El riesgo de apostar al pasado El motivo para ver El aprendiz (caprichoso cambio local para el título original The November Man) sin duda es su protagonista Pierce Brosnan. Aún recordado por su trabajo en la serie Remington Steele, pero más famoso por haber interpretado a James Bond en la pantalla grande, Brosnan intenta acá hacer el rol del veterano que conoce todos los trucos. Un estilo de film en el cual muchos actores han logrado encontrar una segunda oportunidad para sus carreras. Su carisma es indiscutible, su rol como un agente de la CIA retirado está bien. Pero exactamente lo contrario ocurre con Luke Bracey, que interpreta a un ex discípulo de Brosnan, ahora enfrentado a él. El enfrentamiento del guión es igual al de la pantalla: un actor veterano que sabe hacer las cosas bien, contra un iniciado muy seguro de sí mismo, pero por debajo del talento del otro. Con un guión lleno de vueltas de tuerca, no hay que anticipar todas las subtramas, incluyendo la que lleva adelante Olga Kurylenko. El aprendiz, historia de acción y espionaje, está dirigida por Roger Donaldson, experimentado director de clásicos como Sin salida (1987) y Motín a bordo (1984) con Kevin Costner y Gene Hackman, entre otros títulos de una despareja, pero no descartable filmografía. El vínculo veterano-joven se dio varias en sus en sus películas, generando duelos actores interesantes que lamentablemente aquí no se repiten. Esta película al estilo de la vieja escuela tiene algunos ingredientes clásicos: misiones fallidas, rescates, huidas, venganzas, secretos, tramas que incluyen políticos y un uso actualizado de la tecnología, aunque se trate de elementos tardíos de los films de la guerra fría. Tal vez apostar al pasado sea una puesta con algo de riesgo en los tiempos que corren, pero eso no asegura que la película se distinga de otras. Mel Gibson, Bruce Willis, Kevin Costner e incluso Liam Neeson han logrado conectar con el público en esta clase de títulos. Público que no quiere héroes de comic sino del viejo cine de acción y espionaje. Para ellos, El aprendiz puede que funcione, aunque se trate de un exponente muy menor de un viejo género.
La despedida Si Jean-Luc Godard es uno de los grandes genios contemporáneos no lo sé. Sí sé que no hay prueba de tal genialidad en sus películas. No sé si es un genio de la filosofía, la historia, la literatura o algún otro campo. Sí ha dado ideas interesantes acerca del cine a través de algunos de sus escritos. Sus aforismos cinematográficos son infinitamente superiores a su cine, no me cabe la menor duda al respecto. Sus pensamientos escritos son provocadores, interesantes, novedosos. A veces son vacíos y sin mucho sentido, frases ingeniosas pero no necesariamente profundos. Su cine, que entiendo intenta hacer lo mismo, no es interesante ni novedoso, y sí es provocador, lo es tanto como cualquier insulto al espectador. Hay personas destinadas a teorizar, pero que en la práctica no están a la altura de sus teorías. Por respeto a los colegas, historiadores y festivales de cine, siempre he tratado de insistir sobre Godard, darle más oportunidades que a cualquier otro cineasta. Pero el universo cerrado de los críticos de cine, los que escriben libros sobre cine y los festivales no es tampoco un espacio un espacio de gran diversidad y apertura mental. En la medida en que los cineastas se sigan manteniendo lejos del público, van a poder gozar del privilegio de ser adorados por este pequeño grupo. No es tampoco un juicio tajante, muchos críticos no gustan del cine de Godard, no existe la unanimidad. Pero eso sí, si uno habla de Godard, debe pasar por la mesa de examen, no se lo puedo atacar sin más. Godard es, para mí, el cineasta más