De cómo intentar ganarle a la vida Alejandra Grinschpun, directora, y Laureano Gutiérrez, productor entre otras cosas, decidieron que la premiere de este documental fuera anoche en Plaza Miserere, al aire libre. Es que justo por ahí comenzó todo, hace 15 años. Ella, fotógrafa a cargo de talleres para chicos carenciados. Él, miembro de un centro de atención para niños y adolescentes. Y ellos, unos pibes que tenían su "ranchada" en los baldíos de Estación Once. Las primeras imágenes que vemos, sin sonido, los muestran escalando el paredón, apenas chiquilines. Las últimas nos dicen cómo cuatro de ellos, de la forma que pudieron, se hicieron adultos. Todos ascendieron, pero no la misma cantidad de tramos, ni para el mismo lado. Aquel año lejano, Grinschpun les enseñó fotografía a varios chicos como esos, y a esos también. De lo que ellos mismos registraron quedó un libro, "Otra mirada. Buenos Aires fotografiada por los chicos que viven en sus calles". Y quedaron incipientes amistades, difíciles de mantener cuando no hay domicilio fijo ni expectativas claras de futuro, y se viven experiencias muy intensas, a veces difíciles de asimilar. En registros forzosamente intermitentes, de 2004, 2010, vemos cómo fueron creciendo los pibes. Alguno conoció la cárcel, otro consiguió trabajo, uno más seriecito se labró un oficio, hoy es fotógrafo, y así. El posible reencuentro con la familia original, la formación de una familia propia cuyos chicos no pasen lo mismo, cuántas cosas pueden pasar en la vida de alguien, duerma entre sábanas o entre cartones. Tocante, la situación de la única mujercita del grupo, que fue madre y no supo conservar legalmente a sus hijos. Tocante, también, la sensación que puede tener el espectador. Porque no es lo mismo ver unos chicos de lejos, que saber quiénes son, qué sueñan, cómo van creciendo, cómo los trata la vida y cómo tratan ellos de ganarle a la vida con sus pocas herramientas. Trabajo notable, el de Grinschpun y Gutiérrez, notable, paciente y de buen corazón. Georges Rouquier la tuvo más fácil, cuando hizo "Farrebique" en 1946, sobre la vida de unos campesinos, y "Biquefarre" en 1983, sobre sus descendientes.
Con algo del procedimiento de Boyhood, pero documental y centrada en protagonistas pobres, Alejandra Grinschpun filmó a Andrés, Gachi, Ismael y Rubén, chicos que vivían en vagones y estaciones de trenes en 1999, cuando los conoció en su taller de fotografía. Los volvió a encontrar en 2004 y en 2010. Sus derroteros no fueron mayormente felices, pero la película no juega las cartas del patetismo o del miserabilismo. La voz de la directora a veces apela al contraste directo, seco, siempre con una distancia pudorosa y sin cercanías que se sientan falsas. No es un documental hecho a las apuradas, es un relato con un montaje elaborado, que presenta una organización con conciencia cinematográfica y narrativa; una película que piensa su tema, un tema que devuelve las imágenes y los sonidos de uno de los fracasos de la Argentina.
Ensayo sobre la exclusión Realizado por el binomio integrado por Alejandra Grinschpun y Laureano Ladislao Gutiérrez, Años de calle (2013) nace a partir de unas imágenes tomadas en el año 99 cuando la autora dictaba un taller de fotografía para chicos de la calle. El documental se divide en tres etapas para ver qué fue lo que pasó con esos chicos hoy devenidos en adultos. El resultado un ensayo sobre la marginalidad social de alto impacto visual. El registro de un taller de fotografía con chicos de la calle es el punto de partida para la realización de una película que se concretaría varios años más tarde. Segmentada en tres épocas, el documental sigue a Andrés, Rubén, Ismael y Gachi durante intervalos de 5 años. Un primer acercamiento en el año 99 nos mostrará la situación de abandono en la que se encuentran siendo unos niños. Cinco años más tarde volverán a entrevistarlos para ver de que manera siguen viviendo, para finalmente llegar al presente y así poder sacar una conclusión de cómo fue la evolución (o involución) en cada caso. Años de calle es un ensayo visual sobre el abandono y de cómo estos chicos fueron condenados a la marginalidad desde su infancia, cuando ni el estado ni la sociedad hacían nada para insertarlos. Aunque también el documental actúa como una suerte de muestrario sobre las consecuencias de las políticas económicas neoliberales que gobernaron al país durante décadas y cuyos devastadores resultados trajeron secuelas irreparables en algunos sectores sociales, que por carácter transitivo terminaron afectando a toda la población (o acaso la violencia de esta época no es el resultado de los 90, para citar sólo un ejemplo). Pese a la dureza de lo que muestra y la impotencia que provoca el deterioro de esos chicos en apenas una década, Años de calle es un documental de investigación dinámico, trabajado con una concepción estética diferente a las propuestas que hay sobre el mismo tema, siendo valioso no sólo por lo que cuenta sino también por la forma en que decide ponerlo en escena.
