Hipnótico giallo argentino Los hermanos Onetti (Luciano director y Nicolás co escritor y productor) vuelven a la carga con un camino que ya transitaron: el giallo; aquel subgénero originario de los años 60 en Italia, que tuvo especial vigencia una década después. Luego de Sonno Profondo (2013), presentan Francesca (2015), una producción que coquetea con el thriller psicológico y el terror, y que rinde homenaje a los inicios de lo que se conoce como slasher. Francesca es el nombre de una pequeña desaparecida hace 15 años. Mientras la investigación sobre su paradero fue quedando trunca a lo largo del tiempo, una serie de asesinatos son perpetrados en el presente por un criminal que se basa en la Divina Comedia para efectuarlos. Dejando notas en papel sobre los cuerpos de sus víctimas, el asesino tiene un objetivo claro: limpiar la ciudad de las almas impuras y malditas. Dos detectives comienzan a investigar los hechos y con el correr de los días se van adentrando cada vez más en una historia que podría estar relacionada con la niña ausente. El film tiene muchas particularidades que lo hacen por demás pintoresco: en primer lugar, es argentino aunque parezca italiano (está doblado a dicho idioma y contiene subtítulos en español); en segundo lugar, tiene un detallado tratamiento de la imagen (estamos ante un verdadero homenaje a las películas de los ‘70, con el recurso del falso fílmico granulado), y en tercer lugar, cada plano está cuidadosamente elegido y realizado para causar un efecto concreto, como en el giallo de Darío Argento, por ejemplo: inserts de pies, manos, elementos varios relacionados con la figura del homicida, primeros y primerísimos primeros planos para los demás personajes, además de los colores saturados. La película reúne aun más elementos interesantes: los sonidos en post producción también fueron llevados al extremo y la banda sonora está presente casi todo el tiempo, lo que puede provocar cierto aturdimiento. Sin embargo, no hay que olvidar que estamos ante un subgénero con sus características específicas y que los films de este tipo no son para todo el mundo. Ahí es cuando, como cinéfilos, le podemos perdonar ciertas pretensiones. Con poco diálogo (el necesario, en torno a la trama policial) y escenas de muertes teatralizadas, la película vendida como “la de más suspenso del año” tiene lo suyo para sobresalir. Una opción atípica dentro de la cartelera nacional ideal para los amantes del buen cine de aquellos años, incluso para aquellos fanáticos de los primeros slasher.
En 1986, Stephen King retrata desde el horror la infancia de fines de los años 50 en una de las mejores novelas jamás escritas. En 1990, Tommy Lee Wallace la llevaba a la televisión en formato miniserie, hecho que marcó un hito en la época y llevó al actor Tim Curry a darle vida a Pennywise, un personaje terrorífico que nadie olvidaría en el mundo de la cultura y el cine. Hoy llega el turno del audaz Andy Muschietti –Mamá (Mama, 2013)-, un argentino que se animó a despertar a un nuevo payaso diabólico en una adaptación muy personal del libro de King. El resultado es majestuoso. Lo que para King pasaba durante el verano de 1958, para el cineasta argentino fue más fácil llevarlo a 1989; esa facilidad pasa por ambientar los hechos en la misma época en la que creció. Las vivencias y experiencias (juegos, relaciones, amistades, miedos) de El Club de los Perdedores en la ficción, son propias de Muschietti por esos años, lo que propicia una representación y encarnación del miedo mucho más moderna y fresca, incluso con toques de humor. El equipo de los siete preadolescentes (un casting en donde no falla ninguno de los actores y donde la presencia de Finn Wolfhard potencia no sólo la dinámica entre ellos sino la totalidad de la trama) se enfrenta a una fuerza maligna que secuestra y devora a los niños del pueblo de Derry. Una criatura ancestral de otro mundo capaz de tomar diferentes formas, que ataca a la población cada 27 años. Mientras esta versión