Alegoría del vivir. Los films familiares centrados en las relaciones entre seres humanos y animales constituyen todo un arcón específico dentro de la historia del séptimo arte. La enorme mayoría de los ejemplos abraza un ecologismo militante que en medio de una trama de “reconstrucción personal” va mechando distintas metáforas alrededor de la exaltación del carácter altruista y/ o piadoso del hombre a través de los comportamientos de la “mascota” de turno. El microcosmos de afecto por lo general es puesto en crisis por un entorno voluble que acusa al “héroe” humano de antropomorfizar a la bestia y descuidar a los suyos, sus semejantes, lo que termina derivando en una solución negociada con muerte -simbólica o real- incluida. El espectro narrativo, cuyo origen conceptual/ ideológico se remonta a la novela Black Beauty de Anna Sewell, fue variando con los años. A decir verdad, últimamente la balanza se ha ido volcando hacia la dicotomía de la “seriedad indie” y la comedia hollywoodense, con Wendy and Lucy (2008) y Marley y Yo (Marley & Me, 2008) como representantes insignia de la vertiente contemporánea. Si bien las susodichas alcanzaban con eficacia los objetivos propuestos, por nuestros días se extrañan epopeyas más ambiciosas y preciosistas como El Corcel Negro (The Black Stallion, 1979), quizás la obra maestra del subgénero y el opus más recordado de Carroll Ballard, un verdadero especialista en el tema en cuestión. Como la vida nos suele dar sorpresas, hoy descubrimos una pequeña anomalía que llega desde los Países Bajos: Aprendiendo a Volar (Kauwboy, 2012) es una película de inflexión profundamente retro que viene a ocupar el lugar vacante en lo referido al cine familiar. Dejando de lado cualquier eco de las bazofias reduccionistas que suele ofrecer Disney mediante sus múltiples canales de distribución, el director y guionista Boudewijn Koole opta por el retrato minimalista del amor de Jojo (Rick Lens), un niño de 10 años, para con un grajo -un ave que comparte linaje con el cuervo- al que bautiza “Jack”. Luego de encontrarlo en la hierba y frente a la imposibilidad de devolverlo al nido, lo adopta sin más. Por supuesto que la existencia del joven no es del todo fácil, con un padre inestable que arrastra una fuerte tendencia a ser agresivo, una madre cantante de country “de gira” por Estados Unidos y un contexto rural en el que las únicas alegrías pasan por las clases de waterpolo y la presencia de Yenthe (Susan Radder), el interés romántico de Jojo. El relato avanza con pulso aletargado y cae sutilmente en todos los clichés esperables, aún así edifica un verosímil tan simple como encantador que analiza las diversas “opciones” al momento de encarar una pérdida (depresión, rechazo, fantasía, aceptación parcial, etc.). Sin detalles crueles y desde la honestidad, el convite repasa los rasgos agridulces del vivir cotidiano…
Cría cuervos. Inevitablemente Aprendiendo a Volar (Kauwboy, 2012) nos retrotrae al segundo largometraje de Ken Loach, Kes (1969), por la similitud del guión y la construcción de los personajes aunque la temática social queda absolutamente al margen en el presente film holandés. Mientras que Kes es el comienzo de la construcción de un cine social existencialista que permita un descubrimiento de las clases populares en la Inglaterra laborista, marcada intelectualmente por los Estudios Culturales de la escuela de Birmingham, Kauwboy es una pequeña historia construida con mucho encanto basada en un gran elenco y una muy buena labor de dirección por parte de Boudewijn Koole. La película narra la adopción por parte de un niño, Jojo, de un cuervo recién nacido caído del nido. Jojo es un niño extrovertido que debe hacerse cargo de sí mismo ante la constante ausencia de su padre. Su negativa a aceptar la adopción del animal refuerza la ira contenida en el pequeño Jojo, que busca en todo momento evadirse de la realidad para no aceptar la desaparición de su joven y bella madre. En medio de la necesidad de sobrellevar la situación, Jojo descubre el amor de otra niña y de la inusual mascota, el pequeño cuervo Jack. El chiquillo y Jack crecen y aprender a volar juntos escondidos en el estudio de su madre, alejados del padre y sus duras reglas, para convertirse en el canal de escape de una realidad demasiado insoportable. Uno de los grandes aciertos de Kauwboy es la calidez de la música folk de Ricky Koole, la madre de Jojo, quien irradia de luz y de tristeza la vida del niño y de su tozudo y melancólico padre. A esto se le suman las excelentes actuaciones de los protagonistas y una fotografía que insinúa el mundo iracundo y colérico que se bate en el interior de los personajes. La tragedia es sutilmente sugerida para construir un ambiente cargado de tensión que espera por explotar en el espíritu del niño, y aprovecha cada instante para ofrecer una mirada trágica sobre la vida y las formas de enfrentarse a la misma. Aprendiendo a Volar es una balada folk sobre la maduración emocional y la necesidad de enfrentar la vida y la muerte en un camino que a cada momento debemos intentar descifrar. El mundo en tensión entre la mirada paterna adulta y la del niño haciendo sus primeros pasos y confrontando la muerte de sus seres cercanos es la imagen conceptual que Kauwboy expone en su crudeza y candidez para ofrecer una obra mesurada y hermosa sobre la dificultad de crecer y criar.
