Ultimos días de las víctimas Rodado casi íntegramente dentro de un auto (y, más aún, desde el punto de vista de quienes viajan en los asientos traseros), este primer largometraje de la joven directora chilena Dominga Sotomayor premiado en numerosos festivales (Rotterdam, Valdivia, BAFICI, IndieLisboa) es bastante más que un tour-de-force técnico o un virtuoso ejercicio de estilo que sirva como carta de presentación. Un matrimonio está a punto de divorciarse y decide hacer el último viaje (hacia el norte chileno) con sus hijos. Los chicos quieren ir a la playa y se quejan, los padres tratan de ocultar el malestar que sienten y la ansiedad por definir sus nuevos rumbos personales. Allí está concentrada la tensión, sobre esas contradicciones se crean las atmósferas de esta llamativamente madura, rigurosa y sólida ópera prima. Con estructura de road-movie (pero concentrada en vez de abierta a los paisajes), Sotomayor narra con gran sensibilidad, destreza y logrados climas melancólicos aquello que los chicos/víctimas intuyen (es poco lo que ven de lo que ocurre en la parte delantera del coche) y sienten frente a esa experiencia previa a la ya inevitable disgregación del núcleo familiar. Melancólica, amarga y, en varios pasajes, fascinante.
De jueves a domingo es una película como esas que uno tiene grabadas en su mente, sólo que en forma de recuerdos. Los viajes, de la mano de los eternos juegos de adivinar colores, peleas con hermanos, aburrimiento y sándwiches de pan lactal, tienen toda una estética que Sotomayor recrea con suma calidad y fluidez. Lo particular se encuentra aquí en que los padres de esta familia de viajantes están casi a punto de separarse, y la tensión entre ellos ya es imposible de esconder. Lucía, la hija mayor de ambos, observa cómo se acercan, se alejan e interactúan con otras personas, con la sensibilidad y la desesperación por entender el funcionamiento de las relaciones típicos de una niña de su edad. El recorrido resulta al fin una búsqueda constante de la mirada recortada pero siempre atenta (y muchas veces subestimada) de los niños, todo en un contexto vacacional en el que los vínculos no tienen más opción que la de desarrollarse, ya sea para bien o para mal. El guión, así como la forma en que está interpretado y la fotografía y el montaje que lo organizan en el cuadro son no solamente acertados sino también admirables. El reflejo de su eficiencia se encuentra concentrado en el final, dentro de aquel gran plano en el que la familia llega a un lugar desértico, ansiado destino en donde sólo parece habitar una incertidumbre que va desapareciendo. Una película deslumbrante sobre la fragilidad y la fortaleza de los lazos familiares en el contexto de su eterna prueba a superar: las vacaciones
Hay películas sobre grandes eventos y películas que capturan un momento, un hecho en particular que pareciera no tener gran relevancia, y que sirven como botón de muestra de algo más grande que no es necesario mostrar. Dentro de las últimas se encuadra “De jueves a domingo”, ópera prima de Dominga Sotomayor que cuenta algo tan simple como unas vacaciones familiares, y ni siquiera eso, sólo el viaje desde el punto de partida hasta el de llegada; eso sí, quizás en el trayecto puede ocurrir una implosión emocional. Presentada como un film autobiográfico, los protagonistas son dos niños, Lucía y Manuel de 10 y 7 años respectivamente. Ellos viven en la ciudad de Santiago y se dirigen con sus padres al norte de Chile en lo que supuestamente son vacaciones, aunque detrás, desde el comienzo sabemos que hay algo más. Sotomayor, también