La calle es su lugar Fiel a su mirada sobre la intimidad en el universo femenino, el quinto opus de Anahí Berneri transita por el mundo de la prostitución como medio de vida y en este caso enfocado en la cotidianeidad de una joven, madre soltera que intenta ganarse la vida a través de su cuerpo y la pequeña ambición de contar con un techo y comida diarios. Alanís, sólida interpretación de Sofía Gala Castiglione, se queda desprotegida tras una intervención de la policía en el depto que alquila a un tercero y que utiliza para trabajar. Su hijo de un año y medio, Dante, llora, pide teta, y no entiende a qué se debe tanto griterío y alboroto en el pasillo del edificio. Y a partir de ahí, el derrotero de la supervivencia: dormir en un colchón prestado, búsqueda desesperada de clientes, recuperar los objetos allanados y un largo interrogante mezclado de incerteza, resentimiento y angustia por la situación injusta que le toca atravesar. La intensidad del relato se apoya en dos pilares fundamentales y que la directora de Encarnación logra usufructuar a favor de su intención de sumergirse en la psicología, emocionalidad y capacidad de adaptación de la protagonista, además de sumarle el lapso mínimo de tiempo en el que transcurre la historia. Gracias a la dirección, Sofía Gala Castiglione se carga a las espaldas la película y logra sin artificios o trucos transmitir los avatares de Alanís y sus pequeñas estrategias de supervivencia. Ya sea en la calle o puertas adentro. Desde la puesta en escena y una cuidada composición del cuadro, Anahí Berneri logra por momentos un universo propio, atractivo desde el punto de vista visual y visceral, pese a la interesante distancia en que la cámara capta esa intimidad. Tal vez la escena más lograda y la que mejor sintetice la propuesta cinematográfica sea la de un albergue transitorio, con anti clímax incluído y en la que Sofía Gala saca a relucir sus dotes para la actuación dramática con presencia y naturalidad. A no equivocarse, Alanís no aborda exclusivamente el tema de la trata, tampoco se queda con la violencia de género, sino que traspasa esas temáticas para hacer de lo micro un reflejo contundente de lo macro, y de lo urgente una realidad per se más que una conjetura o especulación intelectual.
Un retrato sobre la prostitución La realizadora Anahí Berneri regresa al igual que en su obra anterior, Aire Libre (2014), también escrita en colaboración con Javier Van de Couter (Mía, 2011), al costumbrismo cinematográfico a través de una historia cruda y descarnada sobre una prostituta que intenta sobrevivir junto a su hijo viviendo tan solo el presente sin poder mirar ni un segundo hacía el futuro. Alanis (Sofia Gala Castiglione) es una prostituta que ofrece sus servicios sexuales junto a una compañera varios años mayor en un departamento. Debido a una denuncia de los vecinos del edificio el departamento es clausurado para ejercer la cualquier tipo de profesión en parte debido al vacío legal respecto del reconocimiento de la prostitución como labor y también por no contar con las características que exige la ley para que un departamento sea considerado apto para ejercer una profesión. Además su amiga, Gisela (Dana Basso), es demorada por la policía porque ya tenía antecedentes de trata de personas. Alanis recurre con su hijo pequeño, Dante, a lo de su tía Andrea (Silvina Sabater), que vive junto a su pareja en un pequeño cuarto detrás de su modesto negocio de ropa frente a Plaza Miserere. Al intentar ayudar a su amiga, conseguir dinero para alquilar una pieza y cuidar a su hijo, Alanis emprende un viaje por las contradicciones legales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, los entramados jurídicos y la sordidez de la prostitución nocturna con sus zonas liberadas, los manejos territoriales ilegales por parte de dominicanas traídas al país engañadas para ejercer la prostitución como parte de redes de trata y, por supuesto, los infaltables enfermos que recorren las calles buscando sexo pago. El film se apoya en una gran actuación y el esfuerzo corporal de Sofia Gala Castigione, que despliega una gran interpretación intima como madre, mujer y prostituta junto a su propio hijo, Dante della Paolera, y en el buen desempeño de las actuaciones secundarias, construyendo personajes reales y desesperados que viven en un mundo miserable y marginal. A pesar de las buenas interpretaciones de todo el elenco y de una buena dirección, Alanis (2017) no puede escapar a su carácter redundante, retratando una realidad trabajada hasta el hartazgo por la literatura y el cine con diversos resultados y matices. Al centrarse en la denuncia de una situación, el film pierde el hilo de la trama y no logra construir un relato, simplemente agrega un granito más a un debate tan ríspido como indispensable que la sociedad argentina no quiere abordar. Salvando esta cuestión, la película genera la empatía que pretende y desarrolla su narración coherentemente sin traumar pero tampoco sin destacarse. Alanis es así un interesante documento de valor sobre la cuestión social que trabaja pero no una obra que transfigura su entorno y desentraña la realidad para superar las contradicciones que la misma plantea a través de las posibilidades trasformadoras del arte.
Tres días en la vida de “Alanis”. “La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.” Gabriel García Márquez La mala hora – 1962 Desde el comienzo, mientras observamos impávidos, la desnudez de Alanis en el baño, podemos argüir hacia donde discurre el relato. Sentada en el inodoro, frega ausente la grifería, es un momento íntimo, solitario y la cámara lo revela como si documentara la acción. No hay erotismo sugerido, solo un cuerpo. Propone una mirada distante, casi clínica de la acción y de la mujer. Será para nosotros los espectadores, la exploración de ese sujeto cotidiano y sus reveses, sin mediar más que una cámara que no espía, observa. Alanis alquila un departamento junto a otra mujer, en él ejercen su oficio y a la vez es un hogar donde cría su hijo. A causa de una redada ellas quedarán en el desamparo, con su compañera en la cárcel y ella en la calle. Entonces comenzará el derrotero de la joven en busca de su lugar y no es un viaje iniciático o de transición, es pura y dura búsqueda de un sitio donde dormir, en el que vivir. Es el increíble trabajo de la directora Anahí Berneri que nos invita a atestiguar los sucesos con esa distancia que no juzga, solo expone. Y es la excelente performance de Sofía Gala la que genera que esa mujer se acerque a nosotros a través de una construcción acertada donde el gesto mínimo devela su pensamiento. No hay en Alanis nada que la asuste, no hay quien la intimide y solo se advierte fragilidad cuando menos lo esperamos, cuando falsea un goce inexistente, como en esa poderosa escena del telo. Esta es una historia mínima, que transcurre en poco tiempo, no más de un par de días pero que atraviesa sin problemas una inmensidad de la calle, la urgencia, el desamparo. Es una mirada a la intimidad de ese otro femenino, el puro y duro estado de ser mujer, madre y puta. Lejos de sacralizar y moralizar la directora nos enfrenta con una realidad sin adornos, sin sobornos. Alanis es un retrato sincero, de preciosa y esmerada construcción que se apoya tanto en la solvencia actoral de Sofía Gala, como en la minuciosa puesta de esa cámara que no se despega de ella.
Supervivencia corporal Anahí Berneri (Encarnación, Por tu culpa, Aire libre) retoma la exploración de los universos femeninos de manera visceral con la historia de una joven prostituta (Sofía Gala Castiglione), madre soltera de un bebé de año y medio, que deambula por la ciudad buscando sobrevivir luego de quedarse sin hogar. Alanís (2017) es una película que observa de cerca la psiquis de su protagonista. Sin juzgarla ni mostrar una visión trágica de la prostitución marginal, vemos a Alanís moverse con conocimiento y vulnerabilidad por el barrio de Once, sus personajes y paisajes urbanos. Las prostitutas dominicanas, los locales de ropa a bajo costo, los hombres de pocas palabras (Carlos Vuletich, de El Perro Molina) y los clientes ocasionales que giran alrededor de la particular geografía de Plaza Miserere. Sofía Gala Castiglione le pone el cuerpo al relato. Su actuación de mujer fuerte y frágil a la vez es impecable. Desde la primera imagen de la película la vemos totalmente desnuda realizar tareas domésticas (se baña, limpia su casa, amamanta a su bebé), como cualquier otra persona pero expuesta a mayores riesgos por su profesión, y motivada por impulsos que desconocemos. En revelarlos está parte del misterio del film. La policía entra haciéndose pasar por clientes y clausuran el privado que alquilan con su amiga Gisela (Dana Basso), una mujer mayor que ella, a quien detienen por “trata”. “Es mi compañera” dice a la terapeuta de servicios sociales. La imposibilidad de comprender su universo es compartida por el espectador. Siendo una película acerca de una prostituta se puede suponer que las escenas de sexo no tardan en llegar. Nada más alejado de eso, la única está sobre el final y es todo lo opuesto al erotismo. La máscara social utilizada para el intercambio sexual envuelve una violencia implícita desgarradora. La escena vale toda la película. Participante de la competencia oficial del 65 San Sebastián, Alanís gira alrededor de su protagonista para trasmitir con vehemencia su lucha diaria para subsistir y esconder su dolor. Sin víctimas ni victimarios, el relato escapa a las explicaciones fáciles para adentrarnos en la complejidad del comportamiento humano. Allí donde las palabras sobran y las acciones marcan la vida de las personas, surge un film profundamente humano.
