Abandono y displicencia. ¿Qué sería de nuestra vida como cinéfilos sin las películas de venganza? Definitivamente estaríamos condenados a un devenir mucho más triste. Existen pocas situaciones más gratificantes que la de impugnar la inoperante autoridad estatal con vistas a hacer justicia por mano propia y cobrarnos de paso los intereses punitorios de turno. Si a ello le sumamos el hecho de que la muerte de otro ser humano es a veces la única reparación admisible, ya tenemos el cóctel necesario para equilibrar los tantos y encontrar un resarcimiento ficcional al cúmulo de iniquidades cotidianas. A pesar de la ilustre y extensa tradición del subgénero en la pantalla grande, hoy Cenizas del Pasado (Blue Ruin, 2013) viene a demostrar que aún es posible hallar una pequeña sorpresa que reinstale a la desesperación como fuerza matriz. El comienzo es tan preciso como fulminante: Dwight (Macon Blair), un vagabundo, escapa desnudo por la ventana de la casa de una familia burguesa cuando los dueños regresan al hogar, luego de comer y darse un baño. En las tomas siguientes descubrimos que frecuenta una playa, vive en un auto derruido y de noche devora las sobras de un parque de diversiones cercano. Un día una oficial de policía le informa que dentro de poco liberarán a un presidiario, circunstancia que se convertirá en el catalizador de un viaje hacia la prisión y más allá. A través de un complejo rompecabezas moral de revanchas superpuestas, el realizador Jeremy Saulnier ofrece una obra exquisita que pone el acento en una progresión narrativa lacónica e intensa, en sintonía con la de los thrillers nihilistas de la década del 70. Para aquellos que no lo sepan, en esencia estamos ante un soliloquio de Blair, un actor que pudimos ver en la simpática ópera prima de Saulnier, Murder Party (2007), una suerte de cruza enajenada entre Después de Hora (After Hours, 1985) de Martin Scorsese y la trilogía Evil Dead de Sam Raimi, no obstante en esta oportunidad cambia completamente de tono en el papel de un hombre atormentado que se ha entregado a un abandono de ribetes inaprehensibles, tanto en lo que respecta a un “apocalipsis personal” derivado del crimen en cuestión como en lo referido al vaciamiento paulatino de la necesidad de cualquier contacto social. Salvo por la aparición de un amigo de otras épocas, Ben (Devin Ratray), Blair es la única “voz cantante” y se luce desde su sobriedad, siempre en función del dolor acumulado. Rodeado de misterio y con su inexperiencia a cuestas, Dwight emprende una “represalia amateur” como no se veía desde hace tiempo en el contexto cinematográfico actual, en la que cada movimiento implica un sacrificio enorme y la inevitable masacre nunca es tomada con ligereza porque apretar el gatillo repercute fuertemente en un intelecto al borde del colapso. El desarrollo del relato pone de manifiesto una displicencia por demás lúgubre que jamás se hace explícita mediante las típicas verbalizaciones altisonantes de los productos mainstream, esos engendros carentes de alma destinados a infantilizar aún más a un público con déficit de raciocinio. Por el contrario, la angustia, el silencio y las sutilezas gore de Saulnier crean un abismo en el que el descuido y la complacencia equivalen a la muerte…
Cenizas del pasado es imperdible si estás buscando cine de calidad y con una historia sencilla pero muy bien contada. No sólo ofrece suspenso, buena fotografía, un guión bien elaborado y muchísimo talento, sino que también tensión constante y un muy buen desenlace, características que la transforman en una película ...
Sin duda, "Cenizas del Pasado", es una de las grandes sorpresas de nuestra cartelera, al menos para mí y me encantaría vayas a verla. Con el marco de la venganza, Dwight, interpretado de forma soberbia por Macon Blair, te va a sumergir en una historia de suspenso absoluto, con un trayecto adecuado a lo que se cuenta y sobre todo, a momentos incómodos en donde tendrás, a tu favor, solo el campo visual del protagonista (dejando algunas cosas de lado). Su director demuestra un gran trabajo detrás de cámara e interesante para seguir analizando en sus próximos proyectos. La clave: si no te van las pelis lentas, queda en vos entrar al cine... pero si te gustan las películas bien contadas, con poco diálogo pero contundente, así como el suspenso, esta es tu opción.
Dwight, el amateur Cenizas del pasado comienza con Dwight, un homeless barbudo que vive en su auto, se baña en el mar y se alimenta con restos de comida de la basura. Lo interesante y acertado de la caracterización inicial es que nos permite intuir que Dwight no siempre ha vivido así, como efectivamente confirmaremos más adelante. Además, este personaje no parece tener grandes conflictos con ese estilo de vida. Sin embargo, una policía con la que pareciera tener una buena relación le anuncia que han dejado libre a un criminal. Esto desestabilizará a Dwight y lo llevará a tomar medidas extremas en una búsqueda de venganza. Durante todo el primer acto se le evidencia al espectador que se le está ocultando algo, y se genera un suspenso atrapante; se plantean preguntas que necesitan respuesta. Sabemos que Dwight buscará venganza, pero no es hasta más avanzada la película que entenderemos por qué, y la información se irá revelando progresivamente. Se destaca en el film la actuación de Macon Blair, que le da una cierta originalidad a un personaje que podría haber sido demasiado estereotipado. Blair logra imprimir con su expresión facial un aire de duda, de “amateur”, de extrañeza, a todo lo que va sucediendo; así, sentimos que cualquiera de nosotros podría terminar en su situación, si nos hubiesen sucedido cosas similares. El mayor problema del film, sin embargo, es que no logra encontrar formas de renovar el antagonismo: si bien el personaje de Dwight se transforma, siempre se enfrenta a lo mismo. Los personajes con los que entra en conflicto, aunque vayan variando, operan siempre de la misma forma, y quizás es ahí donde el film no logra explotar del todo el potencial dramático de la historia. También queda un poco inexplorada la cuestión de lo que está fuera de los límites de nuestra sociedad, algo que está muy bien ejecutado desde la puesta de cámara y las locaciones alejadas, que eligieron, pero poco utilizado en la narración. De todas formas el film logra intrigar, entretener y desarrollar un protagonista con matices, con un uso expresivo del color y una puesta de cámara que colabora con el suspense, haciendo de Cenizas del Pasado un film que merece ser visto.
No se puede escapar del pasado La venganza, el remordimiento, el problema entre dos familias que se entrelazan bajo un final inesperado y la violencia son lo que moviliza a “Cenizas del pasado” (Blue Ruin), de Jeremy Saulnier, a terminar de una vez con sucesos incompletos del pasado, pero a costa de un precio alto. ¿Hasta qué punto estarías dispuesto a llegar para defender a tu familia? Dwight (Macon Balir) es un héroe (y no tanto) anticuado y contradictorio: un vagabundo que vive en su auto, roba comida y ropa para sobrevivir, sin embargo, es una persona culta, que sabe leer y escribir. Al enterarse de una noticia relevante, decide volver de su éxodo de vida nómade lejos de su familia y amigos para hacer justicia por mano propia. Por un lado, por venganza y por poner las cosas en su lugar como también por defender la seguridad de su familia. La personalidad de Dwight no genera empatía, pero su objetivo final lo acerca más al espectador desde el plano moral. Cenizas del pasado es la necesidad de cerrar algunos ciclos que lo acompañan y aterran a lo largo de su vida. Con dolor, sutura y muchos puntos, pero cerrarlos de una vez por todas. Es un film que camina por un puente flotante impulsado por la tensión de su protagonista: en su inquietud e ingenuidad por hacer (o no) lo que se propone, con muchos tropiezos al vacío derivados de su temor y miedo. Sin saberlo, este personaje empieza un círculo vicioso que culmina en el punto donde comenzó, es decir, volviendo a cometer el error que lo atormentó en un principio.