Las despedidas tienen olor a sala de espera. "Como los niños ya atraen automáticamente consigo la poesía, creo que se ha de evocar introducir elementos poéticos en una película infantil, para que la poesía nazca de sí misma, como algo más, como un resultado y no como un medio, ni incluso como un objetivo que alcanzar", afirma el director y crítico de cine François Truffaut en su texto Reflexiones sobre los niños y el cine, escrito el 6 de febrero de 1975. El cineasta francés entendió como pocos el universo lúdico de los niños ya que siempre expuso en la pantalla que la corta edad no es sinónimo de simpleza: "Nada es pequeño en lo que concierne a la infancia". Su sabiduría sensible le dio las herramientas necesarias para construir una de las mejores películas sobre niños: La Piel Dura (1976). Aprendiendo a Volar nace en la misma cuna y, al igual que La Piel Dura, el punto de vista se centra en el infante ya que el director holandés tiene la gran capacidad de convertirse en su cómplice. La cuarta película de Boudewijn Koole se preocupa por gritar a los cuatro vientos que los niños son mucho más valientes que los adultos. Y por más valientes me refiero a menos miedosos. Jojo (Rick Lens), uno de los niños más adorables de la historia del cine, pasa sus días jugando a ser niño en vez de jugar a ser grande ya que debe ocuparse de los quehaceres de la casa porque sus padres, de distinta manera, se encuentran ausentes. Jojo es fuerte porque no tiene quien lo proteja, pero su vigor crece como un dinosaurio de goma en un vaso de agua cuando encuentra abandonado un pichón de cuervo debajo de un árbol. La adopción es mutua porque ambos seres están necesitados de afecto y protección. ¿Qué piensas del puré de papas con Brocolí?, le pregunta el niño a Jack, el cuervo bebé, tratándolo con la misma complicidad que tiene el director con Jojo. La relación entre los dos funciona como un diario íntimo que devela aquellos detalles de la vida de Jojo que como espectadores desconocemos. El niño rubio que le pone montañas de azúcar a las tostadas crea una ficción dentro de la ficción para poder sobrevivir a la realidad. Aprendiendo a Volar es una película intensa sobre la complejidad del duelo, aquel proceso emocional eterno que conlleva una pérdida. A pesar de que Jojo es el encargado de enseñarle a volar a Jack, es el cuervo quien le enseña a desplegar las alas al niño porque la existencia de la mascota emplumada reside en ayudarlo a enfrentarse con esa verdad tan temida. Aprendiendo a Volar nos recuerda con extrema emotividad, combatiendo el peso moral y los lugares comunes, que, sin importar la edad, siempre seremos niños indefensos a la hora de intentar comprender que la vida es finita.
Aprendiendo a volar es la opera prima del holandés Boudewijn Koole, ganadora en el Festival de Berlín y con otras nominaciones en su haber, que nos sumerge en la vida de un niño que debe afrontar el duelo por la muerte de su madre. La temática de la ausencia o la pérdida de los padres parecería ser un tema recurrente de algunos de los mediometrajes y cortos del director, como sucede en Drawn Out Love (2007) o en Off Ground (2013). La película es bella y, aunque intentemos retener el llanto, logra que las lágrimas salten involuntariamente como resortes desde los ojos. Los momentos más emotivos son los que se detienen en el vínculo filial que establecen el niño con el animalito, un pájaro que termina siendo el mejor elemento narrativo de la película, pero no exageremos, que tampoco estamos hablando de la audacia narrativa del cuervo de Pajaritos y pajarracos. La psicología de los personajes de Koole es Freud de bolsillo. Esto carcome la verosimiltud de los personajes que sin duda responden a un cine que prioriza las relaciones causales claras y guarda recelo frente a la posible ambigüedad de las situaciones que expone. Todos los vínculos que se van presentando a lo largo de la película tienden a la simplificación, entonces se puede predecir muy fácilmente qué es lo que va a pasar y no hay lugar para la intriga, que no puede concretarse por los problemas de construcción de la trama. La forma en que se muestra por primera vez a la madre del protagonista —sólo en imágenes— y el tipo de interacción que se plantea entre ellos —unilateralmente telefónica, ya que sólo habla el niño— refuerza un tipo de ausencia más análoga a la de la muerte que a la de una gira musical. Algo así pasa con la escena de la muerte del pájaro: la abrupta resolución sólo sirve para que el padre se redima con el hijo y no vuelva a maltratarlo nunca más. El desenlace del vínculo que se recompone de un momento a otro hace que las escenas de violencia (la cachetada, la trompada, la indiferencia, la olla de fideos estrellada contra la pared) sean un golpe bajo efectista que linda con la indecencia. Los desencuadres y los primerísimos primeros planos son puro deleite visual, y aunque cumplen a la perfección con lo estéticamente bello, se olvidan de que pueden decirnos algo más. Aprendiendo a volar construye un discurso conservador (resuena el eco del there’s no place like home, quizás una de las frases más reaccionarias del cine) disfazado de, para seguir con las expresiones políticas, una visualidad progre.