sobrevalorado de la historia del cine mundial. Por lo colegas, claro está, porque fuera de nosotros y algunos intelectuales, nadie lo conoce. Que nadie lo conozca tampoco es un defecto, aclaro. El mundo está lleno de genios aun menos conocidos que Godard. Cuando alguien dice que Godard es el mejor cineasta de la historia del cine mundial no le está haciendo un gran favor a la historia del cine mundial. Pero esta opinión la he escuchado en varias personas. Me resulta increíble, pero es real, Godard despierta esas opiniones. Opiniones válidas, por supuesto. Mi opinión es que pocos cineastas de los prestigiosos son tan torpes y arbitrarios a la hora de filmar. El director de Sin aliento no revolucionó el cine, intentó destruirlo. No lo logró, pero tiene muchos defensores en el pequeño grupo de la cinefilia ya mencionada. Adiós al lenguaje es una nueva entrega de su cine insoportable, pretencioso, incomprensible, hecho a la medida de una parodia de intelectuales de todo el mundo. Parece un chiste, pero no lo es. Cuesta mucho contener la risa, pero la furia que produce ayuda mucho a controlarla en las escenas más ridículas y torpes que tiene el relato. Desde la década del sesenta a Godard le gusta tirar su biblioteca en la pantalla. Casi literalmente. Es muy leído Jean-Luc Godard, o al menos eso quiere decirnos. Los personajes dicen frases de autores, pensadores, intelectuales varios. La cámara ya no hace esos travellings laterales tan disparatados y absurdos como los que hacía antes. Ahora son unas cámaras digitales (distintos tipos de cámaras) que están más tiempo en mano que en trípode. Pero el resultado es el mismo, solo un poco más alborotado. Eran tan de programa cómico aquel cine y es tan feo el actual, que uno se pregunta realmente de dónde sacó Godard el prestigio que lo cubre. Tal vez sus defensores son leales, tal vez entre todos se protegen. Prometo que este es el último párrafo dedicado a hablar de otros, ya paso a la película, solo quiero contar una historia más. Hace tres años pasé en clase una película de Godard. Mis alumnos –que han visto Ozu, Bresson, Buñuel, Ford, Kurosawa y Welles entre muchos otros- vieron sin prejuicios Alphaville. Bajo el mito de que Godard antes era sublime, decidí darle una oportunidad genuina al director. Verla en pantalla grande, con ojos de estudio además de espectador. El resultado fue contundente: es insoportable. No tiene encanto, ni gracia, ni originalidad. Es pretenciosa, aburrida, redundante, fea, superficial. A mis alumnos tampoco les gustó nada la película. Y aclaremos que mis alumnos no siempre están de acuerdo conmigo. Elogio del amor fue la última película de Godard que vi en cine. La revisión de muchos de sus films a lo largo de los años me habían ido decepcionando cada vez y Elogio del amor me parecía ya el colmo. Ni Alphaville, ni tampoco Sin aliento me parecen buenas, aunque esta última sirve para explicar algunos recursos del lenguaje cinematográfico. Godard es un cineasta para escuelas de cine. Ideal para explicar cómo alguien no sabe como filmar y decide anunciar que rompe las reglas. Ozu nunca anunció nada y sin embargo logró ser moderno sin por eso ser incomprensible o estéticamente feo. Y justamente la belleza era un punto que salvaba a Elogio del amor del desastre. Godard se lucía con algunas imágenes. En Adiós al lenguaje son dos o tres los planos bellos, realmente bellos. Pero describirlos de forma aislada significa justamente admitir la incapacidad de Godard por construir una obra total, unida, coherente. También el uso del 3D por momentos produce una ilusión. Esa ilusión es la de ver a un cineasta filmando la belleza del mundo cotidiano en 3D. Pero son segundos, tan solo segundos. Un