Espiral de violencia Cenizas del pasado (Blue Ruin, 2013) es una película independiente americana hecha con elementos mínimos. Si bien esto no es un valor en sí mismo, es notable como el film logra adentrarnos con ingenio en la trama, poniendo de manifiesto a su vez la relación de la sociedad estadounidense con la violencia. La cámara se desplaza lentamente por el interior de una casa. Vemos en la bañadera a un hombre desmejorado, abandonado y deprimido. En la radio se escucha que un hombre acusado de un violento crimen ha quedado en libertad. El personaje encuentra motivación repentina y pone en marcha un impulsivo plan. Cenizas del pasado comienza sin mucha información para el espectador. Esa es la idea del tipo de relato donde el protagonista sabe más que quien observa. Con esta disposición, la película dirigida por Jeremy Saulnier nos sumerge en la desesperada búsqueda de venganza de su protagonista que activa un espiral de violencia incontenible. Ganadora del premio FIPRESI en el Festival de Cannes, esta película indie americana se posiciona como una grata sorpresa ya que, sin ser una genialidad, logra dar un discurso acerca de la violencia. Es paradigmático el amigo de la infancia del protagonista, armado hasta los dientes y que utiliza su tiempo para perfeccionar su destreza en la cacería. Sea de animales o de seres humanos. Un tipo de cine que suele retratar aquellas sensaciones experimentadas por los lugareños del interior de los barrios pobres de estados unidos. Si los problemas existenciales son retratados por los dramas indie, serán entonces los conflictos sociales los que se desarrollen en films como el que Cenizas del pasado plantea. Justo ahí, en tales lugares, donde las leyes y la justicia parecen quedar sin efecto.
Todo queda en familia En el arranque de "Cenizas del pasado" (USA, 2013) de Jeremy Saulnier, con la contemplación de la rutina diaria de un vagabundo, nada hará suponer el desastre y la tragedia que finalmente se desatará. En ese anunciar del título nacional, que explica algo de la trama, hay un deseo de acaparar la atención que finalmente logra Saulnier más allá de cualquier título que le ponga a su historia. Dwight (Macon Blair) es un hombre que en el pasado lo han marcado a fuego, tanto como para olvidar su historia y dejarse llevar por la vida, deambulando cual vagabundo (que lo es) sin una meta clara y específica para sus días. Pero cuando es alertado de un hecho que seguramente modificará su manera de percibir la realidad, su presente, su futuro y principalmente rememorar su pasado, es cuando "Blue Ruin", tal es el título original, comienza a urdir una lenta pero intensa historia de traición y pasiones encontradas en la que la ley del más fuerte, obviamente, es la que permitirá que se pueda volver a un estado de calma inicial, aunque todo indica que eso es ya una utopía. PUNTAJE: 7/10
La venganza será terrible... Con un par de años de demora llega esta muy buena película del director de Murder Party (2007). Tanto tiempo ha pasado que por estos días Jeremy Saulnier presentó en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2015 su más reciente trabajo, Green Room, un festival gore muy bien recibido por la prensa especializada. Fue precisamente en esa sección donde en 2013 Cenizas del pasado alcanzó su consagración y se quedó incluso con el premio FIPRESCI de la crítica internacional. Dwight (Macon Blair) es un homeless treintañero que vive en condiciones más que precarias dentro de su coche, un destartalado Pontiac azul. Nadie parece molestarlo y él permanece prácticamente aislado del mundo, usurpando por un rato casas vecinas sólo para darse un baño de inmersión y con los pocos dólares que obtiene reciclando basura tirada por la gente en las playas de Delaware. Sin embargo, un día una agente de policía le golpea el vidrio del auto y lo lleva a la comisaría. Podría pensarse que van a detenerlo, pero en realidad le informan que el asesino de sus padres ha salido en libertad luego de un acuerdo judicial. Esa noticia cambia por completo su forma y su sentido de vida. Así, ya atildado y mucho más decidido, nuestro patético antihéroe regresa a la casa familiar para iniciar un particular raid de venganza. Con algo de la brutalidad absurda y negra del cine de los hermanos Coen y bastantes más elementos que remiten a la filmografía de Jeff Nichols, Saulnier –también responsable de la climática fotografía– construye una película inclasificable e incómoda, ya que no es fácil identificarse con el protagonista. Sin embargo, la película jamás pierde su intensidad ni su coherencia para convertirse en una rara avis del cine independiente norteamericano que, más vale tarde que nunca, llega a las salas argentinas.
Tan primitivo como la venganza La justicia por mano propia es un tópico que el cine ha abordado desde incansables miradas, algunas en búsqueda de una reflexión de carácter ético o moral y otras como pretexto de un entretenimiento de violencia, sangre y maniqueísmos paroxísticos. Ejemplos de los dos modelos sobran, pero lo que escasea es aquella película que transita en el medio de estas dos estructuras y ese sea quizás el logro de cenizas del pasado: Una sencilla pero poderosa historia de un individuo desamparado por el aparato estatal que decide tomar justicia por mano propia en defensa de su honor y dignidad. Que el protagonista del relato dirigido por Jeremy Saulnier –también guionista- nos introduzca de lleno en la vida de un vagabundo por elección no es meramente ilustrativo, sino por elevación un concepto que busca desarrollo a medida que avanza la historia por los carriles convencionales pero que va adoptando diferentes matices en un in crescendo dramático, que tampoco ahorra en tensión y suspenso. El desarrollo de los personajes en Cenizas del pasado es mínimo en función a la historia, aunque la pincelada de detalles y la dosificación de la información para entender los motivos del enfrentamiento completan el rompecabezas. Jeremy Saulnier organiza un relato clásico sin embellecerlo con recursos estilísticos, no obstante en ningún momento abandona su lugar de director y mucho menos de director de actores, donde sin lugar a dudas, se destaca la performance del protagonista Macon Blair, su composición de Dwight es impecable por construirla desde las mini expresiones y las menores gestualidades posibles, se respira en cada minuto una violencia contenida que tarde o temprano sabemos que va a estallar.
Una película violenta, de difícil empatía con el protagonista, dirigida por Jeremy Saulnier, del cine independiente de EEUU. Una historia minimalista que nunca pierde su intensidad. Un homeless que vive en su auto, en la playa, se entera de que el asesino de su familia está libre e inicia una venganza sangrienta e inapelable.
