EL ABOMINABLE DR. LEDGARD En su nuevo film, Almodóvar apuesta por completo al amor loco, a la cinefilia más rotunda y al deseo como el único motor de la existencia. Caminando por los límites del cine de terror, el director ha logrado reencontrarse a sí mismo y a uno de sus mejores La piel que habito es la nueva película de Pedro Almodóvar. Su nombre, como el de ningún otro director europeo contemporáneo, remite instantáneamente a un universo, a una iconografía. También a un malentendido por el cual no son pocos los que creen que el director manchego es sólo Mujeres al borde de un ataque de nervios, la más popular de sus películas y a la vez una de las que menos lo representa como director. Almodóvar es La piel que habito. Es ese universo oscuro por momentos, y luminoso en otros. Es ese director capaz de mostrar optimismo en lo espacios más siniestros y de sumergirse en la locura como quien recorre un espacio conocido. Él mismo lo dejó en claro cuando filmó un film llamado La ley del deseo y cuando su propia productora llevó el nombre, justamente, de El deseo. Su obra está regida por esa única ley; su espacio es el de la pasión por encima de la razón, el de los caminos que recorren aquellos que saben que más allá de todo orden y civilización, algo primitivo, profundo e incontrolable habita en cada ser humano. La piel que habito lo reencuentra a Almodóvar con sus aristas más insólitas e inverosímiles, las mismas con las que se han hecho gran parte de las obras maestras de la historia del cine. Se hacen presente aquí sus maestros, sus referentes cinematográficos por excelencia: Luis Buñuel y Alfred Hitchcock. Maestros del amor loco, estos dos cineastas no midieron ni especularon a la hora de exponer sus universos más oscuros y ocultos. Eso, y su genialidad cinematográfica, los convirtió en lo que hoy son en la historia del cine. Ambos sabían que el deseo era todopoderoso y que el ser humano se entrega al desastre con una convicción que contradice todos los instintos de supervivencia. Almodóvar lo sabe y repite esa misma historia en cuanta ocasión puede. Versión siniestra de Pigmalión (¿acaso no lo son todas?), Almodóvar cuenta la historia de ese objeto del deseo perdido y vuelto a reconstruir. Lo mismo se puede ver en Vértigo, de Alfred Hitchcock o en Más allá del olvido, de Hugo del Carril. No deja de ser interesante que aunque La piel que habito se base en la novela Tarántula, de Thierry Jonquet, sean muchas y muy fuertes las similitudes que tiene con la película Los ojos sin rostro (Francia, 1960), de Georges Franju, obra maestra del terror, verdaderamente de avanzada para su época y un clásico imprescindible. Un detalle: los guionistas de Los ojos sin rostro son nada menos que Pierre Boileau y Thomas Narcejac, los autores de la novela De entre los muertos, en la que se basa Vértigo, de Alfred Hitchcock. Todo este marco de referencias es para explicar que más allá de algún coqueteo con cierto tono plausible que Almodóvar imprime aquí o a allá, en el fondo estamos en el puro terreno de la licencia poética, del disparate total filmado con seriedad pero de forma autoconsciente. Tomarse literalmente esta película –o cualquier otra de la historia del cine- es perder el tiempo. Lo que debe analizarse, como en Buñuel, como en Hitchcock, como en el cine de terror también, es el universo de ideas que el relato expresa. La desesperación de un hombre que entra en un laberinto de locura, venganza y deseo. Un análisis minucioso de la obra nos llevaría a las interpretaciones más asombrosas, más aun si pensamos qué es lo que hace el Dr. Ledgard (brillante Antonio Banderas en la que tal vez sea su mejor actuación hasta la fecha). Es importante preguntarse qué es lo que hace el Dr. Ledgard, por qué lo hace, a quién se lo hace y finalmente cuáles son las consecuencias. Allí se verá claramente el riesgo y la fuerza de la película. Otro film de Almodóvar, justamente, se llamó Laberinto de pasiones. Pero acá la gran diferencia con el comienzo de su obra es que se coloca a sí mismo –el director/el cirujano- como centro de la trama, del desastre y de la locura. Lo mismo que hacía Hitchcock en Vértigo lo hace Almodóvar en La piel que habito: retratar su propia obsesión a través de un personaje obsesivo, enceguecido por la pasión y la locura. La diferencia entre Hitchcock y Almodóvar es que la perfección estética y la fineza del director inglés será siempre una meta inalcanzable para cualquier otro cineasta. Aun así, un buen programa es ver La piel que habito, Los ojos sin rostro y Vértigo todas en un mismo fin de semana. Aunque luego de semejante festín cinéfilo de amor fou es posible que no haya vuelta atrás. Y no debería haberla, porque es mejor sumergirse un par de horas en estos universos de deseo e intensidad convertidos en imagen cinematográfica que transitar por los mediocres caminos del cine naturalista.
