El cineasta Juan Sasiaín dirige y protagoniza Traslasierra. En su tercera película cuenta la historia de un artista que busca, mediante un viaje a su pasado, reencontrar su rumbo. La trama se centra en Martín (personaje interpretado por Juan Sasiaín), un joven titiritero que retorna a su pueblo natal junto a su novia, Julieta (Ananda Troconis). Allí lo espera su padre, Rufi, quien parece estar despidiéndose de la vida. El protagonista también se reencuentra en aquel lugar con su vieja amiga Coqui (Guadalupe Docampo), con quien parece tener una historia (amorosa) no resulta. Al igual que en sus anteriores películas (La Tigra, Chaco y Choele), Juan Sasiaín cuenta la historia de un joven que regresa a su lugar de nacimiento para reencontrarse (y reconectar) con su padre, rol interpretado en esta ocasión por el fallecido titiritero Rufino Martínez. Su progenitor, quien parece estar acomodando todo para su cercana partida, hará lo posible para aconsejar y guiar al joven en la dicotomía que le genera su relación actual y su pasado (y posible futuro) con Coqui. Traslasierra es una película sencilla que va directo al grano, no tiene grandes sobresaltos. Todos los inconvenientes se plantean desde un comienzo y, cada uno de ellos, logra tener una resolución hacia el final. Los personajes –a excepción de Julieta– cuentan con el desarrollo justo y necesario que permite comprender el actuar de cada uno. Finalmente Traslasierra es una película de reencuentros y de autodescubrimiento. También de dudas y de miedos. Pero, principalmente, es una historia de amor. Y no sólo en el aspecto de relación romántica. La trama también pone énfasis en el amor al arte y a la familia, y a la importancia de reconectar con ambos puntos.
La leyenda de La Llorona se traslada a la pantalla grande en La maldición de La Llorona, la nueva película perteneciente al universo de El Conjuro. El director James Wan revivió parte del género de terror de la última década –aunque también podemos destacar la gore El juego del miedo, realizada en 2004–. Tanto La noche del demonio como El Conjuro, trajeron un aire fresco al género. Ambas presentaban propuestas originales y bien realizadas (al menos la primera entrega de ambas, las otras podemos obviarlas). Es el éxito de El conjuro lo que llevó a explotar al máximo el producto, creando un universo al respecto: Anabelle, La monja y ahora La maldición de La Llorona, esta última a cargo de Michael Chaves. Muchas versiones se crearon respecto a quién fue realmente La llorona. Esta entrega cuenta la historia de una mujer que, en un arrebato de celos tras descubrir a su marido siéndole infiel con una chica más joven, ahogó a sus propios hijos en un río y luego, al percatarse del acto que cometió, se quitó la vida. Su espíritu quedó vagando en un plano terrenal, en busca de otros niños que reemplacen a los suyos. Luego de ese prólogo, la película salta a Los Ángeles en la década de los 70. Anna (Linda Cardellini), una viuda que trabaja como asistente social, rescata a dos niños de su madre, Patricia Alvarez (Patricia Velásquez), quien los encerró en un armario como supuesta protección a un espíritu maligno. Los chicos son enviados a un orfanato y, pese a la promesa de Anna de que estaránn a salvo, finalmente mueren esa misma noche. La protagonista de esta historia tiene dos hijos pequeños (Sam y Chris, interpretados por Jaynee-Lynne Kinchen y Roman Christou). El ya mencionado espectro (una mujer con ojos amarillos, que llora lágrimas negras y que porta un vestido de novia), comenzará a acechar a estos dos chicos y hará lo posible para que sean suyos. Como era de esperar, La maldición de La Llorona no está exenta de decenas de clisés. La película construirá su clima de terror entre apariciones repentinas, puertas y ventanas que se abren y se cierran de golpe, canillas que gotean, sombras sospechosas, y algún que otro lugar común tan típico de este género (y de este extraño universo). Las actuaciones son una de las pocas cosas (¿o debería decir lo único?) que se puede rescatar plenamente de esta película. La química entre Anna y sus hijos es eficaz y creíble. Otra cuestión positiva podría ser la presencia de Rafael Olvera (Raymond Cruz), un sacerdote “poco ortodoxo” que aporta alguna que otra risa –aunque el guion lo obliga a aparecer y desaparecer cada vez que es conveniente para la trama–. El guion no logra ser congruente, sobre todo en lo que respecta al espectro maligno, el cual es capaz de desafiar las leyes de la física cuando así lo requiere la trama. “Pese a ser una película de terror, en ningún momento genera miedo en el espectador. Esto se debe, en parte, al mal logrado CGI de La llorona que resulta exagerado y no deja nada librado a la imaginación”.
