Personaje huérfano de cine. En 1982, John Huston dirigió Annie, film basado en un musical inspirado en un personaje que ya había sido llevada al cine en otras oportunidades. Este gran maestro de la historia del cine, pero también uno de los más irregulares, no logró darle a la película el tono adecuado y aunque llevó hasta la actualidad algunas de las canciones más famosas, nunca llegó a tener la popularidad de canciones como "Tomorrow". Ahora la historia vuelve y transcurre en el presente. La huérfana adorable es usada por un político al que puede ayudar a limpiar su imagen. Los temas más famosos vuelven a aparecer, aunque adaptados a un estilo un poco más moderno. Las huerfanitas están a cargo de una tutora impresentable y disparatada. Hacer un musical no es sencillo, hacer una comedia tampoco y hacer una película que emocione es un dilema extra. Demasiadas cosas enfrenta Annie, y le cuesta salir airosa de todas. La protagonista es muy carismática y da todo para que el film funcione, pero las modernizaciones agregan muchas escenas sin gracia, solo para regocijarse con gadgets tecnológicos y demás distracciones. Pero posiblemente el problema más grave sea la falta de timing que atraviesa todo el relato, donde las actuaciones siempre están fuera de registro y carecen de encanto. Salvo la mencionada protagonista, a los demás les cuesta mucho que sea creíble o querible lo que hacen. La palma de oro de las malas actuaciones se la lleva sin duda Cameron Diaz: está tan mal que hasta resulta piadoso dejar de mencionarla y esperar a que este trabajo pase cuanto antes al olvido. Annie, el musical, volvió a perder otra oportunidad de ser una buena película. A juzgar por el resultado, va a pasar muchísimo tiempo antes de que alguien lo vuelva a intentar. Como ejemplo basta una canción: "It's a Hard Knock Life", que no le llega ni a la suela de los zapatos a la versión parodiada en Austin Powers: Goldmember.
La ficción pobre Selma es una más, entre muchas, de la moda de los films basados en hechos reales y/o biografías. Sus reclamos de racismo por no haber obtenido la suficiente cantidad de nominaciones al Oscar expone aun más sus limitaciones y sus intenciones cinematográficas escasas. Sería injusto sin embargo analizar una película por los escándalos que produce fuera de lo que la película en sí mismo. Así que analicemos primero esa acusación y pasemos luego a la película, como bien parecen querer los que la hicieron. Aún así, los valores del film no dependen de esto. ¿Merecía Selma ser nominada a mejor director? La respuesta es simple: no. ¿Ava DuVernay fue segregada por su raza y su género? Imposible saberlo, aunque hay que decir que peores directores han sido nominados, así que podrían haberla nominada a ella. ¿Y qué pasa con los actores? Misma respuesta. Si yo fuera miembro de la Academia hubiera actuado igual, ya que considero que no merecen premio alguno. Pero claro, en épocas de corrección política, cuando uno nomina a una mujer o a un afroamericano, debe dar explicaciones. ¿Acaso no es mucho más grave que no haya nominado a Clint Eastwood a mejor director? Alguien dirá: ¡Pero él ya ganó dos veces! Y yo contesto: ¿No se debería premiar a los mejores en lugar de a los no premiados previamente? Si la idea es darle un premio a uno diferente cada año, entonces entreguen ese premio y no hagan más nominaciones. Qué triste será el Oscar del año que viene si se adivina que gana alguien solo por compensar. Cuando Kathryn Bigelow se llevó el Oscar a mejor dirección y a mejor película por Vivir al límite fue un momento sublime. ¿Y saben por qué? Porque se los merecía. Así debería ser siempre, así es como yo veo los premios. El año pasado una película lamentable como 12 años de esclavitud gana de forma incomprensible el Oscar a mejor película. ¿Alguien duda de que fue por corrección política? Nadie acusó en ese momento a la industria de ser racista, y fue el año pasado, no hace veinte años. Esperemos que el año que viene, y este año, gane el mejor, el que los miembros de la Academia consideren genuinamente el mejor. Este reclamo de racismo no hace más que jugarle en contra a películas como Selma. Es más, esta clase de reclamos es profundamente racista, porque asume que la raza es motivo suficiente para prestarle más atención a una película que a otra. Ahora sí, pasemos a la película. Selma cuenta los eventos ocurridos en 1965 en el Selma, Alabama, donde Martín Luther King se puso al frente