El discreto encanto de la burguesía Esta nueva película de la guionista y directora de Besos para todos, Jet Lag y Lo mejor de nuestras vidas -que fue vista por casi dos millones de espectadores en los cines franceses- aborda uno de los tópicos predilectos de la comedia francesa: las reuniones sociales. En este caso, una cena entre una decena de personajes que no tienen demasiadas ganas de concurrir, pero que terminan haciéndolo. Un verdadero seleccionado del cine francés -algunos de ellos, en registros y tonos poco habituales en sus carreras- participó en el film: los anfitriones son una abogada y amante del flamenco (Karin Viard) y su marido (Dany Boon), a los que se irán sumando -con o sin invitación- su padre (Pierre Arditi), su hermana menor Juliette (Marina Hands) con un amigo (Patrick Chesnais) su instructora de danza (Blanca Li), una ginecóloga (Marina Foïs) y su esposo (Patrick Bruel) y un abogado (Christopher Thompson) con su neurótica mujer (Emmanuelle Seigner). La coralidad del relato impide la profundidad psicológica y la empatía con ciertos personajes, pero le otorga al film una bienvenida ligereza que apunta más al retrato generacional de los franceses de cuarenta y pico, con su cinismo y su hipocresía a cuestas, con sus contradicciones (burguesas), con sus miedos (a la enfermedad, a la muerte) y con sus sueños (de nuevos amores, por ejemplo).
La cena de los hipócritas Encuadrándose dentro del estilo de la comedia clásica francesa, Cena de amigos (Le Code a Changé, 2009) focaliza el eje del conflicto en las relaciones personales de un grupo de amigos y el modo hipócrita que tienen para relacionarse entre sí -siempre manteniendo el humor- sin descuidar el conflicto interno que reina sobre cada uno de los involucrados. La historia se basa en la cena que mantienen un supuesto grupo de “amigos” en donde, aparentemente, todo estará más que bien. Aunque después todo cambiará al salir mundo exterior y la verdad no pueda disimularse y deban mostrarse tal cual son, sin mentiras, ni hipocresías. En síntesis, todos serán políticamente correctos, aunque nadie se soporte entre sí y deban poner su mejor cara. ¿Pero hasta cuando uno podrá interpretar al personaje sin que se le caiga la careta? Daniêle Thompson (Besos para todos, 1999) ya había demostrado una gran ductilidad para el manejo de situaciones dramáticas pero llevadas a la comedia en sus anteriores trabajos. Lo mejor de nuestras vidas (Fauteuils d´orchestre, 2005) es un claro ejemplo de ello. Ahora vuelve sobre el tema de los lazos pero en este caso sobre la amistad y cómo todo va cambiando a medida que el tiempo transcurre y lo que hace un año era de una forma al siguiente se transforma en algo diferente. Para ejemplificar los cambios ocurridos en las relaciones, la realizadora centra el eje de su relato en dos temporalidades cinematográficas alternadas entre sí. Un presente y un futuro que sucede justo un año después. En el presente vemos al supuesto grupo de amigos reunidos en una típica cena, en el futuro se verán los cambios surgidos y como las relaciones personales fueron mutando a raíz de esos cambios, aunque la mentira siempre rondará sobre cada uno de los involucrados, a pesar de renegar de ella. Tanto la puesta en escena como la interpretación actoral está marcada desde lo sutil, todo lo que se ve será tan aparente como los sentimientos de los personajes. Para ello, la directora se rodeó de un grupo de grandes actores franceses entre los que se destacan la bellísima Emmanuelle Seigner, Danny Boon (Bienvenidos al país de la locura, 2008), Patrick Bruel y Christopher Thompson –coguionista del film e hijo de la realizadora-. Cena de amigos mantiene durante sus más de 90 minutos la atracción del espectador a través de una historia inteligente, aunque nada tenga de novedoso, en donde la construcción de los personajes y la indagación interna sobre cada uno de ellos es lo que la hace interesante, gracias a la elaboración de un guión que coloca en primer plano los conflictos secundarios sobre lo que aparentemente es primordial. Sin duda, la comedia para empezar el 2010 cenando con amigos. ¿O alguien opina lo contrario?
