Coescrita y coproducida por James Cameron (Titanic, Terminator, Avatar) llega a los cines Battle Angel: la última guerrera, una película dirigida por Robert Rodriguez y basada en Gunnm, el manga japonés de Yukito Kishiro. La trama se sitúa en el año 2563 en Iron City, una metrópolis ubicada a la sombra de la ciudad flotante de Zalem. Dyson Ido (Christoph Waltz), un médico especializado en la construcción y reparación de cyborgs, encuentra en los terrenos baldíos la cabeza y la columna de una androide que tiene al menos 300 años de antigüedad. El hombre se lleva los restos a su casa y comienza un trabajo para reconstruir la figura. Le coloca el cuerpo que había hecho especialmente para su hija discapacitada (la cual murió en un robo) y nuevamente la pone en funcionamiento y la nombra Alita (Rosa Salazar), que también resulta ser el nombre de su hija fallecida. La ¿joven? en cuestión sufre de amnesia e irá averiguando sobre su pasado a medida que avanza la trama -aunque esto está explicado de una forma fugaz y torpe-. Mientras tanto Alita tratará de llevar a cabo una vida de adolescente normal: tener un grupo de amigos, jugar al Motorball, pelearse con su ¿padre? y, por supuesto, enamorarse. La adolescente se enamora al instante de Hugo (Keean Johnson), un joven mecánico de la zona. Lo que Alita sí descubre casi inmediatamente -y en lo que se pone mucho más foco que en su pasado por saber quién es–, es su gran habilidad para el combate. Esto la llevará a convertirse en una cazarrecompensas. También la llevará a otras situaciones de riesgo como enfrentarse a la ex esposa de Ido, Chiren (Jennifer Connelly), Vector (Mahershala Ali), el mandamás del deporte del momento, y Zapan (Ed Skrein), otro cazarrecompensas. La forma en la que se aborda el trasfondo de Alita resulta superficial y algo tirado de los pelos. Robert Rodríguez no le da mucha importancia al pasado de la protagonista, por lo que en ocasiones el accionar de ésta resulta inverosímil y exagerado. La misma protagonista parece no mostrar interés por su pasado, salvo en ocasiones fundamentales, es decir, cuando es necesario para la trama -como el hecho de requerir un nuevo cuerpo robótico para ser más fuerte todavía-. Otro de los problemas en Battle Angel: la última guerrera, es que focaliza la motivación de Alita en su amor por Hugo. La joven se muestra dispuesta a realizar cualquier cosa con tal de permanecer a su lado. Este romance resulta forzado y estereotipado, y se termina asemejando más a una relación sacada de una novela destinada a un público juvenil. ¿Relación de adolescentes en un futuro postapocalíptico? ¿Jóvenes enamorados dispuestos a hacer cualquier cosa por el otro? ¿Jurarse amor eterno con alguien que poco conoces? Estas cuestiones se reproducen constantemente en este tipo de historias, y Battle Angel… no es la excepción. Las escenas de acción, por su parte, son una de las cuestiones más llamativas de esta película. Logran aportarle dinamismo a una trama que intenta mucho pero logra poco. Las secuencias de combate están manejadas de manera eficaz y logran acompañar (y realzar) el potencial de la protagonista. Visualmente la película resulta imponente, impactante y bella. El CGI sobre Rosa Salazar combina el aspecto animado de Alita (sus ojos se asemejan a la perfección a los personajes de anime) con un lado humano.
