¿QUÉ HAGO? Junto a una soberbia y bellísima fotografía, Danny Boyle le ofrece al espectador en "127 Hours" una experiencia traumática, en donde el instinto por la supervivencia y la crítica a la sociedad actual están muy presentes, convirtiéndose en una emocionante aventura llena de realismo y de calidad. Luego de encaminar un viaje sin avisarle a nadie, Aron Ralston queda atrapado en un cañón en el desierto de Utah, en Estados Unidos. En ese momento una piedra se desprende y le cae en el brazo, impidiendo así poder moverse. Él va a tener que encontrar la manera de no desesperarse y salir del aislado y solitario lugar. Boyle tiene una habilidad innata por transportar al espectador hacia un mundo en el que, pese a presentar diferencias políticas o situaciones de la aberración humana, reina la belleza visual y la maestría a la hora de mostrar en imágenes los paisajes y planos generales. En "Slumdog Millionaire" esta característica quedó muy bien demostrada, mientras que la cámara recorría los barrios pobres de Bombai la fotografía se lucía al manchar con colores saturados cada rincón de las casas, acentuando los tintes propios de las locaciones y de las creaciones humanas. Aquí esta cuestión vuelve a aparecer y el director volvió a crear una situación central de extremidad dramática rodeada de una preciosa y jugada fotografía colorida. Más de la mitad de la duración de la cinta sucede con una cámara quieta y con el protagonista mirándola y contando sus experiencias vividas hasta el trágico momento. El cuenta sus pasiones, sus preocupaciones, la justificación de su decisión de encaminar ese viaje sin previo aviso, relata los momentos de su infancia que lo marcaron y que lo llevaron a ser lo que es y, especialmente, pensando en un posiblemente falso futuro que tiene en mente. Si bien se puede decir que una cinta en la que hay una sola cámara, un conflicto de intenso dramatismo, una historia basada en hechos reales y una misma locación, pueda entrar en la previsibilidad, Boyle se las ingenió para que el desarrollo de la película sea lo más atractivo, interesante y, principalmente, profundo posible. Acompañó al argumento de una fotografía bellísima, con los colores anaranjados propios de las piedras y arenas del lugar muy saturados; con una banda sonora que acompaña perfectamente el desarrollo de la historia y crea, junto con la imagen, una complicidad muy bien lograda en las escenas más tensas; con una elección perfecta de las locaciones y de los diferentes planos que van formando la película, se destacan los vertiginosos encuadres cenitales a los precipicios y los excelentes planos generales a los paisajes; con un dramatismo y una crítica social muy bien escrita y llevada adelante, vale la pena destacar la escena cúlmine de la cinta, que triunfa no por mostrar físicamente el hecho, sino por darle énfasis a las emociones e impresiones del protagonista al tomar dicha decisión, aunque hay que decir que también tiene mucha sangre y una conjugación de los efectos de sonido escalofriante; y, uno de los mayores aciertos de la cinta, una elección del elenco impecable. Como lo fue también en "Buried", si una película en la que hay un solo conflicto central y un solo protagonista que debe llevarse al hombro todo el desarrollo de la historia no presenta una elección acertada del actor principal, la cinta puede estar sobreactuada y puede tornarse poco realista. Aquí el protagonista está interpretado por James Franco, quien no solo le pone mucha emoción a su rol y una verosimilitud extrema a cada una de sus reacciones y sentimientos, sino que lo dota de una comicidad y una alegría desbordante que por momentos desconcierta, pero que tiene una intensión muy clara: su personaje quiere vivir y va a hacer todo lo posible por lograrlo. Una gran actuación, que hace sufrir al espectador, que lo tranquiliza y al mismo tiempo lo entretiene, realista, pura, auténtica y, por sobretodo, emocionante. "127 Hours" es una película muy bien fotografiada, que economiza muy bien sus recursos, con una banda sonora perfecta (el momento del brazo es muy fuerte, y la música lo intensifica) y una actuación protagónica por parte de James Franco sorpresiva. Una clase a lo Danny Boyle de cine. UNA ESCENA A DESTACAR: el momento más esperado de la película, el brazo.
Basado en el libro "Between a Rock and a hard Place" sobre la historia real de Aron Ralston, el nuevo trabajo del reciente ganador del Oscar Danny Boyle ("Slumdog Millionaire") presenta una atrapante aventura de supervivencia y coraje. Con algo de "Into the Wild", este intenso largometraje se centra en un hombre y su deseo de sobrevivir. Un hombre atrapado en una montaña que debió subsistir durante 5 días y se vio obligado a tomar una terrible decisión. Al igual que la reciente "Buried", este es otro desafiante relato que transcurre en un reducido espacio y con un único protagonista dotado de pocos elementos (videocámara, navaja, sogas). El desarrollo nunca pierde fuerza gracias a la excelente interpretación de James Franco que consigue transmitir perfectamente lo que vive su personaje, un gran trabajo de dirección y fotografía compuesto por muchos primeros planos, y una buena banda de sonido. Además, el director elige abrir la historia, saliendo por momentos de este acotado escenario a través de los recuerdos y alucinaciones que sufre el protagonista. Para quienes conozcan cómo termina este hecho real, sepan que ese momento final está muy bien tratado y cuidado, aunque no deja de ser impresionante.
VideoComentario (ver link).
El director ha hecho un trabajo magnífico, pues logra que la película mantenga todo el tiempo el interés del espectador, cuando prácticamente en todo el transcurso de la proyección lo único que hay para mostrar es a una persona parada, con una mano atrapada, con movilidad reducida y con un mínimo de elementos, como...
Es esperanzador para un estudiante de cine ver que no siempre se tiene que contar una historia en la que existen muchísimos escenarios y cualquier cantidad de situaciones para llegar a tener un film que realmente valga la pena. Pues bien, en 127 Horas, Danny Boyle nos muestra una situación (y vaya situación) que se convierte en historia. Los sucesos están sacados de las reales 127 horas que vivió Ralston, donde “cada segundo cuenta”, según lo que dice el cartel promocional del film. Aron Ralston (James Franco), protagonista de la película, se muestra como un hombre adicto a los deportes extremos, sin un ápice del concepto precaución o cuidado, o por lo menos eso es lo que se nos muestra entre líneas, donde el suceso central de la historia se intuye y se vuelve previsible, pero esa previsibilidad, apostada al mejor estilo visual de Boyle, hace que lo más común y corriente se convierta en un episodio cotidiano visualmente emocionante. Es difícil tratar de encasillar en un género un film donde están en juego el drama y la acción, donde el transcurso de las horas (en la historia) son en un mismo lugar y en una misma situación; pero Boyle lo hace posible gracias a los intrépidos planos y la excelente edición como pantalla partida en tres, primeros planos que de repente, por zoom out, se hacen en instantáneos planos generales, cámaras en mano vs. cámaras fijas, visualización de diferentes formatos. Todo esto se va haciendo tan natural porque llenan al relato, le ponen la dosis rítmica y enérgica a la situación tan de vida y muerte que tiene el personaje; no puedo dejar de lado la dual y maleable actuación de James Franco, donde nos lleva de estados de miedo y desesperación a estados de armonía y felicidad, pese a la situación que interpreta. Este contrastante film que, por un lado nos da a conocer las reflexiones de un hombre que se la juega con la muerte, a tal punto que menoscaba sus miedos y sus sueños, sus recuerdos más gratos y más tristes, sus arrepentimientos y sus anhelos, y por otro lado tenemos un brillante manejo de cámaras, edición rítmica exquisita y una vibrante y atrayente banda sonora de lujo (A. R. Rahman, Dido), hacen que el espectador se sienta aún más atrapado en la historia, atrapado como su protagonista, donde poco a poco, nos vamos metiendo hasta la médula del personaje, a tal punto de sentir en vello propio la solución final, morir o.... Boyle, una vez más, se posiciona como un director con estilo propio, donde muestra con sagacidad, en hora y media, las 127 horas de un hombre que lucha entre vivir o morir o, como lo diría él mismo en palabras muy sencillas, "un film de acción con un chico que no se puede mover". Sencillas o no, sigo siendo admiradora de tus Films (con excepción de La Playa). Bien merecidas las 6 nominaciones al Oscar. Sigue así Danny.
ESCALOFRIANTE HISTORIA VERÍDICA Adrenalínico filme basado en una historia verídica, acerca de un motañista que queda atrapado entre las rocas, y debe hacer lo inimaginable para sobrevivir. Aron Ralston, aventurero de 27 años, amante de las emociones fuertes, decide ir a dar un paseo por Blue John Canyon , una zona montañosa de Utah. Ralston no informa a nadie de su objetivo de explorar la zona, así que cuando queda atrapado en una pared de roca sabe, luego de encontrarse solo por varias y larguísimas horas, que el único socorro que va a tener para largarse debe surgir de sus propios medios. “127 horas” inicia de manera vibrante, acelerada; la pantalla se divide en dos y tres partes, una y otra vez, y las escenas se suceden con un ritmo exaltado, mostrando aglomeración de personas y gran movimiento, hasta que la cámara se tropieza con Aron, a quien sigue en su rápida preparación e inicio de la excursión que pretende llevar a cabo. La última película de Danny Boyle ("Slumdog millonaire”, “Millones”, “La playa”, “Trainspotting”), se centra en los incidentes de Ralston en Utah, siguiéndolo desde el inicio de su peripecia hasta el accidentado momento en que queda atrapado en las rocas. En el Toronto International Film Festival varios asistentes quedaron en estado de shock e incluso algunos sufrieron desmayos por la dureza de las imágenes; y debe reconocer quien escribe estas líneas que debió cubrirse los ojos en un par de escenas, por lo impactantes y chocantes. James Franco se pone al hombro todo el protagonismo (actoral) del filme, y cumple enormemente, dotando a su personaje con la enorme valentía y coraje para resistir los embates de la naturaleza, y enfrentándose a ella, así como mostrando su lánguida degradación. El otro protagonismo corre por cuenta de los escenarios, fotografiados con esmerada brillantez, sumado a la genial música de A.R. Rahman y un montaje de planos trepidante, nervioso, frenético por momentos. Con algunos puntos en común con “Enterrado” de Rodrigo Cortés (por la situación límite del protagonista atrapado en un espacio reducido, sin poder moverse) el filme de Danny Boyle también se tienta con incluir una escena “tramposa”, en la que se juega con las emociones del espectador, haciéndole creer que una solución le llega al protagonista, cuando en verdad no es así. A diferencia del filme de Cortés, aquí se utiliza el recurso del flashback para mostrarnos las relaciones del personaje con su entorno: familia, amigos, novia, para así conocerlo más y sentir aún más empatía con él. La película respeta la crudeza de los hechos y le da al espectador una idea muy exacta del espíritu de supervivencia que es capaz de poseer un ser humano y que sale a la luz cuando la desgracia hace su repentina aparición. A verla, pero sabiendo que contiene planos shockeantes!!
¿Por qué? La pregunta es simple ¿Por qué está nominada 127 horas (127 Hours, 2010) en el rubro mejor película para el premio Oscar? Las respuestas pueden ser varias, aunque ninguna resulte justificable desde lo artístico. Un film menor cuyo único mérito recae en el efectismo que Danny Boyle supo brindarle al convertir un hecho ínfimo en una historia de 90 minutos. Basada en un hecho real, 127 horas narra el periplo del alpinista Aron Ralston atrapado durante ese lapsus de tiempo al desprenderse una roca de la montaña que escalaba y que terminó con el atoramiento de su brazo. Sin nadie que lo socorra y con escasos víveres debió amputarse el brazo para poder seguir con vida. Boyle ya había demostrado su habilidad para hacer efectiva una historia carente de méritos cinematográficos en algunas de sus obras anteriores, método que vuelve a emplear en esta ocasión y cuya única finalidad es lograr la emoción en el espectador ante el hecho que se está narrando. Para ello acude a cuanto golpe bajo sea necesario para conmoverlo hasta las lágrimas, aún cuando se podría haber evitado. La escena final es un claro ejemplo de la utilización en vano de dicho recurso. El mimado por Hollywood, James Franco es el encargado de llevar adelante a este personaje que no sólo deberá ingeniárselas para salir con vida sino también convencer al espectador de que su actuación vale la pena para ganar un Oscar. Si el mérito es ponerse la película en sus espaldas, ya que durante la mayor parte de la trama actuará sólo él, es una cualidad que Ryan Reynolds ya había logrado en Enterrado (Buried, 2010, Rodrigo Cortés) y al que Franco no se le acerca por más que corra con varios cuerpos de distancia. Fragmentación de la imagen, saturación del color, música pop para lograr ritmo narrativo, son sólo algunos de los elementos plásticos que caracterizan a la filmografía del realizador inglés que abarca títulos tan dispares como Trainspotting (1996) o ¿Quién quiere ser Millonario? (Slumdog millionaire, 2008),y que nuevamente son usados más que como una marca personal como un recurso estético funcional al efectismo y no al relato. La segunda pregunta que nos hacemos es si cinematográficamente es válido emplear recursos de este tipo para edulcorar una historia cuya naturaleza es totalmente opuesta. Es claro que estamos frente a un cine abyecto del que Boyle se regodea. Muchos dirán si contar una historia tan mínima se hubiera podido realizar de otra manera. Volviendo a tomar el ejemplo de Enterrado, queda claro que sí. Si Rodrigo Cortés filmó una película en tiempo real teniendo como único protagonista un hombre dentro de un ataúd como Boyle no iba a hacerlo contando con un hombre atrapado en la montaña, en donde el espacio y la temporalidad son mayores y sin la necesidad apelar al embellecimiento ficticio del hecho. La pregunta inicial sigue sin respuesta. Por qué 127 horas aspira al Oscar no lo sabremos nunca. Lobby, un director ya premiado por la Academia, un real conmovedor, un actor protagónico que oficiará como conductor de la ceremonia, una historia funcional a Hollywood… Méritos no posee aunque no tenerlos pareciera que para los académicos ya es un mérito en sí mismo.
Elogio de la incomodidad Danny Boyle es uno de esos directores que si fueran animales se asemejarían a las anguilas: eléctricos, imposibles de agarrar, difíciles de clasificar, movedizos. Su filmografía está repleta de altibajos en los que siempre el tono es altisonante. Es, si se quiere, un director amarillista, pero consciente de ese posicionamiento. En este contexto, la aparición de la historia que da vida a 127 horas cabe como anillo al dedo a la filmografía de Boyle: la historia de un accidente, un extravío, un sacrificio y una redención. Algo que, de un modo u otro, también es un tema en el cine del director. Pero aquí el cambio es otro y el tono entre distanciado e irónico de otras películas anteriores se convierte, desencanto mediante, en una película de un inusitado humanismo (no exento de cierto moralismo, siempre presente de manera irrisoria en otras películas de Boyle), donde el director se acerca extrañamente a ese experimento notable de Robert Zemeckis llamado Náufrago, con el que comparte abiertamente la necesidad del show unipersonal con todas las variaciones posibles de personalidad en un espacio y tiempo acotado. Pero ahí donde la premisa se vuelve un mero gancho comercial (Enterrado sería un caso evidente de esto), Boyle ve el modo de escapar del lugar común. Lo hace con la increíble metamorfosis de James Franco, que va de la arrogancia prepotente a la indagación reflexiva en muy pocos días pero también lo hace con un recurso poco feliz, que quizás sea lo que desentona: los flashbacks como sostén dramático, como espesor narrativo de ese momento central, el del punto límite, el de la decisión de sobrevivir al costo de arriesgar la integridad del propio cuerpo. Pero no seamos injustos: el modo en el que esos flashbacks se encadenan se mezclan con las alucinaciones que el protagonista comienza a sufrir en medio del desierto. Y la historia, que quizás reclamaba una lógica más apegada a los hechos “reales” comienza a adquirir un tono de fábula, de cuento moral antiguo, tanto como la historia que el protagonista cuenta sobre su encuentro con la roca, sobre como ambos estaban predestinados al encuentro. Ese relato que cuenta (una cámara manejada por el mismo protagonista, Aron graba el proceso de supervivencia) se asemeja mucho a ese que narrara Byron Orlock, el personaje de Míralos morir (Peter Bogdanovich, 1968), que a su vez es un cuento de Las Mil y Una Noches: el cuento narra la historia del hombre que pensando que eludía a la muerte al escapar de ella en un encuentro fortuito en una ciudad terminó encontrándola en otra, que era el destino que estaba realmente programado. Ese tono es el que permite que muchos de los peores momentos de las películas de Boyle peguen un giro repentino. Y se conviertan en esos artefactos inclasificables que hacen que su cine carezca de medias tintas. Para quienes no hayan visto la película, sabrán, el personaje sólo puede escapar mutilándose de forma terrible. No puedo revelarles cómo lo hace y si lo logra, lo que si es notable es cómo el director opta, dentro del tono onírico que la película va tomando (lo que la relaciona extrañamente con una compañera en los Oscar, El cisne negro, que no es sino otra película sobre procesos interiores exteriorizados) por una descripción cruda, salvaje, realista, sucia, difícil. Sobre ese terreno resbaladizo la película se mueve sin poder asirla. Molesta por momentos, conmovedora en varios, incómoda en el momento sangriento, dubitativa sobre la efectividad de sus recursos, se me hace imposible decir que es una película más. A su vez, no puedo sino sentirme profundamente manipulado. Hete aquí el secreto de Boyle: nunca dejarle el control al espectador.
