Comunidad y metamorfosis. Gran parte del cine europeo de género juega de manera consciente desde un rol opositor para con lo que suele ser la producción del mainstream norteamericano de nuestros días, flexibilizando la distancia a conveniencia según los intereses del realizador de turno. Así las cosas, podemos encontrarnos con diferentes disyuntivas formales en una rivalidad que nunca llega al terreno del fundamentalismo, ya que funciona como una mixtura siempre abierta al diálogo: está la estrategia centrada en extremar el discurso (volcando el relato hacia la severidad), la opción satírica implícita (que gusta de señalar los puntos ridículos de Hollywood) y finalmente la maniobra del contraste (el combinar géneros a pura anarquía). Indudablemente Cuando Despierta la Bestia (Når Dyrene Drømmer, 2014) opta por la primera alternativa y construye una relectura eficaz de varias temáticas en torno a los licántropos, esa eterna metáfora acerca de la animalización del ser humano y la intolerancia del entramado social en lo referido a la aceptación del diferente, el pánico más irreflexivo y el afán “civilizador” a cualquier costo. Con ecos lejanos de la excelente Criatura de la Noche (Låt den Rätte Komma in, 2008), la ópera prima de Jonas Alexander Arnby -un asistente de utilería de Lars von Trier reconvertido en director- logra unificar sutilmente los pormenores comunales y la metamorfosis hacia la piel de la bestia, hoy el engranaje bicéfalo del horror. De hecho, la propuesta edifica un puente entre ambas comarcas mediante la “exclusión” de la protagonista, un rescate conceptual que se agradece en un contexto dominado por Estados Unidos y tendiente a la homogeneización infantiloide y la pobreza de recursos. Aquí el guión de Rasmus Birch retrata el entorno familiar/ laboral de Marie (Sonia Suhl), una joven que vive en un pueblito perdido de Dinamarca junto a su madre comatosa y su padre, quien abraza a la docilidad bienintencionada como principio rector de su existencia. La aparición de un sarpullido en su pecho y el trato violento por parte de sus compañeros de trabajo serán los primeros síntomas de que la colectividad le reserva una cacería salvaje. Atravesando con solvencia tópicos candentes e históricos como la inevitabilidad del linaje, el odio consensuado y el anhelo desesperado en pos de sobrevivir, el convite presenta un desarrollo dinámico que escapa a los moldes vetustos del cine arty y a esa parsimonia de cotillón de índole festivalera. Si bien por momentos Arnby peca de falta de ideas novedosas a nivel visual, por suerte luego lo compensa dosificando el suspenso y entregando una buena dirección de actores, con la propia Suhl a la cabeza (en especial llama la atención la fortaleza lacónica de su interpretación). La película en general reclamaba un desenlace más intenso, no obstante la masacre de ocasión cumple dignamente con el criterio de justicia…
El mito de un horrible secreto que transforma a alguien normal en un monstruo ha sido contado muchas veces en el cine. De hecho, es uno de los más cinematográficos posible porque el paso de una imagen a otra es, siempre, pura transformación, incluso hacia lo demoníaco. Aquí la acción transcurre en una isla escandinava, gris y con demasiados atavismos. La protagonita es una chica de dieciséis año son madre extrañamente enferma que, finalmente, descubre en sí un monstruo. Pero el film no explica nada con los diálogos sino con las imágenes, y presenta una gran amplitud de puntos de vista que nos colocan en un lugar extraño, ambiguo: al mismo tiempo deseamos que el monstruo se detenga y nos colocamos de su lado ante la violencia social que lo encierra. Pueden leerse varias metáforas -desgraciadamente también algunas alegorías- en el film, pero lo que cuenta es que es un efectivo y triste cuento de terror.
Animalada Si bien no estamos ante una película original desde el punto de vista temático, es justo aclarar que los méritos de esta ópera prima, Cuando despierta la bestia -2014-, de Jonas Alexander Arnby, obedecen a su austeridad tanto en lo expositivo como a la hora de crear la atmósfera del terror. Logros que llegan sin apelar a recursos trillados ni golpes de efecto, con una fuerte apuesta al desempeño del reparto, principalmente de su protagonista Sonia Suhl, y además a la utilización del indicio para el avance progresivo de la historia. La ambientación en el seno de una comunidad pesquera, donde la familia de Marie, constituida por su padre y una madre enferma, juega un rol importante al definir tanto los alcances como los límites de un relato que puede ampararse en la idea de leyenda, con la dialéctica habitual entre familia emergente del mal y comunidad dispuesta a eliminar cualquier atisbo de esa oscuridad a cualquier precio. En ese sentido, el indicio habilita todo tipo de especulación por parte del espectador y se manifiesta desde el minuto cero, cuando Marie en una consulta médica de rutina exhibe alguna marca en su cuerpo, que podría ser un sarpullido común pero inmediatamente la mirada del doctor indica otra cosa. Acto seguido, las constantes humillaciones por parte de sus compañeros de trabajo en una factoría pesquera, cambios en la personalidad de Marie y una serie de características particulares que por motivos evidentes no se rebelan aquí, abren las puertas al suspenso y a la tensión dramática producto del enrarecimiento de la atmósfera pueblerina y las reacciones de los lugareños para con la familia en cuestión. Varias ideas arcaicas atraviesan el universo minimalista de este film, parte de ellas bien desarrolladas por el guionista Rasmus Birch, quien utiliza los diálogos precisos para sembrar la información sin grandilocuencia y se vale del ocultamiento por momentos para conseguir un efecto más eficaz en el desarrollo de la pesadilla de Marie, su entorno y un pasado familiar que es condenatorio y tiene todas las improntas del destino trágico. Sin embargo, el relato pierde algo de consistencia hacia el último acto y tal vez el paralelismo entre la animalidad de la protagonista para con sus captores resulta un tanto evidente a pesar de que otras ideas reciben un tratamiento más sutil por parte del guionista, como por ejemplo, la paulatina animalidad o metamorfosis sufrida por Marie.