El mítico personaje Hellboy regresa a la pantalla grande, esta vez de la mano de Neil Marshall. En esta nueva adaptación, es el actor David Harbour quien se encarga de ponerse en la piel de este “chico del infierno”. En los años 2004 y 2008, el mexicano Guillermo del Toro tomó el toro por las astas (valga la redundancia) y se hizo cargo de Hellboy, el mítico personaje creado por Mike Mignola. Más allá de esas dos entregas en pantalla grande, la novela gráfica contó con otras adaptaciones: dibujos animados para televisión y videojuegos para consolas. En Hellboy es Neil Marshall (El descenso) quien vuelve a darle vida a este personaje. A diferencia de las entregas realizadas por Guillermo del Toro, Hellboy, es una propuesta más oscura y sangrienta que sus antecesoras. Mientras que las realizadas por el mexicano eran para mayores de 13 años, ésta nueva película es apta para mayores de 16. Esto es algo que posiblemente impacte en el número de espectadores, ya que, pese a su violencia explícita en diversas escenas, la trama parece estar destinada principalmente a adolescentes. La historia nos sitúa, en un principio, en el Siglo VI. Allí, la temible bruja Nimue (Milla Jovovich) finalmente es derrotada a manos del mago Merlín y del Rey Arturo. Debido a su infalible poder, su cuerpo es cortado en trozos y estos trozos son escondidos en distintas partes del reino. Salto temporal, la historia pasa a situarse en la época actual. La “reina de la sangre” regresa a la vida con sed de venganza. Ahora Hellboy, por encargo de la Oficina de Investigación y Defensa Paranormal, deberá enfrentarse a la hechicera y así evitar un futuro apocalíptico. Pese a que la trama se focaliza en la lucha interna de Hellboy –descifrar si es el monstruo que todos dicen o si, finalmente, es bueno de corazón–, la trama en todo momento es predecible. La presencia de Nimue nunca representa una verdadera amenaza para el protagonista (o siquiera para la humanidad). Pese a que el guion se enfoca en remarcar todo el tiempo que Hellboy es un “chico malo”, sus acciones demuestran a cada instante que esto no es real, por lo que se termina anulando cualquier peligro por parte de la hechicera o del mismo Hellboy. Si bien la película resulta mínimamente entretenida (y si somos un poco buenos podemos hasta decir que algunas escenas son atrapantes), se queda sólo en algo superfluo. La trama va y viene entre la pelea contra Nimue, el pasado de Hellboy y las verdaderas intenciones de éste (al menos con respecto al futuro del mundo). Estas cuestiones (principalmente las dos últimas) resultan banales para una trama que parece tener como único objetivo una especie de pseudo-gore.
