Muchos para poco El arte se mide por los resultados y no por las intenciones. Así que para bien o para mal, queda necesariamente afuera de la ecuación el saber desde donde y con que intenciones alguien hace una película como El espejo de los otros. Los involucrados tienen una probada trayectoria y se podrían dedicar páginas enteras para describir y elogiar dichas carreras, en particular las de su inusualmente gigantesco seleccionado de estrellas. Pero tampoco sumar actores es la fórmula asegurada para el éxito. La historia del cine ha demostrado que muchas veces esto suele ocultar falencias en otros aspectos de la película. Aceptando la propuesta algo forzada y bastante absurda de una catedral gótica abandonada en medio de la ciudad de Buenos Aires, se intenta entrar a la película para darle una oportunidad. Pero no hay lógica suficiente, ni siquiera interna, para que esto se justifique o tenga razón de ser. No es un cuento de hadas como en un film de Tim Burton ni logra abstraerse de toda verosimilitud como lo han hecho cineastas anti cinematográficos como Peter Greenaway, a quien lamentablemente evocan algunas malas ideas de El espejo de los otros. La película apuesta fuerte, pero no logra convencer en ningún momento. Más aún, porque todo lo que ocurre dentro de ese imposible espacio devenido en restaurante exclusivo, poco y nada tiene que ver con algo diferente a lo clásico o lo estándar. El esfuerzo de salirse de la realidad para plagar luego a la película de situaciones que podrían transcurrir en cualquier otro lado arruina completamente la premisa inicial. No hay motivo alguno para que la primera historia de las cuatro, por lejos la peor, se desarrolle en ese lugar, no tiene razón de ser y se nota. Actuaciones subrayadas, construcción de personajes de un cine argentino de hace treinta años o modismos teatrales que no encajan en el cine. Basta esa historia para saber que El espejo de los otros no funciona ni funcionará. Los diálogos, aunque en ese contextos, nos arrastran a los lugares comunes más obvios del cine argentino. Marcos Carnevale es posible que no encaje en la teoría de autor, y eso, claro, no es necesariamente ni un defecto ni una virtud. Algunas de sus películas han sido muy buenas, otras no. Sin lograr nunca unanimidad, su cine ha tenido defensores y detractores y en muchos casos apoyo del público. Como elogio, hay que decir que no se ha quedado quieto, que ha tratado de probar diferentes tonos y estilos. Su película anterior, Corazón de León, era para mí su mejor película, la más interesante, entretenida, emocionante incluso, y donde el humor funcionaba muy bien. No parecía el tráiler o el afiche de El espejo de los otros augurar algo bueno, pero eso es secundario si la película al final está bien. Pero todo lo que Carnevale ha demostrado saber hacer, acá no lo hace. O bien porque se enreda en una propuesta que no logra encontrar el rumbo o bien porque no estaba conforme con su anterior film, narrativo, directo, muy efectivo. También la historia de los hermanos, interpretados por Pepe Cibrián y Graciela Borges, dueños del restaurante, e hilo conductor del film, está desarticulada y no funciona. Es la única que podría tener justificación, pero también se desarma. Ni hablar de la banda que toca, del helicóptero en el que baja Alfredo Casero, ni hablar de mil cosas inconexas, disparatadas en el mal sentido, que la película va soltando y no lograr dotar nunca de unidad. Una vez más, el centro del relato, el lugar donde ocurren las cosas, es lo que menos funciona. Y las historias, donde solo la de la pareja de Casero y Brédice y las de las enamoradas Aleandro Ross tienen algo de interés inicial, no pueden tampoco unirse por un tema, o una idea del mundo. Los actores, inocentes dentro de todo esto, buscan como pueden su camino. Y aunque algunos son probadamente talentosos, no pueden con la historia. Cuando Casero logra algo bueno, el guión lo saca. Cuando Aleandro, Picchio y Ross apuntan a la emoción, la situación en las que el film las coloca, termina deshaciendo todo. Muchas pero muchas otras cosas no terminan de cerrar acá, pero no es necesario seguir marcándolas. La película falla, se contradice, y no encuentra coherencia entre el espacio elegido y las historias que se cuentan dentro de dicho lugar.
