Pueblo chico y nada más. José Glusmán utiliza como estructura, el día en el que comienza semana santa, interesante fecha que concentra la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Domingo de Ramos, se desarrolla en un pueblito, como cualquiera aclaran, que promete infierno pero se queda a mitad de camino, iniciando solo un fuego para luego perderse en una compleja trama que no amerita. La historia se desata cuando un saturado subcomisario, interpretado por Goity, llega a una vieja casona para dar con el cuerpo sin vida de Doña Rosa, personaje principal otorgado nada más ni nada menos que a Gigia Rua, la cual realiza una idónea composición de acuerdo a lo acotado y torpe de su personaje. Mientras tanto, el relato sufre de flashbacks y flashfowards en exceso, lo cual en algunos casos se justifica y en otros resulta denso y hasta molesto, pues bien cumple a función de la novedad, en la forma del relato no lineal, pero rompe algunos lazos interesantes para el desarrollo. A pesar de los puntilloso que pareciera el armado de los personajes, a los cuales se les adivina una dedicación, terminan difuminándose a medida que avanza el film. Y así el rol de Ramos, personaje a cargo de Dayub, parece no tener una conexión directa con el relato que el espectador debe ir reconstruyendo sin demasiados obstáculos. Todos los habitantes del pueblo son atrayentes, pero solo meras señales para el argumento, quedando vacíos. Así, se pierden actuaciones memorables como las de Pompeyo Audivert o Hector Bidonde. El director de Cien Años de Perdón (2000) y la comedia Solos (2006) vuelve al ruedo con un policial negro demasiado concentrado en el final inesperado, haciendo que todo lo inexplicable y/o tomado de los cabellos se sepa excusar. Se rescata que en este nuevo auge del cine argentino, se vuelva a pensar en el thriller y el policial, otorgándole una oportunidad a otro genero saliendo del drama y la comedia.
Muerte para armar Un absurdo thriller articulado por una estructura narrativa fragmentada es la propuesta de José Glusman (Cien años de perdón, 1999) en Domingo de Ramos (2010). Una extraña combinación de géneros con un resultado bastante inusual. La extraña muerte de una mujer por circunstancias no del todo claras da origen a una historia que va y viene constantemente en el tiempo. El subcomisario y amante de la victima (Gabriel Goity), el vecino (Mauricio Dayub), el jardinero (Pompeyo Audivert), dos ancianas metiches y un loro se verán envueltos en el repentino fallecimiento de Rosa (Gigi Rua). Domingo de Ramos nos es un film lineal, su historia, escrita por el propio director junto al autor de la idea original, Daniel López, es un digno rompecabezas para armar. La idea es que sea el propio espectador quien oficie de detective y así resuelva el caso. Para eso los autores fragmentaron la historia temporalmente no sólo yendo hacia adelante y atrás sino también intercalando el tiempo. La historia que comienza con la muerte de la mujer no sólo irá al pasado y volverá al presente sino que además romperá la linealidad del pasado para trabajarlo de manera fragmentaria. Este tratamiento narrativo implica la presencia de un espectador activo cuya función será poner cada pieza en el lugar exacto para llegar al desenlace del conflicto, que no es otro que el propio caso policial. La puesta en escena remite en algunos puntos al film noir francés o al policial negro norteamericano, esto no se da solamente a nivel estético sino también desde la construcción de los personajes. Si bien en muchos momentos hay sobreactuación, ésta es deliberadamente preconcebida y necesaria para el tono que la historia pretende tener. Para no develar el misterio que envuelve al caso sólo diremos que sobre la segunda mitad se produce un giro argumental donde lo bizarro se apodera del conflicto. La tercera película de ficción de José Glusman aterriza en los cines argentinos como si fuera un ente. Una extraña mezcla de géneros que da como resultado una película que bien podría catalogarse como cine “clase b” y que va camino a convertirse en un clásico dentro de una cinematografía bastante inusual para los tiempos que corren.