Crecer de golpe Historia pequeña, doméstica, ambientada en un hogar con madre ausente, Aprendiendo a volar: Kauwboy presenta la difícil relación de un chico de unos 10 años, solitario, con su padre violento e irascible. Como suele ocurrir, la llegada de un extraño cataliza un cambio en su conducta, alterando el orden (o en este caso, el desorden) familiar. Un día, entre la naturaleza que rodea su casa en los suburbios, Jojo encuentra un pichón de cuervo que ha caído de su nido. El chico lo adopta como su mascota y, pese a la oposición del padre, lo alimenta y ayuda a crecer. Boudewijn Koole tenía experiencia previa con los más chicos, pues había realizado documentales sobre temas infantiles, y sabe trabajar con los pequeños. Con enorme solvencia, el niño Rick Lens muestra gran naturalidad en su composición de un preadolescente con rencores y miedos reprimidos, y sostiene este pequeño film que, aunque no pretende constituirse en una genialidad, tiene mucho para decir, aunque por momentos de manera bastante didáctica. Jack, el pájaro -metáfora polivalente en este film que obtuvo el premio a la mejor opera prima (entre otros) en el Festival de Berlín 2012, el galardón de UNICEF en el BAFICI 2012 y dos distinciones en los European Film Awards (incluido el de Descubrimiento del Año)- deviene una suerte de contraparte de Jojo, oficia como espejo de su propia condición herida, abandonada. Jack llega para acompañarlo en su soledad y darle la fuerza para enfrentar una realidad que él no quiere aceptar. Jojo atiende las tareas domésticas, trata sin éxito de agradar a ese padre elusivo y se desahoga hablando por teléfono con esa madre lejana. El director prefiere filmar con planos cortos, ágiles, que fragmentan tanto el cuadro como la realidad, dando gran importancia al fuera de campo. La excelente fotografía de Daniël Bouquet juega también con el ritmo y los tiempos, apelando a la cámara lenta, a la foto fija. La música folk con la voz de la madre, interpretada por la cantante Ricky Koole, agrega una nota más de melancolía a la historia. El film apela casi directamente a sus fuentes: si por su temática responde al clásico Kes, de Ken Loach, la puesta en escena deriva más de Rosetta, de los hermanos Dardenne, ambos dos íconos cinematográficos sobre niños solitarios.
Un cuervo de mascota Ganadora del Festival Bafici 2012 (Mención especial) y del Oso de Oro en Berlín (Mejor ópera prima), Aprendiendo a volar (Kauwboy, 2012) nos transporta al mundo de un niño de diez años y su amistad con una cría de cuervo. Jojo (Rick Lens), un chico de diez años que intenta escapar de su solitaria niñez debido a la poca atención que le presta su padre y a una madre ausente (de gira con su banda en Estados Unidos), entabla una amistad con una cría de cuervo, depositando en él su necesidad de crear una conexión con alguien. Luego de dar una rápida leída a la sinopsis, la mirada pre concebida de espectador antes de ver el film, podría inclinarse a que la película girará exclusivamente en torno a la relación in crescendo entre el niño y su cuervo, pero descubriremos para nuestra sorpresa, que la crianza del pájaro funciona como un escape de los problemas reales que Jojo vive en su casa, y de asuntos familiares con los que este prefiere no lidiar y guardar en su interior. Ronald, el padre de jojo (Loek Peters), se construye como un personaje esencial en el film, ya que, si bien se introduce como una ausencia en las primeras escenas (durante los primeros 15 minutos solo lo vemos desde su auto cada vez que se dirige o regresa del trabajo), y de a poco se irá materializando y convirtiendo en un personaje cada vez más enigmático e interesante. Sabemos que uno de los conflictos del film tendrá que ver con la aversión de su Ronald hacia los animales, tema que Jojo menciona desde el primer momento a través de la frase: “Mi padre dice que los animales y las plantas pertenecen al exterior”, pero de a poco se descubrirá el verdadero conflicto, mucho más enriquecedor que el simple ocultamiento del cuervo a su padre. La estética del film, a través de planos cerrados y del bellísimo recurso que utiliza el director (congelar las imágenes para hacerlas perdurar unos segundos más en el tiempo) y la calidez de la música folk de Ricky Koole que acompaña a nuestro personaje en distintos momentos claves de la historia, solo puede definirse como exquisita. Y si a esto le sumamos el punto de vista puesto en la inocente mirada de Jojo, y su creciente amistad con una amiga que busca reflejar el naif “primer amor”, nos dará como resultado a una película caracterizada por un relato fresco y sencillo, y que consigue con éxito evitar los golpes bajos que se destacan en algunos films hollywoodenses del estilo, como ocurre con Siempre a su lado (Hachiko 2009) o Marley y yo (Marley and Me, 2008).