Vengar la sangre Las propuestas independientes que auspician la venganza como trama central suelen contrastarse con la corriente industrial por su preferencia a profundizar el costado moral de sus implicados y acercarse a un realismo que se pueda tomar en serio. En Cenizas del Pasado, el segundo trabajo como director del emergente Jeremy Saulnier, un desocupado con hambre de matar sale a hacer justicia por mano propia, funcionando como reflejo de la impotencia que preocupa a la sociedad.
Ensayo acerca de la violencia Se trata de una película de auténtica independencia, sin fórmulas y teñidas de una violencia que rememora al cine periférico norteamericano. Un gran logro de Jeremy Saulnier. En estos días de mayo las noticias procedentes del Festival de Cannes informan sobre la exhibición de Green Room, tercer título del neoyorquino Jeremy Saulnier, que narra un violento enfrentamiento entre punks y skinheads en medio de un río de sangre. Dos años atrás, también en el prestigioso evento, Saulnier presentó Cenizas del pasado y obtuvo el importante premio de la crítica especializada, además de otros galardones en reconocidos festivales. Pero más allá de premiaciones, la economía de recursos invertidos en el presupuesto final, los actores poco conocidos y una trama que puede confundirse con las de otras películas, el verdadero secreto de Cenizas del pasado está en su estilo seco, despojado, invadido por silencios y visceral en sus secuencias violentas que no hacen más que identificar a la puesta en escena, es decir, a cada una de las decisiones de su director para conformar un discurso original y novedoso sobre una temática hartamente representada en cine. En efecto, la trama es corta y eficaz: Dwight (Macon Blair) vive en un casi deshecho Pontiac, recorre la ciudad como un lumpen y busca en la playa algo para sobrevivir a su estado casi de miseria. Pero entre alguna invasión a casa ajena para asearse y el sinsentido que gobierna a sus acciones –no se sabe qué le pasa y ni porqué está en ese estado de abandono–, la policía le informa que los asesinos de sus padres fueron liberados por orden de un juez. En este punto surgía más de una duda debido a tantos justicieros por mano propia y a los fríos vengadores anónimos que recorrieron el cine de los 70 y 80 mostrando una importante dosis de fascismo urbano al margen de la ley. Saulnier patea el tablero de la obviedad al construir una inesperada imagen de personaje antihéroe, instado por la venganza, pero lejos de la profesionalización y la experiencia en poseer armas y así abocarse a semejante matanza. La tipología de Dwight es concreta como las pretensiones del film: pocas palabras, movimientos lentos y por momentos inseguros, mirada inquietante, tensión y nerviosismo al conocer a alguien antes de que se desencadene la violencia con afán de venganza. El paisaje, sucio y desértico, marginal y pueblerino, invita a la delectación fotográfica, cuestión que no debería sorprender en un director especialista en el tema. Pero el triunfo principal de Saulnier es que hizo una película auténticamente independiente, al margen del sistema, sin fórmulas y teñida de una violencia que rememora al cine periférico norteamericano de los 50 y 60, aquel también honesto y sincero en sus primitivas intenciones.
Un perfecto y conciso thriller que brilla el doble por su economía de recursos. Una cosa que se ha dicho largo y tendido sobre el cine independiente de los últimos diez años es que se ha democratizado la tecnología, y que las únicas limitaciones son las de los propios cineastas. No obstante desde la solidificación de dicho concepto, hubo de pocos a ningún título que probaran ser como las promesas del cine independiente de los años 90. Me refiero a historias bien estructuradas, con narrativas solidas y la pericia técnica justa y necesaria para ser digna de una sala de cine. Cenizas del Pasado es uno de los pocos títulos de esta reciente movida que se ha ganado la oportunidad de luchar por un lugar en la taquilla y a continuación les digo porqué. Un asunto pendiente Dwight es un vagabundo sin oficio ni beneficio que surca las playas y los basureros, hasta que un día es avisado por la Policía que el hombre que asesinó a sus padres está por salir de la cárcel. Dwight sigue a este hombre y lo acuchilla provocándole la muerte. Esto pone en marcha una retaliación de parte de los familiares del difunto, que obligará a Dwight a salirse de su tranquila personalidad para proteger a la familia de su hermana. Cenizas del Pasado es un guión preciso, contundente, sin vueltas y al punto. Una historia que avanza desde la primera imagen, y en donde la acción es la que manda. Hay momentos de drama, pero solo los justos y necesarios para entender a los personajes. Podemos decir que su mayor virtud es que no le hace perder el tiempo al espectador, no lo aburre jamás y lo deja satisfecho. Imágenes del presente Cenizas del Pasado goza de una fotografía de primera categoría; una nitidez en las imágenes diurnas y un uso del chiaroscuro en las escenas nocturnas que denotan una prolijidad en la factura técnica que parece de una película de tres veces su valor. Tal vez este sea el momento de aclarar que esta película fue financiada por Kickstarter; demostrando ser uno de los pocos ejemplos de películas financiadas a través de esta particular plataforma que terminan por entregar una alta calidad en sus valores de producción. Por el costado actoral, Cenizas del Pasado es una película decente en el aspecto interpretativo, aunque hay algún que otro momento de emoción para que los actores puedan desempeñar su oficio. No obstante la película descansa íntegramente en los hombros de su protagonista Macon Blair, que no le va a dar ningún premio pero entrega ciertos momentos que deberán ser tenidos en cuenta por más de un director de Hollywood. Un pequeño párrafo aparte va para Devin Ratray (Buzz, el hermano de Kevin en Mi Pobre Angelito) que da vida al viejo amigo del secundario del protagonista quien le enseña a disparar. Conclusión Un guion preciso que avanza a cada paso que da, sumado a una factura técnica de increíble prolijidad y un aspecto interpretativo más que adecuado trayendo como resultado una narración perfecta. Cenizas del Pasado marca una clara diferencia en el cine independiente actual, entre aquellos que aprovechan lo limitado de sus recursos para contar una gran historia de la mejor manera posible, y los que simplemente son exhibicionistas que se jactan de haber gastado el menor dinero posible.
Interesante thriller, con climas de cine de terror Un vagabundo de aspecto impresentable vive en un auto abandonado en un pueblo playero, hasta que una mañana lo va a buscar una policía. Lo lleva a la comisaría, pero no para detenerlo, sino para avisarle que alguien está por salir de la cárcel, y que por lo tanto tal vez su vida corra peligro. Sin perder un segundo, el vagabundo arregla su auto va a la puerta de la cárcel, espera que salga el tipo en cuestión, lo sigue hasta el lugar donde le preparan la fiesta de bienvenida, y luego lo mata en una escena escalofriante. Esa venganza da lugar a una persecución del asesino por parte de los deudos del que salió de la cárcel para encontrar la muerte. Es que en la sociedad que describe el director Jeremy Saulnier, nadie parece interesado en llamar a la policía y todos toman la justicia por su mano. "Cenizas del pasado" es un thriller interesante, con climas que van desde el drama al cine de terror, con escenas realmente crudas en las que abundan la sangre y el gore. La historia detrás de las sucesivas venganzas empieza siendo muy hermética y el director la va desenredando a cuentagotas, lo que requiere un sutil trabajo narrativo que tal vez sea lo mejor del film. Sin embargo, el asunto a contar es áspero como pocos y realmente el protagonista casi absoluto, es decir el vagabundo que interpreta Macon Blair, es un personaje muy poco carismático como para sostener un film entero, aun uno tan bien escrito como este "Blue ruin".