Un original thriller que narra una anécdota sencilla dentro de una trama compleja Un día miércoles de un año cualquiera, una amplia mansión ubicada en un pequeño pueblo se ve alterada por la llegada de la policía. Dentro de esa casa vivía doña Rosa -una mujer casada con don Jaime, un hombre extraño y poderoso-, que aparece muerta en uno de los rincones del espacioso vestíbulo. Un subcomisario se hará cargo del caso y comenzará por indagar a los vecinos del lugar, y así empezará a comprender que un hombre solitario y misterioso, y un jardinero de mirada torva podrían ser responsables de ese aparente asesinato. Sobre la base de este eje la historia retrocede en el tiempo y saldrán a la luz muchos secretos bien guardados, entre ellos el oculto romance del subcomisario y de doña Rosa, y las idas y venidas de esos dos individuos que, aparentemente, tenían algunas razones para sindicarlos como culpables del homicidio. El film transita por una propuesta estética y narrativa que va construyendo su relato desde los puntos de vista de los diversos personajes. El director José Glusman, también coautor del guión, decidió con este film internarse en el thriller, género al que muy pocas veces acude la cinematografía nacional, y así logró una propuesta que se va armando y desarmando como un conflictivo puzzle del que irán surgiendo las encarnaduras de esos individuos que, cada uno a su manera, tenían razones para deshacerse de la mujer. Por momentos el relato cae en una serie de conflictivas situaciones que exigen del espectador una atenta mirada para descubrir todas y cada una de las circunstancias que conducirán a un final inesperado, y así el entramado va tomando consistencia frente a esos personajes, fundamentalmente el taciturno vecino y el jardinero, que siente despedazarse su pequeño mundo. Mientras tanto el subcomisario -un muy buen trabajo de Gabriel Goity- tratará por su parte de reunir todas esas piezas para intentar responder a las muchas preguntas que surgirán. Con originalidad y un logrado suspenso, el realizador cumplió su tarea dentro de un clima por momentos opresivo que recorre el pasado y vuelve al presente; elementos que hacen del film una historia que va cobrando interés hasta sus últimas y decisivas escenas. Gigí Ruá, Mauricio Dayub, Pompeyo Audivert y Héctor Bidonde completan con acierto el elenco, mientras que los rubros técnicos, fundamentalmente la fotografía y la música, aportaron valor a este thriller pueblerino que narra una anécdota sencilla dentro de una trama compleja.
Crimen y misterio en la mansión de la señora La Semana Santa, se sabe, está sobrevolada por la Pasión, la Muerte y la Resurrección. Bueno, Domingo de Ramos apela a las dos primeras. Pero no precisamente a las de Jesús, sino a las de Rosa (Gigi Rua). Pasión y muerte que fueron por demás intensas. O al menos eso es lo que suponen un par de policías no bien encuentran el cuerpo sin vida en su amplia y solitaria mansión. Por si fuera poco, el cadáver está rodeado de una suma más que interesante de dólares. Los muchachos actúan con premura escondiendo el dinero justo antes de la llegada del subcomisario (Gabriel Goity). ¿Crimen? ¿Suicidio? ¿Accidente? ¿Sumatoria de fatalidades? El eje del opus cuatro de José Glusman, parte de la Competencia Nacional del penúltimo Festival de Mar del Plata, está, entonces, en la reconstrucción del desenlace de la ominosa dama, en los vericuetos de sus últimas horas. El director de Cien años de perdón articula su “thriller pueblerino” –así lo definió en varias entrevistas previas– de forma fragmentada, jugueteando con la cronología para desplazarse libremente a lo largo de los días previos al período litúrgico del título. Esa metodología facilita la exhibición durante los primeros veinte minutos de diversos personajes, todos potencialmente involucrados en el deceso. El problema es que encajan en la trama igual que pasajero de subte A en hora pico: a presión, apretujados y pugnando por una bocanada más de oxígeno-desarrollo. A saber: el avasallante marido (Héctor Bidonde), el vecino amenazado por un mundo ajeno (Mauricio Dayub); el jardinero rengo, presencia constante y perturbadora en el cosmos de Rosa, o el joven lacónico vendedor de gallinas son apenas contornos esfumados. Incluso el mismísimo subcomisario, siempre listo para los revolcones furtivos, tiene algo que esconder. Esa galería, sumada a la reconstrucción física de un loro muerto, deja entrever el tono de whodunit clásico patinado por un grotesco ciento por ciento argento que atraviesa al film sobre todo en su parte final. Sin embargo, es válido preguntarse por el voluntarismo o no de la combinación. Porque ese grotesco es consecuencia de las líneas argumentales abiertas mediante flashbacks. El resultado es una suerte de boomerang cinematográfico: aquellos elementos colocados para magnificar el aura ominosa circundante al asunto nodal (el trasplante de la hermana del policía, el chusmerío crónico y enfermizo de las vecinas, el malestar del médico y un largo etcétera), terminan contribuyendo, en cambio, a deshilacharlo, vaciándolo de toda trascendencia.
