Un cine distinto, que el realizador Cesar González muestra en este caso, ya desde el titulo y el nombre de la protagonista, como de raigambre trágica, de destino sellado por una fatalidad que el resto de la sociedad prefiere no ver. La cámara utilizada como herramienta testimonial y poética: por los angostos pasillos de la villa, un territorio conocido por el realizador que el no necesita disfrazar. La droga institucionalizada, la incomprensión del estado, que debe ser contenedor, como gendarme rígido y amonestador. Pero también la solidaridad que brota a pesar de todo en los lugares y con las personas menos me pensadas. Seres deslizándose a la tragedia inevitablemente. Mujeres engullidas entre la violencia, la indefensión y el olvido. Un cine testimonial pero de búsqueda distinta y poética. De rostros donde leemos y observamos, que nos miran y nos enseñan. Historias límites que muchas veces crecen en medio de la indiferencia que buscan y pocas veces logran la inclusión.
César González (¿Qué puede un cuerpo?, Diagnóstico esperanza, Exomologesis) es un cineasta atípico dentro de la maraña que agrupa al cine argentino. Su filmografía es urgente, de una inmediatez que no puede esperar los tiempos del cine. Sus historias interpelan la realidad social de aquellos que se mueven dentro de un mundo que gran parte de los cineastas solo conoce por la televisión, a través de una mirada, en algunos casos sesgada, en otros políticamente correcta. Aunque la mayoría de las veces estigmatizada por el desconocimiento y el morbo. La mirada que tienen las películas de César González es contraria a la visión distante que el cine tiene de cierto sector social. La miserabilidad es un tema que les fascina a los jóvenes directores y programadores de festivales europeos. Miseria en la que les encanta regodearse. Pero González le escapa a ese regodeo, a esa miseria. Sus películas son (sobre) marginales pero tiene en claro que mostrar, donde poner la cámara y en que momento cortar. En Atenas (2017), su cuarta película, mantiene la misma línea de sus antecesoras. Vuelve a meterse con el tema de la marginalidad, pero no abordándola como algo vacío sino desde aquellas situaciones que la originan. Acá la protagonista es una mujer, una chica de veinte años que acaba de salir de la cárcel en libertad condicional. Sin familia, amigos, ni nadie en este mundo que la espere deambulará por las calles del conurbano bonaerense hasta que otra mujer, en condiciones parecidas a las de ella, le tienda una mano. La obra de González está circundada por el riesgo. No sólo en los temas que elige, también en las formas. En Atenas hay una especial preocupación por la cuestión de género y la violencia sobre la mujer. Violencia en todo sentido. Desde la estatal hasta la machista, porque violencia no solo es un golpe. La violencia se manifiesta de mil maneras diferentes y esa es la clave de Atenas. La violencia sobre las mujeres está implícita en toda la película. No hay necesidad de explicitarla, de mostrar todo, de decirlo. Muchas veces ni siquiera hay necesidad de que esté presente para que González logre capturarla. La estética de Atenas no es prolija, más bien sus imágenes destilan crudeza. No hay una imagen estilizada sino todo lo contrario. Esto la hace más real, más cercana a los personajes que retrata y al mundo en el que habitan. Hay una cercanía al cine de José Celestino Campusano en cuanto a modos y formas, aunque llamativamente Gonzáleztodavía no tenga ese reconocimiento festivalero y de crítica que supo conquistar el realizador de Vil Romance y Fantasmas de la ruta. Si hay algo que se destaca en la puesta en escena de Atenas es la sensibilidad de un director que entiende a sus personajes y la honestidad para retratar sus virtudes y miserias dentro de una sociedad en donde todos somos héroes y villanos.
César González intenta reflejar en sus películas un universo que conoce y del cual toma lo mejor y lo peor. Emparentado con Campusano, sus películas hablan de seres deseantes de mejores situaciones, aunque siempre los obstáculos impiden su mejoría. Aquí sucede lo mismo, con temas de agenda, como la trata de mujeres, pero que en la hiperbolización de los “villanos” y de situaciones sus intenciones se pierden.
César González es una bienvenida anomalía dentro del cine argentino. Nacido y criado en una villa, su filmografía aborda cuestiones relacionadas con el día a día de los sectores más carenciados y olvidados de la sociedad. Problemáticas poco visibilizadas como la marginalidad, la discriminación y el mundo post-carcelario. González filma un mundo –su mundo– con urgencia y honestidad intelectual, metiéndose en la cultura villera sin un ápice de miserabilismo ni condescendencia. Con indudables eco de la primera parte de la filmografía de José Celestino Campusano –incluyendo la disparidad de las interpretaciones de actores no profesionales y cierta dispersión narrativa-, Atenas es una nueva incursión en un realismo sucio, vaciado de estilizaciones. La protagonista es una chica de 20 años que acaba de salir de la cárcel en libertad condicional. Sin familia ni amigos ni nadie que la contenga, arranca un largo peregrinar que culmina cuando otra mujer con una historia de vida similar le ofrece techo y comida. A través del personaje principal, González muestra con brutalidad la trata de personas, el consumo de drogas y la lucha diaria por ganarse el mango de un sector importante y estigmatizado de la sociedad. Lo hace sin un ápice de morbo ni moralina, mostrando la villa como un organismo vivo y efervescente. Cine-despertador en estado puro.
En un contexto en el que las ficciones en torno al universo de las clases populares son producidas con la estética, la lógica y la ideología de las dominantes, las películas de César González se erigen como necesaria alternativa. En este caso, este artista de apenas 29 años nacido en la villa Carlos Gardel del partido de Morón, que también ha asumido la identidad de Camilo Blajaquis cuando escribió poesía, arma una historia con varias capas que se desarrolla en ambientes que conoce de cerca. El centro de gravedad es el derrotero zigzagueante de una joven que sale en libertad después de cumplir una condena en el penal de Ezeiza y tiene que buscarse la vida como puede, sin demasiada colaboración ni oportunidades al alcance de la mano. Pero González abre la narración como un delta cuyos brazos terminan confluyendo en un mismo lugar: los sinsabores de la realidad periférica. También altera adrede el raccord y el eje de acción, estableciendo de ese modo su propio modelo narrativo. Al margen de la alusión a la mitología griega en el nombre de la protagonista (Perséfone, hija de Zeus, y Deméter, reina del Inframundo), aparecen en los agradecimientos de este singular largometraje Roberto Rossellini, Robert Bresson, Kenji Mizoguchi, Serguei Einsenstein, Fernando Birri y Raymundo Gleyzer. Una tradición híbrida, inventada por un cineasta al que le sobra personalidad.