autora del guión, se encarga de mostrar lo que hacen estos niños para matar el aburrimiento de un viaje que parece interminable, hacen lo que cualquiera de nosotros hacíamos – o hubiésemos hecho – al emprender viajes largos ( o casi, hay determinadas cosas como viajar arriba del portaequipaje que demuestran alguna anomalía), y de mientras la realidad parece sucederles de costado hasta que choque de frente. En todo momento hay indicios, Lucía, muy callada al contrario de su hermano, ve a su madre llorando, hay poca comunicación y muy cortante entre los padres, y todo tiene un aire de despedida paternal. La película transcurre, obviamente, con un ritmo calmo y tranquilo, no hay sobresaltos, aunque sí una cierta tensión que podría hacernos pensar que en algún momento vendrá una hecatombe. Es un film de personajes, de mirada inocente, un gran acierto de Sotomayor, poner el foco en los personajes que no entienden del todo cuál es la situación que los rodea. En este sentido, la elección de los niños es perfecta, tanto Santi Ahumada como Emiliano Freifeld se tragan al film y junto a esto a los personajes adultos que en comparación lucen un poco deslucidos. También, si hablamos de un viaje largo y con varias paradas, De jueves a domingo indefectiblemente es un film de paisajes, y en este sentido se transforma en cálido aunque algo triste; estéticamente despojado, se muestra la naturaleza en seco logrando una mayor naturalidad en concepto. Es un film de relaciones, diferentes de acuerdo a las edades y a los roles jugados por cada uno; un film humano e inocente que insinúa más de lo que expone. Tal vez caiga en algunos baches narrativos que hagan decaer el interés, gane la sensación del “nada sucede”; sin embargo, en el conjunto, habrá que estar atento para entender la complejidad de todo lo ocurre. Es un momento, un punto insignificantes dentro de vidas que pueden tener millones de momentos como estos, y sin embargo hay algo, oculto, no tan intrascendente, que lo vuelve único. Sotomayor logró una obra personal, casi de descargo, con ciertas imperfecciones, pero sobre todo muy sincera.
Road movie de una familia en disolución Uno de los mayores aciertos del film es contar su historia desde los ojos de una niña de diez años espléndidamente interpretada por Santi Ahumada. Así se irá construyendo el último viaje de un matrimonio que ni siquiera se reprocha las razones de su separación. “¿No será el cabro que nos cruzamos en el río?”, le pregunta Ana a su marido Fernando, cuando escuchan por la radio que un motociclista murió en un accidente rutero. La muerte parece estar muy presente para ambos y sus hijos: en algún momento bajan del auto, para visitar el altar levantado en memoria de un chico atropellado. Más tarde, la pequeña Lucía se pega flor de susto cuando papá se roba unas frutas de un árbol y el propietario tira unos tiros al aire. No es que Fernando, Ana, Lucía y Manuel vivan en el terror, ni tampoco que algún miembro de la familia tenga alguna enfermedad grave. La muerte que roza sus fantasías parecería ser más metafórica: la de los cuatro tal como funcionaron hasta ahora, como grupo homogéneo que vive bajo el mismo techo. Aunque todavía no lo hayan hablado con los chicos, Ana y Fernando tienen decidida su separación, este viaje es el último que hacen juntos. Y Lucía, perceptiva como toda niña, ha sabido advertirlo, mientras el pequeño Manuel, varón al fin, juega sin enterarse de nada. Desde los ojos de Lucía (extraordinaria Santi Ahumada, una de esas chicas que no necesitan forzar la expresividad para expresar todo con gracia y hondura) está