Además de atractiva visualmente, resulta entrañable la nueva película de Liliana Romero, Anida y el circo flotante, que se pre-estrenó meses atrás en la segunda edición de Anima Latina y cuyo desembarco comercial está previsto para pasado mañana. En principio destinada al público infantil, la historia de la joven quiromántica también cautiva a los adultos, al menos a aquéllos sensibles a la animación artesanal y a las ficciones que buscan inculcar en los chicos la importancia del derecho de toda persona a conocer sus orígenes, es decir, el derecho a la identidad. Minutos antes de la función de prensa que tuvo lugar el sábado pasado en el cine Gaumont, la también autora de Martín Fierro, la película y Cuentos de la selva presentó sucintamente el largo co-escrito con Martín Méndez. A grandes rasgos, la directora explicó que utilizó la técnica de cut out (consiste en pintar la obra, recortarla por piezas, escanearlas, articularlas y por fin animarlas), que el trabajo se hizo, una parte en Buenos Aires, otra parte en Rosario, y que el proceso completo de producción llevó tres años. El fruto de este esfuerzo es apreciable en la pantalla grande. La recreación circense es tan hermosa como la caracterización de los personajes, incluidos los secundarios (por ejemplo el hombre zancudo). La sincronización entre labios y voces sienta un buen precedente en la historia de la animación local. En cuanto a la historia, cabe destacar la ocurrencia de los banderines voladores y guardianes, el tributo al cine en tanto aliado de la memoria, la (sutil) advertencia sobre la siniestra alianza entre la muerte y la negación del pasado. Romero y Méndez acatan con creatividad reglas fundamentales del cuento infantil, y algunas de los géneros romántico y musical. Consecuentes con una propuesta que respeta –además del placer estético– la inteligencia de los chicos, Gabriela Bevacqua, Nicolás Scarpino, Alejandro Paker, Adrián Navarro y otros integrantes del elenco interpretan a sus personajes sin ningún atisbo de ñoñería. Entre estos actores, algunos se revelan como, y otros recuerdan que son, entonados cantantes. En la proyección del sábado, la música original de Scatmusic a veces tapó las voces de los personajes. Si la superposición de sonidos se debió a una calibración defectuosa de la sala 2 del Gaumont, entonces podrá decirse que nada opaca (ni silencia) el encanto de Anida y el circo flotante.
Sin pasado La realizadora Liliana Romero (Martín Fierro, la película, Cuentos de la selva) es una de las pocas directoras argentinas que sigue apostando a la animación tradicional para expresar temáticas locales que posibiliten, además, la creación de un estilo propio. En ANIDA y el Circo Flotante (2016), su tercer y último largometraje de estas características, se anima a crear una historia plagada de referencias autóctonas y que hablan de una época pasada en la que el circo, en particular el circo criollo, el conventillo, las ferias, y los mandatos, marcaban el ritmo de la vida. Si bien Liliana Romero acá rodea al circo de agua, para claro está, poder referirse a ese espacio como un lugar aislado, opresivo, dictatorial (refiriéndose al pasado más sangriento de nuestra historia), el lugar también será el escenario para que el amor y la pérdida de la identidad jueguen un rol elemental en el total de la obra. Justine es una déspota anfitriona del circo, odiada por cada uno de los integrantes del mismo y que mantiene aislados a todos del resto de la humanidad en medio de su isla flotante, en la que se encuentra la carpa del espectáculo. Abandonada por un viejo amor, con el que sueña todos los días, y de quien posee algunas viejas películas cinematográficas, castiga a cada miembro del equipo circense como consecuencia de su despecho y descorazonada pasión. Anida, una joven que no posee pasado, que vive escondida del mundo por el miedo a cualquier castigo que Justine pueda ejercer en ella, posee una personalidad completamente contraria a la de la malvada directora del circo. Dulce y melancólica, sueña, sin saber por qué, con las imágenes que el proyector le devuelve de un galán de antaño. Tras la llegada de un nuevo mago al lugar, su universo comenzará a cambiar, como así también aumentarán las ganas de pisar tierra firme y ser parte de esa sociedad que está más allá de los límites que el agua le propone y le determina. La huida como única escapatoria. La realizadora desanda la historia de Anida con múltiples referencias a clásicos infantiles de la literatura, pero todo el tiempo se esfuerza por imponer una mirada local, sea por el lenguaje utilizado en los diálogos, los neologismos con los que se expresan algunos personajes o la multiplicidad de actantes que remiten a esa época gloriosa de la arena. En ese continuo exigirse, en vez de dotar a la película de una identidad particular, termina por desdibujar todo, imposibilitando una fluidez discursiva y una continuidad entre los temas, el folklore y la narración. Los trazos de animación, como así también las paleta escogida para crear el universo de Anida y ese circo en decadencia, posicionan una mirada triste y agobiante al largo, desentendiéndose completamente del espectador al que se le propone el juego. De haber tomado más precaución en el “lector” del film, Romero podría haber jugado mucho más con esa nostalgia sobre el pasado que podría haber elevado el producto final hacia una animación para adultos reflexiva. Pero al deambular entre esos dos universos, más allá de intentar impregnar de solemnidad y épica a algunas escenas, ni siquiera una lectura de la narración como posibilidad de discurso sobre un pasado oscuro y reciente de la historia, pueden hacer que ANIDA y el Circo Flotante funcione.