de It retrata sólo la infancia de los personajes, como quizá la encontremos en obras maestras como E.T., el Extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982) o Cuenta Conmigo (Stand by Me, 1986), se decidió hacer una segunda parte de la película que se centrará en la adultez de los mismos- haciendo honor al diálogo necesario entre dos líneas temporales que contiene la novela- al momento de reencontrarse para matar a “la cosa”. Más allá del enfoque y las diferencias entre libro y películas, la historia no pierde su esencia y pone el foco sobre lo más vital: los traumas de la niñez que aún perduran en la pubertad en medio de una trama policíaca y de suspenso con altas dosis de terror y violencia, y presenta una sociedad que, ante esto, decide mirar hacia otro lado como si nada pasara. Se nota la mano hábil de Muschietti a la hora de tomar decisiones de estilo, estética y construcción del villano, desde la creación física y gestual de una nueva versión de Pennywise hasta contar dentro del casting con el actor sueco Bill Skarsgård para interpretarlo, en un balance perfecto entre el rostro aniñado y la mirada siniestra; una grata sorpresa hasta para los más puristas de la novela. La It: Eso (It, 2017) de este año desembarca en los cines más que renovada desde la primera escena (la clásica en la que vemos al pequeño Georgie jugando en la lluvia con su barquito de papel dirigiéndose hacia la alcantarilla, hermosamente construida con un clima escalofriante y tenso). El film de Muschietti no se guarda nada y toda la potencia narrativa, visual y violenta del libro se hace presente todo el tiempo, mientras que la miniserie de los ’90, a pesar de calcar tal cual los diálogos, narraba la historia de manera solapada. En esta nueva versión vemos mutilaciones, torturas, signos de abuso sexual y violencia física. El talento de Muschietti para marcar una huella estilística y para crear climas ya quedó afianzado. It: Eso es mucho más que sólo una buena película de terror. Es una obra maestra que no se parece a ninguna otra. Es con seguridad uno de los mejores films de terror de todos los tiempos.
Dura de matar Hace tiempo ya que los personajes femeninos vienen dominando las grandes pantallas, convirtiéndose en un subgénero en sí mismo. No nos olvidemos de Ellen Ripley (Sigourney Weaver) en la saga Alien (1979-1997) o de Alice (Milla Jovovich) en Resident Evil (2002-2016). Mujeres de armas tomar que parecería que se rebelan contra el mundo todo. Charlize Theron fue una de ellas. En Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015) o afeada al extremo en Monster (2003). En todas se lució y nos recordó que no es sólo una cara bonita. En Atómica (Atomic Blonde, 2017), Theron es una toda una amazona: independiente, hábil, fuerte y sobre todo, una agente secreta experta en artes marciales. La película presenta el relato de Lorraine Broughton (Theron) luego de ser brutalmente golpeada en una pelea cuerpo a cuerpo. A partir de ese momento la historia nos ofrece una mezcla explosiva de talento, vestuario sugerente y la mejor música de los ’80 acompañando deliciosamente cada micro historia (Queen, New Order y Depeche Mode, entre otros). Es el año 1989 y el muro de Berlín está a punto de caer. Lorraine entrará en juego luego del asesinato de un agente para recuperar una lista secreta de nombres importantes. Con toques eróticos y siempre con la sensualidad a flor de piel, Atómica, de David Leitch -director de coreografías en John Wick (2014), doble de riesgo en películas varias y actualmente filmando Deadpool 2 (2018)-, no se anda con vueltas en un cine que no perdona. El cine de acción siempre pide a gritos que, sin necesidad de un guión brillante, al menos la parte estética, las peleas y los movimientos sean creíbles y sobre todo entretenidos. Por su parte, acompañan a la perfección dos actores cada vez más sólidos: James McAvoy -especialmente después de Fragmentado (Split, 2016)- y Sofia Boutella, luego de La Momia (The Mummy, 2017).