Los rostros de la desigualdad La tragedia de la pobreza o la pobreza de la tragedia, parece un juego de palabras antojadizo pero en el caso de Atenas, opus de César González, encaja. Y si se trata de tragedia demás está decir que la historia de Perséfone (Débora González) no tiene su happy ending. La traspolación al conurbano profundo genera el escenario ideal para desarrollar esta trágica desventura que vive la protagonista una vez salida de la cárcel de Ezeiza, tras cumplir su condena de 4 años y 6 meses por robo a mano armada. El choque de mundos, el de adentro y fuera de los barrotes, trae como corolario el apunte de la actualidad más radical por ejemplo cuando se entera que para viajar en colectivo necesita la Sube y que no alcanza con tener monedas. También, rápidamente se cuela por ese resquicio del cine de denuncia social la irrecuperable socialización e inserción, el ahogo que genera la falta de segundas oportunidades cuando todo el panorama es oscuro; todo lo que rodea a la protagonista está teñido de amenaza, y mucha incertidumbre cuando decide sentar cabeza y no “bardearla” de nuevo. En Atenas desfilan los rostros de la desigualdad, los villanos viven bien y hasta gastan dinero, participan de negocios de trata por ejemplo, aprovechando la vulnerabilidad de víctimas de la desesperación como Perséfone y millones que arrastran esa nefasta herencia de nacer pobres. El discurso es enfático desde los diálogos que por momentos reconocen algunas influencias de cineastas como José Celestino Campusano, aunque César González va por otro andarivel con el cine como pretexto del discurso político y la cámara como martillo para romper una institucionalización de la mirada sobre este tipo de tópicos urgentes que se quedan cortos en el planteo profundo. Tragedia de la vida moderna si las hay, eso es Atenas (muy lejos de la mítica ciudad griega), con alguna intensidad y ritmo sostenido en la trama que hace de la villa y su realidad un espacio cinematográfico poco explotado pero que a la hora de buscarle algún efecto en el cambio de percepción de la mirada, la reflexión sobre un estado acuciante de crisis, no hace más que afianzar estereotipos tanto de un lado como del otro.
Cuando el cine filma la realidad Atenas es la nueva película del director y escritor César González (Diagnóstico Esperanza, 2013), (¿Qué puede un cuerpo?, 2014), quien tiene una atracción por llevar a la pantalla grande el mundo que hay detrás de las villas. En esta nueva entrega, como no podía ser de otra manera, la historia está contada desde la mirada de una persona que lo único que quiere es reinsertarse en la sociedad, a pesar de no haber hecho las cosas bien. Después de haber salido de la cárcel, tras estar cuatro año y seis meses, lo único que desea es obtener otra oportunidad para no repetir su pasado. Ahora, la pregunta es: ¿Podrá lograrlo o la sociedad la condenará para siempre? Pese haber cumplido su condena. Pérsefone (Débora González) es una joven de apenas 20 años, que sale de estar presa, tras haber cometido un delito por robo a mano armada, en un local de Flores. Al salir en libertad de la penitenciaria de Ezeiza, con una bolsa en la mano que contiene alguna de sus pertenencias, camina sin rumbo alguno sin saber qué hacer, ni a dónde ir. Creo, a veces, que las personas que están presa de su libertad, se sienten más contenidas adentro que afuera, ya que la estigmatización y la mirada condenatoria, por parte de la sociedad, los acecha sin disimulo. “Estoy triste”, dice Perse (así la apodaron después, ya que su nombre resultaba largo y difícil de pronunciar para algunos) ante la psicóloga que visita, para sentirse un poco más comprendida, ante tanta adversidad que pasa esos días fuera de la rutina carcelaria. “Estoy triste”, dice con la cabeza agacha y no hay respuesta del otro lado. Esa escena es fuerte e impactante. Ahí se puede ver el fiel reflejo de la sociedad (sobre todo de una profesional) que se hace a un lado cuando una persona cuenta lo que verdaderamente siente. Los problemas no solamente pueden terminar en lo material, la psiquis también es importante y hay gente que todavía no lo entiende. Tras ese encuentro con la psicóloga y a pesar de haber salido bastante mal de ahí, conoce a una mujer que desde el primer momento que la conoce, le brinda un apoyo y contención, ofreciéndole un lugar en su casa, sin malas intenciones. Junto a ella pasa unos días menos tristes y comienza a rehacer su vida de a poco. Salen a buscar trabajo y también un poco de comida. Se hace difícil, teniendo en cuenta que las dos pasaron años de su vida en la cárcel. Comienza la estigmatización, la discriminación y desesperación. Ante la vulnerabilidad de una persona que no tiene absolutamente nada, aparecen quienes sacan provecho de ahí, con la intención de satisfacer sus deseos personales y sobre todo sus bolsillos a costa de los demás, sin importar que pase después. Atenas retrata todo eso: el abuso de poder, las diferencias entre clases sociales, la exclusión y la marginalidad que existe, lamentablemente, en personas que tienen bajos recursos. La película más bien no despliega grandes aires, está filmada muy caseramente y eso hace que sea aún más buena porque coindice con lo que te están contando. Hay primeros planos que trasmiten la sensación de tristeza que hay en los ojos de esos personajes, con la intención de generarte algo: incomodidad y alguna que otra sensación que los dejará con sabor amargo. César González retrata perfectamente la vida que se lleva en las villas,
Cesar González vuelve a ofrecernos una historia inmersa en el universo de los habitantes marginales, en las villas del conurbano bonaerense. Este poeta, escritor y cineasta, ha sabido capitalizar la experiencia vivida y se ha nutrido de buenas fuentes inspiradoras para proponer retratos sociales fuertes, reconocibles. González se inscribe en la línea de esos directores que se vuelven necesarios, dado que explora con esmero, lugares, ideas y personajes insertos en barrios donde la vida es realmente áspera y difícil. El entiende qué importa retratar (en términos de hábitos) y se muestra hábil para enmarcar esa perspectiva cultural, sin falsos maquillajes. Como público, se agradece poder adentrarse en esa realidad a través del cine. Ese esfuerzo de González y su equipo lo ha posicionado como un polo de producción respetable en su medio y ha concitado el interés de un público diverso, de todos los estratos sociales. En este proceso de distribución casera (artesanal y alternativo), González ha decidido liberar sus películas en YouTube y eso le ha permitido ganar reconocimiento. Está forjando una carrera potente y es un valor a apoyar, dado que no abundan directores (salvo quizás Perrone, Campusano, pero que juegan distinto) de estas características en nuestro cine. Aquí, "Atenas" (la que nos concita), continúa con las historias de seres que necesitan desesperadamente ayuda. La trama es simple y presenta el proceso de "reinserción" de Perséfone (Débora González), en la vida de la villa, luego de una experiencia carcelaria. Ella ha pasado un tiempo largo encerrada y el hecho de encontrarse sola, sin familia, empleo ni sostén, la llevará a vivir experiencias que marcan las pocas alternativas que se tienen, luego del pasaje por la prisión. González pinta su aldea con todo lo que es conocido, la falta de oportunidades, el maltrato de los profesionales de clase media que deberían intervenir para apoyar el regreso al campo productivo y no lo hacen, la delincuencia, la prostitución y el prejuzgamiento. Aquí, logra establecer un campo minado a punto de explotar. A lo largo de "Atenas", todo el tiempo sentimos que algo puede salir mal y desatar una tragedia: situaciones violentas, no necesariamente físicas, pero definidas con agudeza, personajes a punto de transgredir normas, cuerpos y bienes: la tensión siempre está a flor de piel. Ese es el mayor acierto de Gonzalez, el tono del film. Estamos en alerta todo el tiempo. "Atenas", podríamos decir, es un film que busca su público entre todos aquellos que sostienen su metraje. Muestra en forma descarnada lo difícil que es, regresar al mundo civil, luego de estar en prisión. Grafica con precisión todos los resortes que operan cuando se intenta, simplemente, ganar el sustento necesario para vivir. Y no más que eso. Doloroso, comprometido y feroz drama de una mujer que intenta volver de un viaje oscuro, y al que la sociedad (nuestra sociedad), sólo le da la espalda, "Atenas" es una obra madura a la que sólo puede criticarsele el cierre de su historia, quizás abrupto y desangelado. Pero el resto, es un andamiaje serio que aporta mucho sentido a la historia de dolor que quiere transmitir. Una ventana a un mundo que nos cuesta reconocer como propio. Pero lo es. Es nuestra tierra y es nuestra gente, sufriendo.
