Alfredo Stroessner gobernó al Paraguay con puño de hierro durante 35 años, misma cantidad de tiempo que lo hiciera con métodos similares Francisco Franco en España. Trascurrida entre 1954 y 1989, la dictadura paraguaya fue más larga de Latinoamérica. Para sacar a Stroessner del poder parecía no quedar otra opción que matarlo. Uno de los que lo intentó, aunque sin éxito (el dictador falleció recién en 2006, a los 93 años), fue Agustín Goiburú, quien pese a no lograr su cometido fue considerado el opositor político más importante del régimen.
La dictadura sin rostro Paz Encina, la realizadora paraguaya que sorprendiera con su ópera prima Hamaca paraguaya (2006) incursiona -tal vez como parte de una necesidad expiatoria de su propia historia- en el terreno del documental para apelar a los recursos cinematográficos más potentes, y así contar la historia de militancia, resistencia y derrota del médico y opositor al régimen dictatorial de Alfredo Stroessner, Agustín Goiburú, desaparecido desde 1977. La palabra ejercicio impone al menos a la mirada una segunda lectura, que en cierta manera detiene el avance de la atrofia de la memoria cuando el olvido gana la pulseada. Pero también ese ejercicio viene revestido de una subjetividad porque quien ejercita es en definitiva un sujeto que recuerda y reconstruye ese pasado a partir de su propia experiencia. Son las palabras de los hijos de Agustín Goiburú las que se superponen al juego de imágenes que la cámara capta desde su propuesta visual, todas ellas de lo que queda como huella o rastro de la ausencia. Para el pasado histórico y el contexto alcanzan algunos relatos de los propios hijos, cuya infancia de exilio, mudanzas forzadas y la paranoia de compartir junto a su padre la lucha silenciosa en la clandestinidad se magnifica al no aparecer el recurso remanido de las cabezas parlantes. Paz Encina también interviene en el relato con su propia voz, con su cámara bucea los espacios y busca el detalle en los objetos inmóviles en contraste con el movimiento de las palabras, que fluyen desde el recuerdo y también en una idea de recreación que evoca aquella infancia en un derrotero que abraza tanto la libertad de esos niños que juegan como lo salvaje e incierto del paisaje que los envuelve. La utilización de documentos, informes de inteligencia, fotos y archivos de la familia Goiburú lo instalan por ejemplo en Paraná, Entre Ríos como otra de las presas codiciadas por los militares entrenados en la disciplina del Plan Cóndor, aplicado a rajatabla en varios países y con el resultado nefasto ya conocido por todos. Poco se sabe desde el cine de la dictadura de Stroessner que se extendió por tres décadas y media, poco se relaciona con acontecimientos similares en el resto de la región. Por eso este film ensayo que propone desde su poesía un acercamiento distinto al tópico de las dictaduras, las desapariciones y la militancia, resulta interesante y necesario.
El recuerdo como herramienta El de Paz Encima fue un debut más que auspicioso con Hamaca Paraguaya (2006), y por eso la presentación de su segundo largometraje, Ejercicios de Memoria (2016), reviste un hecho sumamente relevante. En esta ocasión la directora paraguaya se aleja de la ficción y se mete de lleno en el género documental. La película pone el foco sobre el desaparecido Dr. Agustín Goiburú, máximo opositor a la dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay, aquella que se mantuvo en el poder desde 1954 hasta 1989, convirtiéndola en la más extensa de América Latina. Más allá del mayor o menor conocimiento que, como espectadores, podemos poseer de la desaparición del Dr. Goiburú, es imposible no identificarse con otro país latinoamericano que sufrió de primera mano los estragos de los regímenes militares y la consecuente desaparición de personas opositoras al poder reinante. La voz en off de los hijos de Goiburú es la que marca el ritmo del relato, rememorando historias, anécdotas y detalles de la vida con su padre, hasta el día de su desaparición y todo lo que este trágico suceso desencadenó. La directora va intercalando estas experiencias con un exhaustivo material de archivo que pone en evidencia el alto nivel investigativo del proyecto, a lo que suma imágenes en ámbitos naturales con personajes ficticios que funcionan como contrapunto a toda la crudeza expuesta desde el relato, devolviéndolo todo a un estadio naturalista. Vale la pena destacar esta “declaración de principios” de Encima, haciéndose cargo y poniéndole el cuerpo a una propuesta que logra aproximarse a una temática sumamente delicada y trágica, sin la necesidad de caer en golpes bajos ni efectismos baratos. Gracias a este buen manejo el documental logra movilizar al espectador como consecuencia directa de su alto nivel narrativo, interpretativo y de investigación.