Los héroes de Dumas en 3D Con grandes actuaciones de Orlando Bloom y Christoph Waltz, entre otros, la nueva versión de este clásico incluye varias licencias poéticas que lo actualizan, sin perder la magia. Los tres mosqueteros, escrito por Alexandre Dumas en 1844, es uno de los clásicos más grandes de todos los tiempos. Desde el período mudo del cine hasta la recordada versión protagonizada por Gene Kelly en 1948, el libro de Dumas ha demostrado ser inmortal. Las aventuras del joven D´Artagnan y los tres mosqueteros, Athos, Porthos y Aramis, vuelven una vez a la pantalla grande y por primera vez en 3D. Este último dato no debería ser tomado a la ligera, porque si el 3D es la nueva moda tecnológica del cine industrial, queda claro que el film dirigido por Paul W. S. Anderson (Resident Evil) apunta a ser la versión más actual y siglo XXI que se pueda hacer del libro. Lo curioso es que la estructura de la novela está respetada mucho más de lo que parece. Algunas escenas inolvidables están intactas. Claro que hay muchas licencias poéticas y desviaciones. Entre ellas la más espectacular es el barco volador que regala grandes momentos del film. Y tal vez la presencia de Milla Jovovich como Milady obligó a torcer el guión en pos de su lucimiento como heroína de acción, algo que a veces funciona y a veces no. El resto del elenco brilla por la excelente selección en el casting, donde cada actor ha sido elegido para representar a un rol que le calza como guante. Orlando Bloom como el Duque de Buckingham o Christoph Waltz, son dos ejemplos de esto. Es verdad que los amantes de la novela extrañarán algunas intrigas palaciegas, un poco más adultas, y que la historia de Milady es un poco liviana, pero hay que recordar que las películas tienen vida propia. Y esta versión de Los tres mosqueteros no es la excepción. Quienes aún no hayan leído el libro, encontrarán acá una espectacular película de acción y aventura. Y quienes amamos el clásico inmortal de Alexandre Dumas, tendremos la posibilidad de disfrutar de la película y jugar al juego de las similitudes y las diferencias. Por lo pronto hay que decir que el basarse en un clásico le permite a esta película tener un orden dramático y una serie de situaciones que no siempre pueden hallarse en el cine actual. De la mano de Dumas, esta película cumple su función de entretener y maravillar.
