Abandonados Ya desde el contraste del blanco y negro nos predispone a tomar contacto con una película de clima y atmósfera, pero si a eso le sumamos una presencia imponente de la actriz Mónica Galán la experiencia gana en peso dramático y desde lo compositivo. Es que estamos en contacto con un cine diferente, siempre desde los desafíos que propone Inés de Oliveira Cézar pero con un agregado amargo porque la protagonista de Baldío, su último opus, falleció este año y ésta sea quizás su mejor actuación en cine. Un Baldío como el título indica puede ser un espacio abandonado, aunque eso necesariamente no representa que en su perímetro no haya objetos o personas. También, es la mirada la que configura un espacio y desde la subjetividad de quién mira depende la dinámica de ese espacio abandonado o no. La protagonista de esta historia, además de ser actriz y llamarse Brisa; además de su reputación de actriz consagrada y respetada por pares y colegas, transita por un período donde siente en carne propia otro tipo de abandono dado que su hijo (Nicolás Mateo) es adicto al paco y además un permanente manipulador de las bondades de su madre, quien sin quererlo por momentos resulta cómplice indirecta de la gran dependencia de su hijo a las drogas o de la necesidad de huir de cualquier rehabilitación, hospital o intento de recuperación cuando no llega ayuda de su entorno. Pero el primero en abandonar a Brisa no es el hijo sino su ex esposo (Gabriel Corrado), quien hace tiempo marcó el límite tras los fracasos de recuperación y optó por formar otra familia. La premisa que opera en este film juega con límites de paradigmas y representación, desacraliza épicas cotidianas del adicto y se ubica en el terreno sinuoso del amor odio que genera una situación extrema como la adicción, sin esquivar el principal obstáculo que no es otro que el afecto y el rol que se ocupa en un vínculo de dependencia. La magnitud del drama interno de Brisa contagia también su entorno laboral y en ese espacio simbólico, en medio del rodaje de una coproducción para una película de género, hace mucho más ruido, y aporta a veces una cuota extra de ironía y dramatismo a la vez. Mónica Galán en un rol difícil se entrega absolutamente y eso es notorio desde el primero hasta el último plano, donde el tiempo entre toma y toma marca además un tiempo interior en la película. Desde lo visual, el blanco y negro permite la entrada de matices y esos grises con escasa luz generan un dramatismo no solemne pero sí de una intensidad que por momentos asfixia. Otro contraste con la “Brisa” en un aire demasiado viciado, en un set de rodaje en el que el artificio sepulta la verdad, aunque el director de cine (Rafael Spregelburd) deba lidiar con algunas vanidades de Brisa en su estado emocional y frágil cuando su cabeza no está en ese terreno laboral y menos dispuesta a ceder un centímetro de orgullo ante la prepotencia. Baldío es una película de una enorme transparencia, un gran homenaje para Mónica Galán y la trascendencia de lo que deja cuando se enfenta con tanta valentía a la verdad más cruel de los vínculos en la mustia o simulada presencia de un entorno fantasma.
El término “baldío” tiene dos acepciones. La primera, y más conocida, es aquella relacionada con terrenos que no se cultivan ni se trabajan. La otra refiere a un esfuerzo “que resulta inútil porque no ofrece ningún resultado”. Esta última es la que mejor se relaciona con la película de Inés de Oliveira Cézar, último, extraordinario protagónico de Mónica Galán –fallecida a principios de este año– en la pantalla grande. La actriz interpreta a una actriz. Brisa está en pleno rodaje de un proyecto, es famosa y reconocida en la calle. Su vida íntima, en cambio, no atraviesa un buen momento: su hijo (Nicolás Mateo) es un adicto al paco que abandonó el tratamiento y ahora vaga por la calle sin rumbo. Los timbrazos ocasionales en la casa materna son dagas clavadas directo en el corazón de esa mujer en crisis. Filmada en un prístino y atmosférico blanco y negro, Baldío se aleja del fallido tono poético de La otra piel –la película anterior la directora– para narrar la progresiva disolución interna de Brisa, sus conflictos con el hijo y un ex marido poco presente y el intento de balancear su esfera personal con el trabajo. El relato es clásico en su estructura, a la vez que terso en su tono. Sin excesos ni golpes bajos y con plena confianza en la capacidad actoral de Galán, Oliveira Cézar construye una película demoledora y desesperante, un drama íntimo e intenso sobre la disolución de una familia, el vínculo madre-hijo y la lucha por salvaguardar los últimos vestigios de la felicidad. Imposible pensar en un mejor legado de Mónica Galán que su trabajo en Baldío.
Uno de los mejores estrenos de este año fue Beautiful Boy, de Felix Van Groeningen, sobre la lucha de un padre contra la drogadicción de su hijo, mostrando los puntos de vista de ambos En Baldío, Inés de Oliveira Cézar aborda el mismo tema, pero lo traslada a Buenos Aires, enfocado en los padecimientos de una madre que intenta recuperar a su hijo de las garras del paco. Este fue el último trabajo de Mónica Galán, que murió en enero, a los 68 años. Una despedida a la altura de su extensa carrera: se luce como Brisa, una actriz que está rodando una película mientras debe lidiar con la angustia de saber que su hijo está en algún lado quemando los últimos cartuchos de su vida. Basada en una idea de la propia Galán a partir de un caso real, Baldío está filmada en un blanco y negro que acentúa la lobreguez de la situación. ¿Qué se puede hacer con un ser querido que está coqueteando con la muerte, pero no se deja ayudar? Esta historia muestra la impotencia de una mujer que agotó todos los recursos posibles y parece tener que resignarse a esperar la pérdida de su único hijo. Sin la ayuda del padre del chico (Gabriel Corrado), ya golpeó las puertas de todas las instituciones pertinentes y conoce las respuestas: Hilario es mayor de edad, y sin su consentimiento no hay manera de internarlo. “No doy más”, le dice Brisa a una amiga, a punto de derrumbarse tras las sucesivas desapariciones del hijo. Buscarlo por los rincones más sórdidos de la ciudad es desesperante, pero que aparezca puede ser peor: cae en estado calamitoso a la casa de la madre, y ella debe tener la fuerza de voluntad de no dejarlo pasar a menos que él acceda a someterse a un tratamiento. El alivio cómico -tanto para los espectadores como para la protagonista - llega con las peripecias del rodaje en el que está trabajando Brisa. La procesión va por dentro mientras afuera hay un director vanidoso (Rafael Spregelburd), una estrella italiana que no llega, los contratiempos habituales en cualquier producción nacional. Esos problemas laborales que se convierten casi en distracciones divertidas cuando en otros ámbitos se están jugando cuestiones de vida o muerte.