enteramente narrada De jueves a domingo, road movie familiar que representa el debut cinematográfico de la menos que treintañera realizadora chilena Dominga Sotomayor. Ganadora de premios en Rotterdam y otros festivales, exhibida en el Bafici 2012, De jueves a domingo hace de la concentración y la elipsis sus herramientas cinematográficas. Concentración temporal, señalada ya desde el título, y espacial: la mayor parte de la película transcurre dentro del auto de la familia. La elipsis es producto de la consecuencia de la realizadora para con el punto de vista adoptado. Que es el de Lucía: todo lo que sabe el espectador es lo que sabe ella. Y ella, más que saber, arma un pequeño rompecabezas con lo que oye, lo que ve y lo que, en sentido figurado, “huele”. Una realizadora, una pequeña protagonista: en la entrevista concedida el martes pasado a Página/12, Sotomayor, que acaba de ser jurado en el Bafici, reconoce que la primera idea para su película provino de una vieja foto, en la que se ve a ella y su primo sobre el portaequipajes de un auto. Es lo que sucede, en un momento, con Lucía, que tiene diez años, y Manuel, que tiene tres menos. Aunque en términos de maduración la diferencia parecería mucho mayor. Papá los ata con sogas, como a equipajes, y allá van ambos, contra el viento, demostrando que Ana y Fernando no son de esos padres que tienen miedo de que a los hijos les pase de todo. Tampoco son de los que no tienen problemas en ventilar los suyos delante de los hijos, como si éstos fueran capaces de asimilar cualquier cosa. Por eso, cuando Ana le comenta a Fernando que parece que la doméstica es chorra, lo hace en voz baja y en inglés. Lo cual para lo único que sirve es para que Lucía pare la oreja, claro. Ni qué hablar de cuando Ana y Fernando hacen alguna mención a un departamento que le prestarían a él por un tiempo, hasta que logre construir una casa en un lote que perteneció a sus padres y que queda al norte de Chile. Hacia ese lote vacío viaja toda la familia, ese fin de semana largo. La muerte, el vacío: falta una tercera metáfora de las fantasías familiares, el desierto. Es notable el modo en que el relato se desplaza hacia allí, tras atravesar el fértil, bello paisaje del centro de Chile, lleno de pasturas, bosques y arroyos y con los imponentes Andes al fondo. Todo ello magníficamente fotografiado y encuadrado por la uruguaya Bárbara Alvarez, cuya foja de servicios va de 25 watts a La mujer sin cabeza, pasando por Whisky y El custodio. Lo notable de ese pasaje de escenarios es que no cede un ápice al subrayado metafórico. Sólo está, para quien quiera o pueda verlo: De jueves a domingo pide un espectador atento a todo lo que sucede, a todo lo que se ve. Tan atento como Lucía. El rigor de Sotomayor no es sinónimo de rigorismo moral: si la familia se está disolviendo, no es culpa de nadie, sino algo que sucede, nomás. Ni siquiera se sabe cuál es el motivo de la separación. Que Ana y Fernando no se hagan reproches envenenados, que no se echen nada en cara, hace pensar que no hay un motivo puntual, sino que simplemente la cosa dejó de funcionar entre ellos. Si todo está tan bien en De jueves a domingo, ¿por qué calificarla entonces con un 7, en lugar de un 8? Porque Sotomayor impone, en relación con los personajes, una distancia que no facilita el paso a lo emocional. Esa es tal vez la mayor diferencia con el film uruguayo Tanta agua, visto en el último Bafici, que trabajando sobre una situación semejante, y eligiendo el mismo punto de vista, permite que el espectador se sienta ahí, compartiendo el viaje de los protagonistas.