Cambio de vidas La situación es típica del cine francés. Un grupo de amigos y familiares se reúnen ante una mesa plagada de delicias. Antes, durante y después veremos que, entre ellos, las cosas no andan muy bien. Y la reunión será el catalizador para que la aparición en público (o no) de esos conflictos. A esa tradición se suma Cena de amigos, película que entretiene aunque no aporta mucho al subgénero, más que revisitar sus códigos en un tono algo cómico: malas relaciones entre padres e hijos, amantes por doquier, matrimonios mal avenidos, alguna enfermedad y así. Aquí está el matrimonio que componen M.L. (Karin Viard), una abogada y su marido de origen polaco, Piotr (Dany Boon), que está preparando un plato típico para recibir a los invitados. Allí llegan Juliette (Marina Hands) y Erwann (Patrick Chesnais), la hermana de M.L. y su novio, mayor que ella. También llegará el padre de las hermanas, Henri (Pierre Arditti), pero como Juliette no lo tolera se esconde en una pieza. Estará también la pareja de doctores Alain y Mélanie Carcassonne (Patrick Bruel y Marina Foïs), con ella a punto de dejarlo; el abogado Lucas Mattei y su esposa Sarah (Christopher Thomspon y Emmanuelle Seigner), que también están en crisis y la profesora de flamenco, Manuela (Blanca Li) y Mauzard (Laurent Stocker) un amigo al que le quieren presentar. Podrán imaginarse que a partir de esa cena las cosas no serán iguales. Promediando la comida, la historia avanzará un año e veremos, mediante flashbacks, cómo y porqué cambiaron. Con un elenco de grandes estrellas, los franceses no tendrán problemas en seguir todas las historias paralelas y los cruces. Aquí será algo más complicado. La suerte cambiará, pero los códigos -culturales y narrativos- seguirán iguales.
Tan francés... Si quisiéramos repasar todos los lugares comunes del "típico cine francés", bastaría con ver Cena de amigos. No falta ninguno: acción casi nula, hipertrofia del diálogo, personajes "bien construidos", intrigas amorosas, reflexiones sobre la vida, quesos . Todo gira en torno a una cena que una pareja parisina de clase media alta organiza para un grupo de amigos y parientes. Preparan la comida, compran flores, los invitados dicen que no van a ir y después aparecen. Todo muy mundano. Vemos llegar uno a uno a los invitados, conocemos sus historias y la crisis particular que están atravesando en ese momento. Una situación de espacio y tiempo tan limitados podría habernos hecho creer que Cena de amigos estaba basada en una obra de teatro preexistente, pero no es así: el guión fue coescrito por la directora Daniele Thompson (de quien se vio por estas latitudes Lo mejor de nuestras vidas) y su hijo. Aun así, la teatralidad está muy presente, empezando por esa situación arbitraria pero que revela la interioridad de los personajes y pasando por los diálogos en los que se habla sobre la vida y la muerte como quien habla sobre el clima (y que incluyen un brindis "A la vida y al amor"), que definen tan claramente lo que se quiere decir. La ciudad de París aparece representada de una forma terriblemente banal, con el infaltable plano de la torre Eiffel iluminada de noche, las imágenes del Sena y la gente en la calle. Esta mujer tan enamorada de París plasma una mirada que parece la de un turista. La mayoría de los diálogos (que ocupan, como dijimos, la mayor parte de la película) están filmados con un muy convencional plano y contraplano que de tanto ir y venir en algunos momentos resulta confuso. Los personajes, tan bien delineados, caen fácilmente en casilleros absurdos (como la "J. K. Rowling francesa", que escribe un libro infantil ¡sobre un chico con síndrome de Down que tiene poderes mágicos!) y el personaje de Manuela, la española que baila flamenco, usa aros enormes y polleras blancas con lunares rojos, está tan cerca del estereotipo que casi resulta graciosa. Para generar algo como una tensión narrativa, la directora decide cortar arbitrariamente la cena en un punto cualquiera, avanza un año para mostrarnos cómo han cambiado sus personajes (porque así es la vida) y después nos va contando de a retazos, a través de flashbacks muy mal usados, cómo terminó aquella cena que de una forma u otra marcó la existencia de estos personajes. Todo termina en baile y sonrisas (porque así es la vida). Con una situación tan mínima, Thompson podría haberse dedicado a explorar los detalles de ese universo tan restringido en el cual decidió encerrarse, pero no lo hace. Las cosas pasan en esta película puramente en función de su "significado", cada línea está encajada como una pieza del rompecabezas. La cámara no encuentra placer en lo que está viendo y el espectador, tampoco. Por ejemplo, no tenemos ni un solo plano del famoso plato polaco del que los personajes hablan durante toda la película, una receta de la abuela del anfitrión que se comenta una y otra vez y que la directora decide agregar al comienzo de los créditos finales. Pero no está filmado. Thompson no parece estar interesada en el cine ni en sus posiblidades; se interesa sólo por sus personajes, tan bien construidos, tan profundos, tan franceses...
