos deja en claro cuál era la intención a nivel tema de la película; si la hubieran puesto en el principio en vez del final otra hubiera sido la historia; aunque no haría más que sencillamente dificultar el chato tratamiento temático que eventualmente resulto ser. La película se hubiera ahorrado muchísimos problemas si simplemente se hubiera limitado a narrar el ajuste de cuentas mafioso, no darle tanto diálogo y desarrollo a un personaje que al final no tiene funcionalidad en el objetivo principal, y omitir el subtexto de la crisis económica si no lo saben usar. Temas no les iban a faltar. El personaje de Brad Pitt se define como un sicario que le gusta matar de lejos; sólo con eso se podían haber armado un desarrollo temático de aquellos, pero no. ¿Cómo está en la pantalla? La fotografía y cámara de la película son excelentes. El dominio estético de Dominik no está en discusión de ningún modo, manera o forma; es más: es la contracara de su labor guionística. Los ambientes que crea y su manera de mover la cámara son verdaderamente exquisitos, lástima que están al servicio de un guión que se complica las cosas al divino botón. El punto álgido es una escena donde el sicario a cargo de Brad Pitt comete el primer asesinato de la película; filmado a cámara lenta (con cámaras de alta, alta, altísima velocidad) de tal modo que vos ves con lujo de detalle cómo se expulsa el casquillo de la recamara del arma y como la corredera mete la siguiente munición. Es uno de esos directores con los que llegás a la conclusión de que producirían mejores trabajos con un guion ajeno o si persiste en tipear sus historias, deseas que se consiga un co-guionista. A nivel actuación, Brad Pitt está muy bien como el sicario protagonista arrojando perlas memorables de diálogo que son, sin discusión, lo mejor de la peli. James Gandolfini, a pesar de que nadie debate el excelente talento actoral que despliega, por desgracia es maldito acá con un rol que, aunque encarado con mucho profesionalismo, no es funcional en absoluto a la trama. Conclusión Una sencilla historia con un personaje exquisito, echados a perder por la desubicación entre cine y literatura y un subtexto con potencial pero que está demasiado metido con calzador. El carisma de Brad Pitt hace que las extensas y divagantes conversaciones sean un poco más llevaderas, pero no lo suficiente como para salvar a esta película de la zozobra.
Un mosaico que si bien sabe cuándo eludir lo turístico, pierde interés a mitad de camino ¡¡¡AZUCAAA!!! Perdón, tenía que hacerlo. Cuando el editor-en-jefe me pasó la invitación de prensa de esta película, inmediatamente pensé que me estaba por comer un folleto turístico de 129 minutos sobre la belleza de Cuba. Afortunadamente, el título en cuestión elige meterse menos en lo turístico y más en lo autóctono. Ya que es un compilado de cortos, reseñaré cada uno individualmente: EL YUMA de Benicio del Toro ¿De qué la va?: Un actor visita Cuba para estudiar cine, y al trabar amistad con su chofer se adentra en la noche cubana con el objetivo de conquistar mujeres. ¿Y qué tal?: Benicio del Toro se las ingenia bastante bien detrás de la cámara. No para decir “A la mierda, dirige tan bien como actúa”, pero creo que con unos cortos más va a estar listo. Sabe mantener el pulso, se vale de sus truquitos visuales y aunque tiene un final satisfactorio a medias, la vuelta de tuerca que lleva al mismo es interesante. JAM SESSION de Pablo Trapero ¿De qué la va?: Emir Kusturica visita Cuba con motivo de un festival de cine, pero decide saltearse el cocktail y acompaña a su chofer a ver la banda de Jazz donde éste último toca. ¿Y qué tal?: No ponen ningún cartel que lo indique, pero te das cuenta al toque que este es el corto de Trapero. Tiene sendos planos secuencia; hasta hay uno que está filmado de la misma manera que el final de Carancho. En la mezcla de sonido hay mucha atención al detalle; por más fuerte que oigas la trompeta, llegas a oír claramente el ruido de la digitación del instrumento. No hay mucho conflicto, pero lo que garpa el corto es la actuación de Kusturica, que se ríe de sí mismo de una manera descomunal, y la relación que establece con su chofer. LA TENTACION DE CECILIA de Julio Medem ¿De qué la va?: Un joven empresario español se enamora de una cantante de lounge cubana y se la quiere llevar para su país. El problema es el noviazgo de la mencionada cantante con un beisbolista venido a menos. ¿Y qué tal?: De todos los cortos, es lejos el mejor; a nivel guión, actuación y dirección; todo esto por no decir un montaje exquisito. El único de todos con un conflicto concreto, sostenido y un desarrollo satisfactorio. DIARIO DE UN PRINCIPIANTE de Elia Suleiman ¿De qué la va?: Un turista palestino espera que su embajada le concrete una entrevista. ¿Y qué tal?: EM-BO-LAN-TE. A partir de acá la peli, como