Una secuela que cumple con su propósito por obra y gracia del carisma interpretativo de su actor protagonista. Una cosa quedó clara: cuando los 00?s probaron no tener grandes referentes actorales del cine de acción y ningún candidato aparente para ocupar dicho trono, Luc Besson nos dio dos y bastante inusuales. Por un lado, Jason Statham y su trilogía de El Transportador, que lo único que tiene de inusual es la pelada, y por otro, Liam Neeson, que sí es verdaderamente inusual, principalmente porque a diferencia de la mayoría de los héroes de acción que empiezan su carrera actoral como tales, él ya gozaba de un sólido currículum como excelente actor dramático, interpretó a Darkman, interpretó a Oskar Schindler (siendo nominado a un Oscar por ello), e interpretó a Qui-Gon Jinn, el maestro de Obi-Wan. De la mano del título de 2008, Taken, una de las muchas historias concebidas por Besson, que por su simplicidad narrativa y excesos grandilocuentes de estética, podría haber pasado sin pena ni gloria y, sin embargo, encontró en Neeson al gran héroe de cine de acción de este nuevo milenio. El actor irlandés tomó un modelo de historia y de personaje, ambos clichados in extremis, y con carisma, con profesionalismo y con mucho oficio involucraron al espectador con la historia y le dio una carnadura dramática que, y en esto hagámonos cargo, Besson solía tener (Nikita, Leon, El Quinto Elemento) pero ya perdió hace tiempo. ¿Cómo está en el papel? La cosa va así, resulta que Bryan Mills (Liam Neeson) se va a Estambul por laburo (seguridad personal de alguien con mucha guita as always), e invita para una vacación improvisada a su ex-mujer (Famke Jansen), que no está pasando un buen momento con su nuevo cónyuge y a su hija, cuyo nuevo novio le quita un poco el sueño a Bryan. Pero como esto es Taken y no una película de Nancy Myers, algo tiene que pasar. Ese algo son los mafiosos de la primera peli que quieren venganza por lo que Bryan le hizo a sus seres queridos en la primera película. A nivel guion, el team Besson está concientizado que si llegaron a hacer una secuela es íntegramente por el carisma de Neeson. Así que Besson, y su guionista Robert Mark Kamen (Habitual co-guionista de Besson, y de títulos como Arma Mortal 3) tomaron el mismo molde de la primera película y le hicieron cambios y vueltas, pero estando lo suficientemente atentos al desarrollo del personaje de Neeson, para darle al caballero algo jugoso con que trabajar. Eso sí, no se puede negar que hay un pequeño intento de tema en la película y ese es el de la confianza. La confianza en el otro, sus ventajas y desventajas, poniendo el acento en la que existe entre padres e hijos. Lo difícil que es dejarlos seguir su camino. Una exposición temática que aunque escueta, alcanza y queda demostrada, a pesar de ciertas inverosimilitudes, en el personaje de la hija de Neeson en un momento puntual del segundo acto. Es un intento chiquito, pero intento al fin, que muchas otras películas dejarían de lado. Aunque, y en esto no hay que ser chantas, tanto en Taken como en esta secuela, el tema es uno solo, claro e indiscutible: NO SE JODE CON LIAM NEESON. NI EN PEDO LE SECUESTRES UN FAMILIAR PORQUE TE BUSCA, TE MATA, Y HASTA CREO QUE ES CAPAZ DE USAR TUS DIENTES COMO TECLAS DE ACORDEON. El tratamiento de los villanos me hace acordar a un dispositivo empático utilizado en la película El Pacificador, el de tomar al antagonista y hacernos sentir mal por la tragedia que le pasó, justificando así sus acciones hacia el protagonista. Los que no vieron Taken dicen “Ah, pobrecitos, cuánta violencia que hay en este mundo” y compramos por un tiempo la agonía. Pero los que sí vimos Taken sabemos mejor y decimos “¿De qué pobrecitos me estás hablando flaco? Eran parte de un círculo de trata de blancas y estaban bastante bien armados. Pobrecitos, mis huevos”. Pero más allá de que el espectador esté en uno u otro bando, este dispositivo en apariencia tridimensional se resquebraja y desaparece a medida que avanza el metraje, y el antagonista frase a frase se hunde en el barro de la incredibilidad. Pero hay una frase que cuando se la oigan decir se les va a detonar la irrefrenable ansia de que este “dolido” personaje encuentre un deceso lo más violento posible. Sentís que lo humanizaron al divino botón. ¿Cómo está en la pantalla? Del mismo modo que en Taken, Besson pone a alguien de su confianza a dirigir; en este caso, al señor Olivier Megaton (nombre artístico de Olivier Fontana, que se puso dicho apelativo por haber nacido en el vigésimo aniversario del bombardeo en Hiroshima), quien ya ha capitaneado dos películas Bessonianas, Colombiana y El Transportador 3. La estética es lo que se pueden imaginar, muchos planos aéreos, muchos planos por escena; sobreexpuestos, sobreiluminados, con flares artificiales; todos yuxtapuestos por un montaje superhiperquinético pero que acá, así como el París de la primera película, incluye mucho de los paisajes de Estambul. Párrafo aparte merecen aquellos que están a cargo de las escenas de riesgo. La persecución automovilística en la que Liam Neeson está en un Taxi con la hija estuvo muy bien coreografiada y se pueden apreciar todos los detalles. Pero quien realmente merece un aplauso es el caballero que se encargó de las coreografías de combate mano a mano, ya que supieron dosificar entre los dobles y los verdaderos actores para que creamos que son una misma persona, cuando desde ya hace varios años errores de continuidad como estos no los mosquean ni un poco. En el plano actoral está todo dicho. Neeson la vuelve a romper y si les gustó en la primer peli, acá también les va a gustar. Famke Jansen y Maggie Grace, esposa e hija de su personaje, están a la altura del desafío pero nada más. Rabe Serbedzija, aquel legendario Ivan Tretiak de El Santo de Phillip Noyce, hace lo que puede, pero su personaje tiene tan poca dimensionalidad en el papel que ni sus mejores intentos para emocionarse sirven para sacar a flote su personaje. Conclusión Aunque hay momentos que a los espectadores más exigentes les van a parecer risibles, yo propongo que hay que tomar a Taken 2 con el mismo espíritu con que abrazaron la primera: como una desprejuiciadamente pochoclera montaña rusa de 90 minutos, que tal vez no tenga mucha profundidad u originalidad, pero que vale la pena por la carismática interpretación que propone su actor protagonista.