Madre y prostituta, las dos caras en la vida de Alanis, el nuevo film de la realizadora Anahí Berneri, quien se asoma al mundo interior de sus personajes luego de Aire libre, Encarnación, Por tu culpa y Un año sin amor. En Alanis, el film protagonizado por Sofía Gala Castiglione y su hijo Dante Della Paolera en la vida real, la historia focaliza en esta mujer sin posibilidades de supervivencia a no ser por la explotación de su propio cuerpo. Vive en un departamento alquilado donde recibe clientes hasta que dos inspectores municipales clausuran su hogar y se llevan a su compañera Gisela -Dana Basso-, acusada de “trata”. Sin dinero y en la calle, se ve obligada a irse a vivir a un negocio de Once, entre percheros y una vidriera que da a la calle, mientras combate sus propios fantasmas y una realidad que parece no darle posibilidad. Entre la atención de su bebé, la lucha por el "territorio" con otras prostitutas, el vacío legal y víctima de una forma de esclavitud, Alanis es símbolo de supervivencia en este relato que espía a personajes marginales que se cruzan en el camino de la protagonista y que también buscan su lugar en el mundo. Sin otra intención que la de retratar tres días en la vida de Alanis -¿Te llamás así por la cantante?, le dice una compañera-, el film tiene conexión con Un año sin amor, donde el cuerpo corrompido y explotado trasciende a la historia misma. Sofía Gala Castiglione presta cuerpo y alma en escenas que son descarnadas y transmiten la sensación de angustia y frialdad, entre clientes violentos, patovicas y compañeras que siguen su mismo camino. Un paréntesis de horas que sirve para ilustrar su peligroso mundo cotidiano.
Anahi Berneri, la directora y guionista (junto a Javier Van del Couter) realizó una película cruda, sin atenuantes, donde pone a sus protagonista, una prostituta en plena acción de sobrevivir junto a su pequeño hijo. Esa mujer que se enfrenta a una realidad inapelable y toma rápidamente las decisiones que tiene a mano, sin pensar demasiado, no tiene tiempo para eso. La Alanis del título convive con una amiga mayor y ejerce su oficio hasta que unos policías clausuran el lugar, detienen a su amiga “por trata” y ella, solo recuerda que tiene una tía con una boutique en Plaza Miserere que le da cobijo temporal. Le ofrece trabajar de mucama y ella prueba y rechaza ese trabajo mal remunerado que no le permite nada. Decide seguir con su profesión, hacer la calle. Sufre ser corrida y golpeada por las otras chicas caribeñas que se sienten dueñas del lugar, soporta clientes violentos, pelea por su hijo y encontrar un lugar, otro “privado” para acomodar su vida. Se muestra una realidad tan paralela como conocida, donde en su precariedad la protagonista decide como puede su destino. Hay vacíos legales, certezas, la definición de la prostitución como un trabajo no legalizado. Una toma de posición definida que no le huye a la polémica. Sofía Gala Castiglione, sin dudas en uno de los mejores trabajos de su carrera logra transmitir con economía de gestos y profundidad lo que le ocurre a su personaje. Actúa con su pequeño hijito lo que le dio a su personaje una relación única de calidez y empatía define a la perfección esa faceta de su vida de ficción. Se muestra una realidad urgente y cruda en un registro que emula al documental. Un mundo que muchas veces no queremos ver.
Alanis es madre soltera de un nene de un poco más de un año. Comparte un departamento en Once junto a una amiga mayor que ella. Ambas son trabajadoras sexuales y utilizan su hogar para recibir clientes. La informalidad del trabajo o la convivencia con un bebe no parecen ser problema para ellas, que se cuidan y ayudan mutuamente. Hasta que se produce un violento allanamiento con policías y asistente social que cambiará sus vidas. Gisela, la mayor queda detenida y Alanis junto a su pequeño Dante, quedan en la calle. En su quinto largometraje, Anahí Berneri vuelve sobre un personaje femenino fuerte que debe atravesar todo tipo de turbulencias para readaptarse, quizás Alanís sea su personaje más fuerte y seguro de todos, el que menos conflictos internos posee y él que más debe luchar contra las injerencias externas que tratan de modificar su modo de vida. No estamos aquí ante una historia de gente de clase media que sufren crisis existenciales. El contexto elegido, con el universo de la noche y la marginalidad puede emparentar ciertos pasajes de esta obra con “Un Año sin Amor”. Berneri retrata nuevamente un submundo oscuro, con reglas y códigos propios, sin demonizar ni juzgar a sus personajes. A partir del realismo y la cotidianeidad con la cual lo representa, nosotros como espectadores podemos rechazar o comprender a sus protagonistas. Allí es donde reside el elemento más interesante de Alanis, la incomodidad que generan las distintas situaciones que vive su protagonista. Hay una esencial elección de casting, todos los actores encarnan a la perfección con sus personajes haciendo muy difícil distinguir la línea entre realidad y ficción, pero sin lugar a dudas es el trabajo de Sofia Gala el que lleva a la película a generar todas las sensaciones que el guion propone. Y más acertado aun es hacerla trabajar junto a su hijo Dante Della Paolera, la intensidad del vínculo trasciende la pantalla y hasta hay momentos de ternura tan genuina que sirven para respirar un poco ante tanta opresión. Alanis no es una película agradable, nunca intenta serlo, es más bien una representación realista, como un documental de observación por momentos, de un sector marginal de la sociedad, que todos vemos pero no conocemos y a partir de trabajos como este podemos quizás empezar a entenderlos.
La historia de una madre, soltera, prostituta, que busca un lugar para vivir mientras lucha con los prejuicios, protagonizada por Sofía Gala y su hijo Dante, marca el regreso al cine de Anahí Berneri, una directora lúcida, efectiva y con una mirada particular sobre el universo femenino que brinda siempre propuestas dolorosas pero necesarias con sus películas. La cámara ubicada en lugares no tradicionales, el encuadre como manera de expresar la resistencia de la joven, son sólo algunos de los hallazgos de una película sobre la prostitución y su ejercicio sin lugares comunes.
Una mujer en una encrucijada La directora de Un año sin amor, Encarnación, Por tu culpa y Aire libre sigue indagando en temas provocativos con sensibilidad e inteligencia. En el caso de Alanis, aborda la problemática de la prostitución a partir de la historia del personaje del título, una madre soltera de 25 años oriunda de Cipolletti que trata de criar como puede a su bebe en Buenos Aires. En el inicio del film, el prostíbulo donde trabaja (y vive) Alanis es allanado y clausurado por la policía tras una denuncia de vecinos. Comienza entonces un peregrinaje por camas prestadas y trabajos precarios con conflictos con las autoridades, la burocracia estatal, clientes perversos, colegas violentas y amigas que no lo son tanto. Si bien tiene unas cuantas situaciones inquietantes en ambientes sórdidos en los alrededores de Plaza Miserere (el tema de la prostitución ya de por sí es controvertido), lo que distingue a Alanis de tanta película simplista, maniquea y subrayada es la multiplicidad de facetas y matices (intelectuales, sexuales, laborales, raciales) que ofrece, y el grado de intimidad y credibilidad que consiguen Berneri y su protagonista, Sofía Gala Castiglione, que regala una actuación consagratoria. Directora y actriz trabajan de manera frontal, pero exponiendo muchas veces los grises y las contradicciones. Y lo logran sin juzgar, sin caer en el golpe bajo y haciendo gala al mismo tiempo de un profundo humanismo.
Es mi cuerpo y hago lo que quiero Sofía Gala tiene un protagonismo excluyente en esta película, como una prostituta con un hijo. Como casi toda película que comparte nombre con su personaje principal, Alanis, la prostituta a la que Sofía Gala le pone el cuerpo, es el centro de Alanis, esta quinta película de Anahí Berneri. Uno puede asumir el protagonismo excluyente de Sofía Gala, sobre todo cuando la película empieza con ella completamente desnuda limpiando un baño antes de darse una ducha. Pero el pequeño Dante, hijo de la actriz y nieto de Moria Casán, irrumpe apenas ella termina de vestirse y se prende a la teta de su mamá con una ternura que pocas veces registró una cámara de cine. Alanis es una prostituta que vive y trabaja en un privado, donde a los cinco minutos de película irrumpe la policía y la chica termina junto a su bebé en la calle. La película se centra en esos primeros días de la joven y su hijo después del desalojo, en los que terminan durmiendo en el pequeño local de ropa en Once donde también vive y trabaja su tía con la pareja. Alanis comparte la tensión constante de las cuatro películas anteriores de Berneri y por momentos parece condensar a ese atractivo póquer de filmes: tiene el refugio en lo sexual de Un año sin amor; al igual que en Encarnación, una joven toma a una mujer mayor como mentora; la protagonista es cuestionada en su rol de madre, eje central de Por tu culpa; y una crisis habitacional dispara el conflicto como en Aire libre. El cine de Berneri siempre está marcado por la mirada de género de la directora, pero esta vez incorpora, con más fuerza que nunca, una cuestión de clase. El eufemismo que mejor le calza a la joven paria Alanis es trabajadora sexual porque el enfoque del filme está puesto en la precarización laboral marcada a fuego por el oficio elegido, y en esta cuestión reside una de las claves. Berneri esquiva a la trata de mujeres como tema central, más allá de que ése sea el conflicto que le causa los problemas legales a la joven y terminan con su desalojo y el encarcelamiento de su veterana colega. El interés de la directora por el cuerpo de Alanis nunca se circunscribe a lo sexual, por eso la escena de sexo con un cliente, además de ser de una incomodísima mecanización, está centrada en el rostro de Sofía Gala. La actriz pone el cuerpo más como madre que como puta y muestra al chiquilín carismático Dante Della Paolera, su propio hijo, como si fuera una extensión más de su ser (un rol que en la película, por momentos, también parece cumplir su celular). Hace una década que Sofía Gala demuestra su fotogenia en el cine, pero tenía roles menores o las películas no solían estar a la altura de sus personajes. Recién ahora gracias a Alanis, película y personaje por fin comparten esa calidad que debería ser consagratoria para la actriz.