En su segunda película de ficción, el cineasta Federico Sosa (Yo sé lo que envenena) presenta Tampoco tan grandes, una comedia romántica escrita por Máximo Reca y focalizada en una ex pareja que vuelve a reencontrarse en un momento culminante. La historia nos presenta a Lola (Paula Reca), una joven publicista de 29 años, que, en cuestión de segundos, recibe dos noticias demoledoras. Por un lado, su padre, a quien daba por muerto desde hacía varios años, acaba de fallecer. Por otro lado, su madre le confiesa que en realidad nació seis meses antes de lo que creía y que, por ende, ya superó los 30 años. Con un novio ausente que parece preocuparse sólo por su trabajo, la protagonista termina recurriendo (casi por accidente) a Teo (Andrés Ciavaglia), su ex pareja. Junto a Rita (María Canale), hermana de este último, inician un viaje hacia Mar del Plata para reunirse con el abogado del difunto. Una vez allí conocen a Natalio (Miguel Ángel Solá), quien fue la pareja del fallecido durante los últimos 27 años. A pedido de este último los cuatro partirán hacia Bariloche para esparcir las cenizas en el terreno que el hombre tenía ahí y el cual le dejó como herencia a Lola. Tampoco tan grandes es una road movie que logra equilibrar las situaciones cómicas con las dramáticas. Los cuatro personajes cuentan con personalidad fuerte, pese a que la película se focaliza en Lola y Teo y los encuentros y desencuentros entre éstos (tanto en un sentido físico como emocional). Los actores logran transmitir los sentimientos de sus personajes sin ningún tipo de dificultad. La química entre los protagonistas resulta efectiva y, por ende, logran que las reacciones de Lola y Teo sean creíbles y también entendibles. Esto pese a que algunas situaciones resultarían exageradas si las trasladáramos fuera de la pantalla. Paula Reca y Andrés Ciavaglia no son los únicos que destacan con sus actuaciones. Canale y Solá también se desenvuelven bien en sus interpretaciones. Rita, pese a ser un personaje secundario, cuenta con un trasfondo potente, que hace que uno como espectador se encariñe fácilmente con ella. Uno de los puntos más flojos de Tampoco tan grandes puede que sea el personaje interpretado por Miguel Ángel Solá. Natalio está creado en base a ciertos estereotipos que a esta altura atrasan (y son poco aceptables). La mirada que los demás tienen hacia él -a excepción de Rita, con quien parece conectar desde un principio-, también resulta anticuada y cliché. Pese a esto, Natalio logra convertirse en un personaje entrañable, que le aporta más dinamismo a la trama. Sin grandes giros argumentales, Tampoco tan grandes cuenta una historia sencilla y típica de las comedias románticas, que no evita caer en algunos tópicos de este género. Pese a esto, la película logra ser entretenida y también, aunque en menor medida, divertida. El fuerte no es la historia de (des)amor en sí, sino el camino que recorren los protagonistas. La química entre los actores y los sentimientos que logran emanar, consiguen darle al film un impulso y un sostén que no conseguiría si sólo se apoyara en la historia central.
Luego de la decepcionante 15:17 Tren a París (2018), Clint Eastwood regresa al cine con La mula, una especie de road movie en la que el ya consagrado cineasta norteamericano muestra nuevamente lo mejor de su cine. La película nos presenta a Earl Stone (Clint Eastwood) un horticultor que, al parecer, vive sólo para el trabajo. Sin ir más lejos, la primera escena nos muestra al anciano perdiéndose la boda de su hija para recibir un nuevo premio por sus flores. A causa de varios eventos similares (pérdidas de varias fechas importantes), Earl es rechazado completamente por su exmujer (Dianne Wiest) y por su hija (Alison Eastwood, hija real del cineasta), quien directamente no le dirige ni la más mínima palabra. La única que parece mantener cariño hacia él es su nieta (Taissa Farmiga). Doce años después, a causa del arribo de internet (y por ende la facilidad de las personas de poder acceder de otra manera a la compra de flores), el negocio de Stone quiebra. El único objeto que queda a su disposición es una vieja camioneta que condujo durante toda su vida. Es ahí cuando le llega una propuesta aparentemente salvadora: transportar bolsos de un Estado a otro. Pronto descubre que en esos cargamentos lleva kilos y kilos de drogas pero, lejos de