El estadounidense David F. Sandberg (Cuando las luces se apagan, Annabelle 2) se aleja del género de terror y se une al universo de los superhéroes con ¡Shazam!, la nueva apuesta de DC. Luego de la magnífica trilogía de Batman a manos de Christopher Nolan (aunque deberíamos hacer a un lado El Caballero de la noche asciende), el universo cinematográfico de DC fue cayendo estrepitosamente. Desde el gran fracaso que significó Batman vs Superman, hasta la un poco mejor lograda Aquaman, DC siempre había apuntado a historias más serias y profundas. En ¡Shazam!, deja la sobriedad de lado y apuesta, al igual que el Universo Cinematográfico de Marvel, al humor. La historia gira en torno a Billy Batson (Asher Angel), un joven de 14 años que, tras escaparse de diversas familias adoptivas (su madre lo abandonó cuando era apenas un nene), cae en un nuevo hogar de acogida, esta vez compuesto por otros cinco “hermanos”. Un día, durante un viaje en subte, termina en una especie de calabozo, donde un anciano le asegura que es el heredero perfecto para portar el poder de Shazam. Desde ese momento, cada vez que el protagonista diga la palabra mágica (Shazam) pasará a convertirse en una versión adulta de sí mismo (esta vez interpretado por Zachary Levi), pero repleta de superpoderes al mejor estilo Superman: puede volar, lanzar rayos laser, tiene superfuerza y es inmune a las balas. Como toda película de superhéroes, la trama cuenta con un supervillano. Esta vez el rol recae en Dr. Sivana (Mark Strong), un adulto resentido que de niño fue rechazado para recibir los poderes de Shazam y que ahora, con los siete pecados capitales acompañándolo en ocasionar caos en la ciudad, busca venganza. Como ocurrió con Deadpool, ¡Shazam! es una película que podrán disfrutar tanto los fanáticos de los superhéroes, como aquellos ajenos a este universo. También podrán disfrutarla desde los más jóvenes, hasta el público adulto. ¡Shazam! es una propuesta fresca, sobre todo si lo comparamos con lo que nos venía presentando DC. La película genera risas (casi) constantemente, pese a contar con un humor bastante básico y trillado. Como no todo lo que brilla es oro, el film también tiene puntos flojos. En esta ocasión uno de los errores más notorios cae en el CGI. Los siete pecados capitales resultan extraños a la vista. La figura de estos no termina de convencer: se sienten demasiado artificiales -algo irónico si nos basamos en que es una película de gente con poderes sobrenaturales–. Aun así, esto queda en un plano completamente secundario y no llega a opacar lo logrado. Si bien es una (otra) película sobre un superhéroe, la trama no está focalizada en el héroe que tiene que salvar el mundo de un villano -aunque obviamente esta película no es la excepción a esa regla–. ¡Shazam! se enfoca, principalmente, en los valores de la familia y la importancia de estos lazos. Al fin y al cabo Billy Batson no es más que un chico de 14 años abandonado por sus padres biológicos, pero acogido por una familia adoptiva capaz de brindarle todo el amor y apoyo que le faltó.
Luego de la exitosa ¡Huye!, el cineasta estadounidense Jordan Peele vuelve al terror psicológico con Nosotros, una película protagonizada por Lupita Nyong’o que rememora a Funny Games en un comienzo, pero que termina perdiéndose hacia el final. La historia se inicia en 1986, en una playa de Santa Cruz, California. Un matrimonio y su pequeña hija disfrutan de sus vacaciones de verano. En determinado momento, la pequeña Adelaide se separa de ellos y termina en un laberinto de espejos, donde se topa con su doble, algo que le genera (lógicamente) un trauma. Ya en el presente, la protagonista (interpretada por Lupita Nyong’o) vuelve a aquellas playas, esta vez acompañada de su marido Gabe (Winston Duke) y sus dos hijos: Zora (Shahadi Wright Joseph) y Jason (Evan Alex). A diferencia de la mayoría de las películas de terror, Peele nos anticipa que algo anda mal. Adelaide está en constante alerta y teme que nuevamente ocurra algo trágico. No pasa mucho tiempo cuando el clan familiar se topa con una sorpresa no muy agradable: cuatro sujetos ingresan a su casa. Aunque, ese no resulta ser el mayor problema sino que los “malhechores” en cuestión resultan ser personas idénticas a ellos. Pese a sus más de 120 minutos de duración, la película en ningún momento se torna pesada