Hasta que la muerte nos separe Cuando hablamos de cine de terror, no es muy fácil despegarse de las películas provenientes de Estados Unidos, un país ya consolidado como la más potente industria cinematográfica del mundo. Luego está Japón, que hace años viene demostrando que puede producir obras maestras que son vistas por millones de personas. Pero también está Rusia, una región que a lo sumo tendrá unos diez films que marcaron un hito en este marco. Las primeras películas se filmaron allá por 1917 y luego, en la Unión Soviética, el género desapareció a raíz de políticas de gobierno prohibitivas. Sólo tuvo lugar en 1967 la adaptación de una novela corta de Nikolái Gógol, llamada Viy, Espíritu del Mal (Viy Вий ), de Konstantín Yershov. Posteriormente, se produjo más terror en el país con algunas pequeñas joyas que supieron ganarse su lugar; y hoy La Novia (Hebecta, 2017), de Svyatoslav Podgayevskiy, sorprende por un guión un tanto más acabado y mejor contado que la mayoría de las películas estadounidenses que llegan a Argentina. Imperio ruso, mediados del siglo XIX. Los muertos por enfermedades de la época se inmortalizaban en imágenes. La extraña tradición promulgaba pintarles ojos en los párpados a los seres queridos fallecidos y fotografiarlos. El resultado final sería una impresión gráfica en la que parecieran estar vivos. En 1839, un fotógrafo se dispone a hacer lo mismo con su amada, y las cosas no salen como lo esperaba. En la actualidad, una joven pareja se dirige al mismo pueblo donde se llevó a cabo el ritual y entrará en contacto con una atmósfera enrarecida de costumbres, hábitos y fotos que no parecen de este mundo. Podgayevskiy empezó con el pie derecho. Con la primera escena de la película ya introduce al espectador de lleno en un universo tenebroso, sin monstruos ni sangre pero con una factura técnica y un potencial artístico elogiables. El cuidado de lo estético, la adaptación de época, el trabajo de arte en el set y los recursos de fotografía hacen que La Novia no tenga nada que envidiarle a Hollywood. Si bien conserva los rasgos típicos de una película del género, en varias ocasiones se nota su corrimiento de los cánones estadounidenses. Por su parte, el estilo gótico y ciertos elementos que recuerdan al expresionismo alemán son la huella distintiva de estos escenarios sórdidos por los que transcurre el film. Al mejor estilo Huye (Get Out, 2017), el novio lleva a Nastya (Victoria Agalakova), su pareja, a la casa de su familia. Los parientes del susodicho son por demás extraños y la chica comienza a percibir que las cosas salen de lo normal y que algo oscuro se aproxima. En este proceso es cuando empezamos a ver alguna que otra falla en el guión, por más mínima que sea y lo insípido de los actores. A pesar de que la trama se aborde de manera satisfactoria y acorde, el descenlace –que no carece de fuerza propia– se ve afectado por algunos detalles innecesarios y por una cierta tontera de parte de los personajes protagonistas. Inspirándose, en cierta forma, en el terror de Blumhouse (actualmente uno de los estudios del género más importantes de Hollywood), el director parece no haber dejado al azar una idea clara en La Novia: en Rusia a las mujeres se les inculca la necesidad de casarse más que cualquier otra cosa en la vida. Y esto, más que una ceremonia feliz, se parece más a un funeral.
Sálvese quien pueda Esta más que comprobado que Álex de la Iglesia es un autor, y no porque haya hecho películas con temáticas que nunca nadie hizo, sino porque las piensa y las filma de una forma magistral. El Bar (2017) es una prueba más de que no ha perdido la magia. Son las nueve de la mañana y un grupo de personas desayuna tranquilamente en una clásica confitería en plena Madrid vertiginosa. Apurado, uno de ellos sale del lugar y recibe un disparo en la cabeza que lo deja muerto en plena vía pública. A partir de ese momento, una típica jornada en la vida de los testigos del bar se tornará un infierno; hecho que para el espectador será más que atrapante. ¿Alex de la Iglesia se sigue repitiendo así mismo? Y sí. Y es lógico… porque le sigue yendo bien. Un autor de su talla siempre tiene ese haz en la manga. Su peculiar modo de ver el mundo siempre le jugó a favor a la hora de la creatividad. Sus films giran en torno a las miserias humanas, las mochilas que cargamos sobre los hombros y cómo nos las ingeniamos para vivir con ellas. Y esto es fascinante, porque las presenta de una forma inteligente y lúcida. Sumado a eso, la claustrofobia, el temor a lo desconocido (y a los desconocidos), la paranoia generalizada, la invasión de la tecnología y los dilemas morales son el caldo de cultivo para unos diálogos deliciosos en un escenario más micro, donde comienza a desatarse la antesala del apocalipsis. Lo exagerado, lo llevado al extremo, a De la Iglesia le sale tan bien… Veremos personajes bien estereotipados: un hipster con su tablet desconectado del mundo, una joven mujer que busca a su príncipe azul, un mendigo que esboza párrafos de la Biblia y es tomado por loco, un oficinista cuyo maletín contiene elementos de los que no está orgulloso. Luego están la malhumorada dueña del bar y su empleado, y una adicta a las máquinas tragamonedas. Cada uno, a modo de juego, tendrá que ir sorteando etapas en las que se verán cada vez más expuestos y vulnerables, hasta llegar a una especie de purgatorio, representado metafóricamente de forma excelente. Éste es un nuevo híbrido del director de la siempre sobresaliente Balada Triste de Trompeta (2010): tragicomedia, suspenso y terror. Caos y prolijidad a la vez. Oscuridad y delirio al mismo tiempo. Imposible ser indiferente a aquella mezcla y no quedar atrapados en el “berengenal”.