En su segunda película, el director de Los Paranoicos, se manda con un correcto despliegue de cine clásico que llega a ser un ejemplo de libro. Fueron las casualidades de la vida, o las presiones de un calendario apretado sobre mi editor-en-jefe, las que determinaron que me haya tocado en suerte ver la otra ganadora del último BAFICI como Mejor Película Argentina (esta vez de la competencia internacional). Si bien el punto que tiene en común con Papirosen es que es una película que viene a decir presente, este título se anima a enseñarnos que con un guión, realización y actuaciones como la gente, pueden traer como resultado un buen cine de género nacional. ¿Cómo está en el papel? Si hay algo que no se le puede criticar a esta película es el que no tenga un conflicto y un personaje claros. La película como que se enseña a sí misma y, más importante todavía, nos enseña a nosotros, los espectadores, lo que necesita un guión de una película de género (en este caso de aventuras) para funcionar bien. Alcanzan dicha meta a través de evitar meterse en cosas grandilocuentes y limitándose a proveer a la narración de los elementos indispensables: un personaje protagonista, con una personalidad peculiar (es hipocondriaco) y con un backstory complicado (no sabe comunicarse con la gente; ni siquiera con su padre), se le presenta un problema (lo muerde una araña) que debe resolver (que lo muerda una araña similar), para lo cual necesitara la ayuda de un compañero (un guía, tan alcohólico que es capaz de tomar alcohol etílico). En el primer acto recibimos esta información, pero una cosa es recibir la información, y otra muy distinta es involucrarse con la misma. Una cosa es la sutileza, otra cosa es la sinceridad y otra cosa es la sequedad con la que le comunican al personaje de Martin Piroyansky lo que le está pasando. Le dicen “Te estás muriendo, pibe”. Más de uno tacharía esto de simplicidad, pero viendo y considerando que es un hipocondriaco al que se lo están diciendo, una persona que está en constante temor y preocupación por su estado de salud, el que alguien le confirme que su peor miedo se está por materializar, lo que nos involucra indefectiblemente como espectadores con la historia. El segundo acto es lisa y sencillamente la travesía que hace el personaje junto con su guía, sin otro antagonista o conflicto más que el tiempo que cierra su puño cada vez que pasa el mismo y el trayecto del veneno se empieza a hacer más notorio en el personaje. Es acá donde nos adentramos en su punto de vista, a tal modo que palpamos junto al personaje la desorientación, la incertidumbre y la desesperación que está sufriendo. Del tercer acto no entrare en detalles sino más que decir que es donde la película deja en claro una máxima insoslayable del guión cinematográfico: Toda buena historia es sobre una transformación. ¿Cómo está en la pantalla? La película a la hora de ser filmada sigue el mismo clasicismo que el de su guión, pocos planos por escena, iluminados en lo mínimo indispensable, yuxtapuestos por un atento montaje. El trabajo de cámara también establece marcadas diferencias entre acto y acto. En el primero y tercero la cámara es estable y fija, correspondientes a los momentos de mayor calma y seguridad de la historia; mientras que en el segundo acto predomina una cámara en mano, correspondiente no sólo a la tensión sino a la naturaleza en la que están expuestos los personajes donde la flexibilidad permite un amplio rango de cobertura. El trabajo de sonido también es notorio, los diálogos y sonidos de la película, al menos aquellos cuyo entendimiento es menester para la historia, son claros y precisos. También cabe destacar la utilización de la música. El rango actoral es decente, no a la altura de los galardones que le dieron, pero con la convicción, credibilidad y emoción suficiente para transmitir la historia que quiere contar. Conclusión Un cuento de aventuras narrado sin mayor grandilocuencia acarreado por un realizador que no tiene miedo en abordar la sencillez y que cumple con todo lo que se propone. No es una obra maestra, pero es un paso adelante y un testimonio más que claro del cine de género, sin mensajes ni política, pero con historias bien hilvanadas y narradas con oficio; puede ser una regla más que una excepción en el cine nacional.
