Poco terror y nada de profundidad Un grupo de jóvenes se convertirá en la presa fácil de un escualo en un film que carece de miedo y de sentido del humor. Lejos de Piraña 3D y a años luz del clásico de Spielberg, la propuesta hace agua por donde se la mire. Los tiburones son buen material cinematográfico. Siempre se supo, pero en 1975 el genio de Steven Spielberg creó la más grande película con tiburón de todos los tiempos. Fue un éxito de taquilla, pero Tiburón era más que eso, era una película fuera de serie. A partir de ahí, los temores de la humanidad hacia los escualos volvieron a la pantalla en cientos de films. No sólo fueron tiburones, también se sumaron cocodrilos, caimanes, ballenas, pirañas y pulpos. Algunas fueron buenas, otras mediocres, algunas originales, otras clásicos del cine de culto, pero nadie volvió a estar a la altura de Spielberg. Terror en lo profundo 3D es un nuevo acercamiento a esta clase de historias, intentando a la vez aportar algún elemento original. No demos más vueltas: la película no funciona. Un grupo de jóvenes se convertirá en la presa fácil de un supuesto tiburón y el guión buscará las menos interesantes vueltas de tuerca para volver a sumergirlos en el agua una y otra vez. Que quede claro que lo que falla no es la falta de realismo, ya que esta clase de films necesariamente debe construir un verosímil propio, de coherencia interna aunque los eventos no sean plausibles. La película podría haber tomado dos caminos, como mínimo: el del terror puro o el del terror autoconsciente y con humor. No hace ninguna de las dos cosas. No es ni Tiburón ni tampoco se parece a la festiva y desaforada Piraña 3D, esa gran remake estrenada este año. El humor no aparece hasta el final y el único susto real que el espectador experimentará será el de que la película no termine nunca. Carente de sentido del humor, sin escenas interesantes, con personajes que no logran generar simpatía, toda la película se va volviendo menos interesante a cada escena. Es curiosa también la falta de sangre que la película tiene, teniendo en cuenta que pertenece a uno de los géneros más sangrientos que existen. Y también llama la atención la manera en la que la película evita los desnudos, un recurso que hasta en el film de Spielberg, servía como elemento de vulnerabilidad para los personajes. Estas pistas indican que además de ser un film muy fallido, es además una obra puritana, destinada más al público infantil que el adulto. Y al decir infantil no sólo hablamos de la edad de los espectadores. Ya saben, Tiburón (1975) o Piraña 3D (2011) son dos opciones opuestas pero efectivas si lo que quieren es ver terror con algo de profundo.
La búsqueda de la espiritualidad El documental tiene muchas funciones. El documental es cine, pero es un cine que construye su relato con imágenes de la realidad. El documental enseña, es un medio para acceder a un conocimiento concreto. Por eso la elección de un tema en un documental es el acceder a un espacio de conocimiento sobre un tópico en particular. Judíos por elección cuenta historias de personas que decidieron convertirse al judaísmo. La directora Matilde Michanié, la misma que años atrás estrenó Licencia número uno, un trabajo sobre la Tigresa Acuña, tiene la característica fundamental de un documentalista: la sed de conocimiento. Y sin inocencia, la directora hace de un tema muy concreto, algo más grande. Lo que se podría resumir en algo tan simple como “historias de quienes deciden abrazar la religión judía” es en realidad un universo complejo, lleno de contradicciones, complejidades y objetivos y universos muy personales. Como todo documental que cumple su objetivo, Judíos por elección ilumina al espectador y le hace comprender una realidad que posiblemente ignoraba. Tampoco la película se queda en espacios cómodos o complacientes, sino que explora las contradicciones dentro de la religión judía y los temas más ríspidos alrededor de la conversión. “La historia del judaísmo es la historia de los cruces, la historia de las mezclas.” El documental de Matilde Michanié es también una historia de cruces, una historia de mezclas. Y en esos cruces está la riqueza tanto de la película como de la vida. Con un toque de humor arranca la película y con emoción termina. Y una frase resume el espíritu del documental: “No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti. Esta es toda la Torá, el resto son comentarios; ve y estúdialos.”
