Una fórmula que llegó al agotamiento. Pese a la interpretación de Liam Neeson, a esta altura un experto en el género de acción, la película no está a la altura de sus predecesoras, con un héroe un poco más lavado y menos siniestro y sin lugar para sorpresa alguna. En el año 2008, un actor asociado al cine dramático como Liam Neeson, le dio un vuelco inesperado a su gran carrera. El intérprete de La lista de Schindler aceptó un papel que para muchos otros actores no habría sido interesante. Neeson había probado desde el comienzo de su carrera todo tipo de géneros, pero ya había alcanzado gran prestigio y premios por hacer cine dramático. Sin embargo, estaba a punto de convertirse en una estrella del cine de acción. Búsqueda implacable (Taken) fue en muchos sentidos una sorpresa, incluyendo al propio Neeson, que no pensó en el éxito enorme del film y como cambiaría su carrera. Taken era una excelente película de acción y un actor de tanto talento y presencia cinematográfica ayudó mucho a que fuera aun mejor. Guión (Luc Besson), dirección (Pierre Morel) y la actuación de Neeson la convirtieron en un film de culto que muchos quisieron imitar y que ha traído dos secuelas. Lamentablemente, así como Búsqueda implacable 2 era divertida pero carente de interés, Búsqueda implacable 3 tampoco posee interés alguno y además no es divertida. No hay secuestros esta vez –el propio Neeson no quiso que los hubiera– pero sí una muerte de la que el protagonista será culpado. El director ya había cambiado en el film anterior y la excelente factura del film inicial –violento, directo, vertiginoso, emocionante– no apareció en ninguna de las dos secuelas. Claro que tienen una buena base para filmar escenas de acción y hay buenos momentos aislados, pero no hay que conformarse con menos de lo mismo. Otro detalle que Búsqueda implacable 3 posee es que en un giro típico de las sagas de cine de acción, la violencia desaforada y terrible del primer film se fue reduciendo hasta convertir, al menos en comparación, al implacable protagonista de aquel film en un héroe un poco más lavado, más blanco, menos siniestro. Esto ocurre cuando se estira aquello que no debería ser estirado. Una cosa es un film como El transportador, y otra muy distinta una experiencia como Taken cuya trama era tan oscura que era absurdo creer que su personaje principal podría actuar nuevamente sin que se perdiera la esencia del personaje. Así que en resumen, de aquella sorpresa original, hemos pasado en seis años a este exponente menor e irrelevante del género. Liam Neeson entrega la misma actuación sin fisuras, pero lo que tiene su alrededor no logra estar a su enorme altura. La saga de Búsqueda implacable está definitivamente terminada. A lo que sigue.
El que nació para secundario... Madagascar (2005) tuvo un gran éxito de taquilla que devino en dos secuelas. Dentro de esas películas con tantos personajes tan queridos por los espectadores, había un grupo de pingüinos delirantes, con aires de agentes secretos, y que solían agregarle más humor y locura a las películas. Muchos personajes secundarios suelen ser un elemento fundamental para levantar películas muy populares. Los pingüinos solían ser las estrellas de muchas escenas, lo que llevó a que tuvieran su propia serie de televisión en el año 2008. Ahora llegó el turno de la película Los pingüinos de Madagascar, donde toda la trama gira en torno a ellos. Como era de esperarse, el protagonismo de los pingüinos pasa de simpático a bastante aburridor. Los chistes se extienden y la gracia de su comportamiento paranoico se pierde por completo al estar realmente en una situación que amerita su comportamiento. En resumen: Arruina a los personajes el hacer con ellos este largometraje. Para la risa fácil, sin sentido, para la repetición más que forzada de las claves del humor, este guión no ayuda. El cine de animación ha madurado y crecido mucho y hoy tiene una oferta enorme, no es necesario hacer el clásico film estilo de Disney, pero tampoco se puede reducir la animación al chiste barato, repetido, obvio. Skypper, Kowalsky, Rico, y Cabo podrán ser personajes divertidos para un cortometraje, pero no lo son para un largo. Ni la presencia de personajes nuevos ni de voces de grandes actores como John Malkovich o Benedict Cumberbatch para dichos personajes (en la versión en idioma original) pueden hacer una diferencia. Cuando las secuelas y las precuelas se agotan, las ramificaciones de las tramas son la única salida y son, en este caso una salida muy pobre. En unos meses se estrena la película de los Minions y así todo. Por suerte películas como El libro de la vida, por dar un ejemplo reciente, demuestran que el cine de animación es más que la descontrolada ambición de recaudar a cualquier precio agotando fórmulas.