Show unipersonal. La historia verídica de Aron Rolsten y su increíble supervivencia a su accidente es material perfecto para una adaptación cinematográfica. El problema vendría a ser como estirar un film por 90 minutos que solo tendría a una persona atrapada bajo una roca. Claramente se necesita un tipo de director con estilo bastante cinético que pueda mantener a una audiencia interesada y a un actor lo suficientemente capaz de canalizar todos los estados de animo y poder llevar al publico por la montaña rusa de emociones necesarias para contar esta historia. Para solucionar el primer punto, entra en escena Danny Boyle (Trainspotting, Slumdog Millionaire), trayendo consigo todos sus trucos de cámara y edición que los que conocen sus films sabrán apreciar. Boyle es uno de los directores mas enérgicos en la industria, encontrando cientos de ángulos de cámara distintos para contar una historia de una manera mas personal y darle un toque realista. Junto a una edición (nominada al Oscar) completamente moderna y una banda sonora brindando los toques necesarios para acentuar cada escena particular. Ahora falta solucionar el punto numero dos, un actor principal que pueda ser lo suficientemente creíble, relacionable y talentoso para llevarnos a través de este viaje. James Franco es una elección perfecta, demostrando nuevamente el porque es uno de los actores mas relevantes, ambiciosos e interesantes de la nueva camada de Hollywood. Franco personifica a Aron Rolsten, un joven ingeniero con espíritu aventurero que dedica todo su tiempo libre a escalar montañas y recorrer cañones. Un fin de semana particular, por la zona del Cañon de Colorado, Aron sufre un accidente que deja su brazo completamente atrapado debajo de una roca en el medio de la nada. Con poca agua, menos comida aun y sin posibilidad de moverse ni ayuda, sus probabilidades no son muy buenas. El film nos mostrara todo lo que Aron intenta hacer para liberarse, incluyendo sus métodos de supervivencia básicos, sus recuerdos de su infancia y premoniciones del futuro. Hasta llegar a el punto culminante, un hecho de conocimiento publico sobe la historia, pero que no revelare en caso de que alguno no lo sepa. Solo resta decir, que el film no es para impresionables. 127 Horas es una buena película que cuenta una gran historia real de una manera muy interesante y pro activa. Quizas por momentos se siente demasiado lo intimo y pequeño de la historia. Y si no fuera por Franco, su carisma interminable y el trabajo de cámara de Boyle y su editor, el film seria mucho menos soportable. En definitiva, es una muy buena historia que nunca deja de ser interesante. Quizás es una de esas películas que se puede disfrutar de la misma manera en la comodidad del hogar.
MOMENTO DE DECISIÓN El primer film de Danny Boyle después de Slumdog Millonaire es un film inusual, basado en un hecho real, acerca de un montañista que queda atrapado en una grieta durante una de sus incursiones y debe luchar para sobrevivir con mínimos recursos a la espera de ayuda o de poder librarse. Aunque se sepa el final de la historia, la película es una experiencia intensa, difícil de olvidar. Que una película esté basada o no en hechos reales es simplemente irrelevante a la hora de evaluarla, porque, en definitiva, es una obra de arte autorizada a tener sus propias reglas y utilizar todas las licencias poéticas que crea necesarias. La vida está llena de historias que merecen ser llevadas a la pantalla, sin duda. El error es considerar que exista algún film que no esté basado en la experiencia humana. Todos los films que vemos, sin ninguna excepción, se basan en aquello que han vivido y sentido los seres humanos. Vivimos en tiempos en los que parecería que –sería demasiado extenso analizar aquí los motivos- los espectadores o los realizadores no poseen una gran capacidad para utilizar la imaginación y entender las metáforas del arte. Así es que las historias basadas en hechos reales sirven entonces para que, sin hacer esfuerzo alguno, todos se pongan de acuerdo en que tienen que creer lo que van a ver y punto. Muchos films utilizan esto para intimidar al espectador, que también muchas veces asume de forma sumisa cualquier cosa simplemente porque está basada en hechos reales. En algunos casos, como en 127 horas o como ocurrió con Apolo XIII, esa suele ser la única manera de que los espectadores crean la historia increíble que les narran. Que ambas estén basadas en libros narrados por sus protagonistas genera, incluso, que no exista suspenso real acerca del final. Lo que intriga es cómo sobrevivieron, no si sobrevivieron. 127 horas cuenta la historia de Aron Ralston Lee (en el film, interpretado de forma sobria y a la vez brillante por James Franco), quien en el año 2003 salió a explorar el Blue John Canyon, en las cercanías de Moab, Utah. En esa expedición en solitario, Lee cayó en una grieta, una piedra se desprendió y le dejó atrapado su antebrazo derecho. La primera lección que Lee tomaría de esta experiencia es que jamás se debe ir a una aventura de este tipo sin avisarle a nadie de su paradero. Lee comprendió, desde el comienzo del accidente, que nadie vendría a rescatarlo porque nadie sabía en dónde podría estar. Todo lo que el film cuenta es absolutamente fiel con respecto a la historia de Lee, por lo que no es necesario avanzar más sobre la trama. Danny Boyle, el director de Trainspotting y Slumdog Millonaire, tiene distintos registros a la hora de filmar. Pero queda claro que, aunque utilice cámara en mano, imágenes sucias y reniegue de cualquier sobriedad clásica, Boyle es un cineasta recargado, artificial, que habita casi en las antípodas del documental en toda su filmografía. No se lo puede acusar de falta de rigor ni de no buscar una propuesta extrema despojada de cualquier elemento que no sea el único personaje atrapado en la grieta. Desde el comienzo Boyle plantea un juego visual a partir de una premisa: el film es el relato de Lee. Esto le permite incluir sus pensamientos, sueños y delirios. El director justifica su estilo y se concentra en el clímax del film. Entretiene y mantiene al espectador el vilo hasta el momento de la decisión que puede salvar o matar al protagonista de la historia. Quienes no hayan visto el film y hayan podido llegar hasta acá sin enterarse nada de la historia –cosa difícil, ya que jamás se planteó comercializarla como un film con final sorpresa- pueden dejar de leer esta nota aquí mismo. Está claro que el protagonista ha sobrevivido, ya que la cantidad de información que circula, incluso en la difusión de 127 horas apunta a eso, porque allí reside justamente la grandeza de la historia, en el momento de coraje y locura en el cual el instinto de supervivencia lleva a Lee a tomar la decisión de cortarse el brazo con una navaja sin filo. Amputarse un miembro para salir con vida. La película se lanza hacia ese momento sin pudor alguno. No es una escena sencilla para el espectador, y las personas más sensibles a esta clase de imágenes deben estar advertidos. Pero no mostrar la amputación hubiera sido una traición a Lee y a su historia. Toda la fuerza del film radica en entender lo que él fue capaz de hacer. Y en eso la película consigue su objetivo, trasmite a la perfección la historia del personaje y de lo que tuvo que atravesar. Para eso necesita compartir todos sus pensamientos. En esto sí la película es rigurosa, porque está escrita como un diario íntimo y no a través de la mirada de un narrador objetivo. A pesar de la crudeza del clímax y lo agobiante de toda la historia, Lee es un personaje que provoca admiración y al final de la película la sensación es más luminosa y optimista que en el comienzo. 127 horas es, más allá de todo, una historia con final feliz.
Danny Boyle esperó casi cuatro años para filmar esta historia real, que se podría resumir en tres lineas ya que cuenta los cinco días de Aron Ralston, atrapado 100 metros bajo la superficie del desierto, luego de un accidente realizando senderismo, en el accidentado Blue John Canyon, Estado de Utha. James Franco (Pineapple Express, Milk, El Hombre Araña) interpreta a este montañista extremo, quien se reta en cada salida, enfrentando cualquier condición ambiental, desafiando a la naturaleza y disfrutando de ello al máximo. Es una actuación destacable, ya que su co - protagonista es una piedra, la famosa piedra en el camino, la piedra que admiró toda su vida, y que tal vez represente esa fascinación por la valentía, ese gusto por las emociones fuertes, convirtiendo a la piedra en otro personaje: su rival, que lo enjuicia, lo atrapa y se convierte en parte de la acción aunque inmovil. La tensión, durante el relato, (que puede resultar predecible), está desde principio a fin, bordeando el dramón en si: el film se sostiene por la estética marcada de Danny Boye (Trainspotting, La Playa, Slumdog millionaire - ¿Quién quiere ser millonario? ) el cuidadoso clip del principio, el dialogo mínimo y necesario, y después una roca se desprende, cae y con ella la historia de vida: el elogio a la fortaleza física va cediendo, el espíritu aventurero se va desgastando y el protagonista mide dolorosamente las consecuencias de sus actos, su actitud antisocial llegando a tocar a la familia,el análisis minucioso de cada paso antes del hecho. Alegría y dolor, sorpresa y epifanía: reflexión y humor: todo acompañado por la melodía atrapante a cargo de A. R Rahman (ganador del Oscar Mejor Banda sonora , 2008) se encierran en 127 hs, un film nominado al Oscar 2011 en 6 categorías: mejor actor, mejor película, mejor guión adaptado, mejor canción, mejor banda sonora y mejor montaje.
Horas desesperadas El film muestra hasta qué punto puede llegar una persona para sobrevivir. El relato está basado en un caso real, la historia de Aron Ralston, un alpinista acostumbrado a recorrer El Gran Cañón Blue John. La película comienza con el recurso de la pantalla dividida, muestra la vida frenética y los carteles de salones, íconos de comida rápida en los Estados Unidos. Dirigida por Danny Boyle (el mismo de Tumba al ras de la tierra, Trainspotting y ganador del Oscar por ¿Quién quiere ser millonario?), esta realización se aproxima a la exitosa Enterrado por las sensaciones que provoca. El protagonista, interpretado por un convincente James Franco (Comer, Rezar, Amar), debe valerse en su agotadora aventura sólo con los elementos que lleva en su mochila. Y es así como Aron Ralston debe ingeniárselas para salir de la trampa mortal que le tiende la naturaleza. Recordemos que en la vida real, Aron, quedó atrapado accidentalmente por una roca y luego de 127 horas, decidió cortarse parte del brazo para poder salvar su vida. El film atrapa y conmociona al espectador, ya que a lo largo de las extensas horas de desgaste físico y mental, el personaje atraviesa alucinaciones, arrepentimientos, deseos y recuerdos de su familia. Más el agregado de un obstinado cuervo que lo visita a diario. 127 Horas fue presentada en el Festival Internacional de Toronto y resultó aplaudida por los críticos y comentaristas del séptimo arte, pero provocó también el desmayo de tres periodistas y varias personas en estado de shock. (¿Parte de la campaña?). Danny Boyle sigue demostrando que puede causar diferentes reacciones en el público. 127 Horas moviliza e impresiona, pero también reflexiona sobre el valor de la vida y la importancia de los seres amados.
"127 horas" es una película que está basada en una historia real, como bien lo indica su trailer. Algunos seguramente ya conocían la historia de Aron Raslton (el protagonista), y otros curiosos, imagino que habrán googleado su nombre para saber de qué se trataba su historia, razón por la cual se habrán enterado cómo terminaba la película. Tranquilos, no les voy a contar el final! Desde el vamos me resultó una historia interesante, ya que tengo varios puntos en común con el protagonista, basicamente esta idea de explorar nuevos lugares, practicar deportes y demás. Así que por ese lado, la película logró acaparar mi atención. Por otra parte, estaba protagonizada por James Franco, a quién considero un muy buen actor, así que pensé que iba a ser una combinación interesante para ver en la pantalla grande, y como plus, está nominada al Oscar como mejor película (entre otras nominaciones). Salvo por los primeros 10/15 minutos, el resto de la película vamos a verlo sólo a James Franco, y eso puede ser bastante complicado de sobrellevar para un actor, pero en este caso, creo que realizó un gran trabajo, y si bien dudo que gane el Oscar a mejor actor protagónico, es algo para tener en cuenta, y remarcar. Algunos podrán comparar "127 horas" con "El naúfrago", salvando las distancias obviamente, pero quienes vean la película, notarán que esta tiene un componente "extra" que la hace más interesante para el público. "127 horas" es una historia interesante, diferente, y sumamente atrapante. Otro buen trabajo de Danny Boyle! No dejen de verla, vale la pena ;)
“No podés decir que me conocés. Nunca pusiste una cámara en mi cabeza”, le dice Truman a Christof en la escena final de The Truman Show, la gran película de Peter Weir. En dicha película Christof (Ed Harris) era el manipulador director de un reality show donde el protagonista era un hombre que vivía dentro de un estudio, ignorando que su vida era un programa de televisión. Christof podía manejar a su personaje como se le diera la gana, pero no podía adivinar sus pensamientos, lo cuál servía de metáfora para entender que no importa quién nos gobierne, nosotros tenemos la libertad por pensar por nosotros mismos, y nadie nos puede meter una cámara en la cabeza. Ahora bien. Veamos la paradoja de Danny Boyle. El director de Trainspoitting tiene una situación complicada. ¿Cómo rellenar una hora y media de película con un personaje al que no puede manipular físicamente? Aron está atrapado entre una roca y una pared (literalmente hablando, además así se llamó su libro). ¿Cómo puede Danny Boyle “innovar” con un personaje en tal situación? “Bueno, metámosle una cámara en la cabeza”, habrá dicho. Dicha decisión, irónicamente, es lo más interesante de 127 Horas. No soy un fanático de Danny Boyle. Es un director demasiado arraigado con la estética video clipera (por suerte la estética más surrealista inglesa y no la grasosa estadounidense de Michael Bay), pero admito que a veces, cuando lleva dicho estilo visual a los límites entre el absurdo y la realidad, no es pretencioso, sino conciente de este hecho, porque lo que intenta realizar, honestamente es algún tipo de crítica social o ironía, es cuando sale a la superficie el mejor Danny Boyle. El problema es que el director tiene veta sentimentaloide obvia y cursi, que provoca en algún momento, que sus películas caigan en un moralismo naif, simplón y banal. Esto sucedía en Millones, por ejemplo y sucede en 127 Horas. El perfil más sarcástico, mordaz y frío de Boyle, de Trainspoitting o La Playa, es que el más me gusta. Es jugado, soberbio, extremo. Pero en cambio, desde hace un tiempo, que a Boyle le interesa más predicar que filmar. Incluso en sus productos más convencionales, solemnes y sobrevalorados como Exterminio y Amenaza Solar, Boyle metía bocados existencialistas con fines moralizantes. Aún así, hasta Amenaza Solar, lo respetaba. Especialmente por la forma en que trataba de “experimentar” con el digital cuando otros recién empezaban a conocer lo que era una cámara que no usaba material fílmico. Pero después le agarro la “conciencia social hindú” y viajó a filmar ese desparpajo llamado Quien Quiere Ser Millonario, una película que debería dar vergüenza ajena por dar una radiografía horrible y extrema de la pobreza en la India, de la forma más sádica y miserable, con pretensiones de cuento de hadas, y sin una mínima crítica hacia el Imperio Británico. En cambio, el costado romántico de la historia, hipnotizó a medio mundo, combinado con los colores, el montaje rápido y la simpatía de la muñequita Frida Pinto. Y encima se llevó todos los Oscars. En ese momento, me di cuenta que vivo dado vuelta. Habiendo leido la historia de real de Aron, honestamente, esperaba lo peor de parte de Boyle nuevamente. Sadismo, morbo, manipulación sentimental. En cambio, me encontré con una obra sentida y que se sale un poco de la típica película de “historia de supervivencia”. Más cercana a la autorreflexión sobre la soledad y como aprovechar la vida, de Hacia Rutas Salvajes, que a la existencialista reflexión sobre la utilización del tiempo de Naúfrago (parecen cosas similares pero no lo son, mientras que la primera es una autocrítica, la otra es una fábula moral más clásica, cercana a la reflexión capriana). Pero Boyle le agrega una atmósfera onírica, aplicando planos detalles de interiores de objetos o del brazo aplastado (que funcionan como las jeringas en Trainspoiting), multicámaras, varios cuadros simultáneos y un montaje videoclipero de flashbacks con la banda sonora del hindú A. R. Rahman, que si bien aportan poco y nada a la narración, al menos sacan del tedio a la historia original. O sea, seamos honestos. La odisea de Aron fue terrible, pero filmar los 5 días que el personaje padeció adentro de la cueva no tiene demasiado interés cinematográfico sino se logra salir de vez en cuando la realidad espacio – temporal. Pero Boyle es honesto. Nunca discute que lo que le pasa a Aron sucede dentro de su cabeza, de su mente. Y a la vez, el personaje le da una inteligente utilidad a la cámara digital, que justifica, la forma en que Boyle sigue experimentando con el formato. De hecho el principio y el final, en donde el montaje adquiere mayor protagonismo recuerda un poco a la trilogía Koyaanisqatsi – Powaqqatsi – Naqoykatsi de Godfrey Reggio. La cuestión era como iba a filmar el climax. A esta hora muchos lo saben, pero no lo voy a adelantar. Lo único que voy a decir es que no hay morbo, pero tampoco cobardía. Se muestra lo necesario de forma equilibrada para establecer el esfuerzo de Aron. Sí, después, se puede “elogiar” como queda explícito a donde uno puede llegar manteniendo la esperanza, la voluntad de sobrevivir, etc. Los elementos por los cuáles la Academia la incluyó entre las diez favoritas del año. No. No es para tanto. Apenas un poco más interesante y menos convencional que El Discurso del Rey. Es indiscutible el talento y soberbia de James Franco para ponerse la película sobre los hombros y pasar los diversos estados de ánimo del personaje, sin perder credibilidad en algún momento. Aunque es cierto, que está al borde del absurdo algunas veces, y por lo tanto la manera en que utiliza el humor para autoanalizarse y superar la tragedia, puede aparentar que está sobreactuando, cuando no lo está, desde mi punto de vista. 127 Horas es un relato reflexivo que mantiene la tensión. Le falta sordidez narrativa y menos inclusiones forzadas de los flashbacks para convertirse en una gran película. Sin embargo, por lo menos, esta vez, un producto de Danny Boyle, no da vergüenza ajena. Solamente esperemos que no se le haga costumbre meter la cámara en la mente de sus protagonistas. Ahora bien... esto realmente ¿garantiza conocer de verdad a los personajes?