Baldío: Las mil caras de Brisa. Mónica Galán protagoniza el film dirigido por Inés de Oliveira Cézar. Que inicie en un set de filmación, en blanco y negro, donde se filma un policial negro, es como una declaración de intenciones, una sutil advertencia que el personaje se contrapone al otro, al que lo interpreta. Esa actriz que lucha entre una filmación accidentada, por momentos precaria y su realidad, mucho y más oscura. Inés de Oliveira y Mónica Galán escriben una historia que enfrenta a dos mujeres, por un lado la actriz que sobrelleva la filmación de una película con el profesionalismo de una veterana en estas lides y una mujer que se pierde entre el dolor, la rabia y la paciente estoicidad de una madre. Ella es Brisa, la fallecida Mónica Galán que camina las calles de Buenos Aires buscando a ese hijo, que adicto al paco, desaparece cada tanto con su dinero, joyas y algún que otro costoso regalo de su casa. Poco puede, aunque se esfuerce, sola con tanto tormento, más aún con ese padre y exmarido que ni se ausenta ni se queda, que deambula en sus vidas entorpeciendo todo, berrinchudo y adusto. Tanto el guion como la dirección de Inés de Oliveira Cézar realizan un juego de espejos en que los personajes se mezclan entre las ficciones, como una mamushka es Brisa, que hasta se va con el vestuario de la película a recorrer callejones en busca de su hijo. Una mamushka que se amplía y distorsiona cuando la misma Brisa comience a llevar al set sus desvelos de madre, de alguna manera y por fin siendo esa mujer que es mil facetas. Una aguerrida asesina de guantes blancos que es una actriz que es una madre y ex, una mujer que cuando todo parece ensordecer y escaparse de sus manos se deja entrever tal y como es. Un oficio que es muchos y compartimentado se antoja tan ficcional como ese noir en blanco y negro que protagoniza, que atiende y logra concluir porque profesional es antes que todo y porque es lo único que le da aplausos y flores. Este último trabajo de la actriz es casi la documentalización de un proceso que se antoja cíclico y eterno; una actriz que interpreta a una actriz que interpreta y así hasta esa infinitud que no se detiene en los créditos finales.
Mientras participa de un rodaje por momentos caótico, Brisa debe lidiar con un asunto personal que la tiene a maltraer: la adicción de su hijo a una droga destructiva como el paco. El gran mérito de Baldío, film basado en una historia real, es abordar una temática que puede invitar al efectismo con una notoria sobriedad. El contrapunto entre las tensiones de ese rodaje, comandado a los ponchazos por un director claramente superado por las circunstancias (Rafael Spregelburd, sólido en su papel), y las que esa mujer agobiada debe enfrentar en su intimidad luce muy bien equilibrado. Sobre todo porque, aun en ese entorno opaco, hay algunos pasajes en los que asoma un humor liviano que relativiza los problemas del cine respecto de los más pesados de la vida cotidiana. Mónica Galán, actriz que falleció en enero último y a cuya memoria está dedicada la película -exhibida en el último Bafici- supo cómo llenar a su personaje de matices, oscilando ingeniosamente entre la angustia, la resignación y la lógica empatía con el que interpreta Nicolás Mateo. También fueron aciertos una fotografía en blanco y negro muy cuidada, pero no necesariamente preciosista, que marida a la perfección con los climas del relato y una banda sonora que funciona como una especie de monólogo interior de la protagonista.
Texto publicado en edición impresa.
Las historias sobre adicción, o por lo menos las que más se conocen, son desde el punto de vista del adicto, con una ocasional mirada sobre el ser querido que es afectado directamente por sus acciones. Baldío se inclina por invertir este orden, este punto de vista. Un cambio de rumbo, pero motivado por una trayectoria indefectiblemente clásica. El Suplicio de una Madre La película que filma la protagonista es un film noir y uno podría decir que esta subtrama no tiene nada que ver con el conflicto general de Baldío; y sin embargo tiene mucho que ver. En algunos libros que se han escrito sobre cine negro mencionan, entre su listado de películas, títulos que abarcan el tema de la adicción: sin detectives, sin codicia, sin femme fatales, solo el adicto y su derrotero. ¿Cómo puede pertenecer la historia de un adicto a la misma liga de, digamos, la historia de un detective privado o la conspiración de asesinato de una pareja de adúlteros? La respuesta la encontramos en la bajeza moral: ¿hasta dónde son capaces de reducirse los protagonistas con tal de conseguir su meta? Aclarado esto, en Baldío lo típico y lo atípico del film noir se dan la mano, porque en la subtrama Mónica Galán sería una femme fatale según la idea típica y tradicional del género: traiciones, codicia, armas. Por otro lado, su vida íntima, el foco central de la cinta, es una vertiente atípica del género: la adicción y las peores bajezas morales en las que se puede incurrir para satisfacerlas. El aporte de Baldío, lo que trae de nuevo a la mesa, es que cuenta esta historia de adicción desde el punto de vista de un ser querido afectado por el adicto. Imaginen un Días sin Huella pero contada desde la sufrida novia del alcohólico al que encarna Ray Milland. Mónica Galán, en una notable última interpretación, nos entrega con mucha sensibilidad esa incertidumbre, esa indecisión entre aceptar que su hijo es una causa perdida y el no querer darse por vencida porque muy en el fondo cree que hay esperanza.
Una película especial por varios motivos. La idea surge de una charla entre la protagonista y la directora Inés de Oliveira Cezar, que toma el drama de la adicción pero desde el punto de vista de una madre que sufre y no puede resolver los problemas que aquejan a su hijo. Poco se sabe en el film de cómo se llegó a esa situación. El guión de la directora y Saula Benavente (también productora) solo toma un tiempo breve. El de una filmación donde la protagonista actriz vive pendiente en su vida real de las andanzas de su hijo. Ese hijo que necesita ayuda y huye. Que golpea su puerta y ella recibe o rechaza. Que no sabe cómo manejar. Un habitante del infierno de las drogas que solo pide ayuda para consumir más, degradarse, escapar, volver. Y en paralelo, en primer plano esa mujer que lo busca, lo repele, lo acoge, intenta sin límites de degradación alguna solución, sola, sin la ayuda de su ex, padre del chico. Realista y cautivante, con un conocimiento del tema que se muestra a cada paso, el film indaga y tiene un rostro para que sintamos cada capa de angustia y cansancio, cada matiz de tierra arrasada de una protagonista excepcional, Mónica Galán. A su memoria está dedicado este film
Así en el set como en la vida La nueva película de la directora de Extranjera fue creada a partir de una idea de la actriz y transcurre en parte durante un rodaje. El séptimo largometraje en solitario de Inés de Oliveira Cézar (Cómo pasan las horas, El recuento de los daños, Extranjera) fue estrenado durante la última edición del Bafici con una insoslayable placa en homenaje a su protagonista, Mónica Galán, fallecida a comienzos de este año, pocos meses después del final del rodaje. El guion de Baldío no sólo fue creado a partir de una idea de la actriz, a su vez basada en hechos reales, según confirmó la realizadora en varias entrevistas, sino que la historia fue escrita específicamente con ella en mente. Dúctil, talentosa y con una extensa trayectoria en cine, teatro y televisión, Galán aparece en prácticamente la totalidad de las escenas y es la mirada de su personaje sobre el mundo que la rodea y su propia experiencia de vida la que ocupa el centro de atención en la pantalla. Llamado Brisa, su personaje podría o no reflejar instancias autobiográficas o personales, pero es indudable que encapsula ansiedades y temores universales. Actriz también famosa, Brisa es la madre de un joven entrampado en el consumo compulsivo de pasta base y entre esos dos andariveles –su papel protagónico en una frágil coproducción con ambiciones de policial negro y los intentos desesperados por reencauzar la vida de su hijo– se mueve Baldío, que alterna escenas de logrado dramatismo con otras en las cuales la macchietta, consciente o involuntaria, toma posesión de algunos de los personajes secundarios. Es el caso del director de cine interpretado por Rafael Spregelburd, al mismo tiempo pusilánime y engreído, incapaz de darse cuenta de sus zonas erróneas, o el del muchacho adicto, interpretado por Nicolás Mateo con una intensidad por momentos demasiado expansiva. Cosa extraña en una película de Oliveira Cézar, realizadora usualmente atenta a los detalles tonales de la dirección de actores, aunque por lo general impulsada por narraciones menos frontales, más elípticas, en las cuales el concepto de naturalismo cinematográfico no suele ponerse por encima de lo climático o lo sensorial. Baldío tal vez sea, en ese sentido, su película más “realista” a la fecha, más allá de esa fotografía en blanco y negro que parece haber sido elegida como válvula de escape estética, evocativa. Sin entrar de lleno en el terreno del melodrama pero rozando algunas de sus fronteras, Oliveira Cézar describe el tránsito de una madre por situaciones insoportablemente dolorosas que, al mismo tiempo, ponen en tensión sus convicciones más íntimas. Mónica Raiola, como la amiga de la protagonista en las buenas y en las malas, aporta algunos de los escasos momentos de humor ligero en un drama personal inevitablemente grave.
