Buen trabajo “Buen trabajo” es la frase que más veces se dicen los personajes a lo largo de la película Sully dirigida por Clint Eastwood. Esa era la frase que definía años atrás al cine de otro gigante del cine americano: Howard Hawks. Define mucho más que a dos cineastas, define una idea del mundo, una mirada sobre las cosas. Sully es muchas cosas pero por encima de todo es un elogio del profesionalismo, del talento y la decencia de las personas que buscan hacer lo mejor que pueden aplicando todo lo que saben. i>Sully es pura emoción porque reivindica valores olvidados, despreciados, ignorados. La razón y el conocimiento es lo más importante en esta historia. Cuando se habla del cine de Eastwood se habla de una grandeza que parece perdida, porque aunque no sea el único cineasta clásico vigente, está claro que no tiene el más mínimo interés en perder su esencia o traicionar su narrativa en pos de acercarse a los tiempos que corren. No creo que el cine norteamericano esté en crisis, hace más de treinta años que escucho decir eso, pero sí creo que el cine cambia y los maestros van creciendo en su propio y particular camino. Cuando Ford y Hawks hacían sus últimas películas, sus miradas del mundo no se parecían, pero su mirada del cine sí. Esa grandeza pulida de los cineastas veteranos es algo que brilla en Eastwood. Allí donde alguien se hubiera hundido bajando línea y dando sermones, Eastwood se impone con la fuerza de la historia. Hay grandeza en los personajes, pero no hay grandilocuencia. Sully cumple con su trabajo, con un profesionalismo que las propias noticias recientes muestran que no es común en todo el mundo. No busca ni fama, ni premios, ni medallas. Solo quiere saber que la tarea está cumplida y la decisión, racional, inteligente y sabia de un profesional experimentado ha sido la correcta. Qué alguien no se emocione con los detalles más bellos y sutiles de la película es para mí un misterio, porque la película en su sobria puesta en escena y en su pudoroso guión alcanza picos de emoción enormes. Sí, tal vez es la emoción de Ford, una emoción inteligente, no un golpe bajo o una manipulación barata. Sobre los hombros de Hanks pone Eastwood la película, y él responde como Sully, haciendo su trabajo sin estridencias, solo con grandeza. Su personaje tiene dudas, angustias, conflictos. Aunque empezamos la película sabiendo cómo termina, esto no le quita mérito, al contrario, ratifica su grandeza. La sorpresa no tiene valor alguno aquí, la sorpresa es un golpe, la profundidad es un trabajo mucho más sofisticado. El cine se define por gestos visuales, por momentos que marcan la diferencia y que un director grande puede ver. El hombre que parece haber hecho todo bien, soporta una comisión que lo pone en duda. El profesionalismo llevado al siguiente nivel. Pero como muchos personajes de Ford, Hawks y también de Eastwood, su profesionalismo y sabiduría incluye una sublevación. El manual tiene defectos y una persona que sabe puede alterarlo para un bien mayor. También Spielberg podría haber dirigido esta película, porque Eastwood y Spielberg se parecen en muchas cosas. Tom Hanks en Puente de espías es parecido a Sully. Hacer el trabajo, cargar con la responsabilidad, terminar la jornada con el orgullo de la tarea cumplida. Los personajes secundarios, el copiloto, la esposa de Sully, todos están retratados con las mismas ideas. Sully tiene la sutileza del buen cine norteamericano. Para disfrutar del buen cine norteamericano hay que tener cariño por el lenguaje más complejo del cine. Aquel que forjaron los maestros y directores como Eastwood mantienen con vida. Clásico sin quedarse en el tiempo. Cuánto más clásico, más fresco se ve su cine.
Héroes del oeste Los siete magníficos es un western clásico generoso con los que no conocen el género, renovado en varios aspectos, y narrado dentro de un estilo contemporáneo. Su nombre fácilmente identificable se debe a que es una remake de una película con el mismo título realizada en 1960. Aquel film, dirigido por John Sturges, tenía un elenco de lujo encabezado por Yul Brinner y Steve McQueen. Pero más allá de ellos, su fama permaneció apuntalada en la banda de sonido compuesta por Elmer Bernstein, una de las melodías más recordadas de todos los tiempos. Más datos: aquella película era una remake del film japonés más conocido del mundo: Los siete samuráis (1954) dirigida por Akira Kurosawa y protagonizada por sus dos actores favoritos: Toshiro Mifune y Takashi Shimura. Aquella legendaria película realizada en Japón se convirtió en un merecido clásico absoluto y llevo al mundo un cine casi desconocido en occidente. Lo curioso es que Kurosawa era un fanático del western y no existe otra película japonesa más parecida a un western que Los siete samuráis. La remake fue como una vuelta al origen. Pero la película de Sturges, muy popular, no soportó el paso del tiempo como su par japonés. Envejeció y está muy lejos de ser un gran western, aunque la historia –claramente sacada de la otra película- completamente adecuada para un film del oeste. Esta nueva versión tenía, por todo lo mencionado, grandes chances de ser una buena película. No hablamos de comparación, sino de la historia que tenía y las posibilidades de hacerla bien. Y lo hace, porque es una película entretenida, emocionante, que no deja su clasicismo en ningún momento pero tampoco se ve diferente al cine actual. Tiene todo lo que uno espera de un western, no llega a ser una obra cumbre, pero está filmada con estilo y el elenco –pieza fundamental- se luce. La estructura de la película es muy simple, tan simple como atractiva, y cuenta la historia de un pueblo que amenaza con ser aplastado por un millonario. Luego de que son colocados entre la espada y la pared, deciden contratar a un pistolero llamado Chisolm (Denzel Washington) para salvarlos. A su vez, Chisolm recluta a otros pistoleros hasta llegar, claro, hasta un número total de siete. Con un sentido del humor muy claro y a la vez con un resultado políticamente correcto, el septeto de pistoleros parece un manual de diversidad para iniciados. No falta nada ni nadie. Y si acaso los sietes magníficos son todos hombres, es una mujer quien los contrata y a su vez es un personaje con relevancia en la trama incluso en las escenas de acción. Donde otras películas parecen forzadas, Los siete magníficos consigue plasmar diversidad de forma creíble y hasta un poco irónica. Otro logro para el film de Fuqua. Y del western la película tiene todo lo importante. No solo el paisaje y la acción, también los temas, en particular el de la lucha entre la civilización y la barbarie. Y también la venganza, otro tema vinculado con la falta de la ley y la justicia en el salvaje oeste. Y por encima de todo tiene héroes, gestos nobles, sacrificios, actos valientes. Esos cowboys que admiramos desde siempre reaparecen acá en todo su esplendor. Hoy por hoy eso es para mí un motivo para disfrutar de una película. Mucho más si es un western, el más grande de los géneros cinematográficos que hayan existido.