Cruda realidad, poca veces mostrada, o mostrada desde otro lugar. Alanis muestra al mundo de la prostitución, pero no desde el lado ilegal, desde la trata, sino visto como un trabajo más, donde una mujer lo transita como una forma de vida. Y cómo esa mujer imperfecta hace lo que puede, con lo que tiene, con lo que sabe hacer. Sofía Gala Castiglione, es Alanis y me quedo corta si les digo que está muy bien en lo que hace. No solo es creíble sino que se muestra sin tapujos, se la ve auténtica y en crudo. Muchas escenas las tiene con su hijo Dante. La relación entre ellos le da una realidad única. La historia transcurre en tres días en la vida de Alanis y les aseguro que no es fácil. Es una historia difícil, cruda, real. Pasa y no lo vemos, está en la oscuridad o no queremos verlo, pero pasa. Para ver y bancarse la que viene. Alanis es fuerte. Contundente. Necesaria.
En la lucha, que es cruel y es mucha. La directora de Por tu culpa vuelve a mostrar el mundo hostil al que se enfrenta una mujer, pero desde un costado amoroso. Como en buena parte de su filmografía, la directora Anahí Berneri muestra en Alanis, su nueva película, un mundo que sigue siendo hostil ante ciertas realidades y necesidades femeninas. Y lo hace de un modo sumamente amoroso, mostrando una constante preocupación por el destino de su personaje principal, sin permitirse jamás dejarla librada a las inclemencias del guion. Y sin necesidad de caer en trucos emotivos ni en subrayados formales planteados desde la propia escritura, y sin recurrir a la música para acentuar los giros más dramáticos o los momentos de tensión que van articulando el desarrollo de un relato que no ahorra en ellos. En esta ocasión el vehículo elegido para llevar adelante el relato son los hechos ocurridos durante unos pocos días en la vida de Alanis, una prostituta interpretada por Sofía Gala Castiglione. Alanis vive con su hijo de un año y medio y una compañera de trabajo en un departamento que tanto hace las veces de vivienda como de privado en el que recibir a sus clientes. Un día la policía irrumpe en la casa haciéndose pasar por clientes y la sumatoria de los hechos que a partir de ahí se desencadena hace que ella y su hijito terminen en la calle, en una situación aún más precaria. Berneri se vale con inteligencia de los escenarios elegidos, sacándole provecho tanto a los espacios reducidos como a los abiertos, sin permitir en ningún momento que el realismo pringoso le imponga condiciones a la voluntad fotográfica de encontrar el modo más certero y bello de mostrar ese universo en el que el relato se sumerge. En ese sentido la directora, en colaboración con el fotógrafo Luis Sens, consigue que muchos de los cuadros de la película tengan una composición casi pictórica que parece adherir a una estética renacentista, en la que la abundancia de la carne y el trabajo con la luz ocupan un lugar preponderante. Como ocurría en Por tu culpa (2010), una de sus películas anteriores, acá también Berneri acompaña a su protagonista en una suerte de espiral descendente en la que la realidad se parece más al infierno que a la vida. O lo que es aún más angustiante: a lo que la vida representa para aquellas personas a las que el sistema social va empujando fuera de sus márgenes. Y Castiglione no le esconde el cuerpo al desafío, no sólo desde lo dramático sino también desde lo literal, aspectos que en esta película se encuentran ligados de manera íntima. Su trabajo es el soporte físico de lo que la directora pone en escena y es a través de ella que la película va en busca del incierto destino de ese descenso. También es a partir de su figura que Berneri se permite un breve pero interesante juego intertextual, en el que la voz en off de Moria Casán, madre de Castiglione, se filtra en la película proveniente de un televisor encendido, para rozar desde otro ángulo el tema de la prostitución. Se trata apenas de un juego que no deja de ser por un lado oportuno, en tanto dialoga con la escena de la cual participa, pero que también le permitirá a quienes estén atentos un fugaz momento de distención. Otro aspecto que merece destacarse es el estupendo trabajo realizado con y por el pequeño Dante Della Paolera, el hijo de Castiglione, que es quien ocupa el rol del hijo de la protagonista. Es difícil afirmar que un nene de un año y medio interpreta un rol, sino que más bien es guiado por la directora y por quienes interactúan con él. Sin embargo el resultado que se ve en pantalla es muchas veces asombroso, consiguiendo quizás por azar, ubicuidad o disciplina, que el pequeño Dante participe activamente del sentido general de las escenas de las cuales forma parte. Un mérito para nada menor teniendo en cuenta la importancia de su personaje dentro del relato. La visión del mundo que Alanis propone está teñida por cierto desencanto, por una tristeza que surge de observar un determinado estado de cosas que en la realidad parece de improbable solución. Pero no es menos cierto que Berneri también se permite cerrar su relato de una manera que es, a su modo, luminosa, aún lejos de los avatares de lo legal, con la certeza de que lo sórdido y lo turbio continuarán ahí, acechando cotidianamente a su protagonista. Alanis sostiene su esperanza en la posibilidad de que hay una familia esperando a cada quien en alguna parte, una familia que podrá ser informal, ensamblada y hasta fragmentaria, pero también real.
¿Te pone incómodo? ¿Te molesta? ¿Te avergüenza? ¿Habría que mirar hacia otro lado? Ella es una prostituta y trabaja como tal. Y tiene un pequeño hijo para darle amor, cariño y protección. Las imágenes son contundentes, crudas, sin maquillajes. Se mezclan en el fotograma distintas cosas que nos descolocan. ¿Provocan? Sin lugar a duda. Esa es la propuesta de su directora Anahí Berneri con guión escrito entre ella y Javier Van De Couter. Las peripecias que vive una ramera en algunos días. La historia nos va llevando de la mano de lo que tiene que vivir, lo que a ella le ocurre. Aquí y ahora. Le allanan y clausuran el departamento, la engañan, no le reintegran su celu, trata de ayudar a su amiga presa, no le devuelven la ropa de su departamento arrendado, pide refugio (local de once) en lo de su tía donde poder estar con su bebé, salir a trabajar con la mejor cara… son algunas de esas situaciones. Sofia Gala y su hijo (verdadero) son los protagonistas. Ese amor tan real supera y traspasa la pantalla. El resultado es un trabajo maravilloso. De entrega total. Ver esa “realidad” que le sucede a Alanis desde una butaca de cine es de alguna manera también hacerse cargo de lo que nos pasa como sociedad. Es un largometraje duro y cruel que logra su cometido. Y cuando salimos de la sala de cine nos perturba.
Por un puñado de pesos. Desde antes de llegar a la ciudad, ella no conoció otra vida. De hecho, había logrado cierto progreso e independencia compartiendo departamento con una colega y amiga que la ayuda cuidando a su pequeño hijo mientras trabaja. Pero la prostitución no está entre las ocupaciones mejor vistas por la municipalidad, y un operativo en el departamento la deja en la calle, sin dinero y con su amiga presa. Desesperada y sin más alternativa, acude a una pariente por la que no sobra el amor mutuo, que ablandada por el bebé acepta darle refugio hasta que logre rearmar su vida. Pero Alanis no tiene interés en cambiar de camino como ella pretende, solo quiere un poco de paz hasta liberar a su amiga y recuperar su vida anterior. Todo por un hijo: La trama es tan simple y directa como suena. No pretende desviar la atención ni sorprender, porque le importa menos la historia que la forma de contarla, buscando que generemos empatía con sus personajes sin necesitar conocer cada detalle de su vida. Para eso nos muestra su cotidianeidad -con sus desprolijidades y tiempos muertos- en una versión refinada de esa etapa más pretenciosa del cine nacional de hace una década, que se contentaba con mostrar la marginalidad como un paseo por el zoológico. Berneri evita abordar el tema desde sus extremos, por lo que su protagonista no vive la trata ni el glamour VIP de joyas y fiestas: es solo una joven al borde de la subsistencia, sin el tiempo ni los recursos como para replantearse hasta dónde las decisiones que toma son realmente libres, tocando tangencialmente el viejo debate de regulación contra abolición. Todo el peso dramático recae sobre Sofía Gala Castiglione, pero aunque el protagónico está bien ejecutado y no se comparte, hay que decir que la siguiente generación ya le hace algo de sombra. Aunque apenas camina y balbucea algunas palabras, es muy llamativa la soltura y carisma del pequeño Dante, explotadas con habilidad por su madre en muchas escenas que se notan improvisadas. La vida y la profesión de Alanis no es fácil ni elegante, algo que la directora muestra con crudeza a cada paso sin caer en la facilidad de juzgarla a ella o sus decisiones. Con ambientaciones y fotografía correctas que apuntan al realismo, el único lujo visual que se permite es cierto abuso de los reflejos: si bien contribuyen a crear un clima claustrofóbico, pierden fuerza en la repetición. Con una mirada despojada es capaz de naturalizar el cuerpo desnudo y plantear la que debe ser una de las escenas de sexo más intencionalmente antieróticas del cine nacional, con la astucia de saber cortar la incomodidad con humor antes de que se vuelva insoportable, pero no tan temprano como para que pase de largo. Conclusion: Alanis es una historia cruda y algo incómoda que con buena narración e interpretaciones no pretende juzgar a sus personajes, sino exponer su realidad al borde de la marginalidad.