Un viaje animado al pasado En El circo (1928), el menos recordado de los largometrajes de Charles Chaplin, el legendario vagabundo de bastón y levita deambula por los alrededores de la carpa circense ajeno al drama que se desarrolla en ella. Allí, el malvado maestro de ceremonias imparte su poder mientras los payasos intentan sostener ese universo cerrado de magia y ensueño. Como en ese entrañable cine de Chaplin en el que la risa está demasiado cercana a las lágrimas, Anida y el circo flotante también conjuga la fantasía con el melodrama en una historia sobre la identidad y la memoria. La joven Anida y su sapo Vicente viven en un mundo de atracciones y artistas, en el que Madame Justine es la dueña y señora, y el futuro se predice en cartas y visiones. Allí llegará un misterioso viajero, puerta abierta al pasado perdido de Anida y al sueño de un amor de cuento de hadas. Más concentrada en el aspecto visual que en la estructura narrativa, la película de Liliana Romero utiliza la técnica de animación 2D por recortes (o cut out), trabajada a partir de diseños pintados a mano y luego integrados digitalmente, para desarrollar un universo plástico de colores y formas en movimiento. Nutrida de melodías pegadizas, personajes de folletín y descubrimientos mágicos, Anida y el circo flotante regresa a la cuna de la animación para dar vida a un territorio anacrónico y fantasmal en el que toda búsqueda del presente revela los secretos del pasado.
Valioso film local de animación "Anida y el circo flotante" puede ser una de esas obras que dejan en los chicos un extraño recuerdo de misterio inasible, como una deliciosa obsesión. La historia es pequeña, aunque algo enredada, con un joven náufrago que finge ser mago y una melancólica adivina que no puede saber nada de sí misma, ambos vigilados por una serie de freakies nunca vistos, y envueltos en la fragilidad de un sueño. Solo un sapo y un conejo habrán de ayudarlos. Y los freakies buenos, que también los hay. Pero esa historia está contada de un modo inhabitual para los niños. Nada del cine de animación estandarizado y convencional, sino más bien la exquisita y riquísima imaginación de esos ilustradores de libros infantiles que nos sorprenden a cada vuelta de página. Y con una técnica que debería mostrarse en un making junto a la película, para mayor sorpresa y admiración del público. Nada de los habituales dibujos animados, sino puntillosa animación con recortes de papeles de colores, como los poemas fílmicos del maestro Michel Ocelot. Todo mérito de Liliana Romero, siempre en busca de mayores exigencias creativas. Acompañada, como siempre, por Norman Ruiz, aquí como productor artístico. Y justo para el aniversario de los primitivos cartones en blanco y negro de Quirino Cristiani que iniciaron la historia del cine argentino de animación. Corresponde el aplauso.
