La historia es interesante y más que seguro la mayoría a los 20 minutos de rodaje va a sospechar cómo termina, pero si bien van a acertar, se van a encontrar con un giro, más que seguro...
Basado en el film francés "Nathalie" con Gerard Depardieu y Emmanuelle Béart, el nuevo trabajo del director Atom Egoyan ("The Sweet Hereafter", "Felicia´s Journey") es un thriller erótico en la misma línea de "Fatal Attraction". Catherine ve como su esposo seduce a cuanta mujer conoce y comienza a sospechar que le es infiel. Para comprobarlo contrata a Chloe, una prostituta a quien le encarga seducir a su marido y luego reportarle los detalles del encuentro. Pero una vez cumplido el encargo de Catherine, Chloe continúa acosando no solo a su marido, sino también a su hijo y a ella. La película tiene un buen desarrollo y uno se engancha temiendo que algo pronto pasará. La tensión sexual entre las dos protagonistas es constante, con algunas conversaciones al mejor estilo "Closer". La historia lleva a una inesperada revelación que eleva aún más la tensión, pero todo este clima desaparece con los títulos finales donde uno se pregunta... Así termina? Un desenlace muy abrupto que te deja desilusionado frente a una historia a la que podrían haberle encontrado un mejor cierre. Julianne Moore y Amanda Seyfried son las verdaderas protagonistas, con un Liam Neeson relegado a un papel secundario. Moore vuelve a tener un papel interesante para lucirse, algo que no pasaba desde el 2002 con "The Hours" y "Far from Heaven". Amanda Seyfried, en carrera ascendente, se desenvuelve bien en su rol mas desafiante hasta la fecha. Un buen thriller con un final desperdiciado.
El director Atom Egoyan logró algo que pocas veces se pudo ver en pantalla y es que toda la cinta, hasta en los momentos difíciles para los protagonistas, este rodeada por un aura de seducción y romanticismo muy fuerte, lastima que el guión cae en la previsibilidad y en muchas ocasiones en el uso incorrecto de los tiempos, las pausas y el dramatismo.
Una gran actriz para un film menor En su consultorio, la ginecóloga Catherine Stewart (Julianne Moore) le explica secamente a una paciente, quien no ha experimentado un orgasmo en su vida: “el orgasmo es sólo una contracción muscular, producida por la manipulación del clítoris.” A eso parece haberse reducido la sexualidad con su marido. En plena crisis de los 50, las actividades profesionales, el ascenso económico y la rutina cotidiana ha distanciado a una pareja que tuvo sus momentos de pasión, ahora dormida. Sin embargo, ella sospecha que su esposo encuentra sucedáneos entre sus alumnas, y para comprobarlo arriesga una jugada perversa: contrata a una joven y atractiva prostituta para que lo seduzca bajo la identidad de una estudiante, y la tenga informada de cada encuentro, cada gesto y acto sexual entre ambos. Chloe es una profesional, y nunca olvidará quién es su cliente: ella es un intermediario, pero logra establecer entre ambas mujeres una comunicación erótica que por la palabra, por el contacto, despierta en Catherine sus deseos dormidos, y la lleva a conocer aspectos desconocidos, alternativos de su propia sexualidad. Como a toda persona sumamente controladora como es la protagonista, la situación que ha creado se le va de las manos, como era de prever. Las consecuencias se tornan predecibles, por no hablar de algunos giros algo inverosímiles, como cuando se cargan las tintas involucrando a toda a familia en el juego erótico. Y el remate de la escena final es francamente un disparate. Chloe es una remake de Nathalie X (2003), film de Anne Fontaine más sutil, más ambiguo que éste. En su momento lamenté cómo en el largometraje francés todo estaba demasiado calculado, fríamente calibrado. Lo mismo puede decirse de esta puesta del canadiense Atom Egoyan, quien crea un mundo cool en una Toronto for export, presentada como un producto donde cada lugar de novísima arquitectura reluce junto a la nieve. En aquel film, el trío estaba interpretado por actores de absoluto prestigio: Fanny Ardant, Émmanuelle Béart y Gérard Depardieu. Aquí, los intérpretes no son menores: Julianne Moore, como siempre, extraordinaria en su concepción de la mujer que quiere tener todo bajo su control, y se atreve a hermosos desnudos. Ya en sendos melodramas de Todd Haynes, Moore había encarnado a señoras burguesas en plena crisis personal: en la excelente A salvo / Safe extremaba la insatisfacción hasta la psicosis, y en la no menor Lejos del Paraíso se atrevía a otro amor prohibido. Amanda Seyfried sale airosa en el rol de Chloe, tan sexy como peligroso, y Liam Neeson un poco fuera de lugar, parece preguntarse cómo ha ido a parar a este melodrama erótico. Se lo ve más cómodo en otro estreno del mes, Cinco minutos de gloria, con un personaje noble más a la medida de los que suele encarnar. Es patético el momento en que el profesor de música viaja a Nueva York ¡para enseñar a un público académico el aria Mille tre de Don Giovanni!, sobre sus múltiples conquistas: una escena tan obvia que da vergüenza ajena (sobre la desdibujada actuación de Neeson, recordemos que durante la filmación de Chloe su esposa Natasha Richardson murió en un accidente, lo que alteró el plan de rodaje y, seguramente, su participación.) Si en el film francés abundaban los espejos -tópico del melodrama, que alude a la identificación, la proyección y la duplicidad, también presente aquí, en el canadiense todo se ve a través de grandes ventanales: el vidrio impide el secreto, permite que la protagonista tenga todo -familia, pacientes- ante su vista. Atom Egoyan sigue sin lograr una gran obra. Son las actuaciones de las dos mujeres, las bien filmadas escenas sexuales, lo mejor de una película que decae por tortuosos giros de guión.
Mi mejor amiga te quiero Se trata de un film de suspenso erótico basado en la francesa Nathalie X (2003) que cuenta la historia de como Catherine (la hermosa Julianne Moore) presa de la sospecha de que su apuesto esposo (Liam Nesson) la engaña con cuanta mujer se cruza, se ve tentada a contratar a la magnética Chloe (Amanda Seyfried) para que lo seduzca y así poder comprobar si su esposo le es infiel o no. En una Toronto fría Catherine y Chloe se van haciendo intimas en este juego que parece ya no tener reglas: los sentimientos comienzan a involucrarse y la relación se va haciendo cada vez más estrecha. La pantalla se calienta con los desnudos de ambas mujeres y si bien no se llega al climax de El camino de los Sueños (David Lynch , 2001) , valga la diferencia, cumple como para catalogarse erotica. La historia es por demás sencilla, la elección del reparto es atinada : siempre es un placer ver a Julianne Moore en escena, causando una sutil atracción. Se agradece que sobre el final no recurran al flashback explicativo, aunque lo que si fastidia es la manera “casual” en la cual se conocen las protagonistas: se supone que Catherine desde su lujoso consultorio observa a Chloe ir y venir suponiendo que es una call girl, luego se la topa llorando en el toilette de damas de un hotel, donde le ofrece papel para secar sus lágrimas... a la siguiente escena están en un bar conociéndose: ¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo la localizo? ¿cuando la citó? …. Y así varias de las situaciones se ven algo forzadas. El canadiense Atom Egoyan se propuso perturbar con este film que cuenta como una mujer que teme ser engañada muta ese sentimiento a fantasía y da el paso al convertirlo en realidad de la mano de una joven prostituta de la que nada sabemos. El resultado es un cosquilleo: al pasar menos de la mitad del film uno imagina el final sin dificultad. No estremece, tampoco emociona y sin llegar al ritmo de un thriller , Chloe es su film comercial para el público estadounidense que intenta posicionar nuevamente a la joven carilinda Amanda Seyfried, ex Mamma Mia!