ESCENAS DE UN CINE FÍSICO El tópico de la venganza no es un tema original para la vasta trayectoria de la historia de la cinematografía. Muchos son los filmes que logran hacer de este repertorio temático el eje no sólo de su narración sino también de su estética, como si el tema “venganza” fuera una especie de código genérico. Entonces, es ahí donde, en general, las películas que tratan este tópico pierden el atractivo de la innovación. En Cenizas del pasado (Blue Ruin) esto no sucede; y así, el filme cobra autenticidad, dinamismo y profundidad. Dwight (Macon Blair), un hombre que vive en forma indigente, se entera que el asesino de sus padres pronto quedará en libertad. Tras conocer la noticia comienza a realizar (con ingenuidad y desconocimiento) un plan que tiene como objetivo vengar la sangre de su familia. Para ello deberá conseguir armas y con coraje aprender a manipularlas, pues, él nunca antes las ha usado. Embarcado en una road movie poética, Dwight ira visitando aquellos personajes con los que alguna vez tuvo algún tipo de relación en la búsqueda de advertirlos, pero también con la necesidad de afecto, una charla amena y una taza de té. Es importante el té, porque el protagonista de Cenizas del pasado es un asesino amateur, entonces según las reglas del genero, debería tomar cerveza o whisky (la rudeza de muchos de los roles de asesinos se ve materializada a través de la ingesta de dichas bebidas) pero Dwight toma té. Este detalle es esencial para la construcción de un personaje que manifiesta su pathos por dos vías: una es aquella por la que la narración avanza: hay una venganza que llevar a cabo, pero la otra es la estilística y cinematográfica propiamente dicha, cuando a través de la imagen se presentan los caracteres de un personaje que sufre una transformación personal. El periplo errático del protagonista es la característica más destacable de la película porque pone en evidencia las dos vías antes mencionadas: la necesidad técnica del relato y la muestra de humanidad de Dwight, un personaje cuyo plan de venganza sucede también en su cuerpo. Cada vez que da un paso, es decir, cada vez que se encuentra más cerca del objetivo, a cambio recibe una herida más profunda en su cuerpo. Y en este constante desmembramiento físico es que se mueve la evolución de esta narración que prima lo estético, para contar una historia de venganza nueva, esas que se recuerdan por su originalidad y su frescura. De fotografía impecable y con diálogos medidos (y justos), el filme construye un mundo solitario e introspectivo, donde cada elemento de la puesta en escena significa. Como por ejemplo, al comienzo de la película, cuando Dwight sube a su auto y, mientras que va tras el camino de su objetivo, éste dobla desviándose, pero Dwight continúa por la ruta donde un cartel de señalización advierte: “One Way”, único camino. Presagio intencional, el destino del protagonista está marcado, porque no sólo planea dar muerte, sino que ya cometió el error que signará su suerte. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Winner of the prestigious Critics’ Award at Cannes, and deservedly so, Jeremy Saulnier’s revenge thriller Blue Ruin tells a story you are most likely to be familiar with. It’s about Dwight (Macon Blair), an inscrutable vagabond with a messy beard who lives inside his worn-out car and scavenges for leftovers in garbage bags. Every now and then, he squats in other people’s homes while the owners are away, simply to enjoy a decent bath — never to steal. He sometimes fishes, spends time at the beach, and reads books at night. He leads a pretty substandard life, and yet it’s hard to know how he feels about it, as he is one of the most opaque characters seen in recent cinema. On a given day, he finds out that the man who murdered his parents has been released from jail. Soon, the look on his face shows a man in pain, desperate and disturbed at once. It doesn’t take long until he makes a decision: he’s going to kill his parents’ killer. Later on, we’ll see that, if necessary, he’ll kill the killer’s loved ones as well. But he can’t imagine that he’ll be swept into a never-ending circle of revenge that won’t necessarily pay off as he’d expected. Shot on a shoe-string budget, Blue Ruin spins its tale unlike similarly-themed films. For starters, it’s a unique slow burner that builds up suspense with admirable skill. Even though you may guess what’s to come up next, that’s no reason to make the story any less gripping. All because the focus of this drama is not so much on the killings — which, by the way, are very well executed — but in the inner turmoil and insecure behaviour of the protagonist. This is the type of revenge movie that doesn’t have a hero, but an anti-hero. Dwight is no killer — until he becomes one — and so he doesn’t even know how to properly fire a gun of any kind. And while revenge is on his mind, it’s not in his heart always. At times, it seems that he believes he must avenge his parents, but whether he really wants to do it is hard to say. And this ambiguity is one of the first commendable merits of Blue Ruin. Ambiguity is also to be found in the film’s discourse about violence and revenge. We are prompted to identify with Dwight and share his point of view — as a very alert camera follows him everywhere — but how we are supposed to feel about the bloodbath is actually quite uncertain. This is not a movie about a vigilante that rights a past wrong and then everything goes back to normal — on the contrary. One thing is clear though: futility is bound to take centre stage, sooner rather than later. Also, there’s a good degree of dark irony and downright absurdity in how the events unfold, which makes Dwight’s mission all the more dramatic. But was the absurdity of it all avoidable, provided the scenario had been better prepared? Or is this the way these things go and so, no matter what, you have to accept them? Although there isn’t that much dialogue, the unsettling sound design conveying Dwight’s inner turmoil is as eloquent as it gets — and also a bit scary. There’s something disturbing about the lack of information about Dwight, other than the bare essentials that make up a minimalist narrative where we are asked to witness without passing judgment upon these tragic events.