De la mano de la directora Anahí Berneri, Sofía Gala encarna a una joven prostituta y madre que sobrevive, entre como puede y como quiere, después de un desalojo que la deja en la calle. Con la naturalidad acostumbrada, aunque en uno de esos papeles que parecen hechos para ella, a su medida, Gala saca provecho de la indolencia de su personaje. Eso lo aleja del patetismo y la condescendencia. Y hace de Alanis un film tan interesante y vigoroso, hasta su estupenda secuencia final.
El lector puede no sentir demasiada simpatía por Sofía Gala por diversas razones, pero Sofía Gala es una de las mejores actrices argentinas de hoy. Ya lo había demostrado superando a Viggo Mortensen en “Todos tenemos un plan”, sin ir más lejos. En “Alanis”, otro de esos grandes retratos femeninos de los que es capaz Anahí Berneri, es la historia de una prostituta joven con un bebé a cuestas que tiene que buscar un lugar y un destino. Pero no se trata de una “historia de redención” (al menos respecto de la profesión, digamos) sino de una aventura compleja, de un retrato humano, de una mirada sin prejuicios sobre un mundo que no nos es habitual. Sofía Gala entiende perfectamente al personaje y lo crea a partir de los gestos precisos. Logra entonces nuestra empatía completa, logra que la acompañemos y, también, comprendamos. Y eso es lo máximo que un intérprete puede lograr.
El quinto film de Anahí Berneri, "Alanís", fiel a su estilo, es un franco retrato de un mundo lleno de prejuicios, y del que poco se conoce, como el de la prostitución. Si algo caracteriza al cine de Berneri es que no se esconde detrás de sutilizas o disimulos. El suyo es un arte que va al frente y si tiene que chocar, choca. Sin darle lugar al idealismo puede hablar de enfermos terminales, actrices en decadencia, madres colapsadas, o una pareja quebrada, con el mismo tono directo y desangelado. Siendo así, pocos realizadores más acordes que ella para retratar a un mundo como el de la prostitución. Esa es la carta de presentación de su nuevo y provocador film. Alanís (Sofía Gala Castiglione) trabaja en un departamento junto a Gisela (Dana Baso). Ellas atienden hombres, pero nadie las maneja. Los problemas comienzan cuando la policía decide realizar un allanamiento, les piden una habilitación como casa de masajes, y terminan clausurando el lugar y llevándose a Gisela. La posterior traición del dueño del departamento, Santiago (Santiago Pedrero), hará que Alanís termine en la calle. ¡Ah! Alanís tiene un hijo bebé. Con lo poco que tiene y Dante (Dante Della Paolera), su hijo, Alanís termina en casa de su tía Andrea (Silvia Sabater) que también funciona como local de venta de ropa femenina en el barrio de Once. La relación entre ambas no es la mejor, y Alanís está acostumbrada a fingir, a mentir. Berneri no busca que nos compadezcamos de su protagonista, o en todo caso que lo hagamos de los infortunios que debe pasar y no de su trabajo en sí. Alanís en verdad se llama María, y escapó de su pueblo en el que ya hacía lo que hace pero de modo aún más precario. Pero Alanís es Alanís, y no reniega de eso, prefiere ganar más dinero como puta que fregando el baño de una inválida. Sin hacerlo explícitamente, Berneri está planteando la necesidad de blanquear el oficio de la prostitución, de darle un marco legal y protección para que, quienes decidan ejercerla, no se encuentren desamparados. Alanís necesita que la ayuden. El Estado, encarnado en la piel de una asistente social (Estela Garelli) le da la espalda. Quiere trabajar en la calle, pero Once es territorio de las mujeres caribeñas, y la competencia no está permitida. Los clientes se rehúsan a un encuentro furtivo en el auto o en un telo. Todo se hace cuesta arriba, y ella deambula por la ciudad buscando esa mano que le permita libremente ser lo que es, una puta. Sofía Gala Castiglione es un huracán de talento. Nació para ser actriz, y su expresividad es absoluta. Alanís no puede tener otro cuerpo que no sea el de ella. No es una puta fina, es una trabajadora sexual, que se la rebusca como puede, y si su figura no está modelada, no por eso la va a esconder. Cada frase que pronuncia, cada postura, suena convincente, y le entrega el alma a una directora como Berneri que, se sabe, gusta de llevar a sus actores al extremo. Dana Baso, Silvia Sabater y Carlos Vuletich (como Román, la pareja de Andrea, y quizás el único que entiende a Alanís) todos están correctos en sus roles secundarios de un protagónico absoluto, demostrando no solo el talento de estos actores, sino la sobrada mano en la dirección actoral de Berneri. Y ahora sí, hablemos de Dante Della Paolera. Dante es el hijo real de Sofía Castiglione. Más allá de la lógica conexión palpable que permite trabajar con el propio hijo, pocas veces se puede observar en pantalla tanta soltura en un chico que no llega a los cuatro años. El nene obedece todo lo que tiene que hacer en cámara, y lo que no, se improvisa, pero con una soltura increíble. Las escenas de Alanís con Dante claramente serán las más humanas, y por ende, lo mejor de la película. Muchas veces, los bebés pasan por “decorado”, como un detalle enternecedor y nada más. Aquí Dante es un personaje más, con actitudes propias frente a lo que vive su madre. Naturalmente, el talento frente a la cámara, corre holgadamente en los genes de la familia. "Alanís" es un film salvaje, pero Berneri lo dosifica de una frescura que no lo hace difícil de ver. A diferencia de su anterior propuesta "Aire Libre", precisamente, le otorga aire, nos da respiro, y hasta permite que la que quizás sea la escena más dura de la película termine siendo de algún extraño modo, muy graciosa (otra vez, el talento de Sofía al rescate). Pocas veces el mundo de la prostitución fue tan explícito como en "Alanís", y no es referencia a una cuestión sexual. Es explícito en cuanto a la franqueza y certeza de lo que se quiere mostrar, no busca eufemismos, ni un erotismo soft para atraer a la platea. Aquí el sexo es sexo, como lo es cuando uno ejerce una rutina de trabajo. Berneri demuestra nuevamente ser una directora única en el panorama del cine argentino.
Riguroso retrato de la prostitución "Alanis" es el retrato de una muchacha como debe haber tantas, en los tantos edificios anónimos del centro y sus alrededores. Para el caso, un edificio de Pasteur al 300, barrio del Once. Al momento de conocerla, parece que acaba de despedir a un cliente y ahora se dedica a su pequeño hijo. También es el relato de unos pocos días, desde que los inspectores municipales y el dueño de casa (que alquila en negro) la dejan en la calle, hasta que encuentra algo mejor, dentro de lo posible, y lo que ha elegido como oficio. "Ya sé de qué te gusta trabajar a vos...", le reprocha una tía que intentó conseguirle otra cosa. No se lleva bien con los parientes. Terca y poco agradecida, le molesta compartir a su niño. Es lo único que tiene, aunque no lo esté criando de un modo demasiado canónico que digamos. Así también debe haber tantas como ella. Anahí Berneri ("Por tu culpa", "Aire libre") filma las andanzas de esa criatura desangelada en medio de la noche, escapando de seres monstruosos que controlan las esquinas, o en medio de un despacho oficial, explicando su vida sin asomo de culpa ni vergüenza. Con buena mano para revelar lo que convive con nosotros detrás de las fachadas, la autora evita los eufemismos y tampoco abre juicio. Sofía Gala Castiglione, protagonista, vuelve totalmente creíble al personaje. Ya había hecho una prostituta casi angélica en "El resultado del amor", de Eliseo Subiela. La de ahora, desgraciadamente, es más real.
El nuevo film de la directora Anahí Berneri (Un año sin amor, Encarnación, Aire libre) es un retrato directo y sin filtros de cómo una mujer entrega su cuerpo para salir adelante. En la piel de la joven que da título a la película, Sofía Gala se expone al 100% para contar una historia que no dista de la dura realidad, al punto de parecer no tener un conflicto, porque lo es en sí; es algo que vemos y oímos a diario, aunque lo ignoremos. Alanis (¿será o no será por Morrisette?) vive en un departamento con una compañera mucho más veterana y el pequeño Dante, que no es otro que el propio hijo de Sofía, hasta que unos inspectores irrumpen en el edificio y las desalojan. Mientras Gisela (Dana Basso en una muy interesante performance) es detenida, Alanis busca asilo en lo de una tía que tiene un negocio de ropa en Once. A partir de allí es donde comienza a verse reflejada la miseria de este tipo de vida; trabajar como puta no es exactamente la mejor forma de encontrar la dignidad que todos merecemos, pero uno empatiza con ella en esa búsqueda, especialmente gracias a su costado maternal que choca bastante con el contexto que plantea la película, el cual es durísimo. Imaginen esa contraposición entre el sexo desinteresado y forzado versus una mamá con cara de nena amamantando en primer plano de pantalla gigante… Son dos cosas de la naturaleza humana que hasta han ingresado en el plano del tabú (sí, lamentablemente todavía hay gente que mira con asco a una madre que da la teta a su bebé en un lugar público). Sofía Gala no es quizás la persona más suelta del mundo para actuar y la verdad es que en un rol tan comprometido tanto a nivel físico como psicológico hubiese sido lindo ver a una actriz un poco más desenvuelta, sin faltarle el respeto a quien asumió semejante responsabilidad, claro. Sea como sea, Alanis es un film pequeño en su ejecución, pero con un mensaje muy pesado que es un frentazo contra una pared de concreto que se ve horrible y que es nuestra pura realidad cotidiana. Una muy correcta fotografía y una trama que abre y cierra sin dar lugar a dudas acerca de lo que la directora quería contarnos, pero sí planteando cuestiones que merecen ser reflexionadas por todos nosotros.