Haciendo una re lectura al estilo europeo del Hombre Lobo, sin todos los vuelteríos y efectos digitales que a Hollywood le gusta tanto usar últimamente, la película Cuando Despierta la Bestia ( Når Dyrene Drømmer) trae una simpleza o aún una melancolía sobre el cuento, presentando una historia llevada más por la ambientación y su actuación para crear la atmósfera de terror, que por el gore y sustos gratuitos. La historia acompaña a Marie (Sonia Suhl) una adolescente que vive en una comunidad pesquera de Dinamarca, cuidando a su madre que está enferma y acompañada de su padre. Después de un examen de rutina percibe que algo esta cambiando en ella y por el bullyng constante de sus compañeros de trabajo o mismo de sus vecinos descubre su verdadera naturaleza. A pesar de la atmósfera simplista y como comenté, distinto del tono de este tipo de película, el guión no sale mucho de lo básico, usando la familia maldecida y la ciudad cerrada que no tiene ningún recalco moral para eliminar el mal. Ayudada principalmente por el lugar donde fue filmada, siempre tenemos un ambiente nublado, frío y aprensivo. Desde la introducción del personaje principal a toda la creación del ambiente, se toma sin mucha sutileza, mostrando que algo va mal y cómo va a terminar, no queriendo mostrar ningún misterio y sí llevando la película a contar una historia simple. Con eso, después del comienzo promisorio, termina cayendo a los vicios del estilo y su propia simpleza termina jugandole en contra, ya que el acto final termina siendo apresurado y sin mucho contenido. Interesante re lectura del mito de Hombre Lobo, bella por momentos, pero al final muy simple.
UNA MUJER LOBO EN DINAMARCA ¿Como definir este filme en algunas lineas? Un intento: licantropía dinamarquesa de ensueño y ritmo lánguido sobre una joven que descubre que es una mujer lobo y una mujer al mismo tiempo. Jonas Arnby inaugura quizás un sub-género, una película sobre licántropos femeninos en una historia coming of age. Una extraña mancha con vello en el pecho es la primera señal que hay algo que no está bien en Marie (Sonia Suhl) Su madre en silla de ruedas y en un estado casi vegetal da cuenta que ha heredado a su hija una maldición terrible. Y no sólo debe lidiar con cambios físicos y mentales alarmantes. Esta revelación obliga a Marie a evaluar sus sentimientos acerca de su padre (Lars Mikkelsen) que se esfuerza por proteger a su madre (Sonja Richter) de ciudadanos conscientes del secreto sobrenatural de la familia y dispuestos a ejercer su pensamiento de horda de vecinos indignados, y también su romance con un nuevo compañero de trabajo (Jakob Oftebro). Sin escapar a las típicas metáforas del género “el licantropismo es la pubertad”, el director trata su material como un estudio de personajes que muy lentamente va in crescendo hacia el momento culminante de la inevitable carnicería. “Cuando Despierta la Bestia” es malhumorada y austera, cercana en tono a la sueca “Let the right one in” (2008, Alfredson), para espectadores que buscan más una experiencia ambiental, sobria, perturbadora y sutil, que un susto barato y efectivo.
Angustia y licantropía adolescente. ¿Cuándo es más efectivo el Terror, cuando nos sumerge en relatos fantásticos de enorme despligue visual y efectos prostéticos o cuando se presenta como una historia conformada dentro de elementos más simples y mundanos que infieren otro tipo de realismo? Gracias a lo segundo el debutante Jonas Alexander Arnby sorprendió a todos en el Festival de Cannes del año 2014 con su opera prima Cuando Despierta la Bestia (Når dyrene drømmer, 2014) En un pequeño pueblito pesquero danés vive Marie, una adolescente que comparte su hogar junto a padre y su madre, quien sufre una extraña enfermedad a raíz de la cual vive postrada en una silla de ruedas, prácticamente catatónica. Marie empieza notar cambios en su ser, cambios por fuera de lo estrictamente adolescente. Algo raro sucede, algo que parece haber heredado de su madre, conocido por su padre y temido por todo el pueblo: es una mujer lobo. Con un tono melancólico similar al de Déjame Entrar (Låt den rätte komma in, 2008), lo que se presenta es una historia que no habla tanto sobre la transformación monstruosa del mito licántropo, sino de otro tipo de transformación: de la juventud hacia la adultez. El estilo visual de Arnby pone en imagen a ese pequeño pueblo a orillas del mar, con planos generales que evidencian esa naturaleza agreste que funciona como telón de fondo del relato. La lenta cadencia del film refuerza ese espíritu desolador que envuelve a los personajes, sujetos con un enorme secreto que progesivamente se torna imposible de ocultar. Se utilizan de forma interesante los elementos constitutivos del míto del hombre lobo para combinarlo con la angustia femenina adolescente -de forma similar a lo hecho por Ginger Snaps (2000), pero sin el costado gore- y dándole un matiz dramático cuya léctura va más allá de lo estrictamente fantástico. Aquello que le ocurre a Marie es lo mismo que podría ocurrirle a cualquier “extranjero” en un ámbito donde se encuentra fuera de su elemento, y donde todos se esfuerzan en hacerselo saber. Con una tensión dramática en constante in crescendo que se abre paso a través del tono letárgico de la historia, Cuando Despierta la Bestia seguramente será del agrado de aquellos entendidos del género con ánimo de ver un approach distinto de una temática tantas veces transitada en la pantalla grande.