Principio y fin DE JUEVES A DOMINGO arranca con un plano que será el leit-motiv constante de esta sorprendente opera prima de Dominga Sotomayor. La cámara está adentro, mirando hacia afuera. Ese esquema, que luego se repetirá en autos, carpas y hasta estaciones de servicio, será la forma en la que Sotomayor intentará visualmente cubrir las varias capas de significado que tiene su filme. Ese plano, el primero, es del cuarto de Lucía y se extiende por cuatro minutos. Ella duerme mientras que por la ventana vemos a lo que imaginamos son sus padres llenando el baúl de un auto para un viaje. Vendrán a buscarla a Lucía y a meterla dormida en el coche mientras, a lo lejos, vemos un atisbo de discusión entre ellos dos. “¿Estás seguro que quieres que vaya?”, le pregunta ella a él. Esto no va a ser sencillo… Casi todo el filme está ahí, resumido en ese plano, el más extenso de todo el filme. En primer plano, el lugar seguro, Lucía, su cama desordenada. Un poco más lejos, sus padres, cuyas discusiones y charlas ella escucha pero no es seguro que alcance a entender del todo. Y más atrás el auto, el viaje, la ruta, el mundo. DE JUEVES A DOMINGO se mantendrá siempre contenida dentro de estos tres espacios de significado. En un muy controlado y sugerente primer filme, Sotomayor contará un viaje familiar que durará los días que le dan título a la película. Papá Fernando maneja y mamá Ana va a su lado. Lucía, de unos 11 años, va a atrás con su hermano Manuel, de siete. El viaje es al norte de Chile, a ver un terreno de la familia del padre, pero ese destino es más que nada una excusa para pasar unos días juntos. Acaso, para ver qué se puede hacer con ese matrimonio que parece estar encaminado al divorcio. O para despedirse de él… El punto de vista será en todo momento el de Lucía y su ingreso a ese mundo de conflictos familiares será lateral. En la primera parte del filme, que transcurre casi exclusivamente en el auto -la película puede ser definida como una road movie interior-, Lucía cantará canciones de pop latino ochentoso mientras su hermano se aburre y se queja. Adelante, uno se da cuenta por los breves y secos diálogos, las cosas no están nada bien, aunque ambos (especialmente el padre) hagan esfuerzos por disimularlo. Y el divorcio parece una decisión sin vuelta atrás. Pararán en una estación de servicio, se encontrarán “casualmente” con conocidos con los que luego compartirán una noche en un camping, estacionarán para ir a un lago a nadar y ese será -resumiendo brutalmente- el fin de semana de la familia y lo que sabremos de ellos. Esos pocos días y situaciones servirán para adentrarse en el mundo de Lucía: en su primera fascinación con el hijo de un amigo de su madre con el que se topa en la ruta, en los sonidos de una relación sexual que llega de otra carpa, en los misterios de las relaciones de los adultos, en el fin de su niñez. Nuestra información de lo que realmente pasa será sesgada: estamos atados a la capacidad de comprensión de Lucía. Y eso es lo que vuelve fascinante a la película: que si bien nunca sabemos verdaderamente lo que sucede, igualmente entendemos todo. Habrá diálogos y caricias y miradas entre su madre y ese amigo que nos harán pensar que hay algo más ahí de lo que parece. Habrá noticias en la radio del auto -y ruidos y camiones que pasan por la ruta- que nos servirán para darnos cuenta que, fuera del coche familiar, las cosas pueden ser un poco peligrosas. Y habrá otras intrigas que no conviene adelantar, pero que confunden y mucho a Lucía. Es que, además de ser un filme sobre la descomposición de una familia, este inteligente y sugestivo debut es una mirada comprensiva y compasiva al mundo de su protagonista, que atraviesa el fin de su infancia, de su inocencia, y se enfrenta a una nueva etapa en su vida en la que las seguridades de la niñez desaparecen. Y, con eso, también salen a la luz emociones nuevas que todavía no alcanzan a tener nombre. Un capítulo familiar se cierra, se desvanece, vuela por los aires y empieza otro, inasible y misterioso, en el que tendrá que aprender a manejarse por sus propios medios. Más allá de esa forma sensible de acercarse a la descomposición familiar a través de los ojos de una preadolescente en un estilo que recuerda y mucho al de Celina Murga, el filme chileno tiene una rigurosidad muy específica en la puesta en escena y en la fotografía de Bárbara Alvarez (LA MUJER SIN CABEZA). Los planos tienden a ser largos y a incorporar diversos elementos en perspectiva, y algo parecido pasa con el uso de espejos y reflejos (del vidrio del auto, de la estación de servicio). Sotomayor y Alvarez logran así captar, sin casi mover la cámara y respetando casi siempre el punto de vista de Lucía, las capas de significado personal, familiar y social que tiene el filme. Y eso será así hasta que ese mundo, finalmente, se achate, y en un plano lejano la familia aparezca allí sola, desconectada del mundo y como abandonada a su suerte, en lo que puede ser su origen y también su final. O el cierre de una etapa y el comienzo de otra.
