La ciencia ficción podría dividirse entre las películas que son religiosas y aquellas que no. Esto no las hace ni buenas ni malas, son dos ideas muy fuertes que suelen dividir a la ciencia ficción. Misión: rescate, como muchos otros films del género, no tiene a la religión como centro, ni eje moral, ni elemento primordial de la trama y sus protagonistas. En Misión rescate (Insólito título en castellano para The Martian) el astronauta Mark Watney (Matt Damon) es dado por muerto cuando una terrible tormenta compromete a todo su equipo que debe huir lo más rápido posible del planeta Marte. Por un error imposible de detectar, el equipo no tenía manera de saber que estaba aun con vida. No será menor la sorpresa y la angustia cuando se enteren de que está vivo. Desde la NASA intentarán entonces rescatarlo, pero las posibilidades de hacerlo son escasas. Watney, botánico de profesión, deberá buscar la manera de sobrevivir el tiempo suficiente hasta que desde la Tierra adivinen cual es la manera más rápida de rescatarlo. La distancia entre el planeta de origen y Marte es tan grande que las fechas que se manejan son de meses o incluso años. Para conseguir el objetivo se necesita mucha inteligencia, valentía, voluntad política, coraje y solidaridad. Valores que no siempre van de la mano y que deberán ser equilibrados en una carrera contra reloj. En la más pura tradición de cine clásico, la historia de The Martian avanza no con reflexiones ni conjeturas, sino con acciones concretas. No hay preguntas metafísicas ni cuestionamientos acerca de la condición humana. Nadie se sienta a pensar acerca del sentido de la existencia, y si lo hace, no está expresado en palabras. No significa que la vida no tenga sentido, sí lo tiene, y eso se ve en muchas escenas, en base a las cosas que más le importan a los personajes, las que más valoran. Los protagonistas de The Martian son científicos o conviven con científicos. Entran en conflicto entre sí y también toman decisiones polémicas, pero siempre por razones prácticas y concretas. No hay religión para estos personajes, no hay Dios vinculado con lo que les pasa. El crucifijo no sirve Ciencia, inteligencia, coraje para rezar, sirve para hacer fuego. Es la inteligencia del ser humano lo que lo saca adelante, su coraje, su conocimiento, su fuerza. El personaje protagónico es un héroe solitario convencido y valeroso. Como un Robinson Crusoe en Marte, vive pensando, vive planificando, vive buscando soluciones y salidas. Tanto él, como todos los demás personajes, son el emblema del profesionalismo, el elogio de la inteligencia práctica. Qué estimulante y novedoso es ver una película que evitar caer en reflexiones supuestamente profundas en una historia que no lo requiere. Los responsables de The Martian son el director de la película, el británico Ridley Scott, un gigante del género, el mismo de Alien y Blade Runner, dos clásicos de la ciencia ficción, parte de su imprescindible aunque despareja filmografía. El guión es de Drew Goddard, creador de La cabaña del terror (Cabin in the Woods. Y el elenco es un seleccionado de actores clásicos y sólidos, de esos que hacen su trabajo sin estridencias ni pretensiones mágicas, lo mismo que ocurre con sus personajes en la película.
