Insensatez y sentimientos La pareja protagónica (Adrián Suar y Valeria Bertuccelli), el guionista (Pablo Solarz) y también el director (Juan Taratuto) de Un novio para mi mujer, así como varios otros integrantes de aquella película se vuelven a reunir en Me casé con un boludo, película que fuera de eso no tiene conexión alguna con aquella. Sí, podríamos decir, que busca una forma de comedia romántica más parecida a las comedias de rematrimonio que al estándar de Hollywood de la comedia romántica actual. También es cierto que, en comparación al cine comercial actual, la pareja protagónica es adulta, no adolescente, lo que también cambia los temas a tratar y la perspectiva de los personajes. La película dirigida por Juan Taratuto cuenta la historia de una estrella de cine argentino, Fabián Brando y Florencia, una actriz cuyo novio dirige la película en la que trabajarán juntos. Pero como el título anuncia, Fabián y Florencia tienen un destino en común, como también lo indica el género al que pertenece la película. Lo más complicado para el espectador, que entra al cine ya riéndose debido al título del film, es entender donde colocarse con respecto a los personajes. Esa inseguridad es más de quien está mirando que de los que realizaron la película, como se irá viendo a medida que la trama avance. Es esa primera parte la más complicada porque no terminamos de decidir que nos parecen los personajes, que nos producen, al menos eso me pasó a mí. Si Un novio para mi mujer era más sólida en la comedia que en el drama, acá se podría decir que ocurre lo contrario. Claro que el film sigue siendo una comedia, y que el sentimentalismo jamás se apodera de las escenas, ni existe el más mínimo atisbo de golpe bajo para impactar el espectador. Cuando hablamos de drama en realidad hablamos de escenas sin gags concretos ni chistes para buscar la risa. Pero entonces, a medida que avanza la trama y el personaje toma una decisión disparatada para salvar su pareja, ocurre algo que ilumina a toda la película. Guionista, director y actores logran dotar a la historia de un inesperado corazón. Y así, sin que el título Me casé con boludo pudiera hacerlo sospechar, la película resulta emocionante. Como el Christian de Cyrano de Bergerac, Fabián recibe (en realidad sale a buscar) letra y personalidad afuera, aquella que él no tiene. La diferencia es que nosotros nos conmovemos con el hombre vacío que necesita ser mejor para no perder aquello que ama. Cuando la película no anuncia sus temas, cuando simplemente suceden las escenas, Me casé con un boludo está llena de buenos momentos y grandes escenas. Un par de elipsis brillantes nos hacen avanzar cuando el romance se concreta y también para resolver muy bien el desenlace. Los secundarios funcionan, combinando veteranos con estrellas del cine independiente, perfectamente equilibrados. Y, en algo que vale la pena destacar, la música de Darío Eskenazi resulta brillante. Cuando parece las banda de sonido de Bernard Herrmann en las escenas de cine dentro del cine pero también cuando busca el tono de la historia principal. Y tres versiones de Vivir así es morir de amor son un lujo y un placer extra que la película ofrece. Un atrevimiento más es decir que la escena del rodaje que se ve en un momento de la película parece un amable homenaje a La noche americana, lo sea finalmente o no, en algo la evoca. En las historias de amor, comedias o no tan comedias, los personajes hacen cosas absurdas y disparatadas para no perder lo que aman. En Me case con un boludo esta regla se cumple y aunque anuncia en un comienzo que lo hace en forma de comedia ridícula –como lo subraya el provocador y efectivo título- luego lo termina completando de forma emocionante. Cualquiera, hasta el más irrecuperable de los tontos, tiene una chance de luchar por su amor, si lo hace con verdadera convicción.