Lo más loco de esta historia es que Aron Ralston, el montañista que tuvo el accidente en Utah, que se recrea en este film, sigue escalando montañas con la misma pasión de siempre. Hace unos años estuvo en Argentina, en la provincia de La Rioja, escalando el Monte Pissis, un volcán inactivo que es una de las cumbres de mayor altura en Sudamérica. 127 horas es una película que tranquilamente podría haber terminado convertida en una de las tantas producciones que se hacen para la televisión en Hollywood y después se encuentran en el cable. Sin embargo, en este caso se dio que el director Danny Boyle se interesara por esta historia ocurrida en el 2003 y la convirtiera en una experiencia cinematográfica especial. Boyle logró narrar este hecho, que salió en los noticieros de todo el mundo y uno ya sabe como va a terminar, en un film atrapante y lo que es más interesante todavía, entretenido. La película tiene un punto en común con ese gran thriller estrenado el año pasado que fue Enterrado. Más allá de que la trama se cuenta en su gran mayoría con un personaje en una locación, ambas películas no se hubieran podido realizar si el protagonista no era un gran actor. James Franco es uno de los mejores artistas jóvenes que trabaja en Hollywod por estos días y acá ofrece una interpretación memorable. Su trabajo, sin desmerecer la impecable dirección de Boyle, es lo que hizo que esta producción trascienda. El actor está frente a la cámara solo durante la mayor parte del conflicto y se carga la película en sus hombros con un trabajo emocional intenso, que probablemente fue el desafío más grande que enfrentó hasta ahora en su carrera. El trabajo de Boyle también fue clave. Más allá de su adicción a la estética y edición frenética, digna de video clips de MTV, en 127 horas logró con su cámara que el espectador viva la odisea de Aron Ralston como si estuviera atrapado en ese lugar con él. Están muy bien logradas la alucinaciones que tiene el protagonista donde Boyle logra meterse dentro de la mente de Ralston durante las horas en que estuvo atrapado. Es gracioso que los títulos del film aparecen recién cuando Franco tiene el accidente dando inicio a una experiencia terrible. Hay un momento maravilloso donde la cámara toma al brazo del montañista atrapado y luego se aleja hasta convertir la toma en una panorámica absolutamente desoladora que retrata la situación en la que se encuentra el personaje principal. Esa escena sola es más aterradora que varias películas de horror que pasaron por el cine en el último tiempo. Hacia el final hay un par de escenas fuertes, pero comparado con las cosas que se vieron en filmes como la saga del Juego del miedo, es cosa de niños. El tema es que el enfoque documental con el que abordó Boyle la dirección genera que momentos como esos sean más impactantes. Es raro que de las seis nominaciones al oscar que recibió la película justo en el rubro dirección haya sido ignorada, cuando el cineasta hizo un muy buen trabajo. Más allá de esa cuestión 127 horas representa otra gran película de su filmografía.
Montaje de Atracciones. En el mundo del cine conviven dos teorías antagónicas claramente delineadas: por un lado, la teoría realista cuyo creador fue Andre Bazín en una serie de escritos y que formalizó en su libro ¿Qué es el cine?, en el cual proponía que el cine debía mostrar la ambigüedad del mundo de una forma realista donde la utilización del artificio no fuese un obstáculo para captar la esencia cinematográfica. Bazín consideraba a los planos secuencia y principalmente a la profundidad de campo como las mejores herramientas para poder apreciar esa ambigüedad de la que hablaba en sus escritos, de una forma óptima. Pensaba que el montaje podía ser un obstáculo, una manera de forzar esa realidad que él deseaba para el cine. Podríamos decir que un gran alumno de la escuela baziniana podría ser Tsai Ming-liang, un director que utiliza la profundidad de campo y los planos fijos como recurso casi único para mostrar una sucesión de planos pictóricos donde por definición cinematográfica apreciamos la ausencia total del montaje como elemento narrativo. En las antípodas del discurso baziniano está la escuela soviética, liderada por Sergei Eisenstein y secundada por otros grandes realizadores de la historia del cine como Vsévolod Pudovkin, quienes creían que el montaje era la herramienta clave para escribir el lenguaje cinematográfico y conseguir el ritmo narrativo. Eisenstein pensaba en algo llamado “cadena de asociaciones”, también conocido como “montaje de atracciones”, donde determinaba que el sentido se daba “acoplando hechos” y, en orden de importancia, este encadenamiento estaba muy por encima de cómo se colocaba la cámara o cómo se diagramaba la puesta en escena. Y vaya si Danny Boyle hizo una película einsensteiniana con 127 Horas. El director ingles tomó la historia real de Aron Ralston (brillantemente interpretado por el ascendente James Franco), un fanático de los deportes de aventuras y, al ritmo del artificio y del montaje de atracciones, logró uno de los comienzos más potentes desde el punto de vista visual y narrativo que haya logrado en toda su carrera como director. Todo tipo de planos generales, picados, contrapicados, subjetivos, con pantalla dividida, los cuales fueron montados, “concatenados” de manera frenética, dándole sentido a la narración, acoplando los hechos como diría Eisenstein. Este frenesí no es gratuito; esta velocidad narrativa que marca Boyle en el comienzo de la película es sinónimo de la vida que lleva Ralston como deportista extremo (qué atractivo que resulta tirarse al vacío en una cavidad acuática subterránea) y nos va a marcar un pulso a contraposición de lo que ocurre en el momento del accidente que lo deja atrapado con su brazo entre una roca y una pared en una grieta del cañón que estaba explorando. La libertad que respiraba el film en su inicio desaforado tiene el desafío de mantenerse viva en un espacio reducido donde Ralston debe intentar destrabar su brazo y sobrevivir a condiciones adversas (el frío de la noche, la falta de agua y alimento) y Boyle lo logra quebrando el realismo de la situación y haciendo que su personaje se construya un mundo dentro del ámbito del artificio. Ralston imagina programas de televisión; ante la desesperación de la falta de agua piensa en bebidas que son mostradas por Boyle a través de sus publicidades; se mantiene vivo mediante recuerdos que son ejecutados con precisos flashbacks (la escena de todos desnudos dentro del auto con la nieve que invade el vehículo es genial) que hacen mas grácil la aridez narrativa de tener que mostrar a un personaje atrapado en una cueva; y acude a cualquier tipo de juego que pueda crear con su mente para despojarse del inevitable realismo que estaba viviendo. El artificio con el cual Boyle lleva adelante la situación traumática que vive Ralston hace que la inevitable amputación del brazo para evitar la muerte no sea un momento fuerte ni un pico de tensión. Nunca el director generó el realismo que ameritaba la situación para que lo sea. Uno lo ve como algo natural que debía suceder para que el personaje siga con vida y nada más. Esos hechos acoplados, esas atracciones que mencionaba Eisenstein, habían hecho que el artificio fuera el centro del relato más allá de cualquier acción realista que pudiera suceder en el plano ya que Boyle, al ser el incidente que vivió Aron Ralston un hecho real y conocido, no podía generar suspense sobre la posibilidad de que el personaje salga ileso de la situación. Si 127 Horas hubiera sido una película de concepción baziniana, el film, más allá de la teatralidad que llevaría a cuestas, sería imposible de aceptar por el espectador ya que la amputación final del brazo se convertiría en el centro de la construcción narrativa y generaría una tensión insoportable y difícil de digerir. Pero Boyle es inteligente y es uno de los directores que mejor utilizan los recursos cinematográficos hoy, de los que más eficientemente usan el artificio en función de la narración y de la puesta en escena (lo había mostrado en la maravillosa Sunshine: Alerta Solar y hasta en la fallida Slumdog millionaire - ¿Quién Quiere ser Millonario?) y se convirtió en un realizador que navega por los diferentes géneros del cine y siempre sale con la cabeza en alto. Hoy Boyle es sinónimo de cine bien comprendido; el cine que reflexiona sobre su propio arte y es autoconsciente de sus posibilidades.
Between a Rock and a Hard Place. Hay tres palabras que definen esta película: montaje, música y James Franco (serían 4 pero vamos a tomar a James Franco como una hermosa unidad semántica y morfológica). Montaje Esta es, sin lugar a dudas, una película de montaje. Cuando salimos de la Avant Premier que organizamos con la página, uno de mis colegas, Carlos Rey (quien hizo una crítica muy interesante), dijo algo así como “este es el verdadero artificio del cine”, o sea, cómo mantenernos frente a la pantalla durante una hora y media viendo a un flaco que queda atorado entre una roca y una pared. Esa es la magia del cine. Y estoy de acuerdo. Porque Danny Boyle se vale de recursos increíbles para lograr eso en el espectador. Al principio, una serie de video clips; luego una serie de montajes vertiginosos de Aron Ralston mientras se prepara para partir y mientras se dirige en auto y después en bicicleta hacia el cañón de Utah. Una vez que Aron está atrapado, la cámara va cambiando de posición para captar a Aron y para captar el diminuto lugar en el que se encuentra. Intercalados, hay varios flashbacks y algunos flashforwards, a partir de los cuales derivamos cierta información sobre la vida de este joven aficionado a los deportes extremos: una relación amorosa, su familia, su pasado. Mediante estos flashbacks, Aron realiza cierta introspección y se empieza a cuestionar algunas cosas de su existencia, principalmente el sentido de su vida y el sentido de los afectos, la familia, la pareja. En los flashforwards imagina situaciones que él tiene la certeza de que van a ocurrir y, en una escena muy linda, se ve a sí mismo como padre y eso es una gran motivación para que su historia termine como termina. Por momentos, el montaje también sirve como recurso para explorar ciertas alucinaciones o estados oníricos de Aron. O sea, casi toda la película es un trabajo de montaje brillante y vertiginoso. Música Gran banda de sonido, impecable, a cargo de A. R. Rahman. Cada pieza musical converge de manera perfecta con cada escena del film. Desde la música frenética del principio, que calza impecablemente con el montaje inicial, hasta la música esperanzadora del final, pasando por la que acompaña cada uno de los flashbacks y las melodías más lúgubres en los momentos más dramáticos. Pero para mí, la escena más hermosa de toda la película es la escena en la que Aron ve a su hermana mientras toca el piano, en su casa, con sus padres, y después la vuelve a ver, de grande, vestida de novia, y recuerda que para su casamiento ellos tocarían juntos y ahí la ve de nuevo, en una imagen como superpuesta, mientras ella interpreta Nocturno Nº 2 en Mi Bemol y él murmura “Way to go, sis”; esa escena me hizo saltar las lágrimas, quizá porque amo los Nocturnos de Chopin, quizá porque en ella se ve la desahucia, la resignación del personaje y la inevitabilidad de su supuesto final en ese momento. Una escena que quedará grabada en mi retina para siempre. James Franco Realmente quedé sumamente perpleja ante la actuación de Franco. Hay una escena en la que fantasea con una especie de talk show en el que se entrevista a sí mismo; la mayoría de las personas con las que hablé me dijeron que no les gustó esa escena, que les pareció forzada y descolgada; para mí, es una escena muy poderosa; hay un desdoblamiento sumamente interesante del personaje, una reflexión terrible y desesperante mediante el humor y el sarcasmo. A medida que avanza la secuencia, el rostro de Franco se va transformando hasta quedar con la mirada fija en la nada, reflexionando sobre qué cosas hizo en su vida, qué cosas no hizo, y las consecuencias de ello. La escena de la amputación la vi a medias. Era demasiado realista como para no revolverme las tripas, pero traté, aunque sea por breves instantes, de mirarlo a él, las expresiones de la cara, y sí, James Franco deleita a cada instante con su actuación soberbia. Si bien esta película tiene todo el artificio que la hace ser lo que es y que allana el terreno para cualquier interpretación, James Franco igual la rompe. Cuando salimos de la sala estábamos todos muy abatidos, y se veía en nuestros rostros una mezcla de fascinación, asombro, incredulidad y extrañeza. Danny Boyle innegablemente logra una obra fascinante y poderosa. Hay algo en el final que me molesta un poco, esta cosa de mostrar al personaje y todos sus logros, como en un pseudo mensaje moralizante estilo “no importa las adversidades que la vida te presente, debes dar batalla y seguir adelante”. Si bien la historia es una historia real, esperaba otro final, quizá no tan grandilocuente y más en sintonía con lo que había visto antes. De todas formas, es una gran película.
En la montaña del miedo James Franco sufre un raro accidente en este filme de Danny Boyle. Hay accidentes y accidentes. El que sufrió Aron Ralston tal vez sea uno de los más peculiares que uno vio en mucho tiempo. Se podría decir que, por su personalidad aventurera y su aparente desconocimiento del miedo, algo así podía sucederle en cualquier momento. Pero lo que le pasó es digno de entrar en un libro de curiosidades. Aron (encarnado por ese muy buen actor que James Franco parece esconder bajo el look de galán) es un montañista, un hombre capaz de salir a recorrer cañones en el medio de la nada, con un pequeño kit de ayuda, una bicicleta, una botella de agua y no mucho más. Ah, y sin avisarle a nadie de su paradero. El tipo se encuentra con dos chicas, les hace descubrir un bello oasis entre los cañones y luego se va solo, “tierra adentro”. Pero se cae en una grieta profunda entre dos enormes formaciones rocosas, con tanta mala fortuna que una inmensa piedra cae justo sobre su brazo derecho aplastándoselo contra una de las paredes. El hombre está, literalmente, atrapado y por más que lo intente de mil maneras no consigue sacar su brazo de ahí y, por consiguiente, no puede mover su cuerpo. El filme narrará las 127 horas que Aron pasará allí adentro, con la lógica tensión y frustración del caso, y se centrará en lo que debe hacer si quiere salir de allí con vida, mientras se va quedando sin agua, sin energías y sin recursos. Boyle, a su manera siempre algo excesiva, lanza un arsenal de recursos visuales para no convertir la historia de Aron en la de un tipo encerrado en un metro cuadrado. La cámara va y viene por la zona, por sus recuerdos que se van convirtiendo en delirios, juega con la cámara de video en la que el propio Aron graba mensajes, no deja de crear tensión a partir del movimiento y el montaje. La historia puede ser pequeñita, pero para el director de Trainspotting no hay nada tan chico como para no recibir su “tratamiento completo”. Ahí dentro será una batalla entre la pirotecnia visual de Boyle (ver El extranjero , pág. 20) y la creciente desesperación de Aron, que ve que sólo le va quedando una opción si quiere salir con vida, algo que el espectador seguramente adivinará al rato de ver la película. En 127 horas , el realizador de Slumdog Millionaire vuelve a contar otra historia de supervivencia, de lucha contra la adversidad y de victoria pese a todos los pronósticos (algo muy lejano a lo que hacía al principio de su carrera). Aquí, por suerte, a diferencia de su anterior filme, no hay demasiado lugar para el sentimentalismo ni el exceso melodramático. ¿El morbo? Sí, claro, pero eso lo viene haciendo desde que nos tuvo en vilo con aquel bebé en Trainspotting , así que no se hagan los sorprendidos. Están avisados.