La incertidumbre corroe el alma Inés de Oliveira Cézar, de una filmografía cargada de personajes femeninos (La otra piel, Cassandra), estrena Baldío (2019) y ofrece una vez más a una mujer esta vez en el tránsito de la incertidumbre que la corroe. Brisa (Mónica Galán) protagoniza una película en rodaje mientras atiende las emergencias de su hijo, adicto a las drogas. En las acepciones de la palabra “baldío” se encuentran la de terreno abandonado, pero también la de esfuerzo vano. Esta última con un sentido esencial para la historia. Ubicada en el punto de vista de una madre invadida por todo el dolor y el miedo colateral al amor, y de sentir que su propio hijo se le escapa de las manos. El blanco y negro es todo melancolía, y aún más con la inevitable añadidura de pensar que Mónica Galán la filmó con la certeza de que era una despedida. Las fibras sensibles se movilizan por todos los frentes pero lejos de los golpes bajos, la película transmite mucha fuerza. Hace foco en el punto de vista de quien acompaña y siente el resabio de una enfermedad que no padece pero que inevitablemente la modifica. Lo íntimo, lo social y lo profesional se alteran y se vuelven un peso insoportable. Baldío tiene todo para atravesar la pantalla y apelar a la empatía en carne viva.
Hay más de un punto de interés para acercarse a “BALDIO”. En primer lugar, se trata del último trabajo de la directora Inés de Oliveira Cézar, quien tiene en su haber el último trabajo de Susana Campos en “Cómo pasan las horas” y los filmes “Cassandra”, “El recuento de los daños” y “La Otra Piel”, entre otros. Todos sus filmes ponen a la figura femenina en un rol indiscutidamente central, con lo cual la directora, en cada trabajo explora, de diversas maneras y siempre con un tono indiscutiblemente personal, la profundidad del universo femenino de una forma en que muy pocas otras directoras exploran. Además, en “BALDIO”, la figura excluyente será la de su protagonista, Brisa, encarnada por Mónica Galán, en su último trabajo para el cine dado que la actriz ha fallecido a principios de este año. Desde esta dimensión, la película gana una fuerza inexplicable que ejerce esa presencia magnética de Galán en la pantalla en este trabajo póstumo. Si bien el subtítulo de esta producción aclara que está “basada en hechos reales”, la historia que plantea Oliveira Cézar en este nuevo trabajo, es una historia que puede ser la de cualquier madre con un hijo padeciendo adicciones, la de cualquier familia atravesando este flagelo. Brisa no solamente es madre, sino que es actriz y en su vida profesional se encuentra justamente en pleno proceso de filmación de una nueva película. A las dificultades propias de un proceso de filmación en donde se ponen en juego los egos de los actores, de los directores (en este caso el rol de Rafael Spregelburd quizás se constituya en un guiño en sí mismo y en un tono que por momentos podría tomarse como auto paródico) y del equipo de filmación con todos los contratiempos que son propios del oficio, se le suma la difícil situación por la que Brisa atraviesa que lo va tiñendo todo. Su hijo, adicto al Paco, se encuentra atravesando un proceso de recaídas permanentes y a ella se le hace cada vez más difícil poder sostenerlo y le resulta prácticamente imposible encontrar alguna alternativa que le permita encaminar el tema. Cada vez se hacen más frecuentes los momentos en que su hijo desaparece, en los que se expone cada vez a mayores riesgos, momentos que a Brisa le cuesta sostener emocionalmente. Le cuesta mucho más aún porque se encuentra sola: a pesar de sus intentos de convocar al padre de su hijo para poder encontrar alguna potencial solución al problema, él se siente más implicado con su nueva familia que en tratar de asumir las dificultades que tiene su hijo con el tema de las adicciones y no puede modificar, de ninguna manera, esa situación de padre ausente. La película, al mismo tiempo que dialoga con una historia de una madre desesperada plantea ciertos interrogantes a los que no pretende darle ninguna solución, sino, por el contrario, lo va dejando planteados para que el espectador pueda reflexionar mientras acompañamos a la protagonista en su derrotero más íntimo. ¿Hasta qué punto puede involucrarse una madre para salvar a su hijo de una adicción, si es que este salvataje fuese posible? ¿Cuáles son las herramientas, por fuera del núcleo familiar con las que se cuenta para intentar salvar a un hijo del borde la muerte permanente? ¿Qué rol ocupa el Estado y las diferentes instituciones –y el sistema de salud en general- que debiesen sostener y colaborar con esta lucha que emprende esta madre, para intentar dar ayuda a este tipo de problemas? El trabajo minucioso y detallista de Mónica Galán –en lo que será su intensa despedida como actriz con este excelente protagónico- construye meticulosamente cada una de las aristas y las contradicciones con las que debe enfrentarse Brisa ante cada una de las nuevas apariciones de su hijo: la incertidumbre, el dolor, el desasosiego, la angustia, la impotencia de no poder dar contención, la desesperación que la atraviesa y fundamentalmente la soledad a la que se enfrenta cuando ella ve que está absolutamente sola en la lucha. Inés de Olveira Cézar construye a sus personajes sin emitir absolutamente ningún juicio de valor sino sencillamente mostrando lo que cada uno de ellos puede hacer frente a estas situaciones límites. Ha diseñado una puesta que es exquisita, con una brillante fotografía en blanco y negro, acompañada por un diseño de arte que cuida cada uno de los detalles. Es interesante también el díptico que plantea entre la vida profesional y la vida personal de Brisa: su trabajo como actriz frente a la cámara y los acontecimientos que la atraviesan detrás del set de forma tal que poco a poco, lo personal va invadiendo y tomando terreno por sobre lo profesional. Su historia gana en emoción justamente porque va a contrapelo del retrato que generalmente muestra el cine mainstream sobre las adicciones: primeramente la historia no focaliza en la figura del adicto, sino que gira el mirada hacia su entorno, planteando lo difícil que es para los seres queridos, poder acompañarlo. Hace poco hemos visto, en una historia con ribete similares, a Julia Roberts en “Regresa a mi” (también este año estuvo en cartel la lacrimógena “Beatiful Boy” cerca de la temporada de los Oscar), otro retrato de una madre desesperada intentando retomar el vínculo con su hijo adicto que regresa, temporariamente, al hogar. Por suerte, Oliveira Cézar plantea sobre el mismo tema, una película absolutamente en las antípodas: Brisa no es una madre al que el guion le resuelva mágicamente algunas situaciones, ni plantea la figura de una madre que logre cosas increíbles. “BALDIO” enfrenta crudamente una realidad compleja y difícil de abordar. Y el intenso y enorme trabajo de Mónica Galán perfecciona aún más la acertada mirada de la directora. Ese terreno abandonado, esa tierra de nadie desolada y frágil, como es el baldío del título, se convierte en una geografía difícil de abordar, alejada de cualquier fantasía, con los pies en la tierra y con una mirada absolutamente madura y real.