Mini vacaciones melancólicas Una pareja joven con dos hijos chicos inicia un viaje para pasar un fin de semana cerca de un río, tras haber decidido separarse. Durante el viaje, Lucía (Santi Ahumada), una niña de unos diez años observa las reacciones de Ana (Paola Giannini) y Fernando (Francisco Pérez-Bannen), sus padres, sospechando que algo ocurre entre ellos. Manuel (Emiliano Freifeld), el hijo más pequeño sigue con sus juegos y las peleas fraternales, sin que nada afecte el desarrollo de un fin de semana que, salvo la aparición de algunos conocidos, no tiene ningún imprevisto. MIRADAS CRUZADAS La acción se desarrolla mayormente en el interior del auto. Por esto, las breves salidas para acampar, meterse en el agua, recoger alguna rama, o piedra por parte de los chicos, oficia de apertura y boca de aire para el espectador, que parece asistir como un voyeurista, a las breves vacaciones de una familia común. El ojo de la pequeña Lucía oficia de receptor de esta road-movie de un grupo que se desplaza por el norte de Chile. Es un filme hecho con mínimos recursos y abundante en miradas y sensaciones a cargo de un correcto equipo de intérpretes. Paola Giannini y Francisco Pérez-Bannen, que cubren los papeles de Ana y Fernando, los padres, son dos populares actores televisivos. Santi Ahumada (Lucía) y Emiliano Freifeld (Manuel), son los pequeños de la historia. Espontánea y sensible, la película da al espectador la sensación de espiar la acción. "De jueves a domingo" cuenta con una buena fotografía, atractiva música y gran naturalidad en la actuación. Su tiempo narrativo por momentos es moroso, sus diálogos mínimos y su ritmo algo melancólico.
Últimos cuatro días de una familia que parece que lo tiene todo menos lo esencial que necesita para mantenerse unida. El último viaje Desde un plano fijo a través de la ventana del cuarto de los niños vemos como el padre prepara el auto para partir, no sabemos si la madre se unirá ni a donde van pero el final sabemos que está cerca. El viaje es una excusa, una razón más para mostrar la incapacidad que tienen para mantenerse unidos por motivos que de manera sutil y no tanto que van apareciendo mientras se cose la trama de la película. Es el final y el último viaje como si de alguna manera quisieran tener el último recuerdo feliz antes de enfrentar la verdad y separarse definitivamente. De ahí que recorren en auto la longitud de Chile mientras se desvían y encuentran con amigos y desconocidos. Nadie puede cuestionar el amor de los padres por sus hijos, pero ellos no están bien, algo falla y entonces todo cae. A lo largo de la película uno puede ir preguntándose cosas como qué es la familia por ejemplo mientras aparecen distintos ejemplos que se contraponen con el de la familia protagonista. Conclusión Dominga Sotomayor presentó está película en 2012 en el BAFICI [14] en la competencia de Cine del Futuro, dejándome feliz con esta opera prima. La película ocurre esencialmente dentro del auto en donde viajan. Allí, en espacio cargado y denso se puede ver todo sobre una familia como si uno fuese parte de esta y viviese bajo el mismo techo. La importancia está en que todo esto está visto a través de los ojos de una jovencita de doce años que se acerca a la adolescencia y debe afrontar entre muchos cambios, la ruptura de su propia familia.