Hombres de mar Horas contadas (The Finest Hours) es la clase de película que convirtió al cine norteamericano en una garantía de buen cine. No es una obra maestra, pero tiene más corazón y narración que el promedio del cine mundial. Destinada a ocupar esa línea por debajo de los grandes tanques pero por encima del cine independiente, Horas contadas se podría llamar cine mainstream de la segunda línea. Una buena historia, una historia extraordinaria, narrada con mucho más que oficio y con una solidez que una vez más hay que insistir es la marca del mejor cine del mundo: el norteamericano. Horas contadas transcurre en 1952 y cuenta la historia de dos grupos. Los que están en el mar y los que están en la costa. Los del mar son la tripulación de un buque petrolero que se ha partido al medio por la más terrible tormenta que se haya desatado cerca de las costas de New England. Los sobrevivientes quedan con un ingeniero de máquinas Ray Sybert (Casey Affleck) como líder del grupo, tratando de encontrar la manera de sobrevivir en un barco al que le quedan horas antes de hundirse. Obviamente el grupo tiene diferencias y cada decisión puede ser la última. Por otro lado, en la costa, un contramaestre de la Guardia Costera Bernie Webber (Chris Pine) se enfrenta al desprecio de todos por una tragedia ocurrida un año atrás. Su prometida, por otro lado, ignora el motivo por el cual es despreciado pero pronto lo averiguará. Cuando alguien deba realizar una misión suicida para intentar rescatar a los tripulantes del barco, está claro quién será la persona al frente del rescate. Segundas oportunidades, profesionales en peligro, camaradería, coraje, moral heroica. Como si fuera un manual de cómo recrear el mundo del director Howard Hawks, Horas contadas posee todos los elementos del director de Solo los ángeles tienen alas y ¡Hatari! Los dos líderes del conflicto en los dos lugares son dos personajes enormes, cada uno a su manera. Es impresionante la actuación de ambos, pero en particular la de Casey Affleck, que realmente parece salido de otra época de la historia del cine. No hace falta aclararlo, pero todos los secundarios son brillantes. Y la prometida de Webber, Mirian (Holliday Grainger), que como una Jean Arthur contemporánea no acepta el rol normativo que los códigos sociales le quieren imponer. La técnica cinematográfica permite que la tormenta, el barco y todo lo complejo que tenía el desafío formal se vea perfecto, pero el mérito está en la construcción del relato, en los personajes, en los héroes y el camino que realizan a lo largo de las dos horas de película. Horas contadas es completamente efectiva y emocionante a la vez. Una clase de cine que está en minoría pero no completamente aislado. Si de aventuras marítimas se trata también llegó hace un par de meses En el corazón del mar, una película con la cual Horas contadas tiene muchos puntos en común, más allá del océano. Horas contadas es la película ideal para ver justo al final de la temporada del Oscar y empezar a anotar cuales serán las películas que la Academia ni se entera que existen.
Cine desanimado Anomalisa es a primera vista un film muy original. Aunque quienes conozcan de forma exhaustiva la historia de la animación seguro encontrarán conexiones o antecedentes, lo que realmente se nota es que Anomalisa no se parece a nada de lo que se hace en materia de largometrajes de animación en Stop Motion. Pero ser diferente no es sinónimo de ser bueno. Los minutos iniciales son seguidos por las dudas sobre si la supuesta obra maestra que todos dicen que es no es simplemente una película con una idea que no pasa de eso. Las angustias existenciales del protagonista conviven con detalles triviales y cotidianos. Pero nada parece justificar, en ninguno de los dos niveles, que se trate de una película de animación. Todo está dicho una y otra vez, cada duda es expresa por el diálogo a un nivel que expone la naturaleza fallida del film. La animación no ha logrado la expresividad necesaria, el director debe abrazarse a los diálogos para explicar todo. La sorpresa del comienzo se transforma en sopor. La película pasa del aburrimiento al ridículo sin escalas, pero insiste en su profundidad, como si decirlo le ayudar a conseguir el objetivo. Charlie Kaufman, guionista de ¿Quieres ser John Malkovich? y El ladrón de orquídeas, ha sabido demostrar originalidad en más de una ocasión, pero aquí su juguete nuevo no le da los resultados de aquellos films. Sumergido en una historia que no tiene verdadero interés, busca en una animación sin gracia esa originalidad de la cual película carece por completo. Como una versión pesimista y sin encanto de Perdidos en Tokio, con momentos tan graciosos como la escena de sexo, que recuerda más a Team America que a un film adulto. La animación stop motion hace rato que demostró ser un arte, Kaufman quiere ser el primero en elevar a un género que hace rato que es grande. Coraline y la puerta secreta, El extraño mundo de Jack o Shaun el cordero son tres posibilidades diferentes de animación fuera de serie. Es cierto que Anomalisa es exclusivamente para adultos, pero incluso como tal es una pieza aburrida. Un culto al esnobismo de quienes subestiman a todos los artífices de un género e intentan colocarse por encima, como salvadores del mismo. Aburrida y fea, Anomalisaes una de esas películas que reciben muchos elogios hasta que alguien dice: El rey está desnudo. Es hora de que alguien lo diga.
