En lo profundo del Amazonas La coproducción colombiano-argentina dirigida por Ciro Guerra, El abrazo de la serpiente (2015) plantea un introspectivo viaje hacia las profundidades del Amazonas, entorno selvático que en los tiempos de la invasión española sufrió los más aberrantes exterminios de las tribus nómades que vivían en la zona. La historia se narra en dos tiempos, extraordinarios, fantasmagóricos. Uno es el de Theodor Koch-Grunberg (Jan Bijvoet), hombre blanco que viaja enfermo buscando una famosa planta curativa para sostenerse con vida. Años después Evank (Brionne Davis), un etnobotánico norteamericano, busca la misma flor que describe en sus diarios de viaje el antropólogo. Para hacerlo recurre a Karamakate, un poderoso chamán amazónico, último sobreviviente del pueblo Cohiuano. Son indudables las conexiones de El abrazo de la serpiente con otras películas acerca de culturas incomprensibles a los ojos del hombre blanco occidental. Podemos mencionar desde Aguirre, la ira de Dios (1972) y Fitzcarraldo (1982) de Werner Herzog, pasando por 2001: Odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick, hasta los films del argentino Pablo César. Pero El abrazo de la serpiente tiene los condimentos necesarios para distanciarse de aquellas y constituirse como un film único en su especie. Su extraordinario blanco y negro, la multiplicidad de idiomas que emplea, y el registro fantasmal que realiza de la historia, recurriendo a un tiempo y espacios indeterminados, le otorgan un aura especial. La película es un viaje profundo y sensitivo hacia aquellos mundos desconocidos, donde el raciocinio de la cultura occidental no aplica, e incluso, tildándolos de precarios en su modo de comprender el mundo. Podríamos decir que ganadora del premio Art Cinema en la Quincena de Realizadores en Cannes y participante de la sección Horizontes Latinos del 63 Festival de San Sebastián, trata sobre las maneras de comprender el mundo de distintas culturas, sobre la colonización mediante la religión y la violencia del hombre blando, o sobre la tierra y el lugar del hombre en la misma. Pero es el pulso del director Ciro Guerra (Los viajes del viento) el que hace superar a su film de todas las instancias mencionadas. Su film habla de todo eso y más también, invita a inmiscuirse en un viaje iniciático, abrir los sentidos a universos enigmáticos e inesperados donde los misterios del universo tienen multiplicidad de sentidos. Un viaje extraordinario por el Amazonas que muestra la complejidad y limitaciones de la nuestra cultura, dando una apertura a distintas cosmovisiones de pueblos ancestrales.
Drama filmado en blanco y negro por el colombiano Ciro Guerra, El abrazo de la serpiente recrea el paso de un etnólogo alemán y un biólogo estadounidense por la Amazonia más de cincuenta años atrás, encontrándose con las enseñanzas de un chamán que los conduce al descubrimiento de una planta curativa. El film funciona como film de aventuras en imponentes ámbitos naturales, pero no deja de ser producto de un combo conocido: exotismo, indígenas sabios, blancos estereotipadamente malvados o megalómanos, algunas dosis de crueldad, otras de desprendimiento material, etc. Su opulencia ayuda a disimular convenciones y descuidos de actuación, y la decisión del jurado de otorgarle el Premio a Mejor Película recuerda a la mexicana La jaula de oro (Diego Quemado-Diez), premiada dos años atrás, también ajustada a lo que en los festivales suele esperarse de un cine latinoamericano.
El abrazo de la serpiente: La lejanía con lo sagrado. Resulta más que misteriosa la nominación al Oscar como mejor película extranjera de este nuevo opus de Ciro Guerra, ya premiada en Cannes y recientemente en Mar Del Plata. El abrazo de la serpiente excede todo tipo de encasillamiento y no puede ni siquiera considerarse como film de aventuras o de exotismo que tanto le gusta consumir a la academia.
El abrazo de la serpiente, la película colombiana nominada a los Oscars y que ganó en la Competencia Internacional del último Festival de Mar del Plata llega a los cines. El punto de partida para El abrazo de la serpiente es la vida, en realidad los diarios, del etnógrafo y explorador alemán Theodor Koch-Grünberg. La película no sólo tiene como epígrafe una frase suya (sobre la experiencia de introducirse en el medio de la selva) sino que incluso su personaje está presente durante una de las dos líneas argumentales que se narran, dos líneas atemporales que terminan de fusionarse al final aunque los paralelismos aparecen desde un primer momento. Theodor busca con obsesión una planta sagrada para curar la enfermedad que amenaza con llevarse su vida. Lo hace en el medio del Amazonas, un Amazonas que es retratada, como toda la película, en blanco y negro a través de cuidados encuadres que se amoldan a lo que cada momento quiere representar. Es que el tema principal que aborda El abrazo de la serpiente es el de la imagen del hombre blanco europeo apoderándose de tierras vírgenes, naturales, sagradas. A medida que se sucede el film, los personajes van dando lecciones, a veces sobreexplicándose, y comprendiendo. “El conocimiento es para todos”. Un nativo que se cree el último superviviente de su tribu ayudará a Theo a encontrar la planta que busca pero en realidad lo que van a encontrar es a ellos mismos. El abrazo de la serpiente es una película sensorial y filosófica que de todos modos no se siente que cae en pretensiones y retrata su historia a través de estos curiosos personajes que la van viviendo. Por momentos con escenas terroríficas, por momentos algunas más cómicas o simpáticas, la película de Ciro Guerra es un homenaje a la selva amazónica y a las tradiciones ancestrales de las tribus nativas. Sin embargo, todo esto y la suma del blanco y negro, hacen que se sienta algo artificial. Es hipnótica e intensa aunque su duración comienza a sentirse pasada la primera mitad (dura apenas poco más de dos horas) y hacia el final la locura se apodera del relato y se torna más delirante de lo esperado dentro del tono onírico (los sueños también forman parte importante de la película) que mantiene el film. Interesante, extraña, experimental, El abrazo de la serpiente es una película que logra distinguirse aunque no pueda evitar sentirse despareja y artificial.