No hay repelente que valga contra este nuevo adefesio fílmico que nos llega de Francia, cuna del cinéma d’auteur y las revoluciones burguesas. El triunfo de los burgueses es, en este caso, la “inconsolable tristeza” de acudir a una reunión social, la cena del título. El resultado, un empacho inevitable con tanto estereotipo francés y paisajes de belleza postal, sólo recomendable a aquellos con el estomago acostumbrado a digerir estas “sofisticadas comedias francesas”. La nada misma...
Retrato benévolo de pequeñas hipocresías Con humor agridulce y ciertos apuntes emotivos Como en Besos para todos y Los mejores años de nuestras vidas , Daniele Thompson aborda en Cena de amigos la comedia coral, con la intención de pintar, valiéndose de un humor agridulce y sin descartar apuntes emotivos, los comportamientos y las relaciones, personales y sociales, de ciertos sectores de la burguesía parisina. Para lograrlo con más eficacia que mirada penetrante y con más benevolencia que voluntad crítica, cuenta con dos ventajas: una, fundamental, su talento para la conducción de sus elencos, generalmente seleccionados entre lo mejor del cine francés; la otra, el armónico equipo que conforma con su hijo, Christopher Thompson (también actor), en la construcción del guión y la desenvoltura de los diálogos, en los que nunca falta alguna réplica ingeniosa. Aquí encuentra el ámbito apropiado para retratar las pequeñas hipocresías de la vida social en dos reuniones de amigos -casi todos cuarentones y profesionales- realizadas, con diferencia de un año, en coincidencia con la Fiesta de la Música, la ruidosa jornada de junio que alborota a medio París. Los que intervienen en este juego de falsas apariencias, disimulos y mentiras integran una galería variada. Son, además de los dueños de casa (una abogada hiperactiva y experta en divorcios y su desempleado y desorientado marido de origen polaco; un matrimonio de médicos, él, oncólogo; ella ginecóloga, en plena crisis); la hermana de la anfitriona y su actual y veterano compañero, cara conocida de la publicidad; otro abogado y su frustrada mujer; un jockey-decorador y una vivaz profesora de flamenco. Claro que entre cortesías no siempre sinceras, bastantes risas y simpatías o antipatías tapadas por la formalidad, habrá indicios de conflicto por culpa de una declaración fuera de tono o alguna visita inesperada. Para darle aire a su propuesta y establecer quién es quién, a qué juega cada uno y cuáles serán sus respectivos destinos (ahí caben los ligeros toques dramáticos), Thompson altera el orden del relato y decide ir y venir entre la primera cena y la segunda. Quedan expuestas así las intermitencias del corazón, algunos cambios de pareja, ciertas sorpresas, un padre-hija conflicto que se resuelve a los apurones. Todo envuelto en una ligereza que redunda en la eficacia de un film que no aspira a las agudeza de Jaoui-Bacri ni consigue evitar algunos desequilibrios, pero que con su sostenido ritmo y sus magníficas actuaciones, resulta grato de ver. La música de Nicola Piovane hace su colorida contribución.