Un bello y sensible ensayo sobre las secuelas de la dictadura de Stroessner en el ámbito familiar a cargo de la directora de Hamaca paraguaya. Este sutil y elegante documental de la realizadora paraguaya –su primer largometraje desde la celebrada ópera prima Hamaca paraguaya— es un film que intenta lidiar con el pasado de su país, que estuvo bajo una dictadura, la de Alfredo Stroessner, por 35 años. El eje son los recuerdos que los tres hijos de Agustín Goiburú comparten acerca de su historia familiar y de los años de militancia política de su padre, que acabaron en 1977 cuando este lider opositor fue asesinado por las fuerzas en el poder. Pero las elecciones de Encina son más poéticas y elusivas de lo que esa descripción parece hacer referencia. La directora dedica buen tiempo de este breve film a mostrar paisajes y ámbitos silenciosos, planos de una suerte de vacío emocional (el recorrido incluye varios de los lugares en los que vivieron los protagonistas, tanto en Paraguay como en Argentina) que complementan de tanto en tanto las palabras de los entrevistados, dejando en claro esa suerte de “tierra arrasada” que dejó la dictadura más larga de América Latina. Para Encina, que viene de una situación familiar similar, esta suerte de exorcismo sobre la cruenta herencia de la dictadura paraguaya es también un ejercicio de reflexión personal pero, a diferencia de la mayoría de las películas que analizan estos temas, construye una narración más elegíaca que, sin evadir las referencias políticas específicas, se atraviesa más como una especie de sombrío y doloroso recorrido en imágenes por un pasado difícil de un país que, a diferencia del nuestro, no tiene todavía suficientes historias cinematográficas que miren de frente a esas décadas de horror.
Un muy interesante documental de Paz Encina que de una manera muy creativa se basa en la historia de Agustín Goiburú el más importante opositor del régimen de Stroessner en Paraguay. Un hombre que para seguir vivo cambio 15 veces de casa en 7 barrios distintos y en 3 ciudades. Desapareció en l976 en Entre Ríos donde vivía exiliado. Lo que habla a las claras de la colaboración de nuestra dictadura con otros países. A través de los recuerdos de la viuda de Goiburú y sus tres hijos se reconstruye la historia pero con voces en off e imágenes que reelaboran cada uno de los recuerdos en sensaciones y pequeños detalles. Así su directora huye del documental convencional y logra un trabajo atrayente, seductor y durísimo al mismo tiempo.
Paz Encina bucea en los herederos de Agustín Goiburú la excusa para hablar de la dictadura en su país y los procesos de apropiación no sólo de personas, sino, principalmente de sujeción colectiva. La cámara se posa en objetos, espacios, en el campo, y en cualquier lugar en donde Encina encuentra belleza, porque si hay algo que sobra en la propuesta es belleza, necesaria, para superar tanto dolor.
Ejercicios de memoria: recuerdos del Paraguay La convulsionada actualidad política de Paraguay transforma en muy oportuno el estreno de esta película de Paz Encina, hija de un férreo opositor al régimen dictatorial de Alfredo Stroessner (1954-1989). Trabajando sobre dos ejes recurrentes en su obra, la ausencia y el tiempo, la directora reconstruye esos dramáticos años a partir de las vivencias de la familia de Agustín Goiburú, militante político asesinado en 1977. Y lo hace desarrollando un impecable trabajo de investigación, imagen y sonido que radiografía el horror pero también se obstina en la búsqueda de restos de pregnante belleza en los pliegues de esa atrapante memoria familiar.