Menos Magic Mike (2012) era una comedia dramática sobre un stripper (Channing Tatum) que buscaba juntar el dinero suficiente para crear su propio negocio. Como Fiebre de sábado por la noche en los setenta o Cocktail en los ochenta, la película fluctuaba entre la inocencia y la profundidad. El héroe populista de la clase trabajadora era simpático y el contexto en el cual transcurrían las acciones era original e interesante. El éxito inesperado, tanto de público y crítica, llevó inevitablemente a una secuela. Acá Mike se ha retirado del mundo de los strippers, pero no se siente muy a gusto en su nueva vida. Cuando sus ex compañeros lo pasan a buscar para una última actuación, Mike acepta lanzarse a una aventura final. En el camino, y con el formato de road movie, la película muestra como estos entretenedores de damas viven su absurda, algo patética y finalmente inocua vida. Hay todo un universo de sexualidad femenina que aunque caiga en estereotipos masculinos no deja de ser algo distinta a lo que se suele mostrar en las películas. No es común que el deseo y el sexo en las mujeres quede plasmado en un relato comercial. Sin duda el despliegue de cuerpos masculinos también es algo fuera de lo común en un mundo donde los únicos cuerpos que se exhiben son los de las mujeres. Aun con la simpatía algo tonta que tienen los protagonistas, una vez más consiguen ser criaturas queribles. El director del film anterior, el muy premiado Steven Soderbergh, acá se reserva solo la producción y una velada responsabilidad en la fotografía y el montaje. El director de la película, Gregory Jacobs, tiene en su historial el ingrato recuerdo de haber hecho Criminal, la triste remake de la gran Nueve reinas. Si Magic Mike era una sorpresiva combinación de ideas sociales, comedia, drama y strippers, acá solo quedan los strippers, porque todo lo demás no llega a mantener aquel nivel. Pero un éxito es un éxito y la película tal vez repita el buen funcionamiento de su antecesora. Pasaron muchos años desde aquel lugar común que decía que segundas partes nunca fueron buenas, pero tal vez lo que no sea bueno es crear una segunda película donde ya no hay nuevo para contar. Por el productor del film seguramente, una serie de grandes estrellas aparecen aunque sea de forma breve en la película. Y Channing Tatum, aun con las limitaciones de guión, vuelve a componer un Mike simpático, querible y algo tonto. También demasiado bronceado, pero eso seguramente es por su profesión.
Cordero de cine Decir que veinte animadores trabajaron en esta película, produciendo dos segundos de la misma por día no dice si la película es buena o mala, pero sí habla a las claras de la dedicación artesanal y rigurosa que hay detrás de esta gran película llamada Shaun, el cordero. Esta animación cuadro a cuadro, preciosa por donde se la mire, llevó más de seis años en desarrollarse y sin estridencia pero de forma evidente, ahí radica gran parte de inusual belleza. No una película linda, sino bella. Los ridículos personajes, caricaturescos y humorísticos, destilan la mencionada belleza y los decorados poseen también una fuera de lo común original y personalidad. El personaje protagónico, Shaun, encara una aventura fuera de serie al salir de la granja en busca de aventuras, pero será el rescate de su amo lo que someterá a nuestro héroe cordero –y a sus compañeras de rebaño- a los mejores momentos del film. En épocas donde un film tan pero tan limitado como Minions lleva cifras récords, podemos recuperar acá varias cosas perdidas. En primer lugar un relato sólido, completo, donde nunca se detienen las acciones y donde todo fluye y se entiende. También se agradece la mencionada belleza, un valor de segunda línea para muchos cineastas que hacen películas familiares (le llamo familiar para indicar que a los espectadores de cualquier edad le va a gustar esta maravilla). No menos importante es el sentido del humor. Un humor gracioso, por momentos disparatado, por momentos sutil, siempre efectivo, es la forma más inequívoca de inteligencia que la película puede ofrecer. Los estudios Aardman y varios de sus colaboradores, creadores de Wallace & Gromit y Pollitos en fuga, entre muchos films y series, entre las cuales figura la serie de Shaun the Sheep. El refinamiento estético, la inteligencia, el humor nunca ofensivo ni tampoco tonto, son las banderas que ha levantado el estudio y sus miembros. Siempre es una excelente noticia que una película como esta llegue a las salas. El consejo más que obvio es que hay que ir a verla. Es una verdadero oasis, una isla diferente a todo que nos permite disfrutar del cine. No hay diálogos en la película, las imágenes hablan por sí mismas. ¿Cuántas veces podemos decir algo así de una nueva película? De lo mejor del año en cine de animación, por supuesto.