“¿Es posible fugarse del sótano del mundo?”, pregunta el escritor César González, alias Camilo Blajaquis, ante el conflicto de Perséfone, una exconvicta que vuelve a la villa en busca de otra oportunidad. Quinta película de González, auténtico independiente.
“Atenas”, de César González Por Marcela Gamberini Para González la cámara es, evidentemente, como lo fue para tantos maestros del cine, un instrumento de una potencia descomunal que logra mostrar aquello que el cine más comercial, más industrial oculta. La cámara de González escudriña entre las grietas de las paredes descascaradas del conurbano, y muestra la realidad casi sin filtros, pero a la vez haciendo que su cámara se haga visible, que se note. En este juego de seducción entre mostrar lo real y a la vez visibilizar el instrumento se juega la estructura de la película. Tal vez sea una estrategia que nos acerca a la ya antigua distinción entre documental y ficción, entre la mirada fuertemente documental de González y la posibilidad de hacer visible, por ejemplo, los movimientos de cámara. De algún modo, la ficción – ese concepto tan desvencijado en la actualidad y al que hay necesariamente que volver cada tanto- tiene cierto compromiso con la verdad o con la realidad, términos que frecuentemente se seducen y se abandonan, como buenos amantes. La cámara de González, la que se hace visible suspendiendo rostros y lugares que han sido ocupados y ahora están vacíos, la que sigue a sus personajes de cerca, poniendo el cuerpo en sus recorridos eternos por las calles laberínticas de la villa, la que describe la larga caminata de la piba a la salida de la cárcel; es la cámara que se hace visible tras la mirada directa del director. Hay alguien que conduce la narración, que establece un punto de vista, que elige sus materiales y sus formas; y ése que elige es González estableciendo un modo sutil y a la vez bestial de hacer cine. Atenascompleta una trilogía que empezó con Diagnóstico esperanza y siguió con Exomologesis. Las tres cifran un universo propio, personal y a la vez social y público.Atenasno deja de oscilar constantemente entre ésos dos polos, eso que es íntimo y aquello que es público, ahí radica su libertad en las formas y su sensibilidad en su narrativa. La historia que cuenta Atenas es la historia cotidiana de la vida en las afueras de la Capital. Una piba que sale del penal de Ezeiza es el eje conductor de una historia común y corriente, dolorosa, intima. Perséfone es esa chica, común en su cotidianidad y singular en su intimidad como su propio nombre que deviene en una tragicidad de la que el personaje se hará carne. A lo largo de los días, esta piba intenta vivir como puede, más bien como la dejan; dejando en claro que es esta sociedad, en la que vivimos, la que no respalda y no acompaña a personas vulnerables. En ese sentido, tal vez el trazo de González sea un poco grueso al delinear estos personajes , esta estigmatización que suele ser molesta, en este caso tiene relación con la marca rabiosa del modo en el que se elige contar la indignación de una sociedad que no ve, que no escucha, que no siente al otro en sus realidades. Mostrar la vida de la clase más postergada del país no es fácil, poco cine se hace cargo de eso, salvo Raúl Perrone o José Celestino Campusano con los que quizá haya una línea de parentesco. El gran tema de la película, como en las anteriores del director, es la libertad. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué es, ontológicamente, la libertad? ¿Qué tiene que ver con el cuerpo?. Es necesario pensarlo más allá de la “supuesta” libertad de la que ahora goza la protagonista de la película al salir de la cárcel, Atenasva más allá de este caso puntual que le sirve al director para estructurar su narrativa. La pregunta por la libertad sobrevuela la película, y se queda atascada en cada recodo de ese laberintico espacio, ese Inframundo que es la Villa y se pierde sobre el final, dejando al espectador frente a esa realidad innegable donde los forasteros seguirán buscando su lugar. La propuesta de César González es dura, tanto en lo que se muestra como en lo que se dice, no hay edulcorantes que puedan endulzar la realidad. Sin embargo su cine está ahí, un poco huérfano, un poco forastero, tal vez un poco solitario; desnudar hipocresías y devolverle la dignidad a los hombres no es tarea fácil, ni de plantear ni de recibir.Atenascon su Perséfone de ese Inframundo que es la Villa; habla de destinos y de tragicidades, de orfandades y de solidaridades, de religión y de dioses privados; sin dudas es un cine diferente al que estamos acostumbrados a ver en Argentina. Un cine que no puede negar la fuerza estética y poética no solo de sus imágenes sino de sus palabras, una personalidad cinematográfica para tener en cuenta. ATENAS Atenas. Argentina, 2017. Dirección, guión y edición: César González. Intérpretes: Débora González, Nazarena Moreno, Verónica Fernández, Marcelo Chávez, Mariano Alarcón, Nadia Rodríguez, Nazarena Moreno y Alan Garvey. Fotografía y cámara: Ezequiel Briff. Música: César González y Jorge Sandoval. Sonido: Joel Paez y Mariano Mazitelli. Producción/Distribución: Pensar con las Manos. Duración: 76 minutos.