ponerse nervioso o querer dar marcha atrás, continúa haciendo los viajes como si nada. Su avanzada edad y el hecho de no haber tenido una multa en toda su vida, lo convierten en la mula perfecta. La trama está inspirada en una historia verídica: Leonard Sharp fue un veterano de guerra y un horticultor que transportó enormes cantidades de drogas para el Cartel de Sinaloa a lo largo de Estados Unidos. Finalmente fue detenido y condenado a tres años de prisión, de los cuales sólo cumplió uno. Pero Eastwood no hace una película biográfica de este personaje sino que le da una nueva impronta y apunta hacia varios lugares fuera de esa trama principal. De hecho, por momentos, parece ser él quien, a través de Stone, hace catarsis sobre su vida. Sin ir más lejos, el personaje principal de esta historia presenta varios paralelismos con el ya consagrado cineasta norteamericano. Earl Stone se asemeja más a algunas facetas de Eastwood que de Sharp. Eastwood, quien no se dirigía desde Gran Torino (2008), es, al igual que el protagonista de esta historia, alguien alejado de lo políticamente correcto. Esto se muestra principalmente en dos escenas: una en la que se cruza con una pandilla de motociclistas lesbianas y otra en la que ayuda a un matrimonio de “negros”. La película también cuenta con otra subtrama: los agentes de la DEA Colin Bates (Bradley Cooper, quien ya trabajó con el director en El francotirador) y Trevino (Michael Peña) son presionados por un supervisor para desbaratar a la banda de narcotraficantes que opera en el oeste. Con la ayuda de un topo, comenzarán a acercase cada vez más a esta famosa mula. A lo largo de La mula nunca se pone en foco una crítica hacia el nuevo trabajo que desempeña el protagonista. El guion, a cargo de Nick Schenk (Gran Torino), en realidad posiciona a Earl como una especie de Robin Hood. Parte del dinero que gana con uno de sus viajes lo destina a renovar el hogar de los veteranos locales. También hace uso de su nueva riqueza para pagar la hipoteca y así comprar nuevamente su casa. Además, utiliza la plata para intentar acercarse a su familia. Clint Eastwood y Nick Schenk logran abordar las diversas subtramas con facilidad y eficacia. Ningún punto queda librado al azar. Cada detalle, hasta el más mínimo, es explicado (ya sea de una manera directa o indirecta). El cineasta y su guionista construyen un relato sin falacias. La mula no es sólo un policial dramático atrapante, también es una crítica hacia la tecnología y hacia lo políticamente correcto, en donde se muestra cómo un hombre blanco puede salirse con la suya sólo por ese “simple” detalle.
Seis años pasaron desde que Disney presentó Ralph el demoledor (Rich Moore). El entrañable personaje regresa esta vez en Wifi Ralph, secuela que combina el encanto de la primera entrega pero esta vez focalizado en el mundo de internet. La trama se sitúa seis años después de lo ocurrido en la primera entrega. Ralph continúa con su trabajo de destrozar edificios sólo que ahora, en sus ratos libres, disfruta de la compañía de su amiga Vanellope. Un día ingresa a Sugar Rush (el juego de la joven) y, como era de esperar, tras una seguidilla de múltiples eventos, termina arruinando todo: el volante de la máquina se rompe y el juego corre peligro de ser desconectado para siempre. Este conflicto se origina en el mismo instante en el que colocan wifi en el lugar. Es ahí cuando los protagonistas deciden emprender un viaje a través de internet para llegar a eBay y así comprar un nuevo volante para Sugar Rush. En esta nueva aventura Ralph y Vanellope deberán enfrentar los desafíos que este nuevo mundo (completamente desconocido para ellos) les presenta a cada paso. Si bien la película se enfoca por un lado en la relación entre Ralph y Vanellope y por otro entre el mundo de internet, estas dos cuestiones no son contrapuestas. Wifi Ralph no es sólo una historia sobre la amistad ni tampoco sobre internet, sino que es una mezcla de ambas cosas. La realidad es que internet en general y las redes sociales en especial cambiaron nuestra forma de relacionarnos con el entorno. La llegada de Facebook, Twitter, Youtube, Instagram, etc. marcaron un antes y un después en la forma en que las personas entablan una relación -ya sea de amistad, romántica o simplemente sexual-. Con gran parte del foco puesto en el descubrimiento de internet, Wifi