Rompecabezas Thriller, extraño, construido en base a saltos temporales. Empecemos por lo obvio: Domingo de Ramos es un thriller cuya trama -no muy sólida- se apoya en una estructura rígida y mecánica: unidad de lugar -una casona pueblerina- y saltos temporales constantes. Deconstrucción. La película empieza con una mujer hallada muerta en una habitación (Gigi Rua), dos policías que se quedan con una valija con dólares que encuentran junto al cuerpo y un subcomisario (Gabriel Goity) que, después, revuelve el lugar, como si conociera la existencia del dinero. Desde entonces, el filme va saltando por los días previos, dosificando la información, para generar pistas verdaderas o falsas, misterio. El recurso -la manipulación, a través del montaje- resulta abusivo. Basta decir que, en la primera media hora, vemos flashbacks -casi viñetas- de lo que ocurrió en los cuatro días anteriores... sumados a otros flashbacks, en blanco y negro, atemporales. Demasiado. En cambio de agregar dinámica y tensión, la fragmentación resiente la fluidez del relato y genera -de a ratos- más confusión que intriga. También es difícil determinar si el tono inusual de este policial -mezcla de cine negro y absurdo- es deliberado. Por momentos, parecería que sí: en sus toques de humor, extravagancia y hasta ridículo. Por momentos, parecería que no: en algunas subtramas “serias”, fallidas, como la de una nena que necesita un trasplante. El elenco es notable. Algunos de los vecinos, excéntricos y sospechosos, son interpretados por actores como Mauricio Dayub y Pompeyo Audivert. Pero los personajes no generan empatía -una vez más, por la estructura narrativa- y hay varios pasajes de sobreactuación: un humor que sí parece buscado. En resumen: para disfrutar -módicamente- de esta película conviene prestarle mucha atención y no tomársela muy en serio. En su favor, hay que decir que José Glusman, su director, elude el naturalismo y logra atmósferas extrañas, sumadas a escenas inquietantes, como una en la que Gigi Rua -qué elegante belleza mantiene en su madurez libre de bisturíes- masturba a Héctor Bidonde, al tiempo que le canta. Instantes infrecuentes, creativos, en medio de un filme que termina siendo algo frío y confuso de tan calculado.
De Domingo de Ramos a Miércoles de Ceniza Ciertas reglas del film noir se pueden pasar por alto y el producto en cuestión sigue funcionando. Sin embargo, hay otras convenciones del género que deben ser rigurosamente respetadas si la finalidad es resolver el enigma planteado por guionista y director, o al menos esta es la premisa básica del “hard boiled". Pero existe una tercera opción, y es la que plantea Domingo de Ramos, el tercer largometraje de José Glusman (Cien años de perdón, 1999; Solos, 2006), que se estrena hoy en un puñado de salas de Buenos Aires. Dicha alternativa, que Glusman maneja con admirable soltura, es forzar o incluso quebrantar las reglas narrativas del noir. A simple vista, Domingo de Ramos no es más que otro rutinario film policial acerca de un asesinato o una muerte accidental, pero la película, con un riguroso guión escrito por Glusman y Daniel López, no tarda en demostrar que es una ingeniosa variante del género policial. En cuanto a estructura, Domingo de Ramos deja de lado las obviedades de una narrativa lineal y adopta la forma de un ingenioso rompecabezas. No se trata, sin embargo, de un simple y convencional “patchwork” de flashback y flashforwards. A modo de guía para detectives aficionados, Domingo de Ramos se articula, temporalmente, mediante la hábil inclusión de intertítulos minimalistas. Si bien el comienzo del film nos remite, inevitablemente, a la muerte narrada por la víctima en la exquisitamente ácida y mordaz Sunset Boulevard, Domingo de Ramos se desdobla en una ordenada pero compleja serie de escenas o simples planos a modo de postales. La estrategia da buenos resultados: el film se desliza con notable fluidez, hábilmente subrayada por la banda sonora y por el irritante, ominoso chillido del loro de Doña Rosa (Gigí Ruá), elocuente pero incomprensible testigo de los hechos. El otro puntal de la película es la figura de El comisario (Gabriel