Ese rubio objeto del deseo Remake del film francés Nathalie X (2003), la nueva película del realizador Atom Egoyan presenta la paradoja de encorsetar una historia pasional en un relato calculado milimétricamente. Pese a ello, se lucen Julianne Moore y Amanda Seyfried. Primer film consumadamente hollywoodense de Egoyam (Exótica, El viaje de Felicia), Chloe fue una buena opción en términos especulativos. La historia tiene su antecedente exitoso y francés (lo que garantiza que gran parte del público estadounidense no la vio). Tiene, además, un guión un tanto maniqueo pero que permite ver la mano del realizador. Y –como plus- cuenta con dos actores consagrados (a la mencionada Moore hay que agregar a Liam Neeson) y una nueva Lolita (la también nombrada Seyfried). ¿El resultado es bueno? La película tiene sus altas y sus bajas. Ginecóloga exitosa, Catherine Stewart reduce al orgasmo a una simple “contracción muscular”. Así le va… Su matrimonio “anda” pero falta el factor pasional, perdido luego del nacimiento del hijo: un adolescente que tiene novia y -ante los ojos desorbitados de la madre- la invita a quedarse a dormir. El marido, profesor de música carismático, no deja de contemplar cuanta bella mujer se le cruce. En relación a su debilidad ocular, Catherine parece ceder. Pero las cosas se complican cuando el temor ante la infidelidad se hace más evidente. La doctora, entonces, contrata a una bella prostituta para seducir a su marido y saber de este modo hasta dónde está dispuesto a llegar. Como es de esperarse, las cosas se le van de las manos. La película acierta en la construcción del drama interior de Catherine. Frente a la duda, promueve un plan que jamás imagino concretar. En medio del desconcierto, el juego la pone en el centro y desde allí surgen nuevas motivaciones. Chloe, objeto de deseo, aparece como una reduplicación de su deseo sexual envestido de pura provocación e invitación al acto. Amanda Seyfried sostiene esta ambigüedad. Se trata, en principio, de una buena elección de casting (mitad bomba sexi, mitad niña confundida) a la que se suma una acertada construcción actoral. La inverosimilitud llega cuando deja de tratarse de un triángulo amoroso y la trama asume un giro familiar que deriva en un conservadurismo que hace pensar que Atracción fatal (Fatal Attraction, Adrian Lyne, 1987) se quedó corta. A tono con el punto de giro antes mencionado, el realizador estiliza cada escena, aproximándose a un manierismo for export. Lo sutil deviene obvio, y esa elección resiente el resultado final. Como si se tratara de un melodrama de los ’50 (con Douglas Sirk como referente absoluto), los vidrios y los espejos operan como una metáfora del deseo invisible hecho visible para el espectador. Lo que Egoyam propone como una elección estética pertinente termina jugándole en contra. El paroxismo –dramático y estético, elementos aquí disociados- resulta conservador y previsible, en donde queda claro que la pasión manda. Y a veces no se sabe qué hacer con ella.
Una historia de seducción, mentiras y verdades El realizador egipcio Atom Egoyan (Exótica, El viaje de Felicia y Where the Truth Lies) es el encargado de dirigir este film donde lo cotidiano se vuelve engañoso. Catherine (Julianne Moore) y David (Liam Neeson) forman un matrimonio perfecto a simple vista. Ella es médica y él es un profesor, están felizmente casados y con un hijo adolescente talentoso. Pero la ausencia de David en su fiesta de cumpleaños da el indicio de que algo anda muy mal en la pareja. Las dudas que Catherine tiene sobre su marido se ponen cada vez más al descubierto: cree que él le ha sido infiel y para comprobarlo contrata a Chloe (Amanda Seyfried Mamma Mia, Querido John), una joven seductora, para que lo compruebe. La cinta que cuenta con estos tres excelentes intérpretes y con sus precisas actuaciones pintan la pantalla de firmes dudas sobre lo que está pasando en este triangulo amoroso. Cada pincelada, lejos de dar claridad, van esfumando aún más lo verosímil del relato. Atom Egoyan supo colocar a los protagonistas en tres focos de historias, ya que con los personajes en juego, los barajó a su antojo y el resultado fue muy satisfactorio. Cada secuencia pondrá a Catherine y David al borde de un precipicio sin retorno y, de este modo, si lealtad quedará a prueba. Una historia que podría haber entregado más porque cuenta con buenos intérpretes, pero el relato quedó corto para versátiles artistas: el desenlace es previsible.
ATRACCIÓN (HOMO)FATAL Es bastante común que ciertos matrimonios bien avenidos, en algún momento (y luego de dos décadas de permanecer juntos), se sientan distanciados y comiencen a mirar "para afuera". Las crisis en el matrimonio forman parte de la convivencia, no existe alguno que no haya pasado por una crisis importante que haya hecho tambalear la pareja. Existen varios tipos de crisis pero todas ellas implican un cambio en la relación, pudiendo salir ambos fortalecidos o en camino a una ruptura definitiva. Dentro de los conflictos más graves y difíciles de superar están los causados por la infidelidad: una vez descubierto el engaño, la relación del matrimonio suele romperse. Algo similar le sucede a Catherine, ginecóloga de alta sociedad, que sospecha que su esposo David, un maduro profesor inteligente y atractivo, muy idolatrado por su alumnado, le es infiel con una de sus estudiantes. Para colmo, sus coqueteos habituales con cualquier mujer hermosa que se le cruce (piropea a la moza de un restaurante frente a su esposa) no ayudan a disipar esas sospechas. En lugar de encarar el tema de frente, y para ponerlo a prueba, la mujer encargará los servicios de Chloe, una jovencita y muy atractiva acompañante sexual, para comprobar si su esposo es de los que se dejan seducir fácilmente. Generado el primer cruce “accidental” entre la joven y el hombre, Chloe se encuentra con Catherine y le confirma que su marido se dejó llevar por la tentación, dándole precisos detalles sobre el encuentro. Los calientes cuentos de Chloe sobre sus cruces con David embarcan a Catherine en un viaje de redescubrimiento sexual y sensual, que la hace distanciarse de su objetivo principal. Nace así un vínculo que desconocían, una relación que excede el marco contractual, dejando entrever en Chloe un inusual sentimiento hacia la mujer, sumando confusión al complejo escenario. Muy lejos de “El dulce porvenir” o “Ararat”, Atom Egoyan presenta una historia más digna de gracia que de reflexión. Cercana al estilo de dirección de Adrian Lyne (responsable de “Atracción fatal”, “Propuesta indecente”, “Infidelidad”, entre otras) lo antedicho respecto de la pérdida del objetivo principal del personaje de la mujer, aplica a su director. El planteamiento dramático inicial resultaba sugestivo y generaba cierto interés, pero a medida que avanza el metraje, el filme se convierte en una mediocre readaptación de una relación obsesiva. Lo que podía haber sido una profunda mirada acerca de las relaciones matrimoniales y sus devaneos, se diluye en una especie de thriller yankee, casi pochoclero. Los muy grandes Julianne Moore y Liam Neeson conforman el matrimonio en problemas, fracturado por culpa de los celos y las infidelidades. Amanda Seyfried (“Mamma mia”, “Querido John”) da vida a la protagonista del título, animándose a desnudarse ante cámara y jugar escenas de sexo lésbico, bien alejada de sus roles anteriores. A pesar de tener una muy estética puesta en escena (la casa del matrimonio se muestra muy bellamente fotografiada, y juega mucho con la transparencia de vidrios y ventanas), el filme, basado en la película francesa “Nathalie X” (2003) dirigida por Anne Fontaine, con Fanny Ardant, Emanuelle Béart y Gérard Depardieu, no logra elevarse y se conforma con el morbo que puede provocar la enmarañada cuestión. “Chloe” se presenta como un filme interesante en el que sin lugar a dudas destacan las interpretaciones de sus grandes actores, pero la nueva contribución de Egoyan resulta, al menos, cuestionable, y “solamente” entretiene (asumiendo que no era el único propósito).