Diseñado para matar Hitman Agente 47 está basada en una serie de videojuegos. Esta misma franquicia ya fue llevada a la pantalla hace ocho años, pero su fracaso llevó a que se volviera a empezar como si nada. Este reboot es tan falido que es probable que luego de este nuevo intento ya no se siga insistiendo sobre un personaje y una historia que no necesariamente está hecha para funcionar en cine. No faltarán, seguramente, para los fanáticos del juego algunas referencias inequívocas que para la mayoría de los espectadores solo pueden ser sospechas. Hay momentos tan forzados que solo podrían encontrar explicación en la lógica del juego. No todas las películas de acción funcionan y Hitman es un clarísimo ejemplo. Con muchos parecidos a otras series, con mucho deseo de transformar este film en el comienzo de una nueva franquicia, Hitman no tiene destino de clásico. Lo único que sorprende, aunque sea un poco, es su violencia. La industria ha decidido volver a las convenciones de antaño, donde la sangre casi nunca se veía. Y lo hace de forma justificada, debido a la enorme cantidad de escenas violentas que la historia tiene. Nada para impresionarse, pero sí para ver que no responde a todos los cánones estéticos actuales. Asesino y supuesta víctima (Hannah Ware) se enfrentan, mientras aparece un tercer personaje (Zachary Quinto) para rescatarla a ella. Las vueltas de la trama es mejor no adelantarlas, claro, pero sería ideal hacerlo para entender al 47 del título. El protagonista, Rupert Friend, es recordado por pequeños y no tan pequeños personajes en películas de época realizadas en la última década – como Orgullo y prejuicio o La joven victoria y por su participación en la serie Homeland. Debido a la forma en que está presentado en el guión, es muy complicado identificarse con él, pero eventualmente algo de conexión aparece. Igual su carisma para la pantalla grande en un papel como este está lejos de ser el de una estrella. Este asesino a sueldo modificado genéticamente es una verdadera máquina de matar. Pero no todo es tan sencillo como parece y las cosas se le complican, tanto a sus jefes como a él. Son pocas las escenas de acción que están bien y prácticamente ninguna quedará en la historia, o al menos eso parece.
Mucho más pequeña que la realidad La producción hollywoodense del padecer y el rescate de los 33 mineros chilenos que estuvieron 69 días bajo tierra apenas parece una pálida ilustración de los hechos reales. Los 33 era película desde el momento en el cual los 33 mineros fueron rescatados en Chile. Con esa inocencia propia de los que no saben de cine, muchos decían ¡Esto es para una película! Y con el ojo puesto en la repercusión mundial del caso otros creyeron que tal vez podían tener en sus manos un éxito comercial asegurado. Es posible que ninguna de las dos cosas haya sido realmente una buena idea. No todo es soplar y hacer botellas en el mundo de las películas basadas en hechos reales. Pero es que en aquel momento los más de dos meses que ellos pasaron a más de 700 mts. bajo tierra eran una historia que mantuvo en vilo al planeta y el rescate fue récord de audiencia. Las producciones alrededor de este evento se aceleraron y en el mismo 2010 se realizó el primer film. Para llegar a esta nueva película hubo que esperar más, pero la espera no valió la pena, porque no hay nada en la película que pueda compararse con la grandeza de la historia en la que se inspira. No es lo más importante, y no debería distraernos, el inglés raro que el elenco internacional utiliza. Siendo una producción que quiere venderse en todo el mundo no es raro que se elija ese idioma. Esto genera un ilimitado número de matices, ya que para muchos o el castellano o el inglés no es su idioma original, y todo se mezcla un poco. Pero lo que parecía una historia imposible de arruinar, era obvio que si la producción no buscaba una vuelta de tuerca, podía transformarse en la pálida ilustración de una historia verdadera. Antonio Banderas pone emoción, como casi siempre, en exceso, pero pone pasión. Juliette Binoche es la más perjudicada en su afán de hacer un papel que no tiene nada que ver con ella y que termina causando más sonrisas que emociones por lo mal elegida –a último momento, además- en el casting. Como en los telefilms, la posibilidad de emoción depende exclusivamente de un esfuerzo por parte de los espectadores, que deberán pasar por alto los lugares comunes y los momentos un poco cursis de poesía cinematográfica. No hay que condenar tampoco las libertades que se toma el guión ni las simplificaciones, esto era inevitable. La historia de los 33 mineros creo que por ahora es mejor material para un documental que para un film de ficción. Y si en algún momento llega a ser una buena película de ficción, dependerá exclusivamente de que alguien logre darle vuelo cinematográfico.