James Franco, en un film sobre el coraje y la fe con 6 nominaciones al Oscar Tras arrasar en los premios Oscar con Slumdog Millionaire : ¿Quién quiere ser millonario? , el inglés Danny Boyle y su coguionista Simon Beaufoy eligieron adaptar otra novela, en este caso las memorias de un joven afecto al turismo de aventuras y a los deportes de riesgo que sobrevivió a un accidente gracias a una gran entereza física y moral (apelando incluso a sacrificios extremos) en condiciones infrahumanas. En abril de 2003, un escalador llamado Aron Ralson, de 27 años, cayó en una grieta de un aislado cañón de Utah y quedó con uno de sus brazos atrapado por una gran roca. Con su habitual parafernalia estética (estilización visual, edición vertiginosa, música grandilocuente, secuencias oníricas, flashbacks que recuperan el pasado y la dinámica familiar del protagonista), Boyle va reconstruyendo la odisea, la épica heroica de este personaje al que James Franco logra sostener con gran dignidad, incluso a pesar de ciertos excesos y subrayados del director. El prólogo sirve para exponer las características inhóspitas del lugar y la personalidad intrépida, despreocupada, de Ralston. Luego de la caída, el protagonista comienza a grabar sus desventuras cotidianas (escasez de agua y comida, bruscos cambios climáticos, contradicciones frente a situaciones tan absurdas, crecientes dolores físicos y problemas de movilidad) con su pequeña cámara digital, mientras el realizador de Trainspotting y Exterminio hace gala de su talento para los encuadres y los movimientos de cámara para "vestir" esta batalla íntima contra sí mismo (Ralston se pide una y otra vez no perder la cabeza) y contra las indomables fuerzas de la naturaleza. Hollywood tiene predilección por estas historias reales con mucho de conmovedor (y aleccionador). ¡Viven! , sobre la hazaña de los rugbiers que cayeron en los Andes, es otro ejemplo, pero también se han hecho films mucho más audaces, radicales y provocadores, como el que emprendió Sean Penn como director en Hacia rutas salvajes . Con su puesta en escena virtuosa, la convicción de Franco y apelaciones a los sentimientos más nobles del ser humano, le alcanzó a Boyle para conseguir 6 nominaciones al Oscar. Y una buena película.
La mano en la trampa El realizador de Slumdog Millionaire narra la odisea de un escalador atrapado en la montaña con un paroxismo formal propio del pop art, que se corresponde con un personaje excesivo y desbordante. ¿Existen las tragedias pop? La vida de Brian Wilson, las frustradas predaciones de Wile E. Coyote y la serie Flash-November 22, 1963, entre otras obras de Andy Warhol, demuestran que sí. También 127 horas, con la que el británico Danny Boyle vuelve a hacerse presente a la hora del Oscar, tras haberse llevado (casi) todos un par de años atrás, gracias a la nefasta Slumdog Millionaire, ¿quién quiere ser millonario? Esta vez las nominaciones son seis, incluyendo película, actor protagónico, guión adaptado y edición. Aunque curiosamente ni dirección ni fotografía, junto con la edición, son los rubros más destacados de la película. ¿Pero cómo puede ser nefasta aquélla y ésta buena, si en ambas el realizador de Trainspo-tting aplica la misma parafernalia visual de luxe, sobre temas a primera vista poco aptos? Básicamente, porque en un caso Boyle usó la miseria del país más miserable del mundo como marco para una colorida fabulita de amor y éxito. En esta ocasión se trata, en cambio, del accidente, aparentemente terminal, de un solitario escalador amateur, que queda atrapado contra una roca. Y a diferencia de ser un chico de la calle en la India –testigo y víctima de la esclavitud sexual, el abuso infantil y la tortura– escalar es algo que se elige. Esa asunción del riesgo y sus consecuencias permite al protagonista de 127 horas encarar su circunstancia con un optimismo, un espíritu, un sentido del humor que en términos lógicos pueden sonar a delirio. En el campo estético, a esa disposición de espíritu suele llamársele pop, onomatopeya que Boyle viene pronunciando reiteradamente a lo largo de su carrera. Tal como contó el explorador amateur Aron Ralston en su libro Between a Rock and a Hard Place, en abril de 2003, durante uno de sus fines de semana a pleno sol en el desierto de Utah, su mano derecha quedó atrapada bajo una roca. Ralston se hallaba en medio de un cañadón desolado y prácticamente inaccesible, sin provisiones ni posibilidad de escape. Pero que la película se llame 127 horas hace pensar que la encerrona podría no ser para siempre. El título plantea al espectador, además, un desafío casi deportivo, que lo pone en pie de igualdad con el héroe. El de-safío de asistir a una hora y media que consistirá –a partir del cuarto de hora, al menos– en un tipo forcejeando contra una roca imposible de doblegar. Ese desafío, esa voluntad de encarar un tour de force narrativo, emparientan la película de Boyle (que adaptó el libro de Ralston junto a Simon Beauffoy, guionista de Slumdog Millionaire) con La escafandra y la mariposa, en la que el héroe queda reducido al movimiento de un ojo, o Enterrado, que se limitaba al encierro de un tipo bajo tierra. Las armas de Enterrado para mantener el interés del espectador eran la intensidad y la fijeza. Más en línea con las de La escafandra..., las de 127 horas consisten en un exuberante frenesí imaginativo y visual. Asistido por dos notorios cultores del lujo fotográfico –su brazo derecho Anthony Dod Mantle y Enrique Chediak, proveniente del cine indie– y con el indio A. R. Rahman bombardeando la banda de sonido con lo que tal vez puedan llamarse tecno-ragas, desde un primer momento Boyle narra lo ínfimo –los preparativos de Ralston antes de la excursión, el viaje en 4 x 4 hasta Utah, el trecho en bici, su caminata bajo el sol– mediante un paroxismo pop de pantallas divididas, reencuadres, ralentis, cámaras en mano, imagen de video, texturas variables, un paisaje artificializado a fuerza de tonos saturados y encuadres que incluyen hasta la subjetiva de un termo. ¿Exceso, artificio, manierismo a todo trapo? Desde ya. Pero debe tenerse en cuenta que –tal como lo interpreta, al menos, el eléctrico James Franco– el protagonista es un tipo tan excesivo, quimérico y desbordante como la estética con la que Boyle lo aborda. Sin renunciar al artificio (durante esos cinco días Ralston es asaltado por un tsunami de flashbacks, sueños y fantasías), Boyle narra esa sobrevivencia imposible (no hay forma de que la roca ceda, la provisión de agua se agota, la comida consiste en unas barritas de cereal), poniendo atención sobre el detalle mínimo (el intento de armar sistemas de palancas y poleas, el movimiento infinitesimal de un dedo, el pis guardado como sustituto del agua). Esa convivencia con el héroe, su voluntad de no bajar los brazos pese a todo, hacen crecer la intensidad y el compromiso con su suerte. El último recurso redobla el desafío para el espectador, al obligarlo a plantearse hasta dónde está dispuesto a ver. Haciendo uso de su navajita de bolsillo, Ralston tiene la idea –tan loca y lógica como las del Coyote, que predaba por esa misma zona– de deshacerse del brazo aprisionado, liberándose para siempre de sus cadenas de roca. Sobreponerse a la tragedia, en suma: difícilmente en un film de Hollywood no suceda esto.
Entre la piedra y la pared Aron (James Franco) emprende el viaje bien preparado, apenas se deja la Victorinox en un armario, pero por lo demás va equipado para pasar un día recorriendo montañas y quebradas en el desértico paisaje de Utah. La tiene clara Aron, conoce cada rincón del lugar. Si hasta se ofrece de guía a un par de chicas con las que comparte un rato nadando en lagos subterráneos. Tras despedirse de las señoritas, el joven ingeniero sigue su trayecto. Ante una grieta que no debe suponer ningún desafío saltar, el destino pone literalmente una piedra en su camino que lo hace caer, y junto con él la piedra cae también. Sobre su brazo derecho. Situación: Aron está en una grieta de una montaña, seis metros bajo la superficie atrapado con una piedra aplastando su brazo. Y nadie lo sabe. Porque el ingeniero no dió muestra de inteligencia alguna cuando omitió avisar a sus allegados adonde iba y qué tenía pensado hacer. Ahora está solo, con su equipo de alpinista, una botella de agua y una navaja china sin filo. El director de "Slumdog Millonaire" optó por un montaje clipero, muy apto para MTV. Si por momentos hasta parece un separador de la otrora cadena musical. Desafortunadamente esa elección estética y los poco profundos pensamientos que tiene el protagonista, mostrados como flashbacks, restan en lugar de sumar. La comparación con "Enterrado" se hace inevitable por momentos. Rodrigo Cortés supo transmitir la angustia del protagonista en un ambiente limitado. Boyle no lo logra, se distrae, se le escapa la intención y al promediar el filme sólo esperamos que se resuelva. Sin dudas la labor de James Franco, un actor que trabajo tras trabajo va mostrando su versatilidad, es lo más destacable y merece todos los aplausos dentro de una película que no consigue pasar de lo anecdótico.
Odisea solitaria al filo de la muerte Basada en una historia real y nominada a dos Oscar, esta nueva película de Danny Boyle relata cómo un hombre queda atrapado en una fisura en el Cañón Blue John y se enfrenta al dilema de morir o mutilar su cuerpo. Un hombre corre, anda en bicicleta, salta, trepa, nada. Tiene una vitalidad que parece no saber de límites. Respira vida casi de manera obscena. El hombre es un individualista a ultranza, un adicto a la adrenalina, que como cualquier otra adición, le exige desafíos cada vez más arriesgados: recorrer una distancia en el menor tiempo posible, saltar al vacío sin saber qué hay abajo, escalar grietas eternas en un cañón solitario. El hombre es Aron Ralston, que un sábado salió de excursión solo, sin avisar a nadie donde iba y, en un momento del paseo extremo, quedó atrapado durante cinco días en una fisura en el Cañón Blue John del Estado de Utah, con una mano aplastada por una roca que lo enfrentó al dilema de morir o mutilar su cuerpo para poder salir de la trampa mortal que le deparó el destino. Y su propia soberbia. La historia real se traslada al relato de Danny Boyle, y Ralston es James Franco, que se carga el relato al hombro en un tour de force a la manera de Ryan Reynolds en la reciente Enterrado, Colin Farrell en Enlace mortal, pero sobre todo como el trabajo de Tom Hank en Náufrago, la película con la que dialoga 127 horas. Boyle es un realizador sobrevalorado que a golpes de efecto y por qué negarlo, una buena dosis de ingenio, logró recorrer un exitoso camino en el cine, desde la sorprendente Trainspotting, pasando por la apocalíptica Exterminio, hasta la miserable ¿Quién quiere ser millonario? Con su última película parece encontrar un punto intermedio a partir de los recursos de la puesta en escena, empezando por la camarita que carga el protagonista, lo que le permite documentar la odisea, mostrar su legado a familiares y amigos, los momentos oníricos producto de la deshidratación, el juego de una supuesta audiencia de un improbable talk show, y claro, dejar su marca a través de los habituales recursos estéticos que maneja desde siempre. El director británico recurre a la pantalla dividida, a los colores saturados, y al sonido que irrumpe para arrancar una sonrisa o para acentuar un momento dramático, a lo que se suma como siempre el cuerpo como campo de batalla, aquí de una odisea solitaria en donde fluidos, dolor y frío conviven con la tragedia, el enojo, la redención, el coraje y la determinación. Efectiva en su desvergonzada manipulación del espectador, 127 horas es una película menor que logra ciertos momentos de cine. Lo demás es puro golpe de efecto. <
El triunfo de la voluntad Es evidente que al director Danny Boyle le apasionan las situaciones humanas extremas y la capacidad del hombre para superarse y vencer adversidades gracias a la voluntad. Sin duda en perspectiva los mejores momentos de Trainspotting eran aquellos de la lucha del protagonista en la etapa de abstinencia; los de Slumdog millonaire aquellos en que se retrataban con crudeza las peripecias de los niños en la India, del otro lado de Bollywood. En todas ellas quedaba marcada la diferencia entre el hombre y la hostilidad del mundo que habita, el cual a veces saca a relucir el mejor instinto de supervivencia cuando la fe -en fenómenos externos- se pierde. Por eso 127 horas quizás sea la mejor película del realizador Danny Boyle hasta la fecha, y no sólo por su impecable factura cinematográfica sino por su coherencia y honestidad. De antemano no resultaba nada fácil trasladar a la pantalla la anécdota del escalador Aaron Ralston (magistral interpretación de James Franco), un joven temerario, poco amigo de las reglas y con un espíritu de libertad que choca contra los postulados de la esclavizante sociedad de consumo, que decidió desafiar al imponente Cañón del Colorado (Utah) metiéndose entre sus intersticios montañosos hasta quedar atrapado entre las paredes internas de uno de ellos tras el desprendimiento de una roca sobre uno de sus brazos. Sin ninguna chance de sacar el miembro atascado contra una de las paredes, Ralston pasó cinco días allí sin prácticamente alternativas para salir con vida, salvo la decisión de amputárselo para escapar. Una cantimplora con escaso suministro de agua potable; una cámara digital; un cortaplumas y algunas provisiones para un día eran los únicos elementos con que contaba Aaron antes de que la gangrena avanzara, así como las inclemencias del tiempo en amenaza constante. En eso se resume toda la historia ya conocida y que forma parte de una novela autobiográfica del propio Aaron Ralston, quien pese al episodio del año 2003 hoy sigue asumiendo aventuras extremas a fuerza de omnipotencia, locura, espíritu y vitalidad sin las cuales no hubiese podido superar el trauma. Ahora bien, las cualidades que resaltan en la figura del intrépido montañista son equivalentes a las de Danny Boyle a la hora de encarar el proyecto y hacerlo suyo desde el primer minuto hasta el último. Esto lo logra con una energía que trasciende la épica y en una mezcla de tono confesional (brillante recurso de la cámara digital) e intimista, acompañado de un monólogo interno que se va ordenando en reflexiones, miedos, contradicciones, revelaciones por fragmentos, en el que se puede experimentar -gracias al encomiable trabajo de Franco- la curva de degradación y deterioro tanto físico como psicológico del personaje, con su contracara de la perseverancia y la necesidad de no entregarse a la muerte. El realizador decide ir de lo general a lo particular comenzando con el vértigo y la adrenalina propia de una ciudad en acción y grandes masas trasladándose hacia ninguna parte. Un aspecto de la crítica social y a la sociedad de consumo se ve plasmada en este juego de opuestos que, transportado a la situación límite, no hace otra cosa que mostrar su cara de banalidad, reforzada por la parodia de un símil reality show donde el protagonista expone su dolor y miserias personales ante cámara mientras las últimas horas se le escapan. Dentro de ese conglomerado humano y amorfo destaca un hombre en plan de fuga o excursión o de viaje interior (si el término se acepta) que representa sintéticamente al norteamericano promedio. A partir de allí, la cámara se encargará del resto midiendo constantemente la distancia entre el protagonista y el contexto; entre la soledad de un espacio geográfico majestuoso y la del encierro, que la excelente fotografía de Anthony Dod Mantle y Enrique Chediak enriquece sobremanera, además de la banda sonora del hindú A. R. Rahman que complementa el cuadro a la perfección. Esa atmósfera solitaria que no hace más que resaltar la insignificancia del hombre frente a la naturaleza (uno de los pilares fundantes del romanticismo) va impregnando el tono del relato sumiéndolo en un terreno de abstracción pese al fuerte realismo de las imágenes y a la textura prácticamente documental de algunos segmentos; pero también da lugar a lo onírico o alucinatorio desde el punto de vista del protagonista. La idea de la puesta en escena integrada a los flashbacks es sublime y un recurso inteligente del director para despojarse del lastre de los recuerdos y su forma convencional de representación, con el propósito de darle cierto respiro al espectador y sacarlo de la opresión y desesperación que avanza con el correr de los minutos. Para lograr semejante conjunción de aspectos tanto formales como conceptuales resulta indispensable un actor con las características adecuadas para no sobreactuar una situación límite (eso es lo que ocurría en el film Enterrado) y hacer de su performance un tour de force verosímil y conmovedor como el que entrega James Franco. 127 horas es una película difícil de sobrellevar si uno no está preparado para emociones fuertes que exacerban cualquier aspecto de debilidad humana, así como recuperan la confianza en el poder de la voluntad y del cine para encontrarle un lenguaje universal, poético y único para el que no hace falta absolutamente nada más que sensibilidad e inteligencia: palabras que al cine Hollywoodense prefabricado le quedan tan grandes como las montañas que Aaron escala.
Anexo de crítica: En esencia otro ejercicio de estilo por parte del hiperquinético Danny Boyle, 127 Horas (127 Hours, 2010) es una propuesta interesante que desagradará al público casual por sus obvias limitaciones en cuanto al orden del contenido. El realizador utiliza la diminuta anécdota de un montañista atrapado en un cañón de Utah como excusa para desplegar su artillería visual basada en una intrincada manipulación de la imagen. Ahora bien, si se dejan de lado los prejuicios y se acepta esta celebración del artificio se podrá disfrutar de un film amable que apenas si se ubica por debajo de Slumdog Millionaire (2008)...