Secuencias progresivas de la violencia Detrás de la imagen de un homeless que vive en la parte de atrás de su propio auto se esconde una historia de crímenes y venganza. Un tópico –el de la violencia– demasiado trillado que aquí, sin embargo, encuentra una vuelta de tuerca. Con el retraso con el que suelen llegar al país este tipo de películas (independientes; pequeñas; de directores desconocidos; sin estrellas en su elenco, pero con una calidad muy por encima de la media de los estrenos que se amontonan cada jueves), la presencia de Cenizas del pasado (2013), del joven director estadounidense Jeremy Saulnier, es una bienvenida anomalía en la cartelera cinematográfica local. Y eso a pesar de que los detalles de su historia de venganza y violencia sean los mismos que ya han alimentado una enormidad de relatos previos, hasta erigirse en un prolífico género: el de justicia por mano propia. Pero sucede que la originalidad está sobrevaluada y la novedad no siempre es amiga de lo bueno, del mismo modo en que la repetición de un tema y de los elementos utilizados para desarrollarlo no impiden que con todo eso pueda crearse un objeto nuevo. El mismísimo Jorge Luis Borges solía repetir con insistencia que los anales de la literatura pueden sintetizarse en unos pocos temas y su propio trabajo es la prueba que confirma su afirmación. A veces una obra (un libro, una película; esta película), consigue traficar entre los mismos detalles de siempre la bendición de un objeto igual pero distinto. En esa certeza descansa la principal virtud de la segunda película del desconocido Saulnier.Dwight tiene unos treinta y algo y vive en la parte de atrás de su propio auto, que se encuentra varado en la arena de la playa del mismo modo en que su propia vida parece haber encallado en algún momento. Como ocurre con el personaje creado por Verónica Llinás para la película La mujer de los perros –que ella misma codirige con Laura Citarella y fue presentada hace poco en el Bafici–, se percibe claramente que el linyeraje es una contingencia en la vida de Dwight, que no siempre ha vivido en la miseria y que algún acontecimiento en particular lo ha arrojado a esa existencia callejera. Pero no se trata de un loquito, sino de alguien que es muy consciente de su propia situación. Que su lectura nocturna sea la novela Boy wonder, en la que el escritor estadounidense James Robert Baker cuenta la vida de un productor de cine nacido en la miseria en el asiento trasero de un auto, es una forma de informar que el protagonista no atraviesa ese momento de su vida sin reflexionar sobre ello.A diferencia de lo hecho por Llinás y Citarella, cuya película es narrada en presente continuo, sin preguntarse por el pasado de su protagonista ni preocuparse por su futuro, ya desde el título local se sabe que en la película de Saulnier ese presente se verá alterado por algún acontecimiento del pasado, de aquella vida anterior que se intuye ha tenido Dwight. Que de las cenizas algo regresará para volver a poner su vida patas para arriba y el director no se demora mucho en revelarlo. Los padres de Dwight han sido asesinados hace más o menos diez años y el hombre que los mató acaba de ser liberado. No han pasado más de 5 minutos de película cuando él recibe conmovido esa noticia y no pasarán más de 20 para que cobre su venganza, matando a cuchilladas (y de manera bastante torpe) al asesino de sus padres. Cumplida la venganza apenas consumado el primer acto, la película duplica su apuesta narrando la cacería que los hermanos del muerto desatan en contra de Dwight, tratando tramitar su propia reparación violenta. Un procedimiento que la película repetirá más adelante, volviendo a hacer girar la espiral narrativa hacia el pasado.Aunque Cenizas del pasado es claramente un film de justicia por mano propia, es también un retrato lúcido sobre las consecuencias de la violencia como recurso legítimo de interacción social, que se permite ser explícito en lo estético sin dejar de ser terminante en su discurso. El hecho de que el propio Dwight vaya acumulando en su propio cuerpo las secuelas progresivas de la violencia que él mismo desata al decidir que la Justicia formal no alcanza, es una reflexión interesante acerca del lugar que se le da a la violencia en la sociedad y sus consecuencias. Pero la película también encierra una inesperada historia de amor trágico, suerte de versión white trash de Romeo y Julieta, en donde dos familias vecinas acaban sacándose las tripas intentando negar un amor prohibido. Parece que después de todo Borges vuelve a tener razón.
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La venganza es un plato que se come frío... Un homeless cambia su modo de vida al enterarse de que el asesino de sus padres quedará en libertad. Dwight es un homeless, y vive en un auto, un Pontiac que se mantiene bastante bien, cuando se entera de que el asesino de sus padres, hace muchos años, va a salir de prisión. Dwight deja el ascetismo, la barba y lo desalineado para convertirse en un arma de venganza, no perfecta, porque sino no habría película. Y por suerte, la hay. Cenizas del pasado tensa los nervios porque nos ponemos del lado del más débil, o del que sufrió, antes que del asesino, aún sin saber los motivos ni la manera en que ocurrió el homicidio. El director Jeremy Saulnier juega así con la empatía del público, ya que terminamos alentando a otro asesino, algo que no debería pasarse por alto. Saulnier deja que especulemos sobre cómo fue la vida de Dwight (Macon Blair, que cambia prodigiosamente, no sólo en lo gestual), además del asesinato. Cada uno de los personajes ha vivido recluido, uno por la Justicia, el otro por propia decisión, y cuando la bola empiece a agrandarse, Dwight deberá temer y/o cuidar de su hermana. Porque esto es una cuestión entre familias. Lo bueno es que el protagonista no es un experto en esto de andar atacando y defendiendo -de ahí, otro guiño al espectador- y eso lo convierte en un ser común, ordinario, contra una familia que de brutalidades sabe bastante. Lo impulsivo puede ir de la mano con la ingenuidad, y en este acto de desagravio el director nos muestra que si lo que impulsa a Dwight es la cólera, no va por el mejor camino. La brutalidad de algunas escenas, la crueldad, se alternan con bienvenidos momentos de humor -negro, obviamente- para redondear un plato fuerte dentro del género, proveniente del mejor cine independiente estadounidense. Es cierto que cierta escena aproximándose al final está atada con alambre, pero si llegó hasta esa instancia, relájese y disfrute.
Deudas del pasado Si mencionamos el nombre de Jeremy Saulnier es muy posible que nadie lo ubique por estas tierras, dado que es un completo desconocido para hasta los más conocedores, y Blue Ruin (Cenizas del pasado) es el primer film dirigido por él que se estrena en el país; eso claro, si descontamos la efímera presentación que tuvo su opera prima Murder Party en el festival Buenos Aires Rojo Sangre allá por su edición del 2008. Para quien haya tenido la suerte de ver Murder Party se llevará una gran sorpresa al ver el nuevo trabajo de este novato director, y es que su evolución queda a la vista de cualquiera. Sacando de lado el mayor presupuesto que para su anterior producción, esta película marca un antes y un después en la carrera de Saulnier ya que es el primer film en donde se puede interpretar su carácter y técnica de forma completa. La historia nos mantiene al filo de la intriga a su manera, con una narración un tanto lenta y sin uso de musicalización alguna lo cual acentúa el carácter más que serio del relato. Es este mismo carácter tan marcado en el film el cual puede que lo haga un tanto difícil de digerir a ciertos sectores del público que estén mucho más acostumbrados a relatos de resolución exprés y efectista. No nos encontramos ante una cinta super lenta y aburrida: nada más lejos de eso, pero creo adecuado aclarar que para cierto público tal vez no sea la opción más adecuada, aun con el fuerte factor de violencia que contiene por momentos la película, que seguro será más para el disfrute de unos que de otros. Cabe destacar el magnífico trabajo que ha hecho Saulnier no solo con la dirección si no con el guion y la fotografía del film. Esta última sin asombrar ni impactar, llama la atención a su manera y llega a brindarnos varios bellos planos que acompañan la más que correcta iluminación del resto del film. El otro factor importante que tiene Blue Ruin es la muy buena actuación de Macon Blair quien ya ha trabajado anteriormente con Saulnier en la mencionada Murder Party y que al igual que él, se nos presenta casi por primera vez al público argentino de una gran manera, y en un papel que nos demuestra una gran versatilidad durante el transcurso del relato y que ahonda de muy buena manera en una personalidad de constante y necesaria evolución. Si algo hay que decir de Cenizas del pasado es que difícilmente decepcione a quien la vea, puede parecer menos o más ante cada distinto espectador, pero realmente son pocas las objeciones que se le pueden hacer a este film, que sin grandes pretensiones cumple en darnos un buen y correcto entretenimiento de calidad.