Un drama de alto voltaje erótico Llega una historia que combina sensualidad y perversión, con las explosivas Julianne Moore y Amanda Seyfried, y Liam Neeson. ¿El foco? Una mujer contrata a una joven prostituta para seducir a su marido. Todos necesitamos escuchar alguna mentira. Todos le tememos a la soledad. Y todos intentamos maquillar esas falencias. Seguramente, a partir de “Chloe”, que se estrena mañana, el realizador canadiense Atom Egoyan empezará a ser más conocido, su nombre estará más cercano a Hollywood. Es que agregó pinceladas psicológicas y sexuales a su film, una remake del francés “Nathalie X”, de Anne Fontaine. Egoyan (“El dulce porvenir”, “El viaje de Felicia”) ofrece una historia que atrapa y seduce a partir de un triángulo amoroso, aunque no deslumbra con nada nuevo. Eso sí: se las ingenia para mantener la atención del espectador, un voyeur de lujo. De arranque, la presentación es más o menos así: primer plano a Catherine, una mujer de cincuenta, bella y sensual, profesional y exitosa, casada y con un hijo. Tiene todo. Se siente segura hasta que empieza a evidenciar síntomas de fragilidad, temores, sospechas. Y en esa barranca, entra en crisis cuando percibe que no puede ser más objeto de deseo de su marido (un profesor que suele estar rodeado de jovencitas). La monotonía y cierta indiferencia alarman a alguien como ella, acostumbrada a tener todo en sus manos. Inmersa en esa inseguridad, decide (¿jugar sucio?) contratar a una bella y lujosa “escort” (la Chloe del título), para seducir -y poner a prueba- a su esposo. Claro, no sospecha qué brotará desde su desconocido interior. “Chloe” cuenta con un elenco confiable, partiendo de la siempre cumplidora Julianne Moore (cuanto más grande, más sensual y convincente), la ascendente e infartante Amanda Seyfried (“Mamma Mia”, “Cartas a Julieta” y “Diabólica tentación”) y Liam Neeson, sobrio y creíble, en un personaje incómodo. Un párrafo aparte para Liam, que debió interrumpir la filmación en Toronto por un accidente de su mujer Natasha Richardson (esquiaba en Quebec), que finalmente perdió la vida. “Pensábamos que no regresaría, pero tras el funeral, nos sorprendió. En situaciones límite, demostró ser un gran profesional”, afirmó Egoyan. A propósito del director, se luce y va contra la lógica, porque desde el momento en que Catherine contrata a Chloe para saber si su marido se resiste -o no- a las tentaciones, el ojo de la cámara no es el sexo en cuestión, sino esa suerte de urgencia que tiene la aparente víctima para escuchar los detalles que le cuenta la joven profesional.
Chloe ofrece un ameno reencuentro en el cine con ese buen director que es Atom Egoyan, que hacía rato que no teníamos novedades de él en las salas argentinas. Su último trabajo que pasó por los cines locales había sido Ararat, en el 2002, una muy buena historia sobre el genocidio armenio. Los tres trabajos que hizo luego de esa producción no consiguieron distribución en nuestro país. Esta nueva película de Egoyan entra en la categoría de lo que muchos críticos suelen etiquetar como “thriller erótico” que es un término que nunca me terminó de cerrar del todo. La verdad que se tendrían que haber dado muy mal las cosas para que un film que reúne a Liam Nesson, Julianne Moore, Amanda Seyfried y Egoyan resultara decepcionante. Chloe es la clase de película que se disfruta por la interpretación que entregan los actores y en este caso la narración del director. La historia no es un cuento de Hitchcock precisamente pero esta bien contada y engancha hasta su conclusión. Amanda Seyfried, quien este historia está más atractiva que nunca, se luce por componer un personaje que en otra actriz (digamos Jessica Alba) hubiera resultado un culto al cliché. La enigmática prostituta que interpreta está muy bien cuidada y nunca cae en lugares comunes. Es muy loco ver que se trata de la misma actriz que hace poco vimos en Cartas para Julieta en un rol totalmente diferente. Pero bueno, eso es lo que generan los grandes actores de verdad y Amanda claramente es una de las mejores de su generación. Es importante destacar que Chloe es una remake de Nathalie, la película de Anne Fontaine, protagonizada por una inolvidable Emmanuelle Beart que acá se estrenó en el 2004. La diferencia con el film original es que en la versión de Egoyan la tensión sexual entre los personajes principales está mucho más marcada y el final se podría decir que lo hicieron más hollyoodense. De todas formas es una buena película, que no está a la altura de otros laburos superiores de Egoyan como Ararat, El dulce porvenir o Exótica, pero los que no hayan visto Nathalie se pueden enganchar.
Catherine siente que la edad empieza a jugarle en contra y ya ni siquiera puede seducir a su propio esposo. Su autoestima desciende a pasos agigantados, contrariamente a lo que pasa con su vida profesional, en la que se desenvuelve segura y con pasos firmes. David, su marido, se deja absorber por una carrera que le insume tiempo y viajes, lo que hace más grande la distancia que va separándolo de su esposa. Entre ellos Chloe, una bellísima y delicada joven prostituta. Se genera así un triángulo que incluye pasión, drama, erotismo y un no tan incierto final. Julianne Moore (Las Horas, Lejos del Cielo, entre otras) interpreta magníficamente a Catherine, una ginecóloga en plena crisis que desconfía de la fidelidad de su esposo (no sin motivos) y está dispuesta a cualquier cosa para comprobar su hipótesis. Es una mujer fría y calculadora que vive (literalmente) en una caja de cristal. Su enorme casa circundada por inmensos ventanales de vidrio se ve vacía y poco cálida, tal como está su interior. Catherine mira hacia afuera a través de sus transparentes paredes; sin embargo, esta costumbre no deja que sus ojos distingan entre lo que realmente ocurre y lo que cree que pasa, presa de su pobre auto percepción. Chloe (Amanda Seyfred, protagonista de la reciente Cartas a Julieta) se siente sola y busca alguien que pueda entenderla y contenerla verdaderamente. Ambas mujeres se cruzan y entre ellas surge una relación que va cambiando a medida que avanza la historia. Lo que en un principio es negocio se convierte en obsesión para una y en pesadilla para la otra. Tanto que el lazo implica a toda la familia de Catherine, de la manera menos pensada. David, el esposo de Catherine y que personifica Liam Neeson (quien protagoniza La Lista de Schindler, Brigada A, Cinco Minutos de Gloria, entre muchas otras) es un hombre bastante maduro que no entiende lo que ocurre a su mujer y cae también en la desconfianza. Entre ambos la rutina y las presiones generaron una profunda incomunicación que ganó terreno, echando por tierra la pasión que los unía al principio. Por eso, y convencida de que David ya no siente lo mismo por ella, Catherine acude a los servicios de Chloe para que lo seduzca; así comprobaría que a su esposo le gustan más las mujeres jóvenes y por eso ya no repara en ella. Pero de a poco los relatos de la prostituta despiertan sentimientos y sensaciones que la doctora tenía olvidados. De pronto los tabúes que impedían a la mujer sentir y experimentar dan paso al deseo y erotismo. Moore se luce en una interpretación impecable en la que deja surgir desde adentro lo que se ve en sus expresiones, sus poses, gestos y se transmite incluso en su voz y hasta en su respiración. El trabajo de Neeson es destacable también; es un hombre que parece esconder su verdad todo el tiempo, pero sin embargo sus gestos demostrativos hacia la esposa son convincentes. Seyfred se luce en un papel que al principio parece transparente y hasta inocente; mas luego se transforma y deja traslucir a una mujer tan seductora como peligrosa. El film, cuya historia transcurre en la fría Toronto, es un drama que ahonda en la psicología de los personajes; la trama deja al descubierto los miedos a los que este matrimonio de muchos años debe enfrentar cuando la vida cotidiana asfixia y el tiempo deja sus marcas en el cuerpo.
