En 2023 habrá pasado cien años desde el asesinato del bandido rural Andrés Bazán Frías por gatillo fácil, y sin embargo la sociedad argentina sigue avalando un sistema punitivo tan lombrosiano y clasista como aquél que se encarnizó con el Robin Hood de Tucumán. Así lo prueban Lucas García y Juan Mascaró en la docuficción cuyo título retoma el apellido del ladrón de comida, ejecutado por un agente de policía: Bazán Frías, elogio del crimen. Los realizadores explicitan su perspectiva ideológica apenas comienza el film, cuando citan una frase de Michel Foucault en Vigilar y castigar, y poco después cuando acompañan la descripción castrense o judicial de Bazán Frías con imágenes de tucumanos contemporáneos que transitan por veredas de la capital provincial. La ilustración de ese informe fisonómico con rostros morochos pone en evidencia, por un lado, el trasfondo racista de la tipificación seudocientífica y, por otro lado, el peligro que supone la criminalización por portación de cara como reza el dicho popular. A priori suena excesivo que una sola película cuente la historia de un bandido devenido en patrono de los presos, documente los entretelones de la recreación cinematográfica que un grupo de convictos le dedicó a esa vida condenada de antemano por el Estado y la prensa, contraste el presente de estos reclusos con los lugares comunes que la opinión pública nacional repite sobre delincuencia, justicia y seguridad. Sin embargo, García y Mascaró muestran con destreza que éstas son las piezas de un rompecabezas, en este caso abordado desde una perspectiva secular. Sobre todo a partir del doble protagonismo acordado a la actriz Alejandra Monteros –como narradora en off y como integrante del elenco que lleva adelante la mencionada representación artística– los realizadores acortan progresivamente la distancia con los internos del tristemente célebre penal de Villa Urquiza. De esta manera, Bazán Frías… derriba más de un prejuicio alimentado por ese fenómeno socio-político y cultural que el penalista Raúl Zaffaroni denomina “criminología mediática“. De mayor a menor medida, los argentinos relacionamos Tucumán con nuestra declaración de independencia (de la corona española), con el caudillo Bernabé Aráoz, con la zamba Al jardín de la República de Virgilio Carmona, con la cantante Mercedes Sosa, con el cantautor, productor y gobernador Ramón Palito Ortega, con el trabajo esclavo en la zafra, con el Operativo Independencia ordenado por la Presidente María Estela Martínez de Perón, con el sanguinario Antonio Bussi y su hijo Ricardo, con el comisario Mario Malevo Ferreyra. Este último personaje es nombrado en el largo, concretamente por una mujer que exige “mano dura” como se pedía en tiempos de la Triple A y de la dictadura cívico-militar de 1976-1983. A partir de esta intervención, García y Mascaró destacan la recta histórica que vincula la época de Bazán Frías con un presente siempre dispuesto a justificar e incluso a alentar la violencia institucional contra cierto tipo de delincuente. Entonces la provincia norteña se revela como un botón de muestra de una mentalidad punitiva de envergadura nacional.
Sobre cárceles y delicuencia Los internos del Penal de Villa Urquiza (Tucumán) que integran un taller de teatro deciden representar la vida de Andrés Bazán Frías, un bandolero tucumano nacido a finales de 1800 que, al ver la desigualdad social, comenzó a robar para los más pobres. Detenido por un crimen es asesinado por la policía cuando intenta escapar de la cárcel donde se encontraba. A través de esta historia, Bazán Frías, Elogio del Crimen (2018) busca puentes de conexión entre el hoy y el ayer para profundizar sobre la problemática de la delincuencia y la violencia estructural. Lucas García Melo dirige y escribe una película colectiva de Cine Bandido que sigue dos líneas narrativas. Por un lado un taller de teatro que da origen a la filmación de una película que reconstruye la historia del Robín Hood tucumano, mientras que por otro, a partir de lo que de ella va surgiendo marcar semejanzas y diferencias con la delincuencia en el presente. ¿Qué hace a una persona convertirse en delincuente? es la pregunta que surge desde un comienzo y que a lo largo de los casi 60 minutos de metraje busca encontrar todas las respuestas necesarias, no justificando sino entendiendo los por qué de una acción de esta naturaleza. Testimonios de los detenidos se entrecruzan con imágenes de la cotidianidad carcelaria donde la sobrepoblación resulta una constante y la violencia parte de una rutina. A la vez que imágenes con opiniones de ciudadanos "comunes" pidiendo mano dura, más cárceles o mayores condenas, se cuelan con otras que ponen en evidencia la desigualdad social dentro de un sistema capitalista donde la "necesidad" de tener influye en los actos delictivos y sus consecuencias. Hablar de delincuentes implica estudiarlos como parte de un tiempo y espacio particular que ayuda a comprender un contexto sociopolítico. En Bazán Frías, Elogio del Crimen se unifican pasado y presente para analizar desde adentro la problemática delincuencial e interpelar la construcción social que existe sobre el delito y la violencia dentro de una sociedad marcada por la desigualdad social.