Es imposible no relacionar “El Abrazo de la Serpiente” (Colombia, 2015) con “Fitzcarraldo” y “Aguirre, la ira de Dios”, dos de las más particulares obras de Herzog, o con la literatura de Carlos Castañeda. El filme de Ciro Guerra es un viaje épico hacia las entrañas de las costumbres indígenas, sin tregua, y que permite la identificación con la historia con su atrapante propuesta visual y su cuidada fotografía. En el periplo por encontrar el yakruna, una planta sagrada alucinógena, imposible de conseguir fácilmente, Guerra tratará a partir de dos tiempos narrativos consecuentes consolidar su historia, una en la que dos investigadores, uno alemán primero (Jan Bijvoet ) y uno norteamericano luego (Brionne Davies), además de buscar la planta, se relacionarán con Karamakate (Nilbio Torres/ Antonio Bolívar) un indígena sin tribu que deambulará con ellos para también poder lograr encontrar algo que lo termine definiendo. Porque si bien en una primera etapa el personaje de Karamakate es mostrado como un ser noble y sólido, que junto a los visitantes que llegan también explorará su folklore y tradiciones y cuestionará su origen, en una segunda etapa, ya mayor, se verá envuelto en la búsqueda de la yakruna y a su vez en tratar de remontar su pasado, el que cada vez está más lejos de él. La llegada de Kuch-Grunberg (Bijovet) con su minucioso sistema de trabajo y de relacionamiento, como así también con información de un mundo completamente distinto al que conoce, uno lleno de posesiones materiales, atado al comercio económico, harán tambalear su mirada sobre el otro, una veta que Guerra buceará hasta concretar una toma de posesión ante los hechos que narra que permite su disfrute a pesar de la crudeza con la que la contraposición de culturas es expuesta. “El Abrazo de la Serpiente” avanza a paso lento, con imágenes de una belleza única y una puesta consolidada que potencia el extrañamiento por sobre la naturalización de los hechos. Y al tomar este punto de vista, en lo que se gana es en la exploración visual y en la transformación del filme en una experiencia única y personal, con una fuerza imposible de transmitir excepto en la comunión que en la sala a oscuras, frente a la pantalla con la imagen, se puede vivir. Si en las mencionadas películas de Herzog la otredad se convertía en el mal a superar para poder construir una nueva realidad, aquí el contraste, excepto por el choque con una de las tribus, o en la exigencia de los jesuitas por rechazar al americano, tan sólo será una de las aristas con las que Guerra maneje el relacionamiento entre las dos civilizaciones. Claramente el filme también se despega cuando utiliza el celuloide como posibilidad. Es decir, cuando el blanco y negro termina por construir una espesura fílmica más allá de la multiplicidad de lenguajes y sentidos con los que trabaja. El clásico relato de viaje iniciático y a la vez exploratorio, mezclado con la filosofía chamánica y con una estructura narrativa que no da tregua de principio a fin, convierten a “El Abrazo de la Serpiente” en una de las propuestas fílmicas más logradas de los últimos tiempos.
