Adolescencia acompasada A La Cantábrica (2012), dirigida por Ezequiel Erriquez, es una película que expone la historia de Lija, Choco, Lola y Zota, cuatro amigos que comienzan a vivir las primeras experiencias propias de la adolescencia, a fines de la década del noventa. Si bien la idea puede resultar interesante, la lentitud, el escaso diálogo y las diversas aristas que no se resuelven, caracterizan a un film que en ocasiones se torna monótono. El principio de A La Cantábrica quizás logra que el espectador se compenetre con las diferentes realidades de sus protagonistas: cuatro jóvenes que atraviesan diversas problemáticas, a las que se le suma el inicio de una etapa tan importante como difícil. Cada uno vive las dificultades que se le presentan sin compartirlas con los demás; la interacción entre ellos es casi nula, exceptuando los momentos de diversión que comparten en la escuela y en La Cantábrica, una fábrica abandonada a la que acuden a diario. El interés que generan los primeros minutos se diluye con el ritmo paulatino de la película. Porque al mostrar pinceladas de cada historia sin provocar un verdadero conflicto, el film se vuelve tedioso y lento. Sin embargo, hay que admitir que la necesidad de que ocurra algo que active el argumento puede ser atractivo para el público. Es una fórmula probada en más de una película, en la que la sensación de esperar “algo” más grande también se convierte en protagonista. Y ese “algo” llega en los últimos minutos… Aunque por la tardanza o los escasos detalles que se presentan no logra convencer. Simple y realista, A La Cantábrica describe lo que le sucede a la mayoría de los chicos cuando empiezan a dejar atrás la niñez. Si ese es su cometido lo logra, pero deja sabor a poco.
Cuatro adolescentes, el fin de una década devastadora, y nada, la nada misma. Eso es A La Cantábrica de Ezequiel Erriquez. Lola, Lija, Choco y Zota son cuatro amigos que están abandonando la infancia y descubriendo ese misterio de sensaciones que es la adolescencia; pero el contexto no es cualquiera, los años ’90 arrasaron con la esperanza de toda una generación, y ellos que están empezando a vivir parecen poder sentirlo. A La Cantábrica es un film deliberadamente seco, parco, de imágenes y secuencias más que de diálogos, y eso expresa algo interno que sucede con estos chicos. Cada uno de ellos vive realidades diferentes, no todos afrontan los mismos problemas, des más ni siquiera comparten mucho entre sí salvo los encuentros en aquella fábrica abandonada del título. Son jóvenes del Oeste del Conurbano Bonaerense, zona muy castigada por la desidia de la década mientras otros festejaban, y La Cantábrica es ejemplo de época, un lugar abandonado que cerró sus puertas dejando un caudal importante de desocupados. Hoy día pertenece a una de las tantas fábricas recuperadas en la zona. Pero todo esto no está en el film de Erriquez, nada es expresado directamente, aunque todo se intuye por las actitudes de los propios chicos y del entorno. A La Cantábrica pareciera no avanzar, no es film de grandes sucesos, al contrario, son vivencias diarias sin que suceda nada particular hasta un giro llegando el final que resignifica un poco lo visto hasta entonces. Pero este gesto, que hace al film realmente lento en realidad expresa algo de lo que fueron los últimos años del Siglo XX llenos desesperanza y en donde nada aparecía que pueda cambiar la situación; si se lo analiza de esta manera, A La Cantábrica adquiere nuevos valores. El grupo de adolescentes lucen naturales, aunque difícilmente despierten aluna simpatía por la forma de ser de cada uno de ellos y por lo que les toca vivir. Nada es sencillo, y hay un gusto amargo aún en los momentos de diversión. Erriquez filma de modo directo y con sencillez, como si simplemente posase la cámara y dejase que las cosas sucedan, fluyan; también se posa en determinados cuadros, objetos o planos, lo que acentúa la idea de un tiempo que no pasa, de espera permanente. A La Cantábrica es un fresco de época, de una época triste y abúlica, y por lo tanto eso es lo que sucede con el film, no hay diálogos trascendentes, ni hechos que llamen la atención, solo queda ver pasar la vida de costado, vidas que recién comienzan y ya están deslilusionadas; la única esperanza es que suceda algo que cambie la situación que los haga pensar que puede haber algo más, lástima que tarda en llegar, demasiado, parece no venir. La Cantábrica es una fábrica abandonada, una buena metáfora del interior de estos jóvenes, quizás en algún momento, como la fábrica, logren recuperarse.