La Perséfone que César González retrata en Atenas consigue abandonar el inframundo como su antecesora griega pero, a diferencia de la esposa a la fuerza de Hades, la joven oriunda de la villa Puerta de Hierro no reencuentra a su madre ni conoce paz alguna entre los mortales. Al contrario, el personaje a cargo de Débora González deambula entre infiernos de modo inexorable. Y si bien otra mujer intenta rescatarla de un destino trágico, esta intervención solidaria no parece apiadar a los dioses. Antes que adaptación contemporánea del mito griego, Atenas ofrece una semblanza de la mujer villera en una sociedad patriarcal, racista, clasista. Desde esta perspectiva, la Buenos Aires del siglo XXI se revela menos alejada de lo que parece de la denominada Cuna de Occidente: aquí y ahora, como allá y entonces, existen ciudadanos privilegiados y marginados, y esta segregación impacta notablemente sobre la población femenina. En la ciudad Estado ambientada en el partido de Morón, Perséfone es –además de mujer– extranjera por partida doble: se crió en La Matanza y llega desde (la cárcel de) Ezeiza. Débora González transmite con sobriedad el desamparo y la resignación de su personaje. Nazarena Moreno encarna a la contrafigura, Juana, que se convierte en aliada de la protagonista. Asoma entonces cierta representación de la tan mentada sororidad. Dicho esto, César González evita el lugar común que presenta a las mujeres como destinatarias exclusivas de la violencia machista. El poeta y realizador señala a los pibes y a los trabajadores informales entre otras víctimas del abuso de poder que ejercen los argentinos blancos, “derechos y humanos” como se definían en tiempos de dictadura. Por otra parte, la caracterización de la psicóloga que monitorea la reinserción social de ex convictas recuerda que el patriarcado también cuenta con soldados de género femenino. En esta Atenas villera, habita un albañil de nombre Hefesto, como el dios de los herreros, los escultores, los artesanos. Este hombre robusto también padece el maltrato del prototipo de varón que pertenece a la clase patronal de nuestro país. En esta Atenas villera, los ciudadanos de segunda sobreviven gracias a la red solidaria que tejen a diario vecinos históricos y aquéllos nuevos como Mustafá. A juzgar por algunos planos, también ayuda la fe depositada en Evita, el Che Guevara, Rodolfo Walsh, el Padre Mugica, la Madre Teresa de Calcuta entre otros semidioses. Roberto Rossellini, Sergei Eisenstein, Kenzi Mizoguchi, Robert Bresson, Jean-Luc Godard, Fernando Birri, Raymundo Gleyzer, Glauber Rocha, Jean Rouch, Charles Burnett, Agnès Varda figuran en los créditos del film, bajo la sección Agradecimiento especial. Seguro, hay un poco de estos realizadores, de su manera de concebir la fotografía y el cine en la cuarta película de González. Algunos espectadores también pensamos en otro compatriota: Raúl Perrone. Años atrás, cuando le pidieron que identificara “el mayor problema del cine latinoamericano”, Lucrecia Martel contestó: “que todos los films son hechos por gente de clase media alta… Si otras clases sociales llegaran al cine, tendríamos más variedad. Esto está cambiando con sistemas alternativos de proyección y tecnología. Además es posible trabajar con presupuestos chicos. Sin embargo, todavía no aparecen resultados que reviertan la tendencia”. Justo en aquel 2013, César González estrenó su opera prima Diagnóstico Esperanza. La cineasta salteña no podía adivinar entonces que ese largometraje inauguraría una filmografía que parece destinada a saldar cierta deuda histórica con la diversidad cultural.
POR ESOS GRITOS QUE NO SE GRITAN, POR ESAS CHICAS QUE NO SE BUSCAN Corría el año 2005 en Argentina. Como país recién salíamos de una crisis política económica y social garrafal, teníamos un presidente electo hace dos años que venía a proponernos un sueño y que sucedía a cinco presidentes que hicieron “ring raje” cuando las papas quemaban. Todo marchaba hacia una reorganización de las diferentes clases sociales argentinas, pero siempre faltan “cinco pal peso” porque siempre están los que dentro de este sistema capitalista explotador queda afuera: aquí en Buenos Aires, uno de esos marginados son los autodenominados “villeros”. La villa se convirtió en un lugar de pertenencia para quienes la habitan, con sus propios códigos, sus propias costumbres, su propio lenguaje, su propia impronta. De esta subcultura dentro de la cultura argentina, se desprende uno de los personajes, a mi entender, más ricos de los últimos años dentro del circuito cultural argentino: César González, alias Camilo Blajaquis, un “poeta villero” que, al caer “en cana”, pudo acceder a libros, autores, cineastas, conocimientos que quizá de otra forma no hubiese podido conocer. González se inicia realizando poemas y fundando la revista cultural ¿Todo piola? Al salir de la cárcel, comienza a cursar la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y su mundo se expande no solo a los libros (ya lleva editado tres), sino a otro lenguaje artístico: el cine. Hoy me ocupa hablar de su último film, Atenas, pero advierto que este artículo será más que subjetivo y con citas a las anteriores obras de González, ya que todo se relaciona y nos permite apreciar su poética que tanto atrapa y gusta a quien escribe estas líneas. González nos presenta nuevamente una historia de villeros, en este caso centrada en una figura femenina que recién sale de la cárcel: Perséfones. Esta muchacha realiza un camino del héroe a lo algo del film, buscando rehacer su corta vida de 20 años luego de estar 4 años y 6 meses presa. Entonces el relato nos introduce no solo a la historia de Perse, sino también a una denuncia no explicita, pero sí muy clara: el abandono de las instituciones sobre los individuos más vulnerables de nuestra sociedad. Perse es dejada a la deriva, sin un lugar donde poder quedarse, reacomodarse y acostumbrarse a este nuevo mundo y barrio que encuentra (pensemos que hace cuatro años era el 2015 y el boleto de colectivo salía menos de 5 pesos, así de cambiante es nuestro país). Sin familia, sin amigos que puedan ayudarla de forma permanente, Perse encuentra quien la ayuda de forma desinteresada: Juana es otra ex presa que conoce en la psicóloga a la que ambas deben asistir como parte del supuesto acompañamiento que el estado hace a las ex presidiarias. Ambas intentan reconstruir sus vidas, buscar un trabajo y establecerse. Es en este punto donde González nos introduce a otra problemática a modo de denuncia: la segregación no solo a quienes viven en la villa sino también a quienes presentan antecedentes penales, por lo que me pregunto ¿Cómo se garantiza la reinserción de los expresidiarios y se le exige que consigan trabajo, si el propio Estado no garantiza las condiciones necesarias para que tal hecho se lleve a cabo? A nuestras dos protagonistas no las contratan casi en ningún trabajo (si logran conseguir empleo es muy mal remunerado e informal), primero por ser de la villa y segundo por haber estado presas. Este estilo de situación ya ha sido expuesto por González en sus otras producciones audiovisuales, ya sean en sus cortometrajes e incluso en su primer largometraje, Diagnóstico Esperanza, donde la dicotomía del adentro y el afuera de la villa marca la falta de oportunidades y la desigualdad en cualquier arista del campo laboral. La cotidianeidad de la vida en la villa (en este caso Puerta de Hierro, no la villa Carlos Gardel, cuna de sus primeras locaciones de este director) también es mostrada de forma orgánica y natural por la película: la vemos mientras los niños juegan en la calle, mientras Perse y Juana caminan yendo a buscar trabajo o porque la cámara, cual testigo, nos muestra los acontecimientos más comunes de la dinámica villera. Preponderando la cámara fija, pero