Dulce y melancólica Gilda, no me arrepiento de este amor, es un biopic sobre la figura de la cantante Gilda, cantante y compositora de cumbia y música tropical fallecida a los treinta y cuatro años en un choque en la ruta. Era la cumbre de su carrera, y luego de muerta siguió creciendo su popularidad y su prestigio, siendo claramente la artista que con mayor proyección fuera del género y el universo musical al que pertenecía. La película puede verse sin conocer absolutamente nada de ella, o tan solo un poco, el primer mérito de Gilda es justamente ese, es una gran película más allá del fenómeno. Las películas biográficas tienen reglas, como cualquier otro género cinematográfico, y Gilda las respeta con inusual clasicismo. No hay suspenso en la película, el relato empieza con su muerte y todas las demás cosas que cuenta también son previsibles. Pero eso no le resta mérito, al contrario, enfatiza nuestra emoción, desde los primeros minutos Gilda se disfruta al borde de las lágrimas, porque cada escena contiene una enorme emoción. El guión y la dirección de Lorena Muñoz captan de manera brillante el espíritu del personaje y Natalia Oreiro hace gala de un carisma arrollador desde la primera vez que aparece en cámara. Miriam (el nombre verdadero de Gilda) es una maestra jardinera que sueña con volver a la música, un amor que abandonó años atrás, y que compartía con su padre. Su marido, castrador, no ve con buenos ojos esa posibilidad. Sus hijos y su madre terminan de conformar el cuadro de una vida normal en la que no se vislumbra un futuro de exitosa cantante popular. Quien haya escuchado a Gilda observa que todo el relato está teñido por el tono melancólico y dulce de la propia cantante y compositora, quien no lo haya hecho va a entender lo mismo. De forma brillante, la película nos presenta a Gilda cantando Paisaje, de Franco Simone pero no en ritmo de cumbia. Puerta de entrada ideal para quienes no pertenecen al mundo de la música tropical. Pero Gilda tampoco –y eso se ve en la película- era una figura tradicional de esa música. Ella era diferente a todos, tanto al ambiente en general como a las mujeres de la cumbia en particular. Todo esto suma los ingredientes ideales para el drama. La protagonista tiene una vida gris y sueña con triunfar, se mete en un ambiente que inicialmente la rechaza, a la vez que sufre la oposición de su propia familia. Una historia que no tengo idea hasta qué punto ha tomado licencias poéticas, pero desde ya se agradecen porque lo que cuenta es perfecto. Una historia conmovedora, a pura emoción desde el comienzo hasta el final. No me gusta nada la música tropical ni la cumbia. Pero siempre me gustó Gilda. Porque vi en ella una melancolía y una sensibilidad diferente a todo. Algo único que la película también capta. Y quien nunca la haya escuchado lo va a percibir. Gilda es un personaje cinematográfico fuera de serie, su historia es perfecta. Y Muñoz hace un trabajo de dirección notable. En un género donde los directores suelen trabajar a reglamento y se apoyan solo en su personaje y su fama, Lorena Muñoz decide hacer una película, con una puesta en escena, llena de ideas visuales, donde la emoción no es solo por las canciones y la historia, sino por el cómo está filmada la película. La precisión del montaje es clave para que la sobriedad y la emoción vayan unidas. Las inevitables lágrimas que surgen en muchas escenas de la película son producto del trabajo de la directora y el montajista, cuyo buen gusto ayuda a que la emoción sea genuina y no producto de golpes bajos. El guión es también de la directora y Tamara Viñez y está lleno de ideas para distribuir todos los temas que quiere contar sin aburrir al espectador no interesado en saber cosas de más pero que a la vez necesita lograr empatía con el personaje principal y su historia. El elenco es fuera de serie, los actores están todos bien, pero quisiera destacar a Javier Drolas interpretando a Toti Giménez, el músico que descubrió a Gilda y se convirtió en su socio artístico. Su trabajo es notable, tanto como su personaje. Y por supuesto con un biopic como este, todo el peso final recae sobre la actriz. Natalia Oreiro, cantante y actriz de enorme popularidad que se fusiona con Gilda de una forma que para muchos será difícil separarlas. El carisma que tiene se siente desde el comienzo, sus primeros minutos en pantalla ya logran convertirla en todo lo que la película quiere contar. Dulce, melancólica, llena de ganas, llamada a ser grande, pero empezando tan lejos del sueño que parece imposible. Los ojos de Oreiro, sobre los cuales Muñoz pone un gran énfasis, transmiten toda la pasión y los sueños del personaje. Después, cuando canta, cuando baila, tiene la presencia natural de una estrella, aunque busca parecer a otra estrella, claro. Oreiro y Gilda y para quienes no hayan conocido a la cantante desde antes, es probable que ahora Gilda sea Natalia Oreiro. Entretenida y emocionante, Gilda no me arrepiento de este amor es como esas grandes biografías que Hollywood enseñó a hacer pero que ya no hace. Tiene un ritmo increíble, logra ser oscura y luminosa a la vez, está llena de momentos tristes, pero consigue movilizar a cualquier espectador. Anuncia en nacimiento de un mito, pero no lo muestra como tal. Le alcanza con describir los sueños de una persona, la fuerza de esos sueños y el deseo de no bajar nunca los brazos. Difícil permanecer indiferente frente a un personaje como ese y a una película también realizada.