Ralph deja un mensaje claro sobre las redes sociales y lo peligrosas que pueden ser. Dejando por un momento los gags de lado, la nueva cinta de Disney muestra lo cruel que pueden ser las personas a través de las redes sociales. En determinado momento, nuestro protagonista descubre el lado oscuro de este mundo: decenas de comentarios crueles escondidos a través del anonimato. Este es un mensaje importante, sobre todo para el público más pequeño que más vulnerable es a este tipo de acoso cibernético. La cinta también presenta una mirada hacia las relaciones tóxicas, en esta ocasión contada desde el punto de la amistad -algo de lo que poco se habla, ya que se suele focalizar siempre en las de pareja-. Si bien Ralph demostró que no es el villano que aparenta en su videojuego, su comportamiento respecto a Vanellope se torna posesivo y peligroso. El grandulón no quiere perder a su mejor amiga y está dispuesto a hacer cualquier cosa (hasta “romper internet”) con tal de mantener a la pequeña a su lado, sin importar los verdaderos deseos de ella. Uno de los puntos más icónicos de este film (y que posiblemente sea recordado por un largo tiempo) es el viaje de Vanellope hacia el sitio web de Disney. Esta escena no sólo está repleta de divertidos gags hacia Pixar, Marvel y Star Wars, sino que también es una crítica hacia lo que representan las famosas princesas de este “mundo mágico”. Las generaciones pasadas fuimos criadas con princesas bajo ciertos estándares hoy en día polémicos: altas, flacas, todo el tiempo bien arregladas (maquilladas, peinadas, vestidos épicos). La pequeña Vanellope se encuentra con estos personajes para romper esos estereotipos y demostrar que con ropa cómoda y una no angelical voz también se puede ser una princesa. Wifi Ralph mantiene la misma originalidad y frescura que la primera entrega, pero en esta ocasión también añade un tono un poco más serio. En esta secuela se abordan temas más complejos como los peligros de internet, las relaciones tóxicas, los cánones de belleza impuestos. Aunque también se vuelve a ahondar en el poder de la amistad y en la importancia de seguir los sueños. Esta película posiblemente sea una de las excepciones en donde la segunda parte supera a la primera.
En su nuevo largometraje 3 rostros, el iraní Jafar Panahi (El globo blanco, Taxi, El círculo) presenta una road movie en la cual, durante un viaje por un pueblo de Irán, expone el machismo latente en la sociedad. La historia se centra en Behnaz Jafari, una reconocida actriz que un día recibe un inquietante vídeo: una joven llamada Marziyeh Rezaei anuncia que se va a quitar la vida debido a que su familia no le deja cumplir su deseo de asistir al Conservatorio Dramático de Teherán. La protagonista inmediatamente abandona el rodaje en el que está y le pide ayuda a Jafar Panahi. A partir de eso, ambos comenzarán un recorrido hacia la zona rural en la que vive aquella joven. Al llegar al lugar se enteran de que Marziyeh lleva tres días desaparecida. Mientras buscan la cueva en la cual la joven grabó su último mensaje, descubrirán que no eran sólo los cercanos quienes rechazaban el deseo de que ella se una a la escuela de arte, sino que era una negativa impuesta por todo el pueblo. A partir de ahí, el dúo se empeñará en investigar qué es lo que realmente ocurrió con la aspirante a actriz. La película entrelaza la historia de tres actrices de diferentes generaciones: el de la ya consagrada Benhaz Jafari, el de la joven aspirante Marziyeh Rezaei y el de la veterana Shahrzad -quien siempre permanece oculta y su presencia queda expuesta sólo a través del diálogo-. Estos tres personajes reflejan el presente, el futuro y el pasado. Pese a la diferencia en sus edades (y por ende a las diferentes situaciones sociales en el marco de un contexto histórico), todas presentan algo en común: la dificultad de cumplir sus sueños a causa de una sociedad patriarcal que invisibiliza (y prohíbe) el deseo de la mujer. 3 rostros no sólo es una crítica hacia una sociedad patriarcal, el director también muestra las diferencias enormes que existen entre los habitantes del campo y de la ciudad. Mientras en un lado reina la modernidad, en el otro punto se muestra una sociedad conservadora que se ata de pies y manos a costumbres vigentes desde hace decenas de años y que parece no tener un fin, al menos no en un futuro cercano.
