Papelones históricos Dentro de un género no muy trabajado en el cine argentino posterior a la Edad de oro, el cine histórico tuvo una pequeña moda a fines de los 60 con las películas de Leopoldo Torren Nilsson y quienes siguieron sus pasos pero en general, por cuestiones políticas y de producción, ha sido dejado de lado por el cine nacional, con famosas pero escasas excepciones. Sin embargo, en los últimos años, libertad tecnológica mediante, se han intentando realizar una nueva serie de films sobre personajes históricos de nuestra historia. El encuentro de Guayaquil, basado en un texto de Pacho O´Donnell, cuenta la historia del encuentro entre José de San Martín y Simón Bolivar. Lo que ocurrió en dicho encuentro no se sabe pero la película crea una ficción acerca de lo que pudo haber ocurrido. El encuentro de Guayaquil es un misterio estético. Sorprende que en el año 2016 aparezca un relato surgido del peor cine argentina de hace por lo menos veinte años atrás. Con instantes que parecen de telenovela, pero mayormente con un aire de biopic revisionista filmado en otra época de la historia del cine argentino, una mala época del cine argentino. Con recursos estéticos que no encuentra justificación, como esa cámara que parece no querer estabilizarse, esos encuadres forzados y ridículos que no llevan a ningún lado. Por supuesto que la obsecuencia imperdonable de los artistas durante el kirchnerismo encuentra en el actor militante y aplaudidor del poder Pablo Echarri al intérprete ideal para actuar de forma deplorable el papel de San Martín. Pero la complicidad de este señor con el gobierno no debe tapar la evaluación de una película que es singularmente mala. Solo se hace mención a este tema porque las bajadas de línea política aparecen a lo largo de toda la trama. En un par de años, si acaso alguien vuelve a ver este film, posiblemente no se vinculara el discurso del film con la coyuntura en la que fue creada, pero ahora es imposible no ver que este film vio la luz debido justamente a la época en la que fue presentada. El revisionismo de la película no consiste en explorar de forma sofisticada la trama política o los temas que podrían surgir a partir de esto. El revisionismo consiste en poner a los personajes en situaciones cotidianas, no en lecturas más complejas. Pero las actuaciones, particularmente malas todas ellas, impiden ni siquiera por un segundo el prestarle atención a los diálogos de por sí falsos y forzados. Los dos actores principales son incapaces de hacernos creer que son próceres, o militares, o seres que pudieran haber existido. Son dos actores actuando mal a dos personajes importantes. Mucho se ha criticado la versión de San Martín que hizo Leopoldo Torre Nilsson en El Santo de la espada, pero Alfredo Alcón, aun con su impostado bronce, lograba darle más vida a este San Martín insólito. Y Torre Nilsson, con muchas limitaciones en el resultado final, conseguía momentos de verdadero cine.
Titanes en el ring Un documental sobre el mundo del catch es necesariamente un documental sobre arte. Sobre esa forma de deporte y teatro que es la lucha sobre un ring con personajes creados para la alegría de los crédulos espectadores. Dependiendo del país y de la época, las personas pueden haber sido testigos o no de los momentos más populares de esta disciplina. En Argentina durante la década del 60 y hasta fines de los 80, Titanes en el ring fue un fenómeno del espectáculo de catch cuyo popularidad hoy tal vez sea difícil de calcular para quienes no vivieron esa época. Liderados por Martín Karadagian, esta troupe de luchadores tuvo un éxito enorme, y tanto el “Gran Martín” como los demás luchadores fueron verdaderos ídolos de niños y no tan niños. Ágarrese como pueda, lo que dicen los cuerpos al volar cuenta la historia de las décadas previas a este esplendor y los años posteriores, pero el centro de la trama son los titanes. Historias y anécdotas de La momia, Rubén Peuchele, Pepino, Don Quijote, El caballero rojo y otros se suceden para ir armando una memoria de aquellos años a la vez que se ensaya una reflexión sobre el significado del catch. Lo bueno