Márama–Rombai: el viaje llega este jueves a los cines. Documental que narra la creación de dos grupos musicales de cumbia-pop uruguaya. Fernando Vázquez es quien creó a ambas agrupaciones y compone los temas y la película hace foco en él y en Agustin Casanova, cantante de Márama y en Camila Rajchman, ex voz femenina de Rombai. Denominados como “la cumbia cheta” en contraposición quizás a la “cumbia villera”, apelativo que funciona de forma marketinera en Argentina, lo de estos chicos es una formula sin demasiadas pretensiones que sirve para hacer bailar, especialmente a los adolescentes. Una música que tiene por destino el levantar a la gente en un cumpleaños de 15, antes de la mesa dulce o payasear en un boliche, trago en mano. A juzgar por lo que se ve en el documental, parecen tan correctos y educados, que cualquier productor de Disney envidiaría el haber creado estas bandas. Son chicos de clase media que cualquiera elegiría como padrinos de sus hijos. Hasta la salida de la voz femenina de Rombai, Camila Rajchman, suena creíble, no es cantante ni nunca quiso serlo y la fama del grupo excedía su limitado talento musical. Si hay algo que destacar es el nulo divismo de los miembros del grupo, al menos no parecen mareados por la fama, un tema muy proclive a las pseudo estrellas instantáneas salidas de reality shows de cantantes. Para comprender este fenómeno hay que entender que un éxito comercial discográfico ya no se basa en la venta de discos, sino en las visitas en Youtube y en la cantidad de recitales que puedan vender. Y en eso, Márama y Rombai han logrado éxito, que se sabe, no siempre va de la mano de la calidad y el talento. Con testimonios de los padres de los principales integrantes de ambos grupos, mas el agregado de pequeños momentos de las giras, que incluyen aviones privados y hoteles cinco estrellas, además de algunas canciones en vivo de sus muchos hits, Márama-Rombai: el viaje, no aportará nada nuevo al documental musical en una época en la que el registro audiovisual está al alcance de cada uno que porte un teléfono celular, cuyos modelos cambian como cambiará la fama en este tipo de bandas musicales. La sinceridad y la simpleza , el no pretender ser un producto que quiera ir más allá de mostrar la génesis de un fenómeno de ventas, ideado por un pibe que dejó el futbol para dedicarse a hacer música y tuvo mucha suerte, salva a Márama-Rombai, el viaje, de ser el bochorno que muchos temíamos.
No me mates, nuevo opus del realizador Gabriel Arbós. En agosto del 2010, Javier Weber, disfrazado con peluca, impermeable, gorro y bastón, simulando ser un anciano, espero en la puerta del colegio donde Corina Fernández, su ex mujer, acababa de dejar a sus hijos. Le apoyó un revolver en el pecho y le dijo: “Te dije que te iba a matar, hija de puta”. Disparó y milagrosamente Corina sobrevivió, aunque dos balas impactaron en el tórax y un tercer proyectil, en el abdomen. Dos de ellas, aún siguen dentro de su cuerpo. Javier fue condenado a 21 años de prisión y el caso fue el primero que uso en una sentencia la figura de “tentativa de femicidio”. Gabriel Arbós, realizador de Carlos Monzón, el segundo juicio, estructura su relato en base a un extenso reportaje a Corina Fernández, con el intercalado de escenas dramatizadas por Ana Celentano y Alejo García Pintos, a veces con la intervención de la propia Corina. Es cuestionable el formato elegido, ya que el documental no llega a mezclar realidad y ficción, sino que lo hecho por los actores es casi una mera ilustración de lo dicho. Y es ahí donde estas dramatizaciones y la puesta en escena de las mismas, no alcanzan un vuelo cinematográfico y se acercan más a un formato televisivo, restandole fuerzas. Aunque el hecho real conmociona lo suficiente como para ocupar por si sólo una película. Sobre todo cuando hace hincapié en la reiteración de las denuncias de la violación de acercamiento del marido hacia Corina, que había efectuado 80 declaraciones sumadas a la causa, sin que los jueces prestaran atención, antes de atacarla con el arma de fuego. El valor de No me mates está puesto en encender luces de alerta en aquellas relaciones donde los celos enfermizos y la desvalorización de la mujer son una moneda constante. Y en denunciar un estado de la justicia que llega cuando ya es tarde. Sirve como testimonio y como divulgación a hacer visible “Ni una menos” y crear conciencia sobre el alarmante crecimiento del femicidio. Y para todo esto, cualquier aporte, independientemente de la calidad creativa, suma.