El buen pastor No sé qué tan malos son los tiempos que corren para el cine. Solo sé que siempre se decretó el fin del buen cine, desde que apareció el sonido en adelante, siempre alguien pensó que todo pasado era mejor. Pero cuando una vez una película dirigida por Clint Eastwood se pregunta: ¿Acaso hay algo que no sea genuinamente extraordinaria en esta película nueva, del 2014? Las sospechas del fin de cine se vienen abajo cuando uno piensa que hay directores como él trabajando en la industria y generando esta clase de maravillas. Por qué sí, Francotirador es una maravilla. American Sniper (en la distribución internacional se le ha querido bajar la asociación directa con Estados Unidos cambiando afiche y título) viene justo después de que Eastwood filmara Jersey Boys, esa adaptación de un musical que no era un musical, y acá se mete en el cine bélico de una manera también memorable. En un género donde los códigos narrativos se han vuelto a inventar y en conflictos modernos donde Kathryn Bigelow ha entregados dos obras maestras (Vivir al límite y La noche más oscura), Eastwood hace caso omiso y consigue fusionar su clasicismo a ultranza con la estética que le plantea este nuevo escenario. Eastwood sigue siendo clásico (¿Cómo podría dejar de serlo?) pero como sus maestros, lleva al límite las herramientas que ese clasicismo le deja en sus manos. Cuando un director tiene el dominio del lenguaje que tiene Eastwood, los matices que puede lograr no tienen límites. Si alguien les cuenta American Sniper, jamás entenderían que película es. American Sniper habla a través de la imagen, del rostro y el cuerpo enormes de su protagonista. Cada vez más pesado, cada vez más cansado, que carga su rifle como una cruz, que asume su responsabilidad como un sacrificio. Chris Kyle (Bradley Cooper en la que sin duda es la actuación de su vida) escucha en la infancia a su padre cuando le dice que en la vida hay corderos, lobos y perros pastores. Chris sabe desde entonces que su rol es el de perro pastor, pero entre el mundo de la infancia y el de la guerra hay un abismo enorme. ¿Qué tan terrible puede ser la guerra? Es la pregunta que el propio Kyle cuando en su primer trabajo mata a una mujer y a un niño que ataca a sus compañeros de combate. Más bajo que eso ya no se puede caer. Chris pierde la inocencia en su primer disparo, ya nunca volverá a ser lo mismo, nunca más. Lo curioso es que allí comienza su recorrido como héroes. No se puede dejar de pensar en Los imperdonables (Unforgiven, 1992) cuando a su protagonista William Munny (interpretado por Eastwood) le dicen “Asesino de mujeres y niños”. Eso es Chris Kyle, aunque su contexto sea diferente, aunque Munny va del infierno a la redención y luego otra vez al infierno e en una última misión que lo convierte también en un perro pastor. Chris Kyle lo pierde todo desde el comienzo y de allí en más será héroe, leyenda, admirado por sus compatriotas, perseguido por sus enemigos. Eastwood se mueve en el mismo territorio que su maestro John Ford, desmenuza el precio de la gloria, analiza como la sociedad construye héroes, mitos, como se une alrededor de esas figuras que no son otra cosa más que un invento para unir a una sociedad. ¿Cuántos films sobre guerra han mostrado con tanta crudeza las monstruosas acciones que lleva adelante este personaje? Es nuestro protagonista, queremos que sobreviva, queremos que venza a su enemigo francotirador, pero definitivamente no podemos sentirnos cómodo con sus acciones. Vemos a Chris Kyle convertirse en leyenda frente a nuestros ojos. Pero esa leyenda llega de afuera, sus compañeros le dicen una y otra vez que es el número uno. Y serlo implica haber matado a la mayor cantidad de gente comprobable. Su condición de héroe absoluto, emocionante y definitiva llega recién con su muerte. Kyle es asesinado por uno de los muchos ex soldados que han vuelto enajenados del conflicto en oriente medio y que vuelven enajenados de la guerra en general. Intenta salvar vida en oriente medio, cosa que logra, pero lo hace matando más gente que nadie. Su propia familia queda olvidada atrás en Estados Unidos. Chris Kyle no tiene la obsesión de los personajes de Bigelow, Kyle tiene una responsabilidad, una tarea, una misión en la vida. Así se lo ha dicho su padre, así lo ha entendido él. Esa misión destroza su vida, esa misión termina con su vida. No es que la película tampoco lo tome como un loco o un monstruo, porque tampoco es una película superficial ni un panfleto progresista, Kyle es más complejo. Kyle hace lo que le dijeron que debía hacer. Y aunque en su primera misión descubre el horror, igual sigue adelante, no se lo reclama a nadie, no le llora a nadie, no le protesta a nadie. No se siente héroe, como se puede ver en varias escenas, incómodo frente a los elogios y los agradecimientos. Intenta ayudar genuinamente y su culpa es no