o aburrida. Jordan Peele logra sostener en todo momento un clima de suspenso, que mantiene tenso al espectador hasta el último minuto. La música cumple un rol fundamental para que esto sea posible. Mientras que en algunos momentos prevalece sólo el sonido ambiente que ayuda a realzar el terror de los protagonistas, en otros suena una música potente y dramática que anticipa que algo malo está a punto de suceder. La comedia también es un punto clave en esta nueva cinta de Peele. Si bien en los primeros minutos los chistes suenan forzados y comunes, terminan acoplándose a la trama y generando carcajadas, aun en los instantes de máxima tensión. En este aspecto también es de gran ayuda la musicalización. Escenas sangrientas pasan a ser tragicómicas a causa de la música de fondo. El director estadounidense termina creando escenas bizarras que logran asustar y hacer reír al mismo instante. Las actuaciones también son un punto que vale la pena destacar. Si bien la película funciona en muchos aspectos, no sería lo mismo sin estas interpretaciones. Lupita Nyong’o una vez más logra sorprender (¿o a esta altura ya nos tiene acostumbrados?) y destacar sobre el resto. Genera asombro ver cómo puede interpretar a dos personajes tan opuestos y desenvolverse tan bien en ambos casos. Sus compañeros de elenco también están bien en sus respectivos papeles, pero ninguna hace algo tan memorable como lo de Nyong’o. Como ya ocurrió en ¡Huye!, la trama cuenta con varios giros argumentales. Algunos de estos están realizados de una manera eficaz y logran sorprender al espectador. Otros, en cambio, generan desconcierto. Esto se hace notorio en la última escena, donde Peele agrega un nuevo plot twist que, por desgracia, hace que el sentido que había logrado obtener la película se vaya por la borda. Esta última escena -algo pretenciosa y tirada de los pelos– deja sin efecto lo previamente explicado. Aquellas cuestiones fundamentalistas que había logrado plantear Peele (y que podían hacer que el espectador se cuestione luego de finalizada la película) se ven afectadas por el final. La motivación de los “villanos” también queda nula por este motivo. Más allá del fallido último plot twist (aunque asimismo a causa de éste), el guión -también a cargo de Jordan Peele- deja varias cuestiones inconclusas. Pese a esto, la cinta impacta y cumple con el objetivo de perturbar al espectador.
Luego de apostar el año pasado por Pantera Negra (primer superhéroe negro de la franquicia), Marvel continúa con la línea de corrección política y pone sus fichas en Capitana Marvel, la primera película de este universo cinematográfico en ser protagonizada por una mujer. Desde que se anunció su rodaje, la película no estuvo exenta de cientos de críticas. Sectores retrógrados (principalmente hombres fanáticos de los cómics y antifeministas) cuestionaron absolutamente todo, aun cuando ni siquiera se había estrenado un tráiler. Parece que el hecho de tener una superheroína al frente molestó a más de uno. Para tranquilidad de este sector (nótese el sarcasmo), Capitana Marvel no cuenta con un mensaje feminista explícito, pero sí rompe con ciertos clichés en cuestiones de género que destacaban en este tipo de entregas. Capitana Marvel se sitúa en los años noventa -previo a todo lo acontecido en Los Vengadores, Iron Man, Capitán América, Thor, etc-. Brie Larson se pone en la piel de Carol Danvers (mejor conocida como Vers), una guerrera Kree -una raza de “nobles guerreros” liderada por Yon-Rogg (Jude Law)-, que se dedica a aniquilar a los peligrosos Skrulls, una especie de alienígenas verdes capaces de convertirse en cualquier cosa que tenga ADN. Tras un enfrentamiento con estos bichos intergalácticos, la heroína termina en el planeta Tierra (o como es mencionado en la película, Planeta C-53). Una vez en este planeta, la protagonista formará equipo con el agente Nick Fury (un Samuel L. Jackson rejuvenecido mediante CGI, del cual se nos permitirá conocer más su historia), con el que luchará para atrapar a los Skrulls que se infiltraron en la Tierra. Vers, además, deberá hacer frente a imágenes de un pasado que no logra recordar, pero que invaden su mente a cada momento. Todo parece indicar que la joven ya estuvo en el Planeta C-53. Es así que comenzará un viaje para descubrir la verdad sobre su pasado y quién es realmente. Pese a