La contagiosa alegría de vivir y cantar El film no es otra cosa que el registro de un concierto en vivo de este grupo que, de perdedores, ya tiene muy poco. Con un gran uso de la tecnología 3D, el espectador se sentirá parte de la audiencia y coreará más de un éxito. De forma explosiva y espectacular, la serie Glee –que salió al aire por primera vez en el año 2009– se convirtió en un éxito sin precedentes que pasó de dominar la televisión a instalarse en el mercado musical batiendo todos los records imaginables en ventas. Lo que finalmente desemboca en esta película que no es una ficción, sino el registro documental en formato 3D de la gira del joven elenco. Si acaso la serie invitó desde su origen a superar los prejuicios y apostó a la integración y la inclusión, hay que decir que este documental hace lo mismo. El más desconfiado de los espectadores, el más cínico de los críticos deberá vencer sus prejuicios y rendirse frente a la evidencia. La clara potencia de esta película y el carisma de los cantantes arrasan con todo, tan simple como eso. Canciones memorables con nuevos arreglos y un despliegue visual arrebatador. En cuanto a la experiencia del 3D, la intención de los realizadores es clara y emblemática. En la película uno no siente que está en el escenario, sino que se ubica con el público. Excelente idea para usar el 3D y mostrar no la fantasía de estar arriba, sino la alegría de estar presenciando el concierto. Las primeras dos canciones ya son capaces de arrancarle una lágrima de emoción a cualquiera y las historias que se van contando a lo largo de la trama refuerzan el espíritu que anima a la serie y a esta película. Sí, Glee es un gigantesco negocio, pero lo es a partir de sostener un discurso humanista noble, valioso, vital. La sensación que trasmite Glee 3D es la de desear vivir. Mucha gente, muchos adolescentes, habrán sentido en algún momento que el mundo les daba la espalda y los dejaba sin luz, Glee captó esa angustia y a la vez captó la euforia y la energía de la gente. Con una selección de algunas canciones extraordinarias y otras no tanto, la película es un huracán de fuerza y emoción. La aparición sorpresiva de una gran actriz (que también trabajó en la serie) es un regalo extra para este concierto película que se pasa volando. No es sólo el show lo que conmueve, es el discurso detrás de ese show. Glee 3D logra algo muy difícil de transmitir en el cine: la alegría de vivir. No deberíamos subestimarlo.
EL CALLEJÓN SIN LOS MILAGROS México y Argentina producen la versión cinematográfica del clásico dibujo animado creado por William Hanna y Joseph Barbera en la década del sesenta. El resultado es muy pobre y bastante decepcionante. El aburrimiento no es en sí mismo una categoría estética. Es decir que no puede ser una herramienta de evaluación o interpretación de un film a nivel académico. Aun así, cuando los espectadores estamos frente a una obra que nos resulta aburrida, sabemos que hay algo en nuestra conexión con la obra que está fallando. No podemos decir que es aburrido como única evaluación del texto, pero sí tomar este síntoma como emblemático de las fallas que una película tiene. Esto, claro, es el comienzo de la crítica a Don Gato y su pandilla, film co-producido por México y Argentina y basado en la famosa serie del mismo nombre. Dicha serie de televisión, creada por Hanna-Barbera en 1961 y de la cual se realizaron treinta episodios, no fue un particular éxito en Estados Unidos. Top Cat, tal era su nombre original, se convertiría en un fenómeno de culto fronteras afuera, en particular en todos los países de habla hispana, siendo en México –lugar del doblaje- el espacio de mayor veneración de la serie. Pero también en Argentina la serie, que como decíamos sólo tuvo treinta capítulos, gozó de un gran éxito y es recordada por los espectadores de televisión. Debido a esto es que insólitamente Warner Bros. decidió ceder un personaje, del cual poseía los derechos, a otra compañía. Todo lo dicho, claro esta, pasa por afuera del film, porque en definitiva lo único que importa son los méritos o la ausencia de los mismos que este largometraje tiene. Y poco bueno hay para decir de esta película, cuya morosidad y falta de ritmo y encanto son particularmente llamativos. Más estáticos que los ya de por sí algo estáticos personajes de Hanna-Barbera, los dibujos se quedan petrificados y los gags pierden todo timing, generando no sólo aburrimiento, sino incluso impaciencia. Sin embargo, una mirada más atenta, develará que lo que realmente falla de Don Gato y su pandilla es el guión. Las resoluciones son poco rigurosas, los giros de la trama son forzados y hay que dotarse de una imaginación superlativa para creer que uno está viendo un largometraje bueno. Entre la animación y el guión –tal vez el segundo se haya visto afectado por el primero- la experiencia de ver Don Gato se vuelve muy poco placentera. Tan solo el primer minuto, con el tema original de la serie, funciona al nivel del material original. El resto es un largo recorrido por una película que falla, que realmente no funciona y que no necesita que seamos paternalistas porque es una co-producción fuera de Estados Unidos. Se puede hacer mejor, no hay que conformarse con esto.