Un título que, con atino, sabe improvisar pero se mantiene en los límites de la tradición. No sabía mucho de Los Salvajes más allá de su reconocimiento en el Festival de Cine de Cannes. Cuando mi editor-en-jefe me mandó la invitación de prensa, indague inmediatamente todo lo que podía saber de la película. Como no encontré el trailer, lo único que sabía era que se trataba de un argumento con ribetes de western ––según la gacetilla de prensa y unas entrevistas hechas a su director en el marco de la Semana de la Critica en Cannes donde fue estrenada su película–. Con esta información, cuya búsqueda sería una acción que más de uno consideraría prejuiciosa, sabía que estaba encaminado a ver una película profunda y por profunda, llena de simbolismos y retratos cuasi-documentales, lo que metería a uno en el prejuicio de ver una película aburrida y carente de ritmo. Afortunadamente, el debut en la dirección de Alejandro Fadel, es una narración hecha y derecha con una estructura concreta pero que sigue las reglas de un modo diferente. ¿Cómo está en el papel? La película tiene una clara estructura de tres actos pero que, en este caso, es tratada con muy buenos resultados por Fadel, que utiliza los mecanismos de varios géneros: la película carcelaria, el western, el melodrama y el documental. El genero carcelario abarca todo el primer acto, pero simplemente a modo de establecer a los personajes, el mundo en el que se mueven y la fuga que dará inicio a la trama; que como corresponde a este sub-genero es rica en alarmas y guardias muertos. Todo esto sin vueltas y al punto. Cuando los personajes están afuera de la cárcel, la película vira al género western, pero no en cuanto a los escenarios, sino a la motivación dramática. Porque salvando las enormes diferencias de país, historia y género cinematográfico, tanto los integrantes de las caravanas del viejo oeste así como estos “salvajes” buscan lo mismo: surcar el país en busca de un nuevo territorio que llamar hogar. Pero la insurrección entre sus miembros no tarda en llegar y esto nos mete en el segundo acto. Dicho segundo acto es estrictamente el viaje y los desacuerdos que hay en el grupo, en el cual el lema “La unión hace la fuerza”, da paso lento, pero seguro, al “Cada quien por su lado”. Es en esta instancia donde la trama se ubica a mitad de camino entre el melodrama y el documental, donde por distintos motivos el grupo se va achicando a medida que los integrantes encuentran cada uno su suerte; ya sea de la mano de desvíos o fatalidades. También en este segundo acto ocurre un revés inesperado en el objetivo que se proponen los personajes. Pero a esta altura, estamos tan involucrados con ellos que no nos importa tanto si ese paraíso que buscan existe o si alguien los espera allá; sino el simple y sencillo hecho de detonar nuestra curiosidad en saber cómo va a terminar la historia o cuántos de ellos sobrevivirán. El que se hayan apegado a esta sencillísima regla de la narración, por encima de todo, es lo que hace admisible y disfrutable cualquier improvisación o reversionamiento de las reglas de la tensión dramática. Y el haber pasado exitosamente este umbral es lo que les permite que su onírica resolución no pase desapercibida y quede más que clara. ¿Cómo está en la pantalla? La estética de la película es impecable. La fotografía en Cinemascope de Julián Apezteguia es casi siempre de carácter objetivo y enfatiza la estética de documental a la que apuntaba anteriormente. Es apreciable cómo utiliza el ambiente como un dispositivo de encuadre; casi siempre vemos todo a través de una alambrada o una rama que aparece en primer término. Pero lo que no quiero perder de vista es que esta decisión estética va de la mano con el estilo de escritura del guión; nos introduce a través de lo clásico para guiarnos por la carne de la historia a través los caminos menos transitados. Los planos generales están a modo de introducción o cierre de escenas, como ocurre con la mayoría de los clásicos. Pero cuando llega la hora de ocuparse de las acciones de los personajes ––sus movimientos y sus palabras–– es siempre valiéndose de un teleobjetivo que genera planos cerrados. Esta decisión estética hace acordar a una máxima atribuida a John Ford: “La clave principal sobre la dirección es fotografiar los ojos de la gente”. La musicalización no es tan predominante y su uso aquí se limita a subrayar ciertos momentos de tensión. Pero puedo decir que lo poco que se utiliza ayuda y acentúa a crear un ambiente. Si hay un aspecto técnico que destaca por encima de todo, es el del montaje. Mis felicitaciones a los montajistas de esta película, por su pulso y precisión quirúrgica a la hora de saber cuándo conviene cortar a un contraplano y cuando hay que dejar que el plano fluya de corrido. Una trama y un contexto de esta naturaleza suelen exigir mucho la atención y la paciencia del espectador; fue el haber editado, con estas dos cosas en mente, lo que hizo que las dos horas de película sean más fluidas; supieron poner el acento pura y exclusivamente a lo esencial de cada escena. El costado actoral es sorprendente y habla muy bien de la habilidad de Alejandro Fadel para dirigir actores. Hay un viejo adagio que reza: “Mientras más cerca este la cámara, mas va a estar diciendo la verdad” y tomando en cuenta la propuesta estética con la que Fadel quería encarar esta historia, es un logro digno de estudio el cómo pudo sacar tanta emoción de estos actores que no eran profesionales. Eso sí, cabe destacar que Sofía Brito, la única actriz entrenada del reparto, se vuelve en su rol de Grace -rebosante de naturalidad y espontaneidad- un talento para tener en cuenta para producciones futuras. Conclusión Un título que cumple con creces su intención de improvisar dentro de los límites de la tradición. Los espectadores pacientes sabrán apreciar en toda su gloria el viaje y el estudio de carácter en el que Alejandro Fadel nos mete. Un experimento, al menos desde mi punto de vista, muy logrado. Recomendable para los incondicionales de este tipo de cine.