Feria vintage El agente de C.I.P.O.L. es, claro, la versión cinematográfica de la famosa serie de televisión de la década del sesenta. Napoleón Solo e Illia Kuryakin fueron los inolvidables protagonistas de aquella serie de espías. En esta nueva versión, con un gran presupuesto y con Henry Cavill y Armie Hammer en los roles protagónicos, algunas constantes de la serie se sostiene pero básicamente funciona como una precuela de las cuatro temporadas (y el spin off ,La chica de C.I.P.O.L. de 1966) de El agente de C.I.P.O.L. (1964-1968). Si los sesenta fueron el esplendor de las más disparadas series y películas de espías, el 2015 parece mostrar que han vuelto a brillar esta clase de historias. Ya vimos las excelentes Kingsman y Misión: Imposible Nación Secreta y está llegando una nueva película del eterno James Bond. En ese contexto, la película debía buscar su propio estilo y personalidad, y de alguna manera lo intenta, aunque con un resultado dispar. Guy Ritchie, director de films personales como Juegos, trampas y dos armas humeantes, Snatch, Revólver y RocknRolla y otros menos personales y mucho menos interesantes como Insólito destino y los dos Sherlock Holmes con Robert Downey Jr. El agente de C.I.P.O.L. parece buscar un punto intermedio, pero que se queda, justamente, a mitad de camino. Varias escenas están muy logradas, los actores son carismáticos y la elección de que sea un film de época no está mal. Pero a la vez hay muchas escenas que no se conectan entre sí, los villanos no son interesantes y lo que más vale son los protagonistas. Justamente, la historia es la de cómo los dos agentes aprenden a trabajar juntos, sumándose a ellos una joven (Alicia Vikander) y el famoso personaje de jefe en la serie, Alexander Weberly (nada menos que Hugh Grant). Ritchie no tira todos los recursos visuales que suele desplegar, se contiene bastante, pero algunas escenas tienen su impronta y su sentido del humor inconfundible. El mayor problema es que demasiado tiempo pierde El agente de C.I.P.O.L. en presentar a sus personajes y mucho más tiempo en mostrar el diseño vintage de vestuario, peinados, objetos, autos varios y decorados. Es una verdadera feria vintage de diseño. No es el fondo del relato, sino el centro del relato. Y como tal, altera el ritmo de la película. A diferencia de los films de espías mencionados arriba, las acciones no son del todo claras y varias escenas están resueltas de forma poco rigurosa. No se animó a ser una comedia, pero tampoco es un film de acción puro. La serie, esta vez, es mejor que la película.