un todo, se empieza a ir a pique. Este segmento no es otra cosa que el mencionado Suleiman caminando de aquí para acá, mirando a cámara con cara de culo, contraplanos de lo que está viendo que no tienen ninguna relevancia, y estar parado en un cuarto de hotel, como mosca en un bizcocho, viendo un discurso de Fidel Castro. No pasa nada. Nada de nada, nada de nada de nada. Es más, hay tanta nada, que no te sorprendas si de repente empezas a pensar en el traste de Ned Flanders (y su correspondiente reacción “Estúpido y Sensual Flanders”). RITUAL de Gaspar Noé ¿De qué la va?: Una chica empieza un affaire lésbico. Sus padres la agarran en la cama con su nueva amante, y deciden practicarle un complejo ritual de exorcismo. ¿Y qué tal?: Otro corto en el que te das cuenta al toque quien lo hizo, la música fuerte y el uso de cortar a negro entre planos hacen acordar a la estética de Irreversible. Pero del corto en concreto, se puede decir que la forma en la que Noé presenta el romance y el cómo los padres de la protagonista descubren el mismo son excelentes ejercicios de cómo narrar únicamente con imágenes. Ahora si, a partir de ahí, el corto cae en picada para volverse lento, monótono y aburrido casi al punto de ser un somnífero para el espectador. DULCE AMARGO de Juan Carlos Tabío ¿De qué la va?: Una psicóloga, que a pesar de que tiene un espacio en la televisión sobre el desarrollo personal, tiene un pequeño negocio de repostería. El corto no solo circunda sobre las dificultades que enfrenta al tratar de cumplir con un pedido grande, sino también con el hecho de que su hija quiere dejar Cuba en una Balsa. ¿Y qué tal?: Aunque sus personajes son pintorescos, y tira alguna que otra humorada al retratar una historia sencilla, su trama no logra suscitar ni sostener el interés del espectador. LA FUENTE de Laurent Cantet ¿De qué la va?: Una anciana tiene un sueño en el cual una Virgen le pide construir una fuente en su honor. El problema es que vive en un apartamento, y construir la fuente dentro del mismo significa un dolor de cabeza para su familia y sus vecinos; sobre todo por las detallistas y extravagantes exigencias de la anciana. ¿Y qué tal?: Ídem Dulce Amargo. Conclusión Aunque hay talento en los directores invitados, el film como un todo pierde fuerza e interés a mitad de camino. El producto alega sostener una continuidad dramática ––cosa que solo se ve en dos de los cortos–– cuando no podrían ser, narrativa y estéticamente hablando, mas diferentes entre sí. Las tres primeras propuestas están perfectas; las otras, entre el tedio y la confusión, no se salvan en los más mínimo. La suma de diferentes estilos narrativos es una propuesta interesante, pero el orden de presentación elegido no fue precisamente el mejor.
Una melosa propuesta para los chicos… Para los muy, muy, chicos. Dreamworks es un estudio relativamente joven que se hizo cargo de algunos títulos excelentes tales como Belleza Americana, Gladiador o Una Mente Brillante. Pero no hay que olvidar que uno de los dueños de este estudio (junto a Steven Spielberg y el pope de la música David Geffen) es Jeffrey Katzenberg que en una época estuvo al frente de Disney. De su mano vinieron las dos primeras producciones animadas del sello de la lunita, Antz y El Príncipe de Egipto, ambas con un despliegue visual impresionante y un reparto de voces a la altura de la mejor producción del ratoncito. Durante muchos años pareció que la trayectoria le gano a la calidad, y fue ahí donde Dreamworks se dio cuenta que si le tenían que ganar a Disney, debían hacerlo con algo original. Dicho adjetivo es un arma de doble filo para el cine de animación, ya que si bien el cielo es el límite, el fin de ese cielo es la calificación de Apta Para Todo Público. Entonces Dreamworks se saca de la galera ese clásico y gran parodia a la melosidad de los cuentos de hadas llamada Shrek que arrasa con todo y cuando la Academia de Hollywood decidió incorporar la categoría de Mejor Película Animada, el ogro del pantano hace historia al ser el primero en llevarse a casa el galardón; de momento, el único (Wallace & Gromit no cuenta; es de Aardman). A partir de ahí, la rama de animación se empezó a ir al muere, y lenta pero seguramente involucionaron hasta convertirse en todo aquello a lo que criticaban con Shrek, siendo el título que nos compete el golpe de gracia. ¿Cómo está en el papel? Es un guión básico: El Cuco ha llegado para armar estragos en los sueños de los niños y sembrar el miedo. Para detenerlo, los guardianes, un grupo compuesto por diversas figuras del folclore festivo (Papá Noel, El Conejo de Pascua y El Hada de los Dientes –aunque nuestro equivalente latino, El Ratón Pérez hace una aparición–) reclutan la ayuda de Jack Frost, un niño que trae la magia del invierno a los más pequeños, pero que no siente que puede lidiar con semejante