LOS FELICES Quizás iniciar esta reseña exponiendo que fue la última película de Mónica Galán sería un poco artero, pero es la realidad. Es que Baldío fue pensado por la actriz como su obra póstuma, en la cual no sólo protagoniza sino que produce y es coautora del guión, sabiendo que el maldito cáncer no le iba a permitir verla en pantalla. Por todo esto, no resulta caprichosa la trama donde Galán interpreta a Brisa, una reconocida actriz que mientras protagoniza una película en rodaje, atiende las emergencias de su hijo, adicto a las drogas; la cámara sigue su proceso, mostrando el devenir de este personaje entre la ficción y la cruda realidad. Filmada íntegramente en blanco y negro, Baldío se caracteriza por planos estáticos y precisos, con poco movimiento, pero que contextualizan en forma precisa cada situación. La destacada elección visual le aporta un tono sombrío a la historia dándole seriedad al relato que coincide con la crudeza de lo narrado. Dentro de estas formas, Galán lleva adelante un rol primordial para el pulso del film, realizando una labor ajustada y precisa, sin estridencias, exponiendo el tono justo para la trama. Es acompañada por un elenco estelar que con pequeñas apariciones enriquece la producción. No obstante, esta precisión actoral y artística desemboca en una solemnidad, poco emotiva, más aún en una historia dura y movilizante como esta, en la cual el factor emocional brilla por su ausencia. Tal vez se centra demasiado en personalizar en Galán como su motivación sentimental, pero para quien no conoce lo sucedido no le aporta mucho más al respecto. Baldío es un correcto film, de gran factura técnica y con una actuación protagónica solvente y sin falencias, pero con una enorme falta de sensibilidad hacia una historia que lo merecía, más allá de los instantes finales que se resignifican una vez se conoce lo sucedido con la actriz. Quizás sea la única pizca de emoción en un producto demasiado frío.
Los límites entre la vida cotidiana y la representación artística, en ocasiones, son difíciles de discernir. Esto sucede, sobre todo, cuando alguien que entra en el terreno de la interpretación de una ficción carga sobre sí el peso de un asunto impostergable en la realidad. Este es el eje de Baldío, la nueva película de Inés de Oliveira Cézar, quien además es co-guionista junto a Saula Benavente. En esta se narra tanto el transcurso como la desazón de los días de Brisa (Mónica Galán), una famosa actriz que debe lidiar por un lado con los límites temporales de una nueva filmación, y a la vez con las dificultades que le genera su hijo Hilario (Nicolás Mateo), quien sufre de una severa adicción a las drogas. Tanto Galván y Mateo, como Rafael Spregelburd -en el rol del director de la obra protagonizada por Brisa- y Gabriel Corrado -en el papel del padre ausente, irresponsable e insensible-, aportan matices particulares, y necesariamente disímiles. En conjunto, logran consumar el meollo dramático, a partir de la tensión entre los compromisos profesionales que deben concluirse como sea, al mismo tiempo que se transita un contexto de impotencia y malestar a nivel personal, mientras otros buscan desentenderse de toda situación delicada o dificultosa.
Una Mirada Distinta sobre las Adicciones. Crítica de “Baldío” de Inés de Oliveira Cézar..InicioEstrenosUna Mirada Distinta sobre las Adicciones. Crítica de “Baldío” de Inés de Oliveira Cézar.. 22 agosto, 2019 Bruno Calabrese Brisa protagoniza una película en rodaje mientras atiende las emergencias de su hijo, adicto a las drogas; La cámara sigue su proceso. El choque entre el cine y la calle, el amor y el miedo, el trabajo y el reconocimiento se traducen en una experiencia inclasificable. Por Bruno Calabrese. Basada en una historia real, “Baldío” es una conmovedora película demasiada poderosa para resistir. En su última película, la entrañable Mónica Galán, demuestra su habilidad para desempeñarse en el drama, pero también en la comedia (a pesar de tratar sobre adicciones tiene algunas escenas cómicas). La actriz conmueve encarnando a Brisa, una reconocida actriz que intenta hacer frente a la adicción al paco de su hijo mayor de edad, (Nicolás Mateo), mientras filma con un reconocido director italiano. Junto a Brisa se encuentra el padre del joven, interpretado por Gabriel Corrado, con quien habían acordado no brindarle más ayuda a su hijo pero el siempre vuelve a la casa de ella rogando ayuda. El padre se mantiene firme en lo pactado, por el bien del adicto, pero detrás de esa excusa se percibe el interés es por no hacerse cargo de la situación por su bien. La madre no puede hacer lo mismo, no lo siente y acude siempre al rescate de su hijo, a pesar de las constantes mentiras de este. El año pasado vimos dos dramas que tocaban el tema de la adicción desde la perspectiva del dolor que provoca en la familia: “Beautiful Boy” y “Ben is Back”, protagonizadas por Steve Carrell y Julia Roberts, respectivamente. Desde la óptica del padre en la primera y de la madre en la segunda, en ambas el drama está anclado en hijos de padres separados pero que han podido rearmar una familia al lado de otra persona. En este caso, Brisa está en la misma situación, separada pero ya es una mujer mayor que dedicó su vida a su profesión, la de actriz. Así como en los films norteamericanos la adicción de los hijos produce fricciones con las parejas actuales, a Brisa se le presentan dentro del set de filmación, en este caso con situaciones tensas e incómodas pero con un toque de comedia que descomprime lo dramático. La estética de film noir le da un toque distinto que descoloca teniendo en cuenta la temática que toca pero desestructura y nos permite ver la situación con una óptica distinta, bien al estilo del cine negro (Sin ir más lejos Brisa aparece en muchas escenas con una peluca rubia y sobretodo, a lo femme fatale). En equipo con Nicolás Mateo, Mónica Galán recorre una gama de emociones que nos recuerda lo gran actriz que era. Acompañada por una estética llamativa,”Baldío” termina convirtiéndose en una mirada penetrante de cómo la adicción destruye vidas de ambos lados de la ecuación madre-hijo. Puntaje: 80/100.
Mónica Galán interpretada a una actriz llamada Brisa. Está en un rodaje donde se la reconoce como la gran actriz que es. Pero más allá de su exitosa carrera profesional, su hijo adicto a las drogas representa para ella un enorme pesar. En estado lamentable, el joven vuelve y una y otra vez para pedir ayudar y robarle cosas, sin que Brisa sepa cómo resolver este drama. La directora Inés de Oliveira Cézar consigue una película estéticamente perfecta, pero a pesar de la belleza melancólica del blanco y negro, no tiene problema alguno en emocionar de forma casi permanente. La enorme complejidad de lo que se cuenta incluye un gran número de temas. El drama personal, los conflictos laborales, el cine dentro del cine, los viejos amores, las amistades, la realidad de los adictos a las drogas, todo esto está unido con una habilidad tal que nada queda desarmado o poco sólido. Incluso el mencionado blanco y negro por momentos convierte a Baldío en un film de estética film noir. Hay que insistir en la perfección técnica, algo poco habitual en el cine argentino, más habituado a una búsqueda de desprolijidad naturalista. Por supuesto que hay un elemento extracinematográfico que se termina metiendo en la película. Mónica Galán, la gran actriz del cine argentino, protagonizó este film sabiendo que sería el último. Esta despedida incluye un alto número de pequeñas apariciones especiales de grandes actores y un plano final tan bello como emocionante. No se necesita este dato extra para valorar Baldío, pero a modo de homenaje es bueno mencionarlo. Mónica Galán tuvo una despedida a su altura.