La infancia a vuelo de pájaro Una lectura superficial de la sinopsis de Aprendiendo a volar –Kauwboy puede recordarle al espectador memorioso imágenes de otra película: Kes, el clásico del realismo social británico dirigido por un joven Ken Loach. Pero si bien ambos films se centran en la relación de ¿amistad? (¿puede llamársela de esa forma?) entre un chico con problemas en su hogar y un pájaro –un halcón en Kes, un cuervo bebé caído de su nido en Kauwboy–, las diferencias entre uno y otro son demasiadas para permitirse la idea del homenaje, mucho menos la del plagio. En principio, en la ópera prima del holandés Boudewijn Koole las cuestiones sociales quedan relegadas a un plano lejanísimo (al fin y al cabo, Holanda no es el Reino Unido) y las problemáticas relaciones del protagonista, Jojo, con su entorno familiar y escolar parecen reducirse a un solo conflicto irresuelto: la ausencia total y absoluta de su madre, una cantante de música country de la cual el film se esmera en ocultar información relevante. Hasta la hora de las revelaciones, claro está. Y las ausencias son, precisamente, centrales en la vida de Jojo: el padre está ausente en presencia, en parte por unas largas jornadas de trabajo, en mayor medida por la rígida visión del mundo exterior e interior de su hijo y un carácter por demás irascible. Y allí entra en escena el pájaro en cuestión, sustituto de deseos y reductor de angustias, según una mirada psicologista en la que la película, afortunadamente, no termina de caer hasta los tramos finales. Algo de eso deben de haber comprendido los guionistas (el propio Koole y Jolein Laarman), a tal punto que los días de Jojo incluyen a su cuervo mascota, pero también a una compañera algo mayor de las clases de natación, una jovencita despierta y experta mascadora de chicles. Es precisamente en esas escenas con la chica en cuestión, en esos paseos vespertinos donde la nada puede transformarse en todo, donde el realizar busca y encuentra los momentos más entrañables (nunca sentimentales y mucho menos ñoños) del film, donde la fragilidad de la infancia se hace más evidente para el espectador adulto, precisamente por su cualidad efímera. La observación de lo cotidiano es lo mejor que tiene para ofrecer Aprendiendo a volar (dicho sea de paso, un espantosamente alegórico título local): los escasos lapsos de ternura entre padre e hijo, la incomprensión del adulto hacia el mundo infantil –tal vez el olvido más terrible de quién alguna vez se fue—, la aventura del tránsito de la infancia a la pubertad, que se anticipa en las miradas y respiraciones. La cámara, que por momentos parece imitar a la de los hermanos Dardenne, encuentra belleza en la superficie de las cosas, en los cabellos del protagonista, en las plumas del pájaro, en un rayo de sol a través de las hojas de un árbol. Pero los conceptos de pérdida y duelo se hacen carne en el último tercio del relato y allí esperan agazapados dos lugares comunes: el golpe debajo de la cintura y el cierre cómodo y tranquilizador, con papel de regalo y moño a tono para padres atormentados. ¿Los chicos? Bien, gracias.
Un remedio para la soledad El kauwboy del título original no monta a caballo ni vive aventuras en el Far West. Es el nombre que en holandés lleva la grajilla, el ave de la familia del cuervo que el chico protagonista de esta historia adopta como mascota, porque el azar la ha puesto en sus manos y seguramente, sobre todo, porque hay entre los dos, el chico al que Rick Lens da vida con prodigiosa naturalidad, y el ave, de no menos llamativas "dotes actorales", cierta desdichada conexión. Jojo, el inquieto y solitario protagonista de unos 10 años pasa la mayor parte del día solo. Sus padres están ausentes: él, en el trabajo al servicio de alguna fuerza de seguridad; la madre, como cantante de música country en una gira tan interminable por los Estados Unidos como para que a ningún espectador adulto le llame la atención que nunca se oiga su voz cuando Jojo recibe sus frecuentes llamadas telefónicas. El mismo espectador tampoco se preguntará el porqué del inexplicable y continuo mal carácter de ese papá todavía joven. Kauwboy es, claro, una historia contada desde la perspectiva del chico, y lo que se percibe casi desde el mismo comienzo es que ni el padre ni el hijo, cada uno a su modo, se han resignado a aceptar el golpe que les dio la vida. Para que eso suceda les será necesario pasar otra vez por la misma dolorosa experiencia. Es una historia pequeña, modesta, sin excesivas pretensiones, pero muestra la sensibilidad del holandés Boudewijn Koole para acercarse al mundo de los niños y para interpretarlo sin dejarse llevar por la sensiblería ni apelar al azúcar, aunque el tema central -las "vidas paralelas" de un chico y la curiosa mascota a la que da refugio y de la que recibe compañía- invitaba a la sobredosis sentimental. A Jojo y Jack (tal el nombre con que bautiza a su grajilla) los une el azar. El ave cae del nido, pero en vano el chico la devuelve a su hogar: la cría es otra vez expulsada. No tiene otro remedio que llevarla a casa, aunque ya sabe que su padre opina que las mascotas no pertenecen a las casas, sino al exterior. A Jojo las cosas no le resultan fáciles. No sólo carece de la contención que su padre, hosco y de modales bruscos, no puede brindarle. Además debe mantener a su protegida a escondidas de la mirada paterna. Pero algo mejora con la llegada de una nueva compañera, algo mayor que él, al equipo de waterpolo del que forma parte. Es una presencia que le despierta cierto novedoso interés. Suficiente para aligerar un poco el peso de su soledad. Por lo menos hasta que la crisis se manifieste, la verdad deba asumirse y el desencuentro entre padre e hijo termine disolviéndose, A los méritos del film, cuyo director obtuvo distinciones en Berlín, Bombay y Troia, entre otros festivales, deben añadirse la excelente fotografía de Daniel Bouquet, la música de Helge Slikker y el notable desempeño del reducido elenco.
Mi amigo cuervo Jojo (Rick Lens) es un niño bastante solitario, si bien tiene amigos y un muy buen desempeño en el equipo de water polo, siempre juega solo, como si hubiese inventado su propio mundo; camina, canta, habla solo. Un día encuentra un pequeño cuervo al que han echado del nido, y desde ese momento se dedica a cuidarlo, su vida gira en torno a él. El cuervo pasa a ser su mejor amigo, con quien comparte todo, al que cuida y protege. Jojo se convierte en una figura paternal y de protección, tal vez la que a él le falta, ante la ausencia de su madre, y un padre que pasa muchas horas fuera de casa, y que cuando regresa, por más que lo ame, no sabe que hacer con él. A su padre no le gustan los animales, y tarda en comprender la relación entre el niño y el ave, pero es a través de esa relación que ambos logran reconstruir su situación, comprenderse, entender porque Jojo necesita cuidar de alguien, y porque el padre tiene miedo de que se encariñe con el animal. Así de a poco comienzan a largar su enojo, a perdonar y a comprender donde están parados ahora, que son solo dos. Rick Lens es un niño con una gran sensibilidad y dulzura y su interpretación sorprende, siendo un niño tan pequeño es quien sostiene todo el film. La historia es sencilla, de esas que suceden dentro de una familia, pero que aún asi tienen mucho para contar, aunque por momentos puede resultar un poco lenta. La música folk, interpretada por la ausente madre del niño, acompaña las hermosas imágenes de Jojo y su pequeño amigo, en su recorrido juntos, hasta que llega el momento en que cada uno vuele por su cuenta.