de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos. La lucha por el derecho al voto había llegado a su punto límite y en dicha ciudad un manifestante había muerto asesinado. Las marchas cambiarían el curso de la historia y la película describe este proceso, así como también las negociaciones con el presidente de los Estados Unidos y la lucha contra las fuerzas más racistas del país. Sin duda, una historia apasionante, conmovedora. Cualquier espectador se ve movilizado frente a las injusticias tan recientes que el film narra y frente al coraje de aquellos que se animaron al cambio. La historia, que bien podría ser una miniserie documental, tiene su mayor mérito en la historia elegida, no en la forma en la que es llevada a la pantalla. El documental no es un género taquillero y estas ficciones lo que intentan es llegar a un número mayor de espectadores. Pero cuando uno hace una ficción para la pantalla grande, la mera ilustración de los eventos no alcanza. Apenas si pueden servir como fragmentos para ilustrar un documental. Selma en ese aspecto se asemeja a la narrativa elemental y sin vuelo de un telefilm. En Estados Unidos la crítica fue terriblemente benevolente y complaciente, aprobando a la película como si aprobarla fuera reivindicar la lucha de los derechos civiles. Ese error es impulsado por la propia película. Detrás de su chantaje ideológico existe la idea de que si uno no aprueba Selma está en contra de la igualdad de derechos. Obviamente esto es absurdo. Si el film no recibió premios es porque no se los merece, o al menos eso creen muchos de forma genuina, como deben creerlo con cualquier film premiado o no premiado. Lo que deberían hacer quienes hicieron Selma es confiar en lo que hicieron y el porque lo hicieron. Ojalá mejores películas surjan sobre los mismos eventos. El cine es muchas cosas, el cine puede ser un espacio didáctico y ayudar a difundir la historia. Pero para eso, mejor confiar en historiadores, documentalistas y maestros. El cine es por encima de cualquier otra cosa, un arte. A Selma lo que justamente le falta es arte. Todo lo que más emociona en el film, son los fragmentos justamente de documental que aparecen. La realidad es mucho más interesante que esta construcción de ficción de bajo vuelo.
Entretenimiento para niñas y poco más. Sexta película de Tinker Bell, desprendimiento de la historia de Peter Pan creada por J. M. Barrie y dueña de una franquicia que parece no agotarse. La película del año 2008 fue la única verdaderamente clase A de toda la saga y aunque casi todos los títulos posteriores fueron directo a DVD en Estados Unidos, su país de origen, acá una vez más se intenta con el cine. Sin duda el mercado local permite que se tome esta decisión, dejando de lados tantos buenos films de animación que jamás veremos en la pantalla grande. Tinker Bell y la bestia del Nunca jamás no presenta ni el más mínimo atisbo de novedad ni parece tampoco buscarlo. Fawn, el hada de los animales, tiene con ellos una debilidad absoluta. Eso lleva a que por momento ponga en riesgo la paz de su tierra y sus amigas hadas. Pero a pesar de experiencias complicadas en el pasado, Fawn apuesta una vez más cuando se encuentra con una bestia que, a juzgar por su aspecto, es merecedor de las mayores precauciones. Esta bestia, que le debe algo a los personajes de Miyazaki y también tiene un aire (bastante, hay que decirlo) al gato Chesire de Alicia en el país de las maravillas, será cualquier cosa excepto una amenaza real. No es la búsqueda del film la de transgredir reglas o inquietar al espectador. Su target es claro y hacia el entretenimiento para niñas apunta esta película, como lo hicieron las anteriores. Pero aunque su estética es pobre y sus intenciones humildes, eso no significa que haya que conformarse con poco. Se pueden hacer películas como esta sin tener que ser tan rutinario y carente de encanto. Le falta muchísimo a Tinker Bell y la bestia del Nunca jamás para convertirse en un film valioso, aun cuando sus fans queden más que conformes. Ginnifer Goodwin, una de las protagonistas de la exitosa serie Once Upon a Time da la voz para para el personaje protagónico, aunque en la versión en castellano no la podamos escuchar. Una pequeña referencia al mundo de las hadas, que tanto en el cine más comercial como en estos productos de consumo hogareño, parece estar pasando por una primavera a la que se vislumbra larga y productiva, más allá de sus escasos méritos artísticos.