haber podido ayudar más. Sigue siendo un perro pastor, hasta el fin de sus días. Como posiblemente lo es su francotirador del bando contrario, Mustafa, que también tiene una familia, que también tiene una vida y que también, seguramente, tiene la misma misión que Kyle. No hay una esplendorosa y espectacular batalla entre ambos, la muerte de Mustafa es triste, fría, distante como lo está Kyle cuando le dispara. Mustafa es el Kyle del ejército enemigo. Como John Ford en Fuimos los sacrificados, Eastwood muestra a la guerra como aquello que lo destruye todo. Las fiestas, los bailes, lo cotidiano, los valores, la vida. Como los personajes de aquel film, Kyle cumple con su parte del plan. Y como en las películas de John Ford, el rol del héroe es triste e implica sacrificios inesperados. El propio Eastwood ensayó en esa obra maestra llamada La conquista del honor todo un tratado sobre el cruel lugar que ocupa aquel que tiene que ser oficialmente héroe. Como Ford, Eastwood es un director lúcido, sereno, amargo y a la vez lleno de energía. No es American Sniper una película sencilla. Requiere pulso y mucha fuerza. Algunos verán –confirmando las teorías de Eastwood, claro- a Kyle como un héroe sin fisuras. Los que lo vean así estarán actuando como los que van a saludar el paso de su féretro rumbo al cementerio al final de la película. Pero la película es más ambigua, es mucho más compleja, basta ver como abandona Kyle el campo de batalla al final para mostrar un nivel de desencanto tan alto como angustiante. Eastwood genera tensión a un nivel extremo. La mencionada primera misión está dividida en partes. El director muestra, con su habitual talento, que un simple disparo en una guerra es mucho más. Eastwood recurre al poco usado por él recurso del flashback para anunciarnos que la historia es más complicada de lo que creemos. Y lo es. La historia con minúscula y con mayúscula no tiene nada de sencillo. Inteligencia, complejidad, profundidad y último, pero no menos importante, un estilo visual que no tiene comparación. El cine está más vivo que nunca mientras haya genios que hagan películas imprescindibles como esta.
Palo y palo Las comparaciones son odiosas. Justamente por eso, las voy a evitar. Es tentador explicar lo buena que es Whiplash comparándola con otras películas. Comparándola con otras películas independientes, comparándola con otras películas sobre músicos, comparándola con otras nominadas al Oscar. Todo eso será evitado, aunque queda enunciada que la comparación es posible. Whiplash es una película intensa, concentrada, metida en un tema, en una única dirección y con un solo conflicto a seguir. Un milagro en los tiempos que corren. Andrew Neyman (Miles Teller) es un estudiante del conservatorio de música que toca la batería. Su sueño es ser el mejor en lo suyo, brillar entre los mejores. El más exigente y despiadado de los profesores, Terence Fletcher (interpretado por J.K. Simmons) lo incorpora al mejor grupo de jazz de la escuela. Este honor conlleva el tener que soportar la enorme presión que el profesor ejerce sobre sus alumnos. ¿Cuánto está dispuesto a hacer Neyman para conseguir su objetivo y será esto suficiente para lograrlo? Es lo único que importa, el resto es adorno. Y no es adorno porque el director no tenga la habilidad para contar más cosas, lo es porque el director está diciendo mucho sobre su personaje al ir deshaciendo todo lo que está por afuera de ese conflicto principal. Damien Chazelle no carga las tintas en reflexiones absolutas o grandilocuentes. No les coloca a los personajes su bajada de línea sobre el mundo. No llega, incluso, a juzgarlos en situaciones en las cuales otro director haría un festín moralista. Su concentración es absoluta y con eso consigue una tensión sublime. Cada escena aumenta la apuesta y la presión de los personajes le llega al espectador. Una vez más, Whiplash no permite que el espectador se distraiga, se vaya del relato. Independiente o pequeña son palabras que muchas veces llevan a pensar en film tibios, mínimos, grises, pero es lo contrario. Pura, precisa e intensa, eso es Whiplash. Y también es una película bella. Más allá de la música, está filmada de forma bella, nunca se vuelve sórdida, nunca necesita hacerlo para impactar. El montaje, el sonido, la fotografía, todo arma un relato que no solo atrapa, sino que da mucho gusto ver. Las actuaciones están todas bien y aunque ese gran actor que es J.K. Simmons se está llevando todo los premios, su actuación es sobria, intensa, ajustada a su personaje tiránico. Whiplash aprovecha el lenguaje del cine, aprovecha el tema que elije y saca el máximo provecho de todo eso. Su falta de pretensión, su humilde efectividad, la colocan por encima de los buscadores de premios que abundan en el cine contemporáneo no comercial. Un pequeño milagro que haya llegado hasta el Oscar, pero bienvenida sea.