El peligro de comer con desconocidos Quien alguna vez haya tenido que sostener de manera simultánea más de una relación sentimental (y quien no, también) conocerá la regla de oro que recomienda no mezclar el ganado, útil metáfora rural que podría traducirse como “cada quien en su lugar, mientras más lejos mejor”. La no observancia de esta máxima suele ser un disparador común al que recurren muchas comedias románticas. Es el caso de Cena de amigos, nueva comedia no tan romántica de la directora y guionista Danièle Thompson, quien vuelve a un terreno que parece conocer bien: el de personajes de mediana edad acosados por los fantasmas de la frustración pequeñoburguesa. Organizar una cena para reunir a un grupo de conocidos antes que amigos es el extraño plan que tienen ML y Piotr, una pareja de cuarentones cuya vida en común hace rato transita por una larga y uniforme continuidad de nada. Como a cada uno se le va ocurriendo sumar algún invitado a la reunión sin consulta previa, y como la mayoría de éstos ni siquiera se conocen entre sí, la velada promete ser de pronóstico reservado. ML invitará a un famoso abogado que le ofrece la oportunidad de unirse a su bufete, sin saber que él está casado con una antigua noviecita de Piotr. Por su lado, Piotr invitará al diseñador que acaba de refaccionarles la cocina, ignorante de que éste ha sido reciente amante de ML y que aun sigue enamorado de ella. Ellos y el resto de los convidados darán un ejemplo soberbio de relaciones disfuncionales y de cómo la madurez en el individuo de clase media contemporánea se ha convertido en una prolongación de la adolescencia por otros medios. Como en cualquier reunión donde un protocolo de apariencias sirve de refugio para evitar incomodidades, el torrente vital de Cena de amigos fluirá bajo la mesa y a media lengua. Muy cerca del concepto de la regla áurea mencionada al comienzo, alguien dirá esa noche que “en el amor, decirse todo raramente termina bien”. Tal vez tenga razón. Porque mientras en la superficie abundan la ironía, la impostación del sufrimiento y la maniobra calculada, una compleja red de nuevos lazos y viejos vínculos clandestinos se irá tejiendo sotto voce, y cuando los anfitriones pretendan reeditar la cita un año después, ya no será posible. Como regados por Heráclito, los comensales no volverán nunca de aquella cena sino que serán otros, para bien o para mal, quienes se retiren renovados y saciados de bigos, ese guiso polaco que es la especialidad de Piotr. Aunque ya se ha dicho de Danièle Thompson que ha mostrado facilidad para este tipo de comedia de relaciones, tan agridulcemente afrancesada, debe notarse que no es menor el influjo de Christopher Thompson, hijo de la directora, coguionista de sus cuatro películas y parte del elenco en casi todas ellas, quien también suele colaborar en los libretos de Thierry Klifa (La historia de un amor), otro director francés que ha transitado el género. De la narración de reconocible perfil clásico a los ingeniosos contrapuntos entre sus personajes (cuando el diseñador, que insiste en hacer notar su herida de amor a su anfitriona y ex amante, diga que es hombre de una sola mujer, ella le recomendará guardar esa lealtad para la patria), no pocos elementos confluyen para hacer de Cena de amigos un entretenimiento grato. Sin embargo, no debe dejar de mencionarse cierta tendencia al abuso de moldes, estereotipos y melodramas de manual, tanto como la inoportuna debilidad de un final de amargas felicidades redentoras. Entre los títulos de cierre, la receta del bigos, una sorpresa simpática para los amantes del canal Gourmet.
Otro film de burgueses parisinos El demoradísimo estreno de esta obra mayor de los hermanos Dardenne, ganadora en su momento de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, es una gran noticia para el año cinematográfico que comienza, aunque en rigor se haya estrenado el último día de 2009. Su proyección en fílmico (y no en DVD ampliado, como tantas veces sucede por estos pagos con películas de las llamadas “de autor” o de cinematografías periféricas al mainstream), además permite asomarse con propiedad a una de las películas más importantes de la década del noventa. ¿Y por qué lo es? Porque es una muestra acabada del estilo de estos talentosos belgas, potente y austero a la vez, dueño de una capacidad para construir puestas en escena detalladas y, sin embargo, casi invisibles, de esas que no dan tregua al espectador. El film nos embute –no es una exageración: la cámara está constantemente sobre los hombros de la protagonista; y con ella nosotros– en la historia de la joven Rosetta (la notable debutante Émilie Dequenne, también ganadora en Cannes), una muchacha desempleada que vive junto a su madre alcohólica en una casa rodante ubicada en un camping en las afueras de Lieja. Rosetta quiere trabajar, o mejor dicho, quiere integrar el trabajo a su existencia. Para ella no hay horizonte que no incluya un empleo, y nosotros, testigos de su andar aparatoso y de su amarga desventura, la vemos quebrar convenciones sociales y parámetros morales sin juzgarla ni horrorizarnos, porque su comportamiento nunca es definitivo y sí, claramente, el devenir de una vida con su porvenir difuminado por la falta de esperanza. Mérito de los Dardenne, que nos la muestran como una fuerza de la naturaleza impotente en medio de una dura realidad laboral que ya en 1999 exhibía un perfil brutal e insensible. Rosetta, el personaje, funciona como una síntesis de las muchas reacciones que puede provocar la incertidumbre de no saber qué será de nosotros mañana. De ahí sus dolores abdominales, sus corridas, la costumbre de entrar al camping por un alambrado roto y no por la entrada, su comportamiento maniático, su beligerancia. Los directores de El niño y El silencio de Lorna, con la fuerza de su cine, tan cercano al registro documental, seco y realista, logran que sus discutibles actos jamás nos repugnen y sí nos interpelen. Es que el mundo acorrala a la pobre chica: desde los empleados de seguridad que la sacan a la fuerza de una fábrica que la despide después de un período de prueba, hasta su madre, que cambia sexo barato por alcohol, pasando por Riquet, el vendedor de waffles que intenta ser algo así como un novio y termina siendo una más de sus pesadillas. “Yo sólo saqué lo que sobraba”, dicen que dijo Miguel Ángel al referirse a la creación de su David. Los Dardenne, con un recorte preciso y quirúrgico, rico en elipsis y fisicidad, con una presencia capital del fuera de campo, dan la impresión de haber logrado el mismo milagro artístico aquí, escogiendo de la vida de Rosetta aquello que mejor nos habla de ella.