de la película es que la parte intelectual acompaña con ligereza a la reflexión de primera mano y pocas palabras de la mayoría de los luchadores. No le queda mal a la película combinar ambas cosas, al contrario. No es un film intelectual ni tampoco es una enumeración superficial de eventos. Los realizadores Nicolas Bratosevich, Javier Romero y Claudio Celada tienen material de sobra y un imagina que esto podría convertirse en una serie de varios episodios, pero también es buena la sensación de velocidad que imprime el querer saber más y que la película siga avanzando. El deseo de saber más es una señal de buen documental. Como las peleas que cuentan los protagonistas cuando pasan a la televisión, son unos minutos y a lo que sigue. Historias no faltan y los directores tienen la humildad de no asumirse biógrafos oficiales de la historia del catch en Argentina. Muchos momentos son fantásticos, no hay que anticiparlos, pero algunos quisiera citarlos. En un momento uno de los entrevistados describe a un joven Karadagian, ¡que todavía hacía de villano! como un dibujo de Oski. Y uno, que ha visto a Karadagian durante décadas, descubre que esa descripción es insólitamente acertada. También es hermoso ver como todos son trabajadores. Que no hay millonarios ni estrellas dando vueltas en la película. Y no nos pocos los testimonios que muestran que Martín Karadagian tenía, además de habilidad deportiva, un gran talento artístico. Combinar deporte y arte como él lo hizo con Titanes en el ring sin duda es un hallazgo. Como nota final es emocionante ver al gran Rubén Peucelle –fallecido en el 2014- contando historias y reflexionando sobre su trabajo. Con el mar al fondo y su pelo ya encanecido y algo calvo, Peucelle seguía siendo El Ancho Peuchele. Una de las estrellas más recordadas de aquel período. Y, para los que aun no lo saben la película lo cuenta, también el cuerpo debajo de una de las máscaras más conocidas de los Titanes en el ring. El bien, el mal, la justicia y la injusticia, los héroes de fantasía que parecían tan reales en cada lucha. La película los homenajea, los comprende y los trae una vez más a la vida.
Comedia negra holandesa Pasaron casi veinte años desde que el director holandés Mike Van Diem realizó su última película. Aquel título, Carácter se hizo famosa por habar ganado el Oscar a Mejor película extranjera. Ya en el olvido, aquel film difícilmente entre en la lista de los films fundamentales de la historia del cine y razonable que así sea, por otro lado. Pero a aquel drama pesado le sigue ahora una comedia de humor negro con toques de fantasía. Sin duda es raro ver que luego de una espera tan grande el regreso es para hacer una pieza tan ligera y con tan poca identidad. Ganar el Oscar, como se ve, no es sinónimo de una explosión en la carrera de nadie. El protagonista de esta historia es un millonario que ya no encuentra motivos para vivir y decide suicidarse. Como encuentra esta tarea demasiado complicada, termina contratando los servicios de una muy prolija empresa encargada de terminar con la vida de las personas que lo solicitan. Dicho final no es conocido por el que contrata y puede ocurrir en cualquier momento. Cualquiera puede adivinar que al contratar este servicio que no puede cancelarse, el protagonista del film se arrepentirá. Enamorado de una joven, quiere retroceder sobre sus pasos pero la empresa se niega rotundamente. Filmada con prolijidad, pero con muy poco estilo, la comedia no pasa ni por un momento la barrera de la más pulcra mediocridad. La originalidad de no venir de los países habituales se agota en unos pocos minutos y luego se trata de un completamente trillado guión, sin sorpresas ni sobresaltos y alargado para convertirse en algo más que un ingenioso chiste. Si olvidamos que el director esperó casi dos décadas para regresar con esto, podríamos pensar que estamos frente a un título adocenado de esos que cubren cómo pueden los baches de una abultada programación de cable. Si quieren ver una comedia con gusto a poco pero hablada en holandés, tal vez esta sea la única oportunidad en el año de escuchar dicho idioma en cine.