Goity), poseedor de una mirada a la vez amenazante y patéticamente despistada. La historia comienza un miercóles en un pueblito en los suburbios de Buenos Aires, en una casona otrora opulenta pero ahora devenida palpable símbolo de la decadencia de sus habitantes y de su entorno inmediato. En un modesto operativo policial a cargo de un comisario de poca monta se descubre el cuerpo sin vida de la dueña de casa, casada con un hombre de sombríos manejos e impotente en casi todo otro sentido, sobre todo a la hora del placer conyugal. La breve introducción nos permite inferir que las cosas no son tan claras como parecen, más allá de las obvias hipótesis de robo o de crimen pasional disfrazado de atraco. Desde ese momento clave y hasta los créditos finales, el enigma planteado por Domingo de Ramos se reconstruye progresivamente, a medida que las piezas del rompecabezas comienzan a encajar. Fotografiada en un granulado blanco y negro que vira hacia tonos pastel, Domingo de Ramos, rodada en una casona de Bella Vista y en sus dos hectáreas de jardín (donde se reconstruyó la sofocante atmósfera pueblerina), traspasa las fronteras impuestas por el género policial y se erige en cabal muestra de un cine inquietante, cuidadosamente puesto en escena por un director capaz de transformar un relato simple, casi minimalista, en una armoniosa pieza instrumental, apoyado, en buena medida, por un eficaz elenco (esperable en el caso de actores como Goity, Mauricio Dayub o Pompeyo Audivert, y sorprendente en el caso de Gigí Ruá, ex “pinup” y modelo de los años 70, que se desenvuelve con total soltura en el papel de una bella mujer ya entrada en años pero aún capaz de albergar lujuria y ambición). Compacta, enigmática y astutamente bella, Domingo de Ramos es un logrado enigma que tal vez, debido a su acotada salida en cines, pase desapercibida entre tanto tanque hollywoodense.
Lograda intriga en un infierno de pago chico Al comienzo, uno se pregunta ¿cuál es Ramos?, ¿o algo pasará un domingo de Pascua?, ¿o ya pasó? Y, a poco de empezar, ¿quién es el asesino? Y luego, la pregunta clave: ¿todo por ese inocente animalito? Es que buena parte de la hecatombe se debe a un inocente animalito, que en paz descanse. En este enredo participan, involuntariamente, la mujer de un rico comerciante que anda en algo raro, el susodicho, su cómplice comisario, que además disfruta complicidades no comerciales con la mujer de su socio, el loco chinchudo que adora a esa mujer, el vecino ermitaño pero metido, el perro metido del vecino ermitaño y metido, las simpáticas viejitas chusmas que casualmente pasaban por ahí y siguen ahí «viendo a ver qué pasa», un muchachito despacioso, y dos policías más vivos que el comisario para ciertas cosas. Todos enredados por culpa de ese animalito. Mejor dicho, por culpa del equívoco que su existencia o inexistencia puede ocasionar a la gente metida, chusma, chinchuda, que anda en algo raro, etc. De eso trata esta película, inspirada en un viejo cuento de pueblo chico. Su origen es incierto y el bichito es distinto según sea la zona o el cuentista. En este caso el autor eligió el animal más chiquito posible, para que el desastre luciera más hiperbólico. E hizo bien. Lo mismo, al elegir el lugar de los hechos (una casona apartada de Bella Vista y su entorno), y el elenco, encabezado por Gabriel Goity, Gigi Rua, de bienvenido regreso al cine, Mauricio Dayub, Héctor Bidonde y Pompeyo Audivert. Antecedente Este último ya había trabajado en la primera de Glusman, «Cien años de perdón», singular mezcla de teatro grotesco y comedia policial, también de pueblo chico. Para el caso, un pueblo judío de Entre Ríos. Hay trece años y unos cuantos kilómetros de distancia entre ambas películas, pero la intención es la misma, la perspicaz recuperación de una narrativa popular y su traslación al cine. En ese traslado, quizás hubiera convenido apretar algunas escenas. Por suerte, justo cuando parece que el cuento ya está dando vueltas sobre sí mismo, aparece el sorpresivo, loco y contundente desenlace, que deja al espectador atónito y maliciosamente agradecido. Y, como corresponde, bien está lo que bien acaba.