Algo huele mal en Dinamarca La película de Jonas Alexander Arnby aborda la identidad de una joven que, enfermedad mediante, se convierte progresivamente en una bestia. Cuando despierta la bestia (Når dyrene drømmer, 2014) es una apuesta por el terror más psicológico. El gélido e impactante paisaje de un típico pueblo costero de Dinamarca genera una sensación de estatismo. De una naturaleza que se niega a avanzar, a mutar en otra cosa, a mostrar su devenir. Casi como una extensión de ese paisaje (y a tono con el romanticismo que late fuerte en todo el film), la vida de Marie (sólida Sonia Suhl) no ofrece sobresaltos. Su cotidianeidad oscila entre el cuidado de su madre, quien padece una rara enfermedad, y el trabajo en una pequeña fábrica, que ella realiza con un dejo de tristeza. Muy cerca de su casa “ruge” el mar; acaso, otro punto de comparación con su vida (interior, en este caso). Cuando despierta la bestia tiene varios puntos de contacto con la notable Criatura de la noche (Låt den rätte komma in, 2008), película con la que comparte la topografía nórdica y cierta predilección por lo latente, por lo “siniestro” en el sentido estrictamente freudiano. Más aún en este caso, en el que hay trauma y ocultamiento, y una proximidad con el horror que obliga al personaje protagónico a hacer preguntas que no encuentran respuestas claras. Y lo que se irá develando se vincula a la activación del deseo, que aquí tiene la forma de un compañero de trabajo. Él, a diferencia de los demás, ve en Marie un espacio para la distensión primero y para el amor después. Con más atención a lo climático que a lo meramente narrativo, Arnby concentra la puesta en las miradas de Marie; hacia su propio cuerpo y hacia el cuerpo enfermo de la madre. Un cuerpo que conoce bien, y en el que encuentra una ligazón con ribetes trágicos. La trama se nutre del horror psicológico, pero también del imaginario en torno al Hombre Lobo, sólo que en este universo impera cierta estilización del ambiente que deja la violencia física relegada a la segunda parte del metraje, con “pinceladas” de sangre que no se confunden con el gore y, menos que menos, con el cine Clase B. Cuando despierta la bestia no es una película para “el gran público”; no funcionará para aquellos adeptos a la saga Crepúsculo. Si hay que buscar un punto de comparación vernáculo, el film de Martín Desalvo El día trajo la oscuridad (2013) bien podría servir para definir un tono en el que se funden el espíritu romántico y lo trágico; la eterna y revisitada figura del horror que late en uno, tan manso hasta que, mutatis mutandis, irrumpe con la furia que escinde a lo racional de lo animal.
Algo huele mal en Dinamarca Una lograda incursión en el drama familiar con elementos terroríficos que dialoga con la notable Criatura de la noche. El cine de género sigue luciendo en los países nórdicos. La transformación de un humano en apariencia común y corriente en un ser monstruoso es una de las grandes recurrencias del cine. Lo que no es tan recurrente es la forma seca, distante, moralmente oscilante y tan poco apegada a la generación de sustos gratuitos que elige Cuando despierta la bestia para aproximarse a una materia prima mil veces explotada. Dirigido por el danés Jonas Alexander Arby, el film transcurre en una isla escandinava gélida, grisácea e inquietantemente ominosa. Allí vive una chica de 16 años cuya madre padece una extraña enfermedad que la postró en una silla de ruedas, mientras que el padre hace lo que puede para lidiar con la adolescencia de una y los cuidados a la otra. La vida apacible de la protagonista muta por otra cuando descubra los primeros síntomas de que es efectivamente ella la bestia que despierta referida en el título. Lejos del efectismo más vacuo de nueve de cada diez películas del género estrenadas en la Argentina, Cuando despierta la bestia está más cerca de un drama familiar sobre el debilitamiento de los cimientos de lo conocido y el temor a lo que vendrá que del terror convencional, con la idea de la transformación como carga. En ese sentido, el film dialoga, tanto por tono como por tema, con Criatura de la noche, del sueco Tomas Alfredson. Lo monstruoso está en todos lados, pero -parece- atiende en Escandinavia.
El film danés va a contrapelo de las producciones hollywoodenses del género pero mantiene una atmósfera de amenaza constante que explota en los veinte minutos finales. Toda una rareza que el cine danés explore el género de terror y lo hace en Cuando despierta la bestia -2014-, la ópera prima de Jonas Alexander Arnby, quien acredita antecedentes en el terreno de la publicidad, los vídeos musicales y los cortometrajes. La película sigue los pasos que años atrás dioDéjame entrar, de Suecia, donde una extraña criatura aterraba a todos aquellos que la rodeaban.En el film aparece la comunidad hostil de un pueblo costero dedicado a la pesca, una familia que guarda muy bien sus secretos y la joven Marie -Sonia Suhl-, quien descubre que su cuerpo comienza a transformarse lentamente. Con el guión de Rasmus Birch, el realizador explora la "bestia que todos llevamos dentro". Después de varias consultas con el médico de la familia -"Te volverás mas irritable y agresiva"-, arrastrando el drama de una madre postrada y un padre que cuida de ambas, el panorama parece desolador para la joven protagonista.La intención del film es mostrar esos extraños vínculos familiares y la relación que Marie establece con sus compañeros de trabajo, que no ven con buenos ojos su llegada, a excepción del joven Daniel -Jakob Oftebro-, seducido por la naturaleza salvaje de la joven y en quien ella deposita su confianza. El resto es violencia y soledad en tierras aisladas que acompañan con su silencio a los personajes.A contrapelo de las producciones hollywoodenses del género, manteniendo una atmósfera de amenaza constante que explota en los veinte minutos finales, la película no quedará seguramente como el mejor exponente de terror, pero sí mantiene el interés, las dudas y la intriga hasta el final. Como una suerte de Carrie, víctima del sometimiento y las burlas, Marie es una mujer lobo que también cobrará su propia venganza: "Me estoy convirtiendo en un monstruo y quiero tener mucho sexo antes que esto suceda".Entre el misterio relacionado a un viejo barco ruso y una serie de crímenes, Cuando despierta la bestia aporta tu tono medido de horror escandinavo con el respaldo de una fotografía notable.