buen corto para promocionar cámaras digitales también obtiene esas imágenes. Son los setenta minutos que dura la película lo que finalmente se impone. La belleza en Godard es casi inexistente. Por el contrario, las imágenes feas, desprolijas, mal filmadas, abundan. No, no soy un vecino filmando a mi perro, soy Godard, ojo. Ojalá el vecino hubiera colaborado con la película. Godard pudo haber sido un cineasta arriesgado, pero ya no lo es. Adiós al lenguaje es una movida autoconsciente, sin peligro alguno, porque está destinada a un público que la va a respetar y valorar, ya sea con mayoría de virtudes o mayoría de defectos. Tiene respuesta asegurada, no desafía en nada a sus espectadores. A él se le festeja todo, incluso que haya defendido al maoísmo y a la vez levantar banderas de libertad artística. Cuando se negó a recibir el Oscar declaró sin vergüenza que Hollywood era “un negocio inventado por gangsters judíos”, eso también fue considerado un acto de rebeldía. Sus fanáticos son fieles. Ya logró figurar en el top ten 2014 de muchas revistas de cine. Cahiers du cinéma la eligió como una de las mejores películas del año. Cahiers du cinéma eligiendo a Godard entre lo mejor del año tiene la misma credibilidad que la revista Gente poniendo a Susana Giménez entre los personajes del año. Una vez más: sin riesgo. Godard mantiene su coherencia, claro. La coherencia de romper todo lo que usa. No permite que imagen y sonido estén sincronizados, no vaya a ser que el espectador se relaje por un segundo y sienta un mínimo de placer. Lo disruptivo ha sido siempre el arma de Godard. Con el 3D hace lo mismo. No faltará quien diga que nadie usa mejor el 3D que Godard, pero lo cierto es que lo que hace es también romperlo, mostrar el truco, destrozar la credulidad. Esto no lo hace por accidente, es su propuesta estética. Algunas imágenes sí, son logradas, pero otras son un desastre. ¿A qué otro director se le toleraría el nivel de arbitrariedades estéticas que hay que soportarle a Godard? Nunca, en toda su carrera, Godard fue un director brillante. Algunas de sus historias no requirieron habilidades de director, allí es donde logró construir alguna que otra película razonable. Pero cuando tuvo que resolver algo concreto, una escena de amor, una escena de acción, desde Sin aliento hasta acá, su arte cinematográfico consiste en una torpeza alarmante que solo con su propia teoría ha logrado sostener a lo largo de los años. Teoría cinematográfica sí, cine no. Hay más reflexiones sobre la narración en cualquier film de Clint Eastwood de lo que puede encontrarse en Godard. En Richard Linklater hay más ideas sobre el tiempo en el cine del que podría haber soñado alguna vez el director francés. Hay más ideas sobre la modernidad en Abbas Kiarostami sin tener que hacer tantas escenas feas y ridículas. No hay belleza en Godard, no hay rigor en Godard, no hay poesía en Godard. Mientras que en sus años dorados John Ford, Howard Hawks, Yasujiro Ozu o Jean Renoir lograban volverse puros y profundos, Godard ha empeorado década tras década. Cualquier cosa pone en sus películas. La estrella de este nuevo opus es un perro, generalmente filmado de forma tan horrible que asombra. ¿Cómo ir al cine a ver algo tan pueril? Sus frases de otros citadas a lo largo de la trama son tan forzadas que parecen una comedia televisiva, como las que han hecho en Argentina Alfredo Casero y sus continuadores. Adiós al lenguaje es un título tan pretencioso que parece ser paródico desde el comienzo. No lo es. Su deconstrucción brillante es solamente un ensayo no cinematográfico que debería haber sido un artículo y no un eterno relato de setenta minutos. Godard se jacta de ir a contra corriente. Pero