¿Quién fue Andrés Bazán Frías? No hace falta saberlo, por supuesto, porque la película se encargará de aportarnos todos los datos necesarios sobre su historia, pero quizás pueda tener sentido tener alguna información relativa al personaje, para cuando uno selecciona, de la cartelera, qué es lo que tiene ganas de ver. “BAZAN FRIAS, Elogio del crimen” intenta contar, en principio, la historia de este gaucho tucumano, quien a principios del siglo XX, fue duramente perseguido por la policía local. Como lo irán definiendo a través de las pequeñas entrevistas, algunos de los personajes del pueblo que participan del documental, la figura de Bazán Frías se construyó mucho más cercana a un estilo de Robin Hood pueblerino - robando comida para repartir entre la gente de su barrio-, que como la de un verdadero delincuente. Luego de cometer un asesinado fue finalmente condenado a prisión y se sabe que allí fue brutalmente castigado por la policía y por lo tanto él aguarda, incansablemente, durante estos meses en la cárcel, la oportunidad de ejecutar su escape. Cuando logra exitosamente su objetivo, esta figura de la fuga favorece más aún a esta construcción colectiva y alrededor suyo, de una figura de héroe, esos actos que lo van convirtiendo en una leyenda tucumana. Cuando encuentra la muerte con tan sólo 28 años, asesinado por la policía en un intento de escape en el Cementerio del Oeste -que era justamente el lugar que había elegido como refugio y para vivir-, vemos como todas estas situaciones, siguen armando y reforzando más todavía la construcción de una figura mítica, que se ha convertido con el paso del tiempo en una especie de santo popular. Es así como vemos que su tumba es visitada por muchos de sus “creyentes” que acuden, ya sea para pedirle algunos de sus “milagros”, como en agradecimiento por los favores que ya fueron recibidos al haber pedido en su nombre. Los directores Lucas García y Juan Mascaró podrían haber construido con este material un documental con una estructura más clásica, más cercana a lo enciclopédico y a la mera información que pudiese ilustrar una historia atrapante y hasta poder incluir algunas escenas ficcionales para realizar alguna reconstrucción de los hechos. Pero su apuesta para “BAZAN FRIAS, Elogio del crimen”, es inteligentemente, muchísimo mayor. Así es como instalados en el Penal de Villa Urquiza en Tucumán –una cárcel en donde de acuerdo con las estadísticas, el 70% de los presos tiene menos de 25 años y superando ese porcentaje se encuentran los detenidos con causas relacionadas con el consumo de estupefacientes (paco)- relatan, cien años después, y a través de este personaje ya icónico, la situación actual de la vida carcelaria. Casi sin preguntas obvias ni explícitamente formuladas, trazan un paralelo de aquella cárcel de la que Bazán Frías quiso escapar por el maltrato con esta de hoy que, por momentos, parece no estar tan distante. Los presos aceptan la propuesta de representar ellos mismos la historia de Bazán Frías, formando parte de un taller de actuación, procesos de casting y ejercicios actorales a los que se van sumando y en ese intercambio de experiencias, surgirán, por supuesto, sus historias de vida personales que golpean por la honestidad y la simpleza con la que son relatadas, la transparencia con la que hablan de su vida privada detrás de los muros, ese pequeño mundo que se construye en esa convivencia carcelaria día tras día. Allí cuando el documental se escapa de la figura central de nuestro “héroe”, va creciendo en todos los sentidos e incluso, cuando avanzan los fragmentos ficcionales del film –de los que se muestra el making off, con lo cual estamos también en presencia de una historia de cárcel dentro de la cárcel y de una filmación de cine dentro del cine- es interesante el registro de la interacción que se produce con el trabajo de la actriz que es convocada para componer al amor de Bazán Frías. La presencia de un personaje femenino, tan ajeno a ese entorno, genera –así como también sucede con el resto del equipo de trabajo que viene “del exterior”-un enorme respeto, y así se abordarán las diferentes escenas de la ficción que se plantea en el film, que se enriquecen en el diálogo que se produce entre esta ficción-no ficción que corre los límites en forma casi permanente y genera una caja de resonancia perfecta. En ese juego de espejos, presos representan a presos, presos representan a la policía, presos que representan a su “héroe” y borrando la línea de ficción y documental, García y Mascaró ponen el ojo en la marginalidad, en los bordes, en cada detalle que ayude a definir, tanto ayer como hoy, a este sistema donde la clase más vulnerable sigue padeciendo la violencia social, policial y penal, donde cuesta encontrar la reinserción luego del encierro. Doloroso, real, vigente, por sobre todo un trabajo sumamente valioso, los directores construyen ese retrato de Bazán Frías que es, a la vez, el de cualquiera de sus otros protagonistas en el aquí y ahora.