Honestidad brutal La neurótica forma de estrenar películas nacionales hace que Años de calle llegue a la cartelera comercial poco más de un mes después que Boyhood. Son, al fin y al cabo, dos películas con enormes puntos de contacto no tanto en su núcleo temático, pero sí en un subtexto común cuyos ejes son el tiempo en carne viva y los usos que cada quien le da –o puede darle– a su paso irrefrenable. Claro que el film de Richard Linklater es muchísimo más luminoso: donde allí era maduración, contención y descubrimiento encarrillado, aquí es olvido, ignorancia y supervivencia. Años de calle comienza en 1999, cuando Alejandra Grinschpun dictaba un taller de fotografía en un hogar de día para chicos en situación de calle. Fue allí que cuatro de ellos llamaron su atención. Se trataba de Gachi, Ismael, Andrés y Rubén, todos de entre 10 y 17 años y con asentamiento permanente entre vagones y andenes de la estación de Once. A partir de esa anécdota, el film mostrará los sucesivos reencuentros del equipo técnico con cada uno de ellos a lo largo de más de una década, dejando entrever, por un lado, el fortalecimiento del vínculo entre ambos lados de la cámara, así como sus vidas fueron reconstituyéndose o, en la mayoría de los casos, acentuándose en la marginalidad. Años de calle es un documental abiertamente político cuyos dardos trascienden la mera coyuntura. Basta recordar los cambios que hubo en la Argentina en los últimos quince años –allí están los carteles de Menem ’99 para ilustrarlo– para darse cuenta que la problemática del film es endémica. En ese sentido, Grinschpun deja que sean los mismos protagonistas los encargados de exponer las falencias de su situación. Profundamente sincera y honesta con ellos, cruda sin ser miserabilista, y con la innegociable decisión de tomar a los chicos menos como objetos cinematográficos que como seres humanos, Años de calle terminará convirtiéndose en una crónica desgarradora sobre aquellos para los que no existe “Década ganada” o “perdida”, sino una condena crónica al olvido.
Esta película sigue, en distintas etapas y a través de una década, las vidas de cuatro chicos de la calle que empezaron a ser filmados por la realizadora como parte de un taller de fotografía en un hogar. Esa etapa los muestra, con sus distintas edades (hay uno de 17 y los otros tren rondan los 12, 13 años), viviendo en la calle y presentándose ante la directora que luego irá a buscarlos 5 años después para encontrarlos ante nuevas situaciones personales y, otra vez, seis años más adelante, todos ya veinteañeros y con distintas suertes en sus vidas. Esta saga tiene algo de aquella de Michael Apted (la serie 7 UP que hoy llega a 56 UP y sigue a un grupo de personas cada siete años), pero sin intención de cubrir distintas clases sociales, sino en ver cómo se van conformando esas historias de vida y hasta qué punto la propia película es parte de ese evento. El material es fascinante, aunque el tratamiento con voces en off por momentos lo achata un poco, dando la impresión de que se trata de un material escolar/educativo y no tanto uno estrictamente cinematográfico. Más allá de que para muchos la evolución pueda ser previsible, ver los cambios (cárceles, embarazos, cambios de vida, familias deshechas) resulta en la mayoría de los casos desolador, la evidencia de lo difícil que es cambiar un castigo social que ya los margina desde niños. El recorrido que va de caras inocentes a adultos endurecidos e imposibilitados por diversos motivos, propios y ajenos, de cambiar sus circunstancias es duro y doloroso en un filme que, tal vez, con unos ajustes (eliminar la voz en off tipo cuentito, de ser posible, más allá de que se pierda cierta información específica) podría crecer y mucho. El material está ahí y es de una nobleza por momentos desesperante.
