Cine catástrofe de manual El cine catástrofe ha cautivado al público desde siempre. Obras como Infierno en la torre o Titanic se han repetido en la historia del cine. Pompeii se suma a la larga lista de títulos que han fascinado a generaciones de espectadores en todo el mundo. Como su nombre lo indica, la película describe los últimos días de la ciudad de Pompeya, durante el Imperio Romano. Como siempre, la idea no es contar la vida de toda la ciudad, sino los conflictos de unos pocos personajes. Aquí tenemos una pareja protagónica formada por un esclavo gladiador y una joven de la alta sociedad de Pompeya. También hay villanos, claro, hay cobardes, hay valientes, y la amenaza del volcán que se cierne sobre todos ellos. La película del desparejo artesano Paul W. S. Anderson (creador de la versión cinematográfica de Resident evil, entre otras películas) va por el género del cine catástrofe usando el manual al pie de la letra. No se mueve ni un centímetro de las reglas y cumple con todas ellas, para placer de quienes adoren este género. El resultado es poco original, es verdad, pero también es divertido, emocionante, con escenas llenas de tensión. Arquetipos sin vueltas, ideas claras, simples y directas. Visualmente, la película es impactante y tiene escenas impresionantes, como debe ser para una película como ésta. Se notan criterio y buenas ideas para resolver algunos de los momentos más complicados de la catástrofe natural. Cínicos abstenerse; para disfrutar de Pompeii es imprescindible participar de las reglas y no cuestionarlas. Héroes y villanos tan antiguos como la historia misma que cuenta.
Sigan de largo, acá no pasa nada Robocop es, no hay misterio alguno, una remake del film de 1987 dirigido por Paul Verhoeven. Ya se sabe de sobra que las remakes suelen ser un callejón sin salida, incluso las que salen medianamente airosas del desafío. Las fantásticas excepciones confirman la regla. No es el caso de este Robocop, por cierto. Una vez más la historia es la del oficial Murphy, severamente herido y cuya única esperanza es ser el prototipo de un modelo experimental mitad robot mitad humano para la policía de Detroit. El film original (que tuvo dos secuelas, una serie y una miniserie) era una rareza, una obra con mucha personalidad, algo enferma, llena de violencia y verdaderamente impactante. Incluso la primera secuela era muy brutal. Para hacer una remake había dos caminos posibles, o bien respetar ese estilo, o bien construir otro diferente pero con igual personalidad. No es lo que ocurrió aquí. La mediocridad del director brasilero José Padilha (qué no dudó en quejarse acerca de lo duro que es trabajar en Hollywood) que ya había sido demostrada en su efectista y sádica Tropa de Elite acá se expone al no poder contar con claridad ni una sola escena de las largas y tortuosas casi dos horas del film. No existe un verdadero dilema moral de ningún orden y los conflictos son todos básicos y carentes de nervio. Paul Verhoeven le gana como narrador, le gana en el uso de la violencia, le gana en la originalidad de las escenas y le gana incluso en el sentido del humor. El humor de esta nueva versión es tan berreta, los subrayados del programa de televisión que unifica el relato son algo difícil de aguantar, que hay que tenerle mucha paciencia a la película en cada momento. Samuel L. Jackson como periodista nada objetivo es un chiste que se alarga y aburre. Un película tan burda burlándose de la televisión da bastante pena. Gary Oldman y Michael Keaton sí suman algo positivo porque le ponen corazón a sus trabajos. Joel Kinnaman es el actor protagónico y ahí es imposible no recordar a Peter Weller realizando una actuación increíble como Alex Murphy y Robocop. Weller lograba pasar de lo humano a lo mecánico y lograba mostras la angustia del personaje. Kinnaman es particularmente malo. Mención aparte merecerían los villanos inquietantes y perturbadores del film de 1987 también. Acá los personajes son confusos y poco relevantes. Ahora, tan solo para ser justos, imaginemos que no es un remake y que es la primera versión que se hace de esta historia. Olvidémonos de las comparaciones. Bueno, si hacemos eso, Robocop es un telefilm clase B (aunque caro) mediocre, firme candidato al olvido. No es la comparación lo que arruina a la película, es simplemente que la propia película carece de cualquier forma de interés. El traje, eso sí, es negro. Se jugaron todo.