El vuelo a ninguna parte México y sus cineastas han estado pisando fuerte en el cine norteamericano. El año pasado el muy talentoso Alfonso Cuarón ganó un merecido Oscar por Gravedad y ahora –y una vez más- Alejandro González Iñarritu vuelve a la carga con Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) luego de haber tenido ya sus nominaciones por Babel. No son los únicos, y bastaría nombrar a Guillermo Del Toro –menos prestigioso pero más taquillero- para completar un podio de mexicanos en el cine de Estados Unidos. De los tres, González Iñarritu era el más prestigioso, hasta que Cuarón arrasó con los premios con Gravedad. Pero también el director de Amores perros es el más polémico. Muchos se han fascinado con películas como la mencionada Amores perros y con sus obras posteriores 21 gramos, Babel y Biutiful. En su película inicial mostró fuerza para filmar, amor por las estructuras rebuscadas y una cierta crueldad pretenciosa que no termina de mostrarse en plenitud. 21 gramos es el resumen perfecto de solemnidad, pretenciosidad, crueldad y banalidad que suman todo lo malo que uno puede decir de Iñarritu. Pero claro, al mismo tiempo aumentó su prestigio y el gremio de los actores que se toman demasiado en serio empezó a quererlo también. Subió la apuesta con Babel, más de lo mismo, con algunas pruebas extras de crueldad que parecían acercarlo a los cineastas más sádicos del cine actual. El éxito lo acompañó, el prestigio también, pero también hay que decir que se volvió difícil seguir tolerando su filmografía. Luego de Babel González Iñarritu perdió a su colaborador, el guionista Guillermo Arriaga. Los guiones de Arriaga le quitaban protagonismo al director, sus estructuras obtenían más fama y luego de la pelea la pregunta era saber cómo seguiría la carrera del realizador. Siguió mal, tal vez menos rebuscada, pero igualmente pretenciosa y cruel. Nuevos guionistas llegaron a la filmografía de Iñarritu, los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bó (nieto del legendario director Armando Bo) colaboraron en los guiones de Biutiful y Birdman. A su vez, ambos escribieron una gran película argentina llamada El último Elvis, dirigida por el propio Armando Bo. En Birdman se ven algunas ideas de El último Elvis, pero sepultada por el trabajo del director y con algunos giros de timón que no parecen haber sido soñados desde el comienzo del proyecto. Esperemos que Giacobone y Bó encuentren otros directores con quienes trabajar o hagan otro film en Argentina como el que ya han hecho. Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) no ensaya los niveles de crueldad infame de la filmografía anterior e intenta, tal vez a través de los guionistas, algo de piedad y humanidad en el personaje protagónico. El resto de los personajes está pintado con un nivel de superficialidad no buscada tan grande que hasta el nombre personajes le queda algo grande. Merecería un espacio mayor el análisis del espantoso título completo del film, pero lo mejor es olvidarlo, dejemos solo Birdman, seamos piadosos y no ataquemos por todos los frentes. Pero lo que ahorra en maldad a nivel guión, lo multiplica al infinito con la puesta en escena. González Iñarritu aplica los más improcedentes movimientos de cámaras para llamar la atención sobre su trabajo, pero llama la atención en un sentido negativo. La búsqueda de un plano secuencia que abarque la puesta en escena solo consigue molestar, distraer, irritar, aburrir mucho. No quiere que el guión lo tape, pero no se da cuenta de que lo que cuenta no se corresponde con la forma en que lo cuenta. Michael Keaton interpreta a Riggan una ex estrella de cine, que se había vuelto famoso interpretando tres veces al Birdman del título. Nunca ha podido salir de aquel encasillamiento y Riggan ahora busca obtener prestigio interpretando De que hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver en teatro. Como muchos actores que han hecho grandes películas que los han convertido en estrellas amadas en todo el mundo, Riggan solo quiere ser prestigioso en el teatro. Por suerte el guión y la puesta en escena suman tanta confusión que es imposible reflexionar acerca de qué posición tiene la película sobre Hollywood. Igual la industria ama que la critiquen, que la destrocen, que hablan mucho sobre ella. Demasiados actores votan en la Academia y así esta película olvidable, mínima en su importancia, termina con nueve insólitas nominaciones al Oscar. Pero gustos son gustos y acá yo estoy para decir porque no me gustó Birdman. Lo que no me gustó es el mencionado trabajo con una cámara entregada al desastre con la idea de explicar lo que ocurre en el interior/exterior del personaje. Los actores, desatados, anticinematográficos, hacen su show, como solían hacerlo en la peores películas de Robert Altman. Y me imagino que a los que les guste mucho el Altman de The Player esta película, aun siendo muy inferior a aquella, tal vez les agrade. Michael Keaton, que en la vida real fuera de esta película supo ser dos veces Batman en las películas de Tim Burton sin duda encuentra aquí el guión que le permite que lo premien, mezclando su propia vida con la de