Crónica de un niño (no tan) solo Al holandés Boudewijn Koole le importó un pepino el consejo de Alfred Hitchcock (“Nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton”) y en su primer largometraje de ficción, que se estrena comercialmente dos años después de haber pasado por el BAFICI, cuenta una historia protagonizada por un chico de unos diez años y un pájaro (por suerte para él, Laughton ya no está disponible). Una decisión que, además de las dificultades técnicas que implica, es todo un riesgo narrativo, porque conlleva el peligro de hacer una película edulcorada y/o lacrimógena. Sobre todo si se tiene en cuenta que Jojo, el chico en cuestión, padece a una madre ausente y un padre deprimido y furioso por esa ausencia, y encuentra en el ave a la compañera perfecta para mitigar tanta soledad. Pero según contó en entrevistas, el amor de Koole por el cine empezó por el documental y es, además, un admirador de Ken Loach y de los hermanos Dardenne. Consecuente, aplica el arte del británico y los belgas para filmar ficción con un registro documental. Y entonces Aprendiendo a volar (una cursilería que nada tiene que ver con Kauwboy, el título original; kauw es grajilla en holandés) no tiene golpes bajos ni emociones subrayadas. Las acciones del nene y la grajilla (un pájaro de la familia del cuervo, que puede ser domesticado) hablan por sí solas. La maestría de Koole se nota también en la dirección de actores. Y en este punto hay que destacar la actuación de Rick Lens, un chico que, como el director, también participaba de un largo de ficción por primera vez. Después de un exhaustivo casting que duró seis meses, fue elegido entre 300 nenes, y se nota por qué: es sencillamente extraordinario. Aunque está en todas las escenas, nunca sobreactúa ni queda fuera de registro, y combina con una naturalidad asombrosa salvajismo, inocencia y ternura. Su coequiper, la grajilla, lo acompaña a la par: ver para creer lo expresivo y compañero que puede resultar un pájaro.
Un cuento para chicos cargado de realidad Por voto del público infantil, esta película resultó ganadora del anterior Baficito. Algo similar ocurrió antes en Berlín (Premio de la Juventud) y luego en toda Europa (Premio del Jurado Joven de la European Film Academy). Los adultos no la hubieran votado para sus hijos. Es angustiosa, triste, aunque termine bien. Pero a veces los chicos quieren, necesitan sentir angustia y tristeza. Intuyen lo que ya decía José Hernández, "porque nada enseña tanto como el sufrir y el llorar". El personaje, un flaquito de aproximadamente diez años, vive gran parte del día solo, en una casa sencilla rodeada de verde, cerca de alguna autopista. Su padre trabaja afuera y le gruñe cuando está adentro, su madre directamente no está. El fantasea largas charlas telefónicas con ella, le dice que lo pasan muy bien y que la extrañan, todo eso. En la escuela es buen deportista, pero tiene arranques de violencia que los demás deben aplacar. Un día encuentra un pichón de cuervo caído en el suelo. Deduce que la madre cuerva lo rechaza, y lo cría a escondidas. Su papá no quiere mascotas, no quiere encariñarse más con nadie. Así avanza la historia, a través de pequeños episodios, hasta desembocar en un final que, por suerte, alivia los corazones. Por suerte, y porque el padre puede ser un ogro pero también es un ser humano, como la mayoría de los hombres a cargo de un niño problemático. Esto no es una fábula, es un cuento cargado de realidad, y de soledad, donde el chico debe hacerse fuerte por sí mismo, así como el pequeño cuervo debe aprender a volar por sí mismo (y a veces, lamentablemente, es medio pavote igual que el chico). Así es como se aprende. Boudewijn Koole, se llama el autor, un documentalista holandés que de este modo debuta, con pie derecho, en el cine de ficción. Lo ayuda Jolein Laarman, guionista y productora de mayor experiencia. Su personaje, muy bien interpretado por el niño Rick Lens, tampoco está solo. En el cuadro de honor de películas con niños como éste, lo anteceden el escolar temeroso de su hosco padre en "Pelo de zanahoria" (Julien Duvivier, 1932), y el vaguito maltratado por su hermano en "Kes" (Ken Loach, 1969). Ese vaguito criaba un halcón, y los dos terminan mal. El pelirrojo termina bien, no así su protagonista, Robert Lynen, que en 1944, miembro activo de la Resistencia, fue fusilado por la Gestapo. La Cinemateca de la Ville de Paris lleva su nombre.