Peripecias por una hija Poco y nada le importa a los distribuidores locales respetar el título de un film, así que Hours (2013) pasa a llamarse aquí Horas desesperadas (sí, como el clásico de 1955 con Humphrey Bogart y Fredric March), para sumar más catástrofes a la cartelera local y sus títulos. Este buen drama protagonizado por Paul Walker (este fue uno de sus últimos films: el actor murió en noviembre de 2013) cuenta la historia de un hombre que durante el Huracán Katrina queda atrapado en un hospital sin energía eléctrica porque no puede dejar a su hija recién nacida que está en una incubadora. Todos abandonan el edificio pero él se niega, ya que no hay manera de sacar a su hija sin desconectarla. La película se concentra en su protagonista casi exclusivo y en las diferentes peripecias que debe sortear para mantener a su hija sin vida. El director debutante Eric Heisserer mantiene con nervio la tensión y Paul Walker logra una actuación creíble y efectiva, lejos del héroe de acción de la saga de Rápido y furioso. Aunque la película coincida, en su clima, con muchos films de terror o ciencia ficción que giran en torno a una situación apocalíptica, su fuerza consiste igualmente en mantener vinculada con la realidad. Katrina fue el escenario de una situación digna de un cine apocalíptico y la película lo aprovecha perfectamente. Con pocos elementos la película logra sostener la tensión y sumar escenas de interés sin exagerar en ningún momento el punto. Aun así, la película se alarga y no todo tiene el mismo nivel de efectividad. La trama está siempre al límite, porque lo que está en juego es la vida del bebé recién nacido y esto tensa al espectador cada vez más. No tiene tampoco demasiadas posibilidades de salir de su propio esquema. No tiene, digamos, dos finales posibles, pero aun así logra que le interés no se pierda.
Esto no es un film El éxito de la obra Agosto, ganadora del Pulitzer, escrita por el actor y dramaturgo Tracy Letts dio la vuelta al mundo en numerosas adaptaciones. Pero nunca es tarde para recordar que el teatro es el teatro y el cine es el cine. De tanto en tanto, lamentablemente, hay algún film que lo olvida y se produce una cosa como esta que nos ha tocado sufrir en esta ocasión. Agosto es un despliegue ridículo y casi cómico de lugares comunes de disfuncionalidad prefabricada. Teatro como en el teatro, pero en el cine, un sub Bergman instantáneo para principiantes. No el buen Bergman, sino el Bergman pesado y sin vuelo de sus films más naturalistas y solemnes. La cámara se clava para que los actores desplieguen gestos exagerados. Más de cien años de historia del cine destruidos por esta idea teatral mal entendida, que en realidad está más cerca de una mala televisión y no del teatro. El teatro tampoco es esto. Y si lo es, es teatro malo. ¡Qué poco vuelo tiene esta película! No hay un solo plano, una sola escena que no sea de una literalidad absoluta, directa, subrayada una y otra vez. La historia arranca con la desaparición del padre de familia, lo que lleva a que las tres hijas vuelvan al hogar y se encuentren con su madre enferma y adicta a las pastillas. Se suma la hermana de la madre, su marido y su hijo. A partir de allí, una catarata de reclamos, insultos, maltratos, todo filmado con intencional fealdad, poniendo en el rostro de cada uno de los actores los peores gestos, sacándoles toda belleza y obligándolos a una gestualidad exagerada. Ni la propia Meryl Streep es capaz de controlarse y se adapta al juego de la sobreactuación. Ella, y tal vez Chris Cooper, son los únicos dos que tienen instantes en los que destilan algo de emoción, pero son solo instantes. Pocas veces Streep actuó tan mal como aquí. Cuando digo actuar mal no me refiero a que falla, sino a que es llevada a actuar sin sutilezas, sin estilo cinematográfico. El director cree que hay un mérito en poner actores y actrices bellos haciendo de personajes repugnantes, afeados desde el guión, la actuación y hasta la puesta en escena. Todavía hay gente que cree que eso es arte, increíble pero real. Los planos generales del comienzo y el final, los espacios abiertos que el director usa para esconder la teatralidad mal entendida, son un gesto demagógico para ocultar el desprecio de este film por el cine. Agosto está hecha por gente que piensa que el cine es un arte menor, y por eso tratan de ignorarlo. Por suerte están equivocados y todo el gran elenco del film ha sabido, por suerte, dar mejores trabajos en verdaderas películas. No se dejen llevar por inercia, con solo prestar atención la película delata cuan ridícula y forzada es.