Una producción ambiciosa que no alcanza Estreno exhibido en Cannes que salió a lo grande en todo el mundo, llega con el afán de ilustrar en pantalla los dibujos originales y las frases emblemáticas de la obra. Gusto a poco. El principito (Le petit prince) es una novela corta publicada en 1943 y escrita por Antoine de Saint-Exupéry, autor y aviador francés. Uno de los libros más populares y queridos del siglo XX, uno de los íconos de la literatura infantil de todos los tiempos. Llevarla al cine, con su minimalismo, su poesía y sus inolvidables acuarelas realizadas por el propio Saint-Exupéry siempre ha sido un problema complicado. Llevar de forma leal el libro a la pantalla sería un acto casi suicida, porque las metáforas e ideas de la obra no pueden pasar sin adaptación a la pantalla. Pero a la vez, es justamente su pureza lo que lo ha vuelto inmortal. La decisión para esta nueva versión es que la línea principal del film sea una niña a la que le cuentan la historia de El principito. Claro que no lo hace cualquiera, sino el aviador, ya anciano quien, a través de su relato, es posible que salve a la pequeña de una vida adulta y sin imaginación. Es que la pequeña está recibiendo una educación y una planificación de vida exigente, absurdamente planificada y carente de cualquier espacio para la creatividad. Será justamente el relato de la historia de El principito lo que pueda abrirle una ventana para escapar de ese mundo gris y mantenerla en la pureza simple de la infancia. La producción de la película es sin duda ambiciosa y el film no solo ha salido a lo grande en todo el mundo sino que también ha sido exhibida en el último festival de Cannes. Pero debe quedar claro que lo que vemos acá no es El principito sino otra historia, que incluye al libro. Por un lado, todo lo que sea el relato de los personajes de Saint-Exupéry, ha sido construido con el afán de respetar al máximo los dibujos originales y las frases más famosas de la obra. Por el otro lado, e intentando no quedarse lejos del gusto cinematográfico actual, las escenas de la niña, la madre y el aviador, están enfocadas más en buscar un estilo cercano o que evoque a Pixar Animation Studios. El resultado es un híbrido con gusto a poco, una rara mezcla que no logra producir lo que el libro produce ni tampoco convertirse en uno de esos sofisticados y entretenidos films de Pixar. No se puede conformar a todos ni cubrir todos los terrenos. A esta nueva versión de El principito no le falta belleza o delicadeza, pero se le nota el esfuerzo por conformar a dos amos.
Un entorno que agobia y aburre Ocho temporadas al aire estuvo Entourage, la serie. Noventa y seis episodios y varios premios probaron que este programa de HBO dejó su marca en la televisión. Aquella serie se basaba, en parte, en la experiencia de Mark Whalberg y su llegada a Hollywood. Wahlberg es uno de los productores de la serie y la película. Vince Chase (Adrian Grenier) es un joven que se abre paso en el mundo de Hollywood y para avanzar en el escarpado camino de la fama continúa siendo acompañado por sus amigos y su agente. La serie, en clave de comedia satírica, no exenta de amargura, era un descarnado retrato de la industria. La película continúa ese comentario y el desfile que fluctúa entre la crítica y la apología de una forma de vida superficial, obscenamente lujosa, cargada de misoginia y desprecio general por cualquier clase de valor. Demasiados planos de autos lujosos, yates, mansiones y mujeres jóvenes en bikini para imaginar siquiera que se trata de una crítica. No es lo que muestra, sino como lo muestra. Y la historia, con Adrian protagonizando y dirigiendo su ópera prima, es el centro alrededor del cual giran las demás historias. Pero ni Jeremy Piven (como el agente Ari Gold), ni Kevin Dillon (Johnny "Drama" Chase, el hermano no exitoso de Vince), los actores más premiados por esta serie, pueden sostener la historia, solo repetir sus personajes ya agotados. También, y como era de esperarse, hay muchos cameos y apariciones especiales. Algunos un poco graciosos, otros solamente para sumar caras conocidas. Si la serie se había agotado hace rato, la película solo será un instante de nostalgia para los que disfrutaban de las historias de estos personajes poco queribles, en general patéticos, con casi ningún destello de humanidad, más aun en este paso a la pantalla grande. Esperemos que no se vuelva costumbre el llevar al cine series solo para prolongar una experiencia ya terminada. Porque acá no se trata de una nueva versión, sino de una extensión más cara, más larga, más lujosa y más superficial que la serie en la que se basa. No hay nada nuevo en Entourage, solo una reunión de hombres adultos que actúan como adolescentes y repiten sus chistes sin gracia.