Encuentros del chamán y los científicos El film del colombiano Ciro Guerra narra en tiempos paralelos dos periplos en balsa a través del Amazonas ocurridos con cuarenta años de diferencia, pero ambos en busca de una planta de poderes medicinales o alucinógenos. La historia está basada en sendos libros de viaje. “Ustedes los blancos viven pendientes de sus cosas”, le dice el chamán Karamakate al etnólogo alemán Theo, que intenta subir una cuesta cargado de kilos de bultos, cuadernos de notas y enciclopedias, aunque la malaria lo haya convertido en piel y hueso. “No se aprende de las cosas, se aprende de los sueños”, remata Karamakate, que cada tanto devuelve algo de energía al investigador blanco, soplando en sus fosas nasales una sustancia que parecería tener el poder de un trueno. Nominada al Oscar al Mejor Film en Lengua No Inglesa y ganadora del Astor a la Mejor Película en la última edición del Festival de Mar del Plata, El abrazo de la serpiente, coproducción dirigida por el colombiano Ciro Guerra, narra en tiempos paralelos dos periplos en balsa a través del Amazonas –ambos en busca de una planta de poderes medicinales o alucinógenos–, a partir de sendos diarios de viaje escritos por el etnólogo alemán Theodor Koch-Grünberg (1872-1924) y Richard Evans Schultes (1915-2001).Como en un film de Terrence Malick, El abrazo de la serpiente narra la caída de una cultura primitiva (y con ella, parte de su hábitat) a manos del hombre blanco. En verdad, ése no es tanto el tema como el fondo sobre el que se recorta la historia de la película dirigida y coescrita por Ciro Guerra, cuyos films previos (La sombra del caminante, 2004, y Los viajes del viento, 2009) ya habían hecho el recorrido de festivales. En las primeras décadas del siglo XX, en el corazón de la selva amazónica, Manduca, indio ataviado con ropas occidentales, llega en balsa hasta los dominios de Karamakate, joven chamán, que luce apenas el clásico taparrabos y un juego de collares. Manduca trae consigo a Theo, hombre blanco de aspecto quijotesco, que viene gravemente enfermo. Sólo la yakruna, planta que los indios consideran mágica y sagrada, puede salvar al blanco. La yakruna crece, o crecía, a kilómetros de allí, donde alguna vez vivieron los miembros de la tribu de Karamatake, quien está convencido de que fueron exterminados. Theo asegura haber visto a algunos, y eso decide al desconfiado chamán a emprender el viaje en la frágil balsa.Cuarenta años más tarde, Evan, botánico estadounidense, viene siguiendo los pasos de Theo, una vez más en busca de la yakruna. Karamatake tiene ahora más de 60 y sigue solo. A diferencia de su antecesor, el yanqui parece traer una segunda intención: ofrece al astuto chamán una presunta fortuna consistente en dos dólares, se muestra interesado en un árbol de caucho, recoge alguna muestra vegetal que guarda con disimulo. “Yo no voy a ayudarlo a hacer la guerra”, avisa Karamatake. Del investigador alemán, que dibuja concienzudamente las especies animales y vegetales con las que se cruza, al biólogo estadounidense de tiempos de Vietnam, hay el abismo que separa la ciencia “en sí” de aquélla puesta al servicio de la política, heredera de aquellos caucheros que cuarenta años atrás saqueaban, torturaban, mutilaban y asesinaban. Del clásico film de aventuras, El abrazo de la serpiente guarda lo exótico y episódico: un monje capuchino español que disciplina a los niños de la zona a latigazo limpio, un autodenominado mesías brasileño que tiene a su grey tan aterrorizada como el coronel Kurtz a los suyos.El resto proyecta, de forma directa o indirecta, reflejos políticos. Karamatake se considera un chullachaqui, un doble vaciado de sí mismo, como consecuencia de la conquista y exterminio a los que los suyos fueron sometidos. Lo que para el nativo es muerte de su civilización, para el forastero blanco es perdición, enfermedad, locura: hay aquí una línea que lleva de Herzog (Aguirre, Fitzcarraldo) a Dead Man, de Jim Jarmusch, pasando por Apocalypse Now. Lamentablemente y con excepción de un único sueño final tras la ingestión de la yakruna (sueño que pone al fin en imprevista línea con 2001, Odisea del espacio), todo aquello es más visto que vivido: faltó la adopción de una primera persona que permitiera al espectador ponerse en la quebradiza piel de Theo. ¿Por qué no en la de Evan? Porque ese segundo relato podría haberse eliminado y la película hubiera ganado más de lo que perdiera. La fotografía en blanco y negro a cargo de David Gallego confirma que a la hora de la expresividad visual, de los matices y las escalas, de la creación de formas a través de la luz y la sombra, un siglo más tarde ese sistema lumínico sigue ostentando toda su gloria.
Abrazar la magia ancestral Nominado al Oscar a mejor película extranjera y premiado en festivales como los de Cannes y Mar del Plata, este tercer largometraje del colombiano Ciro Guerra -tras La sombra del caminante y Los viajes del viento- ha sido uno de los exponentes del nuevo cine latinoamericano con mayor repercusión internacional. Un logro que no siempre tiene que ver con la calidad (las modas y el marketing suelen jugar un papel importante), pero que esta vez sí está en sintonía con sus méritos artísticos. Guerra rodó con bellísimas imágenes en blanco y negro (en una pantalla ancha que pide a gritos su visión en salas de cine) esta épica de espíritu herzogiano (hay algo de Fitzcarraldo y, sobre todo, de Aguirre, la ira de Dios) sobre la relación durante más de 30 años entre dos científicos (uno alemán y el otro estadounidense) y Karamakate, un chamán -último sobreviviente de su tribu- que emprende con un etnobotánico llamado Evan un viaje al corazón de la selva en busca de la yakruna, una milagrosa planta curativa de las profundidades del Amazonas de la que solamente el curandero conoce sus secretos. Hablada en dialecto original de la zona, El abrazo de la serpiente resulta una hermosa, evocativa y en muchos pasajes fascinante exploración sobre el choque de culturas, tradiciones y religiones, así como la fuerza de la naturaleza salvaje. Entre el cine espiritual, el etnográfico y el de aventuras, se trata de un film con muchos más hallazgos que lugares comunes y que significa un salto de calidad del cine latinoamericano a la hora de abordar sin pintoresquismos for export sus mitos y tradiciones ancestrales.