El documental de Lucas García y Juan Mascaró dedicado a Andrés Bazán Frías, conocido como el "Robin Hood tucumano", tiene tramos muy poderosos pero también cierta desorganización en la narración que los opacan. El foco narrativo pierde su eje debido a la ambición por desarrollar en poco más de una hora la historia de este personaje de fines del siglo XIX y también reflexionar sobre el crimen, sus orígenes y consecuencias. El mayor valor del film es el registro del taller de teatro integrado por un grupo de internos del penal de Villa Urquiza, que ponen en escena una representación de la vida de Bazán Frías al tiempo que reflexionan sobre la criminalidad.
Los directores Lucas García Melo y Juan Mascaró, inspirados en la experiencia de los hermanos Taviani en “Cesar debe Morir” realizaron una experiencia límite y poderosa. Tomaron el caso de una suerte de “Robin Hood” tucumano, a cuya tumba aun acuden muchos para las flores, las velas y las promesas. El caso del título del film, Andrés Bazan Frías que comenzó robando comida para repartir entre sus vecinos, condenado a prisión por un asesinato, escapa de la cárcel se transforma en el hombre más buscado de la provincia y finalmente lo matan en 1923 convertido en una leyenda que perdura. Los directores decidieron, a un siglo de su muerte, realizar un taller con los internos del penal Villa Urquiza de Tucumán. Y durante ese proceso, surge siempre el testimonio, las identificaciones, definiciones de mundo tan distinto al nuestro, interacciones, historias personales. Un rico registro realizado en una cárcel superpoblada donde esos reclusos encuentran un espacio de libertad creativa y alivio que apura las confesiones
“Bazán frías. Elogio del crimen”, Lucas García Melo y Juan Mascaró Por Gustavo Castagna La ficción se cruza con el documental. La representación se fusiona con los hechos reales. El artificio se combina con lo real. Suerte de experimento audiovisual que escarba en la vida de Andrés Bazán Frías, conocido como “El Robin Hood tucumano”, asesinado por la policía hace casi cien años, el trabajo de García Melo y Juan Mascaró articula su discurso a través de un taller – labor terapia donde los reclusos de un penal ofician de actores y ellos mismos tutelan la representación de la historia. Cuando se presenta la propuesta y se manifiestan los primeros ensayos, surge la voz y el cuerpo de Alejandra Monteros, quien puntúa desde el off el devenir de la actividad, además de integrar el elenco de la representación sobre la vida de Bazán Frías. El documental – ficción, por otra parte, alterna testimonios e imágenes de la actualidad, donde se manifiesta la clásica demonización que hace la clase media (o más que eso) sobre la delincuencia, reparando en el pedido de mano dura o que la cárcel sirva como reeducación del condenado. Nada original resuenan esos testimonios pero bien viene escucharlos de otra vez para reflexionar sobre el poder que ostentan los medios y en la forma que manipulan la información. Dentro de esos ejes, la representación y lo real, la reconstrucción de hechos y la actualidad vía testimonios, Bazán Frías. Elogio del crimen expresa su propuesta formal y argumental. El espejo referencial fue concebido hace algunos años por los hermanos Paolo y Vittorio Taviani con César debe morir y un grupo de presos representando Julio César de Shakespeare. Pero allí terminan los ecos: es que el trabajo de García Melo y Mascaró corrobora otra injusticia más de una sociedad que aun sigue justificando la mano dura, la cárcel y hasta la pena de muerte para los menos tienen y deben sobrevivir al día a día. BAZÁN FRÍAS. ELOGIO DEL CRIMEN Bazán frías. Elogio del crimen. Argentina, 2018. Dirección: Lucas García Melo y Juan Mascaró (Cine Bandido). Producción: Virginia Agüero y Duilio Gati. Fotografía: Sebastián Ernesto Suárez. Montaje: Juan Mascaró. Sonido: Virginia Agüero. Música: Savonet Surfers. Con: Alejandra Monteros y el grupo de internos del Penal de Villa Urquiza. Duración: 65 minutos.