responsabilidad. A partir de aquí se produce un compendio de todos los lugares comunes que se puedan imaginar: Rencillas internas entre los protagonistas, los nenes dejan de creer y los personajes pierden sus poderes, el malo es un reverendo desalmado. Adivine, lector, adivine, lo que primero le venga a la mente; seguro le atina. Si hay algo por lo que se distinguió la animación moderna, es en generar guiones profundos, ya que los realizadores de hoy son conscientes que los nenes no van solos al cine. Este guión aunque bien estructurado, no profundiza, no pasa de unos cuantos chistecitos o situaciones graciosas, y hablan más de la luna que en el programa más meloso de Cris Morena. ¿Cómo está en la pantalla? La animación es decente, el 3D no tanto. El diseño visual, escenografía y fotografía están relativamente bien. No hay mucho más que contar. Un prospecto interesante seria ver la versión original con las voces de Chris Pine, Jude Law, Alec Baldwin y Hugh Jackman. Pero nada de lo arriba mencionado, ni siquiera la música, sirve para tapar las falencias de su guión. Conclusión Una película más del montón que los pequeñuelos seguramente disfrutaran el tiempo que este dure en cartelera. Eso sí, quien los acompañe, pídanles por favor a sus chicos que lo despierten cuando termine la película, porque este título es la prueba cabal de que por algo nos contaban los cuentos de hadas antes de irnos a dormir.
Una hábil comedia negra de ribetes Coenescos. La copia tardó en llegar, y por ende, tuvimos que esperar 45 minutos hasta que la película estuviera lista para la proyección. A los otros críticos les pareció demasiado tiempo de espera tratándose de la privada de una película argentina; los que sí nos quedamos rogamos que la película valiera la pena. De camino a la sala podía verse el poster. El consenso pareció ser inmediato: « ¿Por esto nos están haciendo esperar? ». Y, a pesar de que el rudimentario poster parecía incluirme en ese grupo, tuve un ápice de esperanza, debido a que el guionista y director de esta película, Martin Salinas, fue guionista de varios episodios del inolvidable unitario televisivo de los hermanos Borenzstein llamado Tiempofinal. 85 minutos más tarde, comprobé que hice bien en mantener esa esperanza. ¿Cómo está en el papel? Esta es la historia de Charly, un joven en sus veintes, que está a cargo de una remota hostería cerca de las Cataratas del Iguazú, y cuyos días empiezan a complicarse cuando una pareja cae a dicho lugar con un muerto –que había sido secuestrado- en el baúl de su auto. Llegados a la hostería, la pareja forcejea en el baño y el hombre muere al golpearse con la bañera, lo que da inicio a una serie de situaciones desopilantes inscritas en el mejor humor negro. Se trata de uno de esos guiones que no se pueden describir en profundidad, porque de hacerlo, se estaría contando la película y no es mi intención. Tengo motivos: esta película posee un guión muy sólido que «narra», y lo hace muy bien; esto es algo digno de aplaudir en un panorama cinematográfico donde esta necesaria habilidad adolece a manos de una bajada de línea política, y a las pretensiones de imitar movimientos muertos ya hace tiempo. La estructura está perfectamente clara, y los elementos que contribuyen al tema de la película -la supervivencia- están adecuadamente dispersados y manifestados en el film, haciendo un muy buen uso del subtexto. Los personajes están muy bien desarrollados y nos recuerdan a los de los hermanos Coen, cuyos protagonistas son de pocas luces y cometen actos criminales, que si bien tienen su cuota de «horrorización», también la tienen de risa. Los diálogos son impecables: hay respuestas y acciones de los personajes que no sacan risitas, sino carcajadas. ¿Cómo está en la pantalla? Técnicamente la película está muy bien: una buena fotografía con iluminación y planos justos, y un movimiento de cámara solo cuando es necesario, lo que a veces resulta en una búsqueda estética interesante. Los actores, todos buenos, en particular Valeria Bertucelli y Luis Ziembrowski, de cuyas interpretaciones surge la gran mayoría del humor en la película. Estas interpretaciones son disfrutables más que nada debido a que los actores tuvieron roles jugosos con los cuales trabajar. En fin, ambos aspectos pueden brillar porque se sostienen en un guión muy bien armado. Conclusión: Esta película no es una obra maestra, pero tiene suficientes méritos por arriba del promedio como para ser considerada como tal. Graciosa, intrigante y muy recomendable. Los espectadores argentinos somos los primeros en tirar piedras a nuestro propio techo pero, nobleza obliga, se debe reconocer a una película nacional que se propuso simplemente -y sin ninguna agenda predeterminada- narrar, y que lo ha hecho muy bien. Salinas, ante ti me quito el sombrero y espero tu próxima película.