Si uno se para delante del afiche promocional de Cena de amigos cree que se trata de una comedia de enredos maritales, pero sentado en la butaca del cine se encuentra con otra cosa. Cena de amigos narra mucho y nada: una pareja en aparente crisis planea una cena anual en la cual se invitan a hombres y mujeres conocidos por alguno de ellos; unos serán un poco amigos, otros serán oportunistas y otros sólo un lugar ocupado en la mesa. En ese menjunje de comensales habrá esposos y amantes, doctores y pacientes y secretos varios, aunque tampoco tan escabrosos. Thompson acierta en construir sutilmente a los personajes antes de sentarlos a la mesa, de esa manera el espectador cuenta con información que los personajes no tienen y confiere a los diálogos y los juegos de miradas que se producen durante la comida de mayor relevancia, así, muchas frases, de esas que se dicen por decir en compañía de extraños y pueden ser en apariencia banales, adoptan otro significado. La puesta en escena de esa gran mesa redonda de idas y vueltas se complementa con la cámara que gira alrededor de los personajes (tomados en primeros planos) y, si bien por momentos la imagen se vuelve un poco “calesitera”, le imprime dinamismo a una escena que de lo contrario podría parecernos estática y aburrida. El problema está hacia el final de la película. A un año de la cena de marras (con la excusa de volver a reunir a los mismos comensales) Thompson retoma a cada personaje para darles una clausura, pero la sutileza que presentaba al introducirlos la pierde al intentar cerrar todas las historias con pretendidos y vacíos finales redentores. Las conclusiones son apuradas y burdas. Todo rasgo de cinismo, crítica o atisbo de sarcasmo que se podía encontrar es borrado de un plumazo en pos del amor y la familia, y el sabor amargo que dejaba esa cena una vez que se cerraba la puerta se termina edulcorando torpemente.
Confesiones para después de cenar Con el sello de la realizadora francesa Daniele Thompson, la misma de Besos para todos y Lo mejor de nuestras vidas y , desembarca este relato que hace foco en las vidas de cuatro parejas que se reúnen a compartir buenos momentos. Claro, que muchas verdades saldrán a la luz. Los que reciben al resto de los comensales son una abogada y practicante del flamenco (Karin Viard) junto a su marido (Dany Boon). El resto: el padre (Pierre Arditi); su hermana Juliette (Marina Hands) y un amigo (Patrick Chesnais); la instructora de danza (Blanca Li); una ginecóloga (Marina Foïs) con su pareja (Patrick Bruel) y un abogado (Christopher Thompson) con su neurótica mujer (Emmanuelle Seigner). Una película de personajes, con buenas actuaciones y diálogos bien colocados. El marcado clima musical de flamenco al comienzo y en el desenlace de la historia, resulta atractivo y sirve también para seguir contando una historia de encuentros, rivalidades y desencuentros amorosos. Que la cena no te caiga mal...