Pesada y superficial Warcraft llega al cine como consecuencia de la fama de la franquicia de videojuegos a su vez diversificada en muchos otros universos. Es decir, carga con su público cautivo y sus fans, con su historia previa y su iconografía. Pero eso no le quita ni agrega nada a la película en lo que a calidad artística se refiere. Y calidad artística es lo que falta, por más que su director podía crean cierta expectativa entre los espectadores que lo conocen. Hablamos del realizador Duncan Jones, director de Moon y 8 minutos antes de morir. Humanos y orcos se enfrentan en este film gigantesco, más grandote que grandioso, y a su vez cada bando tiene sus propias internas. Los personajes buenos de ambos bandos buscan la empatía del espectador, cosa que logran por momentos, pero la obviedad en exceso trillada de diálogos y situaciones tiende a desconcentrar. Hace años que los efectos especiales han logrado una perfección que no había hecho olvidar de aquellos excesos de décadas pasadas. Los efectos se habían podido integrar a las tramas. Curiosamente, Warcraft es un retroceso en ese aspecto. Los aciertos con los personajes de los orcos no se hacen extensivos al resto, y los efectos parecen ser un fin en sí mismo, generando cansancio y distanciando la emoción que el film necesita. Demasiados parecidos con films anteriores que todos hemos visto, una pesada herencia de la línea Avatar y referencias religiosas tan forzadas que causan algo de gracia. Hay películas que tienen un encanto logrado a fuerza de rigor, coherencia y convicción, pero Warcraft parece ir casi todo el tiempo en dirección contraria. Poco rigurosa, incoherente y muy poco convencida del material, la película tarda en arrancar y lo hace sólo para llegar al final, gritando alegremente que habrá secuela. Las franquicias cinematográficas deberían considerar seriamente ser más humildes y más generosas. Dar lo mejor desde el comienzo, no transmitir la impresión de que se guardan todo para más adelante. Salir al ruedo como si fueran a realizar muchos films y no dar nada en el primero es una apuesta que puede salir mal. Veremos si hay secuelas de Warcraft, por ahora hay una película sin personalidad, sin identidad, grande y aburrida, con un elenco que tampoco está convencido de lo que hace, desde el primero hasta el último.
No vuelvan más Día de la independencia fue un éxito gigantesco en la década de los 90. Objeto de burla también, pero éxito al fin. Su sentido del humor la convirtió para muchos en una película irónica, todo lo contrario a la solemnidad que muchos creían ver. Debates aparte, la película era realmente del montón. Pero los éxitos mandan y veinte años más tarde llegó esta secuela. La tecnología cambió en el mundo y eso se nota. No solo por lo que aparece en la película, sino por la manera en la que está filmada. Pero sigue siendo una historia aburrida, más grandota que grandiosa, y el sentido del humor se ha vuelto casi nulo en comparación. No hay forma de identificarse o acercarse a los personajes y la acción es ruidosa pero no atrapante. Solo algunos breves instantes consiguen el objetivo del gran espectáculo. Cuando la dimensión de las cosas puede entenderse, como ocurre con el ómnibus escolar. Lo más ridículo, forzado y a la vez divertido de la película. Ni el siempre irónico y autoconsciente Jeff Goldblum logra sostener esta secuela tardía. Al euforia final promete una tercera parte, ojalá exista una manera de evitarla. El éxito de esta película tendrá la última palabra.
Grecia en ruinas El estreno de esta tardía e innecesaria secuela es una excelente oportunidad para desperdiciar nuestra vida repasando la película original. Está bien hacerlo, porque aquel éxito de taquilla es una de las peores y menos graciosas comedias de todos los tiempos. Siempre, claro, hablando de comedias exitosas. Si nadie hubiera ido a ver ese bodrio, no estaríamos hablando del tema. Película norteamericana donde una familia griega reaccionaria y gritona aprendía a aceptar a un yerno no griego. Todos los chistes malos posibles se acumulaban en ese film costumbrista que no tenía nada que envidiarle a los peores costumbrismos del mundo cinematográfico. De aquella comedia horrible, esta secuela francamente insoportable. Pero como ya no les quedan más chistes, algunos momentos sin humor poseen un poco más de corazón y algo más de estabilidad narrativa. Aun así, por el bien de cualquier ser cuya existencia no sea infinita, esta secuela debe ser ignorada. Hasta el recurso que produce la mitad de los chistes (un matrimonio que se descubre que no es tal por un tema de firmas) es gastado y es fácil recordar mejores comedias sobre el mismo tema. Por ejemplo: Casados y descasados (Mr. And Mrs. Smith) de Alfred Hitchcock. Perdón maestro por meterlo en este comentario sobre ese artefacto irrelevante llamado Mi gran boda griega 2.