La historia como un tapiz. Todas las virtudes que se advertían en la ópera prima de Encina vuelven a asomar en Ejercicios de memoria, cruzado por una singularísima manera de encarar el cine y un tierno humanismo que le permite abordar la historia paraguaya desde una intimidad conmovedora. Hay una rara, esquiva belleza en Ejercicios de memoria, el segundo largometraje de la cineasta paraguaya Paz Encina después de su asombroso debut con Hamaca paraguaya, once años atrás. El tiempo transcurrido, sin embargo, no hace más que confirmar la determinación ética y estética de Encina, que sigue fiel no sólo a su singularísima manera de encarar el cine sino también a ese sereno, tierno humanismo que le permite abordar la historia paraguaya desde una intimidad conmovedora. Si Hamaca paraguaya ya trabajaba sobre la idea de la ausencia, la de ese hijo que había partido a la guerra (la de Paraguay con Bolivia, en 1935) y a quien sus padres esperaban vanamente, acunados en la hamaca del título por el arrullo de los sonidos de la selva, ahora en Ejercicios de memoria quienes esperan son los hijos. Esperan que de su padre, Agustín Goiburú –principal líder de la resistencia a la dictadura de Alfredo Stroessner, desaparecido en Argentina en 1977 a manos de la Operación Cóndor–, reaparezcan aunque sea sus restos, que se sepa dónde y cómo fue asesinado. Esperan incluso que alguna vez vuelva, como reconoce uno de sus tres hijos, porque un desaparecido siempre está volviendo, en el recuerdo, en el dolor y en la conciencia. El dispositivo narrativo que utiliza Encina ya estaba en parte en Hamaca paraguaya y en una serie de cortos que hizo entre medio de ambos largometrajes (ver entrevista aparte). Se trata de utilizar la voz en off no en el sentido habitual en el que se la usa, particularmente en el cine documental, de manera meramente informativa, sino en cambio como una suerte de voz histórica, de monólogo interior, un fluir de la conciencia a modo joyceano. En el caso de Ejercicios de memoria se trata de un coro a tres voces: las de Rogelio, Jazmín y Rolando, hijos de Agustín, a quienes ocasionalmente se le suma una cuarta voz, la de Elín, su viuda. Ninguno de ellos aparece frente a cámara y nada de sus relatos pretende tener un orden estrictamente cronológico, al menos desde el montaje sonoro que propone el film de Encina. Son recuerdos, impresiones, suspiros, vivencias, fundamentalmente de la infancia, esa patria frágil en la que una palabra de los padres, un instante de una felicidad tan fugaz como eterna o hasta el aroma de un momento determinado quedan indeleblemente marcados en el espíritu de quien ejercita la memoria.
Hay un libro que recomiendo, se llama “La imagen justa. Cine Argentino y política (1980-2007)”, está escrito por Ana Amado, querida profesora y teórica del cine, fallecida en el 2016, en el que se analizan distintos vínculos entre lo político, lo social, lo estético, lo poético y también lo ético. Hay un capítulo en especial, que es el dedicado al cine realizado por los hijos de desaparecidos (M de Nicolás Prividera, Los rubios, de Albertina Carri o Papá Iván, de Inés Roqué por ejemplo) donde se analiza estos relatos estatutarios del cine argentino y el largo camino recorrido por ellos como “relatos teleológicos del amor y de la guerra”, que aquí Amado cita a Miguel Dalmaroni para entender estas nuevas subjetividades que vuelven una y otra vez a esta memoria siempre en construcción. Salvo por el hecho que en esta película que se estrena el próximo 6 de abril, la historia no es la de la directora, sino que se trata de la de Rogelio, Jazmín y Rolando, los tres hijos del dr. Agustín Goiburú, (el opositor político más importante al régimen de Stroessner en Paraguay, desaparecido en el marco del Plan Cóndor durante las dictaduras cívico militares de Paraguay y Argentina en el año 78), los mecanismos que se presentan son algunos de los que operan en aquellas películas mencionadas. Aquí, los hijos narran de modo testimonial la historia de su padre. El dispositivo es abierto, multidimensional, hecho de capas temporales a través de recursos visuales y sonoros superpuestos, silencios y sonidos, planos largos y planos cortos en ritmo que sólo el film comprende. Reconocida por su primer largometraje, Hamaca paraguaya, ganadora por ejemplo del Premio Fipresci en Cannes 2006, Ejercicios de memoria, Paz, Encina mantiene aquí una coherencia estética y formal realmente llamativas. Se trata de su segundo film, producido en conjunto con Argentina, Paraguay, Francia, Alemania y Qatar. Hablaba de las capas de sentidos a las que apela la realizadora paraguaya: sonidos (el del agua, , el del canto de los pájaros y las chicharras, los insectos, los ladridos de perros o el chirrido de una puerta), imágenes (árboles, río, caballos, senderos en la selva, reflejos en las ventanas, interiores antiguos