Alanis, de Anahí Berneri Por Jorge Barnárdez Una prostituta y su bebe se ven obligadas a deambular por un mundo decididamente violento a partir del momento en el que el prostíbulo donde vivía y trabajaba, es allanado y desalojado por la policía. Las opciones que se le abren a Alanis no son todas amables ni mucho menos y las situaciones que vive son inquietantes de un mundo áspero que bordea el abismo. Si la prostitución de por si es riesgosa, el hecho de tener que decidir donde instalarse con un bebé convierte el periplo de la protagonista en una maratón. Anahí Berneri vuelve a sorprender encarando un tema fuerte con decisión, pero a la vez, sin someter a sus personajes a infiernos gratuitos. La película se permite se dura y poética a la vez. Si el trabajo de la directora es sobresaliente hay que decir que cuenta en Sofía Gala Castiglione el instrumento ideal para dar vida a Alanis con inteligencia, sensibilidad y compromiso. Lejos está aquellos días en que Isabel Sarli preguntaba: “¿Qué pretende usted de mi?” antes de ser sometida por una patota de matarifes, Berneri y Sofía Gala le regalan a su protagonista una mirada valiente y sin levantar el índice para juzgarla. Alanis es un película intensa pero sin golpes bajos ni trampas, que se mete en un tema que nunca deja de provocar polémica y lo hace de manera inteligente y sensible, dos cualidades que no son fáciles de encontrar, ni en el cine ni en la vida. ALANIS Alanis. Argentina, 2017. Dirección: Anahí Berneri. Guión: Javier Van De Couter y Anahí Berneri. Intérpretes: Sofía Gala Castiglione, Dante Della Paolera, Dana Basso, Silvina Sabater. Fotografía: Luis Sens. Música: Nahuel Berneri. Edición: Delfina Castagnino y Andrés Pepe Estrada. Duración: 82 minutos.
En medio de diversas posturas y un feminismo dividido frente al trabajo sexual, la directora Anahí Berneri presenta su nuevo film Alanis, un relato profundo y urgente que atraviesa tres días en la vida de una prostituta y su pequeño hijo. Comodoro Py, en medio de una declaratoria, el fiscal le pregunta a la protagonista: ¿Qué haces con tu hijo cuando atendés? Ella le dice: ¿Y vos que hacés? ¿Quién está cuidando a tu hijo mientras trabajás? ¿Vos trajiste a tu hijo acá? Bueno, cuando yo atiendo, tampoco traigo al mío. El actor judicial no entiende como Alanis siendo prostituta puede al mismo tiempo criar a su hijo de un año y medio. Lo único que puede hacer frente a su relato es inmediatamente victimizarla y estigmatizarla. Su perspectiva, como la de la mayoría de la sociedad, no le permite internalizar el hecho de que ella elige y entiende su profesión como forma de sustentabilidad. Ella no se siente víctima. Es solamente una trabajadora sexual como tantas otras que viven en el país, utiliza su cuerpo como herramienta laboral. Y sí, también es madre soltera. Alanis (Sofía Gala Castiglione) es una prostituta y madre soltera que alquila un departamento en el barrio de Once junto a su compañera, Gisela. Ambas utilizan el inmueble como privado. Haciéndose pasar por clientes, dos policías clausuran su hogar y se llevan a su amiga acusada de trata. Alanis se queda en la calle con su bebé y busca ayuda en lo de su tía, quien le permite refugiarse en su local de ropa. En medio de esta situación injusta, deberá sobrevivir para ganarse la vida, dentro de una sociedad llena de prejuicios y poca inclusión para las trabajadoras sexuales. El film no debate la prostitución sino que visualiza la mirada de sus protagonistas frente a las adversidades que atraviesan diariamente. Lo que también es visible es el contraste del cuerpo como medio de trabajo y sustento de crianza. Alanis nunca deja de ser madre. Su profesión no influye en el vínculo con su hijo Dante (Dante Della Paolera), al contrario, lo educa, le da la teta y lo protege. Sin embargo tiene que defender constantemente su rol de madre frente a terceros. La película reflexiona sobre la maternidad, utiliza la relación de la prostituta con su hijo para desmitificar, en cierta manera, el insulto “hijo de puta” mundialmente utilizado. El vínculo entre Alanis y Dante se da de manera natural, como en cualquier otro, y el hecho de que estén interpretados por madre e hijo en la vida real influye para validar ese mensaje. La interpretación de ambos traspasa la cámara y se vuelve íntima desde su propio lenguaje. Desde su dirección Berneri refleja una realidad latente para las trabajadoras sexuales y que actualmente pocos quieren debatir y mucho menos visualizar. Los tres días de la vida de la protagonista alcanzan para mostrar la hipocresía en relación a la profesión, el vacío legal que existe, la persecución diaria y la falta de políticas públicas.
Los tallos de la rosa Es un hecho: en esta primavera, las salas porteñas tienen perfume de mujer. A buena hora, llegaron las ficciones contadas por mujeres que se contraponen al panóptico de Focault para penetrar la pantalla e inquietar al espectador. Anahí Berneri da cuenta de esto con Alanis (2017); un drama, atípico, que aborda desde un marco nihilista la vida de una joven que vive de la prostitución. Marco dio génesis a su ópera prima Un Año Sin Amor (2005) y Por tu Culpa (2010). En esta ocasión, Berneri hace foco en el lado B de un oficio bastardeado que tiene un gran vacío legal detrás de la sociedad de consumo vigente que utiliza el cuerpo como instrumento de poder y espejo de la sociedad. Desde este marco, construye la génesis de su quinto largometraje para relatar cómo una mujer por decisión propia utiliza su cuerpo para sustentarse económicamente y plantea el siguiente interrogante: ¿La prostitución es un delito? Alanis está fundamentada en casos reales de mujeres que enaltecen su dignidad mediante un trabajo precario y separan la ética del humanismo. Atraviesa un tema que parece tabú pero dista de serlo, sin emitir juicios de valor. La trama gira en torno a cómo una joven de 30 años, oriunda de Cipolletti que se hace llamar Alanis (Sofía Gala Castiglione) trabaja de prostituta para mantener a su hijo. El eje del guión, lejos de establecer juicios de valor moral, enfatiza cómo ella se adueña de su cuerpo y, cual herramienta, decide qué hacer con él, cuándo y cómo. Para Alanis, el acto sexual se resume a una manera rápida y fácil de obtener dinero mediante normas que ella misma impone en el departamento que utiliza como prostíbulo y, además, vive junto a su amiga Gisela (Dana Basso) que también presta sus servicios e impone normas, como no aceptar tríos. Sin embargo, dos inspectores municipales irrumpen en su departamento, haciéndose pasar por clientes, y arrestan a Gisela por considerarla líder del desvío social. La acusan de “trata” y las desalojan del departamento. Entretanto, la premisa pivotea con una denuncia al sistema, trasluciendo los contratiempos a los que se somete en el barrio de Once. Allí se circunscribe una escena donde intenta captar clientes en una zona liderada por cafishos que jamás transitó y se enfrenta con otras mujeres que también se dedican a este negocio y la persiguen acusándola de “chorra”, “sin códigos”, para sacarla a los golpes -literalmente- de ahí. El ritmo del relato acompaña a la perfección el espacio-tiempo anclado a tres días, arduos, de su vida. Párrafo aparte para la fotografía a cargo de Luis Sens, cuyo recurso estético del Stanley causó polémica y hasta censura en ciertos cines por retratar a Sofía Gala Castiglione amamantando a su hijo, Dante Della Paolera, que protagoniza junto a ella esta historia peculiar que desnuda los conflictos de la burocracia estatal, clientes y colegas perversos con que se cruza en este trabajo precario. Otro punto alto: las locaciones de la Plaza Miserere, cuyo híbrido racial y laboral da cuenta de esto a través de una puesta acorde compuesta por cámara fija, planos detalle y secuencia donde la actriz se luce en su papel mientras deja traslucir los grises de su oficio, sin empañar la premisa del guión. Esto permite un acercamiento al público y una nueva visión sobre el cuerpo como herramienta de trabajo y, al mismo tiempo, el amor. Alanis marca la diferencia entre mujeres que eligen trabajar de prostitutas y aquellas a las que las obligan. Enfatiza en cómo este trabajo peculiar puede ser encauzado como una vocación, sin mayores pretensiones que inquietar al espectador. Hay una madre que busca sobrevivir y ayudar a su hijo. Este trabajo de madre la aproxima al espectador y migra del universo macro de la mafia a lo micro de la vida del personaje. La película no habla de prostitución, ni es un documental. Es una ficción que relata la vida de una de ellas. Lo que pueda, o no, traer aparejado este mensaje en función a determinas temáticas a las que muchas mujeres son sometidas queda a criterio del espectador. Así como Pablo Neruda afirma “Podrán cortar todas las flores pero no podrán detener la primavera”, Berneri afirma que en primavera no todo es color de rosas. Sin embargo, las rosas existen. Y algunos tallos lastiman.