yo veo más osadía y originalidad en Mary Shelley citada de forma también lamentable por Godard. Y veo más inteligencia, humanidad y erotismo en los planos que se ven de Dr. Jekyll and Mr. Hyde (1931) de Rouben Mamoulian, cuando Myriam Hopkins se despide de Fredrich March. Quisiéramos irnos con esa película y dejar atrás a Godard. Ni hablar de Jean Arthur, que también ocupa la pantalla cuando descubre el engaño de la moneda que le ha hecho Cary Grant al final de Only Angels Have Wings (1938) de Howard Hawks. Ver cine dentro de esta nueva obra de Godard es recordar que un mundo mejor es posible. La mujer con gabardina y sombrero aferrándose a una reja es un plano que yo he visto en películas de tercera categoría en las peores épocas del cine argentino, donde la falsedad era tan notoria que llevaba a la risa. Quedará para la antología de la imbecilidad la sumatoria de las escenas donde el protagonista masculino defeca. En una de ellas, acariciando a la mujer desnuda. ¿De qué mente subnormal surge esa escena? ¿Qué clase de elemento alegórico deberíamos interpretar ahí? Si no hay interpretación, es simplemente algo falso, ridículo, como todo lo que ha hecho Godard en su carrera. Sus reflexiones sobre la política, el arte, el lenguaje, la condición humana y la naturaleza no constituyen en sí mismas un valor para sostener la película que ha hecho Godard. En todo caso es un ensayo, pero no una buena película. Jerry Lewis –a quien por cierto Godard admiraba en los sesenta- decía que había directores que utilizaban el cine, que no eran cineastas. A Godard ese título le encaja perfecto. A juzgar por su obra, a Godard ya no le gusta el cine. En el mejor de los casos es un experimentador y un ensayista. Estos experimentos y ensayos –como todos los experimentos y ensayos- pertenecen a otros ámbitos, muy alejados de una sala de cine. La violencia desmedida que despierta cualquier ataque a Godard por parte de sus defensores, es la prueba final de que no lo están viendo solo como si fuera cine. O tal vez lo ven demasiado frágil como para sostenerse solo como director.
Historia de reconciliación Un hombre apasionado por los trenes (Colin Firth) lleva una vida tranquila y de perfil bajo, como muchos otros veteranos de guerra. Pero detrás de su personalidad, algo extraña, asoma un pasado terrible como prisionero de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. Llega a casarse, pero su esposa (Nicole Kidman) descubre que en su marido habita un trauma que parece imposible de sanar. Los recuerdos surgen y el protagonista parece destinado a la locura, abrumado por las imágenes de las torturas que sufrió estando prisionero. La reconstrucción de época es impecable y las imágenes son bellas y muy cuidadas. Sin embargo, la prolijidad de esta gran producción no alcanza para crear una película de gran interés. Todos cumplen con su tarea, pero ese profesionalismo no necesariamente lleva a una obra de grandeza. Más interesante que profunda o compleja, Un pasado imborrable tiene algunas reminiscencias del clásico británico El puente sobre el río Kwai (1957), hasta el mismísimo puente aparece en una escena. Pero no hay aventuras aquí, solo un drama intenso, con flashbacks de la Segunda Guerra Mundial. La película es grande, pero no hace hincapié en el despliegue de producción en ningún momento. Un pasado imborrable es una historia de reconciliación. Para el protagonista la única manera de construir una vida plena es enfrentarse a ese pasado y perdonar. Sin perdón no hay futuro, sin reconciliación no hay esperanza. La película tiene el extra de estar basada en un hecho real, lo que si bien no aporta méritos artísticos, consigue emocionar en los planos finales de la trama.