Sólo buenas promesas y algún corte Dirigido por Jim Sheridan y con los protagónicos de Daniel Craig, Raquel Weisz y Naomi Watts, el film naufraga en un mar de géneros. Un editor literario exitoso renuncia a su trabajo para mudarse a la casa de sus sueños, lejos de la gran ciudad, y de esa forma pasar más tiempo con su familia y escribir su novela. Pero desde el preciso instante en que comienza esa nueva vida, surgen indicios de que en esa casa ha ocurrido un hecho violento, y que las víctimas del mismo posiblemente aún estén merodeando el lugar. Tanto uno que ha sobrevivido, como aquellos que han muerto. Él, su esposa y sus dos hijas comienzan a preocuparse por la historia de su hogar y sus anteriores propietarios. El relato apuesta a tres líneas simultáneamente: busca mantener el suspenso de una historia policial, el miedo de un film de fantasmas y la emoción de una película dramática. La combinación irá dándole a la historia diferentes giros, y aunque podrían algunos de estos ser sorprendentes para el espectador más distraído, lo cierto es que la torpeza en la exposición de ciertos personajes le quita cualquier interés por develar misterios, ya que es más que evidente todo lo que irá ocurriendo. Que un film sea previsible no es un defecto en sí mismo, una película puede tener muestras claras de lo que ocurrirá más adelante y esto, lejos de quitarle encanto, profundiza la empatía del espectador. Pero esto no ocurre aquí, ya que la película gana por momentos algo de vitalidad, pero escena tras escena va perdiendo en promedio todo su interés. Ni Daniel Craig, en una actuación brillante, ni Raquel Weisz, ni Naomi Watts que también demuestran oficio, pueden levantar la falta de rigor y coherencia de las escenas finales. Nos puede gustar más o menos la película, pero queda claro que hacia el desenlace ni el trabajo del director parece estar hecho con el mismo cuidado. Es triste que un director como Jim Sheridan, el mismo de Mi pie izquierdo y En el nombre del padre, no haya podido plasmar aquí su talento, y que haya quedado perdido en una película que promete mucho, pero no logra nada. Leyendo que Jim Sheridan, Daniel Craig y Raquel Weisz se negaron a promocionar el film, es de sospecharse que algún productor con mucho poder y poco criterio decidió darle el corte final al film. Quien quiera que haya mutilado y –seguramente debido a eso– arruinado Detrás de las paredes, debe saber esto: ¡Se nota que alguien metió mano! Si se contrata gente talentosa debería ser para respetar dicho talento. <
El robot del pueblo, listo para luchar Para quien observe el cine estadounidense desde lejos, todas las películas se parecen. Pero para quien conozca bien el cine de los Estados Unidos, Gigantes de acero claramente se coloca del lado de las películas distintas. Aquellas que, justamente, representan a la perfección el estilo del cine industrial que construyó y llevó a su punto más alto Hollywood. Sin ser un film con un director muy personal –Shawn Levy tiene una filmografía de pocos méritos previos–, la película funciona de punta a punta. Se sirve de un montón de espacios y situaciones conocidas, pero las renueva y la ordena de forma tal que, como por arte de magia, vuelvan a funcionar en plenitud. Mezcla géneros, tonos, equilibra cada cosa para que la película se convierta en un placer constante. La historia es bien popular. Un ex boxeador (Hugh Jackman), digno en su momento pero caído en desgracia en un mundo donde los únicos que boxean son los robots, vive apostando y perdiendo, tapado de deudas y con pocas perspectivas luminosas en su futuro. Una chica bonita (Evangeline Lilly), valiente e inteligente, lo quiere bien, pero ya no puede seguir tolerando más esta decadencia que los llevará a ambos a perder la herencia de un viejo gimnasio, metáfora de valores de otra época. A esto se le sumará Max (Dakota Goyo), el hijo de él, que ha perdido a su madre y que por un arreglo poco noble pasará el verano junto a su renegado padre. El héroe en busca de la segunda oportunidad, la chica noble y leal, el niño inteligente y triste, algún villano