Rams, opera prima que llega desde Islandia a los cines Argentinos. Dos hermanos, ya mayores, conviven en campos contiguos en una gélida región de Islandia. Ambos crían ovejas. Uno es medio alcohólico, bastante mal llevado y fastidioso. El otro es más bonachón y un poco más sociable, todo lo que se puede ser en esa región con baja densidad de población en la que las diversiones son pocas. Una de ellas es un torneo de ovejas de raza. Una de los animales de Kiddi, el hermano mayor, gana el concurso por pocos puntos. Gummi, el menor, descubre que la ganadora está enferma con un virus que podría llevar a que todos los animales de esa raza sean sacrificados. Hay un detalle no menor, y es que estos hermanos, no se hablan desde hace 40 años. Cuando uno decida ocultar a los carneros para evitar su muerte, el vínculo y la antigua pelea volverán a entrar en tensión. El realizador y guionista Grímur Hákonarson , ganador de la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes 20015 con Rams, agiganta una historia mínima en un paisaje bello, pero desolado. Y lejos de darle un aire de drama, que lo es, lo dosifica con apuntes tragicómicos, para aliviar lo denso de la historia. Resulta innegable que encontremos en esa resistencia de estos hermanos por abandonar su medio de vida, un correlato con la extinción de las tradiciones. Estos hombres sin familia ni hijos, legarán a la pequeña sociedad en la que viven, el prestigio de sus ovejas. Los viejos son tenaces y los pocos jóvenes que viven por allí, acatan la burocrática decisión de exterminio. En ese sentido, el director invierte los roles, la lucha está en los mayores. Con sensibilidad pero sin sentimentalismo, las actuaciones de Sigurjónsson y Júlíusson son dignísimas y llegan a ser tan descarnadas que incluyen desnudos integrales de ambos hombres mayores, como otra metáfora de quitarse toda protección, toda la “lana” que los cobija en pos de salvación. Emotiva y poderosa, impactante y austera Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas, es un estreno que debe verse, además de resultar una rareza por el país que proviene, porque es uno de esos ejemplos de “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”.
Llega Cazafantasmas, reboot de la película de 1984, esta vez con elenco femenino. Erin Gilbert (Kristen Wiig) ve truncada su emergente carrera de profesora de física en la Universidad de Columbia cuando sale a la luz un libro sobre actividades paranormales que escribió muchos años atrás con su amiga Abby Yates. El destino las vuelve a unir y junto a una científica bastante disparatada, Jill Holtzamann (Kate Mckinnon) y una diletante Patty Tolan (Leslie Jones) formarán el team Cazafantasmas. Precedida de un sinfín de comentarios negativos que sólo juzgaban una parte por el todo (que nadie había visto), un tráiler no demasiado gracioso fue suficiente para encender la ira de los fanáticos de la versión original que se convirtieron en una ejército de odiadores, casi misóginos de esta nueva versión. Cazafantasmas no es para nada lo fallida que se pre-anunciaba, se balancea entre la corrección de una comedia apta para todo público salpicada con chistes de la Nueva Comedia Americana y diferentes niveles de humor con guiños para distintas edades. Teniendo en cuenta que la dirección corre por cuenta de Paul Feig, el director de Damas en guerra, Chicas armadas y peligrosas y Spy: una espía despistada, mas el aditamento de Mc Carthy, además de Wii y dos zarpadas de Saturday nigth live: Jones y McKinnon, se esperaba un combo de proporciones gigantescas que quizás no pasaron testeos previos y mucho material quedó en la mesa de edición. Por momentos hay una forzada necesidad de homenajear con cameos y menciones al material de base y eso proporciona un tira y afloje en el fluir de Cazafantasmas, que es básicamente una comedia con elementos de terror con el humor físico de fantasmas de humos de colores que arrojan líquidos viscosos en la cara de la gente. Hay que quedarse hasta el final de la película, ya que los títulos deparan sorpresas, sobre el material que por algún motivo no entró en el film, más el agregado de una puerta entreabierta a una secuela, que dependerá del funcionamiento en la taquilla. Uno de los puntos más flojos de Cazafantasmas es su villano Rowan (Neil Casey), un tipo que odia a los humanos y quiere abrir un portal a otra dimensión. Es más patético que amenazante y no resulta del todo explicada la motivación y el fin de su conducta más que la de ser un misántropo. El cuarteto de actrices elegidas cumple más que dignamente su misión, aunque en rigor a la verdad, sobre todo Melissa Mc Carthy aparece demasiado contenida. Kristen Wiig sigue haciendo comedia con esa manera formidable de no perder la compostura y Kate Mckinnon y Leslie Jones aportan lo picante de la cantera de la que han surgido, SNL. Muy divertidos resultan Chris Hemsworth, como un secretario-asistente atractivo y tonto y un reaparecido Andy García, como el alcalde de New York. Al igual que Star Wars: el despertar de la fuerza, Cazafantasmas dosifica innovación y nostalgia sin efectos colaterales negativos.