Una película para chicos a lo grande. La película ha sido realizada por el mismo equipo (Director y productora) que estuvo a cargo de las animaciones de Martín Fierro. La película (2007) y Cuentos de la selva (2010). En este caso, se trata de una propuesta de animación que se aleja de las estéticas y técnicas habituales de las películas infantiles, retomando la práctica de animación de recortes (cutout) de la cual nuestro ilustre coterráneo, Quirino Christiani, fue el pionero más notable con El Apostol (1917), primer largometraje animado que registra la historia del cine mundial. Como autora mi intención es lograr que tanto los niños como la familia entren en un mundo de fantasía y magia, un espacio onírico que haga transparentar los conflictos de los personajes, la búsqueda de la identidad, el amor y la libertad, tomando como inspiración el melodrama. Hice una larga investigación de los escenarios circenses, donde se teje esta historia. Los circos itinerantes de los años '20 en donde los traslados se hacían en carretas, trenes y por qué no flotando a través de ríos y mares de antaño. (Liliana Romero, en http://labitacorademaneco.blogspot.com.ar/2017/09/anida-y-el-circo-flotante-se-estrena-en.html) En efecto, el aspecto más logrado de la propuesta reside en su estética de un gótico rioplatense, mezcla de Romanticismo y paisajes porteños que parecen querer reconstruir ciertos tópicos como el barrio de San Telmo. Reconstruye con gran habilidad compositiva el espíritu nada idílico pero puramente romántico de la vida circense: con esas miradas plácidas de resignación de unos individuos –desindividualizados- que saben que nada pueden esperar, sino realizar sus rutinas mecanizadas; cuando Madame Justine (la directora del Circo Flotante) los reúne y les dice que hay que entretener a esa pobre gente de la ciudad que está por llegar para escaparse de su vida gris y rutinaria, no hace sino enrostrarles a sus trabajadores una realidad espejada que se oculta del otro lado de la costa. Pero el espejo deforma y enrarece, pues los trabajadores del circo, pintorescos y multicolores en la superficie, pero igualmente rutinarios y grises en la profundidad de sus anhelos, no tienen a dónde ir para distraerse; ellos no tienen dónde ni cómo escapar. La organización narrativa convence un poco menos que su composición estética y la pintura de la vida circense. De los tres personajes principales (Justine, Fígaro y Anida), sólo Madame Justine ha sido desarrollada de modo satisfactorio, profundizando en su psicología y tematizando esa historia de amor trunco que la atormenta. Es una villana en toda su ley, con el interés suplementario de una humanización positiva (Samaja, J.A. y Bardi, I; La estructura subversiva de la comedia: 2010) que si bien no lleva al espectador a una completa identificación primaria con el personaje, lo aleja de un maniqueísmo unilateral y superfluo. Sin embargo, comparado con Justine, los desarrollos de los caracteres de Anida y Fígaro se nos presentan chatos y poco definidos. Y dicho defecto se incrementa sobre todo debido a una funcionalidad narrativa más errática en el conjunto de la trama, pues tienen poca injerencia en el decurso de las acciones transformadoras que llevan al desenlace. Toda la resolución, de hecho, reposa en la actuación de la varita mágica que el conejo le acerca al viejo mago, y con la cual el mago consigue liberarse él y sus compañeros de las jaulas en las que habían sido encerrados. Uno se pregunta, por ejemplo, por qué, si todo el asunto sólo requería de la varita mágica, no se puso antes en práctica este plan. Es cierto que es el conejo quien lleva la varita, y que el conejo está encerrado en una caja hasta que Fígaro entra al camerino del mago y le abre la tapa, pero puesto que Fígaro no hace nada extraordinario para liberarlo, más que correr una tapa, uno piensa que eso lo pudo haber realizado previamente cualquiera de los artistas del circo que no estaban encerrados, y que después apoyan la sublevación. Fígaro no está suficientemente justificado para realizar la función de héroe, y queda casi relegado a ser la excusa para que el conejo salga y para brindar el tinte romántico a la historia de Anida. Otro punto flojo, a mi parecer, son los momentos musicales cantados de la película. Con la salvedad de la canción de Madame Justine, las canciones de Anida y Fígaro presentan poco atractivo en lo compositivo y poca pericia desde lo vocal de quienes las han interpretado. La música incidental, por el contrario, funciona muy bien. De todos modos, estos ítems no afectan a una experiencia orgánica que resulta más que satisfactoria, no sólo por el atractivo visual de la propuesta, sino por esa pintura que de la vida del circo nos propone la autora. Allí es donde la película realmente vence y donde el espectáculo realmente nos hace olvidar por un rato nuestras rutinas y pesimismos cotidianos.