La argentinidad al piso El ciudadano ilustre empieza con alguien que recibe el premio Nobel de literatura. Es un escritor argentino. El discurso que da al recibirlo contradice todas las reglas de la demagogia, el protocolo o la simple diplomacia. Ese escritor misántropo siente la aprobación como una condena. En ese sentido hace pensar en Jean Cocteau, que al recibir un premio dijo: “Los premios no hay que rechazarlos, hay que no merecerlos”. Lo que sigue son cinco años de bloqueo creativo. Con un pasar económico cómodo y con un prestigio que no se apaga, Daniel Mantovani (Oscar Martinez) se ve tentado por una invitación pobre y algo ridícula de su pueblo natal, Salas, en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Mantovani hace años que vive en Europa pero se lanza a la aventura de volver, solo, a ese pequeño pueblo para recibir un premio: el de Ciudadano ilustre. Gastón Duprat y Mariano Cohn dirigen el guión de Andrés Duprat que sin duda es una historia a contramano de la inmensa mayoría del cine argentino de los últimos quince años. A no confundirse, hubo grandes películas en esos años, pero había algo ausente, una mirada que no era común ver, y esa mirada la trae El ciudadano ilustre. Todas las cinematografías, incluso las de los países con estricta censura, suelen tener una mirada crítica en muchos de sus films. Incluso las cinematografías más amables con películas más comerciales suelen incluir un cuestionamiento. Pues el cine argentino del siglo XXI casi no lo tiene, al parecer, la última década no ha tenido conflictos, ni problemas, y todo el mal ha quedado circunscripto a un sector de la sociedad durante la última dictadura militar. El cine de la última década se ha encargado de esconder el malestar, de fingir una tranquilidad que no se ha vivido en la realidad del país. Pocos films, más allá de su ideología, han mostrado al menos esta tensión. No es que cada película tenga la obligación de mostrar tal o cual cosa, simplemente es la suma de films la que hace sospechar una actitud complaciente, tibia, cómplice, con el poder de turno. Por eso, entre otras cosas, es un oasis El ciudadano ilustre. Cuando Mantovani vuelve a Salas se encuentra no solo con un pueblo, sino con una idea de la argentinidad. Una sociedad cerrada que primero dice estar orgullosa de su hijo pródigo, pero que pronto revelará que lo desprecia. No al escritor en sí, sino lo que la existencia y el discurso que él tiene significa. Mantovani es un artista revulsivo, dice lo que no quieren escuchar, deja de dorarles la píldora nacionalista y le habla de un mundo de ideas superior a una bandera. Toda la acumulación de Dios, patria, familia que el pueblo exhibe con orgullo de desarma cuando Mantovani empieza a decir lo que piensa. Primero él intenta ser amable, condescendiente, hacer caso omiso de las cosas que lo molestan. Pero pronto todo estallará y tanto él como el pueblo comienzan una batalla que no es otra cosa que una batalla de valores. A pesar del humor, que podrá provocar risas, no hay duda, la película es de una ferocidad sin precedentes. Ni Perón, ni Evita, ni el estado, ni la iglesia, ni la Cultura (así, con mayúsculas), ni la familia se salvan. El patrioterismo barato, el arte visto por países y no por calidad, todo recibe su merecido. No se trata de coincidir con el misántropo Mantovani, se trata de la alegría de saber que haya cineastas que conservar su mirada intacta a pesar de años de artistas dormidos y distraídos. Como siempre, Gastón Duprat y Mariano Cohn, directores de películas como El hombre de al lado, tiene gran afecto por los detalles, y aunque la película se vea sencilla, está plagada de esos elementos sutiles que acompañan el contundente resultado final. Desde los secundarios desconocidos hasta los actores principales, todos encuentran el tono perfecto para que la película no se convierta en un grotesco, ese otro género tan caro al corazón argentino. El más sobrio de los actores, Oscar Martinez, consigue darle toda la fuerza a su personaje y mostrar con contundente sentido común, lo disparatado que es el mundo en el cual fue criado. Martinez suma aun más a su impecable carrera de actor. Excelente elección para los directores y su discurso contra todas las modas. El éxito de El ciudadano ilustre sería una gran noticia para el cine argentino. No por cuestiones de nacionalismo, sino por nuestro propio bien como sociedad. Argentina, europea, asiática o marciana, las ideas de la película tienen el mismo valor. Nos alegra tan solo saber que el espíritu crítico habita en nuestro cine. Por si acaso, y para evitar confusiones a la hora de festejar premios, recuerden siempre las palabras de Jorge Luis Borges: “Idolatrar un adefesio porque es autóctono, dormir por la patria, agradecer el tedio cuando es de elaboración nacional, me parece un absurdo”. Mantovani no podría estar más de acuerdo.