en medio de la selva comidos por las plantas, el polvillo que se percibe suavemente en el rayo de sol en el cuarto). Todo ese aparato sensorial tiene que ver con los impecables trabajos de Guido Beremblum en sonido y de Matías Mesa en fotografía. Encina se detiene en estos elementos con la paciencia de la contemplación que había tensionado al extremo en Hamaca paraguaya, 10 años atrás. Ahí la primera huella de esa coherencia. El modo poético del film asoma ya en los primeros minutos a través de la voz en over de un niño que nada por debajo del agua y que habla de las plegarias de su bisabuelo, de su abuelo o de su madre honrando a Dios en el monte. El vínculo con la naturaleza está planteada a lo largo de toda la película: tiene que ver con el sentido mismo de la construcción de esa memoria que es, básicamente, la narración de otra narración, la de la infancia “me contaron de dejar las cosas, de perder las cosas; me hablaron de miles de casas, las ciudades, los barrios y de una bufanda rosada con la que ataban armas”, dice una voz mientras el tic tac del reloj recuerda que hay un tiempo presente debajo de esa voz que remite a un tiempo pasado. La infancia es el germen de todo y allí irán los niños caminando por la selva entre restos de construcciones abandonadas, o un poco más adelante en el relato, los jóvenes y sus caballos en el medio del monte, o en uno de los momentos más bellos del film cuando se bañan en el río. Interesante ese juego visual de contraposición entre la libertad y el exilio. En el principio, Ramón Ayala suena desde su canción “Mi pequeño amor” superponiendo esas imágenes íntimas con una canción íntima, haciendo que esto sea lo que prima sobre lo otro: lo político entra en el film a los 17 minutos a través de fotografías policiales y las voces narradoras de los hijos, ahora adultos, que se sobreenciman con imágenes no esclarecedoras o descriptivas, sino más asociativas y sensoriales Son buenos los tiempos que para volver a recuperar estos temas: Ejercicios de memoria es un film sobre la memoria pero también es un film sobre los sentidos, se estrena este jueves y significa el retorno al largometraje de una directora que prometía muchísimo ya en su ópera prima.
Recordar los terroríficos gobiernos militares de los países latinoamericanos se vuelve causa común, los oscuros años ’70 son una etapa que aún se propone superar y queda un largo trecho. Paz Encina escribe y dirige este documental que toca muy de cerca a nuestro país, y su título es el claro mensaje de lo que no se debe abandonar: la memoria.
UNA DICTADURA ENTRE VOCES Y SILENCIOS Ya en su personal y minimalista Hamaca paraguaya (2006), anterior largo de la directora, Paz Encina exploraba de manera particular las turbulentas zonas históricas de su país eligiendo fusionar el documental y la ficción entre voces, sonidos y una puesta de cámara contemplativa. Años después, ahora con Ejercicios de memoria, la cineasta paraguaya toma como pretexto la reconstrucción de la vida de Agustín Goiburú, feroz crítico de la eterna dictadura de los Stroessner, sus recuerdos y su asesinato, contada desde la perspectiva de sus tres hijos (Rogelio, Jazmín, Rolando). Pero aquello en donde la Historia y las historias particulares con un contexto determinado podrían prever un film más sobre las atrocidades de una dictadura de este continente, en manos de Paz Encina, se convierten en una película-ensayo, donde el trabajo con el sonido y con una imagen que contrastan en más de una oportunidad corroboran las autoexigentes decisiones estéticas de la realizadora. En efecto, las voces se superponen, los relatos se cruzan y mixturan, la música adquiere protagonismo (de Ramón Ayala, por ejemplo) y las fotos fijas de la familia transmiten una potente intensidad dramática a través de un sonido de propósito extradiegético. La cruel historia de Paraguay bajo la órbita de Stroessner está presente en Ejercicios de memoria, pero no desde una clave historicista y didáctica. Paz Encina estimula la forma por encima del contenido pero jamás descansan en un virtuosismo sin sentido que podría caer en la mera experimentación. Al contrario, su mirada sobre el cine la acerca a una visión semejante a las de grandes cineastas españoles como Víctor Erice (en especial, a su episodio “Línea de vida” del largo colectivo Ten Minutes Older) y José Luis Guerín (Tren sombras, por ejemplo). Semejante comparación, claro está, duplica las virtudes y los riesgos que toma Paz Encina para su personal Ejercicios de memoria. EJERCICIOS DE MEMORIA Ejercicios de la memoria. Argentina/Paraguay/Francia/Alemania/Qatar, 2016. Dirección y guión: Paz Encina. Fotografía: Matías Mesa. Música: Ramón Ayala. Montaje: María Astraukas. Producción: Constanza Sanz Palacios. Con: Rogelio Goiburu, Elín Goiburu, Jazmín Goiburu, Rolando Goiburu, Hebe Duarte. Duración: 71 minutos.