ser la primera película de este universo en ser protagonizada íntegramente por una mujer, Capitana Marvel no tiene un mensaje feminista como eje central. Aun así, consigue romper ciertos estereotipos que caracterizaban a estos personajes. Partiendo desde lo básico, el personaje no cuenta con uno de los tradicionales trajes de superheroína en donde sólo se busca sexualizar la figura de la mujer. Tampoco se la cuestiona por su sexo: ella es fuerte y punto, nadie pone en duda su capacidad (ni en cuanto a su accionar, ni en cuanto a su combate). En las películas de superhéroes, los protagonistas suelen tener una principal motivación: un interés romántico. Capitana Marvel se aleja de este molde (¡por fin!) y no cuenta con un romance forzado de fondo. El actuar de esta heroína se basa, pura y exclusivamente, en un autodescubrimiento personal. Sus motivaciones no se deben a una relación romántica -como sí ocurrió con el caso de Mujer Maravilla en DC-. Marvel, en esta ocasión, hace a un lado el cliché del amor romántico (siempre heterosexual, cabe destacar). Carol se apoya en sí misma, no necesita de alguien (un hombre) que le diga palabras de aliento para poder destruir a los villanos y tener el tan anhelado final feliz junto a su amado. A diferencia de películas como Deadpool (que todo tipo de espectadores puede disfrutar), Capitana Marvel es una película hecha para los amantes de los superhéroes. Las escenas de acción son divertidas, dinámicas y, como viene siendo costumbre en el UCM, acompañadas por una gran banda sonora. El humor en esta ocasión es algo soso, pero funciona de forma eficaz. Luego del éxito de Guardianes de la Galaxia, Marvel comenzó a explotar más este aspecto dentro de sus películas -inclusive en Thor (¿¿??)-. Por suerte entendieron que no todos los personajes de esta franquicia destacan por ser cómicos. Si bien en Capitana Marvel se recurre a chistes básicos, estos son colocados en el momento justo y consiguen el efecto deseado: la risa del público.
La argentina Nadina Marquisio y la colombiana Laura Martínez Duque presentan Juntas, un documental con tintes poéticos sobre la primera pareja de mujeres en contraer matrimonio en Latinoamérica. La película cuenta la historia de Norma Castillo y Ramona “Cachita” Arévalo, quienes se convirtieron en la primera pareja de mujeres en contraer matrimonio en América Latina. Aunque una es oriunda de Uruguay y la otra de Argentina, se conocieron (e iniciaron su romance) a fines de los ochenta en Pivijay, uno de los municipios de Colombia. Luego de permanecer por varios años en aquellas tierras, viajaron a la Argentina. A sus 68 años, en el año 2011, lograron formalizar su amor mediante la Ley de Matrimonio Igualitario. Juntas pasa de ser un simple documental a convertirse en una especie de road movie. Nadina Marquisio y Laura Martínez Duque llevan nuevamente a Norma y “Cachita” a la costa del Caribe. Tras largos recorridos en rutas y diversas caminatas, esta pareja de sexagenarias revive, una vez más, todos aquellos recuerdos que vivieron hace ya más de tres décadas, pero que permanecen intactos en su memoria. Juntas se aleja de los tópicos que hay dentro del género documental. No está hecho con una finalidad informativa ni pedagógica, las cineastas simplemente se enfocan en mostrar una historia de amor. Lo único que mantienen de este género, es la utilización de la voz en off. Las protagonistas cuentan su historia, en general, mediante este recurso, aunque los relatos se expresan de una forma casi poética. La historia tampoco se inclina por el tinte político, pese a que las protagonistas son referentes de la lucha a favor del matrimonio igualitario. Este es un costado que no debería obviarse, ya que la lucha por la conquista de este derecho es meramente política. No se puede pasar por alto que el activismo LGTBI que surgió en Argentina fue clave para el impulso de la conquista de derechos de esta comunidad en otros países de la región. La trama de Juntas no tiene un hilo conductor concreto. Pese a ser un documental, las directoras simplemente se dedican a mostrar de una forma casi poética la relación de las protagonistas. El aspecto político es dejado prácticamente de lado, pese a su importancia. La historia por momentos pierde su rumbo, y ni el diálogo ni la fotografía son aprovechados para aportar más a la historia.