La monstruosidad en ayuda de la mujer Con herramientas del cine de terror, el director danés va mucho más allá de los límites del género para plantear un ensayo sobre el deseo a partir del diario íntimo de una adolescente que vive de manera conflictiva y trágica su propio proceso. Por Juan Pablo CinelliAmbientada en un pequeño pueblito de pescadores en algún lugar perdido geográfica y temporalmente de la costa de Dinamarca, Cuando despierta la bestia, debut como director del danés Jonas Alexander Arnby, es una de las películas de terror más delicadas que hayan pasado por las salas locales en mucho tiempo. Aunque para eso primero habría que ver si realmente se trata de una película de terror y nada más. Drama familiar; relato de las intrigas y miserias de un pueblo chico; ensayo acerca del deseo y su fatalidad; diario íntimo de una adolescente que vive de manera conflictiva y trágica su propio proceso de maduración. En Cuando despierta la bestia todo eso convive con un cuento de terror que se afirma con fuerza en el terreno tradicional de las supersticiones medievales europeas. Porque aun cuando el relato transcurre claramente en un contexto contemporáneo, la anécdota central replica la vieja historia de la maldad anidando en un cuerpo femenino al que los hombres a la vez desean y temen (y las mujeres envidian), y cuya mala influencia debe ser destruida para que la comunidad pueda continuar con su vida. Pero también se trata de la historia de un padre que intenta comprender y proteger, y de una hija que se siente abrumada, incomprendida y, como cualquier adolescente, sólo quiere que la dejen ser.El cuento “Pájaros en la boca”, incluido en el libro homónimo de la argentina Samanta Schweblin, cuenta la historia de un padre angustiado porque no entiende qué pasa con su hija, una adolescente que ha cambiado de manera para él inesperada. De golpe ya no es la nena luminosa y vivaz que criaron junto a su ex esposa, sino una mujercita apagada que casi ha dejado de hablar y se limita a responder con palabras mínimas, a mirar de manera melancólica por las ventanas y, sin explicación, a comer pajaritos vivos. El cuento, que como la película de Arnby combina de manera soberbia un enrarecido tono fantástico con una sequedad realista apenas sacada de eje, no habla de otra cosa que de la dificultad de los adultos para percibir los pormenores del fin de la infancia (y de la inocencia). Momento crítico en el vínculo de padres e hijos en que todas las líneas de comunicación son dinamitadas, obligando a la ardua tarea de reconstruirlo. Pero ya no del modo desigual en que un adulto se relaciona con un chico, porque el chico ya no existe y ahora se trata de dos adultos obligados a aceptarse. Narrado desde el punto de vista del padre y atravesado por una clara atmósfera de duelo, en “Pájaros en la boca”, Schweblin consigue captar, tal vez como ningún otro escritor lo haya hecho antes, algo que usualmente es pasado por alto: el doloroso sentimiento de pérdida que implica el crecimiento de los hijos. Porque ningún padre está preparado para perder un hijo y eso es lo que ocurre cuando los chicos se convierten en hombres o en mujeres. Aunque acá la protagonista es la hija y no el padre, algo de ese espíritu habita en Cuando despierta la bestia, en el que la adolescente Marie literalmente empieza a convertirse en otra cosa sin que su padre pueda entenderlo ni hacer nada para evitarlo.También hay algo de fatal actualidad en la historia que aquí se cuenta. Algo que desde lo fantástico interpela a esta realidad en la que, por ejemplo, una mujer no puede viajar sola sin que ello la convierta en artífice de una supuesta provocación y digna de un destino de violencia. Y Cuando despierta la bestia lo explicita de manera tan sutil como clara. En un mundo en que lo femenino aún es percibido por muchos como el huevo de la serpiente, el origen del mal, no es arbitrario que a los ojos de la comunidad que integran Marie herede de su madre ese carácter monstruoso, que parece haber despertado en ella tras sufrir un abuso atroz del que, nada casualmente, volverá a ser víctima Marie. Para sus vecinos, tanto Marie como su madre son culpables de su propia aberración y así justifican los ataques que ambas han debido y deben seguir soportando. Por eso la secuencia final, en la que la monstruosidad surge en auxilio de lo femenino, resulta tan poderosa tanto en lo cinematográfico como en lo simbólico. Con inteligencia dramática, Arnby pone en escena todos estos elementos y los hace convivir en armonía, para contar una fábula que también es una historia de amor trágica más allá de los prejuicios. Pero sin olvidar nunca que, al menos desde lo formal, ha elegido narrarla a partir de las herramientas del cine de terror.
Film de rara e inquietante belleza Una protagonista intrigante, que parece reprimir y tensar cada músculo de su cuerpo. Claridad de propósitos que guía una narrativa segura, sin apuros y sin ocultamientos informativos forzados. Casi total ausencia de agregados tóxicos, de fuegos artificiales extemporáneos, tan presentes en mucho cine de terror actual. Seguridad a la hora de situarse en una tradición (hay una atmósfera que recuerda a Ordet, de Dreyer). La historia de una chica que empieza a tener síntomas extraños y que tiene una madre postrada. No sabemos el motivo. Luego lo sabremos, mediante una dosificación inteligente de las claves argumentales. Esta ópera prima del danés Jonas Alexander Arnby, presentada en la semana de la crítica de Cannes 2014, es un ejemplo de concisión y aprovechamiento de recursos. Pocos personajes, pocos datos, imágenes de gran potencia, violencia que irrumpe brevemente y conmueve, estremece. El mundo del trabajo de la protagonista en la industria pesquera contado con pocos trazos y a la vez con complejidad. Las tensiones se multiplican, se intensifican por otros lados: la represión de la animalidad y el sexo por parte de las instituciones -ver cómo se resuelve velozmente, con sequedad pavorosa-, la voracidad por la carne cuando sólo hay pescado. Si no contamos con más detalle el argumento es porque sería cometer una injusticia con esta pequeña pero orgullosa película que hace del misterio sostenido uno de sus logros más sobresalientes, y que combina terror licántropo con una tristeza que parece emerger de la niebla del paisaje, que trabaja la herencia, o el destino, con una resignación sobria, de rara e inquietante belleza.