con largos y hermosos planos de nucas caminando (a lo Jean Seberg de Godard), González nos da una panorámica real de como es el paisaje de la villa: como son sus suelos, sus paredes, sus viviendas, sus puertas, sus calles, sus negocios. No hay puesta en escena, no hay decorados, no hay actores profesionales, no hay exageraciones, ni victimizaciones. Hay pura mostración de una realidad distinta del espectador de clase media o clase media alta que seguramente se siente en el cine a ver este film. Es una realidad más dura, más injusta, pero realidad al fin y merece ser contada y vista tal y como es, no con los estereotipos del villero que circulan en el imaginario colectivo, de ese que un decorado que Pol-ka nos vendió. También, como es característico de este director, predomina un sonido ambiente crudo, poca música diegética o extra diegética acompaña las acciones, pero cuando lo hace es pertinente y atinada. Entonces, para cerrar e invitar al lector a tomar conciencia de otra denuncia que González cree necesario que el film porte (y realmente es así), nos introduce en el desenlace de Perse, no lo muestra, no lo dramatiza, pero es evidente y cala en los huesos: Perse no está. Nos enteremos que pasan los días y ella no vuelve a aparecer en lo que resta del film. ¿Quién vela por estas chicas a las que nadie busca y a las que el Estado debía asegurar su reinserción? ¿Cómo denuncian aquellos que no tienen la voz lo suficientemente alta porque la sociedad los arrinconó entre paredes de monoblocks y hacinamientos humanos? ¿Cómo denuncian una injusticia más aquellos a los que se los estigmatiza de parte de los males que aquejan a nuestras sociedades? El film no nos da ninguna respuesta, solo nos instala el malestar y las preguntas que son necesarias hacerse. Emma Goldman, una de las primeras escritoras anarco-feministas publicadas y reconocidas, postula la idea de que a mayor cantidad de instituciones que controlen la sociedad, mayores son los males que la aquejan: crecen las injusticias, crecen las desigualdades, crece el hambre, la pobreza y la equivoca distribución de la riqueza. Es un análisis válido, que si lo traducimos a las dos situaciones más problemáticas que plantea el film, la teoría de Goldman aplica: hay mayor número de policías, cárceles, gendarmes en la calle pero el número de asaltos, crímenes y delitos aumenta cada día; hasta hace poco había distintas herramientas del Estado que ayudaban y buscaban combatir la violencia de género hacia las mujeres (la línea 144 que fue cerrada, las comisarias de la mujer, etcétera) y los casos de femicidios conocidos aumenta año tras años y ni hablar de los casos que no tienen voz, los casos que suceden en zonas marginadas como las villas de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires o en pueblos aislados y remotos de nuestra enorme e inabarcable Argentina. Eso nos trae el film, y en general, el arte de González, ya sean sus escritos o sus películas: la incómoda situación de golpearnos contra una realidad que nos azota, que nos mata, que reproduce las desigualdades de las que tantas veces nos quejamos. Es un arte político al estilo de las vanguardias históricas, del cine soviético, del neorrealismo italiano o de la nouvelle vague: viene a denunciar lo que el hombre le hace al hombre, viene a refregarnos en la cara lo que muchas veces elegimos no ver con tal de mantener esa falaz comodidad de quien está afuera de la villa, pero que vive dentro de la dominación del mismo sistema. No ingenuamente en los agradecimientos del film, el director cita a Rosellini, Eisenstein, Bresson, Gleyzer, Vardá… Y González lo logra, otra vez.
Muestra la vida dura de una joven llamada Perséfone (Débora González) que a sus 20 años acaba de salir de la cárcel, no tiene ni ropa, ni dinero, sin padres, sin hermanos, nadie la espera, pero un joven que se gana la vida ofreciendo su música por las calles le da su sube para que por lo menos pueda movilizarse a algún lado. La cámara sigue a Perséfone, visita a una amiga, esta solo le ofrece un poco de comida y apenas una horas para dormir, a los pocos días está durmiendo en una plaza, hasta que conoce a Juana otra chica que también estuvo en la cárcel, esta le ofrece su ayuda y juntas intentan insertarse en la sociedad. Ellas quieren, como otros que han pasado por la misma situación trabajar. El problema está en el abuso de quienes los contratan dado que les pagan un sueldo miserable, los maltratan, en otros empleos cuando le saltan los antecedentes son rechazados, quien va a emplear a alguien que salió de la cárcel, que vive en la villa o en la calle. Como contraste están las calles de la villa, los niños jugando, la droga está instalada, la policía en la zona, los trabajadores sociales, la situación económica los aplasta, las paredes desgastadas, las calles de tierra, rostros del Che Guevara, Carlos Mugica, Rodolfo Walsh, Eva Duarte y la dureza y lo emotivo esta en las imágenes. En el espectador va generando cierta incomodidad, distintas emociones y deja un gusto amargo. Desde el nombre del film hasta el de su protagonista tiene cierto toque relacionado con la tragedia griega, el nombre de la joven es Perséfone, según la mitología griega era la reina del Inframundo por ser esposa de Hades (quien la raptó), la Core (Κόρη, ‘hija’) o joven doncella, hija de Deméter y Zeus. Su significado es desconocido, quizá relacionado con el griego pertho: destruir y phone: asesinato. Variantes: Persephone.
Los que nacen y se crían en las villas sino tienen talento para jugar al fútbol y, en menor medida, para el boxeo, se encuentran atrapados y sin salida. Donde ni siquiera esos laberínticos pasillos internos, de tierra y barro, los pueden liberar. Bajo esa consigna César González proyectó la filmación de esta ficción, pero con mucho aroma a documental. Porque tiene un hilo conductor que es la de Perséfone (Débora González), una veinteañera que sale a la calle luego de pasar más de cuatro años en prisión, no tiene familia, está sola, sin casa, trabajo, ni dinero. En una institución conoce Juana (Nazarena Moreno), una mujer un poco más grande que ella, que pasó por una situación similar y decide cobijarla en su humilde vivienda sin condicionamientos, sólo para ayudarla al verla totalmente desamparada. De eso trata un poco esta película. De la marginalidad y la injusticia social que trae aparejada la solidaridad y amistad sin exigencias por parte de las personas que transitan esos momentos que el destino les dejó marcado y no lo pueden torcer. Pese a que es un dúo el protagónico femenino participan muchos personajes que, de algún modo u otro, terminan vinculándose entre sí. Narrada con un ritmo parejo, decorada en el fondo con una suave música instrumental, podemos apreciar desde las entrañas de una villa cómo viven, cuál es su sistema de vida, que hacen con ella, para finalizar trabajando en tareas de bajo nivel o en el mundo del delito. Son los excluidos por la sociedad. Los que no tienen ni pueden conseguir un trabajo formal por ser villeros. Los que se drogan o venden droga. Las que se prostituyen como un camino elegido u obligado. En definitiva, son los que hacen lo que pueden, como pueden, y también lo que se les permite hacer. Estéticamente el director utiliza de vez en cuando la detención de una imagen, o el insert de un plano fijo de un rostro, como así también la ralentización de ciertas acciones, mientras los diálogos fluyen con normalidad. El realizador coloca su impronta conformando un rasgo distinto a lo habitual durante la compaginación clásica de un film, que transmite la dureza, crueldad, abandono, pobreza, miseria, etc., pero que, a su modo, los habitantes del lugar no se resignan a interpretar el papel que les tocó en la sociedad, y por las buenas o por las malas intentan cambiarlo.