Aventura y drama en la selva Un historia cuidada en forma y contenido, entre la aventura y la interpelación. Candidata colombiana al Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero. Funcionan a la perfección los contrastes que propone el colombiano Ciro Guerra en El abrazo de la serpiente. Un pulcrísimo blanco y negro para filmar paisajes cuyos colores se adivinan alucinógenos, un director joven para hablar de temas ancestrales, el cruce de civilizaciones visto desde la mirada de dos científicos que recorrieron y describieron la región a principios y mediados del siglo pasado y la de su protagonista, el chamán Karamakate, sobreviviente de su tribu, que ofrece una manera propia para asimilar lo que pasó. Hay una construcción cuidada, perfeccionista, en esta historia atrapante y reflexiva, y una manera de contar elocuente, más allá de que podamos discutir puntos de vista, los argumentos con los que Guerra se apropia de la mirada indigenista. Bienvenido el debate. Karamakate, en su juventud y madurez, es interpretado por dos no actores indígenas, testigos y víctimas de una constante en el pulmón del mundo, en este caso la amazonia colombiana, con pueblos originarios perdiendo derechos, tierras y costumbres. Cuerpos desnudos, rostros curtidos, historias torturadas. También son testigos y narradores los expedicionistas blancos, obsesionados por una planta sanadora, la yakuruna, excusa del filme para avanzar entre ríos y selva, entre dramas históricos. La naturaleza, el paisaje, es otro gran protagonista. También testigo. Quizá mostrada de manera exageradamente idílica, a contrapelo de uno de los mensajes de la película. Teniendo a mano la posibilidad de una vida no destructiva, espiritual, la “colonización” sólo potencia lo peor de ambos mundos. ¿Quién lo dice, los expedicionistas en sus memorias o los aborígenes? ¿Escuchó Guerra a los pueblos originarios? Los protagonistas hablan Uitoto y Kubeo, dialectos prácticamente borrados, como sus pueblos. Lo mismo ocurre con sus cosmovisiones. Hay un intento por recuperar, por enseñarle al blanco aquella cultura. Aunque muchos crean que ya es tarde, y que la madre Tierra ya está furiosa, y que sólo resta esperar qué clase de abrazo nos dará la serpiente.
Poética de la selva Algo nuevo. Lo que hace Ciro Guerra en su tercera película podría equipararse con las filmografías de directores como Werner Herzog o Terrence Malick, pero serían comparaciones apresuradas. Hay sí una reescritura, una reelaboración de poéticas y narrativas previas, ya existentes, pero siempre en función de ir un poco más allá, de buscar en la inabarcable y abismal selva amazónica un nuevo lenguaje cinematográfico. Las ambiciones son concretadas en toda su extensión y lo que consigue el realizador se despega de otras expresiones cinematográficas para redondear una obra distintiva, personal e impactante desde su ambición. Basándose en las memorias del etnólogo alemán Theodor Koch-Grunberg (1872-1924) y el biólogo estadounidense Richard Evans Schultes (1915-2001), quienes fueron de los primeros científicos que se animaron a recorrer la Amazonía colombiana, El abrazo de la serpiente -ganadora de la Competencia Internacional del último Festival de Mar del Plata y nominada al Oscar como mejor película hablada en lengua no inglesa- pone en tensión lenguajes y perspectivas sobre el universo, sobre ese ente casi infinito que es la naturaleza y lo insondable que rodea al hombre. Y en ese camino que recorre a dos puntas en el tiempo, con el chamán Karamakate, último sobreviviente de su tribu, como eje y punto de unión, El abrazo de la serpiente corre las fronteras del lenguaje cinematográfico y cultural, rompe esquemas y zambulle al espectador en una experiencia sobrecogedora, con un trabajo en la fotografía blanco y negro notable, actuaciones sobresalientes (¿cuánto habrá de actuación? ¿Cuánto de pura exposición de la personalidad? ¿Hacía cuánto que no se ponía en crisis la representación de forma tan extrema?) y una perspectiva sobre lo corporal en contacto con el entorno que renueva las esperanzas de que el cine latinoamericano pueda hacerse cargo de los sujetos a los que observa sin paternalismos. El viaje que nos propone la película no nos da tregua, no hay descanso, nos ata al recorrido de los protagonistas y nos hace partícipes de la experiencia. Guerra corrió los límites de lo observable, para pensar a un otro que posiblemente esté mucho más cercano, y al hacerlo nos obliga a hacernos cargo como espectadores. No hay elusión posible, esa otredad pasa a sentirse como propia, interpela desde su historia particular a nuestra propia historia. Ese logro y esa responsabilidad que otorga el film son inmensamente saludables. En tiempos de cinismo, de negación de la aventura, de la mirada distanciada sobre nuestro propio pasado, El abrazo de la serpiente es una magnífica instancia de descubrimiento, de reivindicación del ser humano sobrepasando sus propios límites, que sacude los estamentos temporales e interrelaciona el pasado con el presente, resignificándolos en cada plano, en cada diálogo, en cada movimiento de los personajes. Guerra se adentró en la selva y volvió con una poética única.