Lo que vendrá... El paso de la infancia a la adolescencia no es un tema novedoso para el cine argentino ni mucho menos. Lo que sí es poco habitual es el enfoque que propone A la Cantábrica. La ópera prima de Ezequiel Erriquez encuentra una correspondencia entre la rispidez de la transición interna de sus cuatro protagonistas y un tratamiento visual seco, sucio e incluso por momentos emocionalmente distante. Estrenada en el Festival de Rotterdam 2012 y vista aquí en la última edición de Mar del Plata, la película transcurre en un barrio de los suburbios (¿Gran Buenos Aires? ¿Gran Rosario?) a fines de los ‘90 y sigue a cuatro amigos en las postrimerías del colegio primario. Amigos que el guión de Erriquez no llega a construir con la carnadura y complejidad suficientes, ya que elige definirlos únicamente a través de su relación con una característica en particular: la chica y sus clases de ballet, uno de ellos y el vínculo con su abuela enferma, otro con las primeras aproximaciones a la vida sexual y el último con un incipiente enamoramiento de una actriz ciega algunos años mayor que él. En sus ratos de ocio ellos miran la televisión. Allí, los noticieros simbolizan el inicio del proceso de entendimiento de las complejidades y del sinsentido del mundo que los rodea. Todos ellos confluirán en la fábrica a punto de cerrarse del título, lugar donde el quiebre generacional se patentiza: si el contexto social, personal y, por qué no, hormonal les indica que la adolescencia es inminente, ellos encuentran en esa geografía un espacio para la liberación de lo lúdico. Erriquez decide acompañarlos de cerca con una cámara inquieta y atenta a la pulsión de sus sentimientos. Ese retrato evade, además, cualquier atisbo de estilización: la transición está lejos de la idealización y la geografía arrullada contribuye a remarcar el dejo amargo y nostálgico de todo cambio.
Lola, Choco, Zota, Lija. Los cuatro tienen más o menos 12 años. Los cuatro suelen merodear por La Cantábrica, uno de los muchos establecimientos industriales víctimas de la crisis económica de fines de los noventa, y los cuatro atraviesan su propia crisis personal, la de cualquiera que está entrando en la adolescencia. Comparten ratos libres, algunos juegos, pero hay poco diálogo entre ellos, salvo lo vinculado con circunstancias cotidianas. Más bien parece que cada uno está en lo suyo. Ni Lola, la única chica, habla de sus rutinarias (y al parecer no demasiado satisfactorias) clases de danza. Ni Choco, de la convivencia con su abuela enferma, a quien debe cuidar. Ni Zota, de su compromiso con el grupo de actores no videntes a los que ayuda a ensayar o de su secreta atracción hacia una de las chicas, mayor que él. Ni Lija, de la curiosidad y la inquietud que empieza a manifestar en torno al sexo, si bien éste es un tema que, obviamente, dada la etapa de la vida que están viviendo es uno que ocupa el interés de todos. Se viven los tiempos del menemismo, los de la carpa blanca de los docentes, de la explosión en Río Tercero, del asesinato de José Luis Cabezas, del cierre de las fábricas, como esa que tienen en el barrio y que a veces, estando ya vacía, se vuelve territorio para investigar. Pero la realidad sociopolítica es sólo un dato que se cuela como fondo, no más que un elemento que viene a completar el clima de estancamiento que la película recoge sobre la base de pequeñas pinceladas dispersas y que no resultan tan significativas ni tan determinantes como parecería buscarse. Que la mirada que adopta el film para captar el momento que se está viviendo en el país o el tiempo de quietud que anticipa o sugiere que algo está por suceder provenga de los propios chicos la vuelve demasiado lacónica. Y el hecho de que cuando algo sucede Erríquez reduzca al mínimo la información puede en algún caso estimular la curiosidad y la reflexión del espectador, pero en otro provocar su desinterés. Ese mismo laconismo, además de la fragmentación de la acción, ya de por sí bastante escueta y disgregada (el director confía en la elocuencia de sus climas y sus imágenes, por otra parte destacables gracias al oficio del fotógrafo Juan Ignacio Garay y la música de Pablo Subatin), afecta en buena medida el interés del film. Los mayores aciertos están seguramente en la sensible descripción de los ambientes, la sencilla intimidad de un Buenos Aires suburbano que, despojado de pintoresquismos y artificios, se ve muy vivo y muy real.