Los héroes del patíbulo. Escuadrón suicida forma parte del gran plan de películas basadas en personajes de DC Comics. Algo parecido a lo que ha hecho Marvel con sus héroes, pero en una escala menor en lo que a cantidad de películas respecta. Esta lucha entre DC y Marvel le interesa a los seguidores del comic y de las adaptaciones, pero aun no se termina de saber cómo funcionará dentro de la historia del cine. Para un número muy grande de espectadores, ese plan no tiene la menor importancia aunque sea el motor que moviliza esta enorme producción que pelea por el mercado del cine industrial. De todas esas películas, Escuadrón suicida es la que podría funcionar mejor como producción independiente a los demás films. Si bien tiene conexiones, es fácil entender en que universo habita y se entiende perfectamente como historia. Bueno, se entiende es un decir, en realidad. Digamos más bien que tiene vida propia, entender es otra cosa. Este escuadrón que da título a la película es una especia de Doce del patíbulo versión DC Comics. Marginales, asesinos, freaks, ladrones, locos. Condenados a estar en prisión, pueden ser el único recurso para el gobierno. Y así se va contando la historia de todos, mientras se los va reclutando. No hay mucho misterio, desde el comienzo la película descubre sus fallas y sus limitaciones. ¿Cómo presentar tantos personajes sin que la película se vuelva mecánica y previsible? Imposible no recordar el legendario comienzo de Watchmen, una película que aun con sus fallas era un manual de cómo arrancar una película coral y mostrar muchas historias previas en un solo montaje. Lo mismo para la música. Excelentes canciones acompañan cada escena, pero una vez más, Watchmen es un gran ejemplo de cómo usar una sola canción y usarla bien. Canciones excelentes no son automáticamente escenas excelentes. Así, cuando ya van tres canciones seguidas, dejar de ser espectaculares y empiezan a volverse molestas. Y aun así, y durante las dos horas que dura, Escuadrón suicida, tiene chispazos que muestran que pudo haber sido una gran película. Pero es manía de presentar todo, de explicar todo, le roba por lo menos una hora a la trama. Algunos de los personajes son irrelevantes, otros no podrían tener jamás el cariño del público, algunos sí merecen una película completa. Juntos no logran sumar, más bien complican un relato que en más de un pasaje da la impresión de que le faltan escenas. Es un misterio como una película que busca –y tal vez encuentre- posicionarse en lo más alto de la taquilla mundial, se vea estéticamente tan pobre, que el guión tenga diálogos tan malos y que todo se vea como una producción clase B en lo que a ejecución se refiere. Cara se ve cara, pero está filmada sin la potencia de una película mainstream clase A. Por momentos, muy breves, logra conectar. Pero nunca logra encontrar el ritmo y el tono. No es del todo oscura, no es graciosa, no es ligera tampoco, no hace pie en ningún lado, todos los conflictos tienden a diluirse. Lo más cercano a ser una historia es la de Deadshot (Will Smith, que pone todo para sacar a flote casa escena) que no se beneficia al estar interrumpida por los otros personajes. Un párrafo final merecen los dos personajes más esperados de esta película, los que lamentablemente son la prueba final de las fallas de Escuadrón suicida: Harley Quinn (Margot Robbie) y The Joker (Jared Leto). Harley Quinn es un personaje que, al igual que The Joker, es una puerta abierta al lucimiento del intérprete y el guionista, esos que se roban el show siempre, aunque no sean protagonistas. Pero que sea una gran oportunidad no significa que sean fáciles de interpretar. Margot Robbie debe combinar muchos elementos en su personaje y la película no encuentra nunca el espacio para que el humor o la locura de Harley Quinn se luzca. Casi todos sus chistes son muy previsibles, obvios y hasta molestos. Sin embargo has breves momentos donde uno entiende que podría haber algo valioso ahí. Robbie no logra abrirse paso en un mal guión y todo resulta muy desparejo. Solo hacia el final logra la conexión deseada, cuando ya la conocemos un poco mejor y se conectó con otros personajes. Pero la calamidad mayor es The Joker interpretado por Jared Leto. Además de todo lo mencionado hasta ahora, son dos los factores que conducen al desastre. Uno es la apuesta a que cada Joker deba ser más demencial, oscuro e intenso que el anterior. En lugar de explorar algo más adecuado a la trama, lo único que se busca es llegar a donde nadie llegó antes. César Romero era un payaso adorable, Jack Nicholson fue el sueño de Burton, Heath Ledger logró algo increíble junto a Christopher Nolan. Pero Jared Leto pierde el rumbo desde el comienzo. Y ahí entra el segundo problema: Jared Leto, ganador del Oscar, quiere lucirse. Se nota que quiere lucirse, no quiere hacer algo adecuado, quiere ser el mejor Joker y se nota. Se nota que compite por algo, no es funcional, es la búsqueda de un show. Cada escena con él es insalvable. Es lo peor de la película, no solo el peor Joker de la pantalla grande. Me gustaría pensar que todo esto puede encaminarse, pero es difícil que si vienen dando tumbos se enderecen de golpe. Queda una chance más, tal vez, con Ben Affleck como director. Pero son demasiados pasos en falso como para pensar que se trata de un error, un cambio sería una sorpresa más que agradable.
BOURNE SIEMPRE CUMPLE Jason Bourne se ha convertido en uno de los héroes de acción más populares de los últimos quince años. Aunque el personaje ya había sido adaptado del libro a la pantalla (pantalla chica, con Richard Chamberlain interpretando a Jason Bourne) fue Matt Damon en el 2002 quien le dio un rostro definitivo y una identidad de cómo personaje. El sobriamente versátil actor se convirtió en un intérprete más que aceptable como héroe de acción y las secuelas fueron mejorando poco a poco esta franquicia que aporta todo lo que otros agentes secretos no terminaban de conseguir. Tanto Bourne como Ethan Hunt (Tom Cruise) de Misión: Imposible han logrado mejorar, renovar y darle nivel cinematográfico al siempre presente pero siempre mediocre James Bond. En esta cuarta entrega con Matt Damon (un manto de piedad por El legado Bourne, donde no estaba el personaje) y tercera dirigida por paul Greengrass. Esa acción trepidante, violenta, sin solemnidad pero sin chistes, con algo de artes marciales, como grandes momentos por ciudades de todo el mundo es lo que uno espera de esta nueva entrega. Espionaje, suspenso, vueltas de tuerca. Todo lo que uno espera, está. Tal vez no sea un paso más allá, como había ocurrido con cada entrega anterior, pero aun así el resultado es muy bueno. Filmar una sólida película de acción sin fisuras no es sencillo y cada escena de Jason Bourne vale la pena. Una vez más, el personaje cumple y Matt Damon se luce en su estilo. Es decir, Damon se luce sin llamar la atención sobre su actuación. Solo va y hace lo que debe hacer, como su personaje, como la película.