Juego macabro y divertido Un hombre desesperado, que ha perdido su trabajo, cuya esposa está a punto de dar a luz y hundido en deudas y problemas de toda clase, recibe una misteriosa llamada. Esa llamada le propone un desafío muy simple a cambio de un instantáneo depósito en su cuenta bancaria. A ese desafío le seguirá otro apenas más complicado, y luego uno peor. Trece desafíos que pasarán de lo sencillo a lo atroz, llevando al personaje mucho más allá de cualquier límite imaginable, pero a cambio de millones de dólares. Los llamados tienen un origen desconocido y quien los hace parece saber absolutamente todo lo que pasa con el protagonista en cada momento, en cualquier lugar. Habrá que aceptar esa licencia poética para poder disfrutar, está claro. Trece pecados es la remake de un film tailandés, pero esto no le juega ni a favor ni en contra, aunque sí queda claro que se le nota el origen cercano al cine de terror oriental. Más que cualquier otra cosa, la película es un intento más que claro de generar una nueva franquicia como, por ejemplo, El juego del miedo. Y tiene chance de lograrlo al comienzo, donde no solo se parece la saga ya mencionada sino también a Apuestas perversas, una película que el azar de la cartelera ubicó dos semanas antes en las salas de estreno locales. Trece pecados va creciendo, es divertida y por momentos sorprendente. Luego entrega algunas sorpresas que la vuelven aun más interesante, pero para resolver los conflictos la trama termina generando algunas vueltas de tuerca que desarman todo lo obtenido. Una película no termina hasta el final, y si ese final no funciona, no importa lo que se haya hecho antes. Detrás de la trama ingeniosa, que bordea de forma efectiva el disparate a medida que llega a sus mejores momentos, está la idea que ya habíamos visto en otras películas, acerca de cuánto está dispuesto a hacer una persona con tal de obtener dinero. Pero no es codicia lo que tiene el protagonista, sino necesidad, por lo cual su moral está en juego a medida que los desafíos crecen. Será cuestión de ver si esta es la primera de muchas películas o si la historia cierra acá, cosa que también podría ocurrir sin problemas.
Impensado homenaje a Robin Williams Atravesada por la muerte del actor, la tercera parte de la saga que encabeza Ben Stiller, junto a otros comediantes, se sitúa en el British Museum, conservando el nivel de aventura y humor de las dos entregas anteriores. Una buena idea que funciona en taquilla se transforma con mucha facilidad en una saga en el cine industrial actual. Así fue que Una noche en el museo (2006) repitió elenco y personajes en Una noche en el museo 2 y ahora en Una noche en el museo 3. Siempre con alguna sorpresa y agregados, además de cambiar de museo. El elegido para esta tercera parte es nada menos que el British Museum, y la excusa es encontrar la manera de que la piedra mágica que otorga la vida a las piezas del museo no pierda su poder de forma irrevocable. Pero más allá de esta nueva aventura, hay algo que atraviesa el relato y es su condición de cierre. Sin proponérselo, la muerte de uno de sus protagonistas, Robin Williams, en la vida real, hace que algo fuera de la película se meta en ella. Pero no es algo que el film busque desde el guión, donde el tono festivo y feliz siempre se abre paso. Como en las dos ocasiones anteriores, el humor tiene grandes momentos, algo que no debería sorprendernos, No olvidemos que la película tiene a Ben Stiller, Owen Wilson, Steve Coogan, Robin Williams y hasta a Ricky Gervais, más la presencia de otros comediantes que no es bueno anticipar aquí. La aventura también funciona y el relato es veloz y muy entretenido, sin pausa y sin respiro. Su condición de película que aviva el respeto y el cariño por los museos llega acá a su punto más alto. Así como los museos abren el apetito por saber más, estas películas también lo logran a su modo. Ahora bien, la aventura, el humor, la emoción, el conocimiento, todo eso suma y a la vez complica en la mezcla la posible perfección del relato. ¿Una noche en el museo 3 debe lanzarse a una melancolía absoluta y a una negrura completa como parte de la historia lo requiere o debe sostener su tono liviano y juguetón? En esa tensión encuentra algunos de sus problemas, pero a fuerza de simpatía y de la ya mencionada emoción no buscada, la historia vuelve a hacer querible una vez más. Las sorpresas y las vueltas de tuerca deberá descubrirlas el espectador y por supuesto hay varias. Si bien la película no buscó desde su realización homenajear a Robin Williams, la sensación de que en el montaje se enfatizó la despedida tal vez no sea del todo descabellada. Si el film está dedicado a él (y a Mickey Rooney) estoy seguro de que cada espectador sentirá esa despedida mientras mira la película. Como su personaje en la Una noche en el museo, gracias a la magia del cine Robin Williams vivirá una y otra vez con sus películas.