Terreno conocido Un agente del FBI, Joe Merriwether (Jeffrey Dean Morgan), busca la ayuda de su antiguo colega retirado, el Dr. John Clancy (Anthony Hopkins). La sabiduría y los poderes psíquicos de este analista son la única chance que parecen tener los agentes para resolver el caso. La compañera de Merriwether, la agente Katherine Cowles (Abbie Cornish), no cree en los poderes de Clancy es escéptica acerca de la utilidad de convocarlo. El propio Clancy tiene dudas, pero al ver el peligro que corre la joven si él no participa del caso, decide aceptarlo. Pronto descubrirá que tal vez su participación en el caso fue calculada y planificada por el propio asesino, lo que lo colocará en el desafío más grande de su carrera. Clancy es a su vez atormentado por los traumas de su propio pasado, algo que se dará a conocer a medida que avance la trama. El director nacido en Brasil Afondo Poyart posee un estilo recargado, donde la herencia de una estética publicitaria le quita clima a muchas de las escenas, en particular los flashbacks. Aunque estéticamente la película busca acercarse al recordado estilo visual de Pecados capitales de David Fincher, no es mucho lo que puede hacer para cautivar a los espectadores o crear un clima adecuado. Es más una imitación intermitente que una decidida búsqueda artística. En una época donde esta clase de historias se ha multiplicado no solo en cine sino también en televisión, se requiere originalidad pero también calidad. Y En la mente del asesino no puede despegarse ni por un momento de su condición de film del montón. El proyecto nació originalmente como una secuela de Pecados capitales de David Fincher, pero el proyectó sufrió toda clase de cambios y solo conservó la idea del asesino brillante e implacable. El propio Anthony Hopkins sabe que su Dr Clancy coquetea con algunos elementos de Hannibal Lecter, el inolvidable protagonista de El silencio de los inocentes, salvando las distancias, claro. La indefinición estética de la película le va jugando en contra a medida que avanza el metraje, agotando poco a poco el interés que la historia podría tener. Como siempre en estos caso, el elenco de lujo que tiene la película entretiene y genera atención por un rato, pero luego no hace más que enfatizar las carencias de la historia. Con los mismos actores, sin duda, se podría haber realizado un film mejor. Algo falló en el camino y el tardío estreno de la película –se postergó mucho su comercialización- indica que algo de todo lo que no salió bien se nota en el resultado.
Otro ejemplo de terror latino Aunque el cine latinoamericano pareció durante décadas restringido al cine de denuncia social o el drama, el siglo XXI ha encontrado que varios países del continente se le han animado cada vez al cine de género. México, Chile, Brasil, Colombia y Uruguay han dado exponentes del cine de terror dignos de atención. En Argentina, por ejemplo, el género ha tenido en estos quince años casi más películas que en los cien previos. Sin duda el cambio generacional tiene que ver con eso, pero también con que los medios de producción y consumo del cine han cambiado. La casa del fin de los tiempos es un film de terror proveniente de Venezuela. Esta película de gran éxito comercial en su país cuenta la historia de una mujer que pena treinta años de condena al ser acusada de asesinar a su esposo y su hijo. Cuando la mujer, anciana, vuelve a la casa a cumplir arresto domiciliario, las piezas incompletas del rompecabezas empezarán a cobrar sentido, a la vez que empezamos a entender que en la casa hay algo mucho que va mucho más allá del crimen que desató el drama inicial. El film no es tímido y se arriesga en todos los sentidos, aun cuando no siempre alcance sus ambiciosas metas. Tal vez al género todavía le falta un poco para crear obras maestras, aunque este año Argentina sorprendió con la muy buena Resurrección, una verdadera joya del terror gótico. La casa del fin de los tiempos adolece de las limitaciones que se han visto en otros títulos latinoamericanos de terror y sería caer en un paternalismo innecesario e imprudente pasar por alto esas limitaciones. Todavía hoy el ritmo de los relatos no logra tener la tensión necesaria para el cine de terror, aunque cuando sí se ha mejorado mucho en la creación de climas. La música, el sonido, la