Una película que peca más por excesos que por carencias. Salvo honrosísimas excepciones, la gran mayoría de los guiones argentinos adolecen de un desarrollo coherente e interesante. Estamos ante una nueva especie de falencia, advertida con frecuencia en cinematografías extranjeras, pero muy pocas veces vista en nuestro cine. Se trata de un error que puede expresarse claramente a través de la máxima «El que mucho abarca poco aprieta». ¿Cómo está en el Papel? La trama es súper sencilla: en el mismo momento en el que un hombre se encuentra a punto de ser padre, su propio padre empieza a tener complicaciones coronarias, lo cual genera una búsqueda frenética por un donante y, por consiguiente, el descuido de su propia paternidad. Si se hubieran limitado solo a esto, la película podría –gracias a la calidad de los actores protagónicos- despuntar un poquito más. Sin embargo, la zozobra se produce por un exceso de personajes: personajes que no pinchan, ni cortan, ni suman a la trama. Hay una subtrama relacionada a los integrantes de una cooperativa que integra el padre del protagonista, pero nunca queda del todo clara la causa por la cual pertenece a dicha organización ni por qué le interesa tanto. Es precisamente por esta razón que uno siente que toda la subtrama y los personajes que integran ese microuniverso están completamente de más. Si se hubiera prescindido de esto, la película hubiera sido perfecta. Es tan notoria esta falencia, que para cuando llega el desenlace, echa por tierra lo poco de positivo que tenía la trama principal. No hay un cambio notorio en personaje principal, y si lo hay, es muy forzado. No hay un aprendizaje -cosa que a películas de esta naturaleza les encanta inculcar- o por lo menos no uno claro. La resolución de la trama es tan poco satisfactoria que habrá algunos a los que les parecerá indignamente inadecuada, tratándose de una película que supone fomentar la donación de órganos. ¿Cómo está en la Pantalla? En el apartado actoral no tengo críticas. Todos están excelentes, a pesar de que a más de un grosso le toca encarar roles de relleno. Brillan Carlos Moreno y Mariano Torre. Destaca Fabián Gianola (si, señora, ese Fabián Gianola). Un párrafo aparte merecen las tres cantantes de la película: Patricia Sosa, Marta Mediavilla y Elena Roger, que actúa tan bien como canta (Dios mío, qué voz, qué voz). Por el lado de la técnica, está todo más que bien: buena fotografía, buen montaje, buen sonido; nada que criticar. Conclusión: Una trama sencillamente perfecta que contaba con una factura actoral y técnica como para no ser una película argentina más del montón, pero que sin embargo, se echa a perder con personajes de más que -más que denotar una película coral sobre un tema serio- acaba siendo una confusión matizada con cursilerías.