Existen distintas maneras de afrontar una tragedia: una es recoger los vidrios rotos y seguir adelante, otra es superarla con incontables horas de terapia y otra es sencillamente no hacer nada y dejar que el tiempo pase. Es esta poco recomendable opción la que elige Dwight tras el asesinato de sus padres, evitando una clausura hasta el punto de abandonar su vida para dedicarla al vagabundeo. Sus razones nada tienen que ver con el ocio, sino con una necesidad de desprenderse de su historia personal, tratando de apartar a un lado el dolor ocasionado. Pero, se sabe, los cierres en la vida llegan aunque no los busquemos, y el pobre hombre tendrá que descubrirlo por las malas: cuando una oficial de la policía le comenta que Wade, el asesino de sus parientes, acaba de salir en libertad de la cárcel, su ya ajetreado mundo termina de venirse abajo. Y es aquí donde comienza una nueva historia. teñida de sangre y sed de venganza. Jeremy Saulnier elige así una de las estructuras más conocidas del thriller, pero la aborda desde una simpleza extraordinariamente eficaz y, por ende, real. La violencia es cruda, brutal, sucia y no hace más que atraer más violencia. Sin ningún tipo de redención, el personaje principal se adentra en este oscuro mundo hasta convertirse en lo mismo que lo destrozó. Lo sabe, así como también sabe que el ser consciente de ello no va a detenerlo. Blue Ruin es uno de esos extraños exponentes de cine independiente que surgen casi por milagro (filmada con un presupuesto ridículo, interpretada por el mejor amigo del director) que funcionan no a pesar de sus limitaciones sino justamente gracias a ellas: el tono silencioso y parco refleja no sólo la psiquis del protagonista sino el verdadero horror de tomar la vida de un tercero, y la fotografía -por lo general en exteriores y natural- conincide con una sensación de agobio y miseria, aún cuando el sol golpea fuertemente el suelo del Estado de Virginia. Saulnier entrega una obra sencilla pero contundente que lo perfila como un nuevo realizador a ser tenido en cuenta.
VENGANZ A Y SANGRE Cine independiente, áspero, sin grandes nombres, con personajes taimados y un tema muy trillado: Dwight vive en su descascarado auto. Es un marginal. Se mete en casas ajenas para bañarse y la policía le tiene compasión. No es peligroso. Pero un día le informan que el asesino que mató a sus padres (y a él le cambió la vida) acaba de ser liberado por un juez (los jueces benévolos están de moda). Entonces la vida sin sentido de Dwight tendrá por fin un objetivo: matar ese asesino y vengarse. Pero, como se sabe, a la violencia es más fácil desencadenarla que detenerla. Aparecen otros vengadores en escena y la trama se espesa y se llena de sangre. El film va más allá de los enfrentamientos. Dwight es un antihéroe sin destreza. No es como los otros justicieros de cine. La venganza no está al alcance de cualquiera. Desde este personaje el film cuestiona la ligereza de una justicia que sin querer termina estimulando la violencia. Habla de la soledad que genera el dolor y va hacia atrás para contarnos que el drama viene de lejos y que incluso se potencia por una triste historia de amor que desnuda el odio entre dos familias. Relato seco, implacable, con algunos buenos momentos, pero ni su contenido ni su mirada aportan algo nuevo.
Memorable antihéroe con sed de venganza Difícil imaginar en el inicio de Cenizas del pasado la odisea en la que se embarcará Dwight, su protagonista excluyente. Homeless treintañero que duerme en un auto destartalado y toma ocasionales baños de inmersión en casas vecinas de la zona de playas de Delaware en las que habitualmente revuelve la basura, Dwight recibirá una noticia que transformará una vez más su carácter: el asesino de sus padres saldrá de prisión y, si aquel drama lo había llevado a su penosa situación actual, ahora su cambio de piel tendrá que ver con una sangrienta venganza que intentará consumar sin demasiada planificación previa. Premiada por los críticos de Fipresci en el Festival de Cannes, la película está sostenida en la notable actuación de Macon Blair, un antihéroe aterrorizado por sus propias acciones -drásticas, animadas por el odio-, pero decidido a no renunciar a consumarlas. El notable trabajo de fotografía pergeñado por el propio realizador y guionista, Jeremy Saulnier (que ya filmó otro largometraje, Green Room, una historia protagonizada por punks y neonazis que levantó revuelo en la última edición de Cannes) y su preciso manejo de los tiempos colaboran con la generación de un relato de clima espeso, ocasionalmente matizado con pequeñas dosis de humor negro. TRAUMADO Cegado por el dolor y decidido a hacer justicia por mano propia, Dwight es la contracara de esos héroes musculosos, hábiles para el combate y con dominio prodigioso de las armas que son tan habituales en las repetidas historias de venganza del cine mainstream norteamericano. Tiene poco carisma, es torpe y el temor también pesa en su conciencia. Sus objetivos no son estrictamente terapéuticos, sino el síntoma de un trauma muy mal procesado.
Asuntos de familia Cuando se supo cornudo, Big Wade Cleland desató una tragedia en un rincón de Virginia que continuó tras su muerte, cuando su hijo Carl salió de prisión. Por entonces Dwight (Macon Blair), huérfano de madre y de padre adúltero, se convirtió en vagabundo para rastrear a los hermanos Cleland. En el baño de un bar, en lo que pareció un acto de defensa propia, Dwight apuñaló a Carl. Y en la huida encontró a su medio hermano William. Descubierto, adelantándose a la vendetta, Dwight se afeita, se reconvierte en ciudadano y visita a su hermana Sam (Amy Hargreaves), divorciada y madre de dos chicos; su plan es evacuar la casa familiar, enviar a Sam y sus sobrinos a otro estado, esperar el ataque como un soldado. Dwight no es un soldado, no sabe agarrar un arma, pero algo en sus genes lo prepara para la guerra de clanes. Reminiscente de Shotgun Stories, la ópera prima de Jeff Nichols, Cenizas del pasado posiciona a Jeremy Saulnier, que por estos días estrena en Francia un film de horror protagonizado por un grupo punk. A esperar.