Los últimos días Un hombre viaja desde Canadá a España cuatro días para visitar a su amigo moribundo. Tomás (Javier Cámara) es español, Julián (Ricardo Darín) es argentino, ambos pasarán cuatro días juntos que sin duda son una despedida. El amigo que se está muriendo aun lleva una vida casi normal, es el no querer seguir con el tratamiento para combatir un cáncer avanzado lo que le asegura una pronta muerte. Dos personajes más los acompañan. La prima de Julián, Paula (Dolores Fonzi) y el perro viejo que tiene Julián, Truman. No es Truman el personaje principal de la película como podría indicar el título o los afiches. No es una película sobre un perro, es una película sobre la amistad. Bueno, entre otras cosas, sobre la amistad. Para eso el director Cesc Gay, director y guionista, elige realizar su film más tradicional sin perder por eso un estilo sobrio, mesurado, con pocas y pequeñas explosiones dramáticas. Aportando, incluso, inteligentes pinceladas de humor. Es muy sutil la manera en la cual el director se diferencia del drama de explotación de enfermedad tan vulgar -y agotado- por la televisión y el mal cine. Cesc Gay film con estilo, elige encuadres bellos, nada perezosos, pero tampoco permite jamás que la puesta en escena llame la atención sobre su trabajo. Muchas resoluciones brillantes se mezclan con resoluciones tradicionales y más estándar, lo que le permite al film ser más masivo sin perder su esencia. Desde la primera escena, el juego de Truman es construir un relato donde la emoción esté rodeándolo todo pero nunca se manifieste del todo. Cada escena está llena de drama, de tristeza, de sentimientos. Pero esta amistad entre dos hombres no abre la puerta del llanto ni el golpe bajo. Como ellos, se guarda las palabras que provocarían la lágrima, le alcanza con pintar las viñetas que acompañan a los dos protagonistas a lo largo de esos cuatro días. La relación de ambos con la muerte y la reacción de otros tantos personajes frente a lo inevitable cuando se cruzan, tal vez por última vez, con Julián. Dos actores sostienen las ideas del director y el director se apoya en ellos para lograr que la película tenga sentido. Cámara y Darín, Darín y Cámara, ambos se lucen por igual, cada uno haciendo un papel distinto. El del premio cantado, el enfermo, el obligado a acompañar, que es el otro. Pero ambos están igual de bien, igual de sobrios. Lo mismo para Dolores Fonzi y para el grupo de actores que aparecen en pequeñas escenas. Salvo dos o tres instantes de explosión dramática y vueltas menos sofisticadas que el resto del film, Truman juega con temas difíciles y sale airoso porque ve más allá de la superficie. No hay grandes temas, hay grandes películas. Condenada al perfil bajo por su propia humildad, Truman es una película que triunfa ahí donde muchas otras fracasan, sin duda algo meritorio.
Viejos conocidos con poco para aportar En el 2012 se estrenó Hotel Transylvania y su éxito llevó a que se realizara esta secuela con las mismas características que su predecesora. Si hay un género que no se arriesga a cambiar en las secuelas, es la animación. En aquel primer film, el hotel para monstruos se encontraba con la aparición de un humano normal que se enamoraba de la hija de Drácula (genial Adam Sandler dándole voz al personaje en la versión en idioma original) y era correspondido por ella. El conflicto entre monstruos y humanos, enemistados desde siempre, debía resolverse para evitar un Romeo y Julieta del cine de terror. O mejor dicho, de la comedia de terror, ya que las dos películas de Hotel Transylvania son comedias de enredos familiares con personajes icónicos del cine de terror. En esta secuela Drácula se ha convertido en un feliz abuelo y busca descubrir en su nieto los poderes y la herencia vampírica de la familia. Para aquellos que disfrutaron la primera película, los gags de monstruos en situaciones de comedia familiar se vuelven a repetir con el mismo nivel de rutina y eficacia, pero sin el menor atisbo de sorpresa, ya que fueron todos agotados en el primer film. Para los que, por el contrario, no soportaron la primera historia, esta no tiene nada nuevo o diferente que ofrecerles, a ningún nivel. Hay chistes sobre monstruos que no asustan, tradición versus modernidad y, porque no podían faltar, chistes con celulares y selfies. Lo único que realmente hace que esta secuela sea inferior a la primera es el conocer ya a casi todos los personajes. Algunos espacios de sorpresa y novedad podían darle al primer film mayor interés, cosa que acá se pierde. Genndy Tartakovsky, director experimentado, de extensa carrera en Cartoon Network es el encargado de darle vida al proyecto, en el cual conviven chistes para niños como los siempre presentes guiños para acercar al público adulto. Que exista una tercera parte dependerá sólo de la cantidad de espectadores que deseen ver nuevamente a estos personajes demasiado conocidos.