¿Puede ser que la amistad sea producto de la hipocresía, el engaño y la mentira? ¿Después de tantos años de conocerse, puede una simple cena desatar una ola de infidelidades? La directora Daniele Thompson, al igual que como hizo en Lo Mejor de Nuestras Vidas, su última película, construye junto con su hijo Christopher, también partícipe como interprete, una comedia dramática coral, acerca de cómo el paso de los años pueden destruir parejas y amistades, aun cuando los involucrados no den cuenta de ello. ML (Karin Viard) organiza una cena donde, su esposo, Piotr (Dany Boon) preparará un típico plato polaco, por lo que ambos deciden invitar diferentes parejas amigas, algunas de ellas, sin conocerse entre sí, y un par de miembros solitarios, a los que tratarán de unir sentimentalmente. Pero no todo es tan sencillo, ya que ambos desconocen que no todas las parejas mantienen la apariencia del status quo. Los médicos Alain y Melanie Carcassonne (ella obstetra, él oncólogo a cargo de Bruel y Marina Fois) están a punto de quebrar, ya que ella está teniendo un amorío con un jockey. Sarah Mattei (Seigner) se siente disconforme con su esposo Lucas (Thompson). Por otro lado, Piotr invitó a Jean Louis (Laurent Stocker) sin saber que tuvo un romance con ML. A esto se suma que llega Juliette (Marina Hands), hermana de ML con su nuevo esposo (Patrick Chesnais), bastante mayor que ella, y el padre de ambas (Pierre Arditti), con el cual Juliette está peleada tras haberlas dejado de chicas por otra familia. Por último aparece la profesora de flamenco (Blanca Li) de ML, que le da un poco de humor al evento. Pero la cena, termina más por unir que por separar. Para complicar un poco más la historia, a la mitad de la película, Thompson decide mostrar paralelamente a que se va desarrollando la historia que pasa con los personajes un año después de la cena, donde va profundizando un poco más en el perfil más dramático de cada relación, y como aquellos que parecían tener estabilidad, entran en un periodo de crisis y viceversa. Los personajes son ricos y las actuaciones creíbles. El elenco es más que solvente, y superan las interpretaciones a una película, y una narración que nunca termina por levantar demasiado vuelo ni decidirse que quiere contar o criticar: si la superficialidad de los burgueses franceses, si la hipocresía de las amistades y las parejas contemporáneas. Si quiere ser una comedia o un drama. El tono nunca queda demasiado claro, y la película apenas es una pintura romántica, con momentos simpáticos (especialmente cuando se juntan el nuevo novio y el padre de Juliette) y melancólicos con un final un poco forzado. Se trata, sin duda, de una película donde se quiere vender más a un seleccionado de actores de renombre juntos, que una obra redonda. Si bien es interesante ver aquello que no se dice, el extenso epílogo agobia un poco. A nivel visual, se trata de una obra sin demasiada personalidad cinematográfica, aunque es notable el énfasis que le pone la directora a los colores del vestuario, acaso influencia de su pasado como directora de arte. Aún así, es una película para no descartar completamente, que quizás sirve para reflexionar acerca del círculo de amigos que uno frecuenta, de las relaciones en pareja y como el tiempo pasa para todos. Consejo: tomar nota ni bien empiezan los títulos finales de la receta del plato polaco, que pertenece al marido en la vida real de la actriz Emmanuel Seigner, el cineasta Roman Polanski. Quizás se trate de lo único verdaderamente trascendental de esta olvidable “comedia dramática”.
A esta cena le falta gracia, diálogos más ingeniosos y por sobre todas las cosas un poco de humor. A ese humor llamémoslo sutil o corrosivo. Hubiese sido bueno disfrutar de una cena de amigos con situaciones más jugadas. La hora cuarenta no se hubiese hecho insoportable como ocurre. Dany Boon está comprobado que es un buen comediante, el último año lo hemos visto en “Bienvenidos al país de la locura” y demostró que tiene oficio. Aquí está desaprovechado puesto que los diálogos no terminan de convencer. Todo transcurre en una cena, que con el paso de los minutos comprobaremos que son varias y anuales. Allí la dictadura de la apariencia, las penas asfixiadas y los códigos de los comensales dejan visualizar que detrás de esas máscaras se esconden otras cosas. Cosas que no terminan de explotar puesto que los conflictos quedan sin resolverse.
En Francia la vieron más de 2 millones de espectadores, y se convirtió en uno de los mayores éxitos de la temporada. Esta comedia negra de Danielle Thompson –su cuarto largometraje–, hace hincapié en lo que mostramos y escondemos. Una mirada honda sobre convenciones sociales marcadas por la hipocresía. Cuatro parejas de amigos se reúnen a cenar en el departamento de uno de ellos. Hay, en apariencia, ganas de pasarlo bien. Pero, a poco de comenzar la velada, asoman los verdaderos rostros de unos y otras. Los temas van y vienen, y a una réplica no demasiado feliz, responde un apunte irónico, a medida que el clima se va espesando con las bebidas. Hay mucho resentimiento en torno de esa mesa. Se ponen de manifiesto frustraciones, cuentas pendientes y traiciones. La atmósfera va a estallar y al culminar la noche habrá más de una herida sin cerrar. Daniele Thompson parece conocer muy de cerca a sus criaturas, como ya lo demostró en “Besos para todos”.