Una obra con destino de clásico Grandes héroes es una película de apariencia sencilla, pero de una construcción fuera de serie. La combinación de varios elementos permite que esto suceda. Marvel Studios se ha convertido en la gallina de los huevos de oro en el cine comercial de la última década. Los Estudios Disney también viven una etapa de descomunal esplendor, a punto tal que Marvel le pertenece a Disney. Y como si esto fuera poco, Grandes héroes se ve como una película de Pixar, por su estética, su sensibilidad, su combinación de humor y emoción sin perder nunca el tono. La historia del joven genio de la robótica, sus amigos brillantes, su hermano mayor y un inolvidable robot es el comienzo de una película tan sorprendente que mejor no contar ni una línea más de su trama. Sí queda claro que suceden muchas cosas y que de cada una de esas situaciones el film consigue sacar el mejor partido. A pesar de pertenecer al universo de Marvel, sus personajes no se parecen en nada a los personajes Marvel y se nota que Disney ha dado luz verde para ser menos respetuoso con la historieta pero sí muy fiel al lenguaje cinematográfico. El humor y la aventura se fusionan en la historia. La manera en la que drama y comedia se equilibran es sorprendente y los personajes muestran un estilo renovado al crear historias, algo que se había visto claramente en Frozen, del mismo realizador. Como dato interesante, la película que emula tanto al animé japonés como a Pixar, logra superar al estudio de John Lasseter al conseguir que de comienzo a fin no sea despareja, como ocurría con dos grandes obras como Wall-E y Up! Estos dos títulos eran brillantes, pero perdían algo de perfección al abandonarse del todo a la comedia fácil. Grandes héroes tomó nota y evita eso. De principio a fin la película es un prodigio de aventura, humor, inteligencia y emoción. Su estética es una fusión de elementos previos, pero aun así tiene vida propia. Marvel y Disney parece el comienzo de una hermosa amistad. Al menos en lo que a cine se refiere.
Oda a la ciudad de Londres El famoso oso que habita en la capital inglesa saltó de la literatura al cine en esta película que combina humor absurdo con una puesta en escena llena de simpáticos trucos visuales. El oso Paddington es para la ciudad de Londres uno de los recuerdos que todo turista desea comprar cuando viaja. Incluso para quienes no saben nada del personaje, la cantidad de variables del simpático personaje llenan las casas de recuerdos para turistas de esa ciudad, incluyendo aeropuertos. Pero en el Reino Unido Paddington tiene una historia previa más conocida. En 1958 aparece este personaje de la literatura cuya popularidad dio la vuelta al mundo. En esta versión cinematográfica se respetan dos características del libro, el origen peruano del oso y el nombre que recibe cuando es encontrado por la familia Brown en la estación de Paddington. La historia de la película es una agradable combinación de humor absurdo y puesta en escena llena de trucos visuales simpáticos y bellos. Por momentos parece más cerca del Drácula de Coppola que de los films infantiles al estilo Stuart Little, del que también tiene algunos elementos. Al despliegue visual se le suma un elenco británico de lujo: Sally Hawkins, Jim Broadbent, Julie Walters, Hugh Bonneville, Peter Capaldi (que se da el lujo de tener un chiste homenaje a su papel de Dr. Who en la serie de culto británica). Si la película no estuviera doblada al castellano, podríamos sumar las voces de Michael Gambon e Imelda Staunton. El broche de oro para el elenco es Nicole Kidman haciendo de una malvada taxidermista. La película en su conjunto resulta una declaración de amor a Londres, aun cuando tenga varios elementos críticos, y es imposible no querer tener un oso Paddington luego de verla. Pero también el film toma una clarísima posición a favor de la aceptación de los inmigrantes en Reino Unido. En ese aspecto no es ni tibia ni ambigua y demuestra bastante coraje. Lamentablemente, el que se estrene doblada al castellano, le hace perder todo su gran encanto británico, y todos los chistes acerca de la forma de hablar de la ciudad de Londres. Si les interesa la ciudad, esperen a verla en su idioma original.