Podríamos preguntarnos qué es lo que hace en los Oscars este film tan correcto desde lo fílmico como excesivo en extensión y nominaciones a premios que le quedan un poco grandes. Pero lo importante, en este marco, es que Danny Boyle lo hizo de nuevo, volvió al ruedo con un trabajo que en comparación con su megaéxito Slumdog Millonaire (Oscar a Mejor Película, entre otros) es pequeño en factura, minimalista, acotado. 127 horas narra el vía crucis sin cruz de Aron Rarlston, aventurero nato y escalador de montaña entre otros hobbies y aficiones que un día, en plena recorrida, queda atrapado entre piedras que lo atascan al punto de pasar allí el transcurso de tiempo al que hace referencia el título. El director de Trainspotting logra durante hora y media de relato sostener la tensión de una anécdota trágica protagonizada por un muy efectivo James Franco, ágil en su entrega física y emocional al personaje, lo que lo transforma en una acertada elección para darle vida al drama vivido por el Rarlston real, a quien, y a modo de coda, de bonus track, vemos junto a los títulos de cierre, quizá con la intención de reforzar la ligazón con la historia, con el personaje y, porqué no, con la mira puesta en miles de votantes que definen quién se hará acreedor a la estatuilla dorada. Lo dicho más arriba; el film, correcto y gentil en su narración, sería aún mejor con cuatro o cinco minutos menos, sobre todo a la hora de describir la situación gore cerca del final, con una descripción detallada de la decisión límite que toma nuestro héroe, tan quirúrgica que parece solo destinada a asustar señoras. Al mismo tiempo, el paquete para regalo que Boyle presenta en términos de edición y puesta de cámaras es impecable, todo un ejercicio de estilización visual, lo cual hace que el drama nos salude con simpatía y fluidez pop(ular). Ah, ¿los porqué de tanta nominación (Película, Guión Adaptado, Actor Principal, Montaje, Música Original, Canción Original)? Reglas de una industria que parece haber encontrado en Danny Boyle un candidato siempre listo. O quizá sea otra cosa, claro.
127 Horas representa la vuelta al cine de Danny Boyle, luego del éxito que obtuvo por Slumdog Millionaire. Con la participación de James Franco, Danny nos contará la historia verdadera de Aron Ralston, un montañista que en plena travesía por un cañón de Utah cae en una grieta quedando su brazo atrapado debajo de una pesada roca. Aron comienza su viaje en total soledad y en su camino hacia el cañón Blue John se cruza con dos muchachas, a las cuales las ayuda ya que estan perdidas y las lleva a disfrutar de algunas experiencias inolvidables para sus vidas. Aron pareciera conocer el cañón como la palma de su mano, porque avanza con una confianza avasallante sobre cualquier superficie. Hasta que lamentablemente ocurre lo inesperado, y bajando por una estrecha separación resbala cayendo a pique hacia el suelo quedando su brazo izquierdo atrapado debajo de una pesada piedra. Es allí que Aron comienza a intentar zafarse de la inoportuna piedra utilizando distintos métodos, aunque todos con el frustante final de verse atrapado y sin posibilidades de escapar. Incluso con el pasar de los minutos se da cuenta que nadie supo a dónde viajaba, por ende entonces nadie lo daría por perdido, aumentado así su sensación de soledad ante semejante escollo. Mientras cranea y lleva adelante los planes para lograr salirse, Ratson comienza a recordar distintas etapas de su vida generando distintos estados de ánimo en su persona, como la felicidad, la tristeza o la decepción. La historia de vida que aquí nos ocupa, al igual que en El Ganador, era perfecta para llevarla al cine, debido a que contiene todos los condimentos típicos que se necesitan para llamar la atención de la crítica y el público. Siempre las películas de superación personal ante la cercanía de la muerte garpan bien en todos los ámbitos y en caso de tratarse de una historia real, mucho más. Es por eso que no son extrañas las nominaciones a los Oscar y los buenos números taquilleros que obtuvo alrededor del mundo. La traba más importante para narrar 127 Horas era conseguir un producto de entretenimiento "apto para todo público" con una historia que se basa fundamentalmente en un muchacho que queda atrapado debajo de una roca. Allí es donde Boyle desprende toda su potencia gráfica "pop" para lograr desligar el profundo calvario que vive el protagonista. Otro apartado donde Danny busca "levantar" la historia, es en la excelente elección del poderoso soundtrack que suena en este film. Hay un juego interesante en 127 Horas, donde Boyle plantea por medio del montaje de las escenas y la música una distención y una desdramatización de la historia y en donde su protagonista James Franco aparece como contraparte para equilibrar la balanza de la película. Quien aporta los momentos más rutilantes y pesados -dramáticamente hablando- es Franco, con una actuación excelente y que seguramente será recordada como una de las mejores de su vida. En las horas que su personaje pasa atrapado podremos verlo eufórico, deprimido, esperanzado, decepcionado, nostálgico, etc, con una credibilidad y un realismo realmente brillante. Sin dudas el papel más destacado en su fructífera filmografía. Toda la fuerza que tiene la historia se va cerrando de manera contundente y brillante en las secuencias finales, donde el film cobra una especial energía que resulta altamente conmovedora. 127 Horas es un muy buen film con una historia altamente atrapante e interesante que cuenta con una excelente dirección de Danny Boyle y una actuación descollante de James Franco.
127 horas es una película extrema. Danny Boyle transformó una película ganchera centrada en un único protagonista, como Enterrado vivo o Náufrago, en una experiencia visceral cuyo tono parece inspirado por las vivencias de su protagonista (la película está basada en cinco días en la vida de Aron Ralston). Lejos de las concesiones hechas en Slumdog Millonaire, 127 horas es una película mucho más difícil, con muchos momentos incómodos para el espectador, pero que igual consigue atraparlo. El cambio de tonos entre lo real y lo onírico que hace Danny Boyle es magistral, pero vale destacar el trabajo del cineasta con las sutilezas (grandes ausentes en su película anterior). 127 horas demuestra que puede haber muchísima acción sin que sea necesario tanto movimiento.
Atrapado en un videoclip James Franco es héroe y víctima en 127 horas, la historia del hombre que quedó atrapado durante más de 5 días en el cañon Blue John. Una inmensa roca cayó y aplastó su brazo izquierdo, confinándolo a la soledad absoluta. ¿Cómo llegó a esa situación? La película se convierte en un relato moralista sobre la supuesta independencia y el egoísmo del autoproclamado héroe norteamericano. Ya saben: una de esas personas capaces de hacer todo por sí solas. Hasta que bueno, se les cae una roca encima de la mano. Este es el primer trabajo luego de haber ganado el Oscar por la multipremiada Slumdog Millionaire, una película de la cual admiro su destreza técnica pero no su inteligencia. Aquí el guionista vuelve a ser Simon Beaufoy (Full Monty, Slumdog Millionaire) junto al propio director. Si bien por breves momentos hay algunas líneas de diálogo que hace chirriar los dientes ("Esta roca... me ha esperado toda mi vida" dirá Aaron Ralston, que parece, tiene más gusto por lo teatral que el Guasón de The Dark Knight). Hay una historia romántica que molesta, y mucho. No tanto porque Clémence Poésy (la francesa linda de Harry Potter o In Bruges) luzca forzada y ridícula, sino porque los fragmentos de la historia parecen más injertos que otra cosa. Ralston queda atrapado en una roca. Entonces se pone a pensar (después de todo, hay mucho de qué pensar en ese lugar). El Sol lo toca y recuerda su infancia. Injerto: Ralston niño ve el amanecer con su padre. Y así con varias personas importantes en ese lugar. Momento: ¿Todo esto y la película es un 8/10? Bueno, sí. Tiene sus defectos, que son muchos. Pero es uno de los mayores logros del director de Trainspotting. A esta altura no esconde que lo suyo son las emociones fuertes (resaltado aquí en el naranja furioso que abunda en toda la película). Que apuesta por un cine más bien clásico norteamericano pero revisionado con estética y ritmo de videoclip. En Slumdog Millionaire chocaba porque se trataba de una historia sobre los pobres de la India, y más allá de las torpezas múltiples, era moralmente cuestionable en varios sentidos. Yo había titulado la crítica de ese film como "Colorida pobreza" en tanto Boyle veía todo lleno de colores, ángulos imposibles, edición frenética y música pegadiza. Ahora vuelve a utilizar todos esos elementos, que encajan perfectamente, no sólo con el final feliz que quiere, sino con el protagonista. Aaron Ralston es un hombre que vive excitado/extasiado. La película comienza ("arranca" sería mejor) con gente gritando, caminando, corriendo. Es pura energía, pura actividad física. Sí: él está confinado a un hueco pero a diferencia, supongamos, de Enterrado (la película de Rodrigo Cortés, que se desarrollaba toda en un mismo lugar) aquí todo pasa por la emoción. O mejor dicho: las emociones. No importa: suena Never hear surf music again y se presenta a Ralston, que no hace caso a los llamados ni de su madre, ni de sus amigos. Está por salir a buscar una nueva aventura. La pantalla se divide en 3: hay marcas, luces, cualquier tipo de distracciones. Cualquier montajista curtido dirá que la múltiples imágenes no son de su agrado. Eso no es tanto porque parece inmaduro, sino porque no tiene demasiado sentido. En 127 Horas tampoco, pero sí tiene sentido con el cine desaforado de Boyle. Yo no descreo sus intenciones: él director quiere emocionar. A veces es demasiado torpe, es verdad. Pero se nota que le gustan estos cuentos de superación. Por eso la gente que es el prólogo y epílogo de la historia: la sinécdoque perfecta. Y me atrevería a decir que esta es la película que no solo en estilo mejor se lleva con el director, sino también con el público al que apuntan sus películas (aunque a cualquiera le puedan gustar): los adolescentes. En definitiva, de eso se trata lo de Aaron Ralston. 127 Horas es una película tan banal como efectiva, tan manipuladora como emocionante, tan estoica como frenética, tan torpe como ágil. Es como si durante una hora y media viéramos un comercial, o mejor dicho un videoclip. No lo digo en un mal sentido: la estética encaja perfecto con el resto de la historia. ¿Es sobre el tiempo, sobre el instinto de supervivencia humano? No importa: Aún con sus fallas, que no son pocas, logra su cometido.
En vez de aventura, arrepentimiento Por lo menos, mencionar un contrapunto. En Hacia rutas salvajes (Into the Wild, 2007) el realizador Sean Penn retrataba el diario de viaje y de vida de Chris McCandless, abocado a un periplo de consumación personal, de destino más allá del destino, de la aventura como búsqueda terminal, del vagar como situación de encuentro consigo y de desencuentro con su entorno. Algo similar podría plantearse respecto de 127 horas, también a partir de una historia verídica, en este caso la de Aaron Ralston, quien ha narrado sus horas de martirio en el libro Between a Rock and a Hard Place, al quedar atrapado por una roca, dentro de una grieta, en medio de los cañones del desierto de Utah. Entre una y otra película, las diferencias o, mejor aún, la distancia que las separa. Lo que en el film de Penn es mirada social inconformista, desde alguien que, una vez cumplida la tarea social y familiar obligada, se embarca en un viaje mucho más allá, en el caso del film de Danny Boyle (Trainspotting, Slumbdog Millionaire) se trata de su reverso. Si McCandless es el viajero empecinado hasta las últimas consecuencias, Ralston oficia de niño arrepentido de no haber obedecido las órdenes de mamá. Lo dicho no es "alegórico" sino fáctico: mamá llama al teléfono sordo del nene una y otra vez. El, mientras tanto, en su vida sin freno, hiperquinético (insoportablemente James Franco), todo el tiempo corriendo, riendo de los tropiezos, hasta que... la roca lo aplasta durante su viaje de excursión. Y entonces la "reflexión", el racconto de lo hecho y deshecho, de las oportunidades perdidas, del amor familiar, del valor de la amistad, de lo importante que es no estar solo; todo ello como cauce que finalmente arribe a la conclusión mayor. La roca, entonces, como período de prueba, como tentación del desierto, como enclave desde el cual recomponerse en clave dialéctica torpe. Ralston vuelve al redil y -ay, no agradece el dolor sufrido, prueba que lo eleva y, según parece, vuelve sapiente ante el resto: allí están, para esperarlo, la felicidad de la familia, los hijos venideros, su rostro sonriente y el muñón orgulloso. También en Náufrago (2000) Tom Hanks debía atravesar una prueba, la de permanecer robinsonianamente solo hasta superarse. Pero el desenlace era otro y mejor, tocado por la ambigüedad, sin recurrir a flashbacks de culpabilidad como le ocurre a Ralston, los cuales, por otro lado, permiten justificar los noventa minutos de un metraje que, paulatinamente, se dirige a uno de los desenlaces más gore del último cine. La sangre sobre la piedra sirve como estampa, como firma que da continuidad a una historia compartida, que se comunica con los demás dibujos que ella conserva y que Ralston mira mientras desfallece y cae y se levanta para, ahora sí, encontrar la tranquilidad del hogar, dulce hogar.
La mano que mece la piedra 127 horas es otro de los films con varias nominaciones al Oscar que se han estrenado, casi todos, en el ultimo mes en Argentina. Al respecto, sólo voy a decir que está un escalón por debajo de la calidad de films como Red Social, Temple de Acero o la magnifica Toy Story 3. Desde los títulos, Danny Boyle nos ofrece un panorama detallado y claro de lo que vamos a ver, la historia de Aaron Ralston (James Franco) en los cañones de Utah narrada al ritmo del videoclip mezclado con publicidad de bebida hidratante y música pop/rock a todo trapo. Es que a esta última creación del bueno de Danny la desmesura le queda bien. Basada en el libro de Ralston “Between a rock and a hard place” (expresión equivalente a la castellana “Entre la espada y la pared”) 127 horas relata detalladamente un fin de semana en el que Aaron Ralston pretende hacer rapel en los cañones de Utah, y en una mala maniobra queda atrapado. James Franco interpreta a un hiperactivo Ralston con la suficiente solidez como para sostener solo casi todo el film. Franco compone un ser repleto de energía, que parece que fuera incapaz de detenerse o de salir del estado de ebullición, personaje a la medida de los fines estéticos de Danny Boyle que acompaña con una fotografía saturada de colores ardiendo, música veloz, montaje frenético y con recursos que van desde, la división de pantalla, hasta la utilización de imágenes en video digital. El resultado es pura potencia, una gran cantidad de imágenes apabullantes que logra desde el principio captar el interés, hasta que Aaron queda atrapado. Allí comienza otra historia, detenida, sin lugar hacia donde escapar, entonces Boyle sigue hacia delante, continua el viaje (sin sutilezas) desde la psicología del Ralston, alucinaciones, fantasías, recuerdos, sueños, todo pasa delante del protagonista y también delante nuestro, desde aquí la película toma un impulso que le alcanzara hasta el final. Boyle es un tipo con oficio y con un estilo fácilmente reconocible, en 127 horas retoma una manera de narrar que le dio sus frutos en la moralmente discutida Slumdog Millionaire (2008) llevándolo a ganar el Oscar. En mi opinión ni esta, ni aquella son sus grandes obras, sobre todo porque se tratan de historias “inspiradoras”, con un mensaje un tanto berreta, aquello del “éxito ante la adversidad extrema”, ante lo cual, le queda un poco ridícula tanta canchereada visual. Personalmente siempre he recordado a Exterminio (28 days later) como lo mejor de este director, su película más sólida, más bestial, de música potente e imágenes inolvidables para quienes gustamos del género. Este film nos invita a un loco viaje, junto a su protagonista, hacia la libertad absoluta del paisaje desértico de Utah. Contado con una imaginación y desmesura tal que debería ser vista en la sala de cine. Danny Boyle no se guarda nada de lo que hoy tiene para ofrecer y logra al menos un film digno, entretenido, explicito y de alto voltaje en todos los sentidos. Y si, también una historia de superación y esperaza Queda en el espectador decidir si acompañar o no a Ralston en su viaje y tragedia, en su opresiva trampa de piedra, en su angustia y en su decisión.
All you need is pop Yo no sabía que de verdad hubo un tipo que se pasó 127 horas atrapado por una roca en el desierto. Como norma, no leo críticas antes de ver películas, y como imposibilidad, no puedo prestarles atención a los trailers, así que cuando me senté en el cine ignoraba por completo de qué iba 127 horas. Entonces, inocente de toda inocencia dejé, sin ningún prejuicio, que me bombardeara esta rave cinematográfica de Danny Boyle. Porque es eso, una rave de celuloide donde todo es sintético, nada es natural, ni siquiera la naturaleza. Todo está intervenido para hacerlo artificial, plástico, un plástico lindo, pero plástico al fin. Las montañas son brillantes, casi fosforescentes, los amarillos son naranjas y los azules, turquesas. Las imágenes se multiplican y se suceden vertiginosas, una y muchas realidades paralelas se ensamblan lisérgicamente con la música. En un momento la cámara en mano sigue una carrera frenética en bici y en otra una multitud de personas cruza una avenida en el centro de la ciudad, todo rápido, saturado y apretado en una escena: video clip puro y duro. Pero, convengamos, no hay demasiadas cosas que puedan mostrarse de un hombre que pasa las mentadas 127 horas en una grieta con su mano aplastada que no lo deja moverse. Se puede sí exhibir lo simpático que resulta James Franco, aún hablando consigo mismo, o sus pequeñas estrategias fallidas de liberación. O cosas aburridas, como el frío, el calor, la lluvia, o bastante asquerosas como que la mano se le pudra y se le ponga morada, tener que alimentarse de sus propios deshechos o que bichos de diferentes calañas vengan a visitarlo. Todo eso se muestra, pero ni con esa explosión visual made in MTV que antes conté, alcanza para entretener. Y por eso Boyle hecha mano también a lo que le pasa al tipo dentro de su cabeza. Ahora se trastocan las reglas de una posible película de acción (en este caso debería denominarse de inacción, para ser más exactos) para meterse en una suerte de Alicia en el país de las maravillas, con todo lo aterrador y lúdico que el viaje supone. Vemos (un poco de manual de psicoanálisis, pero bue…) los arrepentimientos, alucinaciones y demás yerbas que habitan la mente afiebrada del protagonista. La banda de sonido interviene otra vez como puente entre el mundo de piedra y el del delirio, en un imperceptible traspaso narcótico que incluye un viaje al pasado familiar color polaroid de los ´80, la aparición de un Scooby Doo fantasmal en un rincón oscuro o los deseos de una Coca bien helada mediante la emergencia de una propaganda que el tipo tenía sedimentada en la base del subconsciente. En esos delirios es donde la historia es funcional a la estética y la cosa se pone más divertida. 127 horas pide a gritos fantasía, pero para eso es necesario creer que ese señor no existe, que no sobrevivió de verdad tantos días ahí en condiciones miserables, que no se tomó su propia orina ni se arrancó el brazo para salvarse. Entender que todo es una exageración, un delirio tan falso como las imágenes de Boyle. Por eso el final es tan decepcionante. Yo, que no sabía, repito, que todo esto era una historia real, me vengo a enterar que sí porque la película me lo dice explícitamente. Entonces todo lo que se podía defender como un viaje estético alucinado se convierte de golpe en una “enseñanza de vida” y la cosa se va al demonio. Porque la aparición de un Scooby del terror banaliza la heroicidad de un hombre que intenta sobrevivir aún con un brazo podrido y a la vez, la moraleja de superación personal neutraliza a fuerza de cursilería cualquier intento de imaginario pop. Yo no quería que Boyle me enseñe con imágenes lo que el verdadero Aron Ralston ahora predica en sus clases pagas de autoayuda para garcas empresarios. No quería aprender que un hombre necesita una temporada sólo y desesperado para darse cuenta de lo importante que es vivir con los demás. Yo necesitaba cine, necesitaba una película con coherencia ética y estética, pero no fue el caso. Por último, debo decir que, en materia de historias claustrofóbicas, Enterrado era mucho mejor. Por lo menos Rodrigo Cortés tuvo la decencia de filmar una pavada de principio a fin, y esa falta de pretensiones hipócritas, a veces, se agradece.