y, por supuesto, un robot. Un robot que es la metáfora misma de la película. No un bello robot de última tecnología, sino uno creado para ser sparring, para recibir golpes pero no para ganar las peleas. No un ganador, sino un luchador. Con ingredientes tan sencillos pero eficaces, Gigantes de acero –basada en un relato del maestro de la ciencia ficción, Richard Matheson– cumple con creces el objetivo de entretener y emocionar, a la vez de hacer un cuento sobre la dignidad y la lealtad. Le bastarán los primeros minutos de película al espectador para ver a Hugh Jackman más parecido a Clint Eastwood que nunca, como si se tratara de esos films que el actor y director hiciera a fines de la década de 1970 y principios de los ’80. La comparación es la forma más clara de decir que Gigantes de acero es una gran película. <
AMORES QUE DEJAN MARCAS Historia de amor y pasión, La quise tanto brilla por la sobriedad con la que encara y entiende la naturaleza del amor apasionado entre dos personas cuyo destino cambia de manera definitiva. La quise tanto tiene una gran virtud que es a la vez su gran defecto. Ahora bien, hay que explicar a qué se le llama en este caso virtud, y a qué defecto. Y simplemente para postergar el elogio a la virtud, digamos que ese mayor defecto reside en que la gran parte de los espectadores tal vez se sienta ajena y perdida en esta historia. Incluso podría considerarse un film menor, de aciertos limitados. Pero el motivo por el cual el film renuncia a un prestigio asegurado que tal vez le hubiera otorgado el camino fácil, es justamente su mayor virtud. Lo que Zabou Breitman narra en La quise tanto es una verdadera historia de amor. Una historia de amor y miedo, amor y pérdida, amor y pasión. La película, emparentándose con aquel gigantesco melodrama romántico llamado Los puentes de Madison, narra la historia en dos tiempos, con lo cual los primeros minutos aun parecen tibios y demasiado serenos. Pero luego, y como acontece en todo film verdaderamente romántico, el amor se percibe en la pantalla, no en los diálogos, sino en las situaciones, en las miradas, en la química que explota a todo nivel y que parten de la atenta mirada de una directora que sabe captar con cada plano los elementos esenciales del amor fou. Más de una vez, al decir amor fou (castellanización de amour fou), he escuchado que la gente pregunta qué es. Mala señal de los tiempos actuales el hecho de que el amor fou –moneda corriente en la literatura y el cine- no sea hoy tan fácilmente reconocido. A partir del amor fou se han construido muchas obras maestras inolvidables, pero hoy –lo sabemos- sería objeto de burla para los espectadores. ¿Qué destino tendría hoy un film de Minnelli, Sirk o Buñuel? Pero tampoco seamos reaccionarios frente a este presente, ¿qué destino tuvo Vértigo al momento del estreno? La quise tanto nos expone esta historia de amor en el mundo contemporáneo. Y también la mezcla con la realidad, con el trabajo, con la familia, con las presiones, con los temores y con las decisiones definitivas. No es una película sencilla para quien haya amado con esa pasión, pero es luminosa en su capacidad de entender la naturaleza de las pasiones desatadas, de las personas entregadas a la intensidad, aun a riesgo de perderlo todo. Más complejo aun es el hecho de que la puesta en escena no sea ni barroca ni melodramática. La directora remarca justamente que el mundo no es un lugar romántico y apasionado, y que estos volcanes estallan en medio de la vida cotidiana. Algunos creen que el amor fou es pasajero. Sin duda confunden un arrebato con el amor fou, que podrá ser cualquier cosa menos pasajero. Una vez alguien dijo que nadie moría de amor en el siglo XX. Por extensión hemos de asumir que lo mismo le correspondería al siglo presente. Sin embargo, cualquiera que haya sentido el amor fou en su corazón sabe que, pase lo que pase, ese amor jamás se olvida. Y eso a lo que todos le llaman vida, deja de serlo una vez que las dos partes de una gigantesca llama se separan físicamente. El amor fou deja marca, y esas marcas son para siempre.