Anida es una muchacha desesperanzada vive en un circo flotante junto a su mejor amigo, el sapo Vicente. Este espectáculo ambulante navega mares bajo el despótico mando de la inflexible Madame Justine, dueña de la feria itinerante. La llegada del náufrago “mago” Fígaro motivará las ansias de libertad, dormidas por demasiado tiempo, de todos los confinados a satisfacer los caprichos de la malvada señora. La protagonista es víctima de una brutal paradoja: siendo vidente tiene la facultad de leer el futuro en las manos de las personas aunque, presa de un hechizo, es incapaz de conocer su propio pasado. El largometraje comienza con el amarre del circo en el puerto de La Boca y el Río de la Plata estará siempre presente como trasfondo mágico del relato fantástico. Sin destacarse por la originalidad en su contenido, tiene los elementos más usuales de los clásicos infantiles: la sufriente heroína, el príncipe heroico, las tres tías, la villana sin remedio, y demás etcéteras. Los personajes no admiten matices ni desarrollo pero la película satisface en el manejo que realiza de los mismos, destacándose el tipo de animación escogido para la producción. Este se basa en la técnica llamada “2D cut out”, la cual posibilita el pintado a mano de fondos y vestuario de personajes con acuarela o acrílico y posterior aplicación en forma digital. Es notable el uso (sin abuso) que se hace del repertorio musical. Las composiciones asoman con destreza en el momento justo, como vínculo entre escenas, y con la duración precisa sin llegar a ser repetitivamente monótonas. “Anida y el circo flotante” es una singular propuesta artística bien lograda que opta por frecuentar recursos más propios de la literatura y la plástica que aquellos más específicos de la cinematografía más convencional. (M.S)
Anida y el circo flotante, de Liliana Romero Por Mariana Zabaleta - Sobre el Rio de la Plata flota un circo, el antiguo puente transbordador duerme como un gigante en el fondo de la escena. Vemos, desde Anida, aquella colosal figura recortarse en el limpio cielo, ocultándose por momentos en la oscuridad de la noche. Melancolía inunda toda la escena, aquello perdido se promete en tierra firme. Como las piernas de la sirena una identidad que se ha prohibido es el motor sentimental de esta propuesta. Los seres del circo han sido retratados en toda la historia del cine, el seno del cinematógrafo fueron aquellas caravanas nómades que contaban historias increíbles. ¿Quiénes eran esos pintorescos visitantes de tierras lejanas? El atractivo estaba en el secreto, aquel que como comunidad borra las huellas del pasado, tanto de los sujetos como de sus historias de vida, confinándolos a la eterna reproducción del “personaje”, aquel que deslumbra al gris público. Anida y el circo flotante expone esta idea con conocimiento de causa. Siempre nos han dicho que las historias para niños encierran moralejas para adultos, este caso no es la excepción ya que bajo la colorida puesta de personajes y escenarios se encuentran múltiples problematizaciones. Quizás por momento este registro pese a la propuesta, que resulta lenta, aletargada por la melancolía. Una historia de amor siempre empieza con la llegada del príncipe, caído del cielo Fígaro revoluciona la anquilosada vida del circo. El amor a primera vista, el amor prohibido, el amor como recuerdo en la imagen o como motor de la búsqueda de sí mismo. Todo ello está presentado en un dinámico despliegue de colores y texturas que componen la imagen. La plasticidad en el movimiento, que solemos reconocer en las animaciones de los grandes estudios, se resigna para dar lugar de protagonismo al color. Coreografías de gamas dan vuelo poético a las escenas, la banda sonora como un sustrato indispensable genera atmosferas que acompañan la paleta de la puesta. Anida y el circo flotante es una constelación de texturas y luces en movimiento, un collage dinámico que da vida a personajes y escenarios entrañables. ANIDA Y EL CIRCO FLOTANTE Anida y el circo flotante. Argentina, 2016. Dirección: Liliana Romero. Guión: Liliana Herrero, Martín Méndez. Intérpretes: Gabriela Bevacqua, Alejandro Parker, Nicolás Scarpino, Fabio Aste, Adrián Navarro. Fotografía: Norman Ruiz. Edición: Norman Ruiz.Distribuidora: Aura Films. Duración: 72 minutos.
Una buena propuesta para un público infantil, llena de magia y fantasía, de amor y de aventuras, para hacer volar la imaginación de los espectadores y apreciar este relato sobre el circo, sus personajes, su paisaje, con algunos mensajes y una buena estética. Con una ajustada animación traída de la mano de la directora y artista plástica Liliana Romero (Martín Fierro por la película, “Cuentos de la selva”).