De Niro sigue vigente Pasante de moda (The Intern en el original) es una de esas comedias dramáticas que busca ir permanentemente por el camino seguro. Que no busca innovar en ningún aspecto y trata de llegar al espectador con herramientas tradicionales. Quedará en manos de cada espectador el sentirse cómodo si acepta el juego y no lo cuestiona. Robert De Niro interpreta a Ben Whittaker, un viudo de setenta años que se siente frustrado con su vida a partir de la jubilación. En la búsqueda de algo que lo saque de la tristeza y el aburrimiento, descubre una oportunidad laboral inesperada. Una casa de venta de ropa por internet, está buscando pasantes de la tercera edad. La empresa más moderna posible tendrá entonces a Ben como candidato a un puesto al que, obviamente, accederá. Allí conocerá a la dueña de la empresa, Jules (interpretada por Anne Hathaway), una mujer sobre pasada por la gran empresa que ha creado y su obsesión por cuidar todos y cada uno de los detalles de su compañía. Sí Ben está solo y aburrido, Jules tiene un marido y una pequeña hija a los que no puede acompañar como quisiera. Esta pareja despareja será, claro, el centro de esta película dirigida por Nancy Meyers. La directora no es nueva en el género ni el estilo de Pasante de moda. Juego de gemelas, Lo que ellas quieren, El descanso, Alguien tiene que ceder y Enamorándome mi ex conforman una filmografía mediana, sin estridencias ni desastres. Tampoco ha hecho ningún film extraordinario. Como guionista, Meyers, no solo ha escrito sus películas sino también otros títulos interesantes como La pícara recluta, Protocolo, Diferencias irreconciliables, Uno contra otro y ¿Quién llamó a la cigüeña?, esta última, concentrada en los problemas de laborales de una mujer que desea ser madre sin renunciar a su carrera. No son pocas las similitudes entre aquel título y este que se estrena hoy. Meyers sabe cómo llevar un relato amable y es curioso como al ver Pasante de moda uno tiene la sensación de estar viendo una película de la década del noventa. Todo el prolijo, caro, entretenido. No es película memorable y hay algunas situaciones con personajes secundarios que no funcionan. De tanto querar congraciarse con el espectador, a veces la película se pasaPero De Niro y Hathaway ponen lo mejor de sí y sus personajes son fácilmente queribles. Quien sea capaz de pasar por alto los lugares comunes y las resoluciones algo simplonas, sin duda podrá disfrutar de esta comedia amable y sencilla, mucho más prolija que espectacular, pero hecha para el disfrute del público, de punta a punta. Prueba clara de la vigencia de ese gran actor llamado Robert De Niro.
El nuevo Sr. Hale Inmortal es una película de ciencia ficción con mucha acción y algunos dilemas existenciales diluidos a lo largo de una trama que parece haber sido retocada más de una vez, por sus absurdos y notorios golpes de timón. La historia es la de Damian Hale (Ben Kingsley) un multimillonario que padece un cáncer terminal y acepta someterse a un tratamiento que le ofrece pasar su conciencia al cuerpo de un joven sano (Ryan Reynolds). Desde el comienzo es obvio que algo siniestro ocurrirá y que algo inesperado pondrá en riesgo todo. Sin ningún tipo de sentido del humor y sin tampoco la más remota profundidad, la película se convierte en un film de acción y suspenso que va desperdiciando todas las oportunidades que se le presentan para ser una gran película. Muchas películas han jugado con estos temas, han hablado de la identidad, de los recuerdos, de las angustias acerca del sentido de la vida. Muchas, sin duda, pero Inmortal se inspira puntualmente en una que es muy diferente a todas, lo que sin querer expone todas las limitaciones de la película. Tarsem Singh, un director que suele llamar la atención por su estética barroca y exagerada, lejos de cualquier realismo, se ubica acá en un lugar más sobrio, pero no logra encontrar igual el tono. Es que Inmortal es una nueva versión de ese clásico maldito llamado Seconds (1966) de John Frankenheimer. La película de 1966 era oscura y perturbadora y era una rareza dentro del cine en aquella época, más aun por estar protagonizada por Rock Hudson, una estrella muy taquillera habitualmente asociado a films más amables. Quien no sepa de esta conexión entre Inmortal y Seconds no tendrá motivo extra para enojarse, pero eso no mejora a Inmortal. Porque la película se ve forzada, porque las vueltas de tuerca no la mejoran y su final es muy malo. Aun sin saber que es una remake disimulada, el espectador se puede dar cuenta que la película hace concesiones tan absurdas que le quitan el poco interés que venía acumulando desde el comienzo. Pasada la sorpresa inicial y los primeros minutos, no queda demasiado para ofrecer. Una película destinada a un olvido muy rápido, sin identidad, ni estilo.