Un universo de espadas y hechiceros La nueva película de este personaje que nace en medio de una batalla remite a las taquilleras de los ’80 protagonizadas por Schwarzenegger y no defrauda en su premisa básica: acción hasta el final de la cinta. Una de la consecuencias no planificadas de las remakes –Conan, El bárbaro es, de alguna manera, una remake– es que terminan idealizando los productos en los que se basan. Dos películas de la década de 1980, ambas protagonizadas por Arnold Schwarzenegger, fueron muy taquilleras y le sirvieron al actor de Terminator para comenzar su camino al estrellato. Ni Conan, El bárbaro (1982) ni su secuela Conan, El destructor (1984) fueron obras maestras en su momento ni lo son ahora. Claro que la primera tiene la dirección y el guión de John Milius (el mismo que escribió Apocalypse Now) y todo su universo personal, pero a pesar de eso y un gran elenco, la película era una historia de espadas y hechiceros, un gran género del cine fantástico al cual las historias de Conan pertenecen por derecho propio. El nuevo film remite tanto a estos primeros dos films como a los textos que creó en la década de 1930 el escritor Robert E. Howard. Aquellos films violentos y políticamente incorrectos que no desentonaban tanto en la década de 1980, hoy serían imposibles en un cine de Hollywood que no desea apostar a estas clases de historias sangrientas a la hora del género de aventuras. Hoy por hoy, parece que algunas de las nuevas series de televisión apuestan a un público más adulto que el cine. Pero en ese aspecto, Conan, El bárbaro está a la altura del original. Respetando el espíritu brutal de este personaje que nace en medio de la batalla, con una espada abriendo el vientre de su madre. Es un bálsamo contra el aniñamiento del cine industrial, ver una película como esta, capaz de ser coherente con su propuesta y su universo. Por otro lado, las escenas de acción funcionan perfectamente e incluso sorprenden en varios momentos. La película no se distrae ni se pierde, no se vuelve confusa y va al grano, logrando que sea mucho más efectiva en su objetivo. El protagonista del film, Jason Momoa, es también la figura principal de la serie Game of Thrones y hay que decir que, mérito dudoso, es más expresivo que los otros Conan de la pantalla grande y la televisión. Stephen Lang (el villano de Avatar) compone aquí a otro de sus malvados memorables y logra completar el interés por presenciar esta lucha entre el bien y el mal. En definitiva Conan, El bárbaro no defrauda ni contradice su naturaleza. Acción pura y directa, sin vuelta, de punta a punta de la película.