Mónica Galán se despidió del mundo del cine con una de sus mejores interpretaciones en "Baldío", de Inés de Oliveira Cézar, un drama tan personal y profundo como arrollador. La película comienza y sabemos que será la última vez que la veamos en pantalla, por lo menos en un rol protagónico. Esos ojos tan hondos y expresivos, la mirada cargada de un triste carisma, acompañada del gesto siempre adecuado. Mónica Galán, una gran actriz argentina que se nos fue antes de poder ver estrenado su gran trabajo en "Baldío", la poderosísima nueva película de Inés de Oliveira Cézar. La actriz de "Un mundo menos peor", tuvo menos protagónicos en el cine de los que hubiese merecido; y haberse despedido del séptimo arte con un protagónico absoluto como el de "Baldío", y conociendo la génesis de la misma, es todo un hecho celebratorio. Los créditos nos informan dos datos interesantes, "Baldío" está basada en un historia real, y la idea es de la propia Mónica Galán, que la rodó sabiendo que pronto partiría. Inés de Oliveira Cézar y Mónica Galán eran amigas; y así, entre todos estos estos datos vamos comprendiendo este gran regalo que significa la película con la que la directora de "La otra piel" se presentó en la última edición del BAFICI y ahora estrena comercialmente. Galán se caracterizó por interpretar a mujeres de apariencia fuerte, enteras, y fragilidad interna. Una definición muy a grandes rasgos de lo que es su personaje en "Baldío", un drama personal, universal, enmarcado en un contexto muy particular. Esta es una cinta que habla de feminismo, de cuestiones de clase, y del cine dentro del cine. Cada fotograma es un gran homenaje al cine clásico. Brisa (Mónica Galán) es una actriz en pleno rodaje de un policial que la tiene como protagonista. Deambula por el set permanentemente en personaje, con esa peluca rubia platinada que el penetrante blanco y negro de Baldío hace notar de modo encandilador. Su presencia se impone en las discusiones con el director (Rafael Spregelburd), y en sus disposiciones de diva pata llegar tarde al set, retirarse cuando quiere, y no saberse la letra a tiempo. Ahí ella es la estrella, y nadie va a robarle el cartel. Pero las luces de la cámara se apagan, y Brisa deja de ser esa diva imponente con rímel cargado en los ojos, para ser una mujer divorciada de Félix, un hombre ausente de sus responsabilidades (Gabriel Corrado), y una madre acorralada. Si a la Brisa actriz no hay nadie que le imponga algo en el set de filmación; en su vida afuera, es su hijo, Hilario (Nicolás Mateo) el que la tiene desconcertada. La primera vez que la vemos con su hijo, en una icónica escena, pensamos que Brisa se está apiadando de un linyera, y algo de eso hay, sólo que es su hijo. Hilario es un drogadependiente que vive en la calle, y sólo acude a su madre cuando necesita de su ayuda desesperada. Le ruega, la tortura en lamento, le promete una mejora… en vano, cuando esta lo interne, una y otra vez, Hilario no quiere, y se escapa, y otra vez comienza la rueda. "Baldío" no presenta víctimas y culpables, todos son de algún modo víctimas. Hilario manipula a Brisa, pero lo hace desde su postura que también es extremadamente frágil e inestable, y carga con el dolor del desamparo y una personalidad débil. Brisa también se siente culpable por lo que atraviesa y atravesó su hijo, y por eso va a estar ahí una y otra vez, aunque le diga que no, y aunque lo odie, siendo que en verdad lo ama. Hilario es el espejo de su fracaso, pero también es el reflejo de su amor maternal; y en esa actriz que en el set parece inquebrantable comienza a transparentarse el por qué de ese comportamiento tan altanero. Alguien tiene que pagar el descargo. Mientras más en la banquina está su vida personal, más dura y caprichosa es Brisa en el set. Allí también, en ese rodaje, estará la que será el centro de las descargas para Brisa, Noe, una asistente interpretada por María Fuigueras. Siempre el hilo se corta por lo más fino. "Baldío" no recurre al lugar común. Al hablar de drogadicción se suele recurrir a la marginalidad clasista, al barrio bajo, expuesto como escoria; o una clase alta que desbarranca pero con glamour. Hilario es un ser marginal, pero proveniente de un ambiente que nada tiene de barrio bajo. Es una realidad que existe, y que rara vez se la muestra así. Madonna nos rezaba allá por inicios de siglo ¿Sabes lo que se siente ser una mujer en este mundo? "Baldío" tiene una posible respuesta. A la mujer se le exige en todos los planos, el hombre puede borrarse, armar una nueva familia, y comenzar de cero, la mujer es la madre que no abandona, y también es la profesional que tiene que imponerse en un mundo de hombres. Inés de Oliveira Cézar realiza una declaración de principios, fuerte, sin recurrir a lo declamatorio, recurriendo a la poética noïr del fundido a blanco y negro. La directora encuentra la calidez en esos tonos de profundo contraste, da clases de composición de cuadro, y no descuida ningún detalle, desde la música, el vestuario, y la escenografía. Todo es exacto. Lo de Mónica Galán es conmovedor, la cámara de su amiga la ama, y la retrata en gestos de muchísimo dolor, de compasión de madre, de desesperación, y de frágil mujer detrás de una máscara de actriz de carácter. Cualquier halago que se le pueda hacer será insuficiente para esta desgarradora interpretación. Nicolás Mateo también logra una actuación enorme, Hilario es un personaje muy difícil y lo compone sin estereotipos, con realidad, crudeza y dramatismo. María Figueras tiene un rol mucho más chico, pero a la protagonista de "La otra piel" le alcanza para demostrar su gran talento frente a las cámaras en contadas escenas. "Baldío" penetra desde su cinefilia, desde su humanidad, desde esa realidad en la que expone un drama universal sin caer en el estereotipo de clase, desde la creación de los personajes y los actores que le ponen el cuerpo. Inés de Oliveira Cézar logró su mejor trabajo hasta la fecha, y es justo como un homenaje para esa amiga y gran actriz que se despidió en lo más alto. Por todo esto, y más, "Baldío" es una de las mejores películas del 2019.
¿Qué hace una madre cuando su hijo pide ayuda a gritos pero no se deja ayudar? ¿Cómo actúa frente a ese otro que ama en medio de una situación tan frágil como es la adicción, frente a la voz de ese ser que tuvo en su vientre y que ahora vuelve a su casa diciendo que tiene frío pero que hace de sus retornos un abuso de confianza? Son estas preguntas algunas de las que conviven con Brisa (Mónica Galán). La mujer encuentra atravesada por dos realidades disímiles: un mundo profesional lleno de luces y fama y por el otro, uno oscuro, lleno de sombras, que habita en la nocturnidad y resulta de la relación con su hijo Hilario (Nicolás Mateo).