Un animal tan astuto como encantador Surgido de la saga Shrek, el gato que cuenta con la voz de Antonio Banderas se independizó, tiene película propia y amenaza con una secuela. Junto a Kitty (Salma Hayek), una hábil compañera de rutas, el felino vive sus aventuras 3D. La exitosa serie de películas de Shrek basaba su estructura en parodiar los cuentos de hadas. Dentro de esa saga para público infantil pero con muchos guiños para los adultos, un personaje se destacaba de forma contundente: el Gato con botas. Con la voz de Antonio Banderas, el personaje mezcló desde el comienzo a la creación de los cuentos con el Zorro que interpretara el actor español en la pantalla grande. Sin saber de dónde sacar más plata, los productores de la franquicia vieron que el Gato podía darles un nuevo comienzo. Y así es, porque al menos para una película, el personaje tiene mucho para ofrecer. Desde los films de Shrek, este Gato con botas poco tenía que ver con el que cobró fama gracias a la pluma de Charles Perrault. Tan sólo queda el ingenio y la rapidez mental, pero nada más. Se nota claramente la influencia del cine de Walt Disney, que convierte a todos los personajes de animales casi en personas, alterando muchas veces el sentido de los relatos originales. Donde sin embargo la película gana mucho, es en la coherencia y unidad de personajes. Es un personaje principal bien delineado el que lleva el relato, y aquellos que se le unen, mezclando nuevamente cuentos de hadas, no producen un cambio sustancial en la construcción del personaje gatuno con voz de Antonio Banderas. Una gata llamada Kitty (Salma Hayek) le dará a la película su historia de amor. Y el personaje de Humpty Dumpty, perteneciente a la cultura popular pero vuelto famoso en Alicia en el país de las maravillas, es un viejo amigo del Gato, que generará más de un conflicto dentro de la historia. Más llena de aciertos que de errores, la historia tiene buenos momentos de humor, algo de acción, y el 3D está utilizado de forma correcta. El producto cumple sin maravillar y se pasa rápido entre risas, suspenso y suspiros de ternura cuando el gatito pone sus ojos grandes para conseguir algo. Aunque la falta de vuelo se nota en Gato con botas, hay que decir que no son tantas las películas para chicos taquilleras que salen airosas de la explotación comercial entregando una obra digna. Tal vez lo que provoca desconfianza es saber al final de la historia, que el éxito de esta película provocará una segunda. Como en los cuentos de hadas –y en esta película– nadie quiere matar a la gansa de los huevos de oro. Por lo cual Gato con botas 2, parece ser tan sólo una cuestión de tiempo. <
El matrimonio puesto a prueba Un matrimonio joven, exitoso, aún sin hijos, lleva una vida normal en la ciudad de New York. Pero desde el comienzo de la historia sabemos que esa normalidad está a punto de caerse a pedazos a partir del surgimiento de la sospecha. Joanna (Keira Knightley) y Michael (Sam Worthington) se verán tentados en una misma noche. Ella, por un ex amante que está de visita en New York; él, por una compañera de trabajo con la que deberá compartir un viaje laboral. La premisa es clara y básica. El crecimiento dramático de la película consistirá en el montaje de ambas situaciones, en ver cómo evoluciona la noche de cada uno. La película tiene una herramienta fundamental para lograr no sólo el interés de los espectadores, sino también hasta cierto suspenso. Y esa herramienta es la información que los que miran la película tienen y que los protagonistas de la historia no. Joanna sabe que su marido está con esa mujer en ese viaje, le deja una carta escondida en su traje, tal vez por la culpa de una escena de celos que tuvo la noche anterior. Michael, por el contrario, no tiene ni la más remota sospecha de que su esposa se cruzará con ese hombre de su vida. Así que las acciones de ambos se basan en la certeza de que el otro no puede saber lo que ocurre. Eso, por supuesto, genera una responsabilidad y un compromiso en ambos. Y de eso trata básicamente la película, del planteamiento moral que se refleja en lo que ambos decidirán esa noche. El espectador se sentirá atrapado por esta decisión y la trama se vuelve cada vez más interesante. Pero lo mejor de la película es también su callejón sin salida. Porque es muy difícil salir airoso de tal propuesta y La última noche logra su cometido a medias. El guión no escapa al lugar común y es una pena que no lo haga. A último momento, el plano final produce una sonrisa en el espectador, tal vez para que no se entere de las limitaciones de la película.