Cuentas pendientes Dwight es un homeless que sobrevive juntando botellas de plástico en una playa de Delaware, Virginia, Estados Unidos. Cada día revuelve los tachos de basura en busca de algún resto de alimentos y con eso parece tener suficiente. Duerme en un auto destartalado estacionado en la arena, cerca del mar. Un día gris y lluvioso, una mujer policía, de color y corpulenta, lo despierta, no porque el hombre estuviera en problemas con la ley, sino para darle una noticia que sabe que lo va a afectar. Ese gesto, entre amistoso y protector, da a entender que Dwight es alguien conocido en el lugar y que no es, en principio, una persona peligrosa. Lo que sucede es que el hombre, cuya edad anda entre los treinta y los cuarenta, ha quedado muy traumatizado y aturdido luego de que sus padres fueran asesinados años atrás. Resulta que ahora, la policía le viene a avisar que el asesino será puesto en libertad en los próximos días. Dwight es un hombre en apariencia lento, como si sufriera algún retraso mental o algo así, se lo ve débil, pero el dato de la liberación del asesino de sus padres funciona como la alarma de un despertador que lo obliga a moverse y a tomar algunas decisiones. El relato, cuyo título original es Blue Ruin, escrito y dirigido por Jeremy Saulnier, es una meritoria pieza del cine independiente norteamericano que cuenta una historia de violencia y venganza, en un pequeño pueblo costero donde todos se conocen y las armas suelen hablar más que las personas. Con un estilo despojado, la cámara se concentra en el personaje protagónico y su transformación a medida que avanzan los hechos. Mientras Dwight se abalanza sobre el ex convicto apenas pone un pie fuera de la cárcel, en un ataque improvisado, desprolijo y propio de alguien que a todas luces no es un profesional, el espectador se va anoticiando de a poco de los detalles de la historia, que se dan a conocer con cuentagotas. Así, se entera de que el vengador tiene una hermana y que el asesino de sus padres pertenece a una familia muy conocida del mismo pueblo. Que hay un asunto oscuro de larga data que ha precipitado los acontecimientos y que en ese lugar rige una ley no escrita que obliga a resolver personalmente determinadas cuestiones. A Dwight lo mueve ese compromiso familiar, aunque no esté muy preparado para llevar a cabo su venganza. Sin embargo, el mandato psicológico es imperativo y lo tiene que hacer. Es torpe, tiene miedo, y no sabe cómo resultará todo, pero sigue adelante, por vengar a sus padres y por proteger a su hermana, y el espectador sufre a la par todas sus tribulaciones, atrapado en un clima de tensión y suspenso, a veces matizado con algunos toques de humor negro, que pone al desnudo la idiosincrasia de una población acostumbrada a vivir en un estado de violencia naturalizada. Precisamente, lo interesante el film del joven Saulnier es esa descripción descarnada de un modo de ser, que pone en boca sobre todo de algunos personajes secundarios, como es el caso de uno de los integrantes de la familia del asesino, quien mantiene con Dwight un diálogo desopilante in extremis, porque antes de ejecutar su venganza, el muchacho parece que necesita hablar, un poco para conocer más sobre lo sucedido y otro poco para justificar su actitud. Otro personaje que devela aspectos interesantes de la psicología de los lugareños es un amigo del protagonista, ex compañero de la secundaria, quien le presta un rifle y le enseña a usarlo, además de darle algunas lecciones rápidas de cómo enfocar la mente cuando se apunta con un arma y esas cosas. Como resultado, el espectador, si bien se ve inclinado a tomar partido por Dwight, a medida que se desarrolla la trama se encontrará con un drama en donde no hay buenos y malos separados por un límite preciso, sino un embrollo entre vecinos que incluye cuestiones pasionales y también asuntos de honor, en el que todos parecen atrapados a pesar de ellos mismos.
A veces es personal “Dentro de cada hombre hay una lucha entre el bien y el mal que no se resuelve”. La frase se la escuchamos decir a Homero Simpson, y es aplicable también a un grupo de hombres y mujeres pequeños e intrascendentes que se definen a sí mismos como Críticos de cine (la C mayúscula en críticos, lo “de cine” es circunstancial). La lucha en el corazón del crítico es un poco más mezquina y menos filosófica. ¿Soy yo el que está mal y se lo adjudico a este pobre film independiente, o es la película la que está mal junto con todo el maldito sistema? ¿Qué pasa cuando hay un cierto consenso positivo generalizado acerca de lo que vale un film y a nosotros no nos movió ni un pelo? ¿No nos gusta el fútbol, o somos como Gago y no nos importa en lo más mínimo? Preguntas que invaden la paz del crítico conseguida a fuerza de maratones de Volver al futuro y queso cheddar. En mi caso, una historia de venganza como la de Cenizas del pasado me obliga a replantear algunos criterios. La venganza es uno de esos temas casi infalibles: contiene furia, dolor y odio pero canalizados hacia alguien que lo merece, al menos desde nuestro punto de vista en empatía con el del protagonista. Pensemos, sin ir más lejos, en Bastardos sin gloria: sólo podemos disfrutar de esos nazis despellejados con toda justicia. Bueno, en Cenizas del pasado es un poco más ambiguo, aunque el protagonista, el mendigo Dwight (Macon Blair), no duda y se prepara casi desde el inicio del film para descargar su furia contenida contra la persona que evidentemente destruyó a su familia. Aquí encuentro el principal argumento en contra de la película: me parece imposible lograr empatía con Dwight, principalmente por su expresión de androide, su frialdad constante, y esa distancia que parece separarlo del mundo de los vivos. Sencillamente no me importa nada de lo que le suceda. Esto, sin embargo, es poco y superficial como para justificar el 6 que le quiero poner pero es difícil encontrarle defectos graves. Jeremy Saulnier, que dirige, escribe y fotografía, hace todo dignamente. La historia es lógica y sin lagunas, está contada con buen pulso y ritmo, no se apura ni se demora y contiene planos de indudable belleza. Además cuenta con un elenco efectivo, en el que cuesta destacar negativamente a ninguno de los actores. Y por último, los colegas: todos la valoraron positivamente y con calificaciones muy altas, y uno tiene vocación de enfrentarse a todos, pero difícil decirle a alguien que esta película no es un 7 y hasta un 8 un día de felicidad desbordante, aunque un 9 ya es decir pavadas. Pero homenajeando a un cantautor español que gusta de cancelar recitales en Mar del Plata para tocar al día siguiente gratis en Tigre, digamos que entre Cenizas del pasado y yo hay algo personal, y cuando alguien o algo no nos interesa es imposible que nos interese una historia que incluya a ese alguien o algo como protagonista.
En su segundo largometraje como realizador (el primero fue la comedia negra titulada “Murder Party“) Jeremy Saulnier se animó a tomarse las cosas un poco más en serio y optó por construir un angustiante drama con acertados pincelazos de suspenso y logradas escenas de acción. “Blue Ruin” presenta una premisa bastante simple: Dwight es un linyera que pasa sus días revolviendo tachos de basura en búsqueda de comida, leyendo libros dentro de su destartalado auto azul y entrando (de vez en cuando) a casas ajenas en búsqueda de una buena ducha y algo de ropa. Sin embargo esa triste rutina, con la cual nuestro personaje consigue generar empatía con el espectador, se ve interrumpida cuando un policía lo detiene solo para comunicarle personalmente que el asesino de sus padres ha sido liberado luego de cumplir su condena en la cárcel. A partir de ahí empieza a desmantelarse la verdadera cara de esta historia que, sin demasiada originalidad (cualquier semejanza con “El vengador anónimo”, o la reciente “Sentencia de muerte” no es pura coincidencia), logra mantener despierto el interés gracias a una serie de aciertos argumentales, técnicos y actorales. Macon Blair con su actuación consigue por momentos emocionarnos, ya que supera con creces el cliché del personaje impulsado solamente por el deseo de venganza y convierte a Dwight en un verdadero zombie (apenas se molesta en hablar), un ser sin alma cuya vida parece no tener otro sentido que aquel que él mismo se impuso pese a que sus ojos parecen estar arrepentidos de semejante decisión. De hecho, Dwight está lejos de ser el justiciero perfecto: apenas tiene resto físico para superar los obstáculos que se le cruzan en el camino y ni siquiera sabe manejar armas (atención con la leve crítica incluida hacia el uso de las mismas) que garanticen su propia seguridad y la del resto de personas que involucrará en este “circulo mortal”. Quizás ese camino elegido por Saulnier (también firma el guión) a la hora de construir al personaje principal sea el gran gancho que nos mantiene en vilo hasta el final, aun sabiendo que el panorama que se nos avecina no traerá demasiadas sorpresas ya que estamos, desde el minuto cero, completamente inmersos en un drama violento con personajes salvajes dispuestos a todo con tal de hacer valer su verdad. Como si no fuera suficiente, Saulnier también es el responsable de la correctísima fotografía de “Blue Ruin” que, jugando en parte con su titulo, se sostiene gracias a una paleta con variedad de colores oscuros en los cuales el film descansa (de gran forma) muchísimas veces debido a su falta de diálogos. La música de los hermanos Blair (colaboradores habituales del director) también aporta lo suyo a la hora de construir un relato que arranca y cierra de forma contundente, pero ocupa la mayor parte de su tiempo en construir una historia donde la violencia es la gran protagonista. Un drama que se esmera por dejar un sabor crudo y amargo, pero no por ese motivo se hace menos disfrutable dentro de una sala de cine.