La tercera es la vencida Sylvester Stallone y Robert De Niro son dos glorias del cine mundial. El primero se hizo famoso interpretando al boxeador de su propia creación Rocky Balboa, en la película de 1976 que ganó el Oscar a mejor film del año: Rocky. El segundo, actor de mucho más prestigio, inmortalizó a otro boxeador, pero de la vida real, cuando interpretó a Jake LaMotta en la película Toro salvaje, de Martin Scorsese en 1980. Pasaron los años y Stallone explotó al máximo –y a veces con resultados muy pobres, otras veces con agradables sorpresas- el fenómeno Rocky, mientras la crítica y el prestigio se iba a alejando de su carrera. De Niro, por el contrario –que había ganado su segundo Oscar por actuación gracias a Toro salvaje- se convirtió en una leyenda viviente. Pasaron más años y Stallone logró reinventarse con algunas novedades ideas que explotaban su condición de actor popular de acción, mientras que De Niro finalmente había cedido a la tentación de films menores pero muy comerciales. En los primeros minutos de la película, estos dos actores que vuelven aquí interpretar a dos boxeadores, cargan con esas filmografías e historias encima, dándole a Ajuste de cuentas un sentido que excede por mucho la humilde propuesta del film. Pero justamente, el enfrentamiento de ambas carreras hace que estos dos boxeadores viejos signifiquen para nosotros algo. Dos actores diferentes no nos habrían convencido tan rápido ni tan bien. Henry “Navaja” Sharp (Stallone) y Billy “El Niño” McDonne (De Niro) son dos boxeadores que se enfrentaron dos veces en el pasado. Una victoria para cada uno. Pero cuando llegaba la pelea definitiva, Sharp se bajó de la misma y arruinó la carrera de ambos. Treinta años más tarde, la rivalidad parece estar intacta y la ridiculez de ambos todavía enojados y peleándose en público abre la posibilidad de un absurdo combate para terminar de forma definitiva con la disputa. Ambos actores son leyendas y son puro carisma, la trama es disparatada pero el sentido del humor que aportan para reírse de sí mismos hace que el espectador disfrute del show y no se preocupe por la lógica. El director Peter Segal (Como si fuera la primera vez , Locos de ira) logra encontrar encanto en el elenco y la historia. No es un clásico ni pretende serlo, es más bien un homenaje a dos leyendas. Para completar el elenco están Kim Basinger y Alan Arkin. Sin duda quien ame el cine y conozca un poco de historia, sabrá valorar tanto grande junto al servicio de una película humilde y a la vez efectiva.