Un sórdido clima de policial negro La primera película que dirige el cotizado guionista Dan Gilroy (El legado Bourne) se centra en el mundo del registro de imágenes de crímenes en la noche de Los Angeles. Muy bien el protagonista Jake Gyllenhaal. Lou Bloom (Jake Gyllenhall) necesita un trabajo. Se sumerge en el mundo de la noche de Los Angeles y descubre que el registro de imágenes de crímenes puede ser un empleo bien remunerado por la televisión. Se despierta en él algo más oscuro que el deseo de buscar una primicia, y el personaje no tiene el perfil de un periodista, sino el de un frío y distante psicópata. Hasta dónde estará dispuesto a llegar el protagonista de la historia es la gran pregunta que surge desde los primeros minutos del film. No hay que avanzar sobre ese punto, pero sin duda hay un dilema moral que el film intenta explorar. Jake Gyllenhaal (Donnie Darko, Secreto en la montaña, Zodíaco) encuentra la ambigüedad justa para tener carisma y al mismo tiempo generar desconfianza, la misma ambigüedad moral que todo el film destila. Este es el primer film dirigido por Dan Gilroy, y muestra que el experimentado guionista (El legado Bourne, Gigantes de acero) tiene mucho para decir y mostrar. La película se sumerge en varias cuestiones que no hablan exclusivamente sobre la moral del protagonista, sino también la moral de la sociedad que consume esas primicias morbosas y obviamente también la moral de los medios que lucran con poner al aire esas situaciones violentas. Hay en la historia del cine muchas películas que tratan este tema, pero lo que diferencia a Primicia mortal es el tono pesadillesco de todo el relato. La frialdad perturbadora del protagonista es solo una pieza más de una película que trabaja esa misma distancia gélida, como esa cámara que registra objetivamente, sin juzgar, lo que tiene delante. Las decisiones éticas no son de la cámara que toma las imágenes, sino de aquel que aprieta el botón para grabar, el que decide compartir las imágenes y el que las exhibe luego en televisión. Por eso la frialdad en el registro, pero no en estas decisiones. Primicia mortal es un film particularmente inspirado que sólo se distrae un poco al final, cuando no aguanta más su ambigüedad y subraya algunas cosas que ya estaban expuestas con anterioridad. No es una película tranquilizadora, pero sí es una película para reflexionar sin trampas sobre el valor y la responsabilidad de las imágenes. El clima de policial negro, sórdido pero sin excederse, le da a esa reflexión un marco de belleza y estilo cinematográficos que la llevan más allá de la simple –pero doblemente efectiva– denuncia.
Odisea del desierto Lisandro Alonso es un cineasta muy prestigioso, su filmografía ha participado del Festival de Cannes y ha recorrido el mundo de los festivales logrando premios y elogios. Cuenta con el beneplácito de la crítica de esos festivales y de parte del público que concurre a ellos. Su cine es inusual, diferente a casi todo lo que se hace en Argentina, aunque la comparación con el resto del cine argentino es arbitraria, poco importa en qué lugar del mundo él haga su cine. Con todo el respeto que me despierta dicha originalidad y también atento a la admiración que le profesan colegas y festivales, hay que decir que Jauja es, por lejos, el peor film de la carrera de Lisandro Alonso. No es que se trata del menos logrado, sino que directamente la experiencia de verlo se vuelve apenas tolerable. La morosidad de su obra previa tenía encanto y sentido, en particular en La libertad, claramente su mejor película. La aparición de un posible género cinematográfico (un western patagónico), una historia fuerte y una estrella de cine, hacían pensar que Alonso iba a dar un gran paso en Jauja. La buena noticia es que se mantiene coherente y fiel a su cine contemplativo, la mala noticia es que todo es forzado, impostado, lejos del encanto mencionado. Si de prejuicios se trata, tenía la ilusión de que la película fuera extraordinaria, llena de ideas, apasionante. Me equivoqué, claro está. A pesar de la fotogenia absoluta de Viggo Mortensen y su capacidad para adaptarse a casi cualquier película, y a pesar de momentos de embriagadora belleza, con el correr de los minutos se van destruyendo ambas cosas. No conforme con estos planos eternos y carentes de todo el interés que poseían los films anteriores del director, la película decide lanzarse a un clímax de una teatralidad absoluta. Se hunde en una escena tan bergmaniana como fallida, un cliché de pseudo cine arte, un retroceso de cincuenta años en la historia del mal cine moderno. Alonso no ha perdido el ojo para crear bellas imágenes aunque compararlo con algunos de los maestros de la historia del cine es un poco excesivo. El único cineasta que me viene a la memoria de forma justificable es Stanley Kubrick y no por buenos motivos. Parafraseando a Andrew Sarris cuando hablaba de 2001: Odisea del espacio, se podría decir que el final críptico de de Jauja califica como un “Instant Bergman”. La libertad, Los muertos, Fantasma y Liverpool fueron películas marginales, casi sin exhibición, Jauja será el primer encuentro entre el cine del director y un público más masivo. No parece que Alonso esté interesado en ser popular, ni que serlo significa hacer un mejor cine. Pero Alonso no es Kiarostami, no es apasionante en cada plano, no es complejo y, finalmente, tampoco es comprensible. El aburrimiento es un elemento subjetivo, pero a decir verdad me cuesta creer que haya mérito real en una película tan pero tan aburrida. Sé que hay colegas a los cuales el aburrimiento no les parece algo negativo, sinceramente me resulta insólito que alguien piense eso. Sí, Jauja es diferente, pero con eso solo no alcanza.