Luego de la delirante Los amantes pasajeros, Pedro Almodóvar vuelve al drama con Julieta. Julieta (Emma Suarez y Adriana Ugarte, en distintas edades) es una mujer de mediana edad que vive en Madrid. Tiene un novio, Lorenzo (Darío Grandineti) con quien está a punto de mudarse a Portugal. Unos días antes de su partida, Julieta se encuentra por azar en la calle con Bea, antigua amiga de su hija Antia, de la que no tiene noticias desde hace 12 años. Bea le revela que se encontró de casualidad con Antia en Suiza, y que está casada y tiene tres hijos. Julieta decide cancelar su viaje y mudarse al antiguo edificio que habitaba con su hija, con la esperanza de que al menos esta se comunique con ella. Empieza a escribir una larga carta contando su vida, que es la excusa para ir atrás en el tiempo y conocer los pormenores de la relación madre-hija. Basada libremente en relatos de la escritora canadiense Alice Munro, ganadora del premio Nobel, Almodóvar toma el espíritu de tres cuentos: Destino, Pronto y Silencio, contenidos en el libro Escapada , en lo que iba a ser su primera película en inglés y que luego decidiera trasladar la acción a Galicia, Madrid y los Pirineos españoles. Si hay un elemento simbólico en Julieta, es la red, la red del pescador, pero tiene que ver más con el entramado que con la captura. Así, el realizador de Tacones lejanos, teje referencias a su propia filmografía y homenajea a otros realizadores, vuelve la historia a los ’80, donde comenzó su cinematografía, con la mención a Kim Basinger en algunos planos, con un gran parecido a Adriana Ugarte, además de peinados y vestuarios icónicos de aquella época; Escapada, el libro de Munro que sirve de base a la película, aparece en La Piel que habito, leído por Vera, la protagonista; la madre de Julieta aparece en un momento vestida con ropa de los ’60, como detenida en el tiempo, igual que el personaje de Julieta Serrano en Mujeres al borde de un ataque de nervios; los rojos y azules vibrantes de sus películas siguen estando. Así como también las referencias a otros realizadores, como Alfred Hitchcock en las escenas en el tren y en esa ama de llaves al estilo de Rebecca, del mismo realizador, en la interpretación de Rossy de Palma, actriz que saltara a la fama de la mano del director de Átame!; está también el melodrama de los ’50, con guiños al estilo del cine de Douglas Sirk, especialmente con Imitación a la vida y a Michael Curtiz con Mildread Pierce. En ambas las madres sufren el abandono de sus hijas y pasan por situaciones casi humillantes para recuperarlas: “Tu ausencia llena mi vida por completo y la destruye” escribe Julieta en uno de los cuadernos que son en realidad una larga carta de memorias de toda su vida. Todo esto para quienes dicen que Almodóvar ya no es el mismo, y ocurre que si lo es, concentrado y tamizado por su propia obra. Julieta es una película en la que los fanáticos de Almodóvar extrañaran los momentos cómicos, porque su autor se ha decantado en una obra seca, gélida y sin lágrimas. En una maestría en el ir y venir en el tiempo, sin necesidad de decirnos en qué año estamos y sin embargo que todo eso se comprenda. Y demuestra sus medallas en una transición temporal que es brillante y que no conviene anticipar.