Acción y violencia sin ironías La cartelera de cine mundial está ocupada mayormente por productos para adolescentes y niños. Si bien los adultos pueden disfrutar de esos films, el cine exclusivamente para adultos no tiene espacio en taquilla. Cuando de films de adultos se trata, generalmente son dramas intimistas, no películas de acción. Sin control (otra patética versión local para el original John Wick) es una película de acción fuerte, violenta, adulta. Como el personaje principal del legendario film Los imperdonables (Unforgiven, 1992) de Clint Eastwood, el protagonista (Keanu Reeves, recuperado como héroe de acción) es un asesino implacable que se ha retirado de la profesión. El motivo ha sido una mujer con quien ha formado pareja. Pero al comienzo de la historia la mujer muere y John Wick solo se queda con un cachorro que ella, enferma terminal, le ha legado para que no haga el duelo en soledad. Pero todo se paga, todo vuelve y sus viejos asociados se cruzan en su camino y John Wick deberá volver a la acción para arremeter con una feroz venganza. Es él contra toda una organización, como un ángel vengador que debe terminar con toda una mafia que en algún momento lo albergó. Lo que impresiona de esta película es que las escenas de acción se multiplican y sin llegar a tener la magnitud de los grandes films industriales, tienen una intensidad que estos no tienen. No es una violencia lavada, sino una sangrienta multiplicación de enfrentamientos. Keanu Reeves, en el rol protagónico, hace que su personaje de asesino sea creíble dentro de la lógica del relato y le pone el hombro a la pesada carga de acción que toda la película tiene. No hay descanso alguno y desde el comienzo hasta el final, cada escena es más impactante que la anterior. Pocas veces se pueden ver en cine esta clase de películas, no solo por su violencia sin ironías, sino por su estética bien definida y su puesta en escena precisa, sin juegos, sin vueltas. Un cine casi de otra época a juzgar por sus compañeros de cartelera. Y sin aires pretenciosos para tratar de elevarse como un film de arte. Tan directa y contundente como su protagonista, así es Sin control, por eso el título original alude exclusivamente a su nombre.