La magia existe En pleno siglo XXI, donde prima la tecnología como instrumento de interacción y creación de vínculos humanos resulta crucial la llegada del presente largometraje de animación Anida y el Circo Flotante (2017), dirigido por Liliana Romero en codirección con Norman Ruiz, para que las nuevas generaciones sepan que hubo un pasado previo a la telefonía inalámbrica. Esta génesis tiene por objetivo el renacer de un formato de cuentos infantiles clásicos cuya premisa se basa en la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Desde este leitmotiv, la autora logra desconectar al público durante 76 minutos de la techné y conectarlo en el espacio-tiempo de la sala, traspolándolo a una historia de amor donde la magia cobra vida y emerge un pasado que pide a gritos ser resuelto. La trama, lejos de ser una historia liviana, atraviesa un arco de conflictos ideológicos y existenciales, tales como la búsqueda de la identidad, la memoria, la justicia y la libertad, enmarcada en el encierro de los escenarios circenses de los años 20. Gracias a Romero, este tema universal hoy también es propio de nuestro cine. Bajo este espíritu de panóptico y aventura, el circo flotante es el gran elemento simbólico del largometraje. Su propuesta estética es el melodrama y el guión estilísticamente presenta conceptos propios de la corriente marxista: capitalismo, base, estructura y superestructura en territorios aislados, flotantes; en este marco, sus personajes deberán rearmar el rompecabezas y acomodar las piezas del colorido collage interpretativo para alinear culturas y modos de accionar. Así, Romero va por más: en lugar de imponer un legado chamánico a la madre naturaleza, ella misma delinea, a través de coloridos ríos y mares de antaño -violetas y en constante movimiento-, cómo una joven artista, Anida, que trabaja en el circo gracias a su don de predecir el futuro en las cartas y las líneas de las manos de las personas, es prisionera de la dueña del circo, Madame Justine, que la condenó a cargar con el terrible hechizo de no poder ver ni recordar su propio pasado. Así, Anida acompañada por su único amigo, un sapo llamado Vicente, deberá enfrentar sus miedos para alcanzar su sueño de libertad. Es un hecho: cambian los tiempos, y con ellos, los formatos literarios. Sin embargo, las preguntas que formula Romero en la piel de Anida (“¿Qué habrá en tierra firme? ¿Qué nos espera, allá, del otro lado?”), remiten por momentos al film Monsieur Chocolat (Chocolat, 2016), de Roschdy Zem, quien también desde el cine transmitía su ideología política en detrimento a los avances socioculturales y encontraba en el elemento del circo la manera de replicar y reducir a ese universo del entretenimiento no sólo un sinfín de esfuerzos (el montaje, el traslados en carretas, los trenes, el staff, los animales) sino también cómo los artistas padecen un híbrido entre magia y ensueño, risas y lágrimas, como es el caso del legendario Charles Chaplin. En efecto, estos dos films se unifican en el detrás de escena dramático y la desesperada búsqueda de hacer reír al público; agradar al otro que está ahí presente viéndolos actuar en un territorio anacrónico, donde la presencia del registro vocal y musical son su refugio. A las claras, se ve cómo todos estos personajes comparten -al menos, un musical- donde bailan al son de sus ritmos de danzas originarias. Por supuesto Anida se luce cuando representa a la Argentina mediante el tango y bolero, a cargo de Scatmusic. Párrafo aparte para la artística y diseño de personajes que, por excelencia, se lucen mediante la estética. Indudablemente, la puesta conlleva matices propios de la formación de Romero como licenciada en Artes Plásticas por la Universidad de La Plata y Directora Artística de Toma Virtual ya vistos en su filmografía: El Color de los Sentidos (2005) y luego Cuentos de la Selva (2009). Sin embargo, Anida encuentra vuela propio la técnica de animación 2D Cut Out (pintar fondos y trajes a mano con técnicas de acuarelas y acrílicos para luego aplicar las texturas a la animación digital). Hay huellas de Miró, del arte de tapa del emblemático Sargent. Pepper de los Beatles -cuyo cover del cut out deviene de la efigie de Shirley Temple-, y también elipsis que en un abrir y cerrar de ojos, literalmente, sumergen al mundo psicodélico sostenido a partir de diálogos como entretejido de una trama eficaz. Anida y el Circo Flotante es una esperanza para el futuro de las animaciones digitales. Este juego artístico y onírico propone amarrar desde lo lúdico el pasado de recorte por sustitución a un futuro que implica riesgo, aventura, y donde el cine es la herramienta capaz de reflejar el alma de un pueblo y proyectar un despertar colectivo, transformando a su público en animado, en detrimento al zombie inmerso en una repetición plano-secuencia vista hasta el hartazgo. Al unísono, invita e inquieta a conocer nuestro origen y aprender a soltar sin perder la capacidad de convertirnos, por unos minutos, en hechiceros; soñadores y protagonistas de un mundo mejor utilizando la tecnología como estrategia aliada.