Las discretas frustraciones de la burguesía Como con tantas otras reversiones fílmicas, la primera pregunta que surge aun antes de comenzar la proyección de Chloe es “¿por qué?”. ¿Era necesario rehacer Nathalie X, el film de la francesa Anne Fontaine que el guión de Erin Cressida Wilson toma como modelo, si no al pie de la letra, al menos fiel a su esencia? Máxime viniendo de quien viene, el egipcio-canadiense Atom Egoyan, quien a lo largo de una extensa filmografía ha demostrado con creces que su interés es poner en pantalla algunas de sus preocupaciones más personales, del ensayo íntimo y sexual de Exotica a las repercusiones del pasado histórico en Ararat, por citar solamente dos de sus películas más relevantes. Pero teniendo en cuenta que no se trata precisamente de una gran producción de Hollywood, ciudadela dispuesta genéticamente a la remake indiscriminada, dejemos de lado preguntas existenciales que sólo podrían ser respondidas por el más sincero de los productores. Hay algo que roza el ridículo en Chloe y esto no se relaciona necesariamente con su historia, sus personajes o algunas situaciones puntuales, sino con un tono que alterna el melodrama irónico con el drama psicológico al uso sin conseguir que ninguno de ellos cuaje y tome consistencia. Un Toronto gélido en el exterior y cálido en los interiores calefaccionados hace las veces de trasfondo y símbolo visual del espíritu de los personajes –el film hace uso extensivo de sets y locaciones como cafés, hoteles y oficinas donde proliferan los rojos y marrones mientras por una ventana pueden verse caer los copos de nieve–. Los espejos devuelven constantemente imágenes, otra alegoría de fácil digestión. El consultorio ginecológico de Catherine (Julianne Moore) es blanco, pulcro y moderno, un modelo de orden que en última instancia (se verá más pronto que tarde) es apenas una apariencia. Su matrimonio con David (Liam Neeson), un exitoso músico, está atravesando una meseta que parece ser más profunda que la clásica crisis de la mediana edad, por lo que no resulta descabellado que el miedo a la infidelidad aparezca con cierta virulencia. Entra en escena Chloe (Amanda Seyfried), una call girl dispuesta a aceptar la particular oferta de Catherine: simular un encuentro casual con el esposo para ver si muerde el anzuelo y confirma las sospechas. De allí en más Egoyan va disponiendo los peones en un tablero de movimientos previsibles, haciendo de los relatos pormenorizados de Chloe de sus encuentros íntimos una suerte de versión siglo XXI de la literatura erótica clásica. Las escenas sexuales recuerdan al softcore artie de los años ’70, con su sexo simulado de buen gusto, bien fotografiado y explícito sólo en apariencia. Al mismo tiempo que la trama avanza, vueltas de tuerca mediante, hacia un inexorable punto de no retorno, el film va mutando sin demasiado tino hacia el territorio del thriller familiar, aquel que gravita alrededor de la familia nuclear amenazada por alguna clase de psicópata que, en última instancia, servirá para desnudar hipocresías, hacer catarsis y unirlos finalmente aún más. Si hay algún componente satírico en todo ello (Teorema, de Pasolini, aparece en la memoria cinéfila) el realizador no lo deja en claro en ningún momento, ahogado por una sobriedad que, por momentos, troca en solemnidad. El trío protagónico entrega usuales dosis de profesionalismo –particularmente Liam Neeson, quien filmó parte de sus escenas luego de la muerte de su esposa, Natasha Richardson, fallecida en medio del rodaje–, pero ello no alcanza para hacer de Chloe algo más que una tibia reflexión sobre la burguesía y sus discretas frustraciones.
Sugestivo drama de relaciones Lo mejor del film del canadiense Atom Egoyan son sus actrices protagónicas Con las formas de un thriller erótico y las pretensiones de un drama psicológico, Chloe , del director canadiense Atom Egoyan, coquetea con una trama distinta, construida más por miradas que por palabras sin terminar de animarse a conquistarla del todo. Inspirado en la sugestiva película francesa Nathalie X, este filmcomienza presentado a la Chloe del título, una bella prostituta interpretada por Amanda Seyfried, que asegura conocer los secretos para conquistar a sus clientes. Tanta seguridad es la que dejó de sentir Catherine, una ginecóloga de mediana edad que parece desconectada de la vida en general y de su matrimonio en particular. En el papel de esa mujer que espía la vida de los otros sin animarse a examinar la suya aparece Julianne Moore, una actriz de enormes capacidades interpretativas que aquí se muestra asustada, desesperada por la sensación del paso del tiempo y la intuición de que su marido prefiere estar en cualquier lugar antes que con ella. La radiante belleza de ambas actrices protagónicas, aprovechada al máximo por Egoyan y su director de fotografía, Paul Sarossy, casi anula la presencia del resto del elenco en pantalla. Hasta un actor de la solidez de Liam Neeson aparece desdibujado como el marido supuestamente infiel al que su mujer pone a prueba. "La clienta soy yo", le dirá Catherine a Chloe cuando la contrate para que intente seducir a su esposo y luego le cuente en detalle sus encuentros. Con cada nuevo relato de la prostituta la relación con la despechada esposa irá intensificándose hasta alcanzar un punto sin retorno en el que la seducción cambiará de dirección. Lo mismo que la película, que en su desenlace pierde la sutileza que había exhibido en un comienzo y cierra el relato dejando de lado sus costados más ambiguos e interesantes.