Antiheroína violenta y seductora Luego de encarnar papeles secundarios en Carancho (2009) y El Hombre de Al Lado (2009), entre otros, la paraguaya Loren Acuña es toda una “mujerota” de armas tomar, sensualidad y carisma en Madraza (2017), opera prima de Hernán Aguilar. Aquí la podemos disfrutar en su máximo esplendor interpretando a una madre adoptiva, esposa vengativa y prototipo de mujer para un comisario un poco veterano pero inteligente. Una combinación que parece perfecta para una actriz en ascenso. Matilde, una ama de casa común y silvestre, acaba de ver cómo dos malvivientes asesinaron a su esposo en plena vía pública. El hecho la deja paralizada primero, para luego irse transformando, en un contexto de profunda inseguridad, corrupción y traición, en una fría sicaria, profesión que la ayuda a salir de su miseria económica (y emocional). Acuña, en un principio un poco acartonada, va construyendo un personaje que no es fácil de encarar. Ese “acartonamiento” le vino al pelo para meterse en un personaje femenino que llega al extremo, pero que también -en algunas escenas- puede brindar una sonrisa cálida, un abrazo o un beso. La película de Aguilar reúne varios elementos por demás interesantes: alto impacto visual en los momentos de pura acción, comedia negra y una trama policial irregular que se apoya fundamentalmente en los personajes de un Gustavo Garzón imperdible y un Osmar Núñez que ha tenido tiempos mejores. En Madraza también podemos encontrar ese tinte espectacular de los films de Robert Rodriguez, por su trabajada corrección de color que realza los colores primarios, y además una clara sátira de los tiempos que corren, que pasea por la moral, el discurso de denuncia social y el realismo crudo. Pese a su discurso costumbrista, idiosincrásico y estereotipado en sus personajes -emblema de muchas producciones nacionales-, Madraza no se vuelca a la exacerbación de todo esto ni al grotesco, sino que es más independiente en sus formas y logra dejar un sorpresivo sabor agridulce.