La cima del mundo Basada en hechos reales, Everest es el relato de la tragedia ocurrida en dicha montaña el 10 de mayo del año 1996, durante uno de los ascensos más numerosos que se haya realizado. La historia es muy conocida pero aun así es mejor no contar cosas sobre el final de la película. El Everest siempre ha sido un imán para los aventureros del mundo y, por extensión, para los cineastas del mundo. Muchas veces, desde el inolvidable documental La épica del Everest The Epic of Everest, 1924) el registro oficial de la fatal expedición de Andrew Irvine y George Mallory, que las cámaras desearon mostrar la montaña y contar las historias que allí se vivían. Documentales y ficciones se sucedieron, contando diferentes historias y récords. Sin que falte, claro, los primeros en conquistar la cima: Edmund Hillary y el Sherpa Tenzing. Sin embargo, esta película pasa todo los límites y se convierte en la mejor ficción que se haya hecho sobre algún ascenso al Everest. Lo que resulta sorprendente y absolutamente único del film del director islandés Baltasar Kormákur es la combinación de elementos dispares y complejos que logra articular para crear una película inolvidable. Como film industrial lleno de estrellas y con grandes aspiraciones de taquilla, Everest sorprende por su perfección técnica sin fisuras. No podrá el espectador dudar, ni por un instante, que está viviendo la historia junto a los protagonistas en plena montaña. Nunca una película de ficción que contara un ascenso a una montaña ha sido filmada con este nivel de autenticidad. Efectos especiales imperceptibles se combinan con el paisaje real y está muy bien lograda la sensación de sobriedad aun en una película que transcurre en un espacio tan espectacular. Y la sobriedad es otra de las claves de la película. La película cuenta con un rigor poco habitual, con austera dureza lo ocurrido durante esos días. La idea de superproducción con actores famosos basada en una historia tan enorme puede engañar al espectador, tanto para acercarlo como para alejarlo, y hacerle creer que se trata de un film de aventuras simpático. Debe entender que se trata no solo de una historia terrible, sino también de un film que no hace concesiones a la hora de contarla. Esto, lejos de ser un defecto, es su mayor virtud. El film de dos horas es apasionante, sin trucos, ni recursos efectistas. Si la primera parte es interesante, hay que decir que la segunda hora tensa al espectador de una manera que lo deja pegado a la historia. No hay forma de no vivir de forma intensa todo lo que se cuenta. Esa hora que se hace difícil por lo que se cuenta, pero que es apasionante por la forma en que conmueve y moviliza al espectador. Por respeto y en homenaje a los que participaron y participarán alguna vez de un ascenso al Everest, la película cuenta todo. Cuenta la euforia, la alegría, la ilusión, el desafío, el dolor y también el serio peligro de muerte que implica esa proeza. La película tiene también la lucidez de buscar un equilibrio que habla muy bien de su inteligencia como obra de arte. Describe los errores y los aciertos. No subraya pero deja en claro todas y cada una de las cosas que ocurrieron. Todo lo dicho puede parecer sencillo, pero no suele convivir en un mismo espacio. Por eso Everest es una película diferente, una de las mejores de este año, la perfecta unión entre espectáculo, drama, aventura y reflexión sobre el espíritu humano.