Comedia reaccionaria disfrazada La presencia de figuras como Sarah Jessica Parker y Pierce Brosnan no alcanza para remontar la falta wwde brillantez en el humor y la notable falsedad de las situaciones que, en definitiva, son clichés machistas. Sarah Jessica Parker es una actriz con una carrera cinematográfica pequeña y no muy relevante pero que un día recibió el llamado de la fama por medio de la televisión. Su personaje de Carrie Bradshow en la serie Sex and the City la transformó en una de las actrices más populares del mundo y también en un referente de ciertas angustias y placeres femeninos. Personaje polémico, discutido, pero fundamental de la cultura contemporánea, Carrie no le ha permitido de todas maneras a Sarah Jessica Parker convertirse en una actriz relevante dentro del mundo del cine. Sólo los films basados en la serie le han dado respuesta de taquilla. ¿Cómo lo hace? tiene su tensión dramática y su humor centrado en la figura de una mujer que debe equilibrar su vida laboral con su vida familiar. El conflicto es claro y la comedia en cuestión no está buscando novedades, tan sólo volver sobre un tema que interesa al público actual. Pero el problema de la película no es su tema, el inconveniente está dado por la falta de brillantez en el humor y la notable falsedad con la que aparece cada una de las situaciones. No hablamos acá de una búsqueda de realismo; no, para nada. No es realismo lo que se le pide a esta película, sino espontaneidad, credibilidad. En definitiva: el poder identificarnos con la protagonista y su conflicto. Indudablemente, cuando se trata de una película cuya fórmula prevalece por encima de su construcción, lo que se ve todo el tiempo en la pantalla es la intención de explotar la forma y toda la película queda reducida a una excusa. Una lástima, porque el director de la película, Doug McGrath, ha sabido hacer un film interesante, como Infame y ha sido capaz de ser coautor nada menos que de Disparos sobre Broadway, junto a Woody Allen. Es hora de empezar a pensar que el formato ideal para Sarah Jessica Parker es la televisión, ya que la pantalla grande no le ha dado todavía el espaldarazo que corresponde. Peor aun, es un poco ofensivo que una película que se presenta a todas luces como un film sobre una mujer independiente e inteligente, pase sin ningún pudor por encima de todos los clichés machistas acerca de las conductas femeninas. Y termine realzando con insólita militancia la maternidad de cualquier mujer como el punto más alto de su existencia. La presencia carismática de Pierce Brosnan es tal vez el único regalo que nos da esta película que nos vende una cosa pero termina entregando casi todo lo contrario.