su personaje. Riggan escucha la voz de su personaje que le habla, que se le aparece y le dice cosas acerca del mundo en el cual le toca vivir ahora al actor. Hay una leve ambigüedad acerca de eso que luego va en aumento, como en aumento van todas y cada una de las arbitrariedades del guión. Todos los estereotipos se repiten y –oh sorpresa para mí- en supuesta clave de comedia. Si Birdman es una comedia, Una Eva y dos Adanes es un western. ¿Ironías sobre la industria u verdades de perogrullo? Todo esto, no lo olvidemos, al ritmo de una cámara loca que haría sonrojar al más desatado Claude Lelouch. Qué Birdman sea visualmente muy fea y que sus actores estén fuera de registro y todos sobreactuados no son los únicos defectos. Cuando ya ha pasado la primera hora de película y por breves instantes Keaton consigue darle corazón a su personaje, entonces empieza la debacle, una seguidilla de falsos finales que le otorgan al relato una dispersión que rompe todo clima e interés. Cualquier escena podría ser el final y cualquiera de esos finales sería malo. Entonces, como era de esperarse, se llega al peor, al más ridículo de los finales. Y allí sí, sin problema alguna, se termina de rematar esta película que pasados los dos meses de premios, difícilmente llegue a provocar, al menos en mí, un instante más de reflexión. Poco cine, mucho ruido, y esperemos que no le gane a verdaderas grandes películas con las que compite.
Una extensión sin gracia. Bob Esponja: Un héroe fuera del agua es una tardía nueva película de los personajes que a fines de los años '90 generaron furor en la televisión. Ya en el 2004 se había realizado una película en ese entonces, con buenos resultados. Los personajes principales, Bob y Patricio, son acompañados por todos los demás caracteres de la serie. La trama gira en torno a la desaparición de la fórmula secreta de las "cangrehamburguesas" y la aventura que deberán atravesar al intentar recuperarla. La sorpresa es el pirata –también dedicado a la venta de comida rápida– interpretado por Antonio Banderas, lo que lleva a la combinación de actores en vivo con los dibujos animados. Es verdad que Bob Esponja no es un dibujo clásico, ya desde el nombre y el aspecto queda claro, y que todo el humor consiste en ese absurdo. Con picardía, algo de ambigüedad y muchos guiños adultos, la película anterior lograba ser divertida e inteligente a la vez, ofreciendo un espectáculo para todas las edades. Pero en esta nueva entrega las cosas ya no funcionan, los chistes se ven agotados, la fórmula para hacer reír ya no sorprende, Bob Esponja no es una sorpresa en el mundo de la animación actual ni tampoco es esta una aventura que valga la pena ver por cariño al viejo personaje. Hay algunos buenos chistes, pero son muy pocos cuando uno piensa en la cantidad de veces que la película intenta hacernos reír. Una extensión sin gracia de una serie que ya obtuvo su lugar en la historia de la animación y que no necesitaba ir por más.
Los malos del revisionismo. Los cuentos de hadas han sido revisados de forma constante desde comienzos del siglo XXI. Partiendo de las parodias de Shrek o Encantada hasta las espectaculares Maléfica, Blancanieves y el cazador o Espejito, espejito. La lista es enorme y en muchos casos, estas historias están fusionadas con el musical. En el bosque es un film musical basado en la obra de Stephen Sondheim de 1988. Varias veces se intentó convertirla en una película, pero los proyectos quedaron en el camino. Recién en esta moda de films sobre cuentos de hadas el proyecto vio la luz verde. La dirección quedó en manos de un director muy exitoso pero con una filmografía de calidad bastante mediocre y el elenco se llenó de estrellas, algunas populares ahora, y otras verdaderas leyendas desde hace años, como Johnny Depp y Meryl Streep. En el bosque es una combinación de varios cuentos de hadas, los protagonistas son un matrimonio que para revertir la maldición que una bruja lanzó sobre su familia, debe reunir varios objetos. Esos objetos pertenecen a diferentes personajes de cuentos de hadas. La mirada que la película posee sobre ellos va variando de la parodia a la seriedad, de las canciones a la aventura, no siempre logrando que todo fluya correctamente. Peor aún, cuando todavía faltan cuarenta minutos de trama (aproximadamente) En el bosque pierde todo el interés, absolutamente todo el interés. La mediocridad de la trama ya hace un poco agotadora la experiencia, pero este último tercio parece más una secuela mala que parte de la historia original. La impronta de Broadway se impone por encima de la lógica cinematográfica. El director Rob Marshall tiene más fe en las herramientas teatrales que en las cinematográficas y ese es uno de los motivos por los cuales En el bosque no funciona nunca, apenas sobrevive mientras vamos reconociendo a las estrellas que pueblan la trama. Meryl Streep y Johnny Depp podrán ser un lujo, pero terminando siendo un peso en una película como esta. Tercer musical de Marshall luego de la insólitamente premiada Chicago y la infame Nine, da miedo pensar en cual será el cuarto que elija, sólo esperemos que levante un poco la puntería.