El chiste del loro Una manera de crear un chiste es encontrar primero el remate, el hecho gracioso en sí. Una vez que se tiene el final se construye el relato hacia atrás, se crea la historia. Al ver la resolución de esta película se nos ocurrió pensar que tal vez así se construyó el guión. Imaginamos a los autores entusiasmados con la idea de un equívoco que termina en tragedia, para luego empezar la difícil tarea de "armar" una historia que cierre bien con el final. La mala noticia es que no lo logran. Todo comienza un miércoles, con el hallazgo del cadáver de una mujer en una casona de un pueblo de la provincia de Buenos Aires. El oficial de policía a cargo investiga el entorno. El director por su parte pasea al espectador llevándolo al lunes anterior, al sábado, luego al martes, luego atrás al domingo y así, hasta marearlo, al mejor estilo Galletini en "La Patria Equivocada". Todo para que desde la platea se pueda "construir" también el relato. Errores de continuidad, hechos sin explicaciones y un tedio absoluto acaban dando con el desopilante final, tal vez lo mejor del filme junto con la actuación de Goity, pero que no alcanza.
Un policial no del todo negro En la mejor residencia del pueblo hubo una muerte. La policía investiga. Los vecinos aportan datos. Algunos policías tienen una sorpresa adicional, cuando encuentran el cadáver de la mujer de don Jaime, poderoso señor de la zona. La cámara sigue a otros personajes, el jardinero, Ramos y su perro. Después, por sucesivos flashbacks, sabremos de una relación entre el subcomisario y Doña Rosa, la ahora difunta. Habrá otros detalles como pactos entre particulares y policías con "desaparecidos" políticos, más ingerencias sorpresivas de pequeños animales. Lo que parece ser un asesinato esconde historias paralelas desconocidas. ACIERTOS ACTORALES Podría haber sido una buena película, pero se suceden una serie de problemas que jugaron en contra. El guión era interesante, pero el exceso de flashback la satura y complejiza sin necesidades válidas. Varios de los personajes despiertan interés, pero no se profundiza en sus psicologías y lo que tuvo un brillante inicio, en el que estaba bien planteada la línea argumental, finaliza en un final recargado. Hay un muy buen equipo actoral. Goity como el subcomisario, con los pequeños detalles que lo destacan es el personaje más acabado, Gigi Rua correcta y con un rostro para explotar en cine, Dayub y Audivert, excelentes pero desperdiciados, Héctor Bidonde en un perfecto don Jaime y Dario Levy como el policía con problemas. "Domingo de Ramos" tiene ciertos momentos de humor que ayudan a aliviar la tensión del relato negro, un cuidado paneo de la naturaleza que rodea la mansión y un original papel de dos personajes secundarios, que adquieren, luego, singular relevancia, el perro Domingo y el loro de Doña Rosa.
José Glusman es un realizador interesante: a un debut menor (Cien años de perdón) siguió una película muy interesante (Solos). En ambas mostró un buen ojo para los detalles cotidianos y buena mano para hilvanarlos en la ficción. Aquí se trata de la investigación de un crimen que lleva aparejado un drama de pueblo chico. Lo mejor de la película es, justamente, la mirada; su debilidad, cierto peso teatral tanto en la construcción de la trama como en las actuaciones.
Un thriller pueblerino referenciando al policial negro, donde el espectador reconstruye los hechos y nos conduce a un final inesperado. La historia se sitúa en un pueblo que puede ser cualquiera, en una mansión de una familia adinerada cuyos dueños son: Doña Rosa y de Don Jaime (Héctor Bidonde), se encuentra el cuerpo sin vida de la Propietaria Doña Rosa (Gigí Rua) ahora hay que averiguar el porqué de esta muerte, para esto vamos yendo y viniendo en la narración todo el tiempo para descubrir qué pasó. De esta manera se va transformando en un thriller pueblerino, se va contando que pasó unos días antes comenzando por el miércoles 6 de abril, el jefe de operativo (Gabriel Goity) va hablando con distintos personajes, dos ancianas curiosas Cora y Pola, Ramos (Mauricio Dayub), un vecino que vive con su perro, el jardinero rengo López (Pompeyo Audivert), en el interior se encuentra una maleta llena de dólares, un loro que es la mascota del hogar (que falleció unos días antes) y los espectadores intentando reconstruir también los hechos. No es una historia que estemos muy acostumbrados a ver, si bien algo similar vimos alguna vez en el teatro, acá el espectador deberá ordenar el acertijo y junto al subcomisario (Goity) saber que pasó, hay que seguir la historia de forma temporal, porque todo el tiempo vamos al pasado y al presente, a través del flashback, allí nos enteramos del romance entre el subcomisario y la fallecida. En todo momentos nos otorgan un dato más, ya desde el título del film “domingo de ramos”, fecha relacionada con la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo, tiene algo de policial negro, un buen aporte tienen la fotografía y la música, con un final inesperado, contiene algunas buenas actuaciones, otras algo sobreactuadas y resulta algo molesto tanto flashback.