Las trampas del amor La comedia no se divide por países o décadas. Una comedia funciona o no funciona, lo demás es secundario. Así que empecemos por lo importante, y luego sí, por puros cinéfilos, sigamos con lo segundo. Permitidos funciona, es una comedia graciosa, es una comedia bien filmada, no es la mera ilustración de unos diálogos divertidos, Permitidos es una buena película de forma completa. Una pareja que está feliz, juega inocentemente en una cena, con la posibilidad de que haya una cláusula de infidelidad aceptada entre ellos. La palabra es permitido, y se refiere a la muy poco probable posibilidad de que una persona famosa elegida se cruce en la vida de ellos. Estos permitidos son lejanos, así que solo se trata de una broma. Un mero chiste abre la puerta del desastre. Porque para eso se han inventado los conflictos dramáticos y para eso las grandes comedias. Para que lo improbable se vuelva una realidad y los personajes se ven inmersos en un sinfín de problemas no calculados. El problema venía anunciado desde el título. Los permitidos se vuelven realidad. Los terceros en discordia más inesperados se hacen presente. Ariel Winograd, director de Mi primera boda y Vino para robar, ya ha demostrado que conoce de sobra el conflicto de pareja y domina muy bien la comedia. Su estilo, cuidado en lo visual, y siempre con buen ritmo cinematográfico, se va a afinando título tras título hasta convertirlo en un experto en el género. ¿Pero qué género es ese exactamente? Winograd trabaja como pocos en el cine actual, la screwball comedy. Una de las grandes noticias dentro del cine argentino del siglo XXI, es que por primera vez conviven todas las formas posibles de hacer cine. Y una de esas formas es retomar las mejores herramientas e ideas de la comedia clásica. Tanto la norteamericana como la nacional. Hay en Permitidos tanto de screwball comedy de Hollywood como de la Edad de oro del cine argentino. Aquellas comedias tenían varias características, una de ellas era la de la idea del rematrimonio, como describe de forma insuperable Stanley Cavell en su libro La búsqueda de la felicidad, donde habla de este género. En estas películas, los protagonistas empezan la historia juntos, como una pareja feliz, para luego separarse por diferentes motivos, buscar nuevas historias y finalmente volver juntos con votos renovados y la convicción del amor y el deseo mutuos. En las década del 30 y 40 en Estados Unidos y en las décadas del 40 y 50 en Argentina, varios directores, guionistas y estrellas mostraron los conflictos de pareja de forma sofisticada pero sin drama, a puro pasos de comedia. Muchos directores derivaron con los años de estos films, pero los mejores siguieron siendo los originales. En Estados Unidos algunos de estos títulos fueron Casados y descasados (1941) de Alfred Hitchcock, Lo que sucedió aquella noche (1934) de Frank Capra, La pícara puritana (1937) de Leo McCarey, La historia de Palm Beach (1942) de Preston Sturges, La adorable revoltosa (1938) y Ayuno de amor (1940) de Howard Hawks, entre otros. En Argentina algunos ejemplos son La rubia del camino (1938) de Manuel Romero y muchas comedias del maestro de la Screwball comedy, Carlos Schlieper, como El retrato (1947), Esposa último modelo (1950), Mi mujer está loca (1952), Cuando besa mi marido (1950) son ejemplos perfectos de screwball comedy. Estas comedias sexuales mostraban siempre a la pareja en riesgo. O se terminaban de conocer y debían romper compromisos previos o eran un matrimonio roto que había que volver a unir. La sexualidad era una parte clave de la trama, y eso las diferencia de la comedia romántica. Además de un humor absurdo poco realista, otra diferencia importante. Un ejemplo: En Casados y descasados, la pareja jugaba con la idea de si se volverían a casar si de repente no estuvieran casados. Él, sabiendo que eso no pasaría, contesta que no. Esa misma tarde, ella se entera de que por un error legal, no están verdaderamente casados. Ahí arranca una comedia con terceros en discordia que cumple con todas las reglas del género. Algo de eso hay en Permitidos, claramente. En aquellas comedias, todas ellas feministas, la mujer y el hombre tenían un peso equivalente, no estaban inclinadas hacia uno u otro. Un gran problema de estas comedias en Argentina durante muchos años (posteriores al período mencionado), eran el descuido del personaje femenino, la falta de profundidad en su retrato, la ausencia de deseos y objetivos. Esta cuenta pendiente del cine argentino se ha recuperado en los últimos años y Permitidos es un ejemplo perfecto de screwball comedy. Más cerca de Romero y Schlieper que las comedias nacionales de las décadas que separan a aquella época de la actual. Otro gran ejemplo de screwball comedy, verdaderamente brillante, es Voley, dirigida por el protagonista de Permitidos, Martín Piroyansky. Aunque Voley era una comedia coral, las ideas de la screwball estaban presentes. No es raro que trabajen juntos Winograd y Piroyansky aunque Permitidos sea el trabajo más importante que han hecho juntos, ambos son fundamentales para la trama. Y como en toda buena comedia de esta clase, la actriz protagónica también es fundamental. Sin esa protagonista no hay comedia que logre funcionar. Y Lali Espósito cumple con creces el desafío. Espósito, actriz y cantante muy popular con una carrera importante en programas televisivos de mucho rating, ya había probado suerte en el cine pero es aquí donde creo que logra el tono exacto de una gran comediante. Ser gran comediante significa ser gran actriz. Ella y Piroyansky se lucen en sus papeles, son personajes que se hacen querer, tienen carisma, y a la vez son muy graciosos sin pasarse nunca de registro. En un país donde la comedia tiende a ser grotesca, ellos actúan de manera más clásica, más funcional al guión que su propio show personal. Otro acierto de la película son los personajes secundarios, el cliché del clásico forzado no acá no está. Los personajes están muy bien todos, desde los de papeles más pequeños a los terceros en discordia, Liz Solari (absoluta revelación en comedia) y Benjamín Vicuña. La sumas de tantas buenas actuaciones solo puede atribuírsele al director, capaz de sacar de todos lo mejor. El guión, de Julián Loyola y Gabriel Korenfeld es también el vehículo para que todos puedan lucirse. Hacer screwball comedy no siempre es sinónimo de éxito, los espectadores no necesariamente prefieren una comedia más adulta, más arriesgada y con tantos problemas. Una screwball comedy es una versión más seca y compleja de las comedias románticas, aun cuando coincidan en muchos puntos. Si quieren llamar a Permitidos comedia romántica, no hay problema, pero ser más específicos es una forma de elogiar sus virtudes más profundas, aquellas que la conectan con esos clásicos no superados de la historia del cine. Y otro elemento que conecta esta película con los clásicos es la belleza de sus imágenes, el cuidado que tiene para la puesta en escena. Esto no es televisión filmada, esto es cine.