Temple de acero Un remoto lugar en La Havana, Cuba, fue el escenario que eligió el director irlandés Paddy Breathnach para relatar con planos genéricos pero potentes una extraordinaria historia real de la que fue testigo en uno de sus viajes: Jesús (Héctor Medina) es un chico que todos los sábados se convierte en Viva (2015). El joven es peluquero y su vida está signada por la desesperación y las ansias de libertad (tanto emocional como física). Se la rebusca como puede para mantener su humilde hogar y asiste a un club de drag queens donde trabaja principalmente para Mama (Luis Alberto García), una especie de tutor y consejero. Pero el verdadero objetivo de Jesús, a la larga, es convertirse en un artista y deslumbrar al público. Cuando por fin se anima a subir al escenario, aparece sorpresivamente su padre (Luis Perugorría), desaparecido durante años, que se convertirá en el mayor de sus problemas. Como era de esperarse, su progenitor no acepta la voluntad de su hijo de ser un actor travesti, y es aquí donde comienza una relación de tensión y violencia que signará casi toda la película. Por su parte, entre pelucas femeninas, corsets y pestañas postizas, Breathnach va construyendo de a poco el universo de Jesús (con un amplio registro actoral que se disfruta con cada gesto), donde los componentes masculinos van teniendo cada vez menos trascendencia. Los silencios, un ritmo lento pero preciso y una banda sonora compuesta por canciones de Cacho Castaña, Rosita Fornés y Massiel se convierten en exquisitos acompañamientos para el retrato de una infancia desmoronada (como La Havana misma) por el vacío emocional y la pobreza, pero también vitales para el surgimiento de la figura de Viva -representada siempre con los colores rosa y blanco- como elemento esperanzador. Luego de participar en varios festivales internacionales (Sundance, Telluride, Sydney, entre otros) y de haber sido seleccionada para representar a Irlanda en la 88va edición de los Premios Oscar, Viva -que tiene como productor ejecutivo a un personaje más que representativo de la cultura latinoamericana: Benicio del Toro- se presenta desvergonzada, directa y llena de vida a pesar de su cargado relato sobre la desolación. A esta altura ya podemos decir que este retrato del artista travesti cubano es todo un hecho artístico.
Paseo inmoral Es innegable que en el cine el famoso subgénero de la violencia y el acoso sexual no es para todos lo públicos, pero también es innegable que, por más desagradable que parezca, no lo dejamos de consumir. En los últimos años se popularizó aun más este estilo de películas y se constituyó en dos vertientes muy claras: la que aspira más a lo detectivesco, la figura de la criminalidad y la culpabilidad ante la justicia; y aquella que refleja lo psicológico, lo primitivo e instintivo, que puede ir desde el snuff (videos caseros reales de asesinatos, violaciones, torturas y hasta necrofilia) hasta historias completamente ficcionalizadas. Cuando hablamos de El Cadáver de Anna Fritz (2015) nos referimos al segundo aspecto. La mujer en cuestión (una muy correcta Alba Ribas) es una bella y conocida actriz que un día es hallada muerta en la suite de un hotel. Su cuerpo es llevado a la morgue donde trabaja Pau (Albert Carbó), quien se nos presenta como un ferviente admirador de los cuerpos desnudos de las mujeres fallecidas que entran al lugar. Cuando Pau descubre que Anna Fritz es ingresada a su lugar de trabajo, convoca a sus amigos para darles la buena nueva: una de las artistas más famosas y sexies del momento se encuentra a entera disposición para ellos. Y aquí es donde comienza un camino que no tendrá retorno para los amigos. Después de abusar sexualmente de ella, una serie de hechos desafortunados serán los verdaderos protagonistas de esta historia. Poco más de 70 minutos es la duración ideal para éste, el primer largometraje de Héctor Hernández Vicens, un realizador más fogueado en series para TV. Los aciertos de su película son varios: una producción artesanal que se rodó casi en su totalidad en un único set (la morgue de un hospital) y con sólo cuatro actores en escena, que se vuelven cada vez más ínfimos en un entorno tenso y angustiante, en el que la muerte les pisa los talones constantemente. Tres personajes representando a un “villano” particular; aquel que ejerce la maldad incluso sin querer hacerlo del todo; para el caso un perfil muy diferente al del violador serial. Para lograr ese tipo de maldad (simple y básica), Vicens eligió a unos personajes del mismo calibre: clase media-baja, nivel cultural medio-bajo, nivel ético medio-bajo. Salvo por la inverosimilitud de algunas escenas de pleno acoso sexual al cuerpo, El Cadáver de Anna Fritz nos podría recordar perfectamente a Deadgirl (2009) o a Escupiré sobre tu Tumba (I Spit on Your Grave, 2010). El film de Vicens está en el medio de ambas, entre el encuentro con un cuerpo casi muerto y el abuso como elemento de poder hacia el otro hasta dejarlo al borde de la muerte. En una película de estas características, hay una delgada línea entre la inmadurez de sus personajes masculinos y sus niveles de perversión. Después de haber recorrido importantes festivales internacionales y de haberse proyectado en Argentina este año en Espanoramas (muestra de cine que reúne lo mejor de las producciones españolas), El Cadáver de Anna Fritz es un ejemplo de que, al menos para los consumidores del subgénero, lo desagradable se puede convertir en algo magníficamente contado.