Circo arrabalero. En una época indefinida, que bien podrían ser los comienzos del siglo XX, una misteriosa embarcación, grande como una isla, aparece en las costas del sur de la ciudad. Sobre ella llega un circo poblado de extraños personajes, guiados por una tiránica directora que no tolera los fallos en los actos. Antes de que puedan prepararse para dejar entrar al público, rescatan del río a un joven que se está ahogando y a quien por su indumentaria consideran un mago, justo lo que al circo le está faltando. El tímido hombre se deja llevar y antes de darse cuenta lo instalan en el carro del antiguo mago, poniéndolo a preparar un show. No parece saber nada de magia, pero como se enamora a primera vista de Anida, la joven que lee el futuro, mantiene el personaje para tener alguna chance de acercarse a ella. Como en muchos cuentos clásicos, la inesperada llegada del héroe saca de balance el delicado equilibrio opresivo en que vive el circo bajo el poder de la amargada directora, y una simple historia de romance se convierte en rebelión. Cuadros y Música: Anida y el Circo Flotante tiene un poco de historia de amor, algo de musical y mucho de cuento de hadas, con una historia sencilla pero carismática que no se desvía de su centro ni pierde tiempo con tramas secundarias. Curiosamente, aunque el relato tiene la claridad esperada de algo apuntado a un público infantil, la propuesta artística evita muchos de los lugares comunes del cine de animación promedio: es más fácil relacionarla con algunos ejemplos de animación más adulta que con la mayoría de las películas infantiles del género. No hay búsqueda de realismo en tres dimensiones, colores brillantes que encandilen, bombardeo de chistes ni música de moda; la arriesgada apuesta de Liliana Romero (Martín Fierro: la película, Cuentos de la selva) apuesta por una animación que alude a lo artesanal, con más corazón que pirotecnia, y componiendo cuadros visualmente poéticos que hablan tanto como los diálogos de los personajes. Toda esa atmósfera porteño-parisina que construye desde lo visual, se completa con una banda sonora que se esfuerza por tener identidad propia gracias a una mezcla de sonidos de vals y tango, algo muy alejado de ser común en este tipo de propuestas. Aunque las letras de las canciones no están dentro de lo más logrado y un par de veces parecen entrar en la métrica con calzador, la música tiene el mismo poder mágico que dentro de la trama y trabaja en buena sintonía con la animación en sus momentos más poéticos. Con buen tino, Anida y el Circo Flotante se apoya mucho en estos aspectos para narrar y hace un uso contenido de los diálogos, pero es justamente allí donde queda el punto más flojo de toda la propuesta junto con un doblaje que suele desentonar y quebrar climas, especialmente en los personajes secundarios, quienes están al borde de resultar demasiado chatos y las voces no ayudan a remediarlo. De todas formas, sigue teniendo suficientes méritos como para considerarse un buen referente de la animación independiente argentina. Conclusión: Anida y el Circo Flotante es una poco común propuesta de animación infantil, apuesta a construir un clima interesante desde lo visual y sonoro para contar una simple historia de amor.
El circo es una actividad artística antiquísima. Siempre armando y desarmando la carpa en cada pueblo o ciudad que visita. La particularidad de este dibujo animado argentino es que el circo se encuentra instalado sobre una plataforma flotante, se desplaza por los ríos, convoca a los habitantes costeros que encuentra en su recorrido, y con botes los llevan a presenciar la función. Bajo la dirección de Liliana Romero la narración se centra en la figura de Anida, una chica que se especializa en leer las líneas de las manos y adivinar el futuro, que fue criada y vive con la dueña del circo, Madame Justine, persona muy estricta y autoritaria con todos los que trabajan para ella. La fantasía de esta película incluye a Fígaro, el “galán”correspondiente en estas ocasiones, que aparece de la nada, sólo, en el medio del río, tratando de no ahogarse, que la “mala” de la historia lo rescata y emplea como mago, pese a no serlo. Las escenas se suceden a buen ritmo, en cada situación pasa algo importante por lo que hay que estar atentos, y en ciertos momentos resuelven la acción cantando. Durante los diálogos se dice lo necesario y en varias ocasiones hay respuestas ingeniosas, lo que demuestra el buen trabajo del guión. Lo llamativo es la ambientación y los elementos antiguos utilizados, como si fuera situada en otra época, porque escuchan un disco en un gramófono, y el mago toca música con un serrucho. Los chicos que la vean van a tener que preguntarles a sus mayores que son dichos artículos porque son de museo. El film transita los cánones clásicos del secreto bien guardado, con la víctima, la villana, el héroe, y los personajes pintorescos que acompañan a la protagonista día a día, etc. Anida sufre, en su interior sabe que hay algo de su pasado que la atormenta, pero no sabe qué es, pues Justine borró sus recuerdos para poder manejarla a su antojo. Pero una serie de sucesos inesperados provocan una rebelión de los artistas, y también de Fígaro, donde se abocan a ayudarla y a saber quién verdaderamente es. La imaginación, los hechizos, sueños, ilusiones, engaños, promesas, esperanzas, son los componentes que integran este dibujo animado destinado especialmente al público infantil, los más chicos, con un mensaje claro: si uno desea algo, lo puede conseguir.