Esta vez dejan al espectador helado Las nuevas aventuras de este simpático pingüino bailarín resultan decepcionantes, sin un discurso claro, donde la característica del personaje es una perseverancia que no alcanza para transmitir entretenimiento ni emoción. Esta secuela de Happy Feet, dirigida también por George Miller, se centra en la historia de Erik, el hijo de Mumble, protagonista de la primera parte. Las frustraciones del pequeño lo llevan a buscar nuevos horizontes y donde se encontrará a sí mismo a la vez que reconocerá el valor de su padre. El resultado es decepcionante, más, viniendo de la mano de George Miller. Este director, nacido en Australia, tiene la particularidad de ser uno de los pocos realizadores de cine del mundo cuya profesión original era ser médico. Con una doble vocación sorprendente, luego de dedicarse a la medicina, Miller entraría en la historia grande del cine mundial al crear y dirigir la saga de Mad Max, los films que lanzaron a la fama a Mel Gibson y se convirtieron en un referente del cine contemporáneo. También son de Miller Las brujas de Eastwick y la muy emocionante Un milagro para Lorenzo, donde aplicó sus conocimientos médicos. Con Babe 2: un chanchito en la ciudad demostró una maestría inesperada para los films infantiles, aunque muchos la calificaron de demasiado oscura y siniestra. Como sea, fue otra gran película del director. ¿Qué queda aquí de ese cineasta? Poco y nada, hay que decir. Si bien hay escenas de cierto dramatismo en las cuales se ve el oficio del director, la mayor parte del tiempo estamos frente a uno de esos productos neutros, mediocres, que no logran armar nunca un discurso claro. Tan confuso como su discurso es su banda de sonido. Qué no logra un collage interesante sino un pastiche intragable difícil de soportar. De hecho, el momento del descubrimiento del talento del pingüino protagonista es uno de los momentos de mayor vergüenza ajena que se hayan registrado en los últimos años. Ni la reivindicación de la música como una forma de paliar la angustia existencial ni el mensaje de trabajar en conjunto para alcanzar los objetivos alcanzan para volver valiosa esta película. Eso sí, como en todos los personajes de George Miller, la perseverancia es una característica sobresaliente. Lamentablemente esto sólo no permite ni la emoción ni el entretenimiento. Tampoco los personajes secundarios que intentan ser graciosos lo consiguen. Por los antecedentes del director, lo más generoso es correr un manto de piedad sobre esta película fallida y pasar de largo.
TRES EN LA CARRETERA Ganadora de la Cámara de Oro en el último festival de Cannes, Las acacias es un film minimalista y ascético. Estas características formales no le impiden ser también un film lleno de enorme emoción y gran ternura. Las acacias es una película cuya estructura es absolutamente convencional, sus temas son de género –road movie, por mencionar uno- y sus códigos pertenecen en muchos aspectos al cine más comercial. Sin embargo, la película es un prodigio de minimalismo y ascetismo bien entendidos. Con muy pocos personajes –esencialmente tres- y con escasas líneas de diálogo en la primera parte del relato, los temas de la película se expresan con absoluta claridad y una profunda ternura. Las acacias es una de esas películas en las cuales si el espectador se queda afuera del relato o se aburre, no es para nada culpa de la película sino del espectador. La historia es sencilla y el planteo es tan básico como atractivo. Un camionero, Rubén, recibe el encargo de su jefe de llevar a una mujer paraguaya desde Asunción hasta Buenos Aires. Cuando llega el momento del encuentro, el camionero descubre que la mujer, Jacinta, viene con un bebé, Anahí. Hombre de pocas palabras, Rubén acepta en silencio y con extrema dureza la situación. Lo que sigue es el largo camino de los tres y el proceso que provocará profundos cambios en la mirada que cada uno tiene del otro. Como toda road movie que se precie, Las acacias no sólo cuenta un desplazamiento en el espacio –en este caso Asunción-Buenos Aires- sino también un recorrido interior. Ese recorrido está en los ojos de los personajes, en particular en los de Rubén, quien debe hacer el camino interior más largo y modificar la forma en la que se comporta con respecto a Jacinta. Y como todo film minimalista logrado, Las acacias describe el mundo a partir de los detalles. Y no hay que caer en la trampa conformista de decir que en la película no pasa nada, porque pasa de todo. Porque el mundo se muestra frente a nuestros ojos y sólo hay que saber mirar. Y no sólo con los ojos del corazón, porque si bien estos deberían ser una buena guía, no hay que ser tan voluntarista. Hay que observar con la mirada atenta e inteligente de un espectador capaz de darse cuenta de que las palabras más importantes pocas veces se dicen en la vida real, y hay que adivinarlas en los infinitos gestos de las personas. El director Pablo Giorgelli no mira a los personajes desde la butaca director, sino con la mirada humanista que a un buen realizador le permite entender en serio a los personajes. Tampoco pone en sus labios frases de guión, sino genuinas expresiones de personas movilizadas por un sentimiento, pero limitadas por su pudor y su timidez. Un regalo extra es el personaje del bebé, cuya mirada abre el corazón de cualquiera sin que de esto abuse el director o la cámara. Qué un cine tan inteligente y sofisticado –hay hallazgos de puesta en escena que merecerían un artículo aparte- no renuncie a la emoción y la ternura es una gran noticia. Que esto último no le impida ganar en el festival de Cannes uno de los premios más importantes, es también motivo de alegría. Y finalmente, que los sentimientos de las personas no sean explotados de forma vulgar y falsa como lamentablemente solemos ver en el cine más comercial, es lo que termina de exponer los méritos de Las acacias. Una película que a pesar de ser minimalista, es uno de los estrenos más grandes del año.