Cenizas del pasado, o Blue Ruin como indica la imagen es una historia de venganza. Pero no te confundas, esta película tiene muy poco que ver con las películas de acción que nos trae Hollywood semana a semana. En este caso, estamos ante una película que avanza a paso muy lento, con un protagonista que, ni a palos es una máquina de matar, sino una persona bastante común empantanándose en una vorágine de violencia, hasta entonces, desconocida. Esta película nos presenta a Dwight (Macon Blair), una especie de mendigo cartonero que vive adentro de un pontiac viejo y hecho mierda. Un día como cualquier otro, Dwight se entera que la persona que le arruinó la vida sale de la cárcel, por lo que vuelve a su pueblo natal para cobrar venganza. Este es el puntapié inicial para una historia de suspenso con muchos silencios, en donde la acción pasa a un segundo plano. La película está focalizada principalmente en su personaje principal, la situación en la que se ve inmerso y las consecuencias que sus acciones provocan en sus afectos más cercanos. Una vez consumada su venganza, Dwight se ve en la situación de proteger a su familia de una represalia y es aquí donde se lo ve evolucionar en una persona lista para la violencia, aunque, cuando las papas queman, nuestro imperfecto héroe siempre se ve superado por la situación. Las escenas de acción son crudísimas. La violencia es gráfica, hay sangre por todos lados, pero incluso esto es tomado con mucho sentido de la realidad. Cuando alguien se lastima, se lastima en serio. No es gracioso ni disfrutable. A medida que avanza la trama, nos damos cuenta que esta historia es en realidad una tragedia en la que dos familias se ven atrapadas por una escalada de muertes y violencia, y terminan siendo destruídas por culpa de un amor prohibido y al final del día, lo único que queda en pie es, curiosamente, el fruto de esta relación enterrada años en el pasado. El guión y la dirección están a cargo de Jeremy Saulnier (Murder Party, The Green Room), un joven realizador de cine independiente que tiene bien claro lo que quiere mostrar y, sobre todo, de que forma quiere hacerlo. En su segunda incursión en un largometraje, el director vuelve a sorprender por su excelente uso de la fotografía. Se nota que Jeremy tiene una historia interesante que contar y posee los recursos narrativos para hacerlo. Si hay algo para decir en contra de esta película, es que llega a nuestras salas 2 años después de su estreno. Pero eso no es culpa de Saulnier quién acaba de estrenar en Cannes su nuevo film, The Green Room, con mucho éxito entre los críticos. Esperemos no tener que esperarla hasta el 2017. VEREDICTO: 8.0 - TESORO ESCONDIDO Cenizas del pasado no es para cualquiera. Es un thriller distinto, de bajo perfil, con una historia cruda, atrapante, y un alto nivel de violencia. Si le das la oportunidad, seguramente salgas del cine gratamente sorprendido.
Efectivo y oscuro mapa del corazón humano La liberación del asesino de sus padres provoca en Dwight (Macon Blair) el deseo de venganza inmediata, pues presa del dolor por la masacre se había abandonado a una vida de vagabundo. La noticia funciona como el accionar de un gatillo en esos primeros cinco minutos de planos medios y planos detalle con buen poder de síntesis. “Cenizas del pasado” cuenta con un guión trabajado (uno imagina varias reescrituras) en función de un solo personaje, que a lo largo de su periplo sufre varias transformaciones acorde va obteniendo información (ya sea para constatar o rectificar lo que sabe, tanto él como el espectador). De pordiosero a hombre de acción concreta, de cazado a cazador, de tristeza a ira, de débil a fuerte, y así. Todos estos estados emocionales son aprovechados al máximo por partida doble: en el caso del responsable de la obra, Jeremy Saulnier, para darle a su historia un par de giros narrativos y de contexto, en lugar de quedarse con una trama de venganza, el oriundo del estado de Virginia pone una gran lupa en el aspecto psicológico del personaje, que además le da espacio para tirar un par de líneas sobre la famosa enmienda constitucional cuna del aval de portación de armas de fuego. Hay tres o cuatro escenas tan bien logradas en cuanto la generación de atmósferas de tensión (la del baño al principio, la de jugar a curarse como Rambo, la incursión en casa ajena con cámara en mano) que bien pueden instalarse como mojones de alto nerviosismo, combinados a veces con humor corrosivo, de ese que tan bien manejan los hermanos Cohen. Cabe mencionar que el director, vivo como el hambre, se las ingenia con todos estos elementos para esquivar el bulto a la credibilidad. Ocurre a los 31 minutos de película, luego de un diálogo entre el Dwight y su hermana (otra escena gris y angustiante). En ese momento se dan los indicios necesarios para entender que si se le da importancia sólo a lo que puede resultar inverosímil o poco creíble, ya pasó a un segundo plano. De nuevo, todo es gracias a una mirada posada más profundamente en el comportamiento humano (bestial, primitivo, impulsivo, animal) que en la acción propiamente dicha. Es más, cualquiera podría suponer un guiño actual a varias tragedias griegas, y no estaría lejos de una buena analogía. Hablábamos de un doble aprovechamiento. En el caso de Macon Blair, el actor protagónico, se puede ver un gran trabajo. Estupendo en la composición de un personaje altamente generoso para el lucimiento de quien sepa habitarlo. Al contar con un realizador de notable capacidad para generarle a Dwight una atmósfera opresiva y sin escapatoria, la interpretación podría transitar caminos sinuosos, pero no es este el caso. Cuando a Dwight le duele alguna parte del cuerpo se ve, cuando está angustiado se ve, y así con el miedo, la resignación, etc. Desde la dirección de fotografía y la música se remite a aquellos climas que bien supo pergeñar Alan Rudolph en los noventa. Lo bien que le hacen a “Cenizas del pasado” estos dos rubros que, junto con todo lo mencionado anteriormente, nos entregan una pequeña joyita. Un pequeño y efectivo mapa del (oscuro) corazón humano.