El Robin Hood tucumano Tomando como punto de partida los relatos construidos en torno de Andrés Bazán Frías, uno de los criminales más célebres del Tucumán de la década del Centenario, el documental Bazán Frías. Elogio del crimen, dirigido por Lucas García Melo, busca superponer pasado y presente para mirar sus cruces desde distintas perspectivas. Para ello echa mano de una variedad de recursos, pero en especial uno: reconstruir cinematográficamente la vida del bandolero a partir del trabajo junto a un grupo de reclusos, quienes purgan sus condenas en el penal de Villa Urquiza, en la pequeña provincia del noroeste. Bazán Frías fue conocido como “el Robin Hood tucumano” y hoy cuenta con devotos que lo consideran un alma milagrosa, relatos que, como todos los mitos, surgen de la tradición oral. La historia oficial dice que era un ladrón violento, nacido pobre, y muerto en una balacera producida dentro de un cementerio. Su figura impacta en los presos que participan del proyecto: ven en el otro un reflejo del cual apropiarse. Al oír sus historias queda claro que el delito siempre está asociado a resolver una necesidad, aunque los botines no se repartan entre los pobres. Un intento de equilibrar por las malas las inequidades de una sociedad clasista. Lo que de algún modo también equivale a ver a la delincuencia como un caso de justicia por mano propia. A los reportes de la época, que describen a Bazán Frías como “armado y peligroso”, el documental le opone un collage de voces de periodistas contemporáneos (algunas muy reconocibles), que también piden poco menos que el linchamiento abierto de cualquiera que se atreva a tocar lo que no es suyo. Da lo mismo si es un kilo de pan o un auto de lujo, aunque se omiten las figuras de conocidos empresarios cuyas fortunas, se sabe, tampoco fueron amasadas con todas las de la ley. Lo que menos les importa es la justicia. El trabajo dramático realizado con los internos tiene, sobre todo, el valor de aportar a sus participantes una nueva forma de ver el mundo y su propio lugar dentro de él. Las escenas que más impactan son aquellas en los que ellos, los verdaderos protagonistas, cuentan sus experiencias e ilusiones en primera persona o les responden a los testimonios de “gente común” que cree que la solución al crimen es crear más cárceles y no, por ejemplo, más trabajo o educación. O sí: más educación pero adentro de las cárceles, cuando el daño de la desigualdad ya se ha vuelto (casi) irreversible. Y así, por un rato, García Melo se convierte en el Robin Hood de las películas, robándole un poco de cine a los ricos para dejar que los pobres también se expresen a través de él.
Internos de un penal tucumano exponen su visión de la vida y en su taller de teatro evocan la leyenda de un delincuente caritativo, muerto en 1923 y hoy venerado como un santo. Interesante documental, en lejana sintonía con el “César debe morir” de los hermanos Taviani.