Bodrios hay en todas partes La única cosa positiva que se puede sacar de una película tan mala como ¡No renuncio! es el permitirnos recordar que en todos los países del mundo se hacen películas horribles y que las mismas a veces son capaces de ser terriblemente exitosas. Esta nueva comedia del actor, presentador, músico y guionista Checco Zalone está dirigida por Gennaro Nunziante. Ambos han trabajado juntos varias veces y son un fenómeno de taquilla en Italia. La historia que cuenta ¡No renuncio! es -como lo subraya el título de estreno en Argentina- la de un empleado público que ama la comodidad de su trabajo y se niega a abandonarlo frente a un recorte presupuestario. No importa lo que lo ofrezcan, no importa como traten de disuadirlo, él quiere seguir siendo empleado público. Este es el puntapié inicial para una comedia sin chistes graciosos, que arremete desde el primer minuto con bromas que ya estaban gastadas en el cine y la televisión hace treinta años. Este personaje nefasto es visto con simpatía y alegría, a la vez que se adivina una crítica tibia al sistema que lo cobija, pero siempre desde la ligereza y el doble discurso. Apelando a una demagogia insufrible –tal vez la razón de su éxito- la película multiplica clichés, trazos gruesos y gags de “como son los italianos” que insultan a la inteligencia de cualquier ser humano que sienta algo de afecto por el cine, la comedia o el ser humano. Comedias malas hay en todas partes, hoy nos llegó a nosotros una pésima, hecha en Italia.
Dos huérfanos En la década de los noventa Steven Spielberg logró finalmente ganar el Oscar a mejor director y mejor película, fue por La lista de Schindler. Si años más tarde James Cameron al recibir el máximo premio gritó ¡Soy el rey del mundo! Spielberg en su mejor momento dedicó el premio a los espectadores. Recuerdo la profunda emoción que sentí frente a esa dedicatoria. La misma que he sentido desde chico viendo sus películas. Ese sentimiento no ha cambiado, aunque yo sea ahora un espectador adulto. Contrario al lugar común, no vuelvo a sentirme niño cuando veo las películas de Spielberg, las disfruto como adulto. Lo que sí vuelvo a experimentar es ese diálogo entre el realizador y yo. Siento que la película está pensando en mí, que no veo las cosas de afuera, que no soy testigo de algo que no me corresponde. Spielberg y su cine me comprometen, me hacen sentir parte indispensable. El cine de Spielberg es un cine de huérfanos. A veces, como en El buen amigo gigante, la orfandad es real. Pero muchas veces es la sensación de soledad y desamparo que puede haber en cualquier persona, esté realmente sola o no. Solo está Elliott en E.T., pero también está solo Viktor Navorski en La terminal. Perdidos buscando una familia están los protagonistas de El imperio del sol, Inteligencia artificial y Atrápame si puedes. La insistencia sobre la soledad en el cine de Spielberg atraviesa gran parte de su obra. Pero no todo es oscuridad, a veces esos personajes solitarios ayudan a otros, a veces esos huérfanos son capaces de rescatar a otros. Oskar Schindler abandona su cinismo para salvar vidas, el paleontólogo Grant abandona su hosquedad para proteger a dos niños en medio del Jurassic Park. Pero alguien, en algún momento de casi todas las películas de Spielberg, es abandonado, abandona, sufre el abandono. Y en esta idea de la soledad y el abandono, que en mayor o menor medida afecta a todas las personas, están uno de las claves del universo Spielberg. Su punto de mayor oscuridad fue sin duda La lista de Schindler, con aquella niña del abrigo rojo que terminaba muerta, la pista definitiva de cómo Spielberg veía la irrupción del nazismo como la pérdida total de la inocencia en el mundo. Ni los niños de las películas de Spielberg podían ser salvados. Cuando Sophie, la protagonista de El gran amigo gigante elige ponerse en la casa del gigante una chaqueta roja, parece no ser casualidad, la chaqueta pertenece a un niño que no pudo ser salvado. Toda la película parece un regreso al más puro Spielberg, al de E.T., y no por nada la guionista es Melissa Mathison, la recientemente fallecida guionista que escribió en 1982 E.T. El extraterrestre. Tampoco hay que subestimar que se trate de una adaptación de Roald Dahl, el mismo de Matilda, entre otras historias de solitarios. El buen amigo gigante es un refugio absoluto, es un espacio de protección en todos los aspectos posibles. Por un lado la huérfana Sophie, sumergida en un mundo horrible (el mundo, bah) sobrevive a través de la literatura de ese otro genio que poblaba su obra de huérfanos y solitarios: Charles Dickens. Y el Gigante es la definición misma de protección. Gigante, poderoso, pero bueno, más que bueno, simpático, cálido, gracioso, simple. A contracorriente de esta época en el cine y la televisión, tal vez a contracorriente de muchas otras épocas también. Su trabajo es dar sueños. Su trabajo es ir por las noches permitiendo soñar. El gigante es un gran protector que actúa a través de los sueños. El Gigante es el cine, es la literatura, es la fantasía, el arte, es un artista también. No cualquiera, uno que practica el arte de los artistas protectores. De los que saben que el mundo es como es, pero eligen apostar contra el cinismo. Así como es común que las personas nos sintamos solas, también es común que tengamos esperanza, que como la adorable Sophie, detrás de todas nuestras dudas y angustias habite un enorme e irrefrenable