fotografía, todo tiene calidad y sin duda eso suma, pero las actuaciones y la puesta en escena en general aun no logran la fluidez necesaria para que el espectador se meta por completo dentro de la historia. La casa del fin de los tiempos proporciona buenos momentos y algunos sustos genuinos. Peca de cierto exceso en los golpes de efecto sonoros, pero nada que no practiquen otros films en todo el mundo. Para el amante del cine de terror que ve con atención el crecimiento del género en el continente, sin duda tendrá elementos de interés extra. Mientras tanto aconsejo al lector que empiece a explorar el tema, ya que la multiplicación de películas de horror parece anuncia que el género ha llegado para
Danza con osos Luego de su ópera prima, Amores perros, Alejandro González Iñarritu se lanzó a una de las carreras más decididamente abyectas del cine contemporáneo. No me refiero a como él armó su carrera, sino al contenido de sus películas. 21 gramos, Babel, Biutiful y la ridícula Birdman conforman un cuerpo cinematográfico cuya única coherencia es confundir crueldad con arte y solemnidad con importancia. El renacido le ofrecía, al menos en teoría, la posibilidad de alejarse de la bajada de línea del siglo XXI y viajar al lejano XIX, donde tal vez podía disiparse un poco su solemne discurso sobre el mundo contemporáneo. Pero casi no ocurre. El siglo XIX y la historia que elige no lo hacen desviarse mucho de su mundo. Aunque no del todo coherente, insisto, Alejandro González Iñarritu sabe como torce cualquier material que llegue a sus manos. No lleva mucho tiempo darse cuenta hasta qué punto El renacido es una película con poco vuelo. Aferrado a sus habilidades técnicas, y secundado por el extraordinario director de fotografía Emmanuel Lubezki, Iñarritu quiere decir a los cuatro vientos que su película es importante. No permite que su propio material lo demuestre, sino que lo grita desde el comienzo. Los actores también buscan desesperadamente la misma prueba de importancia. Largas tomas con un gran angular no producen la belleza estética de un buen plano secuencia, sino la prepotencia forzada de quien quiere hacer como sea algo llamativo. Es muy feo el comienzo de la película, y no es algo buscado. La grandilocuencia necesita una espalda ancha para sostenerla, de lo contrario cae con demasiada facilidad en el ridículo. Como varios cineastas contemporáneos amantes de la crueldad, el director busca un impacto superficial para que el espectador quede atontado y no reflexione. La historia se ve acompañada por tu un costado espiritual con apariciones, chapucerías místicas e imaginario de paternalismo pro indio que una vez más es forzado y delirante. Pero todo gritado, todo sangriento, todo golpeando al espectador para que no reaccione. Con una escena llamada a ser clásico de las parodias con un oso y Leonardo Di Caprio en una lucha terrible por disimular los efectos especiales que por momentos se notan y por momentos no, nuevamente debido a la violencia de la escena. Leonardo Di Caprio ya no sabe cómo obtener el prestigio que no necesita. Di Caprio entró en la historia grande del cine hace rato, pero el deber ser le indica que necesita premios. Y Alejandro González Iñarritu tiene una larga experiencia en pedir premios a los gritos. Y seamos sinceros: ¿Si tanto quieren premios porque no van a dárselos? Sumemos a un más que sobreactuado Tom Hardy. Di Caprio seguramente recuperará su carrera aunque gane el Oscar, Iñarritu dudo que alguna vez vaya en otra dirección. Si le ha ido bien hasta ahora, no es la intención de este texto corregirlo o cambiarlo, para nada. Si él cree en lo que hace y es su cine sería algo absurdo decirle que cambie. Simplemente lo que me gustaría mencionar es que para mí no hay arte ni profundidad en este paquete que el suele fabricar. Qué ser crítico frente a una obra tal vez ayude a liberar a los espectadores de los lugares comunes que a veces lo encierran. Nadie tiene demasiado tiempo para discutir si alguien que dice ser un genio lo es no. Pero es bueno recordar que no todo lo sórdido es arte, que no todo lo cruel es profundo, que lo que aburre no es bueno en ningún caso y que la calidad de una película la termina evaluando el espectador. Autodefinirse genial desde cada fotograma es una fórmula que termina agotando.