Señora de todos Suerte de historia de misterio en la línea de Agatha Christie (una mujer aparece muerta en la escena inicial y luego cada uno de los hombres que la frecuentaban podría ser el asesino), Domingo de Ramos mixtura sin demasiada suerte ni equilibrio diversos géneros, tempos narrativos, climas y estilos actorales. La narración de la película va y viene constantemente durante un lapso de pocos días (estamos en época de Semana Santa) y, a esa idea, Glusman y su coguionista Daniel López le suman múltiples flashbacks en blanco y negro (decisión estética bastante obvia). El film pendula del más absoluto naturalismo inicial (el encuentro del cadáver y el inicio de la investigación) al grotesco, al patetismo y al costumbrismo pueblerino que remiten a un cine argentino bastante demodé, con personajes secundarios (el jardinero, el vecino, las dos viejas chismosas) que poco agregan a la trama. Aunque la película gana un poco de suspenso en la parte final (cuando debe resolverse la intriga) y el director apela a una constante cámara en mano para largos planos-secuencia con la idea de darle al relato una mayor tensión, ya el interés por la suerte de los protagonistas y por el desenlace había sido dilapidado por una película bastante torpe, desprolija y desarticulada, con unas cuantas situación que caen en la más absoluta arbitrariedad. Una pena porque Cien años de perdón (1999) había sido una prometedora ópera prima de Glusman.
Entré a la sala con muchísima expectativa. "Domingo de ramos" ostenta un elenco con lo mejor del cine nacional. El Puma Goity, Gigí Ruá, Mauricio Dayub, Pompeyo Audivert: una selección, realmente. Tengo un gran respeto por esta gente y la verdad es que salí del Gaumont con una extraña sensación, a pesar de que me gustó mucho en su momento "Cien años de perdón" (y en menor medida "Solos"), este trabajo de José Glusman no me terminó de cerrar... "Domingo de ramos" es un thriller oscuro, pueblerino y estructurado con flashbacks que gira sobre la muerte de una mujer madura, objeto de deseo de varios hombres de su medio. La dama es Doña Rosa (Gigí Ruá), quien vive sola en una mansión enorme alejada del pueblo de referencia. Está casada con Don Jaime (Héctor Bidonde) un hombre maduro y rico que está siempre de viaje y ella tiene que pasar sus días sola... Bueno, no tanto. La película arranca con su muerte y nos instalamos en la escena del crimen. El comisario del lugar (el Puma Goity) llega para analizar la situación junto a un grupo de agentes y un forense y ahi la narración comienza a jugar con la temporalidad. El guión presenta hechos sobre la víctima que giran en un lapso de cinco días, ya que ella muere, justamente un domingo de ramos (y su cuerpo es descubierto días más tarde). Rosa ha sido una mujer mirada, deseada y centro de atención de mucha gente en ese lugar, por lo cual la trama mostrará una serie de eventos que el espectador deberá conectar para encontrar solución al misterio de su muerte. Los rubros técnicos están cuidados aunque la banda de sonido me pareció un poco esquemática y en particular al inicio de la historia, repetitiva. Actoralmente, el trabajo en equipo de los intérpretes es sólido, todos ofrecen su experiencia y salen bien parados de la apuesta. El problema mayor de "Domingo de ramos", sin embargo, pasa por otro lado. La simpleza de los hechos que narra y la poca fortuna de la resolución del conflicto. Si bien esto puede ser discutible (no deja de ser una impresión) , lo cierto es que la historia se presenta demasiado lenta y a pesar de que se nota el esfuerzo de crear suspenso con una variada gama de recursos (la fotografía, los tiempos, el sonido ambiental, algunos giros), lo cierto es que para ser un thriller, le falta fuerza. Hay atmósfera e intérpretes, pero no amalgaman de manera que el relato cobre vuelo y todo su potencial se transforme en acto. Los escenarios son bastante escasos para mostrar la realidad pueblerina (uno de los tópicos del film) y muchas puntas (el tema del dinero, por ejemplo), no son explotadas como se podrían. La elección de personajes y sus apariciones es discutible (hay mucho estatismo en algunos, innecesario) y en lugar de sumar al relato, a veces lo retrasan, haciendo que la película tenga una extensión que se termina sintiendo en el cuerpo. "Domingo de ramos" es recomendable solamente si seguis la trayectoria de alguno de los actores que presenta esta producción. Glusman sigue con el crédito abierto aunque no haya acertado esta vez, posee enormes condiciones para confiar en él.