Un prolijo ejercicio de guión y dirección sobre la autoaceptación. El tema de la homosexualidad no es para nada ajeno al cine, y es un tema que, si bien hoy por hoy no está tan sujeto al tabú como en generaciones previas, todavía puede generar ciertas incomodidades en el público mainstream que a la postre pueden caer en el prejuicio. Esto, obviamente, tiene mucho que ver con lo que es incuestionablemente una virtud y es que los títulos que abarcan esta temática son algunos de los retratos más sinceros y personalísimos que cualquier cineasta se anime a retratar. ¿Cómo está en el papel? Es la historia de un joven que tras terminar con su novia inicia su travesía hacia la aceptación de su propia homosexualidad. Esto es clave para entender la cuidada estructura de guión que tiene la película. En la primera mitad del desarrollo, muestra al personaje en búsqueda de esa compañía y afecto a la que alude en el inicio de la película. La segunda mitad deja claro por qué la película tiene un Cuarto en el titulo; ya que consiste más en el desafío de poder sostener esa felicidad ante los demás. Si bien hay una subtrama (con una amiga del protagonista) que parece no tener conexión con la trama principal, es a la postre, y como corresponde a toda buena subtrama, la que alude a la principal temática de la película, que es la autoaceptación, más allá de la orientación sexual. ¿Cómo está en la pantalla? El trabajo de dirección es verdaderamente notable. Pocos planos por escena, todos compuestos con mucha dedicación, yuxtapuestos con un montaje de mucha fluidez. Destaca también el trabajo de sonido, ya que siendo una película filmada en video, es un aspecto que está muchas veces descuidado por quienes deciden encarar el aspecto visual de esta manera. El plantel de actores hace un trabajo correcto, aunque a menudo de la sensación que están leyendo la lista del supermercado cuando deberían profundizar en sus personajes, pero afortunadamente eso es lo único que tiene para decirse dado a que aportan lo indispensable para que el espectador se lo crea y pueda seguir adelante con la narrativa. Si bien destacan Arturo Goetz y Cesar Troncoso, ambos con poco y muy puntual tiempo de metraje pero que entregan un profesionalismo y una humanidad que corresponde a sus trayectorias. Pero no se equivoquen, si esta película puede llegar hasta el final es por merito absoluto de Martín Rodríguez, quien interpreta al Leo del título. Su expresividad y naturalidad ayudan a transmitir creíblemente al espectador las dudas e inseguridades de su personaje. Conclusión: Aunque tiene un final un poco difuso, debe apreciarse el esfuerzo de su director por acercarnos de un modo muy clásico una historia de un universo y un personaje peculiar. No es una película que va a marcar un antes y un después, tampoco es lo que se dice atrevida, pero no se puede negar la pericia que hay en la mano narrativa de su director.
Un fallido experimento en todo modo, manera y forma. All by myself La puerta se cerró. El proyector se encendió y caí en la cuenta: era el único espectador de esta privada. Pasados 20 minutos fui promovido al único ser vivo de la sala dado a que el proyeccionista se retiró; ni él se quiso bancar este bodrio. Una hora más tarde mientras me siento ante el procesador de texto para redactar la reseña caigo en la cuenta de que ésta probablemente sea la única reseña que tenga esta película. Eso me freeza, pienso en redactar una larga carta al CEO and Publisher y a mi Secretario de Redacción proponiéndoles no solo que no se publique esto, sino que no tiene sentido que lo escriba. No fue nadie, no va a hacer mucha diferencia, amén de que suficiente humillación va a tener el realizador cuando se entere que solo una persona fue a la privada de su película. Pero yo sí estuve, yo sí vi la película, y aunque lo que redacte a continuación no sea laudatorio, tengo el deber de hacerlo. ¿Cómo está en el papel? Según la gacetilla de prensa, al estallar la tercera guerra mundial un grupo de personas busca desesperada una partitura (el final de Turandot de Puccini) dado a que eso salvará al mundo. Si no fuera porque la gente de prensa extendió dicha gacetilla, nunca me hubiera enterado que había una guerra en la trama; porque no hay nada en la trama, o en los personajes o en el escenario que denote que están en una guerra. Está bien que la película sea de bajo presupuesto; pero hacé un poco mierda la casa, poné unos ruidos de aviones o metralletas; no necesitás tener guita para eso. Lo de la búsqueda de la partitura es lo único claro, pero entre principio y final, hay un desarrollo signado por una ensalada de subtramas sin conflicto, sin sentido y mal dialogadas. Hubieran tenido mejor oportunidad si abarcaban a menos personajes. Falla como tema. Falla como trama. Falla. ¿Cómo está en la pantalla? La técnica no es mucho mejor. La película está filmada en video, y si bien no estoy en contra del formato, la forma en como es utilizada en esta película le daría la razón a todos aquellos puristas del fílmico que se le rebelan. La cámara en mano se nota a cada rato, y es tan constante, así como notoriamente temblorosa, que más que ser experimental termina por parecer un trabajo práctico de escuela de cine. El montaje tampoco los ayuda; es demasiado hiperquinético, desorganizado, y hace cortes a lo pavote. Por el lado de la interpretación no me voy a agarrar con los actores (entre los que figuran Ignacio Huang, de Un Cuento Chino y una foto, no es broma, de Larry de Clay) dado a que no tenían roles jugosos con los cuales trabajar, ni tampoco fueron dirigidos apropiadamente. Conclusión: La crítica especializada recibe con los brazos abiertos, tal vez demasiado abiertos, al cine experimental catalogándolo de genialidad. Pero lo que se olvida es que si hablás de experimental, hablás de experimento y los experimentos te pueden salir bien como te pueden salir mal, y esto salió definitivamente mal. El realizador pulió tanto sus laureles previos que el brillo lo cegó y obnubiló su buen sentido. Es probable que diga que soy un pelotudo prejuicioso y que no comprendo su obra. Y tendría razón; no la comprendo. Lo siento Señor Director, y ésta es solo mi opinión, pero no puedo decir que su película es buena, cuando lamentablemente no lo es.