Los cineastas Mauricio Halek y Germán Touza presentan Guerrero de norte y sur, un documental que cuenta la historia de un bailarín que busca ser el próximo campeón del Festival Nacional de Malambo. La historia se centra en Facundo Arteaga, un bailarín de 35 años con un objetivo claro entre ceja y ceja: ser el próximo campeón del Festival Nacional de Malambo. El hombre divide su tiempo entre el cuidado de sus hijos, los quehaceres en el campo, dar clases de baile y, en sus ratos libres, prepararse para la competencia. Él quiere ser campeón a toda costa, aunque eso signifique no volver a competir jamás, ya que quien gana el torneo no puede volver a inscribirse. A través del relato en off, Facundo Arteaga nos narra su historia: comenzó a bailar cuando tenía sólo 11 años de edad. Ya mayor, dejó de “zapatear” (como le gusta decir a él) durante casi seis años. Cuenta que constantemente buscaba excusas para no volver, aunque su amor por este tipo de danza folclórica y su sueño por ser el campeón pudo más. Guerrero de norte y sur cuenta con poco diálogo en general. Predomina lo relatado en off. También los largos silencios, en donde sólo se puede apreciar alguna canción extradiegética. Las conversaciones que mantiene con los otros personajes no son relevantes. Acá sólo importa su historia en cuanto al baile y su preparación (tanto física como mental) para aquella competencia. La cámara sigue constantemente al protagonista de esta historia. El foco está puesto en él y no se corre nunca de ahí. Como si no se quisiera invadir su espacio personal, se lo sigue casi siempre de espaldas (sobre todo en aquellos momentos en donde lleva a cabo su rutina). Se capta su día a día: Facundo Arteaga desayuna junto a sus hijos, lleva al mayor al colegio, de clases de baile, y luego dedica su tiempo a entrenarse para el Festival. En las ocasiones en las que se sigue la rutina de Arteaga, las tomas son más desprolijas. Están poco cuidadas y, muchas veces, no muestran nada en concreto. Parece que alguien agarró una cámara y se puso a filmar porque sí, sin querer focalizar en nada en particular. En cambio, cuando se apunta al baile del protagonista, las tomas son cuidadosas y detallistas. Se hace énfasis en los pies de éste y en su temple.
El cineasta peruano Óscar Catacora presenta Wiñaypacha, la primera película hecha íntegramente en lengua aimara. Esta ópera prima cuenta la historia de dos ancianos y el abandono que los rodea. Wiñaypacha cuenta la historia de Willka (Vicente Catacora) y Phaxsi (Rosa Nina), una pareja de ancianos aimaras que viven a más de cinco mil metros sobre el nivel del mar. Alejados de cualquier atisbo de sociedad, estos octogenarios conviven en una casa construida a base de piedras y paja. Acompañados de un perro (al cual llaman Wawa), unas cuentas ovejas y una llama, este matrimonio dedica su tiempo a tejer, labrar la tierra y cocinar. Willka y Phaxsi parecen tener un único anhelo: el regreso de su hijo Antuku (en idioma aimara significa “estrella que ya no brilla”), que un día se fue a la gran ciudad y nunca regresó. Ella sueña (literalmente hablando) con el regreso de este ¿joven? Con una angustia latente pregunta: “¿Qué hemos hecho para que nos abandone?”, a lo que su marido responde: “Tal vez no sepa que aún estamos vivos”. Una de las escenas más conmovedoras que enmarca este deseo por reencontrarse con su hijo es cuando ella, entre sueños, escucha el llanto de un bebé. La película parece hacer un quiebre entre lo real y lo onírico, hasta que el esposo la despierta de aquel mundo de fantasías (¿o pesadilla?) y ella instantáneamente toca lo que parece ser el feto disecado de un animal. En ese instante el llanto cesa por completo y todo vuelve a la normalidad. Wiñaypacha se enfoca, entre otras cuestiones, en el abandono de la tercera edad. Willka y Phaxsi están alejados de la sociedad. No tienen nada más que algunos animales, la infinita naturaleza y sus dioses (quienes para colmo parecen ignorar sus plegarias). Hasta la naturaleza parece empeñada en castigar a estos ancianos. Al fin y al cabo, parece que solamente se tienen ellos. La película no muestra sólo el abandono en la tercera edad, sino que también muestra la marginalidad hacia los pueblos originarios. La ópera prima de Óscar Catacora no cuenta con una banda sonora. El sonido ambiente es el que predomina en cada escena. Tampoco hay muchos diálogos. Los personajes hablan lo justo y necesario. La geografía parece ser suficiente para contextualizar las vivencias de este matrimonio. La fotografía por su parte es meticulosa. Wiñaypacha está hecha principalmente a base de planos generales. La inmensidad de la naturaleza frente a dos simples humanos que viven en el olvido.