El arte arregla la vida El sueño de Walt cuenta la historia de P. L. Travers (Emma Thompson) y el proceso para adaptar su libro Mary Poppins en un film producido por Walt Disney (Tom Hanks). La película es minuciosa en detalles acerca de las discusiones alrededor de los dos puntos de vista sobre la historia y se desarrolla entre el viaje de Travers a Hollywood y la premiere de la película. No hay misterio ni suspenso porque uno sabe que la película se hizo y como quedó. Lo único que resta es averiguar cómo fue el camino para que Travers, que se negaba a ceder los derechos hasta aprobar el guión final, cambiara su punto de vista sobre muchos de los puntos polémicos del trabajo. No es Disney el que hace un camino dentro del film, sino Travers. Es justamente ella la protagonista de la historia debido a eso. Como muchos films enfocados en un artista, Saving Mr. Banks (el título original es mucho más bello y cercano a la historia), explora el pasado de la protagonista y narra en dos tiempos el momento del trabajo con el guión y la infancia de la protagonista. Se delata, así, los elementos personales que Travers puso en Mary Poppins y los temas que subyacen en su obra. Mientras que ese pasado doloroso va desplegándose durante los flashbacks, vemos en tono casi de comedia las peleas entre Travers y el equipo que trabaja con ella. Resulta, para quien ama el cine, un regalo extra ver las discusiones y los enfrentamientos frente al guión, el esfuerzo del guionista Don DaGradi y de los compositores Robert B. Sherman and Richard M. Sherman para complacer y traicionar a la vez a Travers es más que interesante. Ellos, bajo el mando de Disney, sabían que estaban haciendo un clásico popular, pero Travers sabía que algo se iba a perder en el camino. Y se perdión, sin duda se perdió. Sin embargo, curioso remate, hoy la obra de Travers sigue siendo tan popular y famosa gracias a la película que ella tanto despreció. Saving Mr. Banks es muy fiel a un sinfín de detalles, incluyendo la grabación de los debates, los eventos históricos y demás. Se toma sus mayores licencias a la hora de mostrar a todos felices y contentos con el resultado artístico final. Pero la película no cede en ese aspecto de forma gratuita, sino que lo hace intencionalmente y con un objetivo. Travers logró con Mary Poppins corregir su propia vida y la película juega justamente a corregir los hechos ocurridos alrededor de la realización del film. ¿En que habría beneficiado al relato hacer un remate más agrio y oscuro? Ya bastante se trasluce en muchos momentos del film, incluyendo el final. La película festeja la forma en que Travers mejoró la realidad y a su vez la mejora también. Resulta muy emocionante en ese aspecto y en los demás. El personaje de Travers es gigantesco y Disney está tan idealizado como dejado de lado aquí. No hay nada objetable en este relato que abre el apetito por leer a Travers y ver nuevamente Mary Poppins. En ambos casos se aprende mucho acerca del valor y la importancia del arte en nuestras vidas.
EL PASTICHE QUE ARRUINA AL CLÁSICO Yo, Frankenstein está basada en la novel gráfica escrita por Kevin Grevioux, quien por supuesto toma los personajes creados por Mary Shelley. Nada malo tiene en sí misma la novel gráfica como género, pero su condición muchas veces de pastiche a veces le juega en contra. Pastiche es un texto apócrifo sobre un personaje de ficción famoso o una relectura de alguna de sus historias. De este pastiche, algo muy común en la novela gráfica, surge una historia nueva en este caso, que funciona como una secuela del libro. La película arranca con un resumen apresurado y muy personal del famoso clásico de la literatura. La mala noticia es que esos primeros minutos son los únicos que valen la pena. Produce tristeza saber la bella historia que no nos van a contar, ver flashes de esa obra magna de la literatura. Los que amen el libro de Mary Shelley pueden en ese momento abandonar la sala. Lo que vendrá después no es solo un pastiche, es directamente un engendro difícil de aguantar. La criatura creada por Victor Frankenstein no envejece y atraviesa los siglos hasta llegar al presente. No está solo, sino que queda en medio de una batalla entre ángeles y demonios. Lo poco atractivo y lo insultante que es para la novela esta nueva variación podría ser pasada por alto si hubiera en toda la película algún momento entretenido, alguna imagen bella o algún instante de emoción o al menos de humor. Los motivos por los cuales llega a las salas una película así, son un misterio, los motivos por los cuales además trae copias en castellano mejor ni averiguarlo. Dan ganas de sacarse los anteojos 3D para no seguir mirando. El libro de Mary Shelley y las irrespetuosas pero igualmente buenas adaptaciones cinematográficas, siguen disponibles para al espectador y lector con ganas de acercarse a una forma de arte y entretenimiento más genuino.