Un casamiento con el vampiro La cuarta entrega de la saga de Crepúsculo es, a la vez, el principio del fin. La película comienza con la tan esperada boda entre Bella y Edward, momento culminante del amor prohibido entre la humana y el vampiro. Desde el año 2008, cada año apareció una nueva entrega de las películas basadas en los best-sellers de Stephenie Meyer, reproduciendo en cine el éxito de los libros. Así, Kristen Stewart como Bella, Robert Pattinson como Edward y Taylor Lautner como Jacob se han convertido en ídolos adolescentes y estrellas de fama mundial. Como todo fenómeno de culto, sus seguidores son de una fidelidad absoluta, de la misma manera en que muchísimos espectadores ignoran de qué trata todo el asunto. Pero quien desde afuera vea que es una historia con vampiros y hombres lobos, tal vez crea que la saga Crepúsculo pertenece exclusivamente al cine de terror. Nada más equivocado, los films están mucho más dentro del canon del cine romántico que de los relatos de horror. La historia se sirve de personajes del género, pero en definitiva cada película es principalmente una serie de conversaciones entre los personajes, hablando de amor, lealtad, traición y muy pocas veces pasan al terreno propiamente dicho del cine de terror. En Amanecer esto queda clarísimo: durante la primera hora asistimos a todos los lugares comunes de la representación de una boda en el cine, sin que asome, más que en un sueño, otra cosa más que la boda de una adolescente de 18 años que llega virgen al matrimonio y espera su luna de miel. De las casi dos horas de película, hay que decir que los peores defectos de la serie (su estética mediocre, sus diálogos eternos y su repetición de frases e ideas ya expresadas) se hacen presentes en la primera mitad. Quien, a pura voluntad, logre atravesar esta parte se encontrará con un premio en la segunda mitad, cuando el drama crece, cuando la tensión aumenta y cuando realmente pasa algo. Allí, y de forma más intensa, aparecen el cine de terror y el melodrama. Las escenas dejan de ser tan lavadas y mediocres y se despiertan conflictos más fuertes. Los personajes, ya conocidos por todos, cobran su dimensión y exponen sus verdaderos valores y su fuerza. Por primera vez les pasa algo fuerte. Cuando eso queda plasmado en la pantalla, la primera parte llega a su fin y se anuncia la segunda parte del capítulo final. Si se mantiene en este tono, será la mejor de las películas de una serie que recién ahora empieza a despertar.