¿Más predecible no había? Nuestro endeble second in command, el Señor Fedex Cobreros, no hace mucho escribió un artículo sobre cómo últimamente el terror ha cambiado para mal durante los últimos años. Predecible, sobresaltado, pero que al fin y al cabo no te quita el sueño. Poco sabría yo que vería una película que es una demostración de 100 minutos de cuan acertado es su escrito. ¿Cómo está en el papel? Si hay una película con lugares comunes hasta en el más mínimo detalle y giros de guión que parecen metidos con calzador es ésta. El personaje de Jennifer Lawrence es el único que goza de una pizca de profundidad y multidimensionalidad. Todas las presentaciones y acciones de los demás personajes están tan chatos y desprovistos de las dos cualidades antes mencionadas que cada vez que aparecen en escena, destilan una sensación que creo quedará mejor definida con este video: ¿Cómo está en la pantalla? A nivel técnico es la arquetípica película de terror de este nuevo milenio: videoclipera, con cortes rápidos, sobreexposiciones de luz y cámaras lentas que más que dar miedo dan la noción de estar viendo una publicidad. Hasta el arte es un compendio de lugares comunes, tales como el sótano húmedo y lúgubre y la muñeca pepona que destila todo menos inocencia. Del lado actoral, hay unas pequeñas sobreactuaciones, sobre todo en Elizabeth Shue (¿Que te paso, Isabelita? Eras chévere hasta en ese bodrio de El Hombre Sin Sombra, pero acá te fuiste a la B), pero el gran atractivo y el gran talento de esta película es incuestionablemente Jennifer Lawrence. Aparte de tener, con perdón de las damas, un incuestionable atractivo físico, la chica sabe actuar y su interpretación es lejos lo más disfrutable de la peli. Conclusión Un chato y predecible intento por sorprender sólo soportable por su carismática protagonista. La película como un todo, no asusta, ni hace un intento por siquiera narrar adecuadamente; mete un montón de giros de guión, que más que sorprender, en el mejor de los casos llegan a generar apenas un “Meh…”
Oliver Stone guía a base de adrenalina y un excelente desarrollo de personajes, un magnífico mosaico ultra-violento sobre las contras del pacifismo. Conozcan a Ben y a Chon, dos muchachos que lideran el tráfico de maricha en la pacífica comunidad de Laguna Beach, California. El negocio es redondo: Chon, ex NAVY SEAL (Fuerzas Especiales de la Naval Yanqui), trae las semillas de Afganistán; Ben, con sus titulillos obtenidos tanto en el campo de la botánica como en el de la administración de empresas, es el cerebro de la operación. Los muchachos ganan un montón de morlacos haciendo lo que hacen y como si esto no pudiera ser más perfecto, se comparten sin ningún celo o competitividad el amor físico y emocional de una rubia de curvas generosas que parece un clon mandado a hacer de Bridget Fonda en Jackie Brown. Todo muy lindo, ¿Pero cuál es el conflicto? Bien, como verán, el Cartel de Baja, una de las muchas organizaciones que controlan el narcotráfico en México, está empezando a ganar terreno en el gran país del norte y quiere meterse a estos caballeros en el bolsillo. Obviamente, éstos se rehúsan y para obligarlos a aceptar, el Cartel les secuestra a la rubia. Inicialmente buscan la alternativa pacífica para solucionar el problema pero luego van a tener que combatir el fuego con fuego. Ahora si te dijera que todo esto es el argumento de la nueva película de Oliver Stone, te me cagas de risa en la cara y me decís que te suena más a un argumento de la última versión del Grand Theft Auto que al film de un director cuya filmografía la integran títulos polémicos como Pelotón, Nacido el 4 de Julio y JFK; no podemos estar hablando del mismo Oliver Stone ¿Cierto? Muchos olvidan que este cineasta de visión tan polémica (motivada, entre muchas otras cosas, por ser veterano de la Guerra de Vietnam y por ser uno de muchos que nunca creyó del todo eso del “tirador solitario” que mato a Kennedy), tuvo su época de guionista. Este caballero, antes de dar el paso atrás de las cámaras, fue escriba de numerosos guiones que no distan del universo retratado en su más reciente opus como director. En este título recuperamos al Oliver Stone guionista; el de Scarface, Conan el Bárbaro, Ocho Millones de Maneras de Morir y Manhattan Sur. Todas ellas son películas de corte netamente genérico y gráficamente violentas, pero en las cuales, muy sutil y muy subtextualmente, se reconoce su ácida crítica a la sociedad estadounidense- que más tarde caracterizaría su labor de director. ¿Cómo está en el papel? Hay un proverbio en latín que podría resumir perfectamente el tema de esta película, Si vis pacem, para bellum, que significa “Si quieres paz, prepararte para la guerra”. Ese debate entre la civilización y la barbarie, la diplomacia y el belicismo, la paz y la guerra, es donde se mueve esta película. Concretamente la tesis que propone radica en la pregunta: ¿Qué estamos dispuestos a hacer, qué códigos estamos dispuestos a torcer y a romper, si nuestros enemigos atacan a los que más queremos para hacernos daño? La película tiene sus tres actos claramente marcados, aunque de los tres, el primero es el que toma más tiempo. Lo que inicialmente uno consideraría un punto en contra, es en realidad algo deliberado que nos adentra en la psicología de los personajes; no solo de los protagonistas, sino de los deuteragonistas e incluso de los antagonistas. Esta movida, muy poco usual en este género, nos deja en claro la notoria raíz literaria que posee y como tal, es una película íntegramente estimulada por las actitudes y el comportamiento de los personajes. La multidimensionalidad de los mismos es la mayor fuerza que tiene el guión, mostrando en toda su humanidad y en toda su vulnerabilidad a héroes y villanos por igual. Si esta película es original por algo, es por