Cría cuervos Jojo habita la zona rural de los Países Bajos. No es un chico como cualquier otro; eso lo muestra el director Boudewijn Koole desde las primeras imágenes, cuando el chico atraviesa corriendo un atajo para llegar al puente antes que la camioneta de su padre, camino al trabajo. Su madre es una cantante country de gira por los Estados Unidos y Jojo aprovecha para hablar con ella por teléfono cuando el padre está ausente. Pero lo fundamental, para él, surge tras su amistad con Yenthe, una chica algo mayor a quien conoce del equipo de waterpolo y, quizás, especialmente, cuando salva a una cría de grajo que cayó de su nido. Jojo transita ese camino intermedio, entre la adopción de una atípica mascota que irrita a su padre y un vínculo que pronto lo llevará a la pubertad. Y eso no es todo, porque la tensa relación entre Jojo y su padre tiene un trasfondo dramático, que explica la conducta del chico, pero tiñe al film de un misterio quizás innecesario, como lo es también la morosidad de sus protagonistas.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Las alas del duelo Las ausencias no simbólicas sino aquellas que el protagonista sufre a diario, leáse carencia de madre, padre ausente y alcohólico, sumado un entorno demasiado hostil, condicionan el vuelo de esta infancia en la que el único sustituto de libertad y posibilidad de darle rienda suelta al deseo llega desde la particular relación que establece Jojo con un cuervo pichón que no ha podido quedarse en su nido. La psicología barata rezaría a los cuatro vientos síndrome del nido vacío, que se reproduce en la existencia de este muchachito pero con los roles invertidos dado que sus padres, por distintas circunstancias, son los abandónicos y no el niño que debe transitar por los duelos habituales del crecimiento en los primeros estertores de la infancia; en la forzada metamorfosis hacia la adultez temprana que implica hacerse cargo de uno mismo y cuidar a quien debe cuidarlo. A pesar que el film pretende mantener oculta cierta información sobre la madre de Jojo, las llamativas charlas telefónicas a escondidas del padre para describirle una realidad idílica son el indicio de que algo extraño ocurre en la conducta del niño adulto. Los episodios de violencia doméstica que debe soportar, cuando no la ausencia temporaria del padre que trabaja como seguridad fuera de casa, completan el patético cuadro. Pero a esa cruda realidad se le superpone el pequeño idilio de Jojo y su cuervo. Ambos coexisten en un mundo atravesado de peligros y amenazas externas, aunque cuando ese espacio es conquistado por ellos nada puede lastimarlos. Aprendiendo a volar, entre otras cosas, es un film de aprendizajes, con la particularidad de que los únicos protagonistas son el niño y el pájaro en el camino de la vida. Y si de vida se trata, también aparece la contracara de la muerte y con ella la ausencia y el duelo. Y del duelo, la capacidad de duelar diferentes cosas y entonces extender las alas para que el deseo renazca en el próximo vuelo hacia la libertad.
Una película singular, armada desde el punto de vista de un pre adolescente con problemas, una madre ausente, un padre violento y una amiga que ayuda, igual que un cuervo. Grandes actores, en especial el protagonista, emotividad, suspenso y calidad
Esta pequeña y multipremiada película holandesa es una delicada historia de crecimiento (“coming-of-age movie”, como le dicen) acerca de un niño de diez años que vive solo con su depresivo y por momentos violento padre en una casa bastante abandonada en medio de la nada. Esa mezcla de tristeza y libertad absoluta que vive Jojo, el niño, le permite por momentos no ser del todo consciente de lo que sucede alrededor suyo. O al menos eso parece. Su padre nunca está (trabaja todo el día) y lo deja solo, su madre es una cantante de música country que está hace mucho tiempo de gira por Estados Unidos (Jojo habla por teléfono con ella de vez en cuando, aunque jamás escuchamos su voz del otro lado de la línea) y el niño empieza a encariñarse con un pichón de cuervo que encuentra cerca de su casa y lo lleva a vivir adentro. Obviamente que esta situación se volverá complicada ya que el padre no quiere saber nada con tener al bicho ahí y a Jojo no le queda otra que esconderlo como pueda. Pero la situación se va volviendo más y más tensa, especialmente por los humores pésimos del padre quien, cada vez que aparece, se convierte en un motivo de tensión para el niño, al que le queda solo el pequeño pájaro y una amiga con la que juega al waterpolo en el colegio como toda compañía. kauwboy1A lo largo del filme, cuyo módico lirismo se debilita por momentos por la insistencia del director de musicalizar muchas escenas con las canciones country de la madre, además de un reiterado uso del plano “cámara atravesando altos pastizales” patentado por Terrence Malick como metáfora de conexión con la naturaleza, iremos conociendo un poco más lo que hay detrás de esa mínimo núcleo familiar más desecho que disfuncional. Y es ahí donde la película cobrará una emoción inesperada y hasta un exceso de gravedad lejano a la forma hasta entonces medida de tratar algo que en manos más torpes podría directamente ser una película sobre la violencia familiar. Es que si bien cada vez que el chico está solo en su pequeño paraíso de juegos con el pichón, de paseos en bicicleta y de incipiente sensación de que “hay onda” con su amiga, cada vez que el padre retorna el panorama cambia. Pero Koole tiene la inteligencia de mostrar al padre más como un hombre golpeado emocionalmente e incapaz de hacer frente a una situación difícil (como criar a un hijo solo, entre otras cosas) que como un simple villano agresivo del que escaparse. Con mínimo presupuesto, tres personajes y un pichoncito que no sabe todavía volar, Koole armó en APRENDIENDO A VOLAR (título olvidable, pero previsible y hasta lógico) una naturalista, humana y discretamente emotiva película sobre el fin de la infancia y el principio de todo lo demás.