Ardillas agotadoras Cuarta película, sí, cuarta película de Alvin y las ardillas. Y mientras la taquilla acompañe seguiremos sufriendo la degradación de un producto que ya nació mediocre. La primera de las películas se hizo en el año 2007 y era una adaptación de los personajes musicales y posteriormente de animación. La gracia del trío de ardillas cantantes nunca fue algo extraordinario pero la animación digital les permitió volver a la vida y ser un éxito en cine. Esta vez el trío de ardillas digitales se enfrenta a la posibilidad de que su amigo Dave las abandone si –como ellas creen- le pido matrimonio a su novia en el viaje a Miami. Viajarán entonces con el podría convertirse en su “hermanastro”, un joven con el que ya han tenido problemas anteriormente. Enemigos con miedo a convertirse en familia son los protagonistas de historia. Hay que sumarle un representante de la ley –que asocia a las ardillas con un trauma de su pasado- que las perseguirá y será víctima debido a eso de todos los trucos del trío de ardillas. A pesar de que la animación es impecable, la rutina se apodera por completo de una película que repite todos sus chistes. Un cameo de John Waters es un lujo que esta película no se merece, pero el cinéfilo que por accidente se cruce con este film sin duda lo agradecerá. No faltan canciones interpretadas por el trío animado, pero más que mejorar la trama, la extienden de más. La inocencia de aquellas canciones de 1958 en el 2016 tienen poco para aportar. La fórmula está completamente agotada y no da para más. Las citas a otras películas no suman nada y aunque el oficial que las persigue es interpretado con pura pasión por Tony Hale, los gags son demasiado malos como para aferrarse a ese único personaje. El formato de road movie (el título original es Alvin and the Chipmunks: The Road Chip) que la película adquiere solo le permite cambiar locaciones para distraer al espectador frente a esta pobre película. A juzgar por los resultados artísticos aquí logrados (o más bien no logrados) uno podría ilusionarse con que sea la última de las películas de Alvin y las ardillas. Pero si vemos la taquilla, es posible que las secuelas sigan apareciendo.
Reglas básicas de la comedia Guerra de papás es una comedia más sofisticada que su título, aunque sin embargo tampoco es una de las obras maestras de la comedia norteamericana actual. Es simple, efectiva, y no pretende aleccionar al espectador. La historia es la de un hombre que no puede tener hijos (Will Ferrell) ha dejado atrás esa frustración cuando los hijos de su mujer (Linda Cardellini) lo aceptan y quieren como a un padre. Sin embargo el padre biológico (Mark Wahlberg) aparecerá para visitarlos y dicha visita generará una batalla entre ambos por destacarse más y lucirse frente a los niños. A diferencia de otro tipo de comedias de este estilo filmadas en décadas pasadas, Guerra de papás suscribe al estilo no emotivo, lleno de humor negro y comedia física vertiginosa propia de la nueva comedia americana. Sean Sanders, el director, tiene en su haber varias comedias y el propio Will Ferrell, con su so socio Adam McKay son también los productores de la película. Tal vez esta idea de lo sentimental pueda parecer irrelevante, pero en muchos casos es lo que termina delatando una cuestión moralista que le quita toda la gracias a las comedias. Como Billy Wilder o Ernst Lubitsch, la comedia es el vehículo a través del cual se expresan las ideas y no es necesario traer el drama. Así, aun sin llegar a ser brillante, la película conserva la dignidad de apostar siempre al humor, sin que esto la convierta en un film menos valioso que las que apelan al drama. Mientras que Adam Sandler perdió a su público por perseguirlo con toques de sentimentalismo, Ferrell se mantiene más cerca de su origen. Y cuenta, además, con Mark Wahlberg como buena dupla cómica para lograr su objetivo. En Policías de repuesto ambos actores ya habían demostrado química y aquí la confirman. Porque Guerra de papás es tanto una comedia de opuestos como de compañeros. Al viejo estilo de los dúos de comediantes, es más lo que suman juntos de lo que podrían restarse. La humildad es, a veces, una buena forma de salvar una comedia. Lo que más importa en una comedia es que sea graciosa y esta comedia lo es. Ferrell jamás permite que sus comedias escatimen gags.