Muerte y resurrección Domingo de Ramos empieza con un tono seco y conciso que más o menos parece hacer honor a su tema con alguna contundencia. Casi enseguida, sin embargo, una alarma en forma de interrogante se enciende en la cabeza del espectador: un policial hecho en nuestro país, ¿tiene obligatoriamente que tener elementos grotescos? El director Glusman muestra pronto su estrategia encontrando retazos autóctonos en un terreno suficientemente calibrado y codificado por la literatura y el cine norteamericanos. Si la velocidad en los primeros tramos de la película está controlada (acaso demasiado controlada), conforme se pasa relevo a los distintos personajes y se describe la realidad del pueblo en el que acaba de encontrarse un cadáver, de a poco la sucesión de flashbacks, el despliegue de información incongruente destinada a enmarañar la trama y la subida progresiva de tensión en el registro de los actores (más que nada se ponen a sobreactuar como locos), todo ello parece encaminarse hacia lo que termina siendo la marca distintiva de Domingo de Ramos y que se podría denominar “el factor criollo”de la película. Una cruza de cosas disímiles, un engendro acaso tan secretamente seductor en el concepto como descorazonador en los hechos: Glusman hace una historia de detectives chata, que se presenta al principio con ciertos aires marcianos, cuyo improbable suspenso se disuelve de inmediato en el manierismo dramático y en la nula cohesión interna de los elementos formales de la película. Los saltos hacia atrás y adelante de la narración en el tiempo establecen un galimatías poco menos que irreductible que no encuentra compensación alguna en la escasa composición de los personajes ni en el tranco enervante del guión. De pronto, Domingo de Ramos podría ser una oportunidad de film noir desaprovechada tanto como un derivado del teatro pasado por la televisión, con su amalgama insincera de humor chusco, sabor local y emoción predigerida, como en cierto viejo y malo cine argentino. El director es muy audaz y falla en el intento de crear un policial salido de cauce o calcula por demás, juega con demasiadas variables y se ve sobrepasado por una íntima falta de convicción al hacer la mezcla. Tal vez ninguna de las dos cosas: por ahora, se dedica a resucitar una porción del cine argentino que parecía venturosamente olvidada. Ese resto que se creía desterrado sobrevuela espectralmente la película y al final se apodera de ella, como un recordatorio de que el mal siempre está al acecho.
El Puma Goity y Mauricio Dayub son los protagonistas de este olvidable “Domingo de Ramos” que se estrena esta semana. Dos actores con gran trayectoria en el teatro, que tiran por la borda con su participación en esta producción aquellos trabajos que los han consagrado. El regreso de Gigí Rúa, aquella bella actriz de las telenovelas y las publicidades de los ‘70, da nostalgia. Ni hablar de los actores secundarios que hacen recordar al peor cine blanco de los años ‘40. El film es un thriller pueblerino que propone un relato estilísticamente complejo de una historia sencilla, con una buena dosis de humor y suspenso, a partir de un guión escrito por Daniel López y el mismo Glusman. Un crimen, sospechosos, malos entendidos y dos vecinas chismosas son los elementos en los cuales gira el guión y los metrajes eternos. Con pocos exteriores y con un Pompeyo Audivert (excelente actor teatral) que se presta para hacer con la pala una masacre final son los aditamentos de este nuevo intento fallido de nuestra cinematografía. “Domingo de Ramos” hasta padece una mala dirección de actores, que aparecen sobreactuados. Ni siquiera la podemos catalogar de película bizarra Clase B, porque cae en desajustes de todo calibre. Incluso por momentos parece tomarle el pelo al espectador (cuando Mauricio Dayub repone un loro de juguete). Y otro de los tantos problemas que presenta es la continuidad, tanto narrativa como en la progresión de los personajes.
Una muy buena idea plasmada en un buen guion, del director Jose Glusman y Daniel Lopez, con actores de talento (el “puma” Goity, Mauricio Dayub, Pompeyo Audivert, Héctor Bidonde). Lo que no llega a buen nivele es la realización. Igual vale para la tradición del policial argentino.