Todo tiene un final, todo termina El estreno de la tercera parte de esta saga parece confirmar que el cuento original no daba para una explotación comercial con tantos minutos de pantalla grande. Por suerte, la trilogía llega a su fin. De un cuento de una página se puede hacer una película de dos horas que sea una obra maestra. Extender una idea no es un problema para un guionista talentoso y un proyecto que tenga sentido y vida propia. Pero El Hobbit es un libro pequeño al que terminaron transformando en una saga exclusivamente por un deseo de explotación comercial. El problema no es la explotación comercial, el problema es que sea exclusivamente eso. 169 minutos duraba El Hobbit: Un viaje inesperado (2012), 161' La desolación de Smaug (2013) y, por suerte, 144 minutos La batalla de los cinco ejércitos (2014). La experiencia es por momentos tediosa, simplemente aburrida, un poco molesta porque queda claro que agregaron situaciones y escenas con el único fin de conformar una trilogía como la de El Señor de los Anillos. No es que Peter Jackson, director, productor y coguionista no le ponga pasión a muchas escenas, pero claramente la historia daba solo para dos largometrajes, tal cual se lo planificó originalmente. Esto se ve muy claramente en esta nueva película. La historia de Bilbo (muy carismático como siempre el gran Martin Freeman) llega a su fin, e incluye una gran batalla final –a la que se alude desde el título– que ya a esta altura es más rutina que emoción. La espectacularidad ya no tiene el efecto del primer film de El Señor de los Anillos y el anti climático comienzo de esta nueva historia resulta ya una mala señal de lo que está por venir. Las historias se dividen, tenemos a Gandalf haciendo de las suyas, el conflicto de Thorin afectado por el mal del dragón, ciego de ambición, Bard, el arquero, que se enfrenta a Smaug y la historia de amor entre el enano Kili y la elfa Tauriel que por lejos constituye el eslabón más débil de toda esta cadena de personajes. Hay muy poco criterio dramático para construir escenas, la emoción o el drama están muy lejos de lograr algún efecto y solo queda esperar algún momento espectacular para sacar del sopor a los espectadores. No falta oficio y es asombroso lo que se puede construir a nivel visual hoy día. Pero aun así, esto no convierte a El Hobbit en una película ni de lejos interesante, profunda ni tampoco en un gran entretenimiento. La buena noticia es que la trilogía llegó a su fin y ahora podemos continuar con nuestras respectivas vidas. El montaje entró a jugar un papel más importante y se nota una intención de acelerar los acontecimientos, aun cuando el epílogo sea excesivamente largo, propio del final de una saga tan extensa.
Disparatada y discutible Cómo se evalúa una película cuyas ideas –en esta caso religiosas– son tan definidas y tajantes, frontalmente contrarias a las que uno tiene? No es sencillo, porque si la película tiene genuinos méritos formales, estos no deben ser pasados por alto. Este es el caso de El Apocalipsis, explícito título local que arruina gran parte del suspenso de la trama. Left Behind es el título original de esta rara película, versión industrial con estrellas de los libros escritos por Jerry B. Jenkins y Tim LaHaye. Estos trece libros llegaron a la pantalla en forma de tres películas directo a video. La película con Nicholas Cage es un nuevo comienzo de la serie.Empieza con cierta lentitud, presentando personajes, como en los films de cine catástrofe pero hay de todo. Nuestro protagonista es un piloto de avión (Cage) que le es infiel a su mujer, una fanática religiosa (Thompson) que en cualquier otro film sería una delirante sin destino y que aquí es –sin ironías– la poseedora de la verdad. Algo ocurre en medio de la trama y los “Dejados atrás” deberán enfrentar como puedan el apocalipsis. Sí, nada más y nada menos que el apocalipsis. Creer en Dios permite el paraíso, el ateísmo –entre otras cosas terribles que puede afectar a los humanos– es la condena sin remedio. La ideología del film es bastante discutible, pero el director Vic Armstrong (famoso doble de riesgo) logra hacer que el disparate tenga momentos muy divertidos, algunos de buen suspenso y otros bastante delirantes. No alcanza, porque al final, la película se toma todo demasiado en serio. Los números han cerrado para los productores, así que pronto es posible que vengan las secuelas.
Ni para amantes del terror El cine de terror –y todos sus derivados– es un género claramente adocenado. Las muchas películas buenas o excelentes están rodeadas de cantidades absurdas, casi inabarcables, de otras malas. Lo difícil viene cuando muchas de las películas mediocres tienen secuelas. Pero incluso entre las secuelas hay diferentes categorías. Hay secuelas ridículas pero divertidas, hay secuelas tolerables y hay otras tan pero tan irrelevantes que lastima el ánimo del espectador el tener que perder una hora y media observándolas. Este último caso es el de Regreso del infierno (The Pact II), una secuela tan tenue, tan vacía, que produce tristeza más que enojo el tener que verla. Sólo la escena inicial, donde conocemos a la protagonista, es interesante. Interesante para los amantes del cine impresionante, porque ella se dedica a limpiar escenas de asesinatos. Un agente del FBI llegará a su vida para avisarle que será la posible víctima de un asesino. Un asesino que imita el trabajo de otro asesino, responsable de la muerte de la protagonista. ¿Quién será ese imitador? ¿Cómo logrará, si es que lo logra, escapar de tan implacable criminal? Preguntas que la película demostrará son demasiado poco para el tiempo que hay que pasar esperando la resolución. Ante tanta pobreza, la revelación final es lo de menos, aun cuando ya es importante avisar que está a la misma altura de toda la escasez de ideas del resto del largometraje. Aunque el espectador tenga debilidad por el género y haya disfrutado del film original, es aconsejable que se mantenga alejado de esta secuela.