Nuestras últimas vacaciones en familia La ópera prima de la cineasta chilena Dominga Sotomayor, De jueves a domingo (2012), está planteada como una road movie intimista en la que un viaje de fin de semana servirá para que una familia se despida del núcleo que la convierte en tal. Una familia, compuesta por Ana y Fernando junto a sus hijos Lucía y Manuel, emprende unas vacaciones de cuatro días. Los padres se encuentran en medio de una separación, pero igual deciden viajar los cuatro juntos. De jueves a domingo es la visión de Lucía sobre lo que serán esas últimas vacaciones en familia. Dominga Sotomayor propone un relato minimalista de diálogos distantes y grandes silencios, en donde cada uno de los personajes experimenta de manera interna ese deseo innato de salvación que tenemos los seres humanos ante una situación irrevocable. Los cuatro saben que al regreso ya nada será igual, pero como la esperanza es lo último que se pierde todos actuaran como si nada pasara, para de esa forma sentir que lo irreversible puede invertirse. Aunque la mentira no se sostendrá en el corto tiempo, y de a poco las caretas se les irán cayendo. La directora moldea cada uno de los personajes para hacerlos atravesar por las más diversas sensaciones, que de una manera muy poco frecuente traspasan la pantalla pese a la no exteriorización de los sentimientos y la frialdad que transmiten sus emociones. Personajes apáticos que se hacen querer. De jueves a domingo es una película de climas claustrofóbicos, con un relato en el que pareciera que todo va a estallar como un cristal en mil pedazos, aunque sepamos que nunca sucederá. Y ese es otro de los virtuosismos de Sotomayor, el de poner al espectador en un estado de tensión e incomodidad cuando la historia va por otro carril. El cine chileno viene dando que hablar en el mundo entero con grandes películas de temas simples, pero narrados y mostrados de manera diferente. De jueves a domingo es un buen ejemplo de por qué esto es así.
Paisajes y desiertos La directora chilena Dominga Sotomayor fue una de las invitadas para integrar el jurado de este último BAFICI y su ópera prima fue una de las películas que pudo verse en la edición del año pasado del mismo festival, cosechando muy buenas críticas tanto del público como de críticos por su original propuesta que desde el título De jueves a domingo propone un contacto íntimo como espectador tanto con el tiempo como con el espacio. Lo espacial debe dividirse entre el interior de un auto durante todo el trayecto de un largo viaje y lo que pasa en el exterior, en el que una familia atraviesa de distintas maneras -y muy sutiles por cierto- la disgregación y en un terreno más metafórico la muerte como estructura nuclear al quedar sus miembros dispersos y con vínculos que paulatinamente pierden consistencia, aunque nunca se destruyen los roles entre padres e hijos. Dos paisajes que se entrelazan en el relato como el que representa la intimidad de esta familia y aquel que se observa detrás de las ventanas y que muchas veces pasa desapercibido a los ojos del público. En otro aspecto puramente cinematográfico debe reconocerse la audacia de esta joven realizadora en plantear desde el punto de vista de una niña de diez años, Lucía (Santi Ahumada), un universo fragmentado y rico en detalles, a quien llegan las impresiones de la disolución de la pareja de sus padres, Ana (Paola Giannini) y Fernando (Francisco Pérez-Bannen), sin enormes estallidos o conflictos matrimoniales, para terminar de armar el complejo entramado de relaciones y pérdidas progresivas: la inocencia, la idealización de la figura paterna, el tránsito hacia la madurez desde la pre adolescencia. Por otra parte, cierra el cuadro el hermano menor de la protagonista, Manuel (Emiliano Freifeld), quien desde su presencia infantil y de su constante aburrimiento aporta otra interferencia que desde la distancia de la cámara, no tanto cuando el encuadre se encierra junto a sus personajes, desvía al relato hacia otro tipo de devenir que aquel que sucede en la estructura de road movie, respetada de cierta manera desde la estructura narrativa. La otra metáfora que ronda en De jueves a domingo es la de la fragilidad por un lado de la familia; de un viaje hacia algún lugar con el desierto como testigo de la travesía y por otro de esos accidentes que nunca llegan a concretarse pero que sumen a este grupo en un estado de alerta y riesgo permanente, que se sintetiza en la imagen que a la propia Dominga Sotomayor, según sus palabras, le disparó la película: dos niños atados con sogas al techo de un auto, a la deriva pero felices por esa libertad robada al viento en la ruta de la vida.