Con una fotografía en blanco y negro que presenta un Amazonas en clave preciosista como telón de fondo, se comprende rápido que el director transita voluntariamente una zona incierta, ambigua, y que toma distancia de cualquier lugar extremo: el relato, con sus reconocibles momentos de aventura y de locura, está lejos de la eficacia narrativa de las películas estadounidenses por un lado, tanto como de la búsqueda de monumentalidad del cine de Herzog por el otro. Sin embargo, Ciro Guerra suscribe evidentemente a un cine que cuenta historias, como puede verse enseguida en el periplo de los protagonistas y en la evocación de viejas convenciones del cine de aventuras, como la mención a la sabiduría superior de los pueblos aborígenes, los horrores del colonialismo europeo (y del extractivismo latinoamericano, también), o en la apelación al eterno motivo del choque de culturas. El problema es que ese choque, que se anuncia al comienzo como un verdadero salir al cruce de “el otro”, se narra finalmente con los recursos más gastados imaginables, e incluye golpes bajos como la escena en la que se ve a un cura azotar a un joven discípulo. Entre otras ocasiones, es cuando el explorador estadounidense llega a la misión años después que su antecesor y ve una sociedad enloquecida y gobernada por un supuesto mesías que la película exhibe sus propias limitaciones: Guerra quiere filmar la locura colectiva, apropiársela a la manera de Coppola, o de Herzog, o de Saer en El entenado, pero solo alcanza a dar con un tono entre torpe e involuntariamente cómico y nos recuerda, sin quererlo, que la oscuridad es algo a lo que muy pocos directores pudieron realmente asomarse. El abrazo de la serpiente, entonces, es más o menos un dispositivo que se pretende sofisticado, pero que no aspira más que a actualizar viejos lugares comunes del cine y de la literatura. Si bien al principio el director trata de deslumbrar con el delicado trabajo aplicado a la imagen (con un blanco cegador que colma los planos y que, hay que decirlo, sumado al encuadre ancho, resulta muy bello), a medida que avanza el metraje el guion se revela como el verdadero soporte de la película, el mecanismo que produce sus destellos más visibles: una buena parte del interés y de la apuesta de Guerra dependen del juego con dos tiempos distintos que el relato mezcla y de los que se sirve para construir ese efecto tan particular que surge de observar el pasado y el presente de Karamakate, y de cómo en ese ir y venir se dispone la cuestión de la memoria y del aprendizaje. Entonces, si El abrazo de la serpiente conmueve, lo hace sobre todo a partir de esa ingeniería de guion, que pertenece más plenamente al terreno bien cartografiado de las películas narrativas, que a las tierras más bien inhóspitas, siempre por explorar, del cine contemporáneo.
Uncannily hypnotic aesthetics immerse viewers into the heart and soul of the jungle POINTS: 7 Winner of the Directors’ Fortnight top prize at Cannes, of Best Film at Mar del Plata, and nominated for an Academy Award for Best Foreign Language Film (Colombia), El abrazo de la serpiente (Embrace of the Serpent), the third feature by Ciro Guerra (The Wind Journeys) is nothing short of an aesthetic wonder where uncannily hypnotic visuals and pervasive eloquent sounds immerse you right into the heart and soul of the Amazon as you follow a voyage through jungles, rivers and places inhabited by natives often wary of white men. Think of Werner Herzog’s Fitzcarraldo and Aguirre, the Wrath of God, or of Miguel Gomes’ Tabu, and, of course, of F.W. Murnau’s Tabu, and you’ll get a fair picture of the territory and the viewpoint Guerra has undertaken in his new outing. Spoken in nine different languages and meticulously filmed in striking, stately black and white photography in widescreen, Embrace of the Serpent switches back and forth between two time periods to skillfully tell a moving ethnographic tale about the destructive nature of colonialism on local cultures and nature at large. Written by Guerra and Jacques Toulemonde, the script is based on the journals of two explorers who crossed the Colombian Amazon in the early 1900s and the 1940s: first there’s the German Theodor Koch-Grumberg, who here becomes the character of Theodor (Jan Bijvoet), and then there’s the American Richard Evans Schultes, that is to say, the character of Evan (Brionne Davis). Joining them in the different trips down the river narrated in parallel times there’s a local guide, Manduca (Miguel Dionisio Ramos), who has befriended white men as well as taken on Western customs. In the first story set in the 1900s, Theodor is seriously ill and in dire need of finding the yakuna, a rare flower that is supposed to heal him. In any case, if the yakuna can’t do so, then nothing will. There’s also Karamakate (Nibio Torres), a native shaman who certainly knows his way in the jungle and can lead Theodor to the flower he so much needs. But it so happens that Karamakate is the last man of his tribe, which was almost completely annihilated by invasions of white men in the past, so he’s rather reluctant to do what’s asked of him. Nonetheless, after some persuasive talk, off they go downriver and deep into the Amazon. Set in the 1940s, the second story concerns another expedition taken on by Evan, the American explorer also in search of the yakuna because of its healing powers. This time, Karamakate (who’s much older and is played this time by Antonio Bolívar Salvado Yangiama) seems a bit less wary, but equally disheartened seeing the footprint of Western civilization on his native land. Also an exploration of man and