Boyle utiliza todos los recursos visuales y auditivos a su alcance para contar la historia de Aron Ralston, su relación con el mundo y las cosas, profundamente personal y subjetiva. El planteo argumental es bien sencillo. Basada en un momento de la vida de Aron Ralston, el título alude al tiempo durante el cual el protagonista quedó atrapado con una de sus manos bajo una piedra, sin poder salir de allí, durante una de sus excursiones solitarias a un cañón en el desierto de Arizona. El principal mérito de esta película es su equilibrio. Si Danny Boyle con la sobrevalorada Slumdog millonaire, hizo gala de una composición barroca y de una exagerada opción por el melodrama y los golpes bajos, aquí pone todo su talento a favor del equilibrio. Donde podría haber dolor físico, escatología, sangre y gritos, hay apropiadas dosis de una realidad asfixiante, contada con diversidad de recursos. Coherente con el carácter del personaje, construido con precisión en escasos minutos al comienzo del film, cierto tono de comedia capea el relato, haciendo juego con su modo solitario de vida, con esa desconexión personal del protagonista con el resto del mundo. Boyle utiliza todos los recursos visuales y auditivos a su alcance para contar esa relación con el mundo y las cosas, profundamente personal y subjetiva. De esta manera logra ampliar el espacio y el tiempo dramático en relación con la realidad en la que se basa la película. El relato también cuenta las condiciones de ser de un grupo etario y social concreto en estos tiempos de modernidad tardía. Reflejando ciertos modos de percibir la realidad (porque la realidad es percibida también en función de la condición de clase y la edad). El actor, James Franco, candidato al Oscar por esta labor, parece un instrumento más de los tantos que manipula el director. Lo suyo es más considerable por la posibilidad de prestar al director un muñeco apropiado al trabajo de construcción visual, que por una construcción dramática apreciable, aun cuando permanece frente a cámara durante toda la duración de la película. Es menester destacar el excelente trabajo de la banda sonora. No solo de la interesante elección musical, sino especialmente del sonido como recurso dramático (es importante intentar ver 127 horas en una buena sala cinematográfica, pues perder la calidad del audio es perder gran parte de la potencia del film). Pequeña, 127 horas abre la puerta un relato intenso, interesante, incluso fugaz, en la que el director combina, con inteligencia recursos de un cine clásico de género y técnicas propias de nuevas formas de registro y montaje.
Hágalo usted mismo Basada en una historia verídica, tal es asi que este personaje estuvo hace unos pocos años atrás escalando en nuestro país(La Rioja), el director Danny Boyle que nos gusta, salvo en "¿Quieres ser millonario? (Slumdog millonaire, 2009), muestra su efectismo y buena narración para ofrecer un digna peli, que ya de por si es un desafío total, casi mostrando el mayor tiempo del metraje a un actor en un situación límite -similar a "Enterrado" que vimos no hace tanto-, y logra enfocar una historia que cala hondamente en el espectador. Aaron Ralston es un inquieto chico, que practica montañismo y deporte de aventuras, que un fin de semana se traslada a un desértico cañón -aqui entra jugar la grandeza y dimensionalidad del paisaje, coprotagonista indudable del filme-, y padecerá un accidente que lo mantendrá en vilo, en una delgadísima cuerda floja al borde de la supervivencia. Entre padecimientos, desesperación, ciertas apariciones de mente -no confundir con "demente"-, verá que el destino o vaya a saber quien nos suele pasar pesadas facturas de vida. La aventura en solitario será un compendio genuino del ser humano en medio de una situación límite. No de costado se hace referencia al egoísmo o terquedad social y nosotros veremos el porqué, a través del razonamiento y búsqueda en si mismo de Aaron que ahora es una figurita recortada en el inmenso y descomunal paisaje. El laburo notable del actor James Franco es de primera, creible y absoluto todo el tiempo de una acertada y no extensa o aburrida duracion. Dinámica y entretenida, nos tendrá aferrados a la butaca con su marcado suspenso.
Soberbia paleolítica Con una estética videoclipera, el director ganador del Oscar por Slumdog Millionaire (2008), Danny Boyle, nos entrega la historia verídica de un hombre que representó la eterna lucha del ser humano contra sí mismo. "Esta roca me estuvo esperando desde que fue un meteorito", dice el desventurado Aron Ralston (interpretado excelentemente por James Franco). Es una frase muy hecha, pero es cierta. La paradoja del hombre y su prepotencia tecnológica sucumbe ante una simple roca. Esa es la premisa que se explota con deslumbrante timing en la humanamente espeluznante 127 hours (2010). En un día típico de expedición montañosa en Utah, Ralston pisó mal una piedra y se fue al muere en una grieta que está en el medio de la nada. De ahí, una puesta en escena magnífica nos sitúa cinematográficamente en esa cueva, para que vivamos el doloroso periplo junto a nuestro protagonista. Cómo hicieron Boyle y Simon Beaufoy para no aburrir, es una incógnita que quizás sólo la puedan contestar tipos como Chris Sparling (guionista de Buried). Pero lo cierto es que, a diferencia de la citada película de Rodrigo Cortés, aquí se necesitan flashbacks y mucho ruido visual para no dormir al espectador. Quizás 127 hours es menos arriesgada que el film español sobre el americano enterrado en Oriente Medio por una cuadrilla de terroristas. Pero también es menos política. Lo más injusto sería compararlas, pero es inevitable caer en ese vicio. Buried y 127 hours tienen en común el plot, pero el desarrollo es completamente diferente. Mientras la primera es vacua pero adrenalínica, la segunda propone más detenimiento en los sentimientos del protagonista. Sí, ambas necesitan de tecnología ostensible para que la trama sobreviva (cuando en realidad el personaje es quien debiera ser el centro de atención en la supervivencia), pero la cinta de Boyle goza de más lectura simbólica. Cuando Cortés precisa de golpes de efecto y shock (hacia la mitad de la película se le acababan los recursos y, para matar minutos, una serpiente irrumpiría en escena), Boyle transita por la historia de vida de un hombre que está atado a esa hazaña, porque debe superarse a sí mismo y convencerse de que es mejor que todos. ¿127 hours tiene autosuperación? No lo sé, pero transmite un sentimiento de desazón impresionante ante la situación que se divisa en pantalla. Es muy fingida, pero leído con detenimiento es muy destacable el contraste histórico que hay en la escena en que Ralston despliega todo su cargamento tecnológico (era contemporánea) sobre la piedra (prehistoria) que lo está atascando. Resignado a que el origen venza la superioridad de un hombre que cree que ya dominó el mundo, Ralston comienza su catársis (memorable la secuencia del talk show frente a la handycam) y avanza en el tedioso pero sabio sendero del aprendizaje sobre los errores. El film cierra con una frase: "ahora Ralston siempre avisa adonde va antes de salir". Si bien la gráfica significa más de lo que debiera, y se toma un lugar demasiado imperante por sobre la imagen (lo cual hace un tanto simplona la propuesta), no se sabría definir el mensaje de no ser así. Si vamos al caso, todos conocen el final de la historia, porque todos conocen el caso del hombre que se quedó atascado en una fosa e hizo lo que hizo para escapar (no voy a decirlo para que no digan que hago spoiler como medio mundo). 127 hours es, de antemano, una película pasatista, porque se sabe qué va a suceder desde el desafortunado momento en que Ralston se cae y recién ahí deciden poner el nombre (lo cual nos pone frente al dilema, "¿debo soportarlo yo también?"). No obstante, es un ejercicio de reflexión. Un espejo en el que hay que verse para detenerse un momento y pensar si en verdad tanto de lo que tenemos no es poco ante una situación límite. No, no es un film con moraleja. Pero lo intenta, y eso es lo malo.
Tiene Gatorei. En la crítica de Conocerás al hombre de tus sueños, Laura expone la poca tolerancia que tenemos cuando nos enfrentamos a las nuevas películas de un autor de prestigio y sugiere que a Woody Allen se le exige que realice poco menos que una obra maestra por año. Del mismo modo podríamos afirmar que algunos medios, como La Nación, las califican como muy buena únicamente por llevar su firma. Pero no es mi intención reavivar aquella polémica sino blanquear mis expectativas ante el estreno de 127 horas. La verdad es que no esperaba gran cosa de Danny Boyle después de la desesperante ¿Quieres ser millonario?. Y eso fue lo que encontré: casi nada. Una historia tan heroica como inerte y moralizante, filmada a la manera de un tortuoso clip turístico. Aunque es justo señalar que, al menos en esta ocasión, el vacío de ideas está despojado del cinismo y la demagogia de su película anterior. Los primeros minutos generan un pequeño desconcierto. Uno no sabe si está viendo la publicidad de un desodorante, un clip promocional de deportes extremos o si ya comenzó la película. Aunque no sólo de desodorantes vive el hombre, más adelante veremos que el publicista no hace diferencia entre chicles, gaseosas o cremas de enjuague. Resumamos: un joven aventurero sale de excursión, cae en una grieta, una piedra aplasta su mano y permanece atrapado ciento veintisiete horas. La impaciencia del pobre infeliz por filmarse todo el tiempo con su videocámara, incluso en las circunstancias más sórdidas, podría dar lugar a una pesadilla de Poe, con cámara subjetiva y un formalismo radical. Pero el realizador desperdicia la intensidad psíquica de la experiencia, parcialmente fantasmal y alucinadora, amontonando flashbacks (recuerdos Kodak) y mini clips que conforman un manual de prevención sobre los riesgos de hacer trekking. Boyle acumula artilugios, gore y éxtasis para no dejar lugar al vacío. Ese vacío, que en manos de un verdadero director como Gus Van Sant se convierte en plenitud y puede dar una película tan extraordinaria como Gerry. James Franco hace lo que puede para gesticular su angustia y para que no se note que a la noche vuelve al hotel a cenar como todo el mundo. Pero el artificio subrayado destruye toda posibilidad de empatía, la sed se señala de la manera más estúpida con una publicidad de gaseosas o un paseo por un parque acuático. Y como si uno no estuviera bastante hastiado, Boyle se reserva lo mejor para el final. Movido por sus buenos sentimientos, rinde homenaje a la temeridad, al amor y a la valentía que salvaron a nuestro héroe de una clara muerte, mediante un cúmulo de visiones familiares de una afectación pasmosa, que llegan a su pico cuando el protagonista se encuentra enfrentado a su homólogo real en una composición recargada de involuntario mal gusto. El realizador más manierista de la generación post MTV sólo tiene para ofrecer asociaciones groseras y slogans publicitarios mucho menos inspirados que la famosa frase de Bilardo que le da título a la nota.
La película despega con jirones de un planeta hiperactivo y colorinche: un estadio de fútbol, una playa en temporada alta, una mezquita, el subte en la hora pico, las corridas de San Fermín, una manifestación política, Wall Street y muchas más imágenes superpobladas en donde transpira el hombre-masa. 127 horas (127 hours) cuenta la anécdota de un individuo que intenta huir de la alienada maquinaria global. Pero atención, advierte Danny Boyle: la tarea es complicada. La membrana cultural que moldea la subjetividad no es tan fácil de desmontar, y en la lógica social no sólo gira la rueda del capitalismo, sino también la vida de los otros, aquellos gracias a quienes estamos acá. Aron Ralston aparece ya en el inicio apretujado entre bloques de mundanal ruido: multitudes afiebradas, logos de comercios urbanos, autos ansiosos por llegar al hogar. Un caos del que conviene escapar. De repente, en plena ruta hacia las montañas de Utah, el protagonista se estremece al cruzarse con alguien muy parecido a él, casi un doble que circula con un grupo de ciclistas. ¿Es la impresión de verse como parte del rebaño lo que lo aterra, o es que ni siquiera soporta la idea de "comunidad"? Aron tiene su lema: “Sólo yo, la música y la noche. Love it!”, fanfarronea mirando a su cámara de video. Aunque, honestamente, con ese artefacto siempre encendido nadie puede pretender estar realmente solo, porque también está ese otro yo que busca perdurar, ser visible, ser relato y… ¿para qué volverse imagen si no es para exhibirla a los ojos de ese mundo del cual el hombre rebelde quiere desprenderse? El film ya narró mil cosas y aún no salimos de la secuencia de créditos, en la que vale detenerse para comprobar que ningún elemento del montaje es gratuito o meramente decorativo. Desde el goteo de una canilla hasta las pinturas rupestres, pasando por el meteorito fundacional y los tambores de la banda sonora, todo se entrelaza con vértigo y coherencia aunque en un principio el estilo amenace con pulverizarse en superficiales parpadeos. 127 horas es un Boyle puro, festivo como siempre pero tal vez más filosófico que nunca, y hasta podría decirse que toda la película es un tratado sobre el video-clip, sobre lo que este género necesita para calar hondo más allá del roce sensorial y efímero. Y lo que necesita es anclar en un grito. Si la estética del clip se caracteriza por dar autonomía a cada uno de sus componentes en un desfile óptico donde lo único que importa es el instante (así como a Aron, hasta hoy, sólo le interesaba el ahora), la caída en la grieta empuja al personaje -y al film todo- a trascender el efecto fugaz para asumir un pasado y un futuro, tejiendo un trayecto subjetivo que justifique la voluntad de resistir. En su omnipotencia, la cámara podrá danzar y ser a veces soga, a veces pájaro o a veces Dios, pero siempre regresará al hombre atrapado para auscultar sus palpitaciones. Hay que hacer de ese aventurero una persona como cualquiera de nosotros. Hay que respirar por él. Hay que prepararse para lo inconcebible. “Si dirigir es una mirada, montar es un latido de corazón”, decía Godard, y aquí Boyle hace honor a la máxima con este carnaval terracota de dolor, nostalgia, desesperación, ensayo y error. 127 horas es un barroco batido en donde una canción burbujeante de Bill Withers convive con un macabro Scooby-Doo y estampidas de cine catástrofe, todo barajado en una mente que delira pero lo hace con la materia de una cultura específica. No es un detalle frívolo que Aron fantasee con una publicidad de gaseosa, porque así es como la televisión ha formateado nuestra percepción de la sed, de allí que el director juegue con eso, evidenciando la irrelevancia de las marcas ante la agonía de un hombre que sólo necesita que el producto cumpla su función. Aron podrá alejarse de los otros pero no de lo visual. Algún crítico cuestionó sus recuerdos familiares al etiquetarlos como “momentos Kodak”. ¿Acaso el realizador no podría sugerir que Aron ya no puede diferenciar la memoria personal de lo fabricado por la televisión? Todo esto forma parte de la sensibilidad del presente. Es lo que nos identifica y por eso Boyle lo respeta. Su obra celebra el pop siguiendo la voluntad originaria de esta escuela, que implica transfigurar el lugar común para volverlo objeto digno de apreciación estética. Pero así como vivimos saturados por las imágenes uniformadas de los medios masivos, sigue existiendo en el hombre una puerta para lo inesperado, para el redescubrimiento de los otros y de la naturaleza (la exterior y la del propio cuerpo). Aquí es cuando Boyle se vuelve romántico, con un romanticismo genuino, decimonónico, no en la vertiente infantilona de Slumdog Millionaire. Jamás se lo había visto al realizador tan convencido de la belleza del mundo. ¿Cómo pudo Ralston hacer lo que hizo? ¿Lo logró gracias a la fuerza de la mente? Difícil saberlo. Algo del orden de lo sublime debió haberse infiltrado para llevarlo hasta el límite. Lo cierto es que, paralizado y escondido en el desierto infinito, el héroe queda reducido a (casi) nada. Autosuficiente como era, seguramente siempre creyó que podría vencer a las montañas. Una roca y el destino lo reubican en su justa medida en su relación con la Tierra. Ahora el hombre sólo sufre y ruega por que pase ese cuervo que representa su única compañía, y por esos quince minutos de sol que tiene cada mañana. Conoció el amanecer de pequeño. Lo vio con su padre desde una cumbre, con el horizonte bajo su control. Y ahora él está allá abajo en la cueva, deseando que el astro se digne a darle unos rayos de calor. Pero ante la brutal indiferencia de la naturaleza, al hombre sólo le queda el sí mismo y los artificios que pueda crear junto con otros hombres. Cuando Aron se libera, la primera señal humana que encuentra es un dibujo indígena en las paredes del cañón, frente al cual él sonríe aliviado, como si esas pinturas ancestrales lo hubieran estado esperando desde siempre para darle la bienvenida. Es que mientras el arte persista, no habrá posibilidad de una isla.