Hay gente morbosa... Una mujer contrata una prostituta para seducir a su marido. Hay gente morbosa dando vueltas por allí. Hay mujeres que contratan el servicio de alguna prostituta para seducir y averiguar si sus maridos les pueden ser infieles. Hay quienes descubren, tardíamente o no, sensaciones o placeres que no habían experimentado antes. Y hay gente como Catherine, que a todo lo que dijimos antes, le suma una insatisfacción mayúscula, de tal tamaño que no entra en su enorme casa con forma de cubo en un bello suburbio canadiense. Chloe (pronúnciese Cloi ) no es un filme original, no tanto porque toma un tema archiabordado por el cine, sino porque se basa en otro, francés, de 2003, Nathalie X , en el que Fanny Ardant conocía casualmente a Emmanuelle Béart y mandaba a encarar a Gérard Depardieu. El canadiense Atom Egoyan no se anduvo tampoco con chiquitas a la hora de acometer la adaptación: Julianne Moore contrata a Chloe -Amanda Seyfried, sí, la angelical hija de Meryl Streep en Mamma Mia! - para ver qué onda con Liam Neeson. El resto es historia. Es historia si usted vio aquella película y recuerda qué sucede. Egoyan prácticamente trasladó la trama a una casi irreconocible Toronto –pasa por cualquier otra gran ciudad- y no la varió mucho. No es –ni era el original- una aproximación a la pareja y sus conflictos existenciales, como la que planteara Stanley Kubrick en Ojos bien cerrados , sino que Chloe se centra mucho más en Catherine que en el personaje del título. Las comparaciones son válidas, ya que Béart da mucho más por su físico y su sensualidad como f emme fatal , además de una cuestión de edad, que Seyfried, cuyos ojitos saltones no dejan de perturbar (o recordar, exagerando, a Marty Feldman o a quien usted se imagina en un plano más cercano y nacional). La chica, de 24 años, pasaba algo menos inadvertida que la perversa Megan Fox en Diabólica tentación . Hay algo extraño en su elección de prostituta, en sus diálogos dando detalles de sus relaciones y alguna escena de fuerte contenido sexual. Y pensar que en breve hará La Cenicienta … A Egoyan le gustan las historias, más que rebuscadas, que a veces lo son, que planteen conflictos serios, duros, que hagan replantear el sentido de la vida a sus protagonistas. Hizo una gran, gran película como El dulce porvenir , llena de dolor, en la que desde la platea se sentía el pesar de sus personajes. Aquí tiene a la actriz de Las horas , Magnolia y Sólo un hombre sufriendo como pocas, y como pocas veces. Aunque cabe preguntarse si tanto morbo por saber qué hace su marido con otra, cuando cree que le fue infiel, se aproxime a cierto grado de insalubridad, Moore saca adelante su papel. Neeson, como siempre, presta su máscara para ser enigmático, y Seyfried, se nota, se esfuerza para “dar” ese plus que su personaje le pide y que, sabe, puede lograr. Intensa por momentos, intrigante por otros, Chloe tendrá su público en aquéllos que quieran ver, pizpear como en un peep show las intimidades de una mujer, su esposo y su amante. Es cierto: falta el cocinero y sería una película de Peter Greenaway.
Lolita a pedido para familias aburridas Abrumada por la sospecha de la infidelidad de su marido, David (Liam Neeson), la doctora Catherine Stewart (Julianne Moore) contrata a una joven prostituta, Chloe (Amanda Seyfried) para proponerle un contrato inusual. Mediante Chloe, Catherine pretende de alguna manera tener un cierto control en la vida personal de su marido, aquella que transcurre lejos de su casa. Con los años de rutina matrimonial y familiar David se le ha vuelto en cierto modo un enigma. Lo que Catherine no puede prever de ninguna manera son las consecuencias que este insólito convenio traerá a su mundo privado, y cómo este redescubrimiento de la sexualidad puede enlazarse con la rutina de sus días, poniendo a peligrar la estabilidad aparente de la familia Stewart. Con ambientes estudiadamente fríos que por momentos bajan un tanto la exaltada sensualidad de la propuesta, Atom Egoyan retoma la historia que en 2003 llevó al cine Anne Fontaine, "Nathalie X", con la sensual Emmanuelle Béart en el rol que hoy cubre con solvencia Amanda Seyfried. La joven suple con carisma y actitud algunas limitaciones estéticas que la alejan de la arquetípica prostituta aniñada para acercarla a la Lolita de Adrien Lyne. Y en este sentido es una buena co-equiper de la dupla constituída por Liam Neeson y Julianne Moore, destacables en su interpretación, aunque limitados por cuestiones formales propias del guión (algunas situaciones ponen incómodo al espectador y no porque éste sea un efecto buscado, sino más bien por fallas intrínsecas del verosímil, que afectan a la fluidez del relato). Hechas las salvedades, se puede tomar en cuenta a esta cinta como un drama erótico estéticamente muy cuidado, con giros interesantes y un elenco acorde. No decepcionará a quienes vayan enganchados con la propuesta del trailer; en los tiempos que corren, eso ya es un avance.
Peligroso juego de seducción Poco relevante resulta el dato de que detrás de este nuevo film del director egipcio canadiense Atom Egoyan resuene el nombre de Nathalie X, aquella película de la francesa Anne Fontaine, de la cual se acusa -en este caso particular- algo así como una remake. Sin embargo, tratándose del director de Exótica uno esperaba cierta mirada poco condescendiente hacia la burguesía y la manifiesta renuncia al castigo moral, que en un penoso desenlace queda más que explícito entre uno de sus mayores defectos. También se debe anticipar que en este melodrama burgués que vira hacia el thriller psicológico no se van a encontrar ninguna de las marcas de autor del canadiense, salvo una dirección prolija que se apoya de forma evidente en el trío actoral que se debate en este triángulo amoroso: Chloe (Amanda Seyfried), Catherine (Julianne Moore) y David (Liam Neeson). Igual que en la película francesa, la idea central de Chloe reside en el juego de seducción que entabla una prostituta de lujo (Amanda Seyfried) con su clienta, Catherine (Julianne Moore), cuando ésta contrata sus servicios para que seduzca a su esposo David (Liam Neeson) tras la sospecha de que éste le es infiel con una de sus jóvenes alumnas. Pero el relato toma un rumbo ambiguo a partir del momento en que la propia Catherine requiere un informe detallado de los encuentros sexuales de la prostituta con el esposo, en los que el previsible relato acusa determinados lugares comunes y clichés en los cuales la obnubilada Catherine no repara dejando transparentar la necesidad de satisfacer sus deseos de mujer casada, reprimida sexualmente (irónicamente es ginecóloga) y justificar así su acentuada crisis conyugal. A medida que la trama adopta la dialéctica especular, es decir el intercambio de roles en que la víctima se transforma en victimario, sumado a contrastes estéticos y de puesta en escena tan evidentes como exteriores gélidos e interiores calientes, la relación entre Chloe y Catherine pasa por los carriles de la obsesión más elemental en un increscendo dramático que no ahorra en volverse convencional hasta decir basta; incluyendo una atmósfera de erotismo y sensualidad por la que el film transita con un buen uso de la fotografía aunque amparado en una falsa trasgresión. Innecesaria remake y fallido film del canadiense Atom Egoyan, que bajo una falsa apariencia políticamente incorrecta no logra salir de la medianía de cualquier thriller, pese a contar con la bella Amanda Seyfried y la siempre correcta Julianne Moore.