La niñez, con mirada sensible y melancólica Esta historia va de un jueves a un domingo, tal como lo dice su título. Y de Santiago de Chile hasta algún árido rincón del desierto norteño. Más claramente, desde la calidez del hogar hasta la sequedad y la intemperie. Así lo vive y lo percibe la pequeña protagonista, que viaja con su hermanito en la parte trasera del auto de la familia, jugando, mirando, aburriéndose kilómetros y kilómetros, y a veces captando ocasionales frases que la ponen en relativo alerta. Sus padres no parecen estar pasando por un buen momento afectivo. La historia es ésa, no mucho más, y la vamos registrando casi del mismo modo en que lo hace la niña, en ocasiones con su atención distraída, y su comprensión fragmentaria, a veces intuitiva, pero suficiente. Los niños no necesitan que les expliquen tanto las cosas (todavía no son adolescentes). Película pequeña, melancólica, un poquito amarga y algo distante, de cortometrajista que hace su primer largo sin preciso manejo del tiempo (le sobran unos minutos), tiene dos atractivos particulares. Uno técnico, hacer transcurrir gran parte de la película adentro de un auto en movimiento con dos niños encima, lo que no es nada fácil. Y el otro, narrativo: hacernos interesar por lo que pasa entre los padres, y por lo que pasa en general, que no es mucho pero puede tener algo que la niña recuerde "para siempre". La autora, Dominga Sotomayor, muestra sensibilidad y buen manejo de los intérpretes. La apuntalan, entre otras, la directora uruguaya de fotografía Bárbara Alvarez y la coach marplatense María Laura Berch. Para quien no la registre, Alvarez es una pieza clave de títulos como "25 watts", "El viaje hacia el mar", "Whisky", "El custodio", "La mujer sin cabeza" y "Rompecabezas". Y María Laura Berch es una de las más señaladas directoras de casting y preparación de elencos infantiles, algo que puede apreciarse particularmente en "Las mantenidas sin sueños", "Una semana solos", "El último verano de la Boyita" e "Infancia clandestina". En este caso estuvo solo en la preproducción, pero, a juzgar por los resultados, sus pautas fueron más que suficientes. Se exhibe por las noches en Sala Lugones, desde ayer jueves hasta el domingo 6 de mayo.
Después de la infancia “De jueves a domingo” es una ópera prima que narra, desde la mirada de una joven, cómo la vida de dos hermanos pequeños empieza a mutar mientras el equilibrio de la vida familiar decae. El plano inicial es extenso y preciso, y allí está condensada la totalidad de la trama y los principios estéticos que se van a desarrollar. El plano fijo general permite prestar atención tanto al interior de la casa como a todo aquello que se ve desde la ventana. La dimensión del inmueble indica una posición social. Las primeras palabras que se escuchan anuncian una situación vincular: un matrimonio en vías de extinción y sus hijos, Lucía y Manuel, que todavía duermen, están a punto de hacer un viaje. La profundidad de campo del encuadre y el audio de la escena inicial alcanzan para entender y anticipar no sólo la clave dramática de la película, sino también una propuesta formal. Es un anuncio: De jueves a domingo es un prodigio sobre la percepción. Quien mira siempre mira a través de un marco y un recorte, que impone una conciencia (la de un director y sus personajes) y que se expresa en una puesta en escena. Que para seguir un universo afectivo en descomposición, el filme adopte los ojos de Lucía, la hija preadolescente del matrimonio, un alter ego anacrónico de la directora, refuerza el énfasis justificado de los encuadres, pero no explica ni determina acabadamente la obsesión formalista del filme. El viaje es tan lineal como sin destino. El padre insiste en visitar un lugar al que solía ir en el pasado con su padre, pero la importancia de ese lugar jamás se revela. Cada tanto promete hacer un viaje con sus hijos. También quiere enseñarles a manejar. En el caso de Lucía esto tiene una connotación menos lúdica: indirectamente es un paso en su autonomía. En la ruta alzarán a dos adolescentes que están viajando por el territorio chileno, y no es difícil percibir su deseo futuro de imitar a sus "mayores". Es decir, manejar, viajar y devenir alguien más allá del primer universo de pertenencia, la familia. Tal vez de eso se trate el filme: de la percepción de Lucía no sólo de su familia y del mundo circundante, sino de cómo se percibe a sí misma como hija y como próxima mujer. De jueves a domingo, una ópera prima magnífica, es tan personal como universal. El fin de la infancia es comprensible en cualquier orden simbólico, pero el secreto reside en cómo materializar esa experiencia fugaz que a veces no nos deja conciliar el sueño cuando intuimos sin quererlo que nuestros padres no sólo son imperfectos sino que también son sujetos de deseo. Después de la infancia viene la autonomía.