Una película que sorprende más por el ingenio de su realización que por el de la historia que están contando. Sea por una razón estética o por las ventajas estratégicas que puede tener para conquistar al sexo opuesto, no es de sorprender que hoy por hoy un hombre tenga un apego obsesivo por un auto. El título que nos compete nos cuenta una historia sobre uno de estos peculiares personajes. ¿Cómo está en el papel? Masterplan es la historia de Mariano, un hombr e próximo a mudarse con su novia, cuyo cuñado le propone, con la excusa de aligerar los gastos de la mudanza, comprar electrodomésticos con su tarjeta de crédito y luego reportarla como robada. Al cuñado le sale mal la tramoya y atemorizado de que los agarren, Mariano decide no solo reportar como robada su tarjeta, sino reportar su auto como robado. Esta charada le va a costar caro; no sólo por los investigadores de seguros que le están comiendo los talones, sino por el linyera que ha establecido su nueva vivienda en el auto de Mariano. Esto termina por volverlos locos a él y a su novia. Esta es la premisa que traen a la mesa Diego y Pablo Levy y diría que casi salen victoriosos; al menos en el desarrollo de sus personajes. Tenemos un antihéroe con el cual el espectador se puede identificar; ya sea por su apego obsesivo a su auto así como por la manera de sobrellevar la convivencia con su novia y la relación con los padres de la misma. Está el cuñado que es el típico chanta que siempre tiene un plan, y está el Linyera que cree que Pumper Nic sigue abierto. Todos estos son detalles acertados y al espectador se le puede escapar una risita. Pero conmigo no tuvo ese resultado; no pude disfrutar de ninguno de los cómicos aspectos de la historia ––que los tiene, por definición–– lisa y sencillamente porque que no me cierra la motivación del personaje para meterse en un lío de esta naturaleza; problemas económicos no tiene, trabajo tiene, la novia no parece ser una interesada que está con él por la plata y la casa ya la compró. La falta de ese catalizador, esa cosa que lo obliga a acarrear la estafa, para mi le restó y mucho al disfrute de la peli. De haberlo tenido, todas las acciones y justificaciones (siempre por el auto “robado”) del personaje habrían causado muchísima más gracia. Una lástima; el guión estaba bastante bien estructurado, pero la base es la base y eso no podía faltar. ¿Cómo está en la pantalla? Quiero destacar la excelente calidad de imagen de la película, así como la economía de planos que supieron aplicar a cada escena. Los actores entregan interpretaciones sólidas, tomando personajes pintorescos y dotándolos de una naturalidad que consiguen exitosamente transmitir el concepto de que esta gente existe en la vida real; a diferencia de la gran mayoría de las comedias, argentinas o de cualquier otro lado, donde los personajes parecen salidos de una sitcom. La película descansa en los hombros de Alan Sabbagh y su sufriente Mariano que, sin ser un capocómico, consigue la suficiente complicidad con el espectador para que este se quede hasta el final. Quiero destacar la sorprendente interpretación de Campi como el implacable investigador de seguros a la Columbo; un ejemplo de que si hay un personaje sólido en el papel y una dirección atenta, no importa cuál sea el antecedente del actor, este puede entregar un buen personaje. Tan es así, que sus escenas, tanto voz en off como las presenciales, están entre lo más álgido de la peli. Conclusión Aunque su trama no tiene un disparador de peso y su promesa cómica se queda muchas veces a mitad de camino, este título narra con adecuación y sencillez aquellas ridículas obsesiones humanas que muchas veces por pudor no admitimos. Si hay un logro, que a pesar de sus defectos merece destacarse, es el de haber sabido establecer ese factor identificatorio.
Un impecable trabajo de Wes Anderson, perfecto por donde se lo mire. Las pocas veces que he ido a ver una película de Wes Anderson, fueron todas de casualidad. Vi The Royal Tenenbaums porque un amigo me paso el guión, vi The Darjeeling Limited porque durante una noche en la que concluyo una nefasta reunión familiar estaba necesitado de ir al cine y esa película me pareció la mejor opción; y el título que nos ocupa simplemente para cumplir mis obligaciones para con este honorable blog. Si hay algo que puedo decir de las tres ocasiones, es que en todas salí más que satisfecho. Wes Anderson es uno de esos realizadores que hay que ver, simplemente por la idiosincrasia que despiden sus películas; esos colores, esas texturas que parece que vamos a leer un libro de cuentos, esos personajes tan diferentes entre sí y tan desarrollados al milímetro pero que comparten una inconfundible característica: Una infancia permanente más allá de la edad que se tenga. ¿Cómo está en el papel? Moonrise Kingdom es la historia de amor de dos jovencitos, ovejas negras de sus entornos de pertenencia, que después de un encuentro casual, empiezan una amistad por carta que da inicio a un romance de verano. Por otra parte, lo único que inicia no es el romance, sino una búsqueda frenética por parte de los padres de ella, y los boy scouts que están a cargo de él. El desarrollo argumental del film se divide en dos claras mitades: por un lado, la evolución del romance entre la pareja protagonista y por el otro, una vez que sus grupos de pertenencia los vuelven a encontrar, la persistencia en mantener ese amor. Es en esta segunda mitad que nos percatamos de que hemos dado con el tema de la película: El amor no tanto como un concepto melosamente romántico, sino de aceptación y pertenencia, que son elementos esenciales de esa sensación. Los protagonistas no encajan con sus grupos de pertenencia y ese punto en común es fundamental para que encuentren entre ellos lo que no pueden con sus familias. Es un hallazgo de Anderson el que no haya apelado a utilizar ningún golpe bajo y simplemente se limite a mostrar lo mínimo indispensable de la disfuncionalidad familiar de los personajes. A medida que avanza la película, nos percatamos que más allá de la notoria inocencia que es inherente a la pubertad de los protagonistas, son estos los que muestran algún signo de madurez, mientras que los adultos presentan rasgos de infantilismo. Son adultos que se comportan como niños que quieren ser adultos y es la manera adulta en la que estos chicos confrontan su romance que hace que reevalúen no solo sus crisis interpersonales (los personajes de Bill Murray y Frances McDormand), sino también aquellas de carácter intrapersonal (los personajes de Bruce Willis y Edward Norton). Otra cosa que no se queda afuera es el universo de la isla en la que viven, que con la ayuda del narrador que interpreta Bob Balaban se vuelve un personaje más de la película. ¿Cómo está en la pantalla? La pequeña pareja protagonista se conoce tras las bambalinas de una obra de teatro infantil. La misma es fundamental para la trama no solo como intriga de predestinación sino para las elecciones estéticas de Anderson a nivel fotografía, música, cámara y escenografía. La gran mayoría de los planos son fijos y frontales como si se alternara el punto de vista de los hablantes que integran la escena. Hay un rico uso de travellings laterales, como si Anderson nos deslizara a lo largo de un gran escenario teatral. La paleta de colores se basa íntegramente en una clave alta y con un acentuado uso de las texturas. El montaje yuxtapone con sobriedad los pocos planos que hay por escena. Pero es un instrumento fundamental a la hora de narrar cómo evoluciona la relación por carta de los protagonistas. La partitura es rica en percusiones y hace un extenso uso del leitmotiv. Si se quedan a los créditos, el compositor de la misma, Alexandre Desplat, les enseña paso a paso, algo de composición orquestal. Por el lado de la actuación los que brillan son incuestionablemente Edward Norton y Bruce Willis, ambos en roles en los que no estamos acostumbrados para nada a ver, y en los que quisiéramos ver más seguido, sobre todo en películas de Wes Anderson. Bill Murray y Frances McDormand aportan muchas de las risas de la peli; él por sus excentricidades (como hachar un árbol en calzoncillos) y ella por usar el megáfono hasta para hacer el mas mínimo anuncio. Sin embargo llegan a hacer gala de su maestría interpretativa en una escena en particular donde están en la intimidad de su habitación. Obviamente no podemos dejar a un lado a la joven pareja protagonista ya que, argumentalmente hablando, la película descansa en sus hombros y debo decir que salen bastante indemnes del desafío. El muchacho protagonista, Jared Gilman, entrega un rol a la altura del desafío, pero la que sorprende es su partenaire, Kara Hayward, por una madurez interpretativa inusual en actrices de su edad y que estoy seguro la pondrá en el mapa. Conclusión Con un pulso narrativo digno de la mejor literatura y haciendo uso de pintorescos personajes, interpretados de un modo brillantemente inusual por un variopinto ensamble de actores, Wes Anderson nos entrega un cuento de verano que emociona y hace reír como la vida misma. Que nos hace recordar lo que éramos como niños, lo que somos como adultos, y sobre todo cómo desde uno u otro punto de vista, esos caminos se pueden bifurcar. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que estamos ante una de las mejores películas del año.