nature, this second story adds new layers in a more oblique manner. While Embrace of the Serpent is definitely a truly fine piece of narrative cinema, it could also be said some that at times it has more to do with the contemplative viewpoint of poetic cinema. However, there are two noticeable narrative missteps. First, there’s an unfortunate tendency to be conceptually recurring from time to time. That is to say that, for example, after depicting a handful of episodes illustrating the evil deeds of the white man — including a crazed priest from a Catholic mission who fiercely punishes native boys and a mutilated worker from a rubber plantation pleading to be killed as to end his suffering — you are likely to expect some sort of dramatic build-up to a discourse that opens up a new path, or perhaps something that would go beyond what’s already shown. Hence, from time to time, you may feel you’re being fed more of the same. Secondly, at 123 minutes, Embrace of the Serpent is overlong. Perhaps it’s because of some of its digressions, or its uniformity, or some of its not-so-insightful ideas. It’s strange because it’s a film that can certainly be subtle, and yet it’s not so throughout. And while it’s true that the editing is seamless, Guerra’s third outing could have used some 20 minutes less. Production notes El abrazo de la serpiente (Colombia, Venezuela, Argentina, 2015). Written by Ciro Guerra, Jacques Toulemonde. Directed by Ciro Guerra. With Nilbio Torres, Antonio Bolivar, Yauenku Miguee, Jan Bijvoet, Brionne Davis. Cinematography: David Gallego. Editing: Etienne Boussac, Cristina Gallego. Running time: 123 minutes. @pablsuarez
Imponente travesía por la selva y por culturas diferentes Singular, imponente, de imágenes hermosas y exposición maliciosa, esta obra colombo-venezo-argentina sorprende por su factura, su producción en medio de la selva, y también por lo que cuenta. Se merece con toda justicia los premios que viene recibiendo, desde Cannes hasta la actual nominación al Oscar para Mejor Film Extranjero. Ad Majorem Dei Gloriam, parte del mérito le pertenece a productores y técnicos argentinos. Su autor es el colombiano Ciro Guerra, que con éste lleva tres relatos de viajes. "La sombra del caminante" plantea la relación de dos seres antagónicos que transitan por Bogotá. "Los viajes del viento", la de unos acordeonistas de la costa caribeña, historia emparentada con la leyenda de Santos Vega y su payada con el Diablo. Ahora, en "El abrazo de la serpiente", imagina las exploraciones de dos científicos (uno hacia 1905, otro por 1941) y un chamán que los ayuda y los cuestiona, adentrándose en los misterios de la selva amazónica. El encuentro de culturas, los resabios amargos de la destrucción, la pérdida de conocimientos ancestrales, el paulatino silencio de los dioses, el difícil entendimiento, son algunos de los varios temas que aquí se exponen. Una frase, tomada del diario de un explorador, nos pone en clima: "No me es posible saber si ya la infinita selva ha iniciado en mí el proceso que ha llevado a tantos otros a la locura total e irremediable". La idea nace precisamente de los diarios de Richard Evans Schultes y Theodor Koch-Grünberg, a quien acá se rebautiza Von Martius. Otra frase nos despide, explicando que solo gracias a esas páginas hoy podemos saber aunque sea algo sobre muchas culturas indígenas definitivamente perdidas. De hecho, Evans Schultes fue un enorme difusor y defensor del conocimiento indígena, especialmente el relacionado con las plantas curativas y alucinógenas. Por ahí, por la búsqueda de una planta sagrada, va la intriga argumental, que impone largos viajes en canoa por los ríos oscuros, entre la densa vegetación bajo cielos encapotados, mientras gente poco confiable aguarda en las orillas, hasta llegar a unos cerros empinados, precámbricos, los Mavecure, donde acaso esté el último ejemplar de esa planta en el mundo. Como suele ocurrir, lo más interesante está en el viaje. Las discusiones entre el chamán, con su pensamiento mágico, y el estudioso blanco que siempre termina como un imbécil. El encuentro con una tribu de ladrones felices, o un dominico que se volvió loco, dejando un montón de brutos alienados que se vuelven peores que él. Y, más terrible, un ataque de los caucheros para llevarse indios esclavos a sus plantaciones. Eso es cierto. Las bestialidades de los caucheros peruanos y colombianos sobre los indios fueron tan espantosas como aquí se muestra, y aún peores. Las enumeró José Eustasio Rivera en sus informes, y en "La vorágine", su tremenda novela. Hay algo de Rivera en esta historia, y de Herzog, más que de esos dos exploradores que dejaron sus diarios (y uno de ellos dejó también sus huesos). A veces la historia cae en recursos discutibles, hilaciones deshilvanadas o ideologismos fáciles. Pero aún así es atrapante. Un acierto, la fotografía en blanco y negro tal como sacaban aquellos viajeros, sorprendiendo luego con una parte en colores para ilustrar otra clase de viaje (recurso ya antes aplicado por Pablo César en "Los dioses de agua"). Y otro acierto mayor, la actuación de auténticos indios, encabezados por don Antonio Bolívar Yangiama, que presentó la película en el Festival de Mar del Plata. Dato curioso: la obra está mayormente hablada en cubeo, tikuna, huitoto y español. Sólo como brochazos, algo de portuñol, alemán y latín. Fotografía de David Gallego. Postproducción en Cinecolor de acá, de calle Humboldt paralela a Bonpland ("todo tiene que ver con todo": Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland fueron los primeros científicos blancos que recorrieron esos lares).