Los cinéfilos se divierten La tribu cinéfila de Buenos Aires ha sido enorme y variopinta. Pero el cine ha ido mutando y se han atomizado a punto tal que hoy los cinéfilos no pueden identificarse mutuamente como lo hacían décadas atrás. Si una película rara aparecía en una sala, lo más probable es que todos se vieran allí. Esto empezó en la segunda mitad de la década del 50 y se mantuvo bastante firme hasta un poco antes del año 2000. Todavía se los puede ver en algunos eventos y en los festivales, por supuesto, aunque ha sufrido muchísimos cambios. Cambios para bien o para mal, pero no trata de eso Un importante preestreno el documental de Santiago Calori. Lo que se cuenta en la película es ese esplendor irrecuperable de la oferta más completa posible de cine de todo el mundo. De la pasión cinéfila antes de internet, el cable o el DVD. Los testimonios y las imágenes vinculadas con ese cine de los sesenta, la lucha contra la censura, el breve espacio de libertad en el primer lustro de la década del setenta y la llegada de la última dictadura que luego de años oscuros culminó con otro destape, para terminar finalmente con la explosión del VHS. Como Calori no pretende hacer un documental académico ni está muy preocupado por la información minuciosa, la película puede parecer algo dispersa por momentos. Dispersa como conversación de cinéfilos, diría alguno, pero no. Porque la cronología se respeta, porque se va avanzando poco a poco y las anécdotas hablan por sí mismas. Los distribuidores de cine parecen primero paladines de la cultura universal, para luego convertirse en cortadores de películas y finalmente, lisa y llanamente, chantas que hacen cualquier cosa para estafar al público y que se llenen las salas. Pero todo eso convive, porque son todas esas cosas, aunque no al mismo tiempo. Ellos trajeron un cine excelente y también un cine horrible. Porque acá la idealización no es una posibilidad y la nostalgia tampoco lo es. Santiago Calori elige un lugar auténtico, parecido a lo que los cinéfilos hemos vivido. Deja que el espectador vuelva a vivir aquellos años o, en caso de tener menos de cuarenta, que entienda como funcionaban las cosas cuando ver en internet una película no era una posibilidad. Las historias del Lorraine, del Cosmos 70, del Cine Club Núcleo, de los videoclubes, todos se multiplica y estas historias que merecían ser contadas. De hecho el título de la película es digno de un film de espionaje, pero no diremos por qué. Y tampoco faltan cosas insólitas como el Topo Gigio, mezclado con La naranja mecánica, Solaris y Sucedió en el internado. Los testimonios incluyen a cinéfilos obligatorios, como Axel Kuschevatzky, Fabio Manes y Fernando Martin Peña, personas cuyas historias no deben ser olvidadas. También están los distribuidores independientes, con sus mencionadas proezas y bajezas, pero también con el testimonio de una época. El recuerdo de Salvador Samaritano, a quien todos hemos conocido y admirado y también el del oscuro y absurdo Miguel Paulino Tato, depositario de todo el odio en su calidad de feliz censor. Todos hombres, eso sí, al uso de la cinefilia argentina, aunque cuando en los agradecimientos aparecen algunas conocidas cinéfilas. En ese mundo de hombres no faltan las historias de valijeros y los recuerdos afines vinculados al destape. La cereza del postre, y ahí Calori muestra que su falta de rigor no es accidental, sino un estilo, será Claudio María Dominguez, dueño de algunas de las anécdotas favoritas de todo cinéfilo. La forma en que aparece está perfectamente construida. Su aterrizaje demuestra que Argentina es un país de aventuras, de sabiondos y suicidas, como diría el tango. Y de chantas que, cuando de cine se trata, dan más alegrías que tristezas. Los cinéfilos porteños tienen la obligación de ver esta película, eso está más que claro.