Nuestras mujeres, una nueva comedia francesa, que tras el éxito teatral, se convierte en película. Tres amigos de toda la vida, Simón (Thierry Lhermithe) un peluquero casado con una atractiva mujer, Paul (Daniel Auteuil) un medico cuya mujer es depresiva y con dos hijos a los que no les presta demasiada atención y Max (Richard Berry) un radiólogo obsesivo del orden, sin hijos y con una relación de idas y vueltas con una mujer más joven. Habituados a compartir viajes solos, se reúnen un viernes a la noche a jugar a las cartas, en el impoluto departamento de Max. Pero Simón llega mucho mas tarde de la hora pactada con la noticia de que ha asesinado a su mujer, Estelle. Lo que sigue es un repaso de muchos años de amistad con el dilema de entregar o encubrir al flamante asesino. Basada en una obra del aquí también coguionista Eric Assous, Nuestras mujeres es otra de las comedias que fue representada con éxito en su país de origen (Francia) y replicada con suceso en otros lugares como Madrid y Buenos Aires (en este momento en cartel, con el protagónico de Guillermo Francella, Arturo Puig y Jorge Marrale). Se pretende repetir el ciclo que siguieron, entre otras, La cena de los tontos, Le prenom, y Venus en piel, con disímiles resultados. Se trata generalmente de una burguesía acomodada, que se ve atravesada por algún hecho que la saca de eje, con una situación de corte moralizante, para que todo finalmente vuelva a la normalidad, dejando alguna enseñanza. No basta con recurrir a flashbacks para convertir a una obra de teatro en una película, porque en ese caso sólo se recurre a representar acciones que en el escenario están dichas por los actores y en el film son meramente ilustrativas, no tienen el peso propio de una escena. Esto sucede especialmente con acciones referidas al personaje de Estelle y dicho sea de paso, son ideológicamente cuestionables, como una especie de justificación para con el acto que se ha cometido sobre ella. Casi todo sucede en un mismo decorado, que hace pensar que los radiólogos son muy bien pagos, al menos en París, porque el departamento supera todo lo visto en las más exigentes revistas de decoración.
Luego de comenzar su carrera cinematográfica en Criaturas celestiales, Kate Winslet vuelve a una producción australiana, de la mano de El poder de la moda. En los años cincuenta, Tilly Dunnage (Kate Winslet) viaja desde Paris a su Australia natal, a Dungatar, para reconciliarse con su madre, Molly (Judy Davis). Tratará de buscar venganza por un triste hecho no del todo resuelto de su infancia. En el medio, transformará a las mujeres del lugar y conocerá el amor en los brazos de un lugareño. La directora Jocelyn Moorehouse (La Prueba, Cosas que nunca se olvidan) quien junto con P. J. Hogan son autores del guión que adapta la novela de Rosalie Ham, eligieron varios tonos, la comedia, la tragedia, el drama, el western y la fábula de venganza, en el entorno de “pueblo chico, infierno grande” para pintar una aldea (el lugar parece una maqueta de pequeño que es) cargada de prejuicios y rencores. Película de grandes contrastes, la protagonista arriba vestida con el new look de Dior de los cincuenta a un lugar por demás polvoriento y esos contrastes se traducen también en impensados, y casi gratuitos giros dramáticos que causan desconcierto. Hay momentos en los cuales El poder de la moda pretende ser un western en el que la mujer que llega tiene una máquina de coser en lugar de un arma. Si tenemos en cuenta que los vestidos que confecciona parecen tener propiedades curativas en la salud mental de las mujeres que los visten, nada puede ser tomando muy en serio, aunque en algún momento El poder de la moda carga las tintas con su dramatismo. Pero no al estilo más deliberado del pastiche de otro australiano, como Baz Luhrman, que por cierto también patinó en su película Australia de manera similar, sino con menos ambiciones y mayores lugares comunes y torpezas. Si El poder de la moda logra salvarse de un naufragio total, es gracias a un elenco que va modelando de manera más fina lo que en el guión son puntadas gruesas, Kate Winslet, Hugo Weawing , Sara Snook, Judy Davies y Liam Hemsworth juegan al límite entre la solvencia y el cartoon. El poder de la moda es un cocktail de géneros, en el cual cada uno de los excesos de ellos hace que uno salga del cine bastante mareado por el resultado final.