Brisa sabe que puede manejar situaciones o intervenir en ciertas decisiones durante la filmación de su nueva película con ese director tan soberbio. Incluso puede llegar a aconsejarlo o presionar sobre el staff. Es una actriz importante, capaz de imponer su condición de diva. Pero nada puede hacer cuando sale a la calle y se convierte en la madre de Hilario, ese hijo drogadicto que se mueve siempre al borde del abismo. Cómo pensar que duerme en un container de basura o se desmorona de frío cuando la droga lo tira de madrugada a los brazos de una resignada Brisa, sola para recibirlo y ayudarlo. Porque Brisa está separada y su ex tiene otra casa, otros hijos para mantener y preocuparse, aunque siempre hable con ella y le aconseje sobre cómo ser una madre no tan sacrificada. "Baldío" es la travesía solitaria de una mujer exitosa en la profesión, que no puede dejar de ser una madre presente. Es que tantas veces se jugó para solucionar la adicción internándolo o aislándolo en su casa. Pero Hilario huye y se resiste a la salvación. Ahora Brisa está intentando que el chico acepte la internación y no le desvalije la casa para comprar droga. Entre una vida glamorosa como actriz y diva de estudios y la maldita realidad, Brisa no aguanta más. Parece que ese hijo-problema hasta le impide la vida afectiva con una nueva pareja o la complicada filmación de una flamante película. CAOS DE LA DROGA Esta es la última película de Mónica Galán, con cuarenta años en el medio y más de treinta películas y tiras televisivas realizadas. Su gran ductilidad le permitió ser todo tipo de personajes, desde la Victoria Ocampo de "El mural" hasta la Perichona de "Cabeza de Tigre", pasando por vengadoras y mujeres malas. Pero siempre fue llamada como actriz secundaria, a pesar de sus excelentes actuaciones. "Baldío" es una idea original suya, que con guión de su amiga Inés de Oliveira Cézar y su sobrina Saula Benavente, le permitió en el final de su vida (ella lo sabía) asumir un protagónico. Y aquí demuestra una vez más su talento, la fuerza que es capaz de infundir en esa madre al borde del caos de la droga. En un filme de medios tonos, pero también de estallidos (los golpes de su hijo en la puerta de su casa de madrugada, la debilidad prepotente de su cuerpo tirado en la calle), Brisa demuestra que puede dar vida a una diva y en contrapunto, desangrarse en el oficio de madre, con el mismo carisma y la necesaria templanza de la mujer frente a la necesidad familiar. TOQUES POETICOS "Baldío" transmite ese mundo de emociones y sentimientos del universo femenino, clásico en la filmografía de Oliveira Cézar, y la densidad del desasosiego en tiempo de espera. Ciertos toques de humor, necesarios para balancear semejante densidad, aparecen con la locura de la filmación o las búsquedas del paradero de Hilario, que Brisa emprende con otra actriz, su mejor amiga (estupenda Mónica Raiola). El filme, con toques poéticos que pasan por la fotografía y la música, a pesar de la esencia dramática del tema, no cae en excesos ni golpes bajos. Pocas veces el punto de vista de aquellos que sufren por sus seres queridos en manos de la droga ha sido tratado. "Baldío" lo logra plenamente, hace sentir lo que ellos sufren y pierden en la lucha. Esta producción logra reunir la estética, la autenticidad, la emoción (no perder la escena final), y cristaliza para siempre la figura de una gran actriz, Mónica Galán.
La familia adicta En el último trabajo de Inés de Oliveira Cézar, Mónica Galán es una actriz que sufre intentando recuperar a su hijo adicto al paco, mientras está filmando una película. Las historias sobre adicciones, habitualmente, son contadas desde el punto de vista del adicto. Siempre viendo hasta dónde son capaces de llegar para lograr conseguir otra dosis, a veces tocando apenas el sentimiento del que sufre por esa persona. “Baldío” se encarga de esto último, de la impotencia de una madre resignada ya a la pérdida de su propio hijo en los brazos del paco, de un padre ausente que formó otra familia, del constante coqueteo con la muerte. Filmada íntegramente en blanco y negro que abruma, en “Baldío” se mezclan dos subtramas fuertes: la madre sufriendo por la adicción de su hijo y la femme fatale que implica su personaje de ficción dentro de la ficción. La protagonista está filmando una película mientras atiende a su hijo adicto. “No doy más”, le dice Brisa a una amiga, sabiendo que la rueda es siempre la misma: salir a buscarlo con el miedo de encontrarlo muerto, pero no abrirle la puerta cuando va a buscar dinero, a menos que acceda al tratamiento. Basada en una historia real, Baldío narra la historia de Brisa (Mónica Galán), una reconocida actriz que se encuentra filmando una película con un famoso director italiano, mientras intenta enfrentar la adicción al paco de su hijo (Nicolás Mateo), que ya es mayor de edad por lo que nada se puede hacer sin su consentimiento. Además, el padre del chico (Gabriel Corrado) quien se mantiene distante por un acuerdo que había hecho con Brisa en la que no iban a ceder más ante los pedidos del hijo, cosa que la madre no logra y termina acudiendo siempre al rescate del chico. Mónica Galán, que falleció el enero pasado, se despidió del cine con esta notable interpretación, quizás de las mejores de su carrera. Con total naturalidad, muestra la desesperación entre aceptar que perdió a un hijo en las poderosas garras de la droga o continuar esperanzada. Difícil este doble rol que tuvo la actriz en la que se es 2 mujeres al mismo tiempo, la madre enojada y desahuciada ante tanto dolor, y la profesional actriz que seduce a todos en el set. Entre la estética de film noir, con esos blancos y negros dramáticos, y el destacado guion, Baldío es una película que descoloca un poco en cuanto a la temática desde una óptica diferente, el cómo las adicciones destruyen a toda una familia, no sólo a quien consume. Es una historia sumamente transparente, a pesar de o gracias a la artística distintiva. Fuerte y recomendable.
Profunda y dolorosa mirada a la droga y sus consecuencias El flagelo de la droga ataca a todos los estratos sociales, sin pedir permiso. La adicción no se puede controlar sin ayuda, y eso es algo que no acepta Hilario (Nicolás Mateo), un joven fumador de paco que vive en la calle, pese a que proviene de una familia de clase media, porque está dominado por la enfermedad y prefiere escaparse de los institutos en los que fue internado, antes que curarse. Con esta dura realidad tiene que lidiar Brisa (Mónica Galán), una afamada actriz que está rodando una película, cuando sus problemas personales le dan un resquicio. Inés de Oliveira Cézar dirigió una historia ideada por Mónica Galán (16 de octubre de 1950 – 15 de enero de 2019), quien la protagonizó, siendo su última labor actoral. Realizada en un crudo blanco y negro, con un ritmo lento para realzar la gravedad del asunto donde una tenue, pero contundente melodía, que proviene de un piano, suena sólo un par de ocasiones para crear una atmósfera seca y opresiva, tan necesaria para tratar un tema muy cruel, dramático, y de compleja resolución. A Brisa le toca estar presente en dos ámbitos tan lejanos como son su casa, a la que Hilario va de vez en cuando y roba lo que tiene a mano, y el set de filmación que oxigena un poco la historia y también su vida personal, aunque en ese lugar se desarrollan otros problemas, pero quienes tienen que ocuparse de ellos son el director y su equipo de producción. La protagonista está sola para enfrentar la situación. Se separó del padre de su hijo hace quince años. El ex marido, interpretado por Gabriel Corrado, intenta ayudarla sin muchas ganas, pues ya está resignado al destino del muchacho. El drama narrado es muy profundo y doloroso. Madre e hijo sufren hondamente por la situación, aunque de manera diferente: Hilario es autodestructivo y librado a su suerte, Brisa está agotada y agobiada, pero eso no le impide seguir intentando, por enésima vez, rescatar de las penumbras a su único hijo. Las actuaciones de ambos son muy convincentes y creíbles. El resto del elenco, con participación de reconocidos y populares intérpretes, secundan, en mayor o menor medida, la titánica lucha diaria de Brisa con las malas actitudes de su hijo, perdido por su adicción a las drogas sin desear recuperarse, aunque se lo supliquen.