Bienvenidos al mundo Zota (Matías Báez), Lija (Juan Cruz Lemos), Lola (Camila Zorzoli) y Choco (Valentín Delega) son cuatro amigos, compañeros de colegio. Rondan los doce años de edad, y juegan juntos todas las tardes. Con mucho en común, también cada uno tiene sus preocupaciones propias. Todos se encuentran en la etapa del despertar sexual, pero puntualmente Lija es quien más inquietudes manifiesta sobre el tema. Lola acaba de menstruar por primera vez, y asiste a clases de ballet en donde no se siente a gusto, ni le va muy bien. Choco vive con una abuela enferma, y Zota colabora con un taller de teatro para ciegos, una de cuyas alumnas le resulta atractiva. Hay dos momentos bien marcados en la estructura del filme: el primero y más largo, en el que el espectador acompaña a los chicos en sus actividades comunes, y el segundo, que llega justo a la hora de película, y marca el quiebre argumental, la situación clave en las vidas de estos personajes. El director Ezequiel Erriquez elige narrar la primera parte de la película en una suerte de limbo atemporal: las escenas van y vienen, intercaladas, casi como barajadas. Se vuelve a una situación anterior después de haber salido, en apariencia al menos, de ella, de modo que es imposible determinar cuántos días pasan o siquiera qué año es, ya que si bien se oyen fragmentos de noticieros, las noticias no se corresponden cronológicamente. Lo que queda claro es que se trata de finales de los años ´90, y permite mostrar la rutina de los chicos, su cotidianeidad, atravesada por las situaciones familiares particulares que cada uno vive. El problema de la primera parte es su ritmo tedioso, y su extensa duración para lo que quiere mostrar. Las actuaciones de los chicos son bastante rígidas, seguramente debido a su poca experiencia, un factor que le quita algo de naturalidad a la historia. Un filme iniciático, que presta atención a la pérdida de la infancia, y a la entrada a la adolescencia. Ese paso forzoso y doloroso en el que se pierde la inocencia, y el mundo, con su crueldad y su dureza se abre paso en las vidas de los jóvenes.
Cuatro adolescentes y una fábrica abandonada. Cuatro historias y un final que busca sorprender. Una película de poco vuelo y que por momentos pierde fuerza en el relato.
Infancia sin rumbo Lola, Choco, Lija y Zota son los cuatro protagonistas de A La Cantábrica, primer largometraje de Ezequiel Erriquez que tuvo una importante recepción en festivales internacionales. Los cuatro protagonistas son chicos, que atraviesan ese complicado proceso de convertirse en adolescentes. La época son los noventas -más precisamente esos años que dieron al cierre de la década-, tiempo con sus implicancias que aparece una y otra vez a partir de la televisión o de lo que se cuela en el inconsciente de los personajes. La cámara sigue a los cuatro chicos, en sus ratos de soledad pero también cuando comparten momentos junto a sus amigos: seguir ese recorrido es parte de la apuesta formal de este film. Cuando uno ve A La Cantábrica piensa en la sinopsis, en las intenciones del director, y en lo que finalmente se ve en pantalla. Esto último es lo que preocupa. Uno adivina las intenciones de una película sobre una etapa de transición, sobre la preadolescencia y el crudo escenario que se presenta en pantalla pero, en una película donde pasan tantas cosas, es increíble que nada llegue demasiado. Y hay varias razones. En primera instancia el guión contiene líneas de diálogo que son, literalmente, increíbles; pero si a esto sumamos el “detalle” de que estas mismas líneas son dichas de un modo casi mecánico, lo que tenemos son enunciados donde apenas parece existir la conexión entre los personajes. Por otro lado, al buen trabajo de planos descriptivos se oponen brutalmente planos descuidados donde se pierde el foco de la acción, donde la cámara divaga sin encontrar el foco y, finalmente, en elecciones inexplicables que en la búsqueda terminan atentando contra la narración (pienso sobre todo en algunos primeros planos). El final brusco, presuntamente metafórico, aparece luego de un largo devenir de planos prácticamente inconexos sin ningún sentido de secuencia, razón por la cual apenas se podrá distinguir el subtexto. Es que, lamentablemente, a veces las intenciones no alcanzan.