Luego de su paso por el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, llega a las salas de cine Anida y el circo flotante: una película animada dirigida por Liliana Romero, directora de Martín Fierro y Cuentos de la Selva. Ferias, atracciones, juegos, laberintos y mucho más. Todo eso se encuentra en Circo Flotante, un lugar al mando de Madame Justine, quien tiene a todos sus empleados amenazados para que no puedan escapar. Es allí donde se encuentra Anida, una joven que tiene la capacidad de realizar la quiromancia (acto de leer las manos). A pesar de esto, y con cierta ironía, ella no recuerda nada de su pasado debido a una terrible maldición. Todo cambia con la llegada de Figaro, un náufrago que pasará a ocupar el lugar de mago. El joven, luego de enamorarse a primera vista de la protagonista, hará todo lo posible para poder acercarse a ella. Juntos comenzarán una aventura en la que buscarán descifrar los enigmas del circo (y de su pasado) y, de esa manera, alcanzar la tan ansiada libertad para aquellos que se encuentran atrapados. Si bien la historia es sencilla por momentos muchas cosas deben ser sobreexplicadas debido a los constantes baches en el guion y a un gran problema con su mezcla de sonido. Escrita por Liliana Romero y Martín Mendez, Anida y el circo flotante deja muchas cosas inconclusas en su haber y otras que, directamente, carecen de sentido. Realizada bajo la técnica de animación 2D cut-out -una forma que permite pintar los fondos a mano con técnicas de acuarelas y de acrílicos-, el universo visual de la película destaca en todo momento. A cargo de los animadores Martín Urquijo y Marcelo Carmona los dibujos que se muestran realzan y embellecen cada escena. Lograda de forma eficaz, mediante coloridos crescendos de piano y elegantes melodías de violín, la música original, a cargo de la productora musical Sctamusic, es otro elemento protagónico dentro de la película. A pesar de esto comete de forma reiterada un error: la música que suena de manera diegética cuenta con instrumentos que, realmente, no están en la escena. Cabe hacer hincapié en la deficiencia que hay dentro de la mezcla de sonido, más específicamente en los diálogos. Por momentos algunas líneas son incompresibles en contraste a la alborotada música de fondo, ocasionando que muchas cosas no logren quedar claras. Extrañamente, ninguno de estos inconvenientes se presenta en el doblaje de la protagonista.
ANIMACIÓN QUE NO FUNCIONA En Anida y el circo flotante, nuevo film animado de Liliana Romero, un grupo de personajes resiste al dictatorial manejo de Justine, la dura anfitriona de un circo rodeado por el agua, una suerte de isla que se encuentra aislada de la ciudad. El lugar, que remite a un tipo de entretenimiento de antaño, con sus ferias y sus espectáculos de varieté, más un grupo social que recupera la estética de los tiempos de los conventillos, es una suerte de espacio anclado en el pasado que le sirve a la película para reflexionar sobre un tema fundamental: la memoria, la identidad y las consecuencias de las actitudes represivas en torno a esos dos asuntos. Lamentablemente, Anida y el circo flotante no termina de encontrar cohesión como relato, ya sea por algunos recursos un poco ruidosos, por el fragmentario retrato de los protagonistas o por una animación que impide la fluidez necesaria. La película remite a elementos del western, con el forastero que llega en el momento preciso a un pueblo y en el que será finalmente clave para la modificación de las estructuras de poder. Aquí es un mago el que llega hasta el circo flotante, quien se sentirá curioso por la adivina Anida y quien terminará enfrentando a la déspota Justine. Que la película lleve el nombre de uno de los personajes y que ese personaje desaparezca por momentos del relato no hace más que aportar a la dispersión del film, que crece cuando se animada a fusionar lo disneyano con lo local, especialmente en unas canciones bastante pegadizas que tienen sonido rioplatense y esencia tanguera, pero que no logra imbricar adecuadamente en otros apartados esa mezcla de raíces autoconsciente. Romero trabaja con la técnica de cut out o animación de recortes, donde las figuras están unidas por las articulaciones generando un tipo de movimiento particular, casi de títeres. De más está decir que la técnica se aplica de manera poco fluida, ralentizando la narración e impidiendo la aparición del vértigo que las instancias finales requieren. Tampoco ayuda demasiado el trabajo de voces, que utiliza terminologías de antaño que no terminan de hacerse verosímiles con el relato. Anida y el circo flotante incorpora temas trascendentes, construye personajes con algo de melancolía y hasta se anima a reflexionar sobre la importancia del cine en la construcción de la memoria, pero son elementos esporádicos, ideas sueltas que no hacen sistema dentro de una película que además confunde respecto del público al que apunta: para los chicos resultará casi tediosa y para los adultos una experiencia liviana, sin mayor atractivo.