MASCOTA INSPIRADORA Fábula holandesa, estirada y muy calculadora. La historia daba para un cortometraje. Es la crónica estirada de un nene, con madre ausente y padre enojado, que a falta de mejores compañía elige un pichoncito de cuervo como mascota. El nene hace como que habla con su mami, tiene una amiga, juega al waterpolo y anda con el cuervo de un lado a otro. La alegoría es demasiado explícita Y al final la película, que hasta allí era simplemente decorativa, apela al golpe bajo. La moraleja es simple: el pájaro le enseñará al nene a buscar otros cielos.
Un chico frente a la ausencia de su madre Jojo (deslumbrante Rick Lens), diez años, es un chico solitario y arisco. Vive solo con su padre (Loek Peters), quien es guardia nocturno y no está muy presente, y cuando lo está, es presa de repentinos estallidos de violencia. Su madre cantante está de gira en los Estados Unidos y no se sabe bien cuándo volverá, y, de hecho, rápidamente se sospecha que nunca volverá. Un día, encuentra a un bebé granilla caído del nido. A escondidas, porque para su padre los animales no tienen su lugar en una casa, empieza a criarlo. El pequeño animal se volverá su principal compañero de juego, llenando el vacío lleno de dolor dejado por la ausencia de su madre. En realidad, el ave será mucho más que eso. Permitirá a Jojo aceptar la ausencia de su madre, al padre superar su enojo y a los dos reparar el vínculo que los une y reconstruirse como familia. Aprendiendo a volar cuenta cómo un chico afronta la dureza de la vida y la fragilidad de los adultos. Lo hace con una gran ternura, gracias a la mirada comprensiva de un adulto que todavía tiene la mirada de un niño, el director holandés Boudewijn Koole. En relación a eso, es emblemática esa escena donde Jojo, enojado con su padre, le apunta con sus pequeños soldados de plástico desde el borde de su ventana. Abrazando los movimientos cotidianos de ese chico desbordando de vida que busca domesticar su dolor, entre partidos de waterpolo y salidas en el campo con su ave revoloteando, la cámara a veces se hace vivaz, a veces se congela en preciosos instantáneos fotográficos. Los tonos azul verde de las imágenes y la música folk de Ricky Koole que las acompaña operan como bálsamos tranquilizadores y, en algunos momentos, el relato casi se torna en una elegía. Es todo un logro por parte de Boudewijn Koole transmitir con gran sensibilidad, gracias a una puesta en escena delicada y la actuación impresionante de su joven intérprete, cómo un niño pasa por el duelo de un ser muy querido.
Con varios premios en su haber, incluido el premio al mejor director debutante en el pasado Festival de Berlín, Aprendiendo a volar marca el debut en la ficción del director holandés Boudewijn Koole (afamado cortometrajista y documentalista de la televisión holandesa) y trae a la cartelera porteña un interesante y agradable film que nos sumerge en la vida de un niño, marcado por la ausencia materna, que establece una insólita amistad con un cuervo pichón. Jojo es un niño de 10 años que vive en las afueras de la ciudad, con una madre ausente y un padre inestable emocionalmente que lo deja muchas horas en soledad. Pero Jojo encontrará una vía de escape en su nueva compañía, una cría de cuervo que encuentra en el campo y al que adopta con la complicidad de Yenthe (Susan Radder), una compañera de waterpolo. De corte intimista y en cierto tono de fábula la película nos acerca a la relación de este niño y su pichón, que guarda cierto simbolismo con la historia de su madre, con un punto de equilibrio entre lo entrañable y lo cruel. Con sutileza y buen gusto el relato se centra en el día a día de esa relación signada por el entorno de vacío emocional familiar y el duelo por la muerte de su madre que el niño debe afrontar. A pesar del final un poco forzado, con la radical y veloz transformación del vinculo entre padre e hijo que resulta precipitada y poco verosímil, no alcanza a empañar los buenos atributos del film. Un personaje central simpático, interpretaciones muy naturales, la cuidada fotografía y una dirección más centrada en lo emotivo (la fuerza de la película está en lo que no dice) hacen de Aprendiendo a volar una sencilla y agradable película.
Esquivar el charco Es imposible no ver la recientemente estrenada “Aprendiendo a volar” sin pensar en “Kes” (1969) de Ken Loach. En ésta, como en aquella, un niño reemplaza sus carencias afectivas en la figura de un pájaro, a quien cría de pequeño y lleva todas sus atenciones, hasta que por la responsabilidad (directa en uno, indirecta en otra) de un adulto, termina con la vida del animalito, único refugio del niño. Sin embargo y a pesar de la similitud de las historias, ambas expresan posicionamientos diferentes en torno a la realidad. En la película del británico lo que está en primer plano es la dificultad de la niñez en un medio obrero, en un sistema que discursivamente aboga por la familia pero que cotidianamente le impide a gran parte de la población disponer del tiempo libre mínimo para mantenerla y conformarla. En la de Boudewijn Koole las carencias del niño, si bien tienen su trasfondo social, están dadas por la muerte repentina de su madre, una artista de música country que conformaba dúo con su esposo, quien no logró reponerse de la pérdida, y pasa su tiempo como trabajador de seguridad, bebiendo alcohol y maltratando a su hijo. En “Kes” lo que lleva al hermano mayor del niño a maltratarlo es la alienación laboral, un sistema social opresivo que transforma a los hombres en máquinas. En “Aprendiendo a volar” lo que lleva al padre a maltratarlo es la incapacidad de asumir una pérdida. Da incluso la sensación que ser guardia de seguridad, no es el rebusque que el sistema le permitió, sino más bien un nuevo escalón del autoflagelo a la que se somete el padre del protagonista. Si en “Kes” no hay lugar para la moraleja y la muerte del objeto del deseo es consecuencia de una situación social, en la película holandesa la muerte del pájaro es el aprendizaje que, según se evidencia en el final feliz, los personajes deben transitar para superar la ausencia de la mujer y poder llevar adelante una nueva vida. “Aprendiendo a volar” cuenta con una joya que hace que ver la película se transforme por momentos en toda una experiencia: se trata de Rick Lens, el niño que interpreta a Jojo (el protagonista). Elegido de entre más de 300 chicos, su interpretación es cautivante. En una entrevista, el director cuenta que en el casting le preguntaba a los niños que harían si se cruzan con un charco ¿Rodearlo o cruzarlo? La mayoría de los niños elegían esquivarlo, Rick respondió muy seguro. “Yo lo cruzaría”. Es quizás este riesgo del que a veces adolece el film. Una historia poco novedosa y un posicionamiento poco interesante que parece apoyarse en muchos lugares comunes: padre que bebe, chicos que escupen a los autos a través del puente, música que sostiene los momentos emotivos y una puesta de cámara que si bien es correcta y bella, no parece tomar ningún riesgo. Como si la película no eligiese cruzar el charco junto a su actor y embarrarse profundamente en su drama, y eligiese esquivarlo contemplándolo y describiéndolo con belleza pero saliendo airoso y limpito de la experiencia.