Moroso deambular de chicos aburridos Cuatro chicos de séptimo en los bordes de una pequeña ciudad, frente al edificio de una fábrica. Según la síntesis difundida, uno cuida a su abuela enferma, otro manifiesta inquietudes sexuales, la chica del grupo se siente oprimida por sus clases ortodoxas de ballet, y el último se siente atraído por una ciega que asiste con él y otro ciego a la proyección de "Adiós, cigüeña, adiós". Según enviados del Festival de Rótterdam, el autor "invita a la audiencia a tener su propio viaje de descubrimientos", "la infancia marginal e infeliz es universal" y todo es "universalmente reconocible e increíblemente misterioso". Puede ser. La película está hecha de tal forma que cada espectador puede darle la interpretación que quiera. Y bien podría escribirse otra síntesis, ya que los personajes dejan muy pocas pistas de sus posibles intereses e inquietudes. A primera y segunda vista son sólo unos chicos aburridos que vagabundean por ahí después de la escuela. Si pasa algo de veras interesante debe ser fuera de la pantalla. Lo increíblemente misterioso, sin embargo, habrá de ocurrir. El ambiente, el relato a través de momentos sueltos sin causa ni consecuencia evidentes, la luz de estación fría, la tristeza suburbana, van construyendo ese clima. Lástima que sólo sea un clima de leve sugerencia, sin actuaciones convincentes ni historia que nos atrape ni personajes cuya suerte alcancemos a compartir. Rodaje en Haedo, Bragado y Morón, ambientación quizá nada gratuita- en 1998, a juzgar por las noticias que trae un televisor acerca del niño atrapado en un pozo en San Nicolás (un hecho trágico que en su momento provocó casi un duelo nacional, y hoy está prácticamente olvidado).
Estreno en el Gaumont de la ópera prima de Ezequiel Erriquez que tuvo su presentación en Rotterdam este año. Nunca se aquieta la cámara de Ezequiel Erriquez en su ópera prima A la Cantábrica que elige grandes elipsis y espacios tan disimiles y contrastantes como un basural, una sala de ballet o un cine y la vía del ferrocarril Sarmiento, el parque industrial “La Cantabrica” de Haedo o la cama de una abuela enferma. Esos espacios aparecen yuxtapuestos, productos de esos saltos de tiempos narrativos, en fragmentados estados emocionales de cuatro chicos de entre 12 y 13 años que pasan de la escuela, a la ciudad, y de ahí a habitaciones, cocinas compartidas con sus familias. Las lecciones de danza o los encuentros de un grupo de teatro de ciegos entrelazan de algún modo esas fracciones de momentos, que no llegan a ser historias y que tapan algunas actuaciones desparejas. La pantalla de televisión ubica en el tiempo del relato: épocas de la carpa blanca, las explosiones en Fabricaciones militares en Río Tercero, o el intento de rescate de un chiquito de 5 años y que finalmente murió en 1998 conmoviendo a los medios. Tiempos críticos de la Argentina que estaba por ingresar en pocos meses más a una de las crisis económicas mas tremendas de su historia. No están mal esos momentos de “no decir” que permanentemente la película se permite. http://www.youtube.com/watch?v=hnmpML6bbZ8 Una reja, que separa una de las fábricas de La Cantábrica de la calle, es el símbolo de un antes y un después que la película, al preferir los momentos antes que la historia, hace pasar como desapercibido, algo inexplicable, que va a modificar, faltando media hora, el curso de lo que se venía dando, unos segundos de pantalla en negro simulan ser suficientes. Tal vez no lo sean. A La Cantábrica se estrenó en el 2012 en el Festival de Rotterdam integró la programación del Festival de cine de Taipei, en Montevideo, Mar del Plata, South Texas y en el Festival de La Habana. Participó del Bal, Bafici 2010 y del Berlinale Studio Campus en Alemania; allí trabajó junto a Molly Malene Stensgaard.