Cinco días de angustia extrema A poco más de un cuarto de hora del comienzo de la proyección, Aron Ralston (en la piel de James Franco) queda atrapado por una piedra que le aplasta el brazo dentro de una hendidura entre dos rocas gigantescas. A partir de ese momento comienza el gran desafío para el director Danny Boyle y para el protagonista absoluto del filme: describir durante poco más de una hora los esfuerzos que el joven hace para liberarse mientras lucha contra la falta de agua y alimentos y mientras sufre un progresivo deterioro en su condición física y mental. Tanto el director como el actor salen airosos; Boyle imagina una cantidad impresionante de encuadres y tomas diferentes en un espacio tan asfixiante como el clima que va adquiriendo la narración a medida que pasan las 127 horas que anuncia el título de la película. Franco, por su parte, confirma a través de una interpretación sobria y eficaz que es uno de los mejores actores de su camada, y que hace rato que dejó de ser simplemente una cara bonita en la pantalla. La película arranca con mucho ritmo; las primeras escenas sirven para pintar claramente a Aron, despreocupado y jovial, y para establecer un fuerte contraste con la angustia que lo gana cuando comprende que el incidente que vive durante la excursión se ha convertido en una trampa que puede ser mortal. Durante las interminables horas que pasa atrapado, Aron deja volar su imaginación, y en esos momentos, Boyle logra interesantes imágenes. También resulta sugestiva la reflexión por parte de Aron acerca de la fuerza del destino: "toda mi vida estuve acercándome a esta piedra, que esperó miles de años para caer sobre mi brazo", piensa. Con la fuerza adicional que siempre le confiere a los filmes la calidad de recreación de hechos ocurridos en la realidad, la película consigue atrapar al espectador y sumergirlo durante buena parte del metraje en un clima de enorme angustia, logrado con muy nobles recursos cinematográficos.
HANG IN THERE, BABY Hay muy pocas películas como esta. Hablo de esas en la que los protagonistas (y la historia) pasan la mayor parte del tiempo confinados en un solo lugar. De una cabina telefónica a un cajón a varios metros bajo tierra, estas películas logran sostenerse hábilmente por contar con algún elemento externo que obliga a la narración a moverse, en lugar de dejar al personaje solo en pantalla sin hacer nada. En ENLACE MORTAL (PHONE BOOTH, 2002), un francotirador (Kiefer Sutherland) obligaba a Colin Farrell a desnudar su alma frente a los neoyorkinos y a cambiar su actitud. En ENTERRADO (BURIED, 2010), unos terroristas se comunican por celular con Ryan Reynolds y lo amenazaban con matar a su familia a no ser que consiga un determinada suma de dinero. También hacían que se corte un dedo, entre otras barbaridades. Pero en 127 HORAS (127 HOURS, 2010), James Franco está solo y no hay ningún elemento externo que haga que la narración se mueva ¿Cómo hace entonces, no solo para no aburrir, sino para incluso convertirse en una de las mejores películas del año - ya sea de este o del anterior, dependiendo de la consideración de cada uno -? La respuesta es simple: Danny Boyle (TRAINSPOTTING, SLUMDOG MILLIONAIRE). Hay pocos directores como este. Además de sacarle a Franco la mejor actuación de su carrera, Boyle logra construir con una historia simple (Un alpinista se queda atrapado solo en medio del desierto, cuando una piedra cae encima de su brazo) una película inspiradora y poderosamente reconfortante, sobre la fuerza del espíritu humano ¿Cual es su secreto? ¿Cómo hace este director para salir ileso al animarse a filmar algo en que se atascaría cualquier otro? Pero, sobre todo, ¿cómo hace para no aburrirnos sin contar con francotiradores o terroristas comunicándose por celulares? Otra vez, la respuesta es simple. Acompañado por un guión muy bien pensado y un montaje que le da cierta circularidad y fortaleza al film (de hecho, empieza y termina con una secuencia parecida), Boyle lo hace dirigiendo y narrando como mejor sabe. 127 HORAS nunca aburre y jamás decae, y a diferencia de lo que opinan algunos críticos, cada una de sus escenas son necesarias y no de relleno. A este film no le hace falta elementos externos para entretener y emocionar, y sus precisos 94 minutos se concentran más que nada en ir descascarando de a poco la personalidad de Aron Ralston usando un sinfín de brillantes recursos (una monólogo, un breve flashback, una gran variedad de planos, una música, un sonido, un silencio, un estilo fotográfico o un estilo de montaje) en escenas que van del drama intenso y arrollador, a momentos de un ácido e inesperado sentido del humor - El talk show consigo mismo en el que Franco nos toma por sorpresa al interpretar a tres personajes diferentes, es el mejor ejemplo -. Estos recursos le aporta a la película una riqueza que se hace notar y, aunque a veces puede resultar demasiada onírica o experimental para el espectador promedio, la vuelven una experiencia imperdible y verdaderamente fantástica. Y así como Boyle logra mantenernos fijos en la butaca, como si tuviéramos una piedra sobre el brazo que nos impide levantarnos; así como nos impacta, sorprende y emociona con su estilo visual en escenas tan fuertes como bien realizadas - ¡El corte del tendón está tan bien hecho que aún me da impresión en solo pensar en ese momento! -, también lo hace Franco con su magnífica interpretación. Su personificación de Aron Ralston es verdaderamente realista y en cada cambio emocional que sufre, en cada paso que da en las cinco etapas del duelo (negación, odio, negociación, depresión y aceptación), los espectadores lo acompañamos. No sé si es por la manera en que filma Boyle (asfixiante pero asombrosa) o el terrible hecho de que es una historia real, pero esta película afectará a todos. Así es 127 HORAS. Nos atrapa inesperadamente. Odiamos a la piedra con todo nuestro ser. Empezamos a pensar una manera de escapar. Lloramos cuando Aron llora, reímos cuando Aron ríe, sufrimos cuando Aron sufre y estamos sedientos cuando Aron lo está. Y de pronto nos damos cuenta que esa piedra sobre nuestro brazo está y siempre estuvo ahí por una razón. Y ahí es cuando recordamos: ¡Que buena que es la vida! ¡Qué bueno que es James Franco! ¡Qué grande que es Danny Boyle! ¡Y qué grande que es el cine!
La aventura de existir La presentación es una declaración estilística y narrativa. La pantalla se divide en tres y se pueden ver grandes masas de gente. Algunas imágenes corresponden a corridas de toros, otras son de la bolsa, pero la figura que se repite es precisa, y simbólicamente relevante: la multitud. Inmediatamente, a continuación, conoceremos al héroe, Aron Ralston (en un lucido trabajo de James Franco), listo para partir a una nueva aventura en el Blue John Canyon, y sin avisarle a nadie de su paradero. Un trecho será en cuatro ruedas, y después en bicicleta. Otra vez la pantalla se divide en tres. La multitud ahora es sustituida por un hombre solo en un territorio inmenso y despoblado. Es una introducción veloz y eficaz, no muy lejos del clip, una cierta tendencia en el cine de Danny Boyle. 127 horas, basada en el libro del propio Ralston, se predica del hilo invisible que se establece entre la multitud (lo Otro) y la singularidad de un yo, aquí un hombre atrapado en una cueva y sin poder moverse, porque una roca aprisiona su mano derecha. El yo depende de los otros, será la moraleja, y el suspenso, naturalmente, se construirá a partir de cómo escapar. ¿Telequinesis? ¿Intervención divina? ¿Proeza fisicoculturista? Ni metafísica, ni teología, ni musculatura anabólica, la salvación reside aquí en la materia y en el ingenio quirúrgico. Sí, este es el filme en el que varios espectadores se desmayan. Después de Slumdog Millionaire, un abyecto cuento moral neocolonialista en la India, 127 horas es una película más sólida. La supervivencia implica casi un grado cero ideológico y una supremacía de la psicología. Quizás preocupado por la inmovilidad de su único protagonista, Boyle hace que la velocidad en el montaje sea ostensible desde el inicio, y no siempre la música resulta coherente con las imágenes. Así, tras el paso de los días, ya sin comida y sin agua, los sueños, los recuerdos y las alucinaciones son el contrapunto lógico y narrativo de un hombre cuyo máximo placer será estirar una pierna para sentir el calor del sol por 15 minutos, aunque, ante la inminencia de la muerte, el onanismo es también una opción legítima pero peligrosa. Como en Náufrago, en donde Tom Hanks, abandonado en una isla, inventa a Wilson, su confidente, una pelota de voley humanizada, aquí una cámara de video será su Wilson, su interlocutor, y servirá como testamento y como un gran Otro imaginario. En un pasaje magnífico, Ralston se filma como si estuviera siendo entrevistado en un programa de televisión con público presente. Mientras Franco demuestra su calidad como intérprete, el filme 127 horas sintetiza una idea filosófica: somos siempre en función de otros y en contraste con otros. El yo es una contingencia que otros ayudan a olvidar.
Este drama basado en hechos reales cuenta la historia de Aron Ralston, un escalador de montañas que tras caer en una grieta permanece atrapado bajo una roca sin que nadie sepa de su paradero. Como hiciera años atrás con Slumdog Millonaire, Danny Boyle decide narrar nuevamente una historia de aquellas en las que el espíritu triunfa sobre la adversidad. Desde un primer momento se sabe que Aron Ralston emergerá victorioso de la lucha entre la vida y la muerte, y esto es porque el autor decide poner en los créditos que su guión se basó en el libro autobiográfico del escalador. De esta manera el director hace saber a la audiencia lo que a él le importa, que no es el suspenso de muerte sino el de supervivencia, cómo es que hizo el protagonista para salir con vida de esa situación límite. ¿Debe un director dejar a un lado aquello que lo hace único para hacer films más convencionales? Yo soy de la idea que no, hay quienes filman en forma indistinguible y hay otros que hacen un cine con marca personal, ese cine que se destaca de la media y su realizador puede ser reconocido en cada fotograma. Herzog, Fincher o los hermanos Coen lo hacen, Danny Boyle también, y si bien es algo bueno, en esta película en particular supone un problema. Utilizando uno de los ejemplos arriba mencionados, los Coen tienen un estilo propio que se identifica siempre, hagan un drama o una comedia negra, sin embargo son capaces de despegarse de él en beneficio de la historia, tal es el caso de Temple de Acero, llamada con justeza la menos coeniana de sus películas. La marca Boyle se encuentra en diferentes pasajes de 127 horas, no siempre favoreciendo a un film que podría haber logrado mayor provecho del enfoque minimalista. De esta forma el director no se conforma con crear una atmósfera sofocante con pocos recursos y se pasa de efectista, insertando un contador de temperatura o publicidades de gaseosas para subrayar el sufrimiento del protagonista, cuando alcanza y sobra con la excelente actuación de James Franco. Hace tiempo que ha quedado demostrado que este joven actor no sólo es bueno sino también versátil, destacándose en roles dramáticos o cómicos (ver la subvalorada Pinneaple Express para que quede claro). Sin embargo un papel que debe fluctuar entre tantos estados de ánimo en un espacio confinado y ser creíble en el intento es todo un reto actoral, el cual Franco supo sobrellevar con destreza, otorgando uno de los mejores trabajos de su carrera. Más allá de lo mencionado respecto al director, 127 hours es una muy buena película, que cuenta con buenos trabajos tanto detrás como delante de cámara. De por sí se parte de una historia verídica sumamente poderosa, y es un logro de todos el poder transmitir un estado de aislamiento y desesperación total, causando una identificación inmediata con la remota situación. Nuevamente la fortaleza del hombre es el tópico de este director que seguirá afianzándose como uno de los favoritos dentro de la industria (algo que no es necesariamente bueno). Siempre que se mantenga a raya con realizaciones que no sólo sean éxitos de público y crítica, sino que también tengan un bajo presupuesto para Hollywood, Danny Boyle tendrá un cómodo asiento asegurado.
EN 90 MINUTOS MÁS O MENOS James Franco es un loco lindo y canchero. Escapa de la ciudad en plena madrugada escuchando música a todo volumen. Después, haciendo mountain bike, se pega un tremendo golpe pero al rato se ríe y se saca una foto dejando en claro lo boludo que es. Para completar el perfil, les tira onda a unas turistas y les hace pasar un momento cool en una cueva mágica. Todo esto Danny Boyle lo cuenta consecuentemente: como un videoclip. La pantalla se divide en tres porque sí, los planos son aberrantes, se pasa de un una toma aérea a un detalle de los cordones de James Franco con naturalidad y la música no para. Si se acaba el tema, aparece otro. Todo avanza con efectismo adolescente. Hasta que a James Franco se le cae una piedra en el brazo y queda atrapado en una grieta. Uno pensaría que el asunto se pone serio, que la situación dramática de James Franco concientiza a Danny Boyle. No, no pasa nada de eso: 127 Horas está enferma por la adrenalina y no puede detenerse. Entonces comienzan los méritos: exprimir los recursos para que un espacio reducido se reinvente hasta el infinito. No es la pavada de Enterrado, donde se notaba a Rodrigo Cortés desesperado por ser un héroe sin sacar la cámara del cajón. Boyle hace su juego de variaciones por pánico al tedio. El montaje necesita ser anfetamínico porque el planteo de por sí es débil. De cada elemento que tiene James Franco en su mochila Boyle hace muchísimas tomas y los involucra en cualquier situación con tal de obtener una escena. Si este juego pierde interés, Boyle recurre al flashback con impunidad y nos entrega momentos cursis hasta que se le ocurre una nueva forma de filmar la grieta. Y si la grieta y el flashback no dan para más, entonces que comience, al fin, la alucinación, uno de los tópicos favoritos de Boyle. Sin darnos cuenta terminamos viendo una película divertida con una idea tonta. Jamás nos preocupa el destino de James Franco ni nos da pena. Que se salve o muera da igual si a Boyle se le antoja meter un comercial de gaseosa cuando James Franco tiene sed. Para mí que este director filmó 127 Horas imaginando que la piedra en cuestión era esa película vergonzosa y repugnante llamada Slumdog Millionaire; Boyle hará lo que sea para sacársela de encima y en una de esas lo consigue.