El aviador Un primer plano de Kóblic (Ricardo Darín) al comienzo del film expresa gracias al talento enorme del protagonista, toda la tensión y la angustia de un hombre que sabe se enfrenta a algo más grande que él. Es un piloto de avión durante la dictadura militar y ha tomado una decisión que lo obliga a abandonar la fuerza y huir a un pueblo olvidado, dejando absolutamente todo atrás, encontrando refugio trabajando en el pequeño hangar de un viejo amigo de él, como lo había sido también de su padre. Kóblic recuerda en más de un momento a los films de Charles Bronson de la década del 70. El tipo duro que busca alejarse de su pasado pero en su nuevo lugar las cosas se complican y la violencia vuelve a irrumpir. La diferencia esta clase de films y el policial negro es que la violencia es en espacios abiertos, que no hay mujeres fatales y que la mayor parte de las escenas son diurnas. También, por los espacios y el protagonista solitario que llega a un pueblo corrupto, Kóblic tiene mucho de western. El forastero llega para cambiar las cosas, aunque su objetivo inicial no era ese. Como el centro dramático es la decisión de un capitán de la fuerza aérea durante la dictadura, las lecturas políticas aun pueden aparecer entre los espectadores argentinos. El rechazo del protagonista a completar uno de los siniestros vuelos de la muerte, donde se asesinaban personas lanzándolas al océano en pleno vuelo, es lo que lo transforma en un paria, aun cuando sus colegas parecen estar dispuestos a perdonarlos si decide arrepentirse a tiempo. Pero al llegar al nuevo pueblo un comisario corrupto (Oscar Martinez) ejerce un poder que tarde o temprano chocará contra Kóblic. En el año 1983, al regresa la democracia a la Argentina, hacer un film de esta clase hubiera sido imposible. El dolor, el horror y las tensiones de toda la sociedad no lo hubieran hecho posible. Las heridas completamente abiertas y casi una década de persecución ideológica, impedían que los artistas tuvieran la preparación para el cine de género en serio, tratando temas tan discutibles. Hubo, claro, algún que otro policial, pero no de esta clase. Con los años, a lo largo de las décadas, el cine argentino no solo mejoró en general, sino que además pudo ir más allá del registro histórico y la denuncia y encarar este período desde nuevo lugares. Es un síntoma de madurez y evolución del cine nacional. El policial, uno de los géneros favoritos de toda la historia del cine argentino, encuentra aquí a un nuevo gran exponente, con aires de western, y con dos protagonistas que son parte de esta gran época de nuestro cine.
Aventuras en la jungla El libro de la selva es un libro que ha tenido mucha suerte con el cine. Al menos cuatro adaptaciones cinematográficas son dignas de mención e incluso se puede decir de algunas que son excelentes. Ninguna le jura lealtad absoluta al texto de Rudyard Kipling, pero todas encuentran el camino para ser adaptaciones honorables del clásico de la literatura del siglo XIX. The Jungle Book (1894) era un libro de relatos, la mayoría protagonizado por el personaje de Mowgli, un niño criado por lobos, con amigos animales, en particular un oso y una pantera, que vive una serie de aventuras en la selva de la India. Estos relatos, que funcionan como fábulas, donde la personalización de los animales es tomada como un hecho desde el comienza, son relatos de carácter moral y unidos dan una cosmovisión que ha tenido diferentes tipos de interpretaciones. Muchos han visto elementos alegóricos y reflexiones sobre la sociedad contemporánea en cada uno de esos cuentos. No hay duda de que a través de estas historias y de la educación que recibe Mowgli en la jungla, el autor despliega una mirada muy clara sobre el mundo. Esto ha vuelto al libro trascendente y actual. La lealtad, la honestidad, el valor, la amistad, son todos temas que se ven en este libro. Las películas han captado diferentes aspectos de la obra, pero como ya he dicho, todas han encontrado su camino hacia la propia identidad artística. La versión 2016 es sin duda la más espectacular de todas. En lugar de estar abrumada por los efectos especiales, se aprovecha de la capacidad tecnológica del cine actual para convertir en imágenes reales aquello que Kipling describía en su texto. En la versión de 1942, dirigida por el húngaro Zoltan Korda en Inglaterra, la técnica cinematográfica no le jugaba muy a favor, pero lejos de limitarlo, le abría las puertas de esa singular belleza de los efectos de aquellos años. Con un Technicolor abrumadoramente bello, Korda inmortalizó una selva de una belleza única. Y creo una historia sobre la nobleza natural del ser humano inocente en contraposición a la codicia de los hombres. La serpiente Kaa ocupaba, un rol mucho más parecido al del libro y era también otro hallazgo estético digno de mencionarse. El actor Sabú era el protagonista de este gran clásico. Jon Favreau, director de film como Iron Man y Elf no ignora aquella versión, pero apunta su filiación