Venganza de una loba nórdica Una película de terror fortalecida con metáforas y paradojas rupturistas para el género. Si el cine nórdico llega a arrimarse al fenómeno que despertó la literatura de suspenso y terror en aquella región, da para esperanzarse. Un buen paso en esa dirección es el que ha dado el danés Jonas Alexander Arnby con su opera prima, Cuando despierta la bestia. Una historia austera, pequeña, con varias decisiones a destacar. En primer lugar, aparecen varios hechos rupturistas. El principal, que sea una mujer, o dos, la que se convierta en este monstruo, inaugurando la leyenda de la mujer lobo en el cine. Marie (Sonia Suhl) es la joven protagonista, y sostiene la película de punta a punta. Vive con sus padres en un pequeño pueblo nórdico, en el que todos se conocen, en el que todos parecen saber algo que ella no. En la primera escena la vemos con su médico, buscando el porqué de unas erupciones en su piel. Y luego somos testigos de sus pesadillas sangrientas. Y de su vida familiar. También saben algo que ella no. No hay héroes en la película, todos son víctimas, pero el director empuja las acciones para que nos transformemos y enojemos junto a Marie, o al menos nos compadezcamos de ella. Los cambios físicos que la atormentan, sus arrebatos violentos, parecen una reacción natural a su historia familiar, al maltrato de su primer trabajo en esa isla de pescadores. Y una sensación de venganza recorre el filme. El director trabaja pocas escenas, exteriores e interiores, que en su alternancia construyen un clima de opresión poderoso y omnipresente. El padre de Marie esconde la verdad, pero su madre, postrada en una silla de ruedas, medicada, es su conexión con el mundo. Junto a Daniel, el distinto del pueblo. Como en todo filme de terror, el tema es comprar o no lo monstruoso, lo sobrenatural. Y allí se vuelve más previsible, frío, como la geografía del lugar. Pero hay una metáfora fuerte entre esa bestialidad sangrienta y la crueldad del entorno, que Marie sólo puede enfrentar convirtiéndose el lobo.
Dentelladas detrás de una aparente fragilidad De un realizador danés, cercano a Lars von Trier, como lo es Jonas Alexander Arnby --partícipe en el arte de Contra viento y marea y Bailarina en la oscuridad--, una ópera prima merece ser vista. Se trata de Cuando despierta la bestia; y de manera acorde con el cine del maestro, el escenario es un pueblito pesquero, cerrado, de pasiones escondidas, con la mecha corta como para saltar enseguida sobre el culpable de turno. Ahora bien, la protagonista es alguien que está por comenzar una vida independiente, con trabajo propio. Sus dieciséis años la convierten en ese monstruo que es todo adolescente, sin saber bien hacia dónde habrán de mutar sus decisiones y su cuerpo. Interrogantes, en suma, que carcomen a Marie (Sonia Suhl), esta niña flaquita, de fragilidad aparente, que se debate entre el papel social que la comunidad le depara y una extraña herencia materna que la llama. En este sentido, la escena inicial postula la puesta en escena general: Marie aparece descarnada, con su cuerpo semidesnudo ante la mirada vigía del doctor, quien aportará observaciones y recetas para paliar lo que en la piel asoma. Si la mancha imborrable se expandiera, el ejemplo de su consecuencia descansa para la vista en el cuerpo de la madre: en silla de ruedas, al cuidado de un padre que algo sabe pero calla. De manera notoria, el film de Arnby se emparenta con Carrie, de Brian De Palma; al menos desde la inserción que su protagonista debe cumplir en la vida social. Si en el film maestro el escenario era el colegio secundario, acá la situación será la del ámbito laboral. Marie es una recién llegada que recibirá miradas que murmullan, más un acto bautismal por medio del cual le darán una bienvenida siniestra. De a poco, la niña hará confluir broncas y fastidio, mientras una herencia de animal en ciernes la somete paulatinamente. Lo que asoma es un placer casi desconocido, algo oculto. La alusión sexual será, en este caso, explícita. Está claro que la ligazón entre monstruo, bestia, sexo, es del cine y la narrativa de toda la vida. De esta manera, el diálogo con el cine de terror encuentra en Cuando despierta la bestia su cauce definitivo con la licantropía. El silencio de la madre paralítica parece por momentos atisbar sonrisas malévolas. Será cuestión de tiempo para que Marie decida, de una buena vez, asumir quién es. No importará, por ello, cuántas dentelladas deba dar; en todo caso, ninguna de ellas será garantía suficiente para escapar, de una buena vez, de este pueblito de vidas marchitas. Con una narrativa que perturba, al confundir el registro de la cámara con la vida cotidiana, el film logra el olvido del factor fantástico. Es más, por momentos resulta superfluo, dada la decisión de evitar una iconografía terrorífica. Lo que sobresale, en síntesis, es la figura femenina, indomable. Sitiada o paralizada, pareciera que no hay manera de doblegarla. Una vez liberada, la cacería inicia y ésta, por otro lado, es el lugar masculino favorito. Es por eso que los hombres del pueblo, en secreto, están esperando que Marie los provoque.
Su narración a lo largo del film va generando tensión e intriga. Compuesta por extraños personajes, se van componiendo buenos climas, con una buena iluminación, fotografía y mantiene su interés para terminar de explotar todo su contenido la última media hora.