Un año después de su estreno en Estados Unidos llega 45 años de Andrew Haigh. Kate (Charlotte Rampling) y Geoff Mercer (Tom Courtenay) componen una pareja a punto de cumplir 45 años de casados. Viven una apacible madurez en el condado de Norfolk, en días que transcurren entre salir a caminar, pasear al perro, lecturas, salidas a la ciudad y rutinas sin sobresaltos. En la semana previa al festejo de aniversario, Geoff recibe una carta desde Suiza en la que le comunican que han encontrado el cuerpo intacto de un viejo amor que cayó por un precipicio en un lugar inaccesible. Basada en un relato corto de David Constantine, En otro país, 45 años tiene una estructura episódica dividida en los días previos a la celebración evocativa de este matrimonio, desde el lunes hasta el sábado. Y a la vez, en cada uno de esos días se destaca la mañana, algún hecho del día y la noche, que es casi siempre un momento de balance y reflexión. La carta conlleva el revivir un hecho del pasado, las consecuencias en el presente y el fantasma latente en esa larga relación, en la que todo parecía haberse dicho. Pero la irrupción de una muerta, con ecos a Rebeca, de Alfred Hitchcock, trastoca los cimientos de lo que se suponía sólido y obliga a una revisión perturbadora del pasado, en la que el recuerdo de Katya (la novia muerta) irá cobrando forma de manera cada vez más inquietante. Andrew Haigh consigue con éste, su tercer largometraje, otra notable obra, luego de Weekend (vista hace unos años en BAFICI) que aparenta una sencillez que tiene implicancias de una profundidad agotadora. Es un drama desdramatizado, sin altisonancias. Y además cada línea de diálogo entre ese matrimonio parece tener la precisión de un bisturí, pero que debido a la longitud de la larga relación que los une, no es necesario levantar la voz en las conversaciones, que son por cierto discusiones, y las verdades mas tremendas parecen ser dichas con la levedad de una pluma pero con el peso de una montaña. La escena en la Kate mira las viejas diapositivas del periplo de Geoff y su novia por sinuosos y escarpados terrenos en Suiza y descubre un detalle muy perturbador es un prodigio de cine en estado puro, en la que la información de la imagen es a todas luces relevante y no necesita de palabras. En 45 años las miradas y los silencios son, a veces más elocuentes que lo que se verbaliza. Haigh prescinde de flashbacks para evocar el pasado y es en esa fluidez de la intimidad del presente donde encuentra el mejor vehículo para repasar toda una vida. No hay elemento, de lo que se ve y de los que se habla, que no tenga una carga simbólica. ¿O acaso ese glaciar que contiene el cuerpo de la mujer que Geoff amó cuando era joven y que ahora se está derritiendo no es una imagen tan fuerte que puede impregnar toda la película de solo imaginarlo? La solidez de algo congelado ¿en el tiempo? pero que a pesar de tener la dureza del hielo, es en realidad agua, que puede derretirse y verter en el presente. Haigh se vale de relojes, cajas en el altillo, papeles viejos, diarios de viaje, los ambientes de la casa que habitan y hasta un proyector de diapositivas para embeber al relato del significado del paso del tiempo. Merecen un párrafo aparte las magnificas actuaciones del dúo protagónico. Sin dudas la película no hubiera sido la misma de no haber contado con Charlotte Rampling (nominada al Oscar por este papel) y Tom Courtenay. Ambos ganaron el premio a la interpretación en el Festival de Berlín. Con gestos mínimos y sutilezas construyen dos actuaciones enormes 45 años cuestiona una relación y a la vez coloca al espectador en un interrogatorio que lo interpela sobre su propia memoria y los secretos del pasado bajo una aparente languidez pero con el estruendo de un glaciar que se desploma.