estética hacia el clásico de animación de Disney de 1967. Así que El libro de la selva 2016 no le debe poco al film póstumo del maestro. El espíritu de los 60 se veía en esa historia simple pero enorme, con tono ligero y una puesta en escena absolutamente clásica. Algunas canciones, pero en particular dos, se convirtieron en éxito al instante. Los hermanos Sherman fueron los responsables de componerlas. “The Bare Necessities” y “I Wan´na Be Like You” (interpretada por Louis Prima) vuelven en la nueva película, con versiones impresionantes, incluso mejores, si se me permite la osadía. En 1994 Stephen Sommers jugó a mostrar a Mowgli ya adulto, luchando contra villanos humanos, algo completamente fuera de la historia del 2016. Aquella versión, la más alejada del primer libro, igualmente funcionaba y se aferraba al más puro cine de aventuras. Pero en esta nueva versión los humanos, más allá de Mowgli, no tienen casi presencia, todo ocurre en la selva. Y tiene lógica que así sea, porque son los personajes de animales quienes sirven de cuento moral sobre la naturaleza de las personas. Como ya se ha dicho, la capacidad técnica del cine actual permite que todos los animales cobren vida de forma realista, sin limitación de ninguna clase. Pero con eso solo no alcanza, claro. La película se sirve de eso como una herramienta más para el relato. El libro de la selva se diferencia de su máxima inspiración, el film de 1967, para retomar el espíritu más oscuro y aventurero de la obra de Kipling. La película podría considerarse como la suma del libro –un poco del segundo libro también- y la película de 1967. No son pocas las imágenes inquietantes y atemorizantes, cercana a la aventura como se la conocía antes, menos infantil, pero doblemente espectacular debido a eso. La aventura aniñada, excesivamente lavada, ridículamente falsa es un invento de la corrección política del siglo XXI y afectó mucho a los relatos para niños. Por suerte esta película logra plasmar la moral de Kipling, la ligereza de Disney, y la tecnología actual para sumar todo sin perder nada. Aventura con mayúscula, aventura como se la conocía en el siglo XIX y el cine clásico. Mucho sentido del humor, e incluso canciones, completan esta película que bien puede considerarse otra imprescindible adaptación de El libro de la selva. El libro sigue teniendo suerte a la hora de llegar a la pantalla grande y su grandeza parece inspirar solo a los cineastas correctos.
Un guión pésimo Dentro de la ola infinita -y por momentos insoportable- de películas biográficas que año tras año sepultan la creatividad en el cine americano. Algunas son peores que otras, el nivel no es parejo ni todo negativo. De tanto en tanto aparece alguna realmente buena y también hay un puñado de films simplemente mediocres pero inocuos. Un último grupo son las biografías tontas, fallidas o directamente indignantes. Como se trata de películas, las que más molestan son las que se basan en historias vinculadas con el cine. Hace poco un patético mamarracho le dedicaba sus dos horas a retratar a Alfred Hitchcock, en el medio, y de forma sintomática, expresaba una serie de ideas muy pobres acerca del cine. Para juntar todos los lugares comunes negativos del cine biográfico y agregarle su mirada obtusa sobre el Hollywood clásico ahora llega Trumbo, película que retrata la vida de Dalton Trumbo durante los años del Comité de Actividades Antiamericanas. Trumbo no es el primer film que trata sobre esta época, pero sin duda es el que peor lo hace. Bastaría contraponerlo a Buenas noches, y buena suerte para ver las diferencias entre un film excelente y uno horrible. El desfile de actores bien vestidos de época, la dirección de arte y una fotografía bien llevada puede hacer creer que no se trata de una mala película. Pero nadie duda de que aun un film mediocre en Estados Unidos es capaz de ofrecer estos elementos. Es una lástima que en sus eternas dos horas de duración, Trumbo se olvide de contar que los años que retrata fueron de los mejores de la historia del cine mundial. Pero claro, eso sería hablar de cine y el cine no importa acá. Trumbo funciona como aquello que denuncia. Una casa de brujas que ridiculiza a sus enemigos de manera lamentable, que se sirven de las herramientas más torpes que da el cine para contar historias. Caricaturas baratas, diálogos ridículos, escenas de trazo grueso. Todo aquello que el propio Dalton Trumbo hubiera tratado de evitar. Los artistas de Hollywood no se pueden defender de estos films que, para limpiar la conciencia del cine actual, suelen tener éxito en los premios. Pero tan mediocre y tonta es Trumbo que ni siquiera pudo tener mucho éxito en los premios. Solo la sobreactuación bastante triste de Bryan Cranston tuvo algo de repercusión. Alguna vez se hará una buena y sofisticada película sobre estos temas, que retrate todas las facetas del conflicto, por ahora los progresistas millonarios producen estas cosas. El cine, lamentablemente, es el único que sale perdiendo.