esto, porque si uno mira la trama, de lejos, no es muy distinta de lo que vimos en películas de acción con el mismo universo y/o el mismo conflicto. Las contradicciones que exhiben los personajes son la carne que hace a esta película un plato tan suculento. Sin esto, hubiera sido una película más del montón, pero Stone al elegir este camino tan poco transitado en el cine de acción y confiando en la esencia de la novela de Don Winslow, termina metiendo un golazo de media cancha que vale la pena el boleto desde el vamos. El segundo acto prácticamente no da tregua. Si bien hay una sola escena de acción, es ésta la mecha que detona sendos intercambios de palabras entre todos los personajes, donde se sacan chispas y se dicen frases de antología que ponen en evidencia la profundidad y multidimensionalidad con la que Stone, Winslow y Shane Salerno han desarrollado a los personajes. Les voy a tirar una sola línea para que se den una idea de lo que les quiero decir. La blonda que interpreta Blake Lively esta cenando con la reina narco que compone Salma Hayek. Cuando el personaje de Lively le pregunta al personaje de Hayek si tiene hijos, ésta le cuenta qué paso con toda su familia y remata el relato con un “Mi hija esta avergonzada de mí y estoy orgullosa de ella por eso”. Hemos visto muchos villanos con justificaciones a lo largo de los años y si bien el espectador no empatizará para nada con el personaje de Hayek, no podrá negar que tiene una humanidad que nunca se le otorga a esta clase de villanos. Pero lo que lo hace sorprendente y lo que rectifica la principal virtud de la película, es que emite esta conclusión sin hacer nada por lo que el espectador pueda sentir algo de lastima. La película concluye con un tercer acto bastante sobrio y con un revés que al espectador le va a parecer bastante ridículo. De esto último, les imploro que dejen que Stone se explique; se lo gano por toda la diversión que nos dio los primeros 100 minutos de metraje. Cuando replanteen el incidente en su cabeza van a ver que esta movida, aunque inesperada y tirada de los pelos, tiene bastante sentido. ¿Cómo está en la pantalla? La estética de la película es deudora de U-Turn, último paso de Stone por el cine de género. Una fotografía llena de sombras, sobreexposiciones y contrastes, rica en planos cerrados y una paleta de colores terrenales. Todo esto se suma a un montaje de pulso veloz para yuxtaponer los planos. Por el lado del sonido, solo diré que verán “El Chavo del Ocho” con otros ojos. Por el lado del rubro actoral, no se puede decir que Oliver Stone no practica lo que predica. Él dice “Uno puede hacer una mala película de un buen guión, pero no puede hacer una buena película de un mal guión”. Bueno, el buen guión ya lo tiene y para hacer la buena película, necesitó buenos actores. Este reparto está integrado, en algunos casos, por actores a los cuales nos cuesta ver en determinado tipo de papeles. Hay ocasiones donde el rol les calza como un guante y estarán de acuerdo conmigo que es una iteración completamente diferente a la habitual. La dupla protagonista es excelente. Me encanta verlo a Aaron Johnson en algo que no fuera Kick Ass y me parece fascinante su composición de un tipo pacifista en un negocio que es por naturaleza violento y cómo la situación límite en la que se encuentra lentamente lo obliga a contradecir su naturaleza. Taylor Kitsch me sorprendió, yo solo lo vi interpretar a Gambito en Wolverine y parece ser el arquetípico niño bonito; pero a las órdenes de Stone compone a la perfección a un recio ex Navy Seal veterano de esta última guerra en Medio Oriente, que parece haberse llevado la guerra a casa, una filosofía de defensiva que su personaje aplica cada vez que puede para dejar en claro su determinación. Benicio del Toro está genial como el lugarteniente de la capo-mafia que interpreta Salma Hayek. El tipo mete miedo –– y asco, cabe decirlo –– desde el primer momento en que aparece y su sadismo hace recordar al personaje que interpretó muy temprano en su carrera en Licencia Para Matar. John Travolta interpreta a la conexión policial de los muchachos protagonistas; el arquetípico cana corrupto que le importa tres velines lo que pueda pasarle a cualquiera, siempre y cuando reciba su paga en tiempo y forma. Sus analogías e ironías hacen de las escenas los momentos más risueños de la peli; en el sentido de “Es gracioso, porque es verdadero”. Compone logradamente la hipocresía que propone su personaje, pero también le dota una muy creíble humanidad cuando no está cerca de policías o narcotraficantes. Salma Hayek compone con mucha naturalidad pero con mucha rudeza a la reina del narcotráfico, a la que si bien no le tiembla el pulso para secuestrar y asesinar, también es capaz de caer de rodillas y sumirse en el llanto cuando le ocurre una desgracia. Esta ida y vuelta entre una máscara y otra, está presente en toda la película. Si me apuran, diría que es lo mejor de la peli a nivel actoral. Blake Lively compone con veracidad a la típica rubia de clase media-alta de California que, aunque no es la mejor actuación de la película, dice y hace lo suficiente como para quedar bien parada. Conclusión Una película de género brillantemente construida con personajes de una profundidad y una multidimensionalidad que muy, muy, muy, muy rara vez se suele ver en el cine. Materializado con interpretaciones brillantes de un ensamble de actores en los cuales ninguno decae. Todo apoyado por una factura técnica impecable en la que cada escena es un universo distinto. El mejor debate sobre civilización y barbarie que vi en muchísimo tiempo. Funciona como tema. Funciona como narrativa. Funciona como entretenimiento. Cuando una película funciona en estos tres niveles, por igual y yendo juntos a la par desde el primer fotograma, es lo que yo considero una ALTA PELI.