Film de bella imagen en blanco y negro que refleja una trama que se debate entre luz y oscuridad todo el tiempo. Mónica Galán, fallecida a principios de este año, fue una gran actriz: realmente podía parecer una “persona común” (el personaje más difícil para un actor) y transmitir lo que tenía de excepcional. Y era, además, incapaz de sobreactuar. “Baldío”, film de bella imagen en blanco y negro que refleja una trama que se debate entre luz y oscuridad todo el tiempo, cuenta cómo una actriz debe manejar dos crisis: la del rodaje de una película, la de un hijo adicto al que no puede sacar de las drogas. De Oliveira-Cézar logra que la combinación entre ambos hilos no se transforme en una alegoría sino sólo en el retrato de un esfuerzo humano. Y al mismo tiempo, nos muestra cuál es el poder de la ficción, cómo vivimos entre lo real y lo virtual, entre el mundo físico del que no podemos escapar y los paraísos artificiales que nos mienten una fuga posible (eso es el cine, eso es, para el hijo, la droga).
Filmada en blanco y negro llega a los cines Baldío de Inés de Oliveira Cézar, última película protagonizada por Monica Galán (La otra piel). Galán interpreta a Brisa, una actriz que está en pleno rodaje de un nuevo trabajo en cine pero que, a la par, atiende a su hijo adicto al paco y que, como es mayor de edad, no puede internarlo sin su autorización. Ella sufre la desesperación de no poder ayudarlo y tampoco cuenta con el apoyo de su ex marido. En Baldío se profundiza una realidad que sufren muchas madres o padres cuando un hijo tiene una adicción. Pero a pesar del contenido realista del relato, la directora utiliza la tonalidad en blanco y negro, no sólo para acentuar el nivel de pesadez y desesperanza que puede sufrir la protagonista, sino también para darle un panorama de ficción. Al mantener la misma tonalidad también se mezclan las escenas que está rodando Brisa, con momentos del rodaje y la relación con su hijo. Para ella todo termina siendo parte de una misma construcción. Esta vida que puede controlar en un set pero no fuera de él. Pero si seguimos pensando en el tema del relato, el guion (que parte de una idea de Monica Galán) tampoco profundiza en el drama. En vez de reutilizar los recursos más banales del género como en Beautiful Boy (película que aborda una temática similar), la cámara se mantiene vigilante y demuestra que la película no tiene las respuestas frente a tal situación. Los conflictos vacíos dentro del set, que son de alguna manera un comic relief con un director desesperante interpretado por Rafael Spregelburd, frente al vacío real de los edificios que usan los drogadictos, hacen un buen contraste, especialmente para mostrar los dos lados de Brisa: uno confiado y certero, el otro callado y a la deriva. Con un increíble trabajo de Mónica Galán, Baldío presenta un drama sin caer en golpes bajos. A pesar del realismo de la historia, hay un trabajo muy cuidado de la puesta en escena.
Inicio Cinefilos Lo nuevo de Quentin Tarantino entre los estrenos de cine de la... CINEFILOSLo nuevo de Quentin Tarantino entre los estrenos de cine de la semana Por Susana Salerno - 25 agosto, 2019 138 0 «HABÍA UNA VEZ EN HOLLYWOOD» (2019). Dirección: Quentin Tarantino. Actores: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Al Pacino, Timothy Olyphant, Tim Roth, Kurt Russell, Michael Madsen, Bruce Dern, Dakota Fanning, Género: Comedia, Origen: Reino Unido / Estados Unidos / China, Duración: 161 minutos. Versiones: Subtitulada /Doblada. Apta para mayores de 16 años La película de Quentin Tarantino está situada en Los Ángeles en 1969, justo cuando la Estrella de TV Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y quién ha sido su doble por muchos años, Cliff Booth (Brad Pitt) se enfrentan a los cambios en una industria que cada día reconocen menos. La 9na película del escritor y director cuenta con un gran elenco y múltiples historias que son un tributo a los últimos momentos de la época de oro de Hollywood. Mi Opinión: El célebre cineasta Quentin Tarantino logra trabajar con dos grandes estrellas Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, que están a la altura de los requerimientos del realizador y un reparto secundario de gran nivel. La acción se sitúa en 1969. Rick Dalton (Leonardo Di Caprio, su personaje espectacular) es un famoso actor de cine y televisión que trabaja junto a su amigo, asistente y doble de riesgo Cliff Booth (Brad Pitt, impecable interpretación debería ser nominado a los Premios Oscar y ganarlo), un hombre todo terreno y con un pasado algo oscuro. Ellos trabajan juntos en los estudios de filmación y su trama va mezclando y mostrando las vidas de ambos. Además intervienen otros personajes: Sharon Tate (Margot Robbie), Marvin Schwarz (Al Pacino), Randy (Kurt Russell) y Janet (Zoë Bell), entre otros. Dentro de su desarrollo incluye drama, acción, spaghetti-westerns, thriller y muchos elementos de comedia. Es graciosa y posee un humor ácido, además de resultar colorida, contener muy buenos diálogos, personajes muy bien construidos y muchos guiños para cinéfilos. Destaca el un buen ritmo, resulta disfrutable y los fans estarán felices ya que la misma es bien tarantinesca. Esta cinta es ver cine dentro del cine, también hace críticas al mismo, todo traspasa la pantalla, la banda sonora es grandiosa, la fotografía variada, alucinante la recreación de época, esta cuidada hasta el mínimo detalle. Posee grandes encuadres, giros en el guión y sorpresas, varios cameos a importantes figuras del cine, un buen homenaje a Hollywood y es candidata a obtener varias nominaciones a los premios Oscar. Recuerden que hay escenas post créditos. Excelente. «UN HOMBRE EN APUROS» (2018). Dirección: Hervé Mimran, Actores: Fabrice Luchini, Leïla Bekhti, Rebecca Marder, Igor Gotesman, Clemence Massart, Frédérique Tirmont, Yves Jacques, Micha Lescot, Evelyne Didi, Eric Wapler, Género: Comedia Dramática, Origen: Francia. Duración: 100 minutos. Apta para mayores de 13 años. Alain es un hombre de negocios respetado y un orador brillante. Nunca tiene tiempo para nada, en su vida no hay lugar para la diversión ni para la familia, pero luego de sufrir un derrame cerebral que le ocasiona profundas alteraciones en su habla y memoria, buscará la ayuda de Jeanne, una joven terapeuta. Mi Opinión: Este film dirigido por Hervé Mimran y con la colaboración de Hélène Fillières se encentra inspirado en la historia real de Christian Streiff (en la actualidad con 64 años) quien fue presidente de grandes empresas como Citroën y Airbus. Su salud se siente afectada porque vive lleno de presiones, a un ritmo frenético y hasta sus afectos deja de lado. Además se refleja como se manejan ciertos empleados según su cargo. La cinta primero muestra un hombre de negocios que vive a un ritmo muy acelerado, hasta se atreve a decir «descansaré cuando me muera», pero esto puede tener sus consecuencias, se suele decir que el cuerpo en algún momento pasa factura. La película plantea que sucede cuando te enfermas, quienes te dan la espalda y quienes siguen, como funciona el capitalismo, la relación con su hija, su terapeuta, su mascota, entre otros seres y su etapa de recuperación. Cuenta con la brillante actuación de su protagonista Fabrice Luchini (“El emperador de París”), hay algunas referencias a la película “Casablanca”, posee buenos toques de humor, una fotografía y banda sonora maravillosa, el film tiene moraleja y te deja varios mensajes. Tiene un giro narrativo, subtramas como por ejemplo lo que sienten otros personajes. Buena. «BALDÍO» (2018). Dirección: Inés de Oliveira Cézar. Actores: Rafael Spregelburd, Leonor Manso, Cecilia Dopazo, Gabriel Corrado, Mónica Galán, Mónica Raiola, Luis Brandoni, Género: Drama. Origen: Argentina. Duración: 78 minutos. Apta para mayores de 13 años, Basada en una historia real, “Baldío” surge a partir del diálogo entre la actriz Mónica Galán y la directora Inés de Oliveira Cezar. La película, que tuvo su premiere mundial en la Sección Noches especiales del 21 BAFICI, relata el difícil recorrido y la impotencia de una madre que intenta ayudar a un hijo sumido en la droga. Mi Opinión: El relato está enfocado desde la mirada, el dolor y el sufrimiento de una madre que lucha por su hijo Hilario (Nicolás Mateo, “La salada”) que no puede salir de la adicción a las drogas (al paco). Está filmada en blanco y negro y la idea se encuentra basada en un hecho real. La trama muestra la incomodidad, las inseguridades, los obstáculos que vive esta mujer llamada Brisa (Mónica Galán, este fue su último trabajo en enero de este año falleció) que se encuentra prácticamente sola, es actriz y vive angustiada, entre un set de filmación y pendiente del teléfono. Va agotando todas las formas posibles para que su hijo salga del consumo del paco. Además el film muestra los vínculos entre esa madre y su hijo mayor de edad que juega a diario entre la vida y la muerte, todo lo que rodea al adicto, como a medias cuenta con la ayuda del padre del joven (Gabriel Corrado) y esa intensa búsqueda para internarlo. Otros personajes secundarios que componen el elenco: Rafael Spregelburd, Lalo Rotavería, Mónica Raiola, Luis Brandoni y Alberto Suárez, entre otros. Otras tramas similares que podemos citar: “Beautiful boy, siempre serás mi hijo” con Steve Carell y Timothée Chalamet, que se estrenó en enero de este año y “Sobredosis” (1986) de Fernando Ayala, entre otras.