Amarga decadencia Un travelling inicial intenta esconder la naturaleza completamente teatral de La piel de venus. Un travelling feo, por cierto, forzado, absurdo e injustificable. Una vez más, Roman Polanski, se rinde al teatro pero haciendo una película. Tal vez debería dirigir teatro, tal vez el cine ya no le interesa tanto. Como sea, quien supo ser uno de los cineastas más interesantes de la segunda mitad del siglo XX, no logró brillar de la misma manera en la última década. Su nuevo film, La piel de Venus, está basado en la obra de teatro de David Ives, que a su vez se basa en la novela de Leopold von Sacher-Masoch. La historia es la de un director de teatro y una actriz. El ha terminado de hacer el casting para su nueva obra y ella llega tarde, bajo la lluvia, pidiendo una oportunidad para hacer la prueba y obtener el papel. El director es Mathieu Amalric, caracterizado de forma tan ridícula como absurda, tal vez en su peor actuación para la pantalla. Ella es Emmanuelle Seigner, protagonista de varios films de Polanski, que no cambia nunca de tono y que fuerza hasta la obviedad más insufrible su personaje. Lo que sigue es, justamente, el juego de seducción, erotismo y poder de las obras que adapta. Cada escena circula por los espacios más subrayados posibles, incurre en lo directo, sin matices. Noventa minutos para decir poco y nada. Justamente todo lo contrario a lo que el propio Polanski había hecho en Perversa luna de hiel (Bitter Moon, 1992) también protagonizada por Seigner. Aquella era una película intensa, llena de matices, con grandes actuaciones y un clima atrapante. Acá tenemos exactamente todo lo contrario. ¿Cómo soportar un plan tan horrible como el del protagonista atado a un símbolo fálico que tiene de todo menos sutileza? Claro que los temas pueden ser interesantes, pero nada en la película lo es. Mejor leer el libro, mejor –tal vez- ver la obra de teatro. Este teatro filmado es una obra inútil. Si el espectador está interesado en los temas del film, buscará profundidad donde no la hay, y verá matices donde en realidad hay trazo grueso a nivel monumental. Gran obra la de Roman Polanski, pero no incluye esta olvidable película.
Humor guarro y nostálgico con derechos humanos El osito Teddy tiene que probar, en esta nueva entrega del film de Seth MacFarlane, que es un ser humano y no un objeto. Lejos de la provocación de la película anterior, acá el humor casi no funciona y mucho menos el toque emotivo. Tal vez lo más simpático que tiene Ted 2 es que arranca como si nada asumiendo que el planeta entero sabe que uno osito Teddy puede haber cobrado vida y tener una existencia absolutamente normal. De todas las citas cinéfilas tal vez la más espectacular sea el número de baile con coreografía a los Busbey Berkeley que aparece en los títulos. Todo esto es el comienzo, nada más. Lo que sigue es un nuevo conflicto de Ted que, justamente, debe probar que es una persona y no un objeto a lo largo de la película. El humor escatológico, políticamente incorrecto y siempre al límite de Seth MacFarlane, guionista, director, productor y voz del protagonista en la película parece acá algo gastado. Desde la legendaria serie de animación Padre de familia (Family Guy) el camino de MacFarlane parece haber estado siempre al borde de perderse. La originalidad y la virulencia de la primera Ted funcionaba bastante bien, aunque no era raro que algunos la vieran como algo obvia y falsamente provocadora. Acá la provocación ha desaparecido y con ello se ha ido algo del encanto de los personajes. Los chistes están más centrados en homenajear películas de los '80 y principios de los '90 que en provocar al espectador. El cinéfilo popular de cuarenta años se mantendrá entretenido con esos homenajes pero no mucho más. Algunos chistes todavía funcionan pero en comparación con otras obras de MacFarlane es muy poco gracioso lo que se ve acá. La búsqueda de un relato más emotivo la perjudica aún más. Porque no solo le hacer perder fuerza a la comedia, sino que tampoco logra emocionar en ningún momento. No hay duda de que los actores ponen todo de sí y no faltan los cameos y las apariciones especiales. Pero ya ha pasado la época en la cual un invitado o un chiste con referencias culturales puedan ser motivo suficiente para sostener una comedia completa. Ted agotó su fórmula mucho más rápido de lo esperado y solo un exceso de complicidad del espectador puede convertirla en una comedia divertida.