Ensayo sobre la argentinidad Campaña Antiargentina (2014) es desopilante por donde se la mire. Esta comedia por demás brillante de Alejandro Parysow (destacado editor de grandes películas nacionales como Aballay y musicalizador de exitosas tiras de televisión), nos lleva a una historia que podría ser perfectamente real: la locura, la obsesión, el legado familiar; lo que convertiría a este film en un buen drama. Pero Campaña Antiargentina va más allá. Con toque paródico, la película se plantea la existencia de una supuesta Logia que quiere destruir la Argentina barriendo con nuestros emblemas (el churro casero en realidad no es nuestro, nuestra bandera heredó sus colores de la Corona Española, etc.) Un planteo ridículo- en el buen sentido- de toda una conspiración de masones que asesinaron a Carlos Gardel y le inventaron el doping a Diego Maradona. Esta historia involucra a Leo J (Juan Gil Navarro), actor y cantante cheto que hereda una enorme mansión. Revolviendo viejos trastos, encuentra documentos referentes a esta campaña. A partir de allí, la existencia de Leo se vuelve cada vez más dramática y se plaga de eventos desafortunados. Con testimonios desopilantes de Adrián Suar y Andy Kusnetzoff, y con Fernando Spiner cambiando su nombre, el film de Parysow suma muchos puntos a su favor. Es evidente, además, la mano de Pablo Marchetti (director de la Revista Barcelona) en el guión. Un tipo de humor tan peculiar como éste tenía un responsable al fin y al cabo. La propuesta aquí entonces es “pasear” al espectador por ese mar de dudas del personaje e ironizar sobre las contradicciones de la idiosincrasia argentina. Una oferta ácida en un festival íntegramente nacional. Un acierto para quien decida verla.
Detrás de las paredes Ante todo, es necesario aclarar que La Resurrección del Mal (Havenhurst, 2016) es una clara y perfecta mezcla entre El Juego del Miedo (Saw, 2004) y Hostel (2005). En toda la “espectacularidad” que nos brinda (los logrados sets de filmación y efectos visuales), la película de Andrew C. Erin no plantea nada nuevo. Su guión ya fue escrito y desarrollado en otros films, pero aun así tiene elementos atractivos que mantienen al espectador cautivo. Havenhurst es un viejo complejo de departamentos de estilo gótico, en el corazón del distrito histórico Tudor de la ciudad de Nueva York, que alberga a más de 3.000 residentes necesitados de ayuda social. La única regla para vivir allí es llevar una vida decente. Jackie (Julie Benz) es una ex adicta al alcohol recién rehabilitada, que hereda la misma habitación que su amiga desaparecida Danielle (Danielle Harris). Allí radica el misterio: ¿Qué le pasó a ella? ¿Dónde está? ¿Por qué se fue? Con la ayuda de un detective amigo (Josh Stamberg) y una niña solitaria (Belle Shouse) que vive bajo la sombra de su padrastro, Jackie tiene un doble desafío que encarar: por un lado, vencer a sus demonios internos que la atormentan todas las noches; por el otro, descubrir más acerca de su misterioso y nuevo hogar. No podría decirse que La Resurrección del Mal es sólo una película de horror. Tiene mucho de thriller psicológico, suspenso y buenos toques de gore. Atrapa además por su ritmo bien llevado y un trabajo actoral correcto, destacándose por demás Fionnula Flanagan con su particular expresión que pudimos disfrutar en films como Los Otros (The Others, 2001). La película, que tiene la duración justa para su género híbrido, no será lo mejor del año, pero sin dudas resultará interesante para los fans del cine de horror más pochoclero, aunque no cae en ese terror tonto y predecible del que tanto estamos acostumbrados. La Resurrección del Mal -por suerte- es una película más “inteligente” que lleva al espectador por otros caminos; algunos más relacionados con lo sugestivo, otros más literales. El resultado es un film inquietante.