Este film es de la cineasta Anahí Berneri quien debutaba con “Un año sin amor”. Vuelve a mostrar seres aislados en sus mundos marginados por la sociedad. En aquella película veíamos un joven gay, enfermo de sida, la lucha con su enfermedad y la búsqueda del amor. En este caso vemos la vida de una joven prostituta Alanis (Sofía Castiglione, en una estupenda interpretación, logra transmitir, trabaja junto a su pequeño hijo en la vida real), madre soltera, luchadora perseverante en un Buenos Aires hostil para ciertos habitantes y comparte sus vicisitudes con su amiga Gisela (Dana Basso) y sus días enfrentada con otros personajes. Se acentúan las vidas de los inmigrantes, los marginales, la prostitución encubierta o no, las mafias, la pobreza y cómo funcionan los servicios sociales. Para deliberar y razonar. Este film se exhibirá en el Festival de Cine de San Sebastián los días 22, 23 y 24 de septiembre.
Hay que poner el cuerpo, en la cuna y en la cama Alanis trabaja como prostituta. Tiene un hijo de año y medio y convive con una amiga. El departamento es vivienda y lugar de trabajo. Se turnan en todo. El nuevo film de Anahí Berneri, interesante creadora de “Por tu culpa”, se dedica otra vez a rastrear el mundo hostil que acecha a dos madres acorraladas por una realidad que no da tregua ni salidas. Film crudo, duro, sensible, de un realismo extremo. Dos policías disfrazados de clientes allanan el lugar. Detienen a la amiga y dejan en la calle a Alanis y su bebe. Sin ropa, sin celu, sin plata. Pero no se entrega. Está acostumbrada a remar contra la corriente y en aguas profundas. ¿Dónde ir, qué ponerse, qué hacer? El relato no se ocupa ni de la trata ni de husmear en el bajo mundo de la prostitución. Y está más allá de cualquier alegato feminista. Retrata a una muchacha que eligió ese camino y hace de su cuerpo su lugar de trabajo. También su lugar del amor. La teta para el bebe está siempre a mano. Como su cuerpo, que está siempre a mano para los clientes. El film vale como un retrato potente y verosímil. Por la autenticidad que Sofía Gala Castiglione le da a su personaje, una verdadera revelación, y por la mano firme de Berneri, que le va sumando más pesares a la vida de una mujer que, por su clase y su origen, parece sumida en un infierno desesperante y perpetuo. Todo está bien retratado. Todo suma problemas y preguntas a esta madre que sólo tiene a su hijo como guía y faro. No hay golpes bajos ni quiere inspirar piedad. Muestra y duele. Listo. Todo está allí y es suficiente. La búsqueda de un lugar para vivir es la búsqueda de un destino. El ocupar, el deambular es recorrida y rumbo. Como no sabe hacer otra cosa, Alanis no quiere hacer otra cosa. ¿Eligió o fue elegida? No se la ve desesperada, solo atenta al día a día. No hay llantos. La agresión que sufre en la calle es apenas una pausa para poder curarse las heridas y seguir peleando. Es que sólo cuenta con su cuerpo. http://www.eldia.com/nota/2017-9-23-5-44-15-hay-que-poner-el-cuerpo-en-la-cuna-y-en-la-cama-espectaculos
Una chica regresa sola a casa de noche. El cine de Anahí Berneri ha transitado por diferentes temáticas que van desde el amor y la maternidad hasta el submundo del sadomasoquismo gay. En Alanis, su quinto largometraje, aborda la prostitución, pero como sucede con los universos explorados en sus anteriores películas, este acercamiento no se lleva a cabo de forma convencional, sino que exhibe todas las aristas de su complejidad. La directora de Un año sin amor, Encarnación, Por tu culpa y Aire libre relata tres días en la vida de María Espósito, una madre soltera de veinticinco años oriunda de Cipolletti que utiliza el nombre de fantasía que le da título a la película para prostituirse en un departamento, donde vive con su hijo Dante, de un año y medio, y su amiga y colega, Gisela. Ya desde el inicio, Anahí Berneri deja en claro que, al igual que en el comienzo de Por tu culpa o Encarnación –una empezaba con un primerísimo primer plano de un herpes en la boca de su protagonista y la otra con un plano cerrado de unas manos con lunares–, sus películas no son sobre temáticas, sino sobre personas. Más específicamente, sobre personas reales, criaturas imperfectas que lucen sus cuerpos, auténticos, naturales, frente a cámara. Y Alanis no es la excepción: desde el vamos, la protagonista interpretada por Sofía Gala Castiglione pone el cuerpo frente a cámara en una escena que la muestra desnuda, llena de moretones y sin maquillaje limpiando el baño donde después se ducha, y luego ordenando el cuarto, antes de que le traigan a su hijo, al que le da la teta recostada en la cama hacia el final de la escena. La carga de verdad que imprimen las imágenes y el grado de intimidad logrado para registrar el vínculo entre madre e hijo constituyen otro de los tantos méritos de la película. Sofía Gala construye a su personaje a partir de gestos precisos y su magnífica actuación no es la muestra de un virtuosismo aislado, sino la suma de un potencial actoral que viene exhibiendo desde hace años en la pantalla, incluso restándole protagonismo a Viggo Mortensen en Todos tenemos un plan con su gran fotogenia. Berneri trabaja con planos en los que siempre deja afuera del encuadre alguna parte del cuerpo, ya sea cortándole parte de la cabeza al personaje o utilizando un solo elemento para componer, narrar y generar tensión, como en la incomodísima escena de sexo en un telo sostenida exclusivamente con un primer plano del rostro de Sofía Gala. Así como la película evade constantemente las formas tradicionales para componer la puesta en escena o colocar la cámara, también encuentra la manera de esquivar el lugar común (y cómodo) a través del cual se suele abordar la prostitución: la trata de mujeres. Aquí la protagonista no se prostituye a través de una tratante que la trajo desde Cipolletti (al comienzo, la policía se lleva detenida a Gisela acusada de tratante, y luego queda claro que no lo es), ni es una madre soltera desesperada que se prostituye por su hijo. María tiene algunas –pocas, quizás–libertades de elección, de trabajo, pero elige trabajar de prostituta, y la película elige no victimizarla ni caer en golpes bajos o giros dramáticos innecesarios. El barrio de Once y sus alrededores encarnan la sordidez del universo donde se mueve el personaje, ámbito también frecuentado por Martín, el protagonista de La noche, ópera prima de Edgardo Castro que, como en Alanis, nunca cae en la tentación de ceder ante el canon publicitario de belleza, mostrando en el inicio a su protagonista calentándose con un chico de provincia que tenía el pecho quemado de polenta. Pero esa actitud punk de escupirle en la cara a los ideales sociales preestablecidos no es lo único que comparten la quinta película de Berneri y la primera de Castro. Ambas esbozan un retrato emocional humano y honesto, con una mirada amorosa que no prejuzga a sobre sus personajes. La sordidez seguirá presente en la vida de Alanis, pero también la ternura, por eso, al igual que La noche, la película se permite uno de los finales más luminosos que se recuerden en el cine argentino.
El cine argentino vivió este sábado una jornada histórica en el Festival de San Sebastián, cuando la película Alanis se llevó tres premios, incluyendo mejor dirección para Anahí Berneri - que se transformó en la primera mujer galardonada en ese rubro en 65 años de historia del certamen - y Sofía Gala Castiglione, elegida de manera unánime por el jurado como mejor actriz. La actriz se llevó el Premio Concha de Plata por su trabajo en la película "Alanis". La realizadora Anahí Berneri se llevó el galardón a mejor dirección. Desde el comienzo de su carrera, Anahí Berneri (Un año sin amor, Encarnación, Por tu culpa y Aire libre), ha concebido una filmografía de notable rigurosidad desde lo cinematográfico, y una jugada posición desde lo ideológico. Sus películas nunca se transforman en un ejercicio de regodeo virtuosista. Su cámara registra con una suerte de precisión quirúrgica específicamente lo que le interesa captar, y sus relatos están siempre exentos de subrayados, bajadas de línea y mensajes adoctrinantes. En un tiempo muy conciso - los films de Berneri jamás superan la hora y media de duración - la directora nos sumerge en historias de las que resulta imposible salir impávidos. Es una autora que interpela, sin dejar caer el peso de la sentencia o la victimización sobre los personajes que traza en la pantalla. Todas estas características están muy presentes en su flamante Alanis. La historia de una prostituta (visceral actuación de Sofía Gala Castiglione), que tiene un hijo de un año y medio (Dante Della Paolera, hijo de la actriz en la mismísima vida real); y que repentinamente queda sin techo, cuando el departamento en el que vive y trabaja queda clausurado por denuncias de los vecinos. Estamos aquí, frente a un claro ejemplo en el que realizadora y protagonista ensamblan fuerzas para dar a luz a un relato, que más allá de su cruda impronta realista, esquiva los lugares comunes de los films de explotación sobre temáticas vinculadas a la prostitución. La película tiene más que ver con las opciones que toma una mujer sobre su propio cuerpo, la automatización de un Estado que cumple a rajatabla un protocolo sin tener en cuenta la libre elección de un oficio condenado a la eterna precarización, las crecientes diferencias/tensiones de clase; y por sobre todo, el velo de hipocresía humanista con que se ejecuta un dispositivo dentro de un marco legal e institucional. La dupla Berneri-Gala conciben una película cuestionadora, en la que hay una fuerte y elocuente carga ideológica, que sobrepasa airosamente los parámetros de la pancarta o el film de denuncia. Aún en los rincones más lúgubres de Once, Alanis respira, corre, transita la noche, sufre, elige; y le da la teta a un hijo al que siempre estará dispuesta a abrazar. Anahí Berneri ya había demostrado su enorme pericia en la difícil tarea de filmar con niños en Por tu culpa, y ahora, el hecho de que el pequeño Dante sea el verdadero hijo de Sofía Gala Castiglione; le agrega a esta historia un plus que va más allá del verosímil. Alanis es una película de resistencia y trinchera, en un mundo cada vez más cruel. Pero también es una pequeña joya, capaz de captar el amor y la audacia de seres que deciden las coordenadas de su propio andar. Alanis / Argentina / 2017 / 82 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Anahí Berneri / Con: Sofía Gala Castiglione, Dante Della Paolera, Dana Basso, Silvina Sabater.