Como es habitual en su filmografía, Sergio Mazza realiza nuevamente una película focalizada en la figura de la familia. En esta ocasión presenta Vergara, un film en el que habla sobre el deseo de ser padre pero sin la necesidad de formar una familia propiamente dicha. El cineasta Sergio Mazza vuelve a utilizar una temática presente a lo largo de su filmografía: la familia. Sin ir más lejos, en el año 2010 realizó Natal, una especie de reality movie sobre el nacimiento de su primer hijo. Al año siguiente presentó Graba, un film en donde ahondaba en una pareja que debía enfrentar la pérdida de sus hijos. En el 2015 también dirigió una película con esta temática, El gurí, donde retrata la vida de un niño abandonado por su madre y sin un padre presente. En esta ocasión, la película gira en torno a Marcelo Vergara (Jorge Sesán) un hombre que, casi llegando a sus 40 años, tiene un deseo que no puede quitarse de la cabeza: ser padre. Este anhelo parece un objetivo difícil de cumplir por algunas simples (o no tanto) situaciones: en primer lugar, Natalia decide terminar la relación que mantenía con él; en segundo lugar, sus estudios de fertilidad no arrojan resultados positivos. Pese a parecer que tiene todas en su contra -hasta su mejor amigo le insiste en que debe abandonar este plan-, Marcelo hará lo posible para concretar este sueño. La narrativa de la película es simple y directa. La historia está contada de una manera completamente lineal. No hay ningún factor sorpresa. El desarrollo de la trama se da de una forma natural. El guion es sólido y con un objetivo fijo: el recorrido personal del protagonista en su deseo de ser padre. Las subtramas que engloban a Marcelo (su nueva pseudo-relación, los problemas laborales con su programa de radio, etc.) sirven para entender al personaje en cuanto a sus motivaciones, aunque por momentos sea difícil conectar con él. Esto se debe a que en gran parte de la trama se muestra egoísta y antipático. “Uno no tiene hijos con la mujer o el hombre que eligió, sino más bien con el que está cuando nos encontramos en ese momento. No es elegido, es algo más egoísta y propio”, recita casi en el final el protagonista de esta historia. En esas pocas palabras, Sergio Mazza logra resumir, a través de su personaje principal, el núcleo principal de la trama. El deseo de ser padre de Marcelo es único e intransferible. Al fin y al cabo su motivación es tener un hijo, no formar una familia.
La franquicia francesa de acción y comedia Taxi (1998) regresa luego de más de una década con 5ta a fondo, esta vez dirigida y protagonizada por Franck Gastambide. En esta entrega la película gira en torno a Sylvain Marot, un policía parisino que es trasladado contra su voluntad a la policía municipal de Marsella -esto luego de que de descubran que mantuvo una aventura con la hija del jefe del departamento de la Policía-. Una vez instalado allí, el excomisario y actual alcalde, Gilber, le encomienda una misión: atrapar a una banda de mafiosos italianos que se dedican a realizar robos a joyerías utilizando ostentosos autos. Para llevar a cabo su misión, el protagonista contará con la ayuda de diversos personajes, aunque su compañero principal es Eddy Maklouf (Malik Bentalha), un joven taxista que resulta ser el sobrino-nieto de Daniel Morales (protagonista de las primeras entregas de esta franquicia). Sylvain decide colaborar con este chico por un simple motivo: este joven es el único capaz de recuperar el legendario Peugeot blanco que es capaz de realizar cualquiera tipo de acción (sobre todo la que requiera la trama). El protagonista también cuenta con la ayuda de sus compañeros de trabajo. En esta entrega, Franck Gastambide presenta una gama muy amplia y para nada estereotipada de personajes secundarios (nótese el sarcasmo): una chica con sobrepreso, un enano, un hombre al que está casi prohibido mirarlo a la cara. El único personaje perfecto -o que al menos así quiere demostrar el guion (ya que en ningún momento se le señala algún tipo de defecto)- es el interpretado por Franck Gastambide, un piloto maravilloso con la capacidad de conquistar a cualquier mujer. El problema de los ya mencionados personajes secundarios es que están creados con el simple objetivo de que el público se burle de ellos por su físico. A lo largo de la trama constantemente se realizan diversos comentarios gordofóbicos sobre el personaje interpretado por Sissi Duparc. También se realizan chistes respecto a la religión, a la etnia, etc. etc. De más está decir que la película constantemente cosifica y sexualiza a las mujeres, siempre y cuando entren en los cánones de belleza actuales, las demás simplemente sirven para ser objetos de burla. Pese a ser una película de comedia (al menos así se cataloga) la realidad es que 5ta a fondo de graciosa tiene poco y nada. El humor no funciona y los momentos que podrían generar alguna que otra carcajada son escasos (se cuentan con los dedos de una mano). No sólo los chistes que se realizan sobre el físico de los personajes son malos, sino que el humor en toda la película resulta forzado y clisé. Parece que Franck Gastambide despertó en el siglo pasado y basó su guion en los tópicos de aquel entonces.