No siempre el tiempo es veloz No vamos a descubrir las cualidades de realizador que tiene Danny Boyle. Este inglés fantástico, nos ha regalado cine del mejor a lo largo de su carrera y siempre esperamos sus entregas con expectativas de ver algo bueno, muy bueno y hasta a veces, descollante ("Trainspotting" y "Slumdog millionaire", sin ir más lejos). En esta oportunidad, le atrajo recrear una historia de vida, un caso real de un senderista que pasó 127 horas extraviado y con su brazo atrapado e inmovilizado en una falla del Cañón del Colorado. El sobreviviente relató su experiencia en un libro que sirvió de base al guión que ideó también Danny Boyle. Con gran parte del equipo técnico ganador del Oscar por "Slumdog...", el director decidió conovocar a James Franco para caracterizar el personaje principal y confiar todas sus fichas a que su carisma ayude a sostener el andamiaje de ser prácticamente, el único en escena a lo largo de más de tres cuartos del film. Hay mucha disparidad en las visiones de mis colegas a nivel global sobre esta cinta. Están claramente divididos entre quienes la amaron y quienes no. Y este último grupo se ocupa de establecer sus razones para denostar el film. Veamos, la pregunta ya la veo venir... y vos, "¿de qué lado estás?" pido minuto y tomo aire... Prometo contestar, pero para eso, es justo hacer un breve análisis de las razones que me llevan a tener un juicio particular de "127 horas". Ya dije aquí hay un gran director, un actor principal enorme (hay que ser justos y decir que James Franco es uno de los más dúctiles de la actualidad), una potente y adecuada banda de sonido (compuesta por A.R. Rahman, ganador del Oscar) y una fotografía y montaje bien estructurados y con sobrada calidad. El tema que no me cierra, es, indudablemente, el interés de la historia a ser contada. Aaron Ralston(Franco) es un montañista particular, le gustan los desafíos y los terrenos desolados. Disfruta del aislamiento y la caminata por lugares poco transitados por la gente, en general. Cuando lo conocemos, el está haciendo un trayecto en auto hacia su próximo destino: una desolado paisaje en Utah. Deja su vehículo al final del camino y sigue en mountain bike el sendero hasta terminar adentrándose en lo profundo del lugar, a pie. Nadie sabe dónde está (su familia y amigos) y cuando él cae en un agujero y su brazo quedo atorado entre la pared y una piedra, deberá organizarse para salir con vida del asunto. Está solo, nadie sabe de su paradero y su agua, batería y alimentos no durarán mucho si no organiza un plan de acción. En esa dirección, nuestra mirada como espectador está centrada en su supervivencia y un eventual rescate. En otras palabras, Danny Boyle tendría que mantenernos atentos a la suerte de un protagonista inmóvil durante toda la película, y su trabajo sería encuadrarlo de maneras distintas para que el relato no se vuelva monótono o repetitivo. El director utiliza un arsenal de recursos técnicos para que la espera (hasta la decisión final, tomada en la hora 127) sea interesante y no decaiga la intensidad en el transcurso del tiempo. Juega con la música, se nutre de la held-cam que tiene Aaron y con la cual registra emociones y pensamientos, trae flashbacks familiares, presenta el estado del tiempo, el momento del día... Digamos, Boyle aplica todo lo que tiene para que la acción no decaiga. Pero no lo logra. Como es un film de difícil abordaje (lo importante es el camino, la narración, no el resultado, que ya anticipás cuando te conectás con la historia), los recursos narrativos deberían haber sido superiores a los expuestos. Y no es que no sea alguien que no valore las películas de este estilo. Es más, el año pasado ví "Buried" y dije que era uno de los mejores films del año. Recordemos: un hombre en un ataud, todo el tiempo solo, conectado al mundo por un teléfono inteligente. Nada más. Pero en ese caso, la intensidad de la historia era otra, estábamos en el mismo cuerpo del protagonista y los nudos narrativos eran más claros y atrayentes. No es el caso de "127 horas". Aquí nada pasa, y nada sigue pasando. No importa cuanto intenten distraernos, nada pasa, es así. El film es regular, no hay nada que nos sorprenda ni nada que esperar. Como espectador, estoy un poco aburrido de los slogans del tipo "una historia esperanzadora", "un ejemplo de vida" y similares que utilizan los medios cuando nos quieren vender algo apoyado en supuestos "valores positivos". El cine es entretenimiento, y "127 hours" es aburrida. Sin vueltas. Excepto la escabrosa escena final, el resto es anodino y sin color. En la sala miraba todo el tiempo el reloj, y si bien, no duraba 127 horas, las parecía!! En definitiva, está nominada y tendrá su público bien merecido (o no). Lo que quiero decirles es que lo último de Danny Boyle no es de los trabajos a los que estamos acostumbrados. Y que sería bueno saber que este drama biográfico puede no parecerle de interés a gran parte del público (por ejemplo, a mí!). Si no fuera por la artillería de recursos técnicos, sería mala. Luz amarilla para Danny Boyle (aunque gane un Oscar por esta realización)...
"...entro en el país de los cañones. Solo yo, la música y la noche. ¡me encanta!" Danny Boyle ha dirigido, entre otras, Shallow Grave/Tumba abierta (1994), Trainspotting (1996), 28 days later (2002), y Slumdog Millonaire/¿Quién quiere ser millonario? con 8 premios Oscar incluyendo mejor película y mejor director y el BAFTA en 2008 y el Globo de Oro en 2009. Se trata de un director talentoso y después de haber disfrutado Slumdog la expectativa ante el nuevo film resultaba inevitable. Para quienes no esperamos ver más de lo mismo, porque la producción en serie está buena para los automóviles pero no para las películas, la nueva de Boyle ha sido muy bien recibida. En 127 horas no hay un gran despliegue de personajes ni historias cruzadas y ni siquiera el guión presenta una estructura complicada. Por el contrario, es una historia simple basada en un hecho real, lo ocurrido a Aron Ralston quien sufre un accidente escalando una montaña en el 2003 y queda atrapado en una grieta con una enorme piedra que le aplasta un brazo y lo inmoviliza. El papel está a cargo de James Franco a quien muchos recordarán por su participación en la trilogía Spider-man en el personaje de Harry Osborn y si bien en127 horas le hubiera venido muy bien contar con los poderes del arácnido, sus dotes actorales han sido suficientes para seducir al público. Los puntos claves del film pasan sin duda por las imágenes (observación obvia si hablamos de cine pero necesaria en tiempos en los que si sacamos la tecnología y los efectos especiales, la mitad de los directores tendrían que dedicarse a otra cosa). Hay una muy buena utilización de las cámaras y la fotografía en la narración que exige del espectador que no se distraiga con los pochoclos del vecino, no porque se vaya a perder un detalle fundamental sino más bien porque 127 horas es una película que requiere una identificación con la situación evidenciada en la pantalla para lograr su objetivo. De entrada, hay una muy buena combinación de imágenes que contraponen su sentido y que junto con la música ayudan a crear un ritmo vertiginoso que poco a poco va cediendo conforme el desarrollo de la narración. Una historia muy bien contada si consideramos que la mayor parte del tiempo transcurre en una grieta dentro de una montaña. La utilización de planos panorámicos permiten apreciar la magnificencia de las zonas rocosas del Estado de Utah en EEUU donde transcurre el film y las Imágenes logradas con “plano en picado” es decir desde arriba de los objetos, contribuyen a acentuar aún más la profundidad de la roca y el aislamiento del personaje. Lo multitudinario, lo compartido y por otro lado la soledad y el desamparo. Imágenes que logran contar sin necesidad de palabras, solo las imprescindibles.
Adrenalina boyleana Para los que no saben, esta película está basada en un hecho real, que salió en todos los noticieros mundiales en el 2003, en el que un montañista llamado Aron Ralston, quedó atrapado durante casi 5 días en un cañón en Utah (USA), y es todo lo específico que voy a contar para no spoilear el film a los que todavía no lo han visto. La producción está dirigida por Danny Boyle, responsable de la ganadora del Oscar Slumdog Millionaire, The Beach y la gran Trainspotting. Desde que comienza la película se hace evidente que es obra de Boyle, ya que despliega un tornado de trucos de edición y juego de cámaras, escenas frenéticas de gran ritmo y una banda sonora de vanguardia que son sello característico del director inglés. Como buen profesional, ha evolucionado en su estructura de filmación, y en esta entrega nos ofrece las mejores características de sus más famosas producciones, que junto a la grandísima actuación de James Franco, convierten a este film en 94 minutos de entretenimiento vertiginoso, y por eso también le doy las gracias al señor Boyle, al que no le hizo falta 130 minutos como a otros exagerados que pretenden que el espectador eche raíz en la butaca. Franco se apodera del personaje entregando una excelente interpretación y entretiene (el solo) a la audiencia con su evolución de montañista profesional a ser humano desesperado. Es más valioso aún el trabajo realizado si se tiene en cuenta que es una historia conocida por la mayoría de las personas que habitan este planeta, y que como tal, conocemos bastante en detalle que sucedió y como terminó la travesía de Ralston, elemento que podría perjudicar la película ya que le quita el factor sorpresa, pero por suerte, o mejor dicho, por pericia, esto no sucede. Veremos como le va con su estreno en nuestro país, pero es sin duda, entretenimiento de alta calidad. Confieso que estaba bastante escéptico acerca del film, pero me le animé y no me arrepiento en absoluto. Escenarios increíbles, un ritmo turbulento que mantiene atento al espectador, buena actuación, música muy copada y hasta una escena que le puede hacer taparse los ojos del horror hasta al más áspero de la sala de cine. ¡Definitivamente una recomendable!
Mi brazo "izquierdo" Hace pocos meses, un hombre y una sola locación, hacían de "Buried / Enterrado" una pequeña gran película dentro del género. Con muy pocos elementos adicionales y algunos pocos actores inteviniendo como voces o dentro del clip de un celular, el poder de lo que se quería contar dependía exclusivamente del talento del protagonista y del director. Claro que "Enterrado" vibraba dentro del género del thriller y por lo tanto, la vuelta de tuerca que se imprime sobre el final de la película, le brinda un valor agregado que "127 horas" no puede tener, por tratarse justamente de un hecho real que no admite giros sorpresivos ni finales muy por fuera de lo que realmente pasó. "127 horas" cuenta un hecho real: la historia de Aron Ralston, un alpinista que en una de sus travesías en los cañones de Utah, sufre un accidente, quedando su antebrazo derecho atrapado bajo un enorme bloque de piedra que lo deja completamente inmovilizado. Sumado a una "pequeña" particularidad: Aron no había avisado a nadie que emprendia esta aventura. Durante el desarrollo del relato, vemos que el protagonista hace lo imposible para tratar de liberarse de esta situación pero deberá permanecer atrapado durante casi cinco días hasta que, al darse cuenta que ya se han terminado su provisiones y que no hay forma de dar aviso para que pueda ser rescatado, sólo una decisión drástica podrá hacerlo escapar y lograr su supervivencia. El director es Danny Boyle, ganador del Oscar por "Slumdog Millonaire", hacedor de films más encuadrados dentro de los cánones hollywoodenses como "La playa" , "28 días después" o "Sunshine", pero que ha sabido dejar la marca de su sello en el público, sobre todo por sus primeros films como la pequeña y genial muestra de suspenso noir en "Tumbas al ras de la tierra" o el ícono generacional que fue/es "Trainspotting" la adaptación cinematográfica de la célebre novela de Irvine Welsh. Ahora Boyle apela a un registro que anteriormente ya había desplegado y en más de una oportunidad acierta, atrapando al espectador cuando juega con la edición y la fotografía, con algunos toques efectistas y mucha velocidad y le imprime el particular ritmo que tienen la mayoría de sus películas, logrando hacer de una historia simple, un relato mucho más atrapante. Y la mayoría de las veces, Boyle logra asombrarnos, saca recursos de la galera y nos cautiva. Hay otras ocasiones, como ya ha pasado en algunos toques de "Slumdog..." -y sobre todo su clip final completamente contrastante con el resto del film-, donde peca por sus excesos, se regodea demasiado en los artilugios de la técnica y es en esos momentos queda demasiado expuesto con sus desaciertos. En el caso de "127 horas" con sólo "googlear" la historia de nuestro protagonista, el final del film se sabe de antemano. Quizás sea por eso que Boyle redoble la apuesta de mantenernos atentos y de no dejarnos ir de la historia. Para cumplir su objetivo de atraparnos, hará uso de todos los recursos que tiene a su alcance: usando la pantalla dividida, mezclando con diferentes colores y matices las imágenes casi oníricas y recuerdos del pasado del protagonista, la veloz edición con imágenes a un ritmo feroz, con pulso nervioso y cámara en mano nos presenta los sueños, pensamientos y delirios del protagonista. Gracias a su pericia como director, logra que el relato no decaiga en ningún momento y que una simple película de las "basadas en hechos reales" pueda sobresalir del promedio general, al estar contada de una forma diferente y creativa. Y todo el trabajo de Boyle hubiese sido completamente estéril si no hubiese contado con el protagónico de James Franco, con toda justicia nominado al Oscar al Mejor Actor de este año, quien brinda una composición llena de matices, transmitiendo perfectamente cada uno de los estados de ánimo que atravesará el protagonista, desde el inicio de su travesía en donde encuentra a dos señoritas y comparte un particular baño en un lago subterráneo formado debajo de una grieta, hasta los momentos posteriores al accidente, donde comienza a tomarlo una total desesperación, máxime cunado cae en la cuenta que será imposible que llegue cualquier tipo de ayuda. Parado desde un registro más compatible con los gustos de la Academia y aún con todas las objeciones que se le pueda hacer por los excesos tecnicistas con los que el director condimenta sobreabundantemente el film, "127 horas" se construye como un relato sólido, atrapante y con una historia real originalmente contada, potenciados todos estos elementos con la soberbia actuación de Franco en un papel nada sencillo.
El tiempo que acecha Las historias sensacionales sobre momentos extremos en la vida de los seres humanos siempre le han llamado la atención al séptimo arte y le han dado sus frutos (basta sólo con pensar en Titanic). 127 horas (127 hours, Danny Boyle, 2010) cuenta una de esas historias increíbles con el agregado sensacionalista de ser una historia real. Pero a diferencia de la mayoría de este tipo de films, 127 horas se apoya en un hecho llamativo pero que podría no ser suficiente para el desarrollo de un film: basándose en el libro de Aron Ralston, Danny Boyle lleva al cine esta sorprendente historia donde el mismo Ralston (James Franco) se va de travesía a Utah, sin avisarle a nadie y, por el derrumbe de una roca, queda su brazo atrapado sin posibilidad de sacarlo. Llamativo, ¿no? Una de las primeras preguntas que me hice antes de ver el film fue: ¿Cómo se la va a ingeniar Boyle para sostener un film con sólo este hecho? Básicamente me planteé un problema narrativo-temporal. Parece ser que el director lo tenía muy bien pensado. Desde el título podemos ver con evidencia la importancia y el lugar privilegiado que tiene el tiempo en el film. Y no es simplemente el tiempo, sino una medida minuciosa de él; es decir, pudiendo fraccionar y reducir el conteo temporal en días, se recurre a una exactitud, 127 horas. Horas, aquella unidad de tiempo con la que solemos manejarnos todos y organizar nuestra vida alrededor de ella, pensando de alguna forma en llegar a controlarlas o pensarlas como indicadores supremos. Y es exactamente así como funciona el aspecto temporal en la película. Danny Boyle sí que se las ingenió para tomar una historia con poco desarrollo y convertirla en película. Es que justamente el espectador es parte de este conteo; ya que no sólo el director fue ingenioso a la hora de tratar una historia con poco desarrollo (algo a lo que no nos tienen acostumbrados las películas mainstream) sino que se jugó a que de antemano supiéramos de cuánto tiempo constaba la peripecia, y siendo una historia real a que muchos de nosotros también conociéramos el final. Entonces, el espectador tiene muy pocas cosas que “adivinar” o de las que se pueda sorprender. Y es aquí donde se propone un juego narrativo entre la temporalidad y la vida/muerte. El tiempo pasa inexorablemente mientras la vitalidad disminuye y los signos de la muerte se encuentran cada vez más cercanos. Las luchas por vivir son cada vez más tenaces, mientras las amenazas de la muerte se presentan implacables. Y el indicador más importante de la progresión hacia la muerte y el alejamiento de la vida es el tiempo. 127 Horas poster 127 horas: El tiempo que acecha cine En conexión con esto, el otro elemento que se presenta fundamental en el film es la retrospección. Aron, al estar en esta situación extrema se retrotrae a momentos significativos de su vida y se le presentan en la mente personas con las que han quedado relaciones conflictivas o inconclusas. Y podríamos decir que ésta es una de las formas en las que el director le agrega algún condimento a la historia para darle un poco de movimiento. Sinceramente, lo creo innecesario, sobre todo por cómo se presenta en el film, como historia de culebrón donde nos enteramos de su ex novia, de sus conflictos infantiles, etc. Elemento que, a mi juicio, desentona con el ambiente creado. Por otro lado, no puede dejar de destacarse la natural actuación de Franco, quien sin ser un actor brillante, logra encarnar las verdaderas emociones, el espíritu aventurero y arriesgo característico de Ralston. Si bien su cara bonita es necesaria en un film donde la mayoría son primeros planos, creo que se desplaza del lugar de sex symbol y nos ofrece una actuación a medida. Realmente 127 horas me llevó al límite. Al estar tan despojada de artificios, presentando un incidente tan simple que se convierte en complejo, como espectadora pude sentirme cerca de la situación a cada segundo. Básicamente porque se resalta la condición humana del personaje; humanidad que muestra que bajo circunstancias extremas la supervivencia es el último fin. Y así también se resalta esta carrera contra el tiempo de la que hablábamos al principio, que nos recuerda a cada segundo la condición vulnerable que nos caracteriza, siendo este tiempo el que se vuelve poderoso.
Basada en el caso real del guía de montaña Aron Ralston (James Franco), el nuevo filme de Danny Boyle retrata la tortura que debió enfrentar en soledad: tratar de soltarse después de que una piedra cayera sobre su brazo derecho dejándolo atrapado en el fondo de un desolado cañadón del estado de Utah. A lo largo de esos casi cinco días, las eternas 127 horas que pasa inmovilizado, recuerda la relación con sus amigos, su familia, su ex novia y dos excursionistas que conoció poco antes de quedar atrapado… Sin comida, sin agua suficiente y sin elementos de rescate apropiados, Aron utiliza su pequeña cámara de video como bitácora de sus últimos días con vida, hasta que su debilitada mente pone en primer plano una decisión extrema que amenaza con convertirse en su gran salvación. El sorprendente trabajo de Franco como Ralston es la base del éxito de esta propuesta: sin él nada en estos noventa minutos de narración tendría sentido. Boyle tampoco escatima en detalles, ni siquiera los más cruentos, para mostrarnos el infierno físico y mental por el que atraviesa el personaje principal. La edición, inquita, dinámica, moderna y la siempre atractiva música del compositor indio A.R. Rahman componen un combo perfecto.