La directora paraguaya Paz Encina logra un documental valioso y sutil con un material sensible: los recuerdos de los tres hijos de un líder de la oposión asesinado en los setenta por la dictadura de Stroessner, que estuvo 35 años en el poder.
La paraguaya Paz Encina (Hamaca paraguaya) presenta su nueva película Ejercicios de memoria: la historia de un desaparecido en la dictadura de Stroessner contada desde el recuerdo de sus hijos. El film sigue la historia del médico Agustín Goiburú, desaparecido durante la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989) a través de los testimonios de sus tres hijos que tuvieron que vivir gran parte de su infancia entre el exilio y la persecución de la policía. La película presenta todos los documentos posibles: certificados, fotografías, acompañados por los testimonios que, con un logro único, los encadena uno tras otro para dar la sensación de esta frente a un solo párrafo. El compromiso que tiene el trabajo lo hace tanto personal como social; también balancea entre el documental y la ficción. Encina utiliza los recuerdos de sus protagonistas y trae el pasado al presente, fusionando estos relatos con el vacío natural del paisaje hoy en día, lugares que esconden historias como éstas y muchas más. Por momentos lo hace desde un matiz poético, donde abandona lo narrativo y da lugar al silencio. Herramienta que reafirma el mensaje de la memoria que a veces se hace elusiva pero que, en algún aspecto, siempre queda presente. Ejercicios de Memoria reflexiona sobre un tópico que no se toca en el cine de Paraguay, con imágenes del pasado que pasan del recuerdo de historias perdidas pero encontradas a algo tangible, que documenta una realidad que sigue presente, incluso en la tradición.
El espíritu de los recuerdos La de Agustín Goiburú es de por sí una vida de ribetes cinematográficos, y la directora Paz Encina lo aprovecha. Como tantas historias de militantes, la del paraguayo Agustín Goiburú es trágica y fascinante. Médico de profesión, fue uno de los dirigentes del Partido Colorado que rompió con la agrupación para denunciar las violaciones a los derechos humanos de la dictadura (1954-1989) de Alfredo Stroessner. Exiliado en Posadas, en 1969 fue capturado por el régimen mientras pescaba en el río Paraná. Un año después, logró escaparse de una cárcel de Asunción cavando un túnel junto a otros presos, para huir a Santiago de Chile, volver a Posadas y, desde ahí, planear un atentado contra el dictador. Pero falló y se convirtió en el hombre más buscado de Paraguay: en 1977, en el marco del Plan Cóndor, fue secuestrado en Paraná. Está desaparecido desde entonces. Es una vida de ribetes cinematográficos, pero Paz Encina eligió contarla de una manera poco convencional: por eso, es conveniente tener presentes los datos históricos básicos antes de ver Ejercicios de memoria. La directora de Hamaca paraguaya recorrió junto a los tres hijos de Goiburú la quincena de casas, en tres ciudades distintas, en las que vivieron durante los años de exilio. En esos viajes recogió el testimonio de sus recuerdos, así como el de la viuda de Goiburú. Mientras las voces de los cuatro yuxtapuestas van recordando aquellos años, vemos fotografías familiares de la época, así como imágenes de otros desaparecidos y del seguimiento del propio Goiburú encontradas en archivos policiales. También se escuchan conversaciones, presumiblemente policiales, ininteligibles. En una decisión estética, Encina optó por sacrificar la información y la claridad del relato para construir una suerte de poético simulacro de la memoria. Así, la película tiene la consistencia de los recuerdos: tomas de niños en el monte paraguayo, naturaleza muerta en habitaciones vacías, la profundidad de un río, mientras ecos lejanos traen reverberaciones del pasado.