Lo nuevo del escritor y cineasta César González explora qué pasa con una mujer después de salir de la cárcel y cómo es tratar de salir adelante en una villa. Perséfone (Débora González, uno de los tantos rostros que se van repitiendo en la filmografía de César González) acaba de salir de la cárcel. Ahora desde su libertad necesita reincorporarse a esa sociedad que la aisló. Pero no tiene a nadie y la única persona que conoce no le puede brindar más que una noche de hospedaje. No obstante, cuando acude al primero de los encuentros obligatorios con una psicóloga social conoce a otra mujer, Juana, (interpretada por Nazarena Moreno) que pasó por lo mismo que ella y por eso no duda en brindarle su ayuda, con un hogar y acompañándola a buscar trabajos. En ese encuentro, entre maltratos por parte de la psicóloga y un hastío propio de quien lo intenta y nada consigue, es que nace esta amistad de manera inmediata que funciona también como una especie de relación maternal. A la larga parece que la solidaridad sólo puede surgir de personas que comprendan estas necesidades desde su propia experiencia, y un gesto pequeño (como regalar una SUBE para que alguien pueda viajar) puede resultar enorme. Esa línea de relato es la excusa para que, de a poco, se vayan abriendo otras que terminan de delinear un retrato de un círculo social que a veces resulta ajeno o se suele pintar con los mismos estereotipos de siempre. Así, la película se mueve entre otros personajes que van mostrando las diferentes problemáticas a las que se enfrenta la gente de la villa. Sin embargo lo más interesante radica en esos personajes femeninos, donde González expone que lo que le cuesta a un hombre, a la mujer siempre le va a costar más. Así como ya lo hizo en sus películas anteriores, como en ¿Qué puede un cuerpo?, sigue explorando este mundo esta vez con el agregado importante de esa mayor presencia femenina. Los momentos más interesantes son los que están protagonizados por estas dos mujeres, juntas o separadas. Por ejemplo, la reunión con la psicóloga que minimiza sus problemas de reinserción catalogándolos como una cuestión de actitud o el trabajo en una casa con dos mujeres que la tratan tan bien que no podía ser todo tan bueno y le terminan pagando dos mangos. Hasta otro fallido intento de conseguir trabajo que no conviene adelantar y terminará de acentuar el tono del relato. César González (quien empezó a publicar bajo el seudónimo de Camilo Blajaquis) escribe y dirige su película de manera urgente y artesanal, sin grandes artificios aunque con un estilo personal. Como la introducción de primerísimos primeros planos de sus personajes en modo contemplativo a través de diferentes momentos del relato. Un poco del González poeta se ve reflejado a lo largo del film (y en un personaje en particular que aparece una sola vez). Personajes que entran y salen, que desaparecen o no se vuelven a retomar. Las escenas van reflejando desde su interior la discriminación y marginalización que sufren estas personas, como si por haber nacido donde nacieron no pudiesen tener otro destino posible. En ese sentido, y cuya resolución refuerza, resulta bastante desolador. Y eso que otra decisión que toma González es la de nunca pone al horror dentro del cuadro, pero al situarlo afuera impacta de manera mayor.
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La irrupción de César González (conocido también en su fase de poeta como Camilo Blajaquis) en el nuevo cine argentino, con películas como ¿Qué puede un cuerpo? y Diagnóstico esperanza, significó en muchos sentidos la apertura de una cosmovisión que hasta ese entonces había sido negada o mal representada: la del sujeto villero. Atenas, la nueva película de este joven director nos vuelve a mostrar lo bueno, lo malo y lo feo de una realidad que a veces el público elige ignorar. Esta es la historia de Perséfone o “Perse”, una chica de unos veinte años que después de cuatro años y medio de estar presa sale en libertad para encontrarse con que afuera no hay nadie ni nada esperándola. Es aquí donde César González hace una primera vuelta de tuerca: se han visto anteriormente películas o series que tratan sobre la reinserción social luego de un período de encierro, pero hacerlo desde la perspectiva de una mujer pobre es al menos novedoso, sobre todo si se tienen en cuenta las crudas situaciones por las que tiene que atravesar este personaje. Sin embargo, el intento de representar de la manera más fiel el sentimiento de desarraigo, falta de pertenencia y soledad que conlleva esta clase de vivencia, al mismo tiempo que se quiere llegar a una reflexión sobre la falta de inclusión social, no es suficiente para hacer una buena película. Atenas tiene entre sus manos una buena historia, digna de ser contada, que por alguna razón termina resultando insuficiente. Desde muchos puntos de vista podemos ver influencias en esta obra (y en general en toda la obra del director) que provienen del neorrealismo italiano. Ya sea por las temáticas, las locaciones y hasta por el uso de actores y actrices no profesionales, la impronta de este movimiento de mediados del siglo XX saltan a la vista. La vida para las clases más precarizadas es dura, pero no por eso se recurre constantemente al golpe bajo ni a la representación de la vida de los barrios bajos y las villas como un reservorio de violencia y de potencial delincuencia, como suele hacerse en otros productos audiovisuales. César González revierte la estigmatización del sujeto marginado y en su lugar pone a los otros agentes sociales bajo esta lupa. Nos encontramos con personajes pertenecientes a la clase media o profesional llevados al extremo en su faceta de villanos, ya que maltratan, acosan y juzgan a Perséfone y a las demás personas del barrio que están en su misma situación de desamparo. Si bien esta representación puede rozar lo caricaturesco, es necesario tener en cuenta que en diversas entrevistas y charlas que González dio a lo largo de los años ha explicado el porqué de esta exageración al retratar personajes pertenecientes a la clase media, en la que busca lograr el mismo efecto que tiene a menudo la estigmatización de lo marginal y lo popular en los medios y en el arte, llegando al punto de ridiculizarlos. El mayor problema de Atenas radica en que su ritmo es inconsistente. Por momentos los eventos se desarrollan con mucha velocidad mientras que en otros se detiene por completo en cuestiones que no aportan a la trama. Este tipo de momentos sirven para poner en pantalla alguna que otra disertación filosófica o poética que no concuerda con el tono predominante de la película, el cual es de un realismo evidente. Escenas que escapan a la lógica previamente planteada y parecen ser insertas como pequeños momentos en los que se detiene el tiempo y se reflexiona a través del metalenguaje, casi rompiendo la cuarta pared. Asimismo, la historia principal (la de Perséfone) de a poco se va ramificando a través de otros personajes y cuyas vivencias cotidianas se pueden atestiguar. Considerando que es un largometraje de solo 76 minutos, resulta poco eficaz que casi ninguna de estas subtramas llegue realmente a una conclusión. Tal vez con una extensión mayor se podrían haber cerrado varias de las historias, incluida la de su protagonista. Otro factor que no puede pasar desapercibido es la clara correlación que la película tiene con la mitología griega. Ya desde el título se establece una conexión que se confirma con el nombre de Perséfone, a quien seguimos en la vuelta a su hogar (el cual ya no existe) y los problemas que se encuentra en su propia odisea. Pero ahí no terminan los paralelismos, ya que la joven protagonista también comparte -en cierto modo- el destino final de su contraparte helénica, en una suerte de descenso involuntario a los infiernos. Es así como César González imparte una vez más su visión del mundo, un producto a priori interesante pero que carece de cierta ambición para llegar a cumplir con su objetivo. Los barrios bajos son para el director su lugar de pertenencia, y desde su mirada nos otorga esta versión de la villa como una acrópolis vapuleada por el tiempo y la miseria, en la que las personas parecen vagar sin tener ningún rumbo claro, pero que al final del día siempre queda en pie.