Salve Cesar, la nueva película de los hermanos Coen llega hoy a los cines. La nueva película de los hermanos Coen hace foco en 27 vertiginosas horas en la vida de Eddie Mannix, un ejecutivo del estudio Capitol, que debe lidiar con los problemas acaecidos en varias de las producciones que se están filmando. Por un lado Baird Whitlock (George Clooney) la estrella más grande de un gran espectáculo bíblico al estilo de Ben Hur o Los diez mandamientos, ha sido secuestrado al momento que quedan por filmar escenas cruciales de ¡Salve, Cesar!. Por otro lado, Dee Anna Moran (Scarlet Johansson) la blonda estrella de películas acuáticas, al estilo Esther Williams, está embarazada, con el agravante que es soltera, y el público ama su inocencia (en realidad es bastante mal hablada y dista mucho de ser lo que da en cámara), hay que buscarle una coartada o marido, urgente. Además un cowboy cantante, con un fuerte acento sureño, Hobby Doy le (Alden Ehrenreich) es llamado para que abandone las monturas y los lazos para cubrir un papel de neoyorquino de alcurnia en una película que está filmando Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), un director europeo con pretensiones de hacer films de calidad. El muchacho de a caballo tiene serios problemas de dicción que sacan de las casillas a todo el set. En el medio de todo eso se entrometen dos hermanas periodistas y rivales, Thora y Thessaly Thacker (interpretadas ambas por Tilda Swinton) que ponen sus narices en los problemas de las filmaciones de Capitol y sus estrellas. En un momento en que los conflictos abundan. La idea de mostrar al cine como una fábrica, de ilusiones al fin, pero una industria como cualquier otra, sirve de marco a ¡Salve, César! para crear una galería de entrañables personajes y la vez recrear escenas de los géneros más populares en los ’50. Coreografías a lo Busby Berkeley en brillantes colores, en tomas cenitales que parecen imposibles. Un número de baile con reminiscencias a Gene Kelly en Levando anclas, llevado a cabo por Channing Tatum, con impecable destreza y un final homoerótico que se resignificará cuando se resuelvan los conflictos. El cowboy cantante tendrá su turno de lucimiento, cantando con la luna llena reflejada en un bebedero de ganado y haciendo gala de sus dotes con el lazo, hasta con un plato de espaguetis. Pero además de todo lo anterior que parece vertiginoso, aunque en rigor a la verdad, hay que decir que el ritmo de la película no lo es, los Cohen frenan ese derroche visual con reflexiones religiosas, Mannix es un católico que frecuenta el confesionario por pavadas e intenta quedar bien con todos (¿los públicos?) al organizar una reunión para evaluar el guión de la película bíblica con autoridades de cuatro religiones y la escena sirve de excusa para un paródico y cómico debate sobre los puntos de vista de la religión y la corporización de Dios. Así como también lo es la reunión de The future (la organización que secuestró al actor estrella), formada por guionistas comunistas, que debaten sobre el materialismo histórico, con una estrella hollywoodense, instalados comodamente en una casa a la orilla del mar, que tiene cierto parecido con la casa Vandamm, que aparece en Intriga internacional, de Alfred Hitchcock. Hay todo un cúmulo de referencias deliciosas al Hollywood clásico: el affaire a revelar sobre la estrella de la película On wings as eagles, del que hacen mención las periodistas basadas en Hedda Hopper y Louella Parsons, dos arpías de la prensa de esos años, remite a un rumor sobre la supuesta bisexualidad de Clark Gable en sus primeros pasos como actor; la actriz latina llamada Carlotta Valdez (como la protagonista de Vértigo) es una suerte de Carmen Miranda; el personaje de Ralph Fiennes podría ser tomado como una referencia a Laurence Olivier y así, el cinéfilo más avezado podrá descubrir otros paralelismos. Situada en un contexto histórico en el que la televisión amenazaba con quitarle su reinado al cine y la guerra fría comenzaba a insinuarse, los Coen enlazan las conflictos de las filmaciones a través de un personaje, el del fixer, ese tipo que lo arregla todo en la vida escandalosa de los demás (que tanto podría trabajar en cine como en cualquier otra empresa, no en vano, su propio conflicto es aceptar el ofrecimiento de otra “fabrica”, una de aviones). Y ese hombre es mostrado como un buen tipo, diseña estrategias para que todo sea plácido y disfrutable en el mercado en el que está involucrado. Y las cosas funcionan. Y así los realizadores de Fargo, presentan su visión de la vida, porque ellos mismos están muy alejados de las campañas de marketing o de ser divos que realizan declaraciones polémicas. Se dedican a los que disfrutan hacer: guiones con humor ácido y planeamiento de escenas. En un tiempo fueron célebres por sus movimientos de cámara y ácidos personajes. Ahora, con otra madurez, pero mimados por los premios más importantes y celebrados en los más prestigiosos festivales del mundo, les llegó el momento de homenajear, de agradecer. Cuando Hollywood satura con blockbusters de superhéroes, los ganadores del Oscar por Sin lugar para los débiles, quizás los más independientes de los realizadores hollywoodenses, entregan con ¡Salve, César! una carta de amor a los géneros que forjaron la industria del entretenimiento. Y el resultado, aunque desparejo, es altamente disfrutable.