Hace pocos meses, crítica y público de maravilló con la obra preciosista de Richard Llinklater, "Boyhood", la cual le demandó un trabajo de 12 años para filmar el traspaso de la vida de un niño y quienes lo rodean. De no ser porque hablamos de un documental que se finalizó hace ya un año, muchos podrían encontrar en "Años de calle", la intención de repetir el esquema en un ámbito diametralmente opuesto. Bueno, nada de "Boyhood" hay en "Años de calle", porque aquel niño, con sus idas y vueltas, no dejaba de tener una vida idílica; bastante diferente a la realidad de los cuatro chicos que son objeto de cámara en este trabajo co-dirigido por Alejandra Grinschpun y Laureano Ladislao Gutierrez. Su origen proviene de un taller de fotografía con chicos sin vivienda, de la calle. En 1999 en medio de este curso se tomaron algunas imágenes de Ismael, Ruben, Andrés y Gachi cuatro chicos que sufrieron el abandono, que están ahí sin la más mínima esperanza aunque guardan la mirada del niño, son fruto de época. De ahí surgiría la idea de revisitarlos tiempo después, y así es como el film se divide en tres segmentos, tres épocas, la citada de 1999 y luego, dos períodos de cinco años cada uno ¿cómo se encontrarán estos cuatro nenes en cada salto temporal? ¿Cómo habrá influido el paso del tiempo? ¿Para bien o para mal? ¿Habrán podido progresar? ¿Acaso tuvieron la posibilidad de hacerlo? Es un abanico de preguntas el que se abre, y ante cada respuesta, surgen otros interrogantes, cada vez más profundos. Es un estilo propio de documental, los hay varios de este modo, y hasta se lo ha parodiado, tomar a una/s figura/s y visitarla cada cierto período temporal para ver cómo continúa su deambular. Pero pocas veces el resultado fue tan crudo como el conseguido por Grinschpun y Gutierrez. Años de calle es un documental doloroso, que lleva a replantearnos muchos de nuestros dichos y opiniones, que punza ahí donde más duele, que si huele a golpe bajo es de modo natural e ineludible. Bajo una estructura simple donde prevalece la estética con una impronta fuerte que busca subyugar (no olvidemos que tiene el espíritu de la fotografía en sí), lo que se logra es un trabajo social contundente que nos obliga a pensarnos como sociedad y a pensar en nuestra historia cercana… para no repetirla. Gachi, Andrés, Ismael y Ruben no salieron de otro lugar y cayeron aquí, la misma sociedad los engendró y los marginó desde antes que nacieran, y cada paso que dan pareciera que menos dispuesta está la sociedad a abrirse a una integración. No es solamente un reproche institucional (sin tampoco desligar las debidas responsabilidades), tiene que ver con nosotros mismos y en cómo miramos a estas personas, qué conceptos tenemos de su vida, de su pasado presente y lo que debería ser su futuro. Años de calle es un documental modesto pero potente que deja abierta más interrogantes de las que responde, que queda zumbando como un fuerte mazazo. Bienvenida sea la reflexión.
Un documental dirigido por Alejandra Grinschpun junto a Laureano Gutiérrez en el que sigue la vida de unos niños de la calle a lo largo de varios años. Alejandra daba clases de fotografía cuando comenzó a filmar a unos chicos y a seguirlos con las cámaras sin todavía estar pensando en la película que años después decide hacer. Unos pocos encuentros (tres precisamente), pero bastante espaciados en el tiempo, le sirven a la directora para encontrarse con estos personajes y ver qué hizo el tiempo con ellos. El resultado de Años de calle es un retrato crudo sobre una realidad a la que a veces es fácil dar por sentada. ¿Cómo será el futuro de esos niños?, pregunta que seguramente nos hemos hecho pero pocas veces preocupado por contestar. Acá Alejandra y Laureano toman una cámara y los siguen, en sus entradas y salidas a la cárcel, en sus embarazos, en sus talleres de fotografía inspirados por ellos mismos. El resultado entonces es un documental pequeño, honesto, sin pretensiones, en el cual se retrata sin juzgar. Una estética cuidada y una voz en off de pocas líneas pero que se impregnan,logran este retrato intimista, poco optimista a veces pero con mucho corazón en Años de calle.
Sujetos respetados Hay algo que se va delineando sin prisa pero sin pausa en Años de calle, que es el respeto por lo que cuenta. O más bien, por quienes cuenta, por los sujetos a los que sigue narrando sus propias historias, no sólo a través de sus voces, sino también a través de sus cuerpos. Y es ese respeto el que permite que en apenas setenta minutos pesen esos trece años que van desde 1999 hasta el 2012, donde se retrata a cuatro chicos de la calle a partir de lo más cotidiano de sus existencias. Y es llamativo que ese mismo respeto funcione a la vez como evidencia del mayor defecto del film, que es el uso de la voz en off por parte de los realizadores para explicar determinados aspectos de las personalidades o las historias personales de los protagonistas, sin tomar en cuenta que con el poder de las imágenes basta y sobra. ¿Por qué? Porque esas imágenes están pobladas por los cuerpos frágiles e ingenuos de los chicos, que van creciendo como pueden. Son cuerpos que portan una narración, que se convierten en los focos centrales de ejes espacio-temporales y que terminan adquiriendo carácter de sujetos políticos. Años de calle es un documental que busca problematizar la mirada de quien registra un pedazo de vida y del espectador, pero que termina impactando no tanto cuando pretende reflexionar sobre las implicancias del dispositivo cinematográfico. Tampoco cuando intenta constituirse en un retrato sobre la exclusión, la pobreza y la marginalidad. Cuando impacta es cuando le da voz a los niños, a esos personajes cuyas vidas adquieren un espesor y complejidad plenamente cinematográficos. Allí, en esos pibes, hay una visión política innegable e ineludible.