La ganadora como Mejor Película de la Competencia Argentina del BAFICI 2012 es un sencillo ejercicio intimista y un racconto de identidad que se limita a decir presente. Créanme que no es fácil reseñar un documental, empezando por el sencillo hecho de que no soy lo que se dice un asiduo espectador del género, salvo dos o tres excepciones. Pero si hay algo que le debo reconocer es que corre con la ventaja de que al no tener actores ni los artilugios estéticos que estamos acostumbrados a ver en el cine de ficción, su solidez, o la carencia de la misma, es determinada por dos nociones básicas de cine, que van más allá de si es ficción o no: ¿Qué historia se cuenta? y ¿Cómo se la cuenta? La imagen que abre Papirosen es la de un abuelo con su nieto, ambos sentados en una silla alta, en un paisaje nevado que me atrevo a intuir que se trata de Bariloche. Inicialmente y sin información alguna, esto pareciera ser una imagen sin sentido, pero a medida que avanza la película nos percatamos de lo que es ––o por lo menos una idea––: el fotograma que define de que se tratará la película: Un retrato generacional de una familia. Lo que responde la primera de las dos preguntas. La respuesta a la segunda pregunta, el cómo, es a través de material de archivo (en diversos formatos: Super 8, VHS, MiniDV, y el más potente HD) que abarca más de 4 décadas, y en vez de relatarlo cronológicamente, lo muestra fragmentado, sin ningún arco argumental; separado en diversos capítulos como un libro de relatos con personajes en común. Dicho concepto fue el norte al que apuntó el montaje; que consiste en la organización del material según el cuento en particular que cuenta cada capítulo. Todo documental tiene un tema, un criterio motor, cosa que esta película tarda mucho en dejar en claro. ¿Será posible que el realizador se cruzó con este material y decidió darle un sentido mientras lo encontraba o lo filmaba? Puede ser. ¿Estuvo gran parte de su vida planeando esta película? También. Pero una cosa queda clara: la película es una respuesta de 73 minutos a una pregunta que no se formula sino hasta la aparición de un primer plano de un recién nacido, que es el que cierra la película: ¿Quién es Gastón Solnicki? o ¿Quiénes son los Solnicki?. Se le puede aplaudir que haya tomado su propia historia y le haya encontrado una vuelta narrativa ingeniosa al material que tenía a su disposición. Pero aunque efectivo en su intención, y que a muchos otros espectadores en la sala les haya causado gracia y hasta hayan aplaudido, lamentablemente yo no me encuentro entre ellos. Que aquí hay y se está narrando una historia está claro, lo que está en discusión es que no ha calado hondo, por lo menos en mí. Cuenta lo que vino a contar y listo, nada más. Conclusión Un correcto ejercicio de narración partiendo de un universo íntimo, con un montaje de mano maestra; fundamental y orquestal en la estabilización del mecanismo narrativo elegido para contar la historia. Una historia que vino a decir presente y le deja al espectador la decisión de si ésta es o no recordable una vez que se apagó el proyector. Recomendable solo para los incondicionales de este tipo de cine.