Atom Egoyan vuelve a entregar exactamente lo que se espera de él, ahora para colmo a años luz de las disertaciones con tufillo arty de Exótica (Exotica, 1994) y El dulce porvenir (The Sweet Hereafter, 1997): la primera mitad de Chloe (2009) se inclina al “melodrama sexy” para luego girar con desgano hacia un thriller demasiado inocuo. Más allá de las buenas actuaciones de Liam Neeson y Julianne Moore, aquí la que se roba el show es Amanda “ojos saltones” Seyfried componiendo a la prostituta del título. Las fantasías y el adulterio en general de los burgueses resultan muy rebuscados, pautados hasta el más mínimo detalle; los lúmpenes en cambio materializan todo delante del cónyuge y listo (así los hijos se van apilando en el fondo del hogar). Lo curioso del caso es que el film termina siendo tan anodino como el original francés Nathalie X (Nathalie…, 2003), en esta ocasión exacerbando una trama que una vez más combina los trayectos narrativos del porno soft con los típicas escenas de destape sesentoso y las “grandes sentencias” sobre la familia...
Protagoniza esta historia una familia integrada por Catherine, ginecóloga exitosa, David, profesor de música, y Michael, hijo adolescente de ambos. Aparentemente se trata de una familia de clase media casi perfecta pero, como advierte un recordado proverbio, “No todo lo que reluce es oro”. En la intimidad Catherine sospecha que su marido la engaña, lo que se acentúa cuando David le comunica que perdió el vuelo desde Nueva York (donde dictó un curso) para retornar a su hogar en Toronto, por lo que llegará recien a la mañana siguiente. El hecho la afecta especialmente en razón de que había organizado una fiesta sorpresa para agasajarlo junto a los amigos con motivo de celebrar su cumpleaños. Al día siguiente, con David de regreso, Catherine circunstancialmente atiende su celular para encontrarse con un mensaje de texto de una de sus alumnas, quien alude con humor a lo que supuestamente sucedido en la jornada anterior. La decepción de la noche pasada y el mensaje en cuestión avivan sus sospechas de engaño. Circunstancialmente conoce a Chloe, una joven bellísima, muy sensual y seductora, a la que contrata para que intente seducir a David, poniendo así a prueba su fidelidad. Se ven regularmente narrándole Chloe, en detalle, cómo se van desarrollando sus encuentros. Pero entre ellas se va creando una rara conexión, entretejiéndose un peligroso juego que propone Chloe. Catherine descubrirá lo peligroso que puede llegar a resultarle a ella y su familia la vuelta de tuerca. Cuando creía que tenía todo bajo control, se encuentra al borde de un detonante que la puede conducir a resultados inesperados. La historia no es desdeñable, siempre y cuando resultase ingeniosa la trama narrativa, algo que brilla por su ausencia. Prometedora en el comienzo, entra luego en una sucesión de acciones muy previsibles para el espectador. Etom Egoyan es un realizador con oficio y profesionalidad, que a demostrando saber dirigir actores. En esta ocasión pareciera haber asumido el proyecto sin convicción. Un buen plantel de intérpretes cumplen con decoro los roles asumidos, destacándose particularmente Amanda Seyfried, quien en su carrera aportó ponderable interpretaciones románticas, como lo apreciamos en “Mamma mia” o “Cartas para Julieta”, sorprendiendo en esta oportunidad con la composición Chloe, al asumir un personaje tan diferente a los que venia encarnando, y lo hizo con resultados positivos.
Chloe es la obra más predecible y lineal de Egoyan Chloe, es la última realización del director armenio-canadiense Atom Egoyan. La película sería como una reinterpretación de otra anterior, específicamente de Nathalie X (2003), de origen francés y dirigida por Anne Fontaine. Esta contaba con un estupendo reparto en el que se destacan Fanny Ardant, Emmanuelle Béart y Gérard Depardieu. Esta nueva versión, que posee sus buenas variaciones argumentales, también tiene intérpretes sólidos y de renombre, como Jualianne Moore y Liam Neeson. Básicamente la historia auscultara los recodos de un potencial triangulo amoroso. Catherine y David son una matrimonio maduro con una posición económica exitosa, el es músico devenido en profesor universitario y ella ginecóloga. Parecen estar atravesando una crisis, se ven poco y su vida sexual es casi inexistente. Tras sospechas de Catherine, sobre posibles infidelidades de su marido, decide contratar a una hermosa y joven call girl, Chloe, para que seduzca a David y ver como él reacciona. Juego que resultará un tanto peligroso e imprevisible. Egoyan suele tener en sus films estructuras narrativas enigmáticas. En gran parte de Chloe, se componen ambientes sumamente tensos dentro de la propia cotidianidad. El momento emocional de Catherine es muy sugestivo, parece estar poseída por una energía extraña que la lleva a manifestar estados introspectivos, pero poniendo el cuerpo, experimentando. Su cine suele ser incitante y siempre dotan de sentido piezas específicas, en este caso será la horquilla para el pelo que le deja Chloe a Catherine. Es cierto que hay giros en la historia, especialmente los relacionados al comportamiento de los personajes, pero algunos resultan demasiado forzados, como elementos aislados que no responden a un dinamismo interno coherente. Y el final me dejó una sensación ambigua, por un lado resulta ideológicamente oscuro, complaciente y tranquilizador, pero por otro lado el cierre circular, y con el plano detalle final, deja la puerta abierta para más de una interpretación. Creo que el film no logra la tonicidad adecuada ya que los conflictos desenterrados no alcanzan ese dramatismo que parece querer expresar y también porque el personaje de Chloe (la blonda Amanda Seyfried) está un tanto desdibujado y queda opacado al lado del de Catherine. En fin, Chloe termina siendo la obra más predecible y lineal de este consolidado director.
Prolijo, ordenado y metódico, así es el comienzo de Chloe. Mediante un montaje paralelo se definen, superficialmente y sobre la base de su oficio o profesión, los personajes: Catherine es una pragmática ginecóloga, David un seductor profesor de música y Chloe una joven prostituta, la única a la que le se ofrece narrar en off algunas características de su trabajo al que, a su vez, se lo esboza con un extraño encanto para sentar las bases del relato: Catherine, sin demasiadas sospechas, decide contratar a Chloe como una especie de carnada para su marido y de esa manera constatar un posible carácter infiel, bajo la absurda lógica deductiva de que si es capaz de engañarla con esta chica, la engañó o engañará con cualquiera. La trama que se desarrolla desde ese punto de partida es banal, poco atractiva y predecible, especialmente cuando la música no hace otra cosa que anunciarnos el clima de la escena. Y aunque los relatos eróticos con los que Chloe le cuenta sus encuentros con David a Catherine, o la escena de sexo lésbico, lavado, afectuoso (pero algo desprovista de pasión), o el giro en el desenlace pudiesen representar puntos relevantes en la narración y circunscribir la película a su sumatoria para un resumen de su argumento, detrás de esa superficie se esconde una torpe mirada hacia la mujer que se pretende liberada pero que al final se devela conservadora. En Rompecabezas Natalia Smirnoff mostraba a una hermosa mujer de cincuenta años de manera luminosa y plena, explotando su femineidad con sencillez y elocuencia; en Chloe, Atom Egoyan muestra a una hermosa mujer de unos cincuenta años de manera apagada, avejentada, y su femineidad es convertida en una serie de tics histéricos con la excusa de la tan mentada crisis de mediana edad. Así, todo el conflicto parece reducido a una puja entre juventud y vejez: allí están las jóvenes estudiantes seduciendo a David (quien nunca envejece, sino que madura elegantemente), mientras Catherine se lamenta por la pérdida de su otrora lozanía; allí también el mejor amigo de su marido calza del brazo a una mujer notoriamente más joven casi como si fuera un objeto de lujo (en ese sentido es significativo el contraste que se plantea en la escena del restaurante: de un lado de la mesa el matrimonio aburrido, el marido coqueteando con la camarera; y del otro, el matrimonio “feliz”, embobado en sí mismo), mientras Catherine no logra sacarle sonrisa a David. En consecuencia, la presencia de Chloe parece venir a sacudir la modorra de Catherine más que a provocar a David (la película nos lo confirmará luego), pero no es un despertar o goce que se pueda vivir libremente. El final trunca esa posibilidad, o mejor dicho: acomoda. Acomoda a Catherine en su casa, con su marido, con su hijo, y ahí sí, ella se permite mostrarse luminosa y espléndida. Puede ser, en una interpretación despojada de malicia, que simplemente el reacomodamiento de la vida conyugal imprimió el sosiego necesario en el rostro. Puede ser también que esa tranquilidad y plenitud provengan (sobre todo considerando el destino de Chloe) del orden esperado, porque, parece decir Chloe en su última escena, no hay mujer más linda que la mujer apacible y callada, con su marido, y en su casa.