Alanis es madre de Dante y se desempeña como prostituta en un departamento privado que comparte con Gisela, amiga, compañera y niñera de su hijo cuando está trabajando. Un día, haciéndose pasar por clientes, llegan dos inspectores que le clausuran el lugar y Alanis deberá no solo conseguir un trabajo, sino un sitio para vivir. Podríamos definir a “Alanis” como una propuesta transgresora y necesaria dentro del cine argentino, porque no es una historia que se aborde con frecuencia en la pantalla grande ni tampoco es algo que se hable sin tapujos en la sociedad. La directora Anahí Berneri (“Aire Libre”) pone foco en mostrar un trabajo como cualquier otro, siendo una elección de vida y no una única opción. A pesar de exponer las dificultades diarias de la protagonista, como colegas que cuidan su territorio, clientes pretenciosos, complicaciones con las autoridades, no se lo hace desde una mirada crítica o prejuiciosa, sino que la cámara se convierte en una mera observadora de su cotidianeidad. En cuanto a la parte técnica, si bien el film resulta ser bastante sencillo, existen algunos planos dignos de destacar, que hacen a la narración de la historia. La película presenta incomodidad, realismo y humor, mezclados de una forma bastante equilibrada para generar cierta presencia y que su historia valga, sea polémica y debatible fuera del cine y no quede únicamente dentro de la sala. No tienen miedo de exponer el cuerpo, aunque eso pueda generar incomodidad en la audiencia, porque justamente buscan generar ese sentimiento, al mismo tiempo que provocar cierta naturalidad, que no siempre es tomado así en el cine (o nuevamente dentro de la sociedad, aunque se trate solamente de una madre amamantando a su hijo). Esto recae sobre todo en la gran actuación de Sofía Gala Castiglione, quien sabe llevar muy bien a cabo su protagónico. Exhibe su cuerpo, sus sentimientos y comprende a su personaje de tal manera que logra traspasar la pantalla. Algunos de los mejores momentos están dados cuando comparte escenas con su hijo verdadero, Dante, quien se roba la mirada del público. Con tan solo un año y medio tiene un gran carisma. En síntesis, “Alanis” es una película que se anima a mostrar una historia más allá de los límites establecidos convencionalmente en el cine nacional. Son tramas que no se suelen exponer y es por eso que se convierten en esenciales. Con sentimientos de incomodidad justificada, realismo crudo y humor, una hermosa química entre Sofía y Dante, la nueva producción de Berneri cumple con su objetivo.
El último largometraje de Anahí Berneri (directora de Un año sin amor, Encarnación, Por tu culpa y Aire libre) inicia de forma contundente en la privacidad de su protagonista. Alanis vive con su amiga Gisela y su bebé Dante de apenas un año y medio, en un departamento que funciona al mismo tiempo como hogar y lugar de trabajo: las dos son prostitutas. A partir de una serie de denuncias la policía toma conocimiento de la situación, y haciéndose pasar por clientes ingresan a la fuerza y se llevan detenida a Gisela, dejando a una madre y su hijo prácticamente tirados en la calle. Lo que sigue de aquí en adelante es un manual de supervivencia, un peregrinaje maratónico por ese micromundo kitsch que es Once, todo impulsado por la energía que una circunstancia así solo puede otorgar el amor filio-maternal. Gracias a la potencia y la frontalidad de Sofía Gala a la hora de construir su personaje -clausurando en el espectador cualquier tipo de prejuicio moral por las acciones que se ve obligada a cometer- el relato avanza con la urgencia de alguien cuyos pies tocaron fondo y ahora debe recaer nuevamente en el uso del cuerpo para ascender, pero esta vez parando en las esquinas a sabiendas de los peligros que corre. Su tez es demasiado blanca para ofrecerse en los alrededores de Plaza Miserere y las dominicanas de la zona se lo dejaran bien clarito. Estamos ante un cuerpo con una doble funcionalidad: cuando no sirve de refugio y alimento para su hijo, funciona como “herramienta de trabajo”, se vuelve pura mercancía. En esta línea, su figura sutilmente iluminada rebota contra los espejos, quedando duplicada, a veces fragmentada y hasta incluso marginada en alguna esquina del encuadre. Así y todo, es posible encontrar algún que otro respiro, un remanso entre tanto pantano urbano. Del contraste entre el derrotero del personaje de Sofía Gala y los instantes de distención que ofrecen las secuencias con su hijo, nace el equilibrio. Punto aparte para la “actuación” improvisada del pequeño Dante, quien por disciplina, alineación de los astros o perspicacia de la directora, llora justo cuando tiene que llorar, ríe cuando tiene que reír, y hace del “pedir la teta” (esa misma teta que en otras escenas será prestada a quienes paguen por ella) un leit motiv cómico, que hace olvidar por completo la situación desfavorable en la que están envueltos. En algún sentido se podría decir que en Alanis lo documental se hibrida con la ficción, no con la misma turbulencia documental de La noche , de Edgardo Castro, donde la periferia de Plaza Miserere y todo su círculo nocturno de drogas, strippers, travestis y prostitutas era registrada con un alto grado de exposición que por momentos rozaba lo obsceno. Pero sí, en la película de Berneri las trabajadoras sexuales que aparecen lo son en la realidad. La calle, los negocios, los hoteles alojamiento y las diferentes locaciones son captados sin artificios, casi al desnudo, lo que no implica tampoco una limitación en términos de calidad de imagen o prolijidad. Por más reducidos que estos espacios sean, la directora se las ingenia para encuadrarlos con un sentido geométrico único, como si jugara al tetris con ellos. A Berneri le bastan solo tres días en la vida de Alanis, madre y prostituta, para dar un pantallazo general de la inestabilidad laboral, de la estigmatización y de la situación hostil en la que se encuentran las trabajadoras sexuales. Sin embargo, antes de tomarse todo tan a la ligera hay que especificar una cosa y es que la película de ningún modo pretende ensuciarse las manos metiéndose en el mundo de la trata, solo ilustra el tabú que hay en quienes practican este oficio a través de una mujer específica, individualizada y en teoría “independiente”. La obra pone sobre la mesa un abanico de cuestiones que van desde lo judicial y lo burocrático, pasando por la sordidez de las calles, hasta el fuero íntimo y la libertad en las elecciones personales (limpiar baños ajenos en vez de salir a ofertar el cuerpo también es para Alanis una forma de ser presidiaria). ¿Quién decide entonces que ser empleada doméstica es más digno que ser prostituta? ¿Por qué una sociedad –y todo su aparato cómplice- apuntan con el dedo y denigran a quienes ejercen esta profesión? Los interrogantes que se plantean son directos e incisivos. Están ahí para tocarnos el hombro y de un manotazo sacudirnos la cabeza hasta que se nos caiga la venda de los ojos. Por más alianzas que puedan hacer entre ellas, por más auxilio que se puedan otorgar, hay una deuda estatal, un prejuicio social, una situación realmente inestable que hace que las meretrices sigan condenadas al éxodo. Por Felix De Cunto @felix_decunto
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
La quinta película de la realizadora de “Aire libre” y “Por tu culpa” tiene a Sofía Gala Castiglione como protagonista excluyente, en el papel de una chica del interior que viene a vivir a Buenos Aires con su pequeño niño y se dedica a la prostitución. Una actuación consagratoria en una película cruda, humana y feminista. La vida de Alanis (Sofía Gala, en una actuación consagratoria) no parece tener nada de particular. Vive en un departamento chico en el barrio del Once con su pequeño hijo y junto a una mujer (Gisela) cuya relación, al menos al principio, se desconoce. Un día tocan el timbre y de golpe quedan claro dos cosas: que Alanis y Gisela se dedican a la prostitución (Gisela es su “tía”) y que los que tocaron el timbre no son clientes sino dos oficiales y una asistente social que han llegado hasta su casa por denuncias de los vecinos. A Gisela la detienen por considerarla la madama de su más joven compañera. O “sobrina”… Pero esa es sola la primera complicación, ya que luego llega el “dueño” del departamento que ambas alquilan (Santiago Pedrero) y la deja a Alanis y a su bebé, brusca y literalmente, en la calle. Lo que sigue narrará el derrotero de Alanis tratando de reubicarse a partir de sus propias conexiones y con la supuesta ayuda de asistentes sociales que no hacen más que complicarlo todo. Acaso Alanis no quiera una “reinserción laboral” convencional, sino que le es más conveniente, económicamente, seguir ejerciendo su profesión. Así terminará recayendo en el negocio de una familiar y se instalará unos días en el fondo del local, lo cual le traerá algunos problemas con ella, que