Amor y amistad, del pasado al presente Los cambios en la vida de dos adolescentes, 30 años después. En la década de 1970, dos adolescentes de un pueblo del interior, Lalo y Bruno, pasan sus días compartiendo una amistad profunda, hasta que aparece Lisa, una chica que trastoca por completo el mundo de ambos y les arrebata, a cada cual a su manera, su corazón. Pasaron 30 años desde ese momento y aquellos adolescentes vuelven a encontrarse por primera vez en décadas. La película Un amor viaja del presente al pasado y vuelta, explorando los cambios en la vida de cada uno y cómo el paso del tiempo los ha cambiado o no. Apuntes sutiles van descubriendo los motivos y los hechos del pasado que marcaron a fuego a los tres personajes. Si sus miradas pueden parecer ambiguas en un comienzo, al final del relato sabremos mucho más de cada uno de ellos. Claro que para eso se necesitan también grandes actuaciones. La película encuentra un hallazgo extra en la actuación de Elena Roger. La famosa cantante y actriz es conocida por haber tenido el papel de Eva Duarte en el reestreno del musical Evita cuando se reestrenó en Londres en el 2006, y también, más recientemente, tuvo un éxito gigantesco protagonizando el musical Piaf. En este, su debut cinematográfico, demuestra que su gigantesco talento incluye también una poco habitual fotogenia. Roger empieza su carrera cinematográfica aquí, pero a juzgar por el resultado debería ser el primero de muchos grandes roles. De su probada capacidad para representar mujeres claves de la historias pasa aquí a este rol intimista, delicado en matices, donde ella se luce al no buscar, justamente, el lucimiento. Esto no habla mal de sus compañeros de elenco, Diego Peretti y Luis Ziembrowski, quienes ya habían mostrado y vuelven hacerlo, sus dotes actorales. La cámara de Paula Hernández, quien ya había mostrado su mirada atenta en Herencia y Lluvia, eligió a los rostros perfectos para sus personajes, tanto cuando están interpretados por los mencionados actores como cuando son mostrados en su adolescencia. Y aunque está claro que Hernández pertenece estéticamente a la generación posterior a la década de los años noventa, su cine cumple también con la emoción y los sentimientos. Impecablemente filmada, la película posee también una calidez y una ternura que movilizará al espectador, sin que esto implique jamás el más mínimo traspié ni un solo momento fuera de tono. Un amor es tan sencilla y clara como su título.
Parodia que no da para más El cómico inglés Rowan Atkinson, famoso por su personaje de Mr. Bean, reincide sin gracia en la segunda parte de las desventuras de un agente secreto estilo James Bond. En el año 2003 se estrenó Johnny English, una parodia de las películas de James Bond. Este film ignoraba que hacía más de 30 que se venían haciendo, incluso en la República Argentina. Pero, posiblemente alentados por el éxito de Austin Powers, pensaron que Rowan Atkinson –el famoso cómico inglés que interpretó a Mr. Bean– podía renovar esta clase de comedias, aportando una significativa diferencia. Méritos cinematográficos escasos no le impidieron tener una segunda parte debido a la taquilla de la película. Al agente English esta vez lo van a buscar a un templo budista, en lo que ya es un gag agotado incluso para la comedia. Un trauma por una misión fallida en Mozambique lo ha condenado al ostracismo, pero una nueva aventura le da la chance de reivindicarse y curar esa vieja herida profesional. Ojalá se hubiera realizado esta película con esa intención. Pero lamentablemente ya no estamos ni siquiera frente a una comedia mala, sino, directamente, frente a una película que cuesta reconocer como comedia. El director Oliver Parker, famoso por adaptar clásicos británicos como Otelo, Un marido ideal o El retrato de Dorian Gray, no encuentra el tono adecuado y la mayor parte del tiempo no es fácil reconocer los chistes como tales. Desde los títulos del comienzo –que obviamente parodian las secuencias de títulos de James Bond– vemos que la película tiene un despliegue de producción importante, que hay mucha calidad técnica a disposición de la historia pero aun así es muy poco lo que se consigue lograr. Del humor que hizo a Atkinson popular aquí hay muy poco, apenas dos o tres escenas. La mayor parte del tiempo la película intenta tomar cosas de Austin Powers, del detective Frank Drebin que interpretó Leslie Nielsen en La pistola desnuda y el Inspector Clouseau que inmortalizó Peter Sellers. Pero en la comparación con estos personajes English queda en clara desventaja. Ni la presencia de Gillian Anderson (la recordada agente Scully de Los expedientes secretos X) ni Rosamund Pike, quien supo ser una chica Bond en Otro día para morir, justifican con su trabajo el tiempo que lleva ver esta comedia de acción que no tiene casi nada de comedia y muy pero muy poco de cine de acción. Esperemos estar frente al final de otra franquicia fallida, de esas que no aportan nada y desgastan mucho.