Fin de época Drama que retrata a cuatro preadolescentes a finales de los años noventa. Los protagonistas de A La Cantábrica son cuatro preadolescentes, y los años ‘90. Cuatro personajes, que ya no son chicos y todavía no son adultos, al final de una década cuyos aspectos devastadores -al menos para amplios sectores socioeconómicos- ya son inocultables. Ezequiel Erriquez, director de este drama asordinado, funde fragmentos de las vidas de los protagonistas con el ámbito en el que se mueven, sin añadir explicaciones ni peripecias. Estados de ánimo y atmósferas -como la de fábrica cerrada, con cordilleras de despojos industriales, en la que juegan los chicos- conforman un todo. El registro es casi documental, contemplativo. Lacónico y oscuro. En el interior de estos personajes en transición se agazapa el malestar y, luego, la tragedia. La película, sin embargo, no siempre logra bucear en las profundidades de los cuatro jóvenes -cuyas actuaciones son decorosas pero desparejas-, y en esos instantes se vuelve demasiado fría y distante. A La Cantábrica no sólo refleja el final de la década noventista; también tiene elementos en común con el Nuevo Cine Argentino, en auge por aquella época. También con algunas películas posteriores, como Una semana solos, de Celina Murga. Pero si la talentosa realizadora entrerriana se centraba en chicos de clase alta en un country, Erriquez lo hace con los de clase media suburbana, mostrando la contracara y el final de la fiesta menemista.
Un enigma que nunca termina de revelarse Hay tres películas conviviendo en A La Cantábrica, primer largometraje de Ezequiel Erriquez que viene de recorrer festivales como el de Roterdam y el de Mar del Plata. La primera de ellas describe la relación de cuatro púberes (tres varones y una chica), su convivencia en la escuela, sus vagabundeos por un ambiente definidamente suburbano. La segunda acompaña a cada uno de los integrantes del cuarteto en solitario, concentrada en la vida familiar o en sus conflictos personales: la chica sufre cada uno de los minutos de sus clases de ballet, uno de los muchachos se enfrenta a la enfermedad de su abuela, otro parece obsesionado con su incipiente sexualidad. La tercera intenta relacionar las dos anteriores con un contexto histórico determinado, los últimos años del menemismo, y con las consecuencias sociales de sus políticas. La Cantábrica del título es, precisamente, el nombre de una fábrica en la cual trabaja el padre de uno de los protagonistas, a punto de bajar sus persianas para siempre. Las tres películas cohabitan y se relacionan de manera algo espasmódica, como si el enlace entre ellas estuviera determinado por un delgado hilo siempre a punto de cortarse. Existe asimismo una lucha entre las escenas de observación, donde la cámara sigue a los protagonistas en sus ratos de ocio, momentos de escasas o nulas palabras donde el film logra generar climas interesantes, y aquellas en las cuales A La Cantábrica adopta un tono enfático, con diálogos que muchas veces se sienten falsos, inexactos. La obsesión de Erriquez por el trasfondo social (el realizador nació en 1985, por lo que no resulta ilógico imaginar un componente personal en esa descripción) lo lleva a incluir regularmente, casi de forma cronometrada, alguna referencia a hechos puntuales ocurridos durante aquellos tiempos, de la Carpa Blanca de los docentes al asesinato de Cabezas –entre otros menos recordados–, casi siempre bajo la forma de un televisor prendido en el fondo del cuadro. Esa recurrencia, lejos de sumar relevancia o profundidad, termina empapando el relato de un tono alegórico no siempre pertinente. El film gana en precisión narrativa durante su segunda mitad, se hace más interesante, pero al mismo tiempo comienza a sumar elementos simbólicos que anuncian la inminencia de un grave hecho. A La Cantábrica termina con un regreso a su primera escena, con el grupo de chicos ingresando a la fábrica del título, transformada ahora en terreno abandonado, y un enigma que Erriquez no desea resolver. ¿Es esa incógnita un simple misterio o una metáfora de algo mucho más importante y aterrador? Todo parece señalar lo segundo, pero la película llega a su fin y deja al espectador con la sensación de que lo más interesante son algunos destellos de verdad que se cuelan entre los resquicios de un guión tenso y tal vez demasiado programático.