A ten-year-old boy learns to take flight Jojo (Rick Lens) is a sparkling, vivacious 10-year-old boy with a far from easy home life: his father (Loek Peters) is sometimes kind of violent and very moody, and his mother is downright absent, which hurts him very much. It hurts the father too, but he won’t let his feelings surface. One day, Jojo finds a baby jackdaw that fell from his nest. His father won’t let him keep it, he says animals belong out in the open and he doesn’t want Jojo to get attached to it (and here’s a clue regarding the strained family situation). Nonetheless, the kid keeps the jackdaw in strict secrecy, feeds him daily, watches him grow, and also teaches him how to fly. Most important: the bird becomes his closest friend, and in time it may help to bring down the wall that separates father and son. Kauwboy is shot in a naturalistic fashion, but not so much because of its aesthetics (the atmospheric, alluring cinematography is not that realistic but subtly stylized), but rather because of how it captures the everyday moments in Jojo’s life with no sense of spectacle at all. The narrative is well paced, detailed, and meticulous as to give viewers not only an overall view of the scenario, but also of its fragments. So, in this way you get to accompany and empathize with Jojo along his road toward a more satisfying life, and in the meantime you share some special moments. From a formal point of view, the camera, often hand-held, may be the greatest asset along with the photography. It’s not that easy to be so close to a kid and have him perform as naturally as he does here. As for the father, it’s good to see that he’s been depicted as neither a bad guy nor a good one. Basically, he’s a man in pain for the absence of his wife and at odds when trying to relate to his son. However, both Jojo and the father could have been more developed characters, with some shades that would add depth and complexity. For the most part, they move forward the story, but even with its new incidents they don’t acquire new layers. Neither does the film. Some scenes are clichéd and too cute. And while the editing is fine, a stronger dramatic drive would have turned Kauwboy into a gripping film. All in all, it’s enjoyable, affable and it has a somewhat surprising ending that metaphorically says that in order to start over, you first have to bury the past once and for all, and only then get ready for a brighter today. PRODUCTION NOTES Kauwboy (Netherlands, 2012). Directed by Boudewijn Koole. Written by: Jolein Laarman, Boudewijn Koole. With: Rick Lens, Loek Peters, Susan Radder, Cahit Ölmez, Ricky Koole. Music by: Helge Slikker. Cinematography by: Daniël Bouquet. Produced by: Waterland Film & TV / NTR. Running time: 74 minutes.
Un día un cuervo, te abrirá el corazón Kauwboy es el nombre en holandés del ave que adopta Jojo, un niño preadolescente. El ave indefensa se ha caído del nido, pero lejos de ser meramente una mascota, es esta ave quien guía cual corcel negro al niño en el duro trance que está pasando. Jojo aprende como cuidarla a través de un libro especializado, el cual cuenta cuales son las características principales de su comportamiento, alimentación y supervivencia. En un ambiente donde los mayores están entrecortados, muchas veces sus rostros aparecen y desaparecen, las emociones se descontrolan y el desamor parece reinar el ambiente, Jojo construye su universo, su realidad por medio de esta relación, aprende a formar nuevas relaciones e inconscientemente a trascender el dolor, los obstáculos y aceptar lo vivido. Si bien Boudewijn Koole nos cuenta una historia sutil, modesta, donde dos seres que pasan por circunstancias parecidas pueden acompañarse, y así superar lo que les toca, esta historia entre un niño y un animal, supera la media. Cargada de recursos cinematográficos utilizados de manera sencilla y poética, con una excelente fotografía a cargo de Daniel Bouquet, el film no hace abuso sino que por medio de las correctas actuaciones va construye el relato de manera subjetiva, donde los espacios, las miradas, los encuadres, la banda de sonido a cargo de la música de Helge Slikker, los fuera de campo, los silencios aportan fluidez. Nos permite así empatizar con el protagonista, entender su mundo interno y aprender, como él, a salir adelante. El film obtuvo la mención especial de BAFICI 2012 y Mejor opera prima del Oso de Oro en Berlín, entre otras distinciones. Por Florencia Pesce