Cuidado con las imitaciones La cartelera local quiso que La teoría del todo se estrene el mismo día que el El código Enigma (The Imitation Game). También el azar las hace convivir en la misma entrega del Oscar. Ver ambas películas en la misma semana es como ver la misma película dos veces. No, claro que no son iguales, pero toda la idea que tienen del cine es igualmente pobre. Qué reciban tantas nominaciones y favor del público creo que se debe a que en un mundo con tanta oferta de cine donde es difícil entender y evaluar todo, esta clase de films ofrecen algunas puertas de entrada que se han vuelto las elegidas por muchos. Si El código Enigma pertenece a las biografías que buscan el chisme, sin duda La teoría del todo también. Stephen Hawking es el nombre del protagonista, su vida, su obra y él mismo es mundialmente famoso. Su historia, increíble desde muchos aspectos. La teoría del todo se sumerge en la enciclopedia mundial del cliché de films biográficos para lanzarse a la más rutinaria de las experiencias biográficas del año. No, tal vez no del todo rutinaria, tal vez su inclinación hacia la sensiblería el mensaje de autoayuda la hace desbarrancar un poco que a su compañera de estreno ya mencionada. Sin embargo la trampa más precisa que nos prepara siempre el biopic es la actuación. Eddie Redmayne interpreta a Stephen Hawking de forma insufrible. Esas actuaciones demagógicas, especulativas, que apuntan solo a buscar premios, que quieren la aprobación directa, que no explorar, sino que imitan, que basan su éxito en ser una caracterización real del personaje elegido. Ya varios actores y actrices han arrasado con premios debido a eso. Así es la vida de los premios, tal vez los cinéfilos debamos simplemente ignorarlos. El cine está lleno de posibilidades, estas películas intentan eliminarlas todas. Una vez más: ¿Siendo tan subjetiva la apreciación de una actuación, como saber cual es buena? Para muchos la respuesta es: imitación perfecta de alguien que precise un esfuerzo físico visible. Bueno, eso tiene La teoría del todo y por eso, y careciendo de cualquier mérito puramente cinematográfico, logró posicionarse en el mapa. ¿Les interesa Alan Turing? ¿Les interesa Stephen Hawking? Bueno, podemos buscarlos en libros y documentales televisivos. Estos films que hoy se estrenan juntos son una muestra muy pobre de las posibilidades del arte cinematográfico. Que se sumen a la horrible Selma habla de una mirada del cine que ha perdido el rumbo. Por suerte Francotirador de Clint Eastwood es la contracara de esta clase de cine. Eastwood no está nominado a mejor director, para corroborar todas las malas señales. Una curiosidad final: Benedict Cumberbatch interpretó a Hawking hace unos años. Hubieran fusionado los dos proyectos y nos ahorraban dos horas.