deseo de creer, de soñar, de ser felices. No hay un huérfano solo en El buen amigo gigante, hay dos. Son dos miradas sobre el tema en una sola película. Sophie encuentra su camino, pero el Gigante está más cerca del héroe solitario de Guerra de los mundos, aun cuando su final no sea ni de cerca trágico, es un poco más agridulce. Sería injusto pasar por alto la maestría de Spielberg como narrador, y aunque nos hemos acostumbrado a que sea el mejor, eso no debería llevarnos a dejar de notar su “invisible” perfección narrativa. La belleza de las primeras escenas, ese comienzo con una Londres que parece intencionalmente victoriana aunque la historia transcurra en el presente, es una maravilla estética. La fotografía impecable de esos primeros momentos se lanza luego a esa otra tierra de sueños, donde el gigante bueno –que sueña, que cree, que no come niños- convive con torpes y malvados gigantes, villanos que básicamente nunca han madurado. Y ese tercio final multicolor, con la Reina de Inglaterra incluida, una fiesta de comedia y alegría. Del orfanato al Palacio es el camino del interior de Sophie. De estar escondida bajo las sábanas ocultando su amor por la ficción, abandonada a su suerte, a la felicidad de sentir comprendida, querida, cuidada. “Los pocos momentos en los que me siento sola” dice ella al final. Siempre hay algún momento así, aun cuando estamos contentos. Spielberg no solo cuenta una historia de protección, de sueños, de amor por la fantasía, sino que también su película lo es. Un refugio incluso para él mismo, porque es un regreso a sus fuentes. Una película que nos hace sentir también protegidos como espectadores. Estoy convencido que es más fácil ser cínico que creer en algo. Es más sencillo se pesimista que apostar a que todo tiene sentido. Por suerte Spielberg sin negar la realidad del mundo, sabe que tiene en sus manos una herramienta poderosa: El cine. El buen amigo gigante es también una reflexión sobre el cine, sobre la fábrica, o en este caso la casa artesanal, de sueños. Los sueños que anidan en los niños y también en los adultos.
Juntas son dinamita CAZAFANTASMAS, de Paul Feig JUNTAS SON DINAMITA | por Santiago García Cazafantasmas es una nueva versión del clásico de los 80 pero completamente renovada en todos los aspectos. Una comedia excelente, con un elenco impecable y un guión divertido e inteligente. Una completa maravilla. Imperdible. Las comparaciones son odiosas pero la cantidad de remakes que se realizan actualmente casi nos obliga a tener que decir algo sobre los títulos anteriores. Los cazafantasmas (1984) es una película muy taquillera y muy recordada por los espectadores, lo que lleva necesariamente a pensar en ese título y su secuela de 1990 al estrenarse la versión del 2016. Lo correcto sería decir que se trata de películas muy distintas, cosa que es cierto, pero todos quieren comparar y responder a la pregunta de sí es mejor, si está a la altura y si valió la pena. No son pocas las remakes irrelevantes que vemos todos los meses, por lo cual también se ha vuelto un lugar común decir que la original era mejor, incluso cuando no es cierto. Pero nadie está escondiendo acá la euforia y esta aclaración es para decir que comparadas, Cazafantasmas 2016 es mil veces mejor que los dos films anteriores y que si quisiéramos profundizar en la inútil comparación, hay que decir que es un film más divertido, mejor actuado, mejor realizado y muchísimo más profundo que aquellos dos. No se trata de ser diplomáticos, sino realmente creer que las comparaciones no sirven. La versión de 1984 era una comedia irreverente, absurda, bastante improvisada en el guión y con un desparpajo muy poco habitual para un cine de alto presupuesto. Los cazafantasmas 2 era más prolija pero perdía la alegría de su predecesora. Las dos podrán ser recordadas con cariño, pero no eran grandes películas. Finalmente, para que no se enojen los puristas, hay que decir que para muchos Cazafantasmas es más un reboot que una remake. Es decir que empieza de cero, no es una nueva versión del guión original. Sutileza inútil si las hay, pero que quede aclarado, porque hay mucho nerd con tiempo libre que se divierte con esa diferencia. Cazafantasmas es, en lo que a género se refiere, una comedia. No es una comedia del montón, es una comedia que tiene una perfecta combinación con el género fantástico. Sí, claro, hay muchos fantasmas, y los efectos especiales son todos excelentes, propios del cine fantástico, pero el género de base al que pertenece la comedia. No sé a quién se le ocurrió hacer una nueva versión, pero el resultado no podría ser mejor. Cazafantasmas es una comedia con un timing increíble. La perfección de las cuatro protagonistas (más su asistente) y el resto del elenco es asombrosa. Hasta Andy García interpretando al alcalde de Nueva York tiene momentos memorables. Cazafantasmas tiene algunas de las mejores líneas de comedia en mucho tiempo, y las actrices hacen que esos diálogos brillen. Hacía tiempo que no me reía a carcajadas en el cine como con esta película. Mérito de las actrices y los guionistas. Me gustaría empezar a citar diálogos de este nuevo clásico, pero prefiero esperar a que otros vean la película para poder reírnos todos. Cazafantasmas es una película cómica, con muchos chistes, pero es una película para espectadores con sentido del humor. Los chistes pueden ser a veces básicos, pero otras veces son sofisticados y veloces, y necesitan