Los avatares de la pre-adolescencia y su entorno. Esta película ganó el concurso de “Rodaje Terminado” del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), participó del Bafici y del Berlinale Studio Campus en Alemania, entre otros Festivales. Todo se desarrolla en un barrio del conurbano bonaerense durante 1997.En los alrededores se encuentra la fábrica metalúrgica “La Cantábrica” lugar donde trabajaban miles de obreros, salían y entraban trenes de carga, pero cuando cerró solo quedaron esas vías muertas y todo cerrado. Allí vemos cuatro amigos: Lola, Choco, Zota y Lija, que tienen entre 12 y 13 años, ellos deambulan por ahí, juegan, pasean, van al colegio, dialogan y realizan todas las actividades típicas de la edad, cada una de esas acciones va captando la cámara, mediante sus planos muestra lo que quiere resaltar mas. Pero no se deja de lado su vida cotidiana, ni tampoco sus momentos con la familia, sus curiosidades y conflictos típicos de la edad. Choco debe empezar a cuidar a su abuela enferma, con quien vive. Lija comienza a manifestar sus primeras inquietudes sexuales, está descubriendo todo lo relacionado con esto. Lola se siente oprimida por sus clases de ballet, su primera menstruación y la posibilidad de ser madre. Y por último Zota ayuda a un par de actores no videntes y además se siente atraído por una joven mayor que él. Dentro de estos detalles siempre está la inocencia de los pres adolescentes, pero no se encuentran ajenos a enfrentarse a los problemas familiares, la crisis económica, política y social y también con la muerte. Ellos pasan sus momentos libres y también alguna travesura cerca de esta fábrica, hasta llegar al momento en que una situación límite que deben enfrentar los desencajará como grupo y transformará sus vidas. La idea es que dentro de su desarrollo el espectador comience a reflexionar, creando diferentes climas, de lo que está pasando y lo que paso. Todo está en ruina y en una enorme decadencia. En el filme se habla del asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas, de los Docentes de la Carpa blanca, de las explosiones en la fábrica de armamentos de Río Tercero (Córdoba), entre otros temas. El cineasta Erriquez nació en 1985 en los años que se desarrolla esta historia tenia la edad de estos chicos; vivió el período de los problemas sociales, económicos y las privatizaciones, provocados por la política durante los gobiernos de Carlos Saúl Menem (1989 a 1999). El film se desarrolla en Buenos Aires, tiene un claro mensaje, pero el trabajar con actores no profesionales (Camila Zorzoli, Valentín Delega, Juan Cruz Lemos, Matías Báez, Beba Piovano, entre otros), es todo un riesgo, es bastante metafórica, abusa mucho de los planos largos, algunas secuencias no tienen mucho sentido, por momentos ciertos hechos se pierden y termina con un final brusco. Es una pena pero las buenas intenciones, a veces, no son suficientes.
Nada es más difícil que el paso de la infancia a la adolescencia. Este film de Ezequiel Erríquez, narrado desde una sinceridad que parece autobiográfica, toma ese paso desde lo sutil, desde la observación de lo mínimo, aún cuando dispone de un elemento fuerte en su trama para motivar la historia. Próxima a sus criaturas tanto en ideas como en la forma, no fuerza la metáfora social sino que la impone por la pura fuerza de su mirada. Un film de emociones puras.