El ciclo de la mujer lobo Cuando despierta la bestia es un filme de terror que trata un tema trillado de manera diferente. Hay dos cosas que no se pueden evitar: la muerte y la genética. Tanto el fin de la vida como aquello que es transmitido de generación en generación a través de los genes son hechos ineluctables y, por eso mismo, terroríficos. Los dos dan miedo. Los dos son dramáticos. Es justamente el drama de la herencia genética el tema implícito de Cuando despierta la bestia, la ópera prima del director danés Jonas Alexander Arnby. Marie (interpretada por la actriz Sonia Suhl) es una adolescente tímida que vive con su padre y su madre en un pequeño pueblo pesquero de Dinamarca. Algo raro sucede con su cuerpo, una roncha en el pecho la lleva al médico para hacerse un chequeo general. No parece algo grave pero debe tomar una medicación y volver a consulta en dos meses. Mientras tanto, empieza a trabajar en una pescadería, el único trabajo seguro de ese lugar. El ambiente del nuevo empleo es hostil. La presencia masculina es mayoritaria e intimidante. Las miradas pendencieras de sus compañeros se le clavan como una filosísima daga. ¿Por qué Marie despierta tanta animadversión si su aspecto es de lo más inofensivo? De entrada la bautizan con una bienvenida violenta y nauseabunda. Después le hacen bullying por ser la más joven e inexperta. Marie no la pasa bien. Sin embargo allí conoce a un joven que le presume, que la invita a salir. Su madre en silla de ruedas padece una extraña enfermedad. El padre y Marie la cuidan, le dan de comer, la bañan. En el pueblo nadie los mira con buenos ojos, todos tienen una actitud de enemistad hacia ellos. Algo misterioso hay en estas personas, un secreto familiar que todos conocen pero que tratan con discreción y miedo. El director Jonas Alexander Arnby trata el tema (tan trillado) de la licantropía sin caer en la provocación ni en explicaciones psicologistas y redundantes. Todo se cuenta con las imágenes. La puesta en escena es de un laconismo efectivo, en la que la fotografía de Niels Thastum se encarga de darle un tono gris y por momentos irreal al paisaje costero, para resaltar su desolación inherente. Las actuaciones de los protagonistas son gélidas, contenidas, justas. Más que una película de terror, Cuando despierta la bestia es un drama sobre la discriminación (tanto hacia el género femenino como hacia aquel que pertenece a otro linaje) en clave de película de monstruos. Y como en toda película que pertenece a este subgénero, acá también los monstruos son los humanos.
La bestia quiere vivir Hay una especie de ley de balance natural que regula las producciones de vampiros, algo así como: “toda película de vampiros genera una película de licántropos como contrapeso universal”. En este caso la de vampiros sería la sueca Criatura de la noche (Tomas Alfredson, 2008), y Cuando despierta la bestia el contrapeso. Las similitudes entre estas producciones son más que evidentes, tratan sobre los mismos temas en el mismo tono, e incluso transcurren en territorios equivalentes. La primera es una obra maestra, la segunda está bien pero no es tan trascendente; es interesante ver cómo los puntos de vista y decisiones que toman los autores/directores hacen variar el resultado final de un punto de partida muy similar. Cuando despierta la bestia es un relato de crecimiento: vemos directamente el transcurrir de la adolescencia de Marie (Sonia Suhl) en el pequeño pueblo dinamarqués en el que vive, que está bañado de esa fría soledad endémica propia de los países nórdicos. Pero Marie es algo más que una chica común, su crecimiento implica convertirse en otra cosa y todos parecen saberlos excepto ella. El director Jonas Alexander Arnby desarrolla una trama de secreto y conspiración bien dosificada que se complementa con el relato de crecimiento. Aun así estamos ante una película simple y efectiva: la vida de Marie es tres o cuatro situaciones que se repiten pero que van ganando en intensidad y extrañamiento a medida que avanza el metraje, lo que deriva en un clímax final donde confluyen con bastante lógica todos los conflictos. Incluso en su estructura, Cuando despierta la bestia se parece a Criatura de la noche, sólo que a diferencia de Arnby, Alfredson se detiene en contar la formación de un vinculo más que en el reconocimiento de una transformación inevitable. Criatura de la noche es más efectiva a la hora de trascender el género, su director no le tiene miedo a retratar agudamente una sociedad de inevitable apatía, lo que por otro lado necesita para justificar la romántica huida final de los protagonistas. En cambio a Arnby no le interesa demasiado trascender el género, Cuando despierta la bestia se siente bien siendo un cuento de terror bien construido, aunque no sea estrictamente convencional. Sin embargo debemos señalar que el clímax final de Cuando despierta la bestia no logra acercarse a la genialidad que logra Alfredson en Criatura de la noche; para ser claros, está bien pero le falta garra. Marie, al igual que Oskar y Eli, es la sombra de un sitio donde la quietud reina, y que tapa bajo nieve sus más oscuros secretos. El dilema que la atormenta finalmente es si utilizar o no su desproporcionado poder en contra de aquellos (sus vecinos) que la oprimen y atacan a la menor oportunidad. La respuesta es la misma para ambas películas. Siendo un poco menor, Cuando despierta le bestia logra, aún con sus fallos, acercarse a la calidad de Criatura de la noche manteniendo sus propios meritos. Principalmente logra mantener intacto el efecto del relato y una apática y extraña belleza, lo cual está muy bien.