Con buenas intenciones no alcanza Winter - El Delfín es un drama que narra la historia de un delfín hembra que es lastimado por unos pescadores y rescatado por un niño y un grupo de biólogos que tienen un hospital para especies marinas. Los expertos deberán tomar la dura decisión de amputarle la aleta caudal como única forma de salvarlo, pero a su vez esto no le asegura una esperanza de vida normal. El niño que lo encontró en la playa tiene una especial conexión con él y resulta un elemento fundamental para recuperar a este animal amputado. En paralelo se van desarrollando otras historias, todas vinculadas con la idea de amputación, de falta, de pérdida. Tanto a nivel físico, como emocional. El dato más insólito de esta película es que está basada en un hecho real, lo que hará que los más incrédulos espectadores deban aceptar la parte más cinematográfica del relato, es decir la capacidad de Winter de abrirse paso a pesar de la adversidad. Como dato de color, el personaje del delfín lo interpreta el mismo delfín que dio origen a la película. Sus dotes actorales no serán analizadas aquí, claro, porque en definitiva se interpreta a sí mismo, lo que no le debe resultar demasiado complicado. La película está dirigida por Charles Martin Smith, director menor de basta experiencia, pero más conocido como actor, en particular por su rol de contador devenido en compañero de Elliot Ness en el film Los intocables. Smith cumple con su oficio, sin brillar pero tampoco sin cometer errores. La principal falencia de Winter - El delfín es su acumulación de momentos para llorar. La denominación exacta serían golpes bajos, pero tampoco la película se arrastra a la total falta de dignidad. Un poco de humor y la simpatía de un elenco por demás importante (Ashley Judd, Morgan Freeman, Harry Connick Jr.) le permiten al film mantener un cierto equilibrio. El equilibrio de no desbarrancarse, pero tampoco de elevarse demasiado. El respeto por la naturaleza pero el respeto por la vida en general, tanto la humana como la de los animales, es una reflexión valiosa que la película expone. Aun así, con sus buenas intenciones y su mirada positiva, no le alcanza para convertirse en una buena película que justifique ir a verla al cine.
Mi vecino es un vampiro En el extremo opuesto de los clichés de películas de vampiros como la saga de Crepúsculo, esta remake de un recordado film de 1986 sobresale por manejar un clasicismo narrativo. Noche de miedo es una remake. Sí, otra remake. En este caso del clásico de los ’80, La hora del espanto (Fright Night, 1986) dirigida por Tom Holland. Aquel recordado film, que no era una obra maestra, funcionó muy bien en su combinación de terror y humor, sin que fuera en ningún momento una parodia del género. Se convirtió sin problemas en un film muy querido por los espectadores y hasta tuvo una secuela en el año 1988. La nueva versión sorprende por no alejarse del estilo sencillo y directo de los films de aquella década. En medio de la moda de los vampiros en el cine y la televisión, Noche de miedo está en las antípodas de films como los de la saga de Crepúsculo. La historia es la de Charlie (Yelchin), un adolescente que tiene una novia hermosa (Potts), una madre divorciada (Collette), unos amigos tontos, un viejo amigo nerd algo despechado y finalmente un vecino (Farrell). En el pueblo aislado donde vive, Charlie termina aceptando una verdad insólita: su vecino es un vampiro. Lamentablemente, el humor de La hora del espanto aquí no aparece en todo su esplendor, excepto en el caso del nuevo cazador de vampiros, que aquí es un mago de Las Vegas (David Tennant). Pero lo más interesante del relato es que a pesar de la modernidad de los efectos especiales, la película conserva una clasicismo narrativo que no se pierde en detalles menores y esto beneficia a todo el largometraje, que resulta siempre divertido y atrapante. Pocos personajes, un despliegue visual exacto, escenas bien logradas y buenos actores, producen una pequeña sorpresa cinematográfica. Es irónico que Noche de miedo se destaque no sólo por lo que hace, sino por lo que no hace. Aunque la película tiene sangre, nunca se vuelve excesiva ni morbosa en ese aspecto, aunque es un film de vampiros en una época donde el género ha vuelto, no cae en los nuevos clichés a la moda actual. Y finalmente, cuando tiene elegir como actualizar un film que tiene 26 de antigüedad, lo hace con buen criterio, con ideas acorde a los tiempos que corren, pero sin arruinar la naturaleza del tema y la historia a tratar. Finalmente, para los que vieron el film original en su momento, habrá alguna visita sorpresa que les dará un sobresalto, pero no de miedo, sino de alegría.