¿Qué historia puede surgir del aburrimiento de una vidente incapaz de recordar el pasado? Esto lo puede responder Anida y el Circo Flotante (2016). La película animada narra, en clave de musical, la rutina de un circo que viaja por barco de pueblo en pueblo para hacer presentaciones. El personaje principal es, por supuesto, Anida, quien se siente aburrida de leerle las manos a los clientes. La novedad llega para todos cuando un curioso mago aparece por las aguas y lo rescatan por órdenes de la dueña del circo, Madame Justine. Si bien la trama contrasta el sometimiento en el que tiene Madame Justine, la dueña del circo, a sus circenses con la añoranza de Anida por un pasado que no puede recordar; el encanto de la película se encuentra en los números musicales donde Anida, Madame Justine y el mago cantan sus penas. Es de admirar que todavía se estén componiendo musicales para niños en el cine. Es un género donde queda la añoranza de que la música alivia las penas solitarias que llevamos con nosotros. Por otro lado, los tonos azules y violáceos de la animación entraman un estilo en el filme así como la lectura de manos de Anida elabora trazos dorados que muestran el futuro narrado por ella para cada cliente. Contrastan cada uno de los personajes, no sólo por los colores y formas con las que han sido diseñados, también porque cada uno está sometido por las órdenes de la Madame, a quien además la caracterizan dos cejas gruesas sin que sus ojos sean visibles, como si la hubiese enceguecido el poder. A la vez, cada personaje se opone con su historia personal. Los personajes más curiosos en este sentido son los que directamente están privados de libertad dentro del mismo circo y sólo salen para las funciones. En ellos, la pena moviliza la trama a través de consejos hacia los personajes principales o, finalmente, desencadena la resolución. Porque la pena siempre puede ser un motor para afinar las habilidades dormidas en estos personajes. La fuerza del trabajo vocal recae en el canto, si bien a ratos hay discrepancias entre la animación de cada personaje y su voz. En la dinámica del musical, donde el canto surge en una situación de aparente tranquilidad, Liliana Romero y Martín Méndez aprovechan la animación para reelaborar el mundo imaginado por estos personajes. Anida canta sobre su pasado inexistente, Madame Justine canta lo perdido y el mago sobre sus inquietudes amorosas a través de la magia. Al final, el amor y la magia entorpecen a estos personajes. El efímero encanto de la película es que hace música y animación de ello.
El cine de animación en nuestro país va medianamente en aumento, es un rubro del cine nacional al que no se le ha dado la importancia que merece. Tres años tardó la producción del film en realizar esta película con animación cutout (una variante de la técnica de animación stop motion que se realiza fotografiando figuras planas). Anida (Gabriela Bevacqua) vive en el circo flotante de la excéntrica y déspota Madame Justine (Alejandro Paker) y entretiene a los visitantes realizando quiromancia mientras convive junto a otros artistas, incluyendo sus tías, que tienen un sólo cuerpo y tres cabezas. El circo entero se ve revolucionado con un náufrago llamado Fígaro (Nicolás Scarpino), a quién Justine le da automáticamente el puesto de Mago del circo. Anida y Fígaro sienten una atracción instantánea que los ayudará a unirse y encontrar desde la magia y el amor, la libertad. Destacable la dirección de Liliana Romero que plasma de formas interesantes a un guión que por momentos puede ser demasiado poético y de poca acción para una película infantil. Dentro de los doblajes resulta excelente el trabajo hecho por Alejandro Paker dándole vida a Madame Justine, la cuota justa de exageración para entender, más allá de la imagen, la personalidad de esta mujer por momentos detestable. Si hay algo que sin dudas es incuestionable de Anida y el Circo Flotante es su musicalización. Hermosas piezas que componen cada parte del film, incluso aquellas que no tienen letra. Disfrutable para distintas edades, desde niños a adultos, pero los tintes poéticos y metafóricos harán sentir más placer al segundo grupo. Una película encantadora pero que dejará distintas perspectivas según la edad del espectador.