Atrapado por su pasado Un ex-agente de la DEA viudo, se muda a un pequeño pueblo para empezar una nueva vida con su hija de 10 años. El problema surge cuando descubre que en el pueblo hay una mafia de narcotráfico. Una mezcla de cine de acción con policial negro, Línea de fuego recurre a la vieja historia del personaje que intenta llevar una vida normal pero al que las circunstancias lo llevan a reavivar aquello que quería dejar en el pasado. La película fue originalmente pensada para Sylvester Stallone, quien compró el libro y escribió el guión. Incluso se pensó en que fuera uno de los films de Rambo. Pero el tiempo pasó, la idea no prosperó y cuando su compañero de varios films, Jason Statham mostró interés, el largo finalmente se pudo realizar. Statham nació para esta clase de películas. Él sabe combinar la fuerza de un violento héroe de acción con elementos de drama creíbles que comprometan emocionalmente al espectador a un nivel menos físico. Todo funciona bien en la película, y los temibles y siniestros personajes a los que se enfrenta el protagonista incluyen el lujo actoral de que estén interpretados por James Franco y Winona Ryder. Verdadera película catártica, Línea de fuego tiene muchas escenas donde el protagonista hace lo que tiene que hacer frente a la injusticia. Cumple con las reglas del género y está filmada con pericia y efectividad. No tiene más ambiciones, pero todo lo que se propone lo consigue. No es poco en un mundo de películas que se quedan a mitad de camino. Acá se apuesta, se juega y se gana en las reglas que se proponen desde el comienzo. La habilidad de su actor y la inteligencia del guión, son los principales responsables de eso.
Una secuela forzada Dirigida por Sean Anders, la comedia tiene un gran elenco que se destaca hasta en los actores secundarios, pero falla. Hay películas que no merecen una segunda parte Jefes horribles, eso tenían en Quiero matar a mi jefe los tres protagonistas. Jefes horribles era el título original de la película. De aquella torpeza que caracterizaba a los tres protagonistas y de su deseo de hacer algo más allá de sus posibilidades estaba hecha aquella comedia. Tenía momentos olvidables y otros realmente buenos. Era una comedia bastante despareja con aciertos parciales y villanos divertidos. Esta secuela busca, como era de esperarse, ir más allá. Los protagonistas habían decidido dejar atrás a sus jefes, evitando directamente tener uno. Pero a pesar de su voluntad de estar en paz, se encuentran con un padre y un hijo que les complicaban bastante esa idea. Entonces al verse estafados, creen que secuestrar al inescrupuloso millonario podría ser la solución.Elenco a la película no le falta, los tres protagonistas, Jason Bateman, Jason Sudeikis y Charlie Day, son probados comediantes y su trabajo tiene el timing necesario. Los roles secundarios están cubiertos por actores de lujo, como Jennifer Aniston, Chris Pine, Christoph Waltz, Jamie Foxx y Kevin Spacey. No hay duda alguna del presupuesto que la película tiene y el profesionalismo actoral con el cual cuentan para realizar la película. Pero aun así, algo falla. Falla el agotamiento de las secuelas, falla que entre tanto talento no les haya quedado un espacio o un dinero para que el guión estuviera a la altura de las circunstancias. Por momentos los chistes son tan obvios y torpes que el mérito de los actores deja de impresionarnos para generarnos algo de vergüenza ajena. Es el