Meryl nunca te defraudará Mery Streep lo hizo de nuevo. Pero decir eso es empezar por el final. Ricky & the Flash es la nueva película de Jonathan Demme. Demme, sí, el ganador del Oscar por El silencio de los inocentes , el director de películas como Filadelfia, Totalmente salvaje y Casada con la mafia. Demme hace rato que se alejó de la primera línea, pero sin duda la presencia de un director de tanto nombre, ayuda mucho a que la película funcione. Tampoco es menor que la guionista y productora sea Diablo Cody, la misma que ganó el Oscar por Juno. Si sumamos esos Oscars a los tres que ganó Meryl Streep, tenemos una importante cantidad de premios, pero a no dejarse engañar, porque por suerte Ricky & the Flash no es una película cazadora de premios. Al contrario, es una película bien chiquita, simple, pero completamente querible. Meryl Streep es la cantante de la banda del título. Dejó de lado a su familia años atrás para probar suerte en la música. Soñaba con ser una estrella, pero su destino musical terminó siendo un bar donde las mismas personas noche tras noche la van a ver mientras toman algo. Su repertorio incluye tanto clásicos como hits modernos, para que baile la gente joven. Pero entonces llega un llamado de su ex marido (Kevin Kline) diciéndole que su hija en común la necesita. Así que su pequeño departamento lleno de deudas, Ricki viaja con su último dinero gastado en el pasaje de avión a la gran casa en un country en la cual vive su ex marido con su nueva mujer y, momentáneamente, con su hija, que acaba de divorciarse. Luego aparecerán los otros dos hijos del matrimonio, también adultos, y los conflictos del pasado volverán a resurgir. Cuando empieza la película el encanto de Streep haciendo de rockera decadente pero enamorada de su trabajo anuncia algo bueno. El guión parece empeñado en caer en lugares comunes, pero ella es la luz de esperanza a lo largo de la trama. Luz que nunca se apaga y que aflora en el último tercio de película. Ahí donde las películas suelen caer, Ricki & the Flash se eleva y se eleva hasta las lágrimas. Un raro caso de película que mejor minuto tras minuto en un final fantástico. Una trama diferente a la mayoría, ya que en lugar de un padre es una madre la que debe rendir cuentas por sus decisiones del pasado. Ricki, ese gran personaje, es mérito de Meryl Streep. Ojalá ella ganara el Oscar por estos papeles maravillosos y no por los graves y solemnes. Acá no necesita maquillaje y disfraz. Acá se completamente humana, auténtica, adorable. Sí, Meryl Streep lo hizo de nuevo.
Más siniestra pero menos coherente En el año 2014 se estrenó Maze Runner: Correr o morir, un film que, siguiendo la línea de Los juegos del hambre (tanto el libro como las películas) toma elementos de la ciencia ficción clásica para convertirse en un producto de las nuevas generaciones. El film estaba basado en la novela The Maze Runner (2009) escrita por James Dashner, parte de una serie de best sellers. Un año más tarde se estrena la secuela de aquel film, llamada en Argentina Maze Runner: Prueba de fuego. Y es asombroso y triste observar como todo el encanto de aquella primera parte ha desaparecido por completa en la segunda. Sí, esta secuela es más oscura, siniestra, incluso en algunos aspectos más adulta. Pero a la vez es menos coherente, menos divertida, menos interesante. Los protagonistas ya han salido del laberinto y ahora se enfrentan contra un enemigo que conocen, pero cuyas ramificaciones aun los superan. Saber la verdad o parte de ella no los ha vuelto más fuertes, pero sí les proporciona un objetivo más claro. Los que han perdido claridad son los que han hecho la película. Inconexa, larga, estirando un conflicto que desde el comienzo sabemos que desembocará en una tercera parte. Si bien todos ponen lo mejor de sí, y hay algunas escenas que todavía tienen valor, la diferencia entre ambas películas es casi asombrosa. La tensión de aquel encierro no está y el conflicto de remplazo, es decir la búsqueda de una manera para vencer al enemigo, no tiene interés suficiente. Si Maze Runner: Correr o morir tenía una cierta dignidad y era genuina heredera del género, acá todo parece adocenado, demasiado visto, sin un ápice de originalidad. Incluso estéticamente la película no es sólida. Ya no tiene aquella unidad del primer film, los personajes se vuelven menos interesantes y por supuesto el final va a dejar con gusto a poco o nada a gran parte de los espectadores. Si no son seguidores de la saga, esta película no tiene absolutamente nada que ofrecer para ustedes.