Realistas vs idiotas LA GRAN APUESTA, de Adam McKay REALISTAS VS IDIOTAS | por Santiago García El director Adam McKay realizada una comedia negra sobre la crisis económica provocada por la explosión de la burbuja inmobiliaria en el año 2008. Entretenida y amarga, siempre cargada de humor y con un gran elenco. La gran apuesta está ambientada en los años previos al crash inmobiliario que originó la mayor crisis económica de las últimas décadas en los Estados Unidos. La película sigue la historia de aquellos que descubrieron la burbuja y decidieron apostar contra ella. Adam McKay, uno de los directores, productores y guionistas más talentosos de la comedia norteamericana actual, decide meterse acá en una clase de film más dramático, alejado de la comedia absurda a la que se ha dedicado. El realizador de Anchorman sin embargo, no pierde su sentido del humor. Elige en muchos pasajes realizar humor absurdo y utiliza recursos dinámicos y divertidos para tratar de que el espectador no se pierda ni se aburra con la jerga especializada que el film requiere. Aunque por otro lado, el que se trate de una historia terrible no significa que tenga también mucho de absurdo. Lo cierto es que McKay se preocupa mucho por la narración, por alejarse de la solemnidad y por buscar que la historia sea siempre atractiva. El resultado está muy bien, porque La gran apuesta describe la crisis económica en tono de comedia negra con una efectividad escalofriante. La película se basa en el libro del periodista Michael Lewis, que describe la crisis económica entre el 2007 y el 2010. McKay analiza a los personajes más raros posibles. A diferentes locos, excéntricos y temerarios que van contra la inmensa mayoría al descubrir la verdad de todo el sistema. Aunque todos saben cómo termina la historia, es apasionante ver todo mostrado desde adentro y desde el punto de vista de estos personajes. El elenco que eligió McKay para contar la historia es excepcional. Ryan Gosling, Christian Bale, Steve Carell, Brad Pitt encabezan el reparto. La historia de “los realistas vs los idiotas” como dice en algún momento un personaje, con una gran ironía acerca del destino final de la economía. Comedia negra y siniestra, La gran apuesta es sorprendente y funciona sin ser pretenciosa. Tal vez el origen de comedia de su director le ha permitido no tomarse demasiado en serio y dedicarse a hacer cine. Mientras que muchos films del Oscar nos abruman con su seriedad impostada, Adam McKay demuestra lo que cualquiera que sepa de cine sabe: el humor no se opone a la seriedad, la narración potente no está peleada con la profundidad y el entretenimiento en estado puro es una de las formas más sofisticadas y generosas de hacer cine.
Pequeños grandes héroes Snoopy y Charlie Brown ó Peanuts es hoy día, a pesar de la muerte de su autor en el 2000, una de las historietas más famosas de la historia. Durante cincuenta años, entre 1950 y el 2000, su creador Charles M. Schulz, se contó la historia de Charlie Brown y su pandilla, en un mundo donde no existían los adultos y donde la mascota de Charlie, Snoopy, se convertiría en el personaje más popular de las tiras cómicas. La película que se estrena ahora intenta –y logra- ser leal a aquel universo y a la vez resumirlo y permitirle entrar a nuevas generaciones. El paso a la animación fue un éxito para Charlie y Snoopy, en particular el famoso especial de Navidad. Pero además de los cortometrajes, se hicieron varios largos para cine. Esta es la quinta película para cine de Snoopy y Charlie Brown, estrenada treinta y cinco años después del último de los films con estos personajes. También, y como era de esperarse, la primera realizada con animación digital, aun cuando se mantenga la simpleza de los dibujos originales. Charlie sigue siendo el chico inseguro, tímido, que sin embargo jamás se rinde a pesar de sus muchísimos fracasos y que mantiene siempre una grandeza moral y una enorme bondad. Snoopy, y su amigo Woodstock, son una dupla de memorable humor absurdo. La película también le da mucho espacio a las fantasías de Snoopy y su pasión por soñarse un intrépido aviador de la Primera guerra mundial. Eso aporta aun más humor y aventura a la película. Snoopy y Charlie Brown son personajes tanto para el público infantil como para el adulto y eso también se nota en esta película de una gran sofisticación, ajena a cualquier demagogia desesperada para sumar público a cualquier precio. El humor es excelente, pero también la película posee una gran dosis de ternura. Después de cincuenta años de ser desarrollados por su autor, los personajes del film mantienen su complejidad y perfección. Si aun hoy las tiras cómicas de Peanuts se siguen publicando en repeticiones, por algo será. La película está a la altura de esa grandeza.