trata de que empiece a trabajar como mucama, algo que la chica no quiere hacer. Alanis, con su hijo a cuestas, tendrá que buscar por su cuenta otras opciones para sobrevivir, con los riesgos que eso puede implicar. La quinta película de Anahí Berneri es la más pequeña y a la vez la más franca y directa de todas las que ha hecho. En un estilo pseudo-documental que recuerda tanto el universo de John Cassavetes como la reciente LA NOCHE, de Edgardo Castro, Berneri cuela su cámara en el barrio y en la vida de su protagonista para retratarlos de la manera más realista posible. No hay intento de convertir ni la profesión ni las idas y vueltas de Alanis en algo muy sórdido, violento o particularmente peligroso. Lo que se retrata es la supervivencia de una mujer con un pequeño niño tratando de salir adelante en una ciudad difícil y en una profesión que puede serlo aún más. De alguna manera, lo que Berneri encuentra en este universo, más allá de los previsibles conflictos que una situación así generDe alguna manera, lo que Berneri encuentra en este universo, más allá de los previsibles conflictos que una situación así genera (en especial desde la burocracia del estado, con sus idas y vueltas y su “mecanizada compasión”) es un grado de solidaridad y comprensión entre pares que le permiten conformar una suerte de familia sustituta que la ayude a sobrellevar la alienación que conlleva vivir en una ciudad como Buenos Aires. Como en las últimas películas de Berneri (ENCARNACION, POR TU CULPA y AIRE LIBRE), lo que prima aquí es una mirada feminista y frontal a la hora de retratrar a sus protagonistas. Sin necesidad de transformarlas en heroínas y dejando en claro sus fragilidades y zonas complejas y ambiguas, sus personajes son mujeres cuyos deseos quedan muchas veces postergados por sus obligaciones y es esa su lucha cotidiana: hacerse cargo de sus vidas por sus propios medios sin esperar la ayuda de nadie. O, acaso, la de sus pares.a (en especial desde la burocracia del estado, con sus idas y vueltas y su “mecanizada compasión”) es un grado de solidaridad y comprensión entre pares que le permiten conformar una suerte de familia sustituta que la ayude a sobrellevar la alienación que conlleva vivir en una ciudad como Buenos Aires. Como en las últimas películas de Berneri (ENCARNACION, POR TU CULPA y AIRE LIBRE), lo que prima aquí es una mirada feminista y frontal a la hora de retratrar a sus protagonistas. Sin necesidad de transformarlas en heroínas y dejando en claro sus fragilidades y zonas complejas y ambiguas, sus personajes son mujeres cuyos deseos quedan muchas veces postergados por sus obligaciones y es esa su lucha cotidiana: hacerse cargo de sus vidas por sus propios medios sin esperar la ayuda de nadie. O, acaso, la de sus pares.
La película que provoca la incomodidad de los pseudomoralistas actuales se llama Alanis. Sofía Gala Castiglione interpreta a una trabajadora sexual que además cuida amorosamente a su hijo bebé. El relato se circunscribe a las peripecias del personaje que, tras una denuncia vecinal, de un día para el otro, se queda sin el pequeño departamento que comparte con una colega, en el que viven y trabajan. Alanis encontrará por un tiempo asilo en el negocio-hogar de un familiar en el Once y finalmente hallará la forma de proseguir su modo de vida. La feliz escena final es la más transgresiva de todas; acaso, también, la más femenina. (Esto no es un spoiler, es una lectura).
Crítica emitida por radio.
Estado ausente Alanis es una película argentina dramática basada en un cortometraje. Está dirigida y escrita por Anahí Berneri, siendo su quinto film. La protagonista es Sofía Gala Castiglione. También actúa Dante Della Paolera, hijo de Sofía tanto en la realidad como en la ficción. Fue premiada en el Festival de San Sebastián con tres galardones: Concha de Plata a la mejor dirección, mejor actriz y Premio de la Cooperación Española. María (Alanis para los clientes) es una joven madre y prostituta que alquila un departamento de Once junto a su amiga Gisela (Dana Basso). El lugar lo usa para vivir, criar a Dante (Dante Della Paolera) y además trabajar. Un día tocan timbre, María abre la puerta y dos policías que se hacen pasar por clientes irrumpen a la fuerza y se llevan presa a Gisela (luego de revisar y romper varias cosas de su hogar). Después de este episodio el dueño del departamento llega y prácticamente deja en la calle a María y su bebé, no queriéndoles abrir la puerta. Así es como Alanis tendrá que rebuscársela yendo a vivir por unos días a la casa de su tía Andrea (Silvina Sabater), que tiene un local de ropa por la zona. La película nos invita a meternos por 83 minutos en lo difícil que es trabajar de algo sin ningún tipo de protección por parte del Estado. Alanis decide dedicarse a la prostitución, no es víctima de trata. Aparte de que cada uno hace con su cuerpo lo que desee, Anahí Berneri incluye el tema de la maternidad y decide que el foco esté puesto ahí. El tipo de trabajo que optó tener María en ningún momento influye en la calidad de madre que es. Las escenas entre la protagonista y su bebé inundan la cinta, haciéndonos ver cómo ella cuida del niño dándole un amor de lo más sincero. Sofía Gala Castiglione se consagra como una gran actriz gracias a este rol. Su actuación se siente súper natural, fresca y espontánea. Que su hijo aparezca en la mayoría de las escenas también es para destacar: la química que tiene con su madre es indiscutible y transmite muchísima ternura. Con una fotografía sombría que nos muestra las calles y plaza de Once, la película exuda realismo con situaciones que sabemos que suceden pero nos ocupamos de ignorar, como por ejemplo el enojo (y hasta violencia) de un grupo de prostitutas porque otra “nueva” se paró en el lugar que ellas estaban. Se nota que la película está hecha con bajo presupuesto, sin embargo esto no hace que el mensaje que quiere dar no quede bien plasmado. El desenlace da un toque de esperanza para el futuro de María, un optimismo que solo no alcanza y hasta el día de hoy tiene que lidiar con un sistema social excluyente.
Hace justo una década que ví mi primera película de Anahí Berneri, Encarnación. Silvia Perez, una extinta vedette de los años 80, refuerza el vínculo con su sobrina quinceañera llevándola de viaje un fin de semana. El paso de tiempo y el encuentro de estas dos generaciones que se sienten atraídas por el mismo hombre muestran el mundo femenino de una manera romántica poniendo el ojo en el impulso de la juventud y la mesura de la madurez. La directora convence y atrae en esta película en donde las protagonistas son mujeres. Cuando se enfoca en la mujer, el cine de Berneri se vuelve fuerte, y así lo hace en Alanis, su última película. De yapa trabaja Sofía Gala quien entiende el oficio de la actuación y nunca defrauda. Esta vez, Berneri retrata la vida de una prostituta que se llama Alanis, sí como la cantante. Alanis camina con su bebé (Dante Della Paolera) por Once en busca de asilo en su desalojo. Es joven, y ejerce por elección el oficio de la prostitución. Sofía Gala le pone el cuerpo a esta muchacha que sufre, pero nunca se victimiza, ni crea un resquemor en el espectador. Es una mujer que ha decidido ser prostituta y tiene que lidiar con la discriminación, la violencia estatal, y con la falta de oportunidad incluso dentro del ejercicio de su profesión. El metraje pega en lo más íntimo de la esencia femenina. Emociona ver a esta madre divagar con su hijo por el cotillón de la vida, cada pausa en la narración propone una descripción del personaje principal. Alanis monologa en esta película que describe la soledad en la vida de una mujer que debe criar a su hijo sin una figura paterna. El pequeño con su extrema simpatía (es el hijo en la vida real de Sofía) le da ese toque de ternura a la película. Alanis debe hacerse un futuro junto al niño pero las cosas serán dificiles para esta joven que vino de Cipoletti a trabajar en un privado. La película es dura y hasta duele, uno se quiebra viendo cómo Alanis es víctima de la misoginia desmedida del mundo. Sofía Gala demuestra su compromiso para con la película y contruye una Alanis que se muestra vulnerable, pero fuerte a la vez. Cada golpe lo expresa en el cuerpo, Berneri la muestra abatida, pero nunca la deja caer: La muelen a palos, sangra, llora, pero aún así sigue adelante. Alanís es una gran película, y es imposible no sentir empatía con el personaje femenino quien se pasea con sus calzas de color, y su rouge intenso dignificando su rol de mujer y de madre. Una película que hay que ir a ver.
La película transita una inercia naturalista, exhibiendo la profesión como si efectivamente fuese un oficio difícil, pero “semejante a cualquier otro”. Un discurso comprado por muchos por el que se decide simplemente ignorar sus nefastas secuelas, avaladas con cifras, muestreos y estudios específicos.