Sin fe en el cine Desde un comienzo resultaba poco probable que una biografía cinematográfica de Jorge Bergoglio fuera hoy un film complejo y plagado de matices. Pero siempre existe la posibilidad de que aparezca algo distinto e inesperado. Pierdan ya las esperanzas, por supuesto, porque lo más esperable fue finalmente lo que pasó. Las biografías cinematográficas pueden ser muy distintas, eso se sabe. Desde las más tibias a las más arriesgadas, desde la completas, como La vie en rose, a las que solo eligen un fragmento pequeño de una vida, como Capote. A veces la película se vuelve más famosa que la vida del personaje elegido, como puede ser el caso de La lista de Schindler, a veces puede dejar una imagen más poderosa que la que el propio personaje ha legado, como ocurrió con Lawrence de Arabia. Incluso las puede haber sutiles y con el personaje solo como excusa para contar otra cosas, como Cazador blanco, corazón negro . Puede parecer un género fácil, pero no lo es. El peor de los pecados que suelen cometer esas películas es hacer una versión acartonada, indulgente, no solo con el personaje sino también con todo lo que ha rodeado su vida. Si Francisco El padre Jorge fuera una película sofisticada, se la podría leer incluso desde un lado político, pero tal vez sea un esfuerzo excesivo para una película con objetivos y herramientas tan pobres. Elegir como personaje principal de un biopic al Papa Francisco limita las posibilidades de complejidad o polémica, aunque tampoco las impide, claro. No hay excusa para hacer una mala película. Basado en el libro de Elibabetta Piqué, la película cuenta el trabajo de Bergoglio adulto, repasa diferentes momentos de su infancia y juventud y finalmente los días previos al comienzo de su papado. Esteticamente, la película parece filmada hace treinta años y algo parecido a eso se ven en un elenco no demasiado motivado por la historia. Dario Grandinetti tarda casi todo el film tan solo en hacernos creer que es Bergoglio, cosa que no logra en ningún momento. Nos puede hacer creer que es un religioso, pero no Francisco. Parece una mala película filmada hace treinta años, algo resulta insólito desde todo punto de vista. Las actuaciones, las situaciones, todo es antiguo, fuera del cine actual. No era obligatorio hacer un film tan básico para retratar al Papá. Cuánto mejor es una película, más fácil es sumarse con ganas al proyecto, más allá de su ideología. Acá hay un número alto de actores/personajes secundarios que son también una sombra de los clichés del cine argentino de los ochenta. Los actores y personajes secundarios merecerían un capítulo aparte. Hayan existido o no, sean reales o no, igualmente sin patéticos para el mundo del cine. La historia parecía estar servida. Pero cuando no hay vocación o herramientas para hacer una película, lo más probable que se termine en un raro híbrido como este. En su afán indulgente, la película pierde su alma. En su terror a ofender a alguien, simplifica todo hasta límites insospechados. Solo deja un puñado de villanos tan mal retratados que son un puntapié en el buen gusto y la sutileza cinematográfica. Por querer reverenciar a un personaje lo termina transformando en algo que no es. Lo convierte en un cartón pintado, le quita gracia, le escatima las mejores cualidades de un personaje cinematográfico. Algunas escenas van a provocar risas no buscadas y en más de un momento el espectador se preguntará seriamente acerca de las razones por las cuales se hicieron ciertas escenas.