Llega el estreno de Kóblic, última película de Sebastián Borensztein con Ricardo Darín y Oscar Martinez. Año 1977, el capitán y piloto de la Armada, Tomás Kóblic (Ricardo Darín) a pocos días de su retiro, se refugia en Colonia Helena, un pueblo dominado por el corrupto comisario Velarde (Oscar Martinez). Huye después de desobedecer una orden cuando piloteaba un avión en los denominados vuelos de la muerte. Pero en el lugar en que cree encontrará algo de tranquilidad trabajando como piloto de un avión de fumigación, encontrará nuevos obstáculos y un clima hostil que no es ajeno al que vive el país en ese año. Hay en Koblic cierta idea de justicia que transita un borde de malentendido. Porque no se trata de un hombre que se convierte en héroe o que se redime salvando algunas personas y matando a otras. Si no más bien, de alguien que fue cómplice de terrorismo de estado, aunque en un momento tomó conciencia del horror, su negativa a abrir la puerta de un avión para arrojar cuerpos al rio en uno de los tantos vuelos de la muerte, lo lleva a alejarse de todo, a tomar distancia. Y en ese huir, encuentra otra condena, pero por motivos muy disimiles. Se convierte en sospechoso de ser un espía, en alguien que llega a un pueblo olvidado para patearle el nido al más corrupto de los comisarios y es protagonista de una historia de pasión clandestina. Pero en la condena de la que será objeto, la noción de justicia real, aquella que se vale de denuncias, de juzgar en un tribunal y de cumplimiento efectivo de pena, está totalmente ausente. Por lo tanto, cualquier identificación romántica con el personaje de Kóblic, aquel que dijo No en un momento, que cura a un perro, que da coartada a un inocente, que salva a la dama, y que se carga a otros malos, lo acerca equívocamente a una idealización, pero no hay que perder de vista su condición de cómplice de crímenes de lesa humanidad. Más bien hay que hacerse a la idea que su pasado, su presente y su futuro seguirán torturándolo hasta su muerte. Y que en su devenir errático, no sabemos dónde irá a parar y quizás, él y muchos otros que tomaron parte de la misma acción, están caminando entre nosotros. Sebastián Borensztein y el coguionista Alejandro Ocon ubican ciertas ideas asociadas que resultan interesantes y transitan un filo de correlatos: el piloto del vuelo de la muerte se convierte en fumigador de plagas, con la omnipresente idea de “exterminio”, la noción de traición agazapada en cada acto. La obediencia y desobediencia a superiores, la cadena de mandos. Todos temas que en Kóblic se transforman en elementos que conjugan una historia que es en definitiva una aventura, con un marco histórico mucho más perturbador. Por el lado de las actuaciones hay que destacar que el trabajo de Darín es sobrio, efectivo pero la labor de Oscar Martinez adquiere una enorme espesura, al transformarse en un ser totalmente desagradable, cambiando su habla y postura. La española Inma Cuesta está a la altura de un elenco con secundarios sin fisuras. A la vez que el brillo de la impecable factura técnica y la pintura sin fisuras del ambiente rural, del “Pueblo chico infierno grande”, de las magnificas tomas aéreas, del admirable cruce entre western y film noir, es lo que puede opacar su condición de film de denuncia y hacer perder de vista las diferencias entre historia y relato. Es decir, lo que se está contando (el derrotero de un hombre moralmente cuestionable, en un marco histórico trágico) en oposición a cómo se lo cuenta (en clave de aventura). El resplandor de la realización nublando la visión de que Kóblic, el personaje, no la película, es totalmente despreciable y que lejos está de ser ejemplo al género humano.