“Lo único que me queda es el arte” El realizador invoca nombre de Perséfone, cuya raigambre poética y trágica, con promesa de despertar de inframundo, habita entre pasillos de villa y paredes descascaradas. Lo único que me queda es el arte, pero también la solidaridad, podría agregarse a los diálogos que surcan, como grietas profundas, los parlamentos de Atenas, la película de César González (Diagnóstico esperanza, Exomologesis) que integra la 25° edición del Festival de Cine Latinoamericano Rosario. La inclusión del film de González es valiosa y a la vez consecuente con una mirada de pantalla amplia, plural, dedicada a las fisuras por entre las cuales la cámara puede mostrar y decir lo que la narrativa oficial oculta o deforma. El cine de González, de hecho, sería parte de la tesitura siguiente: la cámara es una herramienta y arma estética sin igual, de potencia poética fatal. En esta fatalidad se inscribe, desde ya, el título mismo de Atenas, de raigambre trágica y traslación urgente al entorno más inmediato. Así como lo realizara Arturo Ripstein en Así es la vida, o Pasolini con su traslaciones trágicas dolorosas; un grito mudo es el que circula entre las vicisitudes de la Atenas de César González. Mujer, recién salida de la cárcel, sola. ¿Quién asistirá a quien nada ya tiene? Sin embargo, allí los gestos, pequeños y tremendos, porque encierran un afecto que la ciudad parece haber perdido: si no tenés la Sube el colectivo no te lleva, el cartelito anuncia cámaras de vigilancia en medio del espacio público, y las “gorras” están por todas partes. Perséfone (Débora González) ha pasado unos cuantos años tras las rejas en Ezeiza, y ahora vuelve a la libertad que el tatuaje del forastero de la guitarra promete. Pero el afuera no augura demasiado. En este sentido -si bien desde un lugar más cercano a la vanguardia neorrealista y la vertiente pasoliniana-, Atenas no deja de codearse con la crítica desoladora que Fritz Lang expusiera en Sólo se vive una vez: salir de la cárcel es oportunidad para que el afuera exponga sobre el “cuerpo extraño” sus prejuicios y distancia de clase. A la manera también griega, Lang devolvía su personaje central (Henry Fonda) a decisiones de las cuales quería alejarse. En el caso de Atenas, Perséfone tiene el rostro caído, habita el silencio, recibe ayudas y varios golpes con forma de palabras. Lo que ha vivido, su ayer reciente (el robo a mano armada, la vivencia carcelaria), queda dentro suyo, insondable. No hay familia que la espere. Sólo ayudas circunstanciales. Su camino se trazará como un laberinto azaroso que, fatum griego mediante, no tardará en cerrar su salida. De este modo, la película ofrece una vertiente doble, que subraya los gestos solidarios –el pasaje de colectivo, la comida, el consuelo, la ducha y el descanso- pero no por ello olvida un devenir inevitable, conforme a una organización que vigila, persigue, castiga. En otro orden, es notable cómo González delinea al film espacialmente. La gran ciudad pasará a ser un afuera vasto, lejano. Su Atenas transita, preferencialmente, entre los senderos estrechos de la villa, las calles de tierra o de asfalto cuarteado. Los chicos juegan a la pelota –se tratan de “compañeros”- mientras el travelling los sigue hasta llegar a la plaza. Durante el recorrido se gastan bromas y gritan goles abrazados. También rozan con palabras al sujeto vestido de negro que porta bigote y un perro grandote. “Ahora van a ver”, les promete. La sentencia no se hará esperar. Para ese momento horrible, la cámara de González elige el fuera de cuadro. Al horror no hace falta mostrarlo, es más fulminante la sugerencia. De igual modo sucederá con Perse. Hay un malestar creciente que en algún momento hará mella. Por eso, mostrar qué es lo que sucederá con ella no viene a cuento. Mucho más rotundo será licuar al personaje en el entorno social mismo, como nombre fantasma cuyo rostro tal vez comience a desdibujarse y reencarnar en los demás, porque atención: de acuerdo con el mito, Perséfone es la reina del inframundo. Ahora bien, César González propone también su praxis (hacer cine, de hecho, es parte de esta misma propuesta). Por eso, allí donde hay lazos, también surgen efigies icónicas. Los rostros de Che Guevara, Rodolfo Walsh, Eva Duarte, Carlos Mugica, no son meros adornos o clichés de dirección de arte circunstancial, sino parte inmanente en las paredes desgajadas que los personajes de González realmente habitan. Enlazan en un derrotero consciente de sí mismo. Puede que las maneras desde las cuales proseguir la acción estén desmañadas –la droga está institucionalizada, la policía ofrece una vigía omnisciente, la situación económica aplasta deliberadamente- pero hay un sustrato que todavía late, y mucho. En cuanto a la narrativa elegida, destacan los inserts que recortan los rostros mientras la acción prosigue. Es decir, cuando el diálogo mantiene ocupados a los personajes, el montaje añade planos más cerrados, cercanos, que no se condicen con el raccord. Al alterarse la continuidad, la percepción del espectador despierta de modo extraño. Es un efecto poético, pero también una disonancia premeditada sobre el denominado “montaje invisible”, ya que falta el respeto a la banda sonora así como, en alguna ocasión, deliberadamente salta el eje de acción y distorsiona el emplazamiento espacial. Esos momentos son extraordinarios, ya que discuten el lugar preferencial que exhiben ciertos modismos institucionalizados sobre lo que significaría hacer cine. Subversión institucional –narrativa y formal- que tiene también espacio argumental en la delineación del patronato y los diálogos hirientes de la funcionaria. Cuestión ampliamente trabajada por el cineasta y poeta, así como sufrida en carne propia durante su estancia en prisión y otros ámbitos de encierro. De esta manera, Atenas surge como una película tan dolida como lo puede estar un cuerpo, como lo puede estar una psiquis. Vale destacar que si en González es posible encontrar huellas de la poética pasoliniana, esto sucede porque su cámara se acerca frontal. Otro tanto ocurre –si bien desde maneras conceptuales diferentes- en el cine de José Celestino Campusano. Lo que resulta es un cine directo, puro, transido en el dolor que recrea porque verdaderamente lo asume, aun cuando no oculta la alegría y la definición de una pertenencia social. Esos rostros, esos cuerpos, que la cámara retrata y rescata desde un extrañamiento poético, devuelven una realidad potenciada, que no habrá de dejar indiferente lo que toca.