Nominada como Mejor Film en Idioma Extranjero en premios como los Oscar, BAFTA y Globos de Oro, llega a los cines Cafarnaúm: la ciudad olvidada, la nueva película de la cineasta libanesa Nadine Labaki (Caramel, ¿Y ahora dónde vamos?). La historia nos presenta a Zain (Zain Al Rafeea), un chico de aproximadamente doce años (ni siquiera sus padres saben la edad exacta), que cumple una condena por haber apuñalado a alguien. En un comienzo, el menor llega hasta la Corte para presentar una demanda en contra de sus progenitores por “darle la vida”. Luego de eso, la película irá saltando entre flashbacks y flashforwards para permitirnos entender quién es el “hijo de puta” (como expone él) al que atacó y el por qué de esa decisión, que en un comienzo parece drástica, en contra de sus padres. Poco a poco se nos irá contextualizando la vida del protagonista. Antes de ser encarcelado, el niño vivía junto a sus padres Souad (Kawthar Al Haddad) y Selim (Fadi Kamel Youssef) y un número no especificado de hermanos, en una pequeña casa oxidada, destartalada y caótica. Debía realizar trabajos para Assadd (Nour el Husseini), el propietario de la casa, quien mostraba intenciones no muy nobles hacia Sahar (Cedra Izam), la hermana de 11 años del demandante. Incapaz de salvar a la menor de ser vendida a Assadd, Zain se escapa de su casa y termina en un parque de diversiones. Ahí se hace amigo de Rahil (Yordanos Shiferaw), quien limpia en aquel lugar. La mujer proveniente de Etiopía, y residente de manera ilegal en el Líbano, le ofrece al menor un techo y comida a cambio de que éste se ocupe de Yonas, su pequeño hijo, mientras está fuera de la casa. Todo parece marchar relativamente bien, hasta que un día Rahil desaparece por completo. Previo a esto, la película se focalizará por varias escenas en esta joven y su complicada situación en el país. En esta instancia, Nadine Labaki pone énfasis en la situación de aquellos extranjeros ilegales que son hostigados y chantajeados para no ser deportados. El guion logra plantear una serie de problemáticas sociales como la explotación infantil, la situación de migrantes que viven en condiciones similares a la esclavitud y la pobreza extrema que parece no tener fin. Cafarnaúm: la ciudad olvidada es un film crudo pero necesario. La historia es emotiva de por sí. No requiere de “condimentos” para que la audiencia llore, ya que los acontecimientos que se plasman en pantalla son lo suficientemente sólidos como para sacarle una lágrima a cualquiera. Pese a esto, la directora insiste en adicionar una música invasiva que, en lugar de acompañar, sólo busca el impacto y el golpe bajo. Algo completamente innecesario. Si bien año a año este tipo de películas se presentan en los festivales más importantes -y muchas veces podrían pecar de efectistas (el film acá analizado por momentos lo hace)-, no dejan de mostrar una realidad latente, pese a que por momentos resulte lejana a nuestra sociedad (en un sentido más personal). Películas como ésta son necesarias para recordarle a las audiencias la realidad de otros países que en muchas ocasiones parece olvidada