Más pelucas que películas En la siguiente crítica se adelanta elementos de la trama. Se sugiere leer el texto luego de ver la película. Fines de la década del setenta. Un estafador (Christian Bale) y su socia y amante (Amy Adams) se ven obligados a trabajar con un agente del FBI (Bradley Cooper). Durante más de dos horas las estafas varias, los cruces y las vueltas de tuerca sin gracia intentarán convencernos de que hay algo interesante, divertido o valioso en esta película. Lejos de cualquier interés, la película está mucho más preocupada por detalles superficiales que por la propia historia a los personajes. Es difícil encontrar el rumbo en una película que no lo tiene. Pero tampoco tiene el disfrute del caos que otros films a lo largo de la historia del cine han demostrado. Los peinados son perfectas reconstrucciones de todos los peinados de la década del setenta a los que el tiempo ha mostrado como verdaderas locuras estéticas. Si existiera un premio a los peinados más horribles del mundo, Escándalo americano debería ganarlo por lejos. No todo el mundo tenía peinados y vestuarios tan ridículos. La película pierde demasiada energía en esto y descuida los demás aspectos. Pero más grave aún son las actuaciones. Es una locura difícil de comprender el que el cuarteto protagónico hay recibido tantas nominaciones y premios. No es que no sea bueno, es que directamente, salvo Amy Adams, el cuarteto es directamente malo. Premiar a los cuatro es desmerecer la actuación de Adams, además. La temporada de premios siempre ha sufrido una inercia por la cual cuando alguien entra en el radar de los premios su siguiente actuación –o realización- de un film es tomado también en cuenta a la hora de los galardones. Sí, un disparate, pero a la vez una realidad. David O. Russell, también con muchas nominaciones a muchos premios, se expone como un director limitado, cuyas ambiciones podrán ser muy altas pero sus resultados bastante pobres. Sin las nominaciones, Escándalo americano ni merecería un difusión masiva como la que ha tenido, por eso no hay que dejarse llevar y observar la película con sus límites y falencias. La influencia de Martin Scorsese sobre Russell parece obvia y aunque pueda ser injusta –y demoledora- la comparación, está claro que Scorsese sabe tocar esta cuerda y Russell no. Aun en sus films menos logrados, Scorsese es el creador de un estilo, y Russell obviamente no. Un interesante momento de luz –más allá de la presencia de Adams y algunos momentos de Louis C.K. – es la aparición sorpresiva de Robert De Niro. Verlo a De Niro haciendo de viejo gángster es una gran sorpresa de la película y funciona muy bien. Claro que su aparición nos devuelve esa sensación de Scorsese de segunda línea que la película tiene. Pasará la temporada de premios y tal vez se lleve el recuerdo de esta película. Si no es así, igual seguirá siendo una película mediocre.