Atenas, para fugarse del sótano del mundo A modo de respuesta activa frente al ajuste creciente hacia el cine independiente de ficción y documental emergen nuevas películas que crean y recrean la producción audiovisual. Como un "cross a la mandíbula" a los tanques de Hollywood y las carreras al Oscar que por estos días ocupan las páginas de los suplementos de espectáculos, Atenas, de César Gonzalez, aparece en las pantallas con un cine propio, rabioso, urgente y a la vez pensado en todos sus elementos de lenguaje. Una joven, Perséfones (Débora González), sale de la cárcel pero su camino no la conduce a la libertad. Salir a la calle, buscar vivienda, laburo, comida, son laberintos cerrados en una sociedad en donde la explotación de una clase sobre otra rige todos los aspectos, y si dentro de esa situación se nace mujer, la opresión se duplica. La solidaridad y la esperanza vienen desde abajo, en quienes viven las mimas experiencias. Juana será quien marque este camino junto a otros personajes que están en la misma y dejan claro que nada se puede esperar de los sectores del poder, su Estado y sus representantes. La película destaca un gran trabajo en la caracterización de los personajes. Los pibes y pibas del barrio conocen de las experiencias de encierro, violencia policial, desocupación y maltrato, la interpretación es fresca, transparente alejada de todos los estereotipos y exageraciones que se ven a diario en series de tv o películas “con contenido social”. Los personajes que ocupan alguna posición de poder, sea en el Estado, como pequeños o grandes patrones, y hasta quizá con alguna idea “progre”, se demuestran también en forma transparente y así se descubren sus miserias. El trato humano marca esta opresión de clase, “vos te victimizás” le dice una psicóloga del Patronato a quien es justamente una víctima; “¡ustedes no saben trabajar!”, acusa un patrón a los pintores mientras se toma un trago junto a su amigo proxeneta; “¿podés calmar este bebé?”, pide una madre a la niñera mientras sigue con sus ejercicios de meditación en el jardín, y así… En esta sociedad está claro quién da las órdenes. César reflexiona que construyeron estos personajes “Un poco por el cansancio de la hegemonía de la representación en el perdón que se le brinda siempre a la caracterización de los burgueses en el cine… se amaga a ridiculizarlos pero se los termina complejizando, y para mí esa supuesta complejización es una muestra de complicidad”; por otro lado, en relación a las clases populares y las minorías, “allí se ridiculiza más que de lo que se complejiza, toda minoría es representada con una uniformidad de sentimientos muy obscena”. Por eso Perse, de pocas palabras, trasmite con sus gestos, su mirada y sus silencios; pequeños diálogos cotidianos cuentan mejor que extensos parlamentos. Como una forma de destacar gestos y rostros, en distintos momentos se incorpora un recurso narrativo en donde se rompe el raccord, es decir, durante un diálogo la imagen corta a planos cortos de rostros en silencio y así se produce un extrañamiento, una forma de develar la poesía en la realidad. El recorrido de la película, como lo sugiere el título y el nombre de su protagonista que remite a la mitología, es el de una tragedia griega. También hay otra relación, la civilización antigua donde se desarrolló la filosofía y el arte, la ciencia y la democracia, creció a costa del trabajo esclavo, con seres humanos considerados como bestias. Y en este sentido César se pregunta "¿Cuán lejos estamos hoy de eso?". La acción y las imágenes que construye Atenas interpelan el presente, la esclavitud moderna como continuación de una historia de siglos. En el texto que difunde la película se abren una serie de interrogantes. “¿Es posible fugarse del sótano del mundo? ¿Deja el hombre a la mujer soñar? ¿No es una pesadilla si además de mujer naciste pobre y recién salís de la cárcel?”. Porque hay un sistema que conspira contra cualquier gesto, contra cualquier voluntad, y esto está presente en cada escena. La propia realización de la película se transforma entonces en un desafío a esta realidad. César Gonzalez, que nació en 1989 en la Villa Carlos Gardel y estuvo 5 años en prisión, se hizo cineasta y construyó un equipo con muchos de sus amigos y vecinos. Los actores de Atenas vienen trabajando en las películas anteriores, junto a Diagnóstico Esperanza y Qué puede un cuerpo completan su “trilogía villera”, y su formación aporta nuevas formas creativas. La experiencia artística colectiva que construyen cuestiona también el mundo del arte y su propio sistema, forma, contenido y proceso creativo se conjugan para dar la pelea. En los títulos finales se agradece especialmente a una serie de directores, desde Eisenstein, Rossellini, Godard, Vardá, Gleyzer, Birri, Rouch, Rocha, Mizoguchi, entre otros; cada uno a su manera y en distintos momentos históricos aportaron con su cine a cuestionar la imagen dominante y su ideología, a construir nuevos lenguajes, nuevos mundos imaginarios. El cine nace con el surgimiento del capitalismo que rápidamente lo convierte en un negocio, pero también nace con el surgimiento de la revolución social, que desde los primeros años entusiasma a miles de artistas y está en la base de una tradición crítica que encuentra ecos y se renueva constantemente. Aunque cada año se inviertan más millones en productos envasados para el consumo masivo, no partimos de cero y películas como Atenas se suman para engrosar la crítica a las ideas dominantes y su construcción de la imagen.
Perséfore (Débora González) acaba de conseguir la libertad condicional. Después de pasar cuatro años y seis meses encerrada, le toca entender cómo está el mundo del otro lado de las rejas. Al salir, nadie la espera y ella camina, sin saber cómo llegar hasta su casa. ¿Pero es que tiene alguna casa? en verdad no, sus padres murieron y ella está sola. Luego de una serie de obstáculos -como el de conseguir una tarjeta de transporte para poder viajar en colectivo y así volver a Villa 21- va a visitar a una amiga quien, tras darle la bienvenida con alegría, le explica que sólo la puede hospedar una noche, ya que todos allí están en una situación similar, tratando de sobrevivir como se pueda. Perséfore sigue su camino, improvisando sobre la marcha. Quiere rescatarse y no volver a delinquir, pero ese deseo no depende sólo de su persona sino también de un entramado social cuya organización funciona excluyéndola. A pesar de esa lógica, los lazos de solidaridad se generan entre los pares y entonces una mujer a quien acaba de conocer entiende su desesperación y la invita a vivir en su casa mientras la joven comienza a pensar en su presente y futuro próximo. Una casa cuyo retratos homenajean las figuras de “héroes” populares como Evita, el Che y el padre Mugica, héroes cuyas acciones buscaron el modo de darle dignidad a la clase marginada, esa misma de las que ellas ahora son parte.