Luego de su paso por el 20 BAFICI, llega al Cine Cosmos UBA La vida que te agenciaste: una road movie dirigida por Mario Varela. En su ópera prima repasa una parte del mundo de la poesía argentina en los años ’90. En la década de los ’90, un grupo de poetas, entre ellos el director Mario Varela, realizaron 18 whiskys: un proyecto literario que sólo tuvo dos ediciones. Durante ese periodo, el cineasta, que estudiaba en la Escuela de Cine de Avellaneda, filmó Rally París-Dakar: un documental que seguía a este grupo de poetas en una competencia alcohólica por bares de San Telmo y que consistía en tomar 18 tragos de alcohol (como una especie de homenaje a Dylan Thomas). Casi dos décadas después, Varela inicia un viaje en busca de aquellos poetas. El cineasta viajará junto a su cámara por diferentes partes del mundo (diversos puntos de Argentina, Tokio, Filipinas) para saber qué fue de la vida de cada uno de ellos. Varela indagará en los recuerdos que conservan de aquella época, en las rivalidades que había, en los lazos afectivos. La vida que te agenciaste es un recorrido por el antes y el después de estos personajes de la literatura argentina. Si bien el documental está enfocado, principalmente, en la poesía desde la mirada de aquellos que integraron la revista 18 whiskys, cuenta además con la participación de Jorge Aulicino. El poeta y periodista le da un punto de vista más académico respecto a qué fue realmente este movimiento literario en los años ’90. Sus declaraciones se entrecruzan con las imágenes de Rally París-Dakar y con la actualidad de sus protagonistas. Esto genera que la historia sea más dinámica y entretenida para el espectador. A pesar de que La vida que te agenciaste puede ser de interés general, está más bien dirigido a aquellos amantes de la literatura que podrán disfrutar por casi hora y media de anécdotas que involucran a figuras de la poesía como Fabián Casas, Daniel Durand, Laura Wittner, Juan Desiderio y Rodolfo Edwards, quienes hace 20 años atrás supieron darle vida a esas dos números de una revista que marcó la poesía de los ’90 en el país.
Protagonizada por Eugenia Tobal y Luciano Cáceres y dirigida por Ezequiel C. Inzaghi (La cola), llega a los cines El jardín de la clase media, un thriller político basado en el libro homónimo de Julio Pirrera Quiroga. En el marco de elecciones legislativas en Argentina, Claudio Sayago (Luciano Cáceres), uno de los posibles candidatos a diputado provincial por su partido, recibe una no muy agradable sorpresa en el patio de su casa: el cuerpo de una mujer decapitada. Junto a su mujer (Eugenia Tobal), psiquiatra y directora de un hospital, y el fiscal de turno, deberán investigar qué y quién se esconde detrás de este macabro crimen. A partir del hecho, comenzarán a develarse diversos secretos que apuntan directamente a las esferas más altas del poder. Además del asesinato como punto de partida, la película también cuenta con otras subtramas (prostitución, tráfico, típicas infidelidades, etc.) que se van desarrollando. El problema radica principalmente en que estas cuestiones parecen tener un inicio y un final pero nunca un desarrollo acorde a lo que se va mostrando. Algunas cuestiones, de hecho, quedan más bien libradas al azar y a merced de cada espectador. Posiblemente uno de los puntos más llamativos de El jardín de la clase media sea el elenco. Más allá de los protagonistas, Eugenia Tobal y Luciano Cáceres, el film también cuenta con la participación de Roly Serrano, Ludovico Di Santo, Leonor Manso, Esteban Meloni, entre otras figuras destacadas del cine argentino. Si bien todos logran interpretar a sus personajes de una manera correcta y convincente, ninguno realiza una actuación memorable que sobresalga por sobre el resto. Ezequiel C. Inzaghi logra generar un clima tenso y mantener al espectador en vilo a lo largo de casi todo el metraje. Aun así, el final (en dónde se intenta dar una respuesta a todas las incógnitas que se presentan) termina siendo rebuscado y descabellado. Los conflictos se terminan resolviendo de una manera apresurada y poco creíble. El cineasta presenta una trama en la que intenta abordar múltiples cuestiones, pero falla en la resolución de estas. El jardín de la clase media cuenta con un final tan apresurado que no permite que el espectador termine de digerir toda la información que se le entregó en tan pocos minutos.