La triste realidad Lo que el cine no da, la realidad no presta. Al menos eso es lo que creemos aquellos que pensamos el cine de forma seria y analizamos las películas por sus elementos cinematográficos. “Basada en una historia real” se ha vuelto la frase detrás de la cual los mediocres se esconden cada vez más. ¿Qué dice sobre una película que esté basada en un hecho real? Nada, absolutamente nada. Si la historia que elige es fascinante, eso no dice nada sobre la película tampoco. Pero claro, funciona como chantaje al espectador. El espectador parece recibir claramente un mensaje: Ojo, esto tiene valor, eso es real. Una invitación al desastre, una invitación a no pensar el cine, a olvidar el cine, a convertirlo en un transporte de sustancias reales. Por suerte el cine es mucho más, por suerte los grandes directores, guionistas, productores, actores y demás realizadores cinematográficos, no siempre se rinden frente este chantaje y parten de historias reales para hacer obras trascendentes con vida propia. Este año, cuatro de las ocho nominadas a mejor película se basan en historias reales. Esto no le impidió a Clint Eastwood que Francotirador sea una obra maestra. Tal vez su éxito parta de la historia real, pero su calidad artística nace del que a Eastwood esa historia solo le sirve para desarrollar su mirada del mundo, su mirada del cine. Los ejemplos no son pocos, pero aun así, son minoría. El código Enigma (The Imitation Game) pertenece a la categoría triste de las biografías sin vuelo. Tomo a un genio, y creo que con eso solo hago una película genial. El público sabe que los hechos ocurrieron y con eso gano credibilidad. Qué forma realmente triste de entender el cine. Pasemos a la película. El personaje protagónico es Alan Turing (Benedict Cumberbatch), matemático inglés que durante la Segunda guerra mundial formó parte del equipo encargado de descifrar los mensajes secretos de los nazis. Esa historia, es apasionante. Su lucha contra viento y marea para lograr que el gobierno confíe en él y en sus teorías aun no comprobadas, que sus propios compañeros de equipo lo integren y se pongan de su lado. Tres batallas que Turing libraba a la vez, sin saber si podría vencer en los tres frentes. Está bien eso, sin duda. Pero la película cree que profundizar en eso es una pérdida de tiempo, entonces convierte a El código enigma… en otra película! ¿En que la convierte? En chisme, en vida privada, en denuncia de las terribles y siniestras injusticias contra los homosexuales. No puede conformarse con que Alan Turing era un genio y cambió la historia de la humanidad, no, eso no sirve. Recuerdo ahora Lawrence de Arabia de David Lean, donde la homosexualidad del protagonista queda mostrada pero no ocupaba la primera fila. Y no está mal que la sexualidad del protagonista ocupe un espacio, incluso protagónico, pero se trata de dos films distintos. Y el director, que cuenta de forma entretenida la película, apuesta a la trama menos importante. La homosexualidad del protagonista podría aparecer en cartelitos –como de hecho lo hace- al final de la trama. Los flashbacks al pasado de Turing son otra desgracia. Al menos Cumberbatch y los demás no intentan imitar a nadie y actúan bien. Algo de oficio hace que la película avance, pero su mediocridad es abrumadora. Es nada. 8 nominaciones al Oscar son el único motivo para que se le dedique hoy tanto tiempo. Docenas de películas buscan eso año tras año, algunas lo consiguen. Es cine basado en hechos reales y las biografías son una plaga, que además sean tan festejadas, una mala señal para el presente del cine.
La elegida Lana y Andy Wachowski dirigieron en 1999 Matrix y entraron para siempre en la historia del cine. En aquel film, como en casi todos los que siguieron (Meteoro es la excepción) combinaron un despliegue visual de altísimo impacto que se convirtió en una marca de fábrica con las más variadas filosofías y religiosas. Matrix se convirtió en un film de culto, citado hasta el infinito en innumerables películas, videoclips y hasta publicidades, desde los trucos visuales al vestuario, todo apareció en miles de otras expresiones visuales de los años siguientes y hasta la actualidad. Sus secuelas fueron muy esperadas, y la forma en la que se estrenaron –casi pegadas entre sí- permitió una inercia que las hizo exitosas, cosa que posiblemente no hubiera ocurrido en caso de haberse espaciado más. Hoy, ni Matrix recargado ni Matrix revoluciones, tiene peso alguno en el cine contemporáneo. La locura de los Wachowski se había convertido en algo excesivo pero también algo confuso. En Matrix no escatimaron tampoco en la mirada social ni en las referencias cinematográficas que fueron incluso más allá del homenaje, pero en las secuelas primó la confusión por encima de cualquier otra cosa. El destino de Júpiter es, sin duda, absolutamente