Se encuentra bien narrada y la directora paraguaya Paz Encina repasa con delicadeza todos los documentos, testimonios e imágenes que pudo rescatar. Una buena recopilación de recuerdos y material de archivo. Además mucho dice con el movimiento de su cámara, los silencios y los ruidos captados del ambiente.
Paz Encina reconstruye la historia del médico Agustín Goiburú, oponente a la dictadura de Alfredo Stroessner y desaparecido en 1976, en Paraná, provincia de Entre Ríos, donde se encontraba exiliado, junto a su familia. Desde un lugar no tradicional, el documental avanza a través de una sobresaliente fotografía que se hunde en la naturaleza para reconstruir la figura del hombre, apoyada por voces que se pisan y lenguas que se fusionan.
El documental de Paz Encina refleja el tema de la Dictadura que azotó a su país, Paraguay, la Dictadura más larga de Latinoamérica, a través de las palabras de la viuda y los hijos de Agustín Goiburú, un miembro del Partido Colorado, el mayor opositor del dictador Stroessner. Exiliado en la Argentina, más específicamente en Paraná, luego fue desaparecido en 1976. La reconstrucción de esta época está realizada a través de las voces en off (los testimonios no tienen rostros), que se conectan y cruzan en algunos momentos, e imágenes, algunas de archivo como fotos y documentos (la directora tuvo acceso a los llamados Archivos del Terror), y otras de locaciones, algunos de lugares donde vivieron sus protagonistas que se mudaron más de una decena de veces, intercaladas con algunas de niños en el bosque, en general con una fotografía muy estática y cuidada, que acompañan momentos varios de silencios. La narración que fluye de manera lenta y distante y la falta de ritmo terminan haciendo de la película una experiencia menos interesante que la historia que tiene para contar si bien apela a un tono poético y a veces metafórico y éste lo consigue. Una película en la que el silencio termina siendo el sonido más potente y evocador del relato, la ausencia representada en una forma abstracta. El film tuvo su estreno mundial en el Festival de San Sebastián, sin embargo le costó mucho poder ser estrenado en su país, un lugar donde no hay industria cinematográfica y donde no se habla demasiado de su historia política. Ejercicios de memoria sirve como acercamiento a la historia de un país a la que muchas veces no tenemos acceso, pero al mismo tiempo nos relatan algo que nos resulta familiar y cercano. La historia de una represión y la historia de un duelo. Dura y necesaria.
Gris de ausencia Ejercicios de memoria (2016) es el regreso al largometraje de la paraguaya Paz Encina diez años después Hamaca Paraguaya (2006). Un potente documental sobre la dictadura de ese país a través los recuerdos de los hijos de Agustín Goiburú, el más importante opositor político al régimen del dictador Stroessner. Goiburú desapareció en 1976 en Paraná, en la provincia de Entre Ríos (Argentina), donde vivía exiliado. Paz Encina busca introducirse en todo ese contexto político a través de los recuerdos de los tres hijos de Goiburú: Rogelio, Jazmín y Rolando. Ejercicios de memoria es literalmente como su título lo indica un ejercicio de memoria. El documental se construye con los recuerdos de los tres hijos de Goiburú, entre fragmentados, escurridizos y muchas veces hasta olvidados y traídos nuevamente del pasado. Cada uno de los tres, cuyas voces armarán el relato, recordará a su manera un pasado tan propio como colectivo. La historia personal será también los últimos 35años del país. Encina trabaja en dos planos. El sonoro con las voces de los protagonistas, mixturadas con, el ambiente y el visual con imágenes ligadas al pasado pero traidas desde el presente. La cámara se mueve entre lugares de Paraguay y Argentina que tienen connotaciones para los, y de la misma manera que lo hizo en Hamaca Paraguaya resignificando el tiempo y el espacio. Cercano a los recientes trabajos de Mariana Arruti (El Padre, 2016) y Andrés Habegger (El (im)posible olvido, 2016), logra diferenciarse porque la voz no es la del director, ni tampoco quien se pone delante de la cámara para contar su propia historia en primera persona. Pero en las búsquedas de reconstruir a través de la ausencia la memoria de un país podría conformar una trilogía.