(Anexo de crítica) Es curioso conocer gente y ver que hacen en determinados momentos de sus vidas y relaciones esfuerzos inhumanos por tratar de mantener viva la llama de lo que en algún momento tenían como pasión. Algunas parejas deciden tener un hijo (decisión tomada en conjunto o por alguna de las partes), otras deciden continuar soportando cualquier cosa “por los chicos”, y en algunos casos hacen un viaje. “DE JUEVES A DOMINGO” (Chile, 2012, de Dominga Sotomayor) arranca con ese planteo, una pareja en crisis decide viajar con sus hijos para ver si pueden arreglar sus diferencias. Pero es sabido que por más viaje que uno emprenda, los problemas acompañan y eso es lo que le pasa a la pareja protagónica. Los hijos observan todo desde el asiento de atrás. Acompañan e intentan pasar el rato de la mejor manera con juegos y canciones. El paisaje pasa por los vidrios de las ventanas. Y los problemas se instalan en el vehículo. “De jueves a domingo”, ópera prima de Sotomayor, recupera la nostalgia de otros tiempos y de algo que no volverá a ser en plan road movie. Toda la película invita a rememorar las horas compartidas durante un largo viaje en automóvil. Espacios y situaciones reconocibles y universales (peajes, ruta, parar el viaje para hacer pis, las personas que “hacen dedo”, los sándwiches de ocasión, el sonido del viaje, los ruidos de los camiones y autos pasando a alta velocidad, el inagotable “PAPA CUANTO FALTA”). En este viaje el auto se divide en dos partes. Atrás es el lugar de la fantasía, lo lúdico, la diversión. Adelante es el lugar del problema, de la discusión, la presión, de la mentira. La lectura del filme puede hacerse desde ambas posiciones. La película además recupera la oralidad del relato, tan presente en aquellas travesías de varias horas. Así nos enteramos de la historia del hombre que perdió a su familia en un accidente y desde ese momento vive en la ruta y se alimenta gracias a la solidaridad de la gente, o la historia de la vez que el protagonista de niño se sumergió en aguas profundas del mar y luego de que varias olas lo sacudieran se separó por un momento de su alma. La música destaca momentos clave de la cinta, el fogón es el lugar en el que se recuperan clásicos de la música latinoamericana, y también será disparador de nuevos conflictos maritales por la cercanía de un amigo de la mujer en el espacio. También en la voz de la niña, desde su ingenuidad, se podrá comprender la complejidad de este personaje. Nostalgia por algo que fue y que ya no será. El sexo como mecanismo de retención. La aridez como metáfora del alejamiento de las personas. El auto como nexo de historias. La niñez como lugar de inocencia. Tópicos que hacen de “De jueves a domingo” una gran opción para ir al cine. Otra muestra que el cine chileno goza de muy buena salud. “De Jueves a Domingo” se puede ver hasta el 5 de mayo con un estreno limitado en la Sala Lugones de Centro Cultural San Martín (22 horas) y en la Cinemateca SHA (17 horas).
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