El nuevo título del director de Ciudad de Dios es de una ejecución tan redonda como su título. Hay dos maneras de abordar una película coral: partiendo de una premisa se conectan varias líneas argumentales que existen al mismo tiempo para desarrollarla. Este curso de acción corre el riesgo de volverse una ensalada si el director no está atento a cada detalle y procura que todas las líneas se desarrollen satisfactoriamente. La otra alternativa, un poco más fácil, es tener la misma cantidad de líneas, narrar un arco argumental a la vez y luego pasar al siguiente; donde los que eran meramente intérpretes secundarios de una historia, pasan a ser protagonistas de la siguiente. Este fue camino el elegido por Fernando Meirelles y el guionista Peter Morgan (La Reina y Frost/Nixon), partiendo de la obra de teatro La Ronde de Arthur Schnitzler (el autor que con Traumnovelle inspiró Ojos Bien Cerrados, el último film de Kubrick) para lanzarse a tejer esta madeja en donde las acciones de una sola persona repercuten, directa o indirectamente, en las de muchas otras. ¿Cómo está en el papel? Si leíste el párrafo que abre esta nota, es suficiente para decirte que esta es una de esas historias en las cuales si empiezo a entrar en detalles te estaría contando toda la peli. Pero lo que si se puede decir es que el tema en común en todas las historias, que si bien parece ser el amor (y si ahondamos más, diría el acto físico que suele conllevar el mismo), es en realidad sobre los desvíos que se presentan en nuestras vidas, y como la decisión de tomar ese desvío o no puede repercutir en la misma. Hace acordar a un pedacito de un poema de Robert Frost, que muy probablemente se lo habrán oído decir a Robin Williams en La Sociedad de los Poetas Muertos: “Dos caminos se abrieron ante mi. Yo elegí el menos transitado, y eso hizo toda la diferencia. “ La película usa los primeros 30 minutos para presentar a los personajes, y todo lo demás es unir el fin de una historia con el inicio de otra. La pelota se empieza a mover con una eslovaca que decide volverse prostituta de un harén por internet, la cual es solicitada por el personaje de Jude Law, quien cancela la cita por haber venido al mismo lugar donde este tiene una reunión de negocios, pero la chica es solicitada ahí mismo por otra persona que resulta ser… y acá es donde me detengo, porque si me extiendo les estaría contando toda la película. ¡Ven lo qué trataba de decirles! En las manos de cualquier otro escriba, cada una de las historias se desarrollarían y cerrarían sin más consecuencia. Acá cada historia tiene un objetivo emocional potente y es tremendamente aplaudible cómo Peter Morgan pudo condensar emociones tan fuertes en los tiempos tan acotados de los que dispone cada línea de la historia para desarrollarse. ¿Cómo está en la pantalla? Meirelles no depende de tantos artilugios técnicos en esta película como en sus otras óperas celebradas, Ciudad de Dios y El Jardinero Fiel. Lo que si persiste es el uso de una leve sobreexposición en algunas de las escenas y un uso del split-screen, aunque marcado, solo presente en lo justo y necesario. Pero lo que hace de esta película algo verdaderamente digno de ser visto son sus actores. De todo el ensamble actoral que los que destacan son Ben Foster (El Mensajero, X-Men 3) y Anthony Hopkins (Hannibal the Cannibal para los amigos). Foster encarna a un ofensor sexual recién salido de prisión que trata de luchar contra la tentación. Su actuación es íntegramente gestual, sus acciones dicen más sobre el infierno que pasa por su cabeza que cualquier palabra que pueda decir. Los que están acostumbrados a ver a Anthony Hopkins como mayordomo o un culto psiquiatra caníbal, se van a llevar una grata sorpresa al verlo en su rol de un padre que hace un viaje para identificar el cadáver de quien podría ser su hija. Es la primera vez que lo veo interpretar a un tipo común y corriente, y debo decir que es genial; el monólogo con el que se cierra su historia está entre los mejores momentos de la peli. Conclusión Una historia coral fácil de seguir, armada con sencillez y a la vez con profundidad. Narrada con atino por Meirelles, que bendecido con las interpretaciones de un reparto en el cual nadie zozobra, compone un mosaico de emociones que no tiene ningún desperdicio. Altamente Recomendable.
Una película que a pesar de un ritmo desafiantemente lento, deja su tema muy en claro. La añoranza del pasado y el temor a la incertidumbre del futuro son temas que con diversos matices y trajes siempre han sido tratados en la cinematografía. La película en cuestión nos ofrece una imagen de postal no tanto del lugar en el que se encuentra sino de la deterioración y la inevitabilidad que esta representa. ¿Cómo está en el papel? El guion de esta película tiene una estructura densa y un conflicto que no se pone en marcha sino hasta que pasó la mitad del metraje. Hasta la llegada de ese momento es una sucesión de imágenes repetidas que solo tienen interés por pequeños e interesantes tics del personaje principal, tales como escribirle cartas a su marido largamente fallecido. La segunda mitad, aunque no progresiva en ritmo si lo es en profundidad temática. El cementerio cerrado al público, la muchacha fotógrafa que llega el pueblo e involuciona en la elección de sus herramientas de trabajo, el rol de recuerdo que tienen las fotografías, el que el pueblo este íntegramente poblado por ancianos, el que se haya dejado de registrar los fallecimientos, y sobre todo el sencillo hecho de contar nuestras vivencias a quien quiera escucharlas, son los elementos que acaban por concientizarnos de la raíz del legendario temor a la muerte que tanto nos aqueja. Y es que ese temor no pasa tanto por el dejar de existir sino el de no poder dejar un legado, y es solo a través de un legado que el hombre (en este caso la mujer) puede vivir por siempre. ¿Cómo está en la pantalla? Sería un lugar común decir que la elección del Cinemascope para encuadrar esta película es por los paisajes brasileños. Todo lo contrario; responde a una necesidad más que nada teatral de tener en planos muy cerrados a la mayor cantidad de intérpretes en el cuadro a la vez. Se destaca el uso de las claves bajas de iluminación y el énfasis en la utilización de puntos de fuga en las composiciones de cuadro para acentuar la percepción de profundidad. Lo único que pueda criticársele es el exceso de pausas en el montaje. De la actuación no puede decirse mucho, porque es muy sobria y responde exclusivamente a la historia que se cuenta. No suma puntos en el apartado emocional pero consiguen ser herramientas útiles al tema que pretende retratar su realizadora. Conclusión Aunque tiene un desarrollo temático incuestionablemente rico y profundo, su desarrollo narrativo requiere de una paciencia inusitada por parte del espectador ya su registro cuasi documental parece dar la imagen de no estar contando nada. Aquellos pacientes y escarben más profundo se encontraran con una sorpresa. Recomendable únicamente para los incondicionales de este tipo de cine.