Paz Encina, directora de La hamaca paraguaya, entrevistó a los tres hijos del militante desaparecido Agustín Goiburú para armar este documental atípico, poético y deslumbrante. Médico de profesión y militante del Partido Colorado, Goiburú debió emigrar a la provincia de Misiones tras sus denuncias por la violación a los derechos humanos durante el gobierno de Alfredo Stroessner (que presidió Paraguay entre 1954 y 1989, en la dictadura más larga de Latinoamérica). Exiliado en Posadas, Goiburú fue detenido y trasladado a una cárcel de Asunción en 1977, de la que logró escapar para regresar a nuestro país y planificar el asesinato de Stroessner. En 1978 fue nuevamente apresado y nunca se supo más de él. Las narraciones en off de los hijos se entremezclan (algunas se apagan al tiempo que otras arrancan), dándole al relato un tinte experimental, al tiempo que las imágenes de niños en la selva y ríos misioneros, yuxtaponiéndolos con el recuerdo de los hijos en su niñez, añade una fuerte impronta poética. Es particularmente bello el pasaje en que los chicos se sumergen a lomos de caballo en el río, como si fueran auténticos caballitos de mar con sus jinetes (la realidad metafórica demuestra ser mejor que cualquier artilugio en 3D), y son particularmente emotivas las fotos de Goiburú con sus hijos, testimonios de un pasado feliz. Difícil llamar cine testimonial a un trabajo de tanta solidez artística.
EL RECUERDO CONSTRUIDO DE PAPA Y LA NACION Como muchos países latinoamericanos, Paraguay cuenta en su haber con una terrible dictadura, pionera a las que sucedieron en el grueso del continente, ya que se inició en 1954 y terminó en 1989. Dentro de la confrontación política que denota un régimen autoritario, se corta y sobresale la figura de Agustín Goiburú, el más importante opositor de la dictadura de Stroessner. Goiburú fue obligado al exilio en Argentina y posteriormente asesinado en 1976 en la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos. Ejercicios de memoria, segunda película de la directora paraguaya Paz Encina, intenta reconstruir a través del relato narrado, de documentos, fotografías y escenas de ensoñaciones de recuerdos fugaces, la figura de Goiburú desde la mirada infantil de sus tres hijos y de cómo vivieron ellos en carne propia el contexto de una dictadura atroz y el asesinato de su padre. Interesante faceta de esta directora paraguaya, quien tiene a su haber la aclamada Hamaca paraguaya (2006), pero que indaga en su nueva fase documental, más comprometida políticamente desde el cortometraje Familia (2015), donde ya investiga sobre la dictadura que experimentó su país natal. A través de un tratamiento exquisito de la imagen, con una fotografía realmente artística, un uso del espacio completamente estético, un casi olvido del uso de la voz (que en ciertos relatos utiliza el lenguaje guaraní) y de la música -ausencia que potencia el valor simbólico de las imágenes y que subraya el valor del sonido ambiente y de la voz en off utilizada por momentos de manera sutil pero fuertemente emotiva-, el film retrata, sin caer en los típicos lugares comunes, el perfil de un hombre militante, familiar y comprometido con su entorno social y político. La mirada ingenua de los recuerdos, los últimos recuerdos que de él tienen sus tres hijos Rogelio, Jazmín y Rolando, configura un relato realista repleto de las controversias que un caso así puede generar en la distribución de la información y el tratamiento de la misma en los medios masivos de comunicación. La película permite no sólo la exhibición de la historia particular de la familia Goiburú, sino también el recuerdo de cómo era Paraguay bajo ese régimen totalitario y cómo la gente lo vivía en carne propia. El poder de evocación subjetiva y sugestiva que el film logra, permite interpelar de manera contundente no sólo a quien haya vivido ese contexto histórico particular, sino a cualquier hermano latinoamericano que tenga en la historia colectiva de su país un pasado de sangre, censura, represión y muerte. Como dice una insignia de la cultura popular no sólo argentina sino latinoamericana como es León Gieco, todo está guardado en la memoria: lo que el film hace, de forma bellamente artística y profundamente empática, es bucear en las profundidades de una memoria familiar, nacional y, por qué no, latinoamericana, para reafirmar que el ejercicio de una memoria activa es de suma importancia en nuestra querida región del cono sur.