fiel a las ideas de los Wachowski, una pieza más de una filmografía que va de lo sublime a lo banal sin escala alguna. Algunas ideas respiran enorme complejidad, otras parecen un consejo de revista dominical, y esto dicho sin ironía alguna. Jupiter (Mila Kunis) es hija de una mujer rusa y un hombre inglés, su vida como inmigrante en Chicago es dura. Se despierta de madrugada para limpiar los baños de las casas de clase alta, apenas si tiene tiempo para soñar con un destino mejor. Solo le queda un resquicio para –siguiendo los pasos de su padre- mirar a las estrellas. Jupiter, nombrada así por deseo de su padre astrónomo, odia su vida. Pero, como en su momento ocurría con Neo en Matrix, ella es la elegida. Ella tiene un destino diferente al que cree y llegará del espacio quien se lo hará saber. Caine (Channing Tatum) será su cazador y su guardaespaldas en una aventura cuya espectacularidad no impide que veamos las muchas contradicciones de la trama. Los Wachowski se pasan de citas a su propio cine y a, principalmente, la saga de La guerra de las galaxias, pero no tanto la saga inicial, sino la segunda. Tampoco falta un absurdo, anticlimático e injustificable homenaje a Brazil y a su director Terri Gilliam, quien hace acto de presencia en dicha escena. La narración se pierde entre tanta espectacularidad y no todo es tan impresionante como pretende. Tantas idas y vueltas tiene la trama que es difícil analizar en serio cual es la mirada que la película posee sobre cualquier tema o aunque sea algún tema. Esta historia galáctica que no sea ahorra tampoco algunas ideas de tragedia griega o de Shakespeare adolece del mismo exceso de producción que los anteriores films de los directores, dejando en claro que su desenfreno visual no da necesariamente una gran obra. Ya pasó mucho tiempo desde Matrix y empieza a quedar claro que las ambiciones originales que Lana y Andy tenían, no se vieron reflejadas en sus films posteriores. El destino de Jupiter es coherente con su filmografía previa aun –o principalmente- por sus defectos.
Una vida que trasciende cualquier falla. La historia de Louis Zamperini es tan rica que supera las debilidades de la Angelina Jolie directora, que toma pocos riesgos formales y, pese a su búsqueda bienintencionada, ofrece un film sin carisma ni brillo propio. La historia de Louis Zamperini (1917-2014) merecía ser contada, no hay duda alguna. Primero fue minuciosamente descripta en la novela de Laura Hillenbrand y ahora aparece en forma cinematográfica bajo la dirección de Angelina Jolie y basada en ese libro. Inquebrantable arranca en plena Segunda Guerra Mundial. Pero pronto retrocederá hasta la infancia de Zamperini, sus problemas para adaptarse, el descubrimiento del atletismo y el enorme talento y pasión que lo llevaron a los Juegos Olímpicos de Berlín. Esto, brevemente contado en la película, ya merece un largometraje en sí mismo. Luego, el conflicto bélico merece una segunda película y, finalmente, su terrible paso por los campos de prisioneros japoneses podría ser claramente una tercera. No es necesario que una película sea exhaustiva con la historia real que elige contar, tampoco le debe lealtad al libro que adapta, eso debe quedar claro. Sin embargo, la película de Angelina Jolie no falla por lo que no cuenta, sino por la manera en que elige contar lo que sí aparece en la película. Jolie no hace de este biopic un film profundo o trascendente a su personaje, sino que se aferra a los códigos más estándar del género, deslizándose de forma correcta, sin ideas ni elementos interesantes que logren elevar a la película más allá de lo informativo. No hay nada que esté muy mal en Inquebrantable, sin embargo, parece que Jolie buscó inspirarse en otras películas y no es absurdo descubrir partes de otras cintas en diferentes momentos del relato. Su búsqueda es bienintencionada pero sin carisma, sin brillo propio. El biopic es un género que con mucha facilidad disimula sus defectos, siempre y cuando elija un personaje interesante para retratar, pero esa información sería relevante aun sin película y por eso un film mediocre puede salir medianamente airoso. Jolie se preocupa por las torturas que sufre Zamperini, la fortaleza con la cual enfrenta un derrotero casi imposible de superar para cualquier ser humano, esa es la historia que elige la directora, y donde carga sus tintas. Como suele ocurrir con los biopics, la emoción más fuerte está en las escenas finales, con los carteles que –como una nota periodística o un libro– cuentan más cosas sobre los personajes de la historia. Es un recurso típico del género, pero delata sin querer las emociones de las cuales carece la película. Por suerte para Inquebrantable y los espectadores, la historia de Louis Zamperini es tan extraordinaria que termina por inclinar la balanza un poco a su favor.