un espectador que se ría algo más que de los golpes y los porrazos, aun cuando estas mujeres practiquen muy bien la comedia física. El director de la película es el ya oficialmente maestro de la comedia Paul Feig, director de esas comedias revolucionarias que son Damas en guerra y Armadas y peligrosas. También Spy la dirigió el, pero en mi opinión es una comedia inferior en comparación con las otras dos maravillas. El también escribió el guión, junto con Katie Dippold guionista también de Armadas y peligrosas. El guión de Cazafantasmas es impecable pero además tiene varios temas interesantes. El más poderoso de todos es el de la amistad. Las dos protagonistas son dos amigas distanciadas, vueltas a unir por su condición de incomprendidas. Ellas han visto fantasmas, ellas son desde entonces marginadas, pero una de ellas ha aprendido a disimular para vivir en sociedad y la otra no. Cuando la que intenta madurar, Erin Gilbert (Kristen Wiig) descubre que su vieja amiga Abby Yates (Melissa McCarthy) ha vuelto a difundir un libro sobre fantasmas que escribieron juntas, sale a enfrentarla pero se termina rindiendo a la doble evidencia de que los fantasmas sí existen y no pueden ser negados y que la amistad entre ambas también sigue existiendo y tampoco puede ser negada. Ya hay otra científica demente, inventora, con Abby, llamada Holtzmann (Kate McKinnon), la más rara del equipo, lo que no es poco decir. Luego se sumará Patty, que no es científica pero conoce Nueva York como nadie (Leslie Jones) y se conformará el impecable cuarteto de Cazafantasmas. Un secretario muy apuesto pero completamente idiota llamado Kevin (Chris Hemsworth, muy gracioso) será una quinta pata cómica que de paso empieza a golpear contra los clichés de una historia del cine machista. La propia película recibió agresiones machistas y misóginas desde que se anunció el cuarteto de mujeres como Cazafantasmas. La película se ríe de eso y hasta lo usa como parte del guión y la campaña publicitaria. La victoria a favor de la nueva película no podría ser más aplastante. La amistad de las cuatro protagonistas es de las más poderosas que se hayan visto en cine. Tanto para el ridículo, el miedo, la aventura, el coraje y la emoción, las cuatro protagonistas son inolvidables. Es una verdadera oda a la amistad esta película, como lo han sido, dicho sea de paso, los films anteriores de Feig, todos ellos protagonizados por mujeres. Hay un diálogo que revela el complejo nivel de autoconciencia que maneja la película. Hablando de fantasmas alguien cita a Patrick Swayze en Ghost, película de público femenino según el estereotipo cultural. Las protagonistas se ponen a hablar de Patrick Swayze, pero diciendo que sus películas favoritas con el actor son El duro y Punto límite. No es un dato menor, la película viene a patear los lugares comunes, viene a correrse del lugar esperado. El enojo de los fans previo al estreno indica que no es un terreno tan fácil como se puede creer. Por otro lado, la película no busca pelearse para nada con el film anterior, y un puñado de hermosos cameos del elenco original indica que cuenta con el saludo de todos ellos. En ese aspecto vale la pena quedarse hasta el final de la película, hasta el último título. La sensación de fraternidad femenina que el film tiene me hizo acordar a esas bandas de chicas, esas que no le debían nada a nadie, que no estaban al servicio de nadie, que hacían (y hacen) su música, se divierten, dicen lo suyo y no piden perdón por existir. Desde The Runaways hasta Sleater-Kinney, pasando por The Bangles, L7 o Luscious Jackson, por citar algunas. Ese poder es el mismo que respire en Cazafantasmas, con las protagonistas y la forma en la que funcionan en la pantalla. Verlas juntas en un escenario en un momento de la película lo corrobora. Rockean, realmente, las cazafantasmas. Una banda de mujeres que hacen de esta película uno de los mejores ejemplos de feminismo en la cultura popular. Y no hay pancartas ni bajada de línea, simplemente son, hacen y punto. Lo justo es cerrar con las cuatro comediantes que le dan vida a la película. El lugar de la mujer en la comedia ha sido siempre acotado. La idea de perder por completo la compostura no ha sido bien visto en general en las películas. Poco a poco se ha ido modificando de eso (con orgullo nacional digamos que Argentina siempre tuvo grandes cómicas) y las mujeres no solo han hecho comedia sofisticada y veloz, sino también comedia física, escatológica, violenta, donde como los buenos cómicos de la historia, la compostura se pierde por completo. Estas mujeres cómicas tienen en este cuarteto un equipo espectacular. Leslie Jones, de la cantera de Saturday Night Live, Kate McKinnon, también de SNL, una comediante cuya locura es una fiesta para los espectadores, se roba la película con su personaje, una verdadera sorpresa. Y por supuesto las dos mejores comediantes de la actualidad (con o sin género de por medio) Kristen Wiig y Melissa McCarthy. Su manejo del humor es de lo mejor que se haya visto en la pantalla grande. Ellas son el centro de la película. Si la comedia americana siempre da la nota y sorprende con nuevas maravillas. Esta vez, y como pocas veces, lo hace dentro del cine industrial de alto presupuesto. El riesgo nunca ha sido más grande, pero el resultado artístico es indiscutible. Esperemos que los espectadores se sumen, porque Cazafantasmas es una de las películas más felices en mucho tiempo.