“Baldío”, el último largometraje dirigido por la prestigiosa realizadora argentina Inés de Oliveira Cézar (“Como Pasan las Horas”; “La Otra Piel”) ofrece un gran trabajo póstumo de Mónica Galán, eminente actriz argentina tristemente fallecida luego de finalizado el rodaje del presente film, estrenado con motivo del último festival Bafici. El nuevo opus de esta guionista y directora, anteriormente nominada a los premios Cóndor y una figura reconocida en festivales internacionales, nos ofrece un conflicto dramático familiar de espesa hondura y fino tratamiento. Como resulta habitual, a lo largo de su cuerpo autoral, su cine no transita registros previsibles ni juicios condescendientes. La mirada femenina se posa sobre la gran protagonista de esta singular historia: una actriz madura, que supo ser una estrella de renombre y hoy, en su crepúsculo profesional, es convocada por un director de films de clase b -obsesivo y engreído-, intentando una suerte de renacimiento para su otrora destacada carrera. Este terreno intertextual, del inagotable abordaje al cine dentro del cine, servirá como pasaporte para colocar a la heroína del relato bajo situaciones que requerirán su ingenio y pondrán a prueba su carácter. Un elenco compuesto por Nicolás Mateo, Gabriel Corrado, Rafael Spregelburd, Luis Brandoni acompaña al personaje de Galán en este tour de forcé tan extravagante como hilarante. “Baldío” nos refleja un cúmulo de relaciones disfuncionales, a medida que examina la pesadilla que atraviesa una mujer, atrapada en su propio laberinto de impotencia y dificultades. Con agudeza y sin condenar sus falencias, la realizadora nos transmite la angustia de una mujer presa de la desesperación. Curiosamente, su teléfono celular (un testigo impensado de los hechos) será un elemento detonante de alarma, espera y silencio. Cualquiera de las alternativas no preceden buenos augurios. El registro en blanco y negro elegido otorga plasticidad a un relato que alterna locaciones en una antigua casona, en la reconstrucción de un hospital (filmado en una fábrica abandonada, recuperada) y en los espacios abiertos en donde se desarrolla una trama cuya línea de acción adquiere tonos más incisivos cuando se focaliza en los traumas que atraviesa el personaje del hijo de la actriz, interpretado enla ficción por Nicolás Mateo. En este vertiginoso y redentor periplo, en donde la ‘Brisa actriz’ se reencuentra con su profesión, al tiempo que la ‘Brisa mujer’ acude a cumplir su rol maternal, “Baldio” nos interroga con bienvenida sinceridad: ¿Qué hace un padre con un hijo adicto?
UNIVERSOS FUSIONADOS Una representación dentro de otra. Un juego de espejos para realzar las posibilidades del lenguaje cinematográfico sumado a una búsqueda poética, narrativa o plástica personal. En este caso, Inés de Oliveira Cézar subraya la idea de lo construido desde el inicio mediante el encuadre de una escenografía junto con planos detalle de la peluca, el arma y el maletín abierto con dinero así como una charla entre el director y el equipo técnico. Semejante comienzo no solo apunta a dejar en evidencia el montaje y la mirada subjetiva que manipula hasta el último momento, sino también la obsolescencia de las categorías de documental y ficción. En la actualidad, y de manera significativa en este filme, se trata de hibridaciones que coquetean con rasgos y elementos de cada una sin dejarse aprisionar. Un pasaje continuo que pone en quiebre modismos y reglas donde, por ejemplo, Brisa sale a la calle con su peluca brillante y es reconocida por un vecino o espía por el hueco de una puerta mientras llama a su hijo perdido, a la manera del lente de la cámara. Más allá de esto, la directora apuesta por una mixtura mayor entre la vida cotidiana de la protagonista y el rodaje a través de dos aspectos. El primero tiene que ver con una mirada sumamente perceptible –incluso, se lo puede pensar como un personaje más por momentos– que fusiona ambos universos. Así como revela el set al comienzo de Baldío, dicho encuadre se replica durante todo el metraje. No importa si se encuentra con una amiga, está cenando después de grabar o discute con el ex. De hecho, hay dos escenas donde se plasma de manera sobresaliente: cuando conversa con la maquilladora en uno de los pasillos durante un descanso y se enoja porque la cámara sigue prendida. Entonces pide que la apaguen y la pantalla se funde a negro. En la otra, ella está sola en el auto esperando que una señora se corra de la puerta de su casa. Tras bajar, el sonido queda atrapado dentro de las cuatro puertas del vehículo y lo que sucede afuera se escucha lejano. El segundo apunta a volver análogos los estados de ánimo y los sentimientos de la actriz y del director. Por un lado, una mujer reconocida que debe lidiar sola con Hilario, el hijo adicto al paco que vive en la calle y al cual quiere volver a internar para rehabilitarlo. Por otro, un hombre egocéntrico al que le gusta darse aires frente a los demás. Los dos desarrollan puntos de encuentro y rupturas paralelas, aunque no sean conscientes de ello, acentuados por el círculo que los rodea. Tal vez, el mayor nexo sea la búsqueda de una persona importante para cada uno ligado a un rol –madre y director– y los diferentes estados que atraviesan en dicho camino. La película dedicada a la memoria de Mónica Galán –fue su último trabajo– propone nuevas experimentaciones para borrar, de forma definitiva, los cada vez más delgados límites clasificatorios en pos de amalgamar el arte, la cotidianidad, los puntos de vista y los diferentes roles sociales. Un juego de espejos que intenta reunir lo mejor de cada uno, probar otras alternativas y combinarlas para conformar nuevos lenguajes. Por Brenda Caletti @117Brenn