…Si pudiera vivir nuevamente mi vida…No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más….Sería menos higiénico. Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos. Iría a más lugares adonde nunca he ido…Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos; no te pierdas el ahora…Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano. Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño…. Esta suerte de testamento que constituye Instantes, uno de los poemas autocríticos que reescribiese Jorge Luis Borges a sus 85 años, da cuenta del fenómeno que representa estar a punto de morir sin haber llegado a acomodarse los propios sueños. Y esto es independiente de la capacidad de discernimiento de la persona en cuestión. Y es sin duda una metáfora de esa verdad que podemos llegar a sentir como más real que lo real. Pasado y presente, ciencia y saber milenario, dos exploradores en dos tiempos diferentes y un mismo chamán son los protagonistas de un relato mágico, que va hacia una búsqueda de reencuentro con el ser que son. Pero en este viaje, que sabemos será la muerte de esta como tantas culturas milenarias de nuestra querida Latinoamérica… también sabremos, que todo aquello que los blancos no pudieron aprender habrá de contribuir tarde o temprano al fin de todos. El abrazo de la serpiente es seguramente uno de esos films que permanecerán grabados en nuestra memoria para siempre. Tanto por su intenso carácter humano, como por lo mágico que presupone bucear en el interior de dos culturas…dos modos antagónicos de ver y percibir el mundo. Con un guión basado en los diarios de viaje de los exploradores Richard Evans Schultes y Theodor Koch-Grunberg, su director inicia un proyecto complejo y ambicioso, que le lleva 5 años para concluir. Y para ello contó con la participación de verdaderos indígenas. Hablada en español, alemán, portugués, witoto y cubeo, y rodada entre Guanía y Vaupés, -como en las antiguas leyendas fundacionales- Guerra narra la historia de Evans, un científico e investigador americano, que busca una planta exótica (la yakruna) en el laberinto de la amazonia. En su recorrido encuentra al chamán Karamakate, quien después de mostrar rechazo decide ayudarlo. Ambos inician un viaje, que poco a poco irá despertando la memoria dormida de Karamakate, -ahora anciano-. Allí surgirán recuerdos de otro viaje, ocurrido muchos años antes, en que él fue también el guía de otro expedicionario, el alemán Theo, enfermo y que necesitaba ayuda. Karamakate, Theo y Manduca (indio que auxiliaba a Theo) salieron en busca de la misma yakruna que Evans desea encontrar, cuyos secretos escondidos en la selva contribuirán a un despertar de la conciencia, lugar desde donde, posiblemente, le será difícil retornar. El film se estrenó en Colombia en el mes de mayo, poco después de su paso por el Festival de Cannes, donde recibió el premio C.I.C.A.E. (Confédération Internationale des Cinémas d’Art et d’Essai). En la Quinzena de los Realizadores. Ciro Guerra pone su acento en el carácter espiritual de los pueblos originarios de su país. El que opera, no sólo como sostenimiento de la moral de un pueblo, sino como marca de su identidad. Dios le dio al hombre conocimiento y libre albedrío, pero su inteligencia generalmente deviene cruel. Sabemos que ninguna criatura puede ser más falsa y violenta que el ser humano, y desde que el mundo tiene conciencia comprobamos, que la justicia del universo premia con poder a la brutalidad. Lo que el hombre no sabe es que con esa actitud se va destruyendo así mismo. En este mundo terriblemente consumista es difícil imaginar lo que propone la cultura indígena:, donde para encontrarse a sí mismo, primero que nada, debe dejar todo…desapegarse de lo material, aunque esto sea el testigo de los descubrimientos…luego internarse en la selva, y dejarse llevar por sus sueños. La sociedad occidental judeo-cristiana se encuentra atravesada por el imperativo divino plasmado en que los hombres fueron hechos a imagen y semejanza de Dios, quien los bendijo, y de viva voz les dio orden y legitimación para que sean fecundos, se multipliquen, y llenen la tierra. Lo que no les dijo fue que la sometan. La referida interpretación podría ser el sustento que lo legitima como sujeto dominador y explotador indiscriminado del resto. Dicho mandato entonces atravesaría toda la cosmovisión de Occidente en donde la relación de poder claramente se verifica en forma verticalista. A diferencia, los pueblos indígenas que no han conocido la Torá, y que por lo tanto han carecido de este mandato divino, podrían haber vivenciado una relación de carácter horizontal con sus semejantes. Entorno, en el que han desarrollado y cristalizado pensamientos y conductas igualitarias en su interacción con la naturaleza. Relación sobre la cual, aún en las actuales condiciones de horrores cometidos, es bueno que podamos reflexionar. Y seguramente que como espectadores será difícil no hacerlo, como será muy difícil no emocionarnos. Esperamos, porque cuenta con todas las posibilidades, que El abrazo de la serpiente, -el único film latinoamericano presente en la lista del Oscar al mejor filme en lengua extranjera- este 26 de febrero obtenga merecidamente a mejor película hablada en lengua extranjera Se lo merece con creces.
Todo el film se encuentra filmado en blanco y negro y se basa en un gran viaje al interior de la selva amazónica,que cuenta con bellísimas imágenes, la cámara nos ofrece interesantes tomas, tiene una gran estética, ideal para disfrutar en una buena sala cinematográfica, muestra un interesante choque de culturas, tradiciones, ciencias y religiones. Dentro de los créditos finales podes disfrutar varias fotos de las personas que fueron parte de la expedición. Este es el tercer film del colombiano Ciro Guerra (“Los viajes del viento”, 2009 y “La sombra del caminante”, 2004).