Un peligroso equilibrio. Al principio cuesta un poco aceptar que un personaje aparentemente tan racional como el de Catherine, que es interpretado por Julianne Moore, puede desbarrancar ante lo que siente como una amenaza de infidelidad de su marido David, interpretado por Liam Neeson. Para comprobar o descartar sus sospechas contrata a una bella joven, la Chloe del título, a cargo de Amanda Seyfried. El director Atom Egoyan reviste el relato de una efectiva capa de ambigüedad para la cual Seyfried resulta ideal con su expresión inocente. Moore apela a lo mejor de sus antecedentes para encarnar a un personaje que se destaca por su complejidad, y que con su obsesión, se expone al riesgo de descubrir más sobre ella misma que de su, también, ambiguo marido.
EL TRIÁNGULO DE LOS BURGUESES Una película innecesaria, por momentos ridícula, con buenos intérpretes en manos de un director que supo ser una promesa hace dos décadas atrás. Las grandes películas son siempre impredecibles. Pasan los minutos y uno va perdiéndose entre las imágenes sin saber exactamente hacia dónde va ese universo sonoro y visual que se despliega misteriosamente en la pantalla. Imperio, de Lynch, Aquel querido mes de agosto, de Gomes, Las hierbas salvajes, de Resnais, son ejemplos recientes. Los tres primeras secuencias de Chloe desnudan toda la película. Nada de misterio, evidencia pura, casi burlesca. La voz en off de la joven escort (A. Seyfried) que da nombre a la película nos confiesa sus virtudes. Dice ser buena con las palabras, un plus del erotismo que garantiza con su cuerpo. Después, Catherine (J. Moore), una ginecóloga exitosa, le explicará a su paciente el carácter mecánico del orgasmo femenino, un indicio indirecto de que su matrimonio de 20 años no es precisamente un ejemplo de pasiones. En la escena siguiente, su marido, David (L. Neeson), un profesor de música, ante una audiencia pletórica de estudiantes sensuales analizará una obra musical: Don Juan. El cierre de esta introducción no tiene segundas lecturas: él no llegará a su fiesta sorpresa de cumpleaños, perderá su avión; ella tendrá sospechas. En menos de diez minutos, Atom Egoyan despliega todas sus cartas: un matrimonio en crisis y la aparición de un tercero que alterará la economía libidinal de la pareja. Eso es todo, o casi todo, porque también el hijo adolescente, en pleno despertar sexual, participará de la ecuación pasional. Catherine contratará a Chloe para que seduzca a su marido y confirme sus sospechas, aunque esta detective en portaligas resucitará el deseo de Catherine más que el de su marido. Nuestra ginecóloga ya no subestimará el clímax del placer femenino. La puesta en escena es esquemática. La banda musical es ubicua; los movimientos de cámara son impersonales. La famosa escena sexual entre Moore y Seyfried no solamente expresa el punto de vista masculino, sino que está filmada con unos travellings ordinarios y una iluminación berreta que remiten a esos ridículos filmes de erotismo clase b en donde se pretende estar cogiendo y los protagonistas deben subrayar el goce del momento con gestos ampulosos que transmitan su placer infinito, aunque nadie podrá dudar aquí de la entrega de las intérpretes. La mirada de Seyfried denota ternura, placer y asombro; un imperceptible giro de cabeza de Moore en pleno coito sintetiza el límite de su fantasía, pero hasta ese momento nada parece incomodar su descubrimiento lésbico. En otros términos, la interpretación y el registro son incompatibles, aunque para una película de Hollywood se trata de una secuencia heterodoxa, casi arriesgada, frente al puritanismo oficial de la academia. Muy lejos está Egoyan de Calendar y Exótica, sus dos mejores películas, aunque su obsesión por el erotismo y el voyerismo está presente. La tesis es simple: cuando el deseo se aburguesa, sólo se vivifica fuera del contrato genital del matrimonio. Mirar y fantasear pueden sustituir el pasaje a la acción, pero algunas veces resulta insuficiente. Egoyan, sin embargo, apuesta aquí por un orden conservador. Desear y amar no son la misma cosa, dos acciones imperceptibles que en su amalgama dialéctica definen la vida de cualquier pareja.
Relaciones en el abismo del deseo El realizador egipcio Atom Egoyan ofrece con Chloe su revisión del film Nathalie X (2003) de Anne Fontaine. Mismo responsable de títulos como Exotica (1994) y Ararat (2002), Egoyan sustituye en Chloe los rostros originales de Fanny Ardant, Gérard Depardieu y Emmanuelle Béart por los de Julianne Moore, Liam Neeson y Amanda Seyfried. Y la aventura está muy bien. Está muy bien porque Julianne Moore es extraordinaria, pero también y sobre todo porque el film desarticula meticulosamente los engranajes de familia desde los que se caracteriza, cínicamente, la clase atildada. Las poses que -históricamente la delatan revelarán sus artificios de manera paulatina. Podría pensarse que son los celos femeninos los que ofician como móvil destructor, pero más certero será detenerse en los años y el tiempo que circula y que pasa y que da cuenta a la pareja de que nada es como era o como se creía que lo fuera. Todo ello por un cumpleaños sorpresa al que el agasajado no llega. David (Liam Neeson) pierde el vuelo y Catherine (Julianne Moore) enhebra sospechas cada vez mayores hacia su marido. Es entonces cuando entra en juego la pieza tercera, Chloe (Amanda Seyfried), prostituta de compañía y de fantasías garantidas. Ella como detective de sentimientos, como anzuelo para las ganas sexuales del esposo. Que Chloe le permita a Catherine -ginecóloga y aburrida pruebas que den cuenta de la infidelidad que sospecha. A partir de allí la serie de encuentros provocados comienzan a alertar los sentidos dormidos de Catherine, quien goza de manera creciente con los relatos que Chloe le hace de ellos, mientras le susurra desde sus labios rojos, de abismo: el escondite para el amor, el jardín de invierno y sus vidrios sudados, las arrugas de sábana como testigos. Catherine refrena y atrae hacia sí lo que Chloe le despierta, sin saber demasiado hacia dónde en verdad dirigirse. En Atracción fatal (1987) el realizador Adrian Lyne exponía de manera reaccionaria, conservadora, los influjos letales de la mujer amante. En su momento determinante, el film devolvía el desorden a su cauce habitual, amén de castigar previsiblemente a la "culpable". Vale la cita como contrapunto, como antítesis desde la que el film Chloe se piensa. Allí donde el film de Lyne cerraba sus puertas de modo moralista, la propuesta de Egoyan es la de abrirlas para pautar dudas. Interrogantes que aparecen para permanecer, aunque más no sea a través de un simple adorno de cabello. Eso sí, y genialmente, qué bien etiquetada quedará la pulsión sexual materna, la misma que -en palabras de Freud, en términos de Zizek está destinada a impedir la unión sexual del hijo. También la del marido. Bastará un juego de miradas final para la verificación posesiva de los hombres del entorno, los que viven bajo el mismo techo de la madre de familia. El adorno del cabello, a recordar, es también regalo y legado de madre. Aunque con heridas, la tradición permanece.