Rebelde y popular. Bazán Frías, el “Robin Hood tucumano”, fue un delincuente de personalidad dual, capaz de asesinar y evadir a la policía, por un lado, y por otro ayudar a los necesitados. Esta “contradicción y conjunción” en su persona, conduce a los presos a rendirle homenaje y a los realizadores a realizar un taller a modo de documento. Bazán Frías, elogio del crimen (2018), es un documental de Lucas García Melo y Juan Mascaró (montajista del flme), del Grupo Cine Bandido. El tucumano Andrés Bazán Frías se crió en la pobreza, comenzó a robar comida para repartir entre la gente de su barrio. En 1923 fue asesinado por la policía cuando intentaba trepar un muro del Cementerio del Oeste. Hoy está enterrado en el Cementerio del Norte, camposanto de las clases populares tucumanas. Los internos del Penal de Villa Urquiza deciden formar parte de un taller para representar la vida de Bazán. La historia es reconstruida por víctimas de la marginalidad y una actriz. El director y guionista Lucas García Melo elige relatarnos la vida real de Bazán desde la cárcel y, a través del experimento con presos, conocer sus historias de vida también. Somos testigos de cómo se ven reflejadas sus vidas con la de Bazán, las justificaciones de sus actos y sus motivaciones para cometer delitos, con el denominador común del punto de partida: la pasión por la delincuencia y la necesidad. Lo que abre un abanico de opiniones para el espectador y la opción de comprender un acto humano, conociendo su naturaleza y cuestionarnos qué rol jugamos en todo esto como ciudadanos responsables y parte de la sociedad. Quizás contribuya el hecho de escuchar con la mente abierta a quienes están encerrados o no, en tal caso y más allá de cualquier juicio o mirada ajena, considero que es un aporte para la sociedad y un llamado de atención hacia lo que no queremos ver, mucho menos atender por parte de nuestros representantes del poder político, como la educación dentro de las cárceles, entre otros asuntos urgentes y postergados. “El ser es digno de castigo, pero poco glorioso castigar”, Michel Foucault. Con esta cita de este filósofo comienza el documental y vale la pena pensar y analizar al respecto luego de mirarlo, y con suerte, recordar esas palabras antes de señalar con el “dedo justiciero”. Se puede encerrar a la persona, pero no a las mentes.
El cine devuelve la posibilidad, como espejo, que aquellos que a través de la expresión artística sientan la libertad negada en la representación de la vida de un delincuente. Lucas García Melo ofrece una propuesta distinta que atraviesa la pantalla para devolver un mensaje de esperanza en tiempos de resistencia.
Según de qué lado esté una persona, puede opinar de un modo u otro sobre la delincuencia en nuestro país. Los hay quienes aconsejan construir varias cárceles más, para alojar un mayor número de presos allí. y por muchos años. Del sector opuesto, piden clemencia y comprensión para los reos. Dentro de esa tónica se desarrolla este documental fomentado por un nutrido grupo de personas y dirigido por Lucas García Melo y Juan Mascvaró, quienes toman como referente a un bandido rural tucumano, Andrés Bazán Frías, cuyo raid delictivo ocurrió en las primeras décadas del siglo XX. Los encarcelados y los que no lo quieren estar, lo veneran y le rezan. Van hacia la tumba y le dejan ofrendas, tanto ellos, como sus familiares. Realizado en la unidad penitenciaria de Villa Urquiza, provincia de Tucumán, la producción organizó y planificó, con un reducido plantel de detenidos, un taller de actuación y filmación de situaciones ficcionadas sobre la vida y los sucesos que lo llevaron a ser considerado una suerte de Robin Hood a Bazán Frías. Detrás de las rejas vemos los ensayos, charlas sobre qué significa ser un marginal de la ley, compromiso con los compañeros, y con el objetivo dispuesto para hacerlos sentir útiles y activos, etc. Con voces en off, femeninas y masculinas, cuentan quién fue el personaje en cuestión, del que se sabe bastante poco y entró en la categoría de mito o leyenda. Para apoyar un poco la narración se valen de viejos diarios, prolijamente encuadernados, donde las crónicas de la época relatan las andanzas del bandolero. Además, para explicar en qué momento de la historia argentina apareció, muestran archivos fílmicos en blanco y negro, como así también, unas pocas fotografías en sepia. En pantalla se muestra el backstage de la filmación, y luego el resultado, ambientado con ropa de ese entonces. En unos pocos momentos álgidos suena alguna música para acentuar un poco más el dramatismo imperante, pero en el resto de la película se utiliza el sonido ambiente. La historia es irregular porque alteran el relato de tal manera que no se sabe bien cuál es el objetivo final del film. Si descubrir para el público que no sea tucumano un nuevo bandido rural, que les robaba a los ricos para darle el botín a los pobres, como ellos mismos lo consideraban, u otorgarles a los presos una inyección anímica importante, o tal vez justificar su accionar, como lo hace un sector de la justicia nacional, acusándolos de rebeldes por ser unas víctimas del sistema que maneja la sociedad capitalista cómo única excusa valedera.