“They tried to make me go to rehab but I said ‘no, no, no’” (Rehab, Amy Winehouse) “Baby, there’s something wrong with me That I can’t see” (Aimee Mann) Cuando uno va al médico la pregunta es inevitable: “¿Sus padres tuvieron alguna enfermedad?”. Que el colesterol, que la hipertensión, que la diabetes…Y en el peor de los casos, la inminente medicación. De todos modos, a juzgar por el comienzo de Cuando despierta la bestia, la herencia genética puede presentarse más pesada que una simple rutina de prevención. Marie, la joven protagonista, acude al consultorio a raíz de unas ronchas velludas en su cuerpo. Poco después nos enteraremos de que ese malestar proviene de su madre, una mujer en silla de ruedas, apartada y resguardada por su marido ante el posible ataque de la comunidad. El motivo: licantropía, nada menos. Lejos de constituirse como una película de terror donde lo sobrenatural irrumpe descaradamente, Arnby se toma su tiempo para introducirnos en el desolado paisaje, con esa mezcla de melancolía e incertidumbre que tienen algunos países nórdicos. Las oníricas imágenes que abren la película arman una secuencia informativa con indicios visuales propios de una puesta en escena cuidada y un ritmo moderado. Como se sabe, en la tranquilidad de ciertas geografías desoladas, la procesión va por dentro y ese parece ser el principal rasgo de los personajes, más adeptos a expresarse con las miradas que con las palabras. Marie trabaja en una planta de fileteados, es mujer y carga con ese malestar físico que despertará la autodefensa misógina y bárbara de la comunidad. Se lo hacen saber sus compañeros con bromas pesadas y ataques discriminatorios. Sin embargo, cuando la sádica y misógina escuela danesa de un Lars Von Trier asoma (Arnby fue asistente de departamento de arte del realizador), la historia se corre hacia el mundo interior de la protagonista y a la manera en que enfrenta valientemente su inevitable condición ante ese universo masculino tan asfixiante como anodino. No es un dato menor. A medida que lo fantástico cobre vida en lo cotidiano y los clisés genéricos sean convocados, las decisiones de Marie pondrán al filme en un agregado cuya subversión pasa por negarse a lo socialmente constituido. De este modo, cuando la racionalidad del médico y del padre dictamine que hay que medicarse para combatir al “mal” interior (y de esta forma neutralizar la amenaza hacia el tejido comunitario), la joven se niega, y no solo eso, acepta vivir en esa condición. Hay un momento maravilloso en el que decide ir a bailar y le dice al único hombre que le devuelve una mirada natural en el trabajo: “Me estoy convirtiendo en un monstruo. Quiero tener mucho sexo antes de que esto suceda.”. La frase elude la solemnidad e instala un saber femenino activo que irá sumando indicios a los largo del filme. Además de su impronta activista, Cuando despierta la bestia es una buena película de terror, más allá de un abusivo uso del ralentí musicalizado, que se suma a una vertiente capaz de cruzar los hechos de carácter sobrenatural con un tono nostálgico y enfatizando la mirada sobre los procesos interiores de los protagonistas ante el inevitable destino que les toca vivir. “No hay salida”, le dirá la hija a su padre. Al igual que en Déjame entrar (2008), Te sigue (2014) y The Babadook (2014), siguiendo un poco la tradición de El bebé de Rosemary (1968), la resignación es el paso necesario para aprender a convivir con el miedo o los cambios anatómicos. La nueva naturaleza corporal se afianza como un hecho irreversible y lo que queda es aguantar y conservar el instinto de preservación (algo de esto también hay en la genial Trouble Every Day -2001- de Claire Denis). El terrorífico grito de Mia Farrow y la posterior nana de su bebé en el clásico de Polanski es la piedra fundacional de las decisiones de las protagonistas de estos filmes, a quienes no les queda otra que aceptar lo que les toca hasta naturalizarlo. Así Marie jamás adoptará una actitud pasiva, sacará a relucir su “patología” para escandalizar a una comunidad enfrascada en sus falsos valores parroquiales de conservación (el lugar donde el ojo de Arnby advierte la verdadera enfermedad). Paseará con sus uñas sangrientas por un velorio, comerá vidrio frente a su padre para que la acepte tal como es y actuará en consecuencia contra los sistemáticos ataques a su ser. Hay un aspecto interesante en la mirada que se construye en relación a la concepción clásica del género. Carlos Losilla en su didáctico estudio Cine de terror habla de las películas de la Universal en la década del 30 cuyo foco estaba puesto en la idea del “monstruo” como la imagen de la diferencia con respecto a las normas establecidas. “Así, del inconsciente individual de Freud al inconsciente colectivo de Jung, el terror hacia lo desconocido alcanza su máxima expresión cuando las pulsiones individuales del espectador y sus miedos como ser social, perteneciente a un grupo biológico e históricamente determinado, encuentran una codificación estética común que permite a la vez experimentarlo y exorcizarlo”. En otras palabras, hay que exterminar al mal para preservar a la comunidad. Y el espectador está del lado del colectivo destinado para ello (léase Van Helsing y los suyos en el caso de Drácula). Ahora bien, en Cuando despierta la bestia se invierte el patrón clásico ya que el mal, en todo caso, reside en un cuerpo social signado por el fanatismo de sus creencias, la intolerancia y el miedo a aquello que se presenta como distinto. Y entonces, bajo ese marco, queremos que “la bestia” triunfe, porque además, y pese a todo, necesita amor (y habrá solo una persona capaz de entenderla, una especie de príncipe azul en medio de la tormentosa situación). De manera tal que lo mejor de la película es lo que no se dice, la representación, en todo caso, del síntoma y su consecuente puesta en escena cuidada, psicológica, atmosférica, donde la palidez del día siempre es una amenaza de chaparrones y no se necesitan la oscuridad ni los gritos del terror de cotillón donde la cámara oficia de teléfono celular y hay que bajarse alguna pastilla para el mareo. La iluminación en Cuando despierta la bestia es un velo que atraviesa los planos y tiñe de melancólica resignación el tono general para que tomemos conciencia de que hay que convivir con el miedo, aceptar nuestra condición y hasta apostar al amor en un mundo enfermo. La poderosa imagen final es una puesta hacia el abismo donde el fascinante espíritu de lo indeterminado triunfa. Siempre es preferible experimentarlo al lado de alguien, aunque sea en un barco a la deriva. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
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Desde Blood & Roses (1960) de Roger Vadim hasta El ansia (1983) de Tony Scott, pasando por todas las criaturas lascivas de la productora Hammer y el español Jess Franco, la mujer vampiro fue siempre una invención eminentemente sexual. Recién la sueca Déjame entrar, de 2008, transforma al clásico juego de sangre y semen y lo traslada a una relación de preadolescentes, donde una chica vampira toma a su cargo a un chico confinado al bullying escolar. La figura de la mujer como espécimen sobrenatural, paria y consustanciada con los débiles, una suerte de supermadre (no una heroína; una desclasada), se resignifica en este film que, por ser danés, comparte el origen, por demás subrayado por la crítica, de la notable Déjame entrar. Marie (Sonia Suhl) lleva en la sangre los genes lobeznos de su madre Mor (Sonja Richter), sospechosa de haber almorzado años atrás a un cuerpo de marineros rusos. En la pequeña ciudad costera, no cabe duda de que Mor es loba y su hija va en la misma dirección. Pese a los cuidados de Thor, su padre (Lars Mikkelsen), Marie se escapa con un muchacho y una escena en un barco mercante traerá memorias de la silente Nosferatu. Cuando despierta la bestia es un film melancólico, turbulento, y un válido intento por hacer del horror arte.