Clonando un thriller francés... y despedazándolo nomás Julianne Moore es Catherine, una prestigiosa doctora casada con un profesor universitario (Neeson). Ella sospecha, está casi segura, que él le es infiel con alguna/varias de sus alumnas y tiene la certeza de que algo ha pasado, cuando él pierde el vuelo a su casa, justamente el día de su cumpleaños donde ella lo espera con una fiesta sorpresa. Decide sacarse toda duda cuando accidentalmente conoce a Chloe, una joven prostituta, a quien contratará para que intente seducirlo. No contenta con ello, Catherine pide que le describa los encuentros con su marido con lujo de detalles y es ahí cuando comienza a crecer una tensión sexual entre ellas. Este triángulo, prontamente, deviene en cuadrilátero amoroso cuando Chloe también intente seducir al hijo de la pareja. Realmente no se entiende porqué Atom Egoyan, un director que siempre en sus filmes deja una marca personal al contar las historias (como en "El dulce porvenir", "El viaje de Felicia" o "Ararat"), da un vuelco total en su filmografía, haciendo la remake de "Nathalie X" de Anne Fontaine, sin siquiera proponerse una vuelta de tuerca interesante. El terceto original eran los geniales Gérard Depardieu, Fanny Ardant y Emmanuelle Bèart y se hace dificil, muy dificil, que "Chloe" logre tener alguna ventaja en la comparación. Si bien en una primera mitad, Egoyan logra convencernos en el planteo dramático de la historia con algunos toques de erotismo, en la segunda mitad se vuelca de lleno al thriller, olvidando por completo las pulsiones iniciales que movían a los personajes, dejándolos emocionalmente a la deriva. Sólo se rescata la exquisitez de las escenas eróticas y la excelente tensión sexual que cruzan Julianne Moore y Amanda Seyfried (la protagonista de "Mamma Mia"), pero con eso sólo no alcanza. Las acompaña Liam Neeson, quien no logra dar con el tono que el rol demandaba: no ayuda para nada su máscara gélida y distante, que se contrapone con el supuesto carisma de este profesor que roba corazones. Quedándose completamente a mitad de camino entre los dos tonos que propone, sólo se rescata como gran protagonista a Julianne Moore y si bien en algunas escenas Seyfried logra buena química, en otras está completamente sobreactuada y desentonando fuertemente con el papel de prostituta de lujo. Sobre el final, la sugestión del relato original y ambiguo que planteaba "Nathalie" -sobre lo que puede haber sucedido y lo que Chloe puede haber simulado/inventado-, queda empantanado en una resolución sumamente infantil y simplista. No hacia falta Atom, clonar una película para no agregarle ni una sóla buena idea. Igual, te perdonamos.
Deseo y decepción El sexo suele constituir un tema espinoso para el cine, que paradójicamente debe ser el arte que más influencia tiene en la formación del deseo en el hombre contemporáneo. Vale recordarlo: las pantallas cinematográficas del mundo suelen mostrar tipos específicos de cuerpos, que se convierten acríticamente en ideales de belleza (con el aporte invalorable de los medios de comunicación), sugestionando el deseo del espectador. El cine es un organizador del erotismo colectivo, a escala global (lo que explica que en diferentes culturas se deseen los mismos prototipos antropomórficos). Pero al mismo tiempo, el tipo de cine que modela nuestra cultura intenta poner límites al deseo humano: la represión sexual es una regla indiscutida en el mainstream, capaz sólo de promover relaciones fetichistas, por no decir onanistas, del espectador con las imágenes. El cuerpo de las estrellas se convierte en un territorio místico, del orden de lo sagrado. Y se prefiere naturalizar a la violencia y la sangre que al sexo como una dimensión más de la vida humana, una elección crucial que sintetiza el modelo simbólico en el que nos movemos y pensamos a nosotros mismos. Un modelo donde el deseo queda así relegado a mero producto de consumo. Toda esta introducción para anticipar lo que constituye Chloe, la película del director egipcio-canadiense Atom Egoyan, que nuevamente hace del deseo el centro de su filme, aunque con resultados diametralmente opuestos a Exótica (1994), acaso su obra más reconocida. Remake de Nathalie X (de la francesa Anne Fontaine), Chloe es un buen ejemplo de los límites que encuentra Hollywood para abordar el sexo en la gran pantalla, aún cuando lo haga su tema explícito: una moral retrógrada y conservadora se impone por sobre cualquier osadía, y el cine se hunde en la mediocridad estética, erótica y política. Veamos. La primera escena basta para sintetizar la propuesta de Egoyan: un plano medio de una habitación deja espiar, a través de un espejo, el torso desnudo de Amanda Seyfried (la Chloe del caso), mientras su voz en off va relatando la esencia de su oficio, constituyendo una promesa erótica que el filme por supuesto nunca cumplirá. Lo importante, en todo caso, es que aquí se revela una concepción del erotismo eminentemente literaria, por más que las imágenes busquen (infructuosamente) complementar el relato. Algo que se verá confirmado por el resto de la película. Chloe es una prostituta de lujo y será contratada por una reconocida ginecóloga de clase alta, Catherine (Julianne Moore), para confirmar si su esposo le es infiel con sus alumnas. Ocurre que David (Liam Neeson) acaba de faltar a su propio cumpleaños por quedarse en un seminario universitario, pero Catherine sospecha que su ausencia esconde una infedilidad. Su idea es que ésta joven que parece irresistible intente seducir a David para ver cómo reacciona. Y entonces Chloe irá relatando sus sucesivos encuentros con David a Catherine, que sorpresivamente verá despertar nuevamente el deseo a través de esa tercera persona que irrumpió en su vida. El paroxismo de esta apuesta erótica será un encuentro sexual entre Catherine y Chloe, filmado con un conservadurismo propio de un producto para la televisión, y luego la película irá girando previsiblemente hacia un thriller convencional, cuando Chloe se termine de convertir en una amenaza para Catherine y su familia. Psicológicamente elemental, el filme nunca llega a profundizar en los mecanismos del deseo en sus personajes, y recurre a los estereotipos más conocidos para motorizar el relato, llegando incluso más de una vez al ridículo. Tampoco parece haber ninguna aspiración autoral por parte de Egoyan, cuyo oficio se limita a embellecer con la fotografía y los encuadres los escenarios fastuosos por donde se mueve la aristocracia. Las resoluciones y los giros de la trama no hacen más que destacar la vacuidad de su propuesta, además de ser absolutamente previsibles. La pasión, en todo caso, es la gran ausente en esta película, como si estuviera prohibida. Por M.I.