Una película con varios momentos notables, una historia cuativante, personajes amables y algunas secuencias que descompensan el equlibrio de su estilo en pos de un merecido ajuste de cuentas El otro, con o sin mayúscula, es el sustantivo del que se abusa para hablar sobre lo que resulta ajeno, fascinante, amenazante; el otro que habla de otro modo y porque así es su mundo no es necesariamente el mismo. El otro de los antropólogos, de los lingüistas, de los traductores, de los facciones políticas, de las clases sociales. El otro de los filósofos, que puede ser infierno como también el rostro de lo otro que reclama una presunta respuesta ética inmediata. El otro de los cineastas y la pregunta inevitable: ¿cómo filmar al otro? Ese otro que puede ser un miembro de otra clase, o el otro que en el propio territorio de uno es un otro radical, como los sobrevivientes de la conquista. El abrazo de la serpiente es una de esas películas que confronta directamente con esta interrogación sobre cómo filmar aquello que se desconoce, una inquietud que puede parecer escrupulosamente biempensante, pero que es estéticamente insoslayable. Ciro Guerra, el cineasta colombiano del momento (y el más ambicioso de su generación), tomó un camino simbólicamente minado. En su película asoman todos los peligros de ciertas películas en las que unos y otros se encuentran o desencuentran: los indios amazónicos, los religiosos fervorosos, los hombres de la ciencia occidental. Dicho en otros términos, teología cristiana, sabiduría perenne y ciencia universal (y el incipiente capitalismo primitivo de la región) constituyen un cóctel de explosivos que exige precisión. Además, está el paisaje virgen de la selva amazónica, un ecosistema cuya contundencia clama por la sobreactuación. ¿Pudo el cineasta conjurar las delicias de la corrección política y la caligrafía esplendorosa? Inspirada en los diarios de Theodor Koch-Grünberg (1872-1924) y Richard Evan Schultes (1915-2001), el primero un etnólogo alemán, el segundo un biólogo estadounidense especializado en plantas medicinales y alucinógenas, la historia que cuenta El abrazo de la serpiente está dividida en dos tiempos, que corresponden a los respectivos viajes a la amazonia colombiana de Grünberg a principios de siglo y de Schultes unos 40 años después. En el filme, los dos hombres occidentales están unidos por una misma región, un mismo chamán y un interés común: una planta medicinal denominada yakruna, que a su vez es un regalo de los dioses para el pueblo del hechicero Karamakate, una sustancia que excede al pragmatismo médico y es más bien un vehículo natural que conduce a una dimensión sobrenatural. La película pondrá en imágenes ese potencial viaje y acierta bastante en su lacónica pero desatada visión en colores de un cosmos primigenio, único momento en el que el filme deja de verse en blanco y negro. El relato va y viene entre los primeros años y la cuarta década del siglo XX. En la selva es difícil distinguir el paso del tiempo, excepto por los pocos objetos que tienen alguna importancia en el relato: una cámara de fotos y un tocadiscos en el que sonará una obra de Joseph Haydn. La mayor evidencia de que el tiempo ha transcurrido es el propio Karamakate. El vigor físico es el mismo, su semblante desconfiado persiste, pero el crecimiento de su estómago y las evidentes arrugas de su piel indican tiempo vivido. Ciro Guerra arranca con el moribundo Theo, acompañado por su asistente Manduka, desesperado por encontrar la yakruna para salvarse. En cierto momento y sin aviso alguno el relato pasa a la visita de Evan en búsqueda de esa misma planta, de la que supo por su antecesor y que este jamás pudo encontrar. Alrededor de esa búsqueda, en la que el entendimiento suele prevalecer, la selva no estará exenta de peligros. Si bien se verá un jaguar y varias serpientes inmensas, la verdadera amenaza será humana: son los misioneros y los caucheros los agentes de la discordia. El gran tema de la película es la transmisión del conocimiento, y por conocimiento se entiende aquí el conjunto de saberes de una tradición sin método científico que la avale y otra tradición que cree en la objetividad de sus saberes. En este sentido, hay un cuidado equilibrio en sostener una valoración equidistante y simétrica entre la episteme precolombina y la de la ciencia moderna. Milagrosamente, el punto de vista del filme está inscripto en el espacio que existe entre una cosmovisión y la otra. Es por eso que Guerra evita, más allá de algún que otro lugar común, concebir en la visión de los pueblos originarios un saber más prístino y sagrado que el conocimiento occidental, que tampoco es estigmatizado como una forma de saber depredadora. Este es el punto más poderoso del filme: un pluralismo efectivo que se duplica en su afán por propiciar una universalidad polifónica incorporando un menú lingüístico pertinente en el contexto. Theo es alemán, pero puede hablar el kubeo para comunicarse con Karamakate, quien a su vez puede expresarse en español, idioma que tanto Theo como Evan hablan y que Manduka, que pertenece a otra etnia y su lengua madre no es el kubeo, también domina (lo notable es que entre él y Theo a veces hablan en alemán). Todos pueden aprender la lengua del otro, y justamente en esa