El documental Bazán Frías, elogio del crimen de Lucas García y Juan Mascaró presenta una recreación de la vida del delincuente, pero también la realidad que viven los presos hoy en día. Los internos del penal de Villa Urquiza en Tucumán deciden formar parte de un taller de realización para recrear en una película la vida de Bazán Frías. El “Robin Hood tucumano”, que vivió a principios de 1900, robaba comida para repartirla en su barrio, fue preso, se escapó y finalmente fue asesinado por la policía cuando intentaba escapar. El documental mezcla efectivamente diversos momentos en la vida de Bazán recreados por los presos del penal, una relación amorosa que tuvo, las peleas dentro de la cárcel, las torturas por parte de la policía y su posterior escape. Pero a la par, los directores escuchan las anécdotas de aquellos que viven la realidad de la cárcel, las amistades que han encontrado adentro pero también esta delgada línea entre el encierro y la “libertad” que intentan asumir. También hay algunas anécdotas de familiares y gente de la localidad que creen en el mito de Bazán Frías. Una especie de santo al cual le prenden velas y le piden salud y trabajo. Es interesante ver cómo la poca información sobre un delincuente puede generar todo un prejuicio alrededor pero, a la par, también resalta este mito que se genera a partir del misterio.
LA MIRADA SOCIAL DIGERIDA Y EXPLÍCITA La cárcel no solo es una institución total, sino también un territorio pasible de ser intervenido de diversas formas; del mismo modo que el crimen no solo es un concepto, pues trae consigo un imaginario dominante pero con chances de ser modificado. El dilema es cómo alterar, cómo poner en crisis desde el arte con rangos de potencia pertinentes, una dificultad que Bazán Frías, elogio del crimen no termina de resolver adecuadamente. El documental de Lucas García Melo y Juan Mascaró sigue un taller de actuación y creación en el Penal de Villa Urquiza, donde se busca montar una representación de la vida de Andrés Bazán Frías, un bandolero que supo actuar como una especie de Robin Hood en el Tucumán de hace un siglo y que luego de ser asesinado por la policía se convirtió en una figura casi legendaria, un “santo de los presos”. Desde ahí, hay dos puntas narrativas que se entrecruzan: la de ese personaje tan emblemático como subterráneo, con su recorrido entre trágico y romántico; y la del proceso reconstrucción de esa historia, que deriva en un análisis de la situación de los presos, la estigmatización que sufren y el contexto que los llevó a caer en la criminalidad, con el pasado y el presente hallando puntos en común. Pero si había una chance de trabajar a fondo con las acciones y las imágenes como núcleos constitutivos del lenguaje enlazado con la criminalidad, la marginalidad y lo carcelario, Bazán Frías, elogio del crimen elige el habla como puente, casi siempre con un tono sentencioso y solemne. Todo es explícito y digerido, porque lo que falta es un proceso dialéctico y constructivo de una mirada que involucre al espectador. El resultado es paradójico: el film cuestiona los lugares comunes de lo que llama una “sociedad falsamente meritocrática”, pero usando otros lugares comunes, que son los de los sectores supuestamente progresistas. En el medio, la opresión y discriminación social –obviamente innegables- funcionan más como excusas que como explicaciones, eludiendo marcos y niveles de responsabilidades individuales con un facilismo un tanto alarmante. El “elogio del crimen” que propone la película está lejos de la polémica o disrupción realmente productivas, y no pasa de una provocación algo infantil.
Se basa en testimonios y confesiones de presos, se va mostrando cómo se vive en la cárcel, las peleas entre compañeros, discusiones que pueden ser por una mujer, entre otros motivos. La violencia también está en la desigualdad y todo lo que se cuenta y muestra se va ficcionando. Se cuenta con imágenes en blanco y negro para contar parte de la vida de Bazán Frías, más conocido como el Robin Hood de pueblo que robaba comida y ayudaba a los necesitados; hay personas que van al cementerio para dejarle actualmente ofrendas a un ser que se convirtió en leyenda. Casualmente durante el BAFICI de este año se proyectó “Pistoleros” de Nicolás Galvagno, que habla de los hermanos Velázquez originarios del Chaco en los años 60 (durante la dictadura de Juan Carlos Onganía), bandidos sociales, estos repartían sus botines con el pueblo, ayudaban a los pobres y la gente los protegía, pero también cometían otros delitos.