Se presentó por primera vez en el 15 BAFICI - Competencia Derechos Humanos. Se presentó en varios Festivales. Es una buena propuesta cinematográfica casi sin presupuesto, una historia para reflexionar, pensar, porque no debatir y apoyar este tipo de ideas.
La premisa de “Años de calle”, Opera prima de Alejandra Grinschpun, es muy interesante: A partir de un taller de fotografía dictado en los ‘90, la directora entra en contacto con un grupo de jóvenes en situación de calle en la ciudad de Buenos Aires y los filma en el año 1999. Tiempo después se pregunta que será del futuro de estos chicos, decide documentar este proceso y realiza una película que va contando los trayectos de vida de Andrés, Rubén, Ismael y Gachi. El comienzo del film es un elocuente reflejo de la época, a través de Andrés y un amiguito que también vive entre los andenes de la estación de Once y que lleva una remera de la AFJP “Siembra”, la cámara recorre los espacios que estos niños transitan cotidianamente: oficinas derruidas, los techos de la estación, vagones abandonados, heladeras con latas de “poxi”, toda una geografía de una Buenos Aires marginal que comenzaba a expandirse al calor del neoliberalismo desatado. Sin la conciencia, aun, de que estaba filmando para una película, la directora se deja llevar por este niño que nos descubre descarnadamente su mundo. El resultado es impactante y nos recuerda al excelente corto brasilero “Numero Zero” de Claudia Nunes https://vimeo.com/71690123. En estas imágenes de textura noventista también conocemos a otro niño, Rubén, que vive en la calle hace dos años y que, sin que su madre lo sepa, va a verla a la puerta del hospital siguiéndola y escondiéndose detrás de los árboles. Un relato conmovedor que en un primer plano radical nos permite descubrir en la mirada profunda y nostálgica del niño, un pasado de dolor que ha extremado su sensibilidad. Luego vendrán Ismael y Gachi, personaje femenino que cierra la primera etapa del film, aquel del registro que aun no tenía como objetivo la realización de un film. ¿Cómo será la vida de estos niños, ahora jóvenes, cinco años después? ¿Y cómo en el 2010? Esta interesante premisa, sin embargo, parece ir perdiendo consistencia a medida que transcurre la película. No porque la vida de los jóvenes, (presos algunos, sin poder ver a sus hijas, en el caso de Gachi, e incluso la experiencia de Ismael que logró salir de la calle y dedicarse a armar talleres de cine para niños en situaciones parecidas a las que él había padecido) no tenga interés, ni porque su derrotero no exprese el de miles de jóvenes e incluso, metafóricamente, el del país. Sino porque ese rodaje descarnado y filmado con cruda belleza, sin un sentido aparente, conducido, muchas veces, por el camino que los protagonistas imponían a la cámara, ahora parece invertirse, y es la película la que, sin dejar obviamente de basarse en los hechos reales, guía el camino de los protagonistas. La cámara ya no se encuentra en estado de indeterminación y vértigo, como cuando acompaña a Andrés a juguetear algo imprudentemente con un ascensor del ferrocarril. Ahora está en zonas que, sin dejar de ser ajenas al mundo de la realizadora, son las situaciones que eligió para filmar. La película, sin embargo, construye momentos elocuentes y desgarradores como la visita que la familia de Rubén le hace en la cárcel, pero su totalidad se ve debilitada. La película sufre algo parecido de lo que le pasa a “Boyhood”, un film muy distinto pero similar en tanto que sigue a un grupo de personajes a través de los años. Ambos transforman al tiempo, que quieren capturar, en situaciones concretas significativas, en Hechos. Así, el tiempo se convierte en algo rígido que pierde la condición de movimiento propio de su naturaleza. Es paradójico lo que ocurre, cuando el film se propone contar el paso del tiempo, parece que se le escapa; cuando registra sin conciencia del tiempo, como esas imágenes de los ’90, logra contenerlo y expresarlo. Es que, justamente, no se trata de contar el paso del tiempo sino de que tiempo sea delante de cámara. Como arte del presente, ese ser delante de cámara es lo que permite al cine, evocar el mundo. Inquietarnos.