gran dilema que una y otra vez enfrentarán las comedias, el mantenerse en la misma línea o probar algo nuevo. Y si se mantienen en la misma línea cómo hacer para que el espectador siga interesado. Si los films de terror o los films de acción suelen luchar contra este conflicto, la comedia debe luchar aun más. La nueva trama de comedia con algo de policial acá realmente no funciona, solo los mencionados apuntes, méritos del elenco, hacen que la experiencia sea pasable, pero siempre lejos de una buena película. Algunos personajes –el de Jamie Foxx, por ejemplo– se han agotado y no tienen más para ofrecer. Cinco Oscar suman Walt, Foxx y Spacey juntos, dudo que trabajando en películas como estas sumen un sexto, aun cuando hagan un esfuerzo para lidiar con un guión que ya se sabe agotado de antemano. Se sabe, hay películas que no deberían tener secuelas.
Larga, sólo por la codicia Las exitosas novelas de Suzanne Collins se convirtieron en la fuente inagotable del cine adolescente hasta el punto de que de un libro se hacen dos películas... y aburren. Los juegos del hambre nació como saga cinematográfica a partir del éxito de las novelas de Suzanne Collins. La autora creó una trilogía que, con bastante efectividad, proponía un acercamiento a los códigos de la ciencia ficción literaria con un toque de estilo más cercano al público adolescente. El resultado era bueno y las películas no se hicieron esperar. Así llegó Los juegos del hambre (2012), Los juegos del hambre: En llamas (2013) y se estrena ahora Los juegos del hambre: Sinsajo Parte 1. Y en esa "Parte 1" está el problema. Mientras que los otros dos films proponían varios temas interesantes y un entretenimiento genuino, acá todo se podría haber mantenido con el mismo nivel si no se hubiera dividido la tercera novela, Sinsajo, en dos películas. Sinsajo Parte 2 se estrenará en el año 2015. La trama debería haber llegado a su punto culminante en un tercer film, pero ahora habrá que esperar al cuarto. Ese gran personaje que es Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) es ahora el rostro más reconocible contra el Capitolio, la líder natural de una revolución que está por iniciarse. Está claro que ese es el punto hacia el cual se ha dirigido la saga desde el comienzo y por eso debería haberse tratado del último film. Pero se ha vuelto una pésima costumbre –ya lo hicieron con las películas de Harry Potter y con las de Crepúsculo– que para poder ganar más plata antes de cerrar una franquicia, dividen a la última película en dos. Esta codicia podría ser olvidada si no se viera en la pantalla, pero lamentablemente se ve. Y se ve porque todo se alarga de forma absurda, las escenas claramente tienen una intención de relleno que afecta el ritmo de la película y el desarrollo fluido de las acciones. Por supuesto que todo aquello que esperamos de esta trilogía no se asoma hasta el final, lo que lejos de ser un alivio sólo aumenta el enojo con la decisión de dividir la película en dos. Además del gran trabajo de Jennifer Lawrence, sigue siendo un lujo el elenco que incluye a Donald Shuterland, Elizabeth Banks, Julianne Moore, Philip Seymour Hoffman y Woody Harrelson. Una buena saga momentáneamente arruinada por la codicia de los productores. La buena noticia es que Los juegos del hambre: Sinsajo Parte 2 probablemente tenga un gran desenlace. Los fanáticos han quedado atrapados por esta Parte 1, a los demás les aconsejo esperar a esa Parte 2.