El peor cine posible El nazismo, la 2da Guerra mundial, la literatura, la persecución de los judíos, todos ingredientes ya no de una clase de cine importante sino exactamente lo contrario. Hoy un film que trate todos estos temas y –el punto más alto del cliché busca premios- está protagonizado por un niño es casi sinónimo de mal cine. Y eso es, sin duda alguna Ladrona de libros, basado en un best seller que pocas ganas dan de leer luego de ver esta historia. La voz en off que abre el relato y lo acompaña es la voz de la muerte. La muerte, con mayúsculas, contará con las metáforas más ridículas y vergonzantes, la historia de Liesel, una niña que queda en manos de unos padres adoptivos mientras el nazismo asciende al poder en Alemania. La niña descubrirá una enorme pasión por los libros a la vez que será testigo de los cambios políticos en la sociedad. Un joven judío tendrá refugio y será escondido en su casa mientras el peligro aumenta alrededor de la familia. Con un estilo que salta sin pudor de un lugar común a otro, la voz de la muerte dice cosas que sinceramente están por debajo del más ridículo de los discursos. La muerte hablando de las personas ya es una decisión límite, pero al ser tan fallida produce directamente rechazo. No hay nada bueno para rescatar del film, aun cuando la música de John Williams cumpla como siempre con su objetivo. Cumplir no es brillar y la partitura queda escondida entre tantas malas decisiones. Para finalizar una última nota: Qué triste es ver flamear tantas banderas nazis en colores en estas grandes producciones. Por momentos la película logra el objetivo contrario al buscado y termina jugando más a favor que en contra de aquello que critica. Los críticos se quejan siempre de los lugares comunes y de la explotación de las franquicias en el cine de género. En ningún caso esas franquicias y esos lugares comunes caen tan bajos como Ladrona de libros.
Un héroe puramente americano El personaje de Jack Ryan, creado por el escritor Tom Clancy (1947-2013) fue protagonista de cuatro grandes films industriales antes de esta nueva versión. Alec Baldwin lo interpretó en La caza al Octubre Rojo (1990) de John McTiernan, donde el show se lo robaba Sean Connery, comandante de un submarino soviético; luego por nada menos que Harrison Ford en dos ocasiones, en Juego de patriotas (1992) y Peligro inminente (1994) y finalmente por Ben Affleck en La suma de todos los miedos (2002). Esta nueva entrega es el comienzo de la historia, de ahí que podamos hablar de precuela, aunque realmente importa poco la conexión con los anteriores films, si es que la hay. Aquí, Ryan (Chris Pine) es un estudiante que antes de terminar de manera brillante sus estudios se enlista en el ejército norteamericano luego del atentado terrorista contra Las torres gemelas en el 2001. A pesar de ser un intelectual, participa de la batalla y se gravemente herido al caer su helicóptero. Intelectual, noble, heroíco y patriota, Ryan es un héroe americano ideal. En plena recuperación –y mientras se enamora de su enfermera (Keira Knightley)- recibe la visita de Thomas Harper (Kevin Costner), un agente de la CIA que desea reclutarlo. La película cuenta el trabajo de Ryan como investigador y su primera misión como agente. Con un ritmo acertado y con un interés que se renueve escena tras escena, el director –y villano del film- Kenneth Branagh consigue que la historia sea un entretenimiento más que eficaz. La película, llena de buena acción, es también un lujo de actuaciones –lo de Costner merecería un Oscar- y consigue emocionar con unos personajes sólidos e interesantes. Branagh, famoso por ser adaptador de Shakespeare consigue aquí un estilo actual, un ritmo de montaje rápido pero no caótico, y narra con estilo una película que se disfruta completamente. Es un disfrute extra pensar que el personaje de Viktor Cherevin, un terrible villano, sea el personaje elegido por el director para darle rostro. A pesar del uso de las tecnologías y de la locura inverosímil que el genial guión propone, este Jack Ryan conserva su condición de héroe clásico, a la antigua, y su jefe Harper logra profundizar esa identificación. Ese mérito está en el director, pero también en el guionista David Koepp. Koepp ha escrito grandes guiones como La muerte le sienta bien, Jurassic Park, Misión: Imposible y Ojos de serpiente. Se nota la combinación de ambos, director y guionista, y el elenco responde, hasta la escena final, a estos preceptos clásicos. La película, muy entretenida, sostiene valores nobles, defiende la lealtad, el coraje, la honestidad. Valores con los que se ha construido el buen cine norteamericano y que siguen siendo valiosos para muchos a la hora de elegir una película de Estados Unidos. La tecnología no cambia eso y aunque lo disimule en algunos aspectos Código sombra Jack Ryan es una película de otra época. Esto, claro está, deberá ser considerado aquí como un elogio.