Es tan azarosa la distribución local, tan impredecible en términos conceptuales, que resulta imposible establecer un parámetro de conducta del público. En un año calendario puede llegar una de Nueva Zelanda, tres de Brasil, una de Uzbekistán y una de Venezuela. ¿Las razones? No hay. Pueden ser variadas y de un rango de criterio tan amplio como difuso. Desde un recorrido por festivales con varios premios hasta una relación de oferta según el año de producción, es decir, traer una película en el año de su estreno es mucho más caro que hacerlo dos años después, cuando ya el recorrido y la edición hogareña están consumados. Jamás va a ser porque los distribuidores ven en cierto país del mundo un cine que merece ser conocido y reconocido, como tal obedeciendo a cuestiones artísticas y rentables a la vez. No. Para esto tenemos a la madre patria Estados Unidos, lugar de donde sí estamos dispuestos a traer cualquier cosa. En los albores de un 2016 que en perspectiva va a estar lejos de los más de 50 millones de entradas vendidas, el año pasado ya tenemos estrenos de tanta variedad de países que nuestra cartelera parece la feria de las naciones. ¿En la variedad está el gusto? Así nos llega “Cuando despierta la bestia”. Viene de Dinamarca. En un pequeño pueblo, María (Sonia Suhl) está en plena adolescencia. La cita con el médico a la cual asistió le dejó, según vemos en su expresión, más dudas que certezas luego de un chequeo completo. En casa cumple con algún quehacer, pero sobre todo con asistir a su madre Mor (Sonja Richter) postrada en silla de ruedas en un estado de ausencia, producto tal vez de la medicación que debe tomar. Su padre Thor (Lars Mikkelsen) sí está bien, pero parece que anda en otra cosa. La adolescencia terminó. Ahora a trabajar. En su primer día en una planta procesadora de pescado no la pasa nada bien, en especial porque se siente observada por sus compañeros, como si supieran algo que ella no. María siente que algo raro sucede, con la gente respecto a ella y con su propio cuerpo que está sufriendo importantes cambios físicos. Lejos de un planteo Kafkiano, “Cuando despierta la bestia” es otra muestra de un cine de terror que utiliza los elementos del género en forma simbólica para, en realidad, hablar de otra problemática. La de los prejuicios y la de los cambios en una adolescencia que tiene una brecha cada vez más grande e irreconciliable con las generaciones anteriores. Hasta aquí la propuesta se entiende. El problema radica en cómo el director Jonas Alexander Arnby la lleva adelante direccionada hacia la metáfora, pero olvidando que el género del terror necesita de una mínima dosis de verosímil para que el espectador pueda creer en lo que está viendo. Se toma un buen tiempo para hacernos conocer a María, sus miedos y sus motivaciones, o sea para cuando la licantropía entra a jugar su juego la dosis de información está balanceada con buena pulsión narrativa, pero luego la parte correspondiente al terror queda acéfala de explicación. Si esto fuese a favor de profundizar la temática adolescente y los miedos a los cambios que produce el inevitable paso a la vida adulta (con responsabilidades incluidas) estaríamos frente a otro tipo de película. De todos modos, aun quedándose a mitad de camino entre las dos propuestas, “Cuando despierta la bestia” tiene más alcance que toda la saga Crepúsculo, 2008/2012 (por mencionar un producto centrado en la adolescencia y sus cambios). Habría que ver luego cuanto impacto tiene una película de estas características. Para los fanáticos del gore y del género del terror le faltan cosas. Para los analistas de estos temas le sobra. El tratamiento cinematográfico es muy generoso visualmente, en especial con la fotografía de Niels Thastum que maneja brillantemente los sepias y los grises para instalar la dureza geográfica y climática de la comarca escandinava. Lo mismo sucede con la música equilibrada entre el paisaje y el horror. Una producción entretenida que actúa de manera conservadora como para no cometer excesos, a lo mejor está bueno tomar más riesgos.
De Dinamarca llega esta película dirigida por Jonas Alexander Arnby, una historia que conjuga elementos de terror sin llegar a pertenecer la película a este género. Porque a la larga, es la historia de una joven marginada que un día, cansada del maltrato por parte del resto de los habitantes del pueblo, especialmente en su trabajo, sufre constantemente se termina de convertir en un monstruo. Marie tiene 16 años, una madre postrada con una extraña enfermedad, y ella misma comienza a notar cambios en su cuerpo a los que no le encuentran una explicación. También es una adolescente que comienza a trabajar, que sonríe a otro empleado, pero además empieza a enfrentarse con las cada vez más frecuentes y peores situaciones de bullying en su trabajo, un lugar de aspecto y olor (no es difícil imaginarlo) poco agradables. La película apunta a un tono intimista, no necesita de grandes efectos ni sobresaltos (incluso las escenas de muerte y ataques suelen aparecer fuera de campo), y es ante todo un drama. Es casi como una “Let the right one in” en la que en lugar de vampiros hay una especie de mujer lobo. Esta ópera prima opta por una narración de tiempos pausados, y así va retratando la vida de Marie desde la relación que arma y tiene con sus padres, con el pueblo, y con Daniel, el joven que será un interés amoroso. Quizás de “Cuando despierta la bestia” se espere un poco más, algo más profundo sobre la mítica figura del hombre lobo (aunque el hecho de que esta figura sea femenina es un plus interesante), o algo más cercano al terror. No obstante es preciso encontrar lo que yace debajo de esa capa: una historia sobre rechazos, marginalidad, miedos, secretos, decepciones. Porque en su sutileza, la batalla principal que debe lidiar su protagonista, es la interna. Con una destacable dirección de fotografía y una buena construcción de climas, “Cuando despierta la bestia” es una película más que interesante, no apta para quienes sólo buscan terror, desde el lado más puro y obvio.
La opera prima de un director danés (Jonas Alexander Arnby) que se mete de lleno en una fábula de terror que se desata como una reivindicación de injusticias. Buen clima, sin los clichés habituales.