El nuevo Batman La película más taquillera del momento parece ser también una de las más polémicas. En realidad no mucha polémica, más bien insultos que se tiran al aire cuando alguien ataca con dureza esta nueva película con héroes de DC Comics. La generación de los lectores sistemáticos de historietas domina hoy la taquilla mundial pero arrastra los prejuicios de las generaciones anteriores. Los que antes se obsesionaban por la literatura y el teatro para interpretar las películas, han sido reemplazados por una nueva camada de espectadores de cine que parece negarse a interpretar una película en base a lo que realmente pasa en la película, más allá de cualquier texto o formato previo que la inspire. DC Comics ha visto a sus personajes en la pantalla grande desde hace mucho tiempo. Aunque el lugar común hoy indica lo contrario, se trata de personajes que han tenido gran suerte en el cine, en especial Batman, con sus versiones dirigidas por Tim Burton y Christopher Nolan. Si algo aprendimos de Batman es justamente que no existe una forma correcta de llevarlo a la pantalla de cine y televisión. No solo Burton y Nolan demostraron que podían hacer cosas diferentes pero igualmente buenas, sino que tiempo atrás la versión pop en clave de comedia creada por William Dozier también era brillante. Aquel inolvidable Batman con Adam West tuvo también una versión cinematográfica. Así que no hay reglas, salvo las que cada film crea, lo que realmente hay que hacer es analizar la película que tenemos delante, Batman vs Superman. La película muestra al millonario Bruce Wayne preocupado por los daños colaterales del superhéroe Superman, a quien le reclama por los daños colaterales de sus enormes batallas contra los villanos. La forma en la cual la película lo muestra resulta un poco apresurada y poco convincente, además de abrir algunas puerta a cierto verosímil que luego le costará cerrar. Superman ya ha sido presentado con detalle en el film anterior del héroe, pero Batman es nuevo así que también tenemos que conocer su pasado, incluyendo la muerte de su padre y, más importante para la trama, de su madre. Lo acompaña, como siempre, su mayordomo y lugarteniente Alfred, interpretado de forma espantosa por Jeremy Irons en un tono que no es ni gracioso, ni cínico, ni interesante. Un punto que quedará en la historia es justamente haber creado el peor Alfred de la historia. En sus dos horas y media Batman vs Superman tiene que presentar a un nuevo héroe, enfrentarlo a otro héroe, y luego agregar villanos. Como si esto no fuera suficiente, incluye a la Mujer maravilla a la que le da un cierto protagonismo pero no termina de presentar. Y anuncia, como si fuera un corte publicitario, tres nuevos héroes por venir. Es mucho material, muy atractivo para las ventas, pero muy poco sólido en la narrativa. Aunque se entiende que esta es una película de Batman, los demás personajes sufren peleando por algo de protagonismo. Incluso Superman es un personaje desdibujado, casi olvidado por el guión por momentos, algo bastante insólito. Pero no todas son malas noticias, porque si pensamos que se trata de una película de Batman, lo que vale es que Ben Affleck interpreta a un Batman magnífico. Todo funciona en su Batman, su personaje tiene futuro y una película solo con él y Ciudad Gótica tiene mucho potencial. En la multiplicación de personajes y conflictos el la dirección y el guión no hacen buena pareja en este caso. La grandilocuencia visual de Snyder tiene por momentos indiscutible impacto, pero en otras escenas es una confusión de explosiones y fuego que tiene muy poca claridad narrativa. Así que la película necesita explicar cosas y sumar información en los momentos en los cuales Snyder deja las cosas un poco en paz. La falta de humor, por otro lado, lo que en este caso hubiera venido bien para que la ridiculez de algunas escenas quedara algo tapada. Ser ridículo y solemne es una combinación que hace vulnerable a cualquier film. La taquilla aprobó con creces a esta película que sufrió un inusualmente violento rechazo de la crítica. Muchos espectadores también fueron críticos. En la euforia de la victoria comercial es posible que estén tomando notas para el futuro. Todos tendrán sus películas y convivirán en La liga de la justicia. Como espectadores solo queda desear lo mejor, ya que esas películas coparán las salas del mundo. Nuestra apuesta, como de costumbre, es para Batman, y en particular para Ben Affleck. Si algo del mundo de sus films como director, tanto en la melancolía como en la narrativa perfecta, puede sumarse al mundo DC, entonces no hay de qué preocuparse, Ciudad Gótica y sus personajes estarán a salvo.