Una sentida semblanza junto al río
Este sutil y elegante documental de la realizadora paraguaya –su primera película desde la celebrada HAMACA PARAGUAYA— es un filme que intenta lidiar con el pasado de su país, que estuvo bajo una dictadura, la de Alfredo Stroessner, por 35 años. El eje del filme son los recuerdos que los tres hijos de Agustín Goiburú comparten acerca de su historia familiar y de los años de militancia política de su padre, que acabaron en 1977 cuando este lider opositor fue asesinado por las fuerzas en el poder. Pero las elecciones de Encina son más poéticas y elusivas de lo que esa descripción parece hacer referencia. La directora dedica buen tiempo de este breve filme a mostrar paisajes y lugares silenciosos, planos de una suerte de vacío emocional (el recorrido incluye varios de los lugares en los que vivieron los protagonistas, tanto dee Paraguay como en Argentina) que complementan de tanto en tanto las palabras de los entrevistados, dejando en claro esa suerte de “tierra arrasada” que dejó la dictadura más larga de América Latina. Para Encina, que viene de una situación familiar similar, esta suerte de exorcismo sobre la cruenta herencia de la dictadura paraguaya es también un ejercicio de reflexión personal pero, a diferencia de la mayoría de las películas que analizan estos temas, construye una narración más elegíaca que, sin evadir las referencias políticas específicas, se atraviesa más como una especie de sombrío y doloroso recorrido en imágenes por un pasado difícil de un país que, a diferencia del nuestro, no tiene todavía suficientes historias cinematográficas que miren de frente a esas décadas de horror.
Con una mirada distinta, con un enfoque diferente, la directora Paz Encina, encara su documental para narrarnos un caso en particular sobre la desaparición de una persona durante la última dictadura militar paraguaya, que fue la más prolongada de Sudamérica. Se trata de Agustín Goiburú, quien fue el más importante opositor político del dictador Alfredo Stroessner, y desapareció en 1976, en Paraná, Entre Ríos, República Argentina, donde vivía exiliado. Con un toque de originalidad, esquivando las clásicas representaciones de las “cabezas parlantes”, que tanto se acostumbra a utilizar en este formato audiovisual. Aquí la directora, bajo el relato en off de la viuda y sus tres hijos, dos varones y una mujer, de la persona desaparecida, cuenta los hechos que ocurrieron en ésta familia y que culminó con el secuestro de Agustín. Con un ritmo pausado describe con la cámara situaciones particulares, como, por ejemplo, la del interior de una casa abandonada, como que los habitantes la dejaron imprevistamente y nunca más volvieron. También, sobre las imágenes de unos chicos que pasan el tiempo en la selva paraguaya, o en un río, y que deambulan sin prisa, con la quietud que provoca el clima selvático, que induce a gastar la mínima energía posible, continúan con la narración los familiares del protagonista ausente, intercalada por largos silencios, sumidos en la emoción y el recuerdo permanente de un hecho dramático y doloroso que les marcó la vida para siempre. Al utilizar el criterio de ficcionar éste documental, la historia se hace más entretenida, cuyas imágenes recreadas por la directora le dan un tono poético más amable a la cruda y lacerante realidad. Además, logra que el espectador esté atento a lo que ve y lo que escucha, sin distracciones, porque el ritmo no decae, como no decae la memoria del pueblo que sigue recordando cómo fueron esos aciagos momentos que cubrieron los designios de todos los países latinoamericanos.