Un gran despliegue actoral que no llega a brillar por las carencias estructurales de su guión Siempre es interesante ver si el espiritismo es algo que se puede palpar o es la elaborada tramoya de un sequito de habilidosos intérpretes. También es interesante ver el debate que hay entre los que creen, los que no, y por supuesto aquellos que creen lo que quieren creer. Pero los debates consisten en la confrontación de dos puntos de vista en oposición sobre un tema concreto. La película que nos compete tiene muchos puntos de vista en oposición, pero da muchas vueltas para establecer un tema concreto. ¿Cómo está en el papel? El genial Billy Wilder (el maestro siempre presente) dijo una vez que si el tercer acto tiene un problema, el verdadero problema está en el primero. Este dicho del gran maestro es fundamental para entender por qué para mí el guión de esta peli hace agua. El guión tiene serios problemas de establecimiento de los elementos argumentales y temáticos. ¿Es una historia sobre contactar los espíritus o sobre la verdad y la mentira detrás de las habilidades extrasensoriales? La película se gasta la mitad del metraje en esta indecisión y uno siente que pasado ese tiempo, recién ahí ya lo tiene claro, pero la ensalada el espectador ya se la hizo. Párrafo aparte, las motivaciones de los personajes para ser investigadores de lo paranormal están excesivamente dialogadas cuando se hubieran podido explicar mejor desde el subtexto. No conformes con decidir en el momento equivocado a dónde querían ir, meten una vuelta de tuerca en el tercer acto con un enorme calzador. Esto si bien explica ciertas cosas, no lo hace con otras. Dicho final apunta a sorprender y nos debería conectar con el centro emocional de la película. ¿Pero por qué no funciona? Por no tener claro en su primer acto cuál era ese centro emocional, y cuando se quisieron acordar era tarde. Lástima, porque con un armado más claro, detallado y sin tanto rebusque, el final elegido hubiera sido poderoso, y sin embargo es uno de tantos “finales sorpresa” que de sorpresa sólo tiene el nombre. En fin, al guión le sobran elementos y no quiere sacar eso que sobra, pero lo que sí tiene en su justo lugar es una ensalada que ninguna explicación, racional o irracional, visual o dialogada, va a bastar para resarcir lo que es una estructura mal organizada. ¿Cómo está en la pantalla? En el apartado actoral, destacan los protagonistas Cillian Murphy y por supuesto la señora Sigourney Weaver (Ripley para los amigos). Aunque sorprenden desempeñando su oficio ––sobre todo Murphy que deberían darle más protagónicos como este, eso sí con guiones mejor armados––, sus logros no terminan por salvar a la película de la zozobra. El legendario Robert DeNiro esta desaprovechado en un rol que no representa ningún desafío y que pudo haberlo hecho cualquier actor de televisión en vez de un grosso de su altura. Obviamente querrán saber cuáles son mis dos centavos sobre la interpretación de Leonardo Sbaraglia, ya que a pesar de que tiene una breve participación, es anunciado en el cartel como si fuera un intérprete principal. Él es para mí uno de los grandes actores argentinos; a partir de Plata Quemada (a mi entender uno de sus mejores papeles) no hizo más que escalar para arriba con roles complejos y desarrollados. Pero en esta, su primera intervención en una película americana (o debería decir semi-intervención porque hay muchos capitales españoles), lamentablemente sobreactúa. Van a decir que es por su manera de habla el inglés, pero esto va más allá del idioma; su breve rol de predicador chanta lo exige. Esto no es un derrape de Sbaraglia, es el director que no supo medir la energía que despedía el actor en cada toma. Un director está obligado a velar por esa justa medida cada vez que se dirige a un actor y siento que aquí eso se descuidó, trayendo como consecuencia una performance débil de un actor que ha probado, y seguido, que no lo es para nada. El apartado técnico se distingue por el uso de claves bajas, abundantes usos de sombras y una paleta de colores intensos. El sonido es utilizado meramente para subrayar momentos de terror que no van más allá de un simple sobresalto. Conclusión Una película que, aunque pasa rápido, tiene serios problemas de estructura. Ni su excelente reparto con el que disponía pudo salvarla de ser un confuso y forzado despliegue.