Un conflicto promisorio aplastado a mitad de camino por querer dejar demasiado en claro su tema. Es un llamado difícil el de escribir una crítica objetiva sobre una película que transcurre en un conflicto tan golpeado como el de Israel y Palestina. Más aun cuando la crítica en cuestión no es laudatoria. Pero por otra parte, no le estamos haciendo un favor a nadie otorgando un elogio carente de sinceridad. El Pescador A nivel guion, la película, aun a pesar de ser muy autóctona, tenía un conflicto que prometía y hasta enganchaba al espectador que habitualmente no pondría ni dos pesos en películas de esta naturaleza: Un pescador, que no tiene una buena racha, pesca un día un chancho. El tipo es Islamista y vive en Israel, y ambas culturas no ven con buenos ojos a los chanchos. Desde entonces el tipo se mete en algunas situaciones desopilantes, solo algunas, para sacarse al chancho de encima. Cuando la película llega a la mitad, la narrativa se empieza a desgastar, principalmente porque a partir de ahí la película empieza a ceder bajo el peso de su tema (la intolerancia entre los dos pueblos) y la presión es tal que para el tercer acto, las patas en las que se sostiene la estructura narrativa se parten como escarbadientes. Lo que hace que se partan esas patas es el hecho de que para cuando llegan a ese tercer acto es que se olvidan completamente del conflicto que puso en marcha toda esta historia. No resuelven nada y donde debería haber una resolución satisfactoria, nos dan un testimonio sobre como ambos pueblos que tienen tanto en común (representado en el repudio a los chanchos) todavía se siguen matando y peleando cuando deberían respetar sus diferencias. Cosa que me podría enterar por los diarios o los noticieros, no por una película. El que sepa de la historia de estos pueblos, si me equivoco por favor que me corrija; les dije que era difícil. La Chancha y los Veinte La técnica está bien, nada del otro mundo, puestas sencillas y bien iluminadas yuxtapuestas de forma coherente en un adecuado montaje. A nivel actuación la película descansa en los hombros de Sasson Gabai, el actor que da vida a este pescador que no conforme con tener un negocio que no rinde, ve su dignidad y su vida en riesgo en todo momento desde que este chancho inexplicablemente entra en su vida. Sus gestos y expresiones hace acordar a una cruza entre Charles Chaplin y Roberto Benigni. Si la película es rescatable por algo, es por la interpretación de este señor. Nada más. Conclusión: La película entrega algunas risas, pero cuando su subtexto se convierte en una notoria bajada de línea adquiere ribetes soporíferos. Recomendable solamente para los incondicionales de este particular tipo de cine.
Una propuesta diferente que a pesar de sus destacados logros interpretativos zozobra por un guion desordenado. La práctica swinger o de intercambios de pareja es un terreno con mucho potencial para la comedia, fundamentalmente porque los tabúes de antes no son los de ahora y aquellos inscriptos, por crianza o experiencia, a las practicas interpersonales tradicionales son ahora los nuevos peces fuera del agua que siempre han sabido hacer las delicias de este género. ¿Cómo está en el papel? Cabe decir que el guion de esta película es un desorden sideral. Uno podría pasar por alto el que no tenga claro su tema; muchas comedias no necesitaron un tema potente para hacer reír. Pero que su estructura no sea clara, eso es difícil de pasar por alto. Esta película tiene un conflicto poderosísimo y cuando no tarda eones en ponerlo en marcha, tampoco se ocupa de desarrollarlo adecuadamente. ¿Es sobre vencer los prejuicios? ¿Sobre la estabilidad de una pareja? ¿Sobre el egoísmo y lo que nos cuesta incluir al otro en todos los aspectos de nuestra vida? Las preguntas se instalan y si bien eventualmente tienen su respuesta estas parecen más insertadas de sopetón para salvar las papas que para demostrar una tesis que el espectador se pregunta dónde fue instalada que no la vio. Hay situaciones cómicas pero estas responden al concepto de “pez fuera del agua” más de modo descriptivo que para desarrollar y profundizar. ¿Cómo está en la pantalla? La factura técnica de esta película es impecable como todos los productos que salen de la factoría Patagonik; encabezada por la fotografía del siempre excelente Félix Monti y la particular partitura de Iván Wyzogrod. La dirección de Diego Kaplan es correcta, adquiriendo en ocasiones un look documental cortesía de la cámara en mano y el zoom. El nivel actoral es, podría decirse, el arma más fuerte de la película. Aparte de las correctas interpretaciones de Julieta Díaz, Carla Peterson y Juan Minujin, la película encuentra sus más grandes carcajadas de la mano de Adrián Suar y Alfredo Casero. En una nota particular, creo que más guionistas deberían escribir personajes para Suar; porque si hay algo que ha demostrado con el pasar de los años es que sirve y mucho para la comedia. El tipo le pone esmero y mucha credibilidad a los papeles que hace. El sapo de otro pozo que aquí compone hará que más de un espectador se sienta identificado. Conclusión Una película que cumple con los requisitos mínimos e indispensables de una comedia. Si hace reír es gracias a los logros de un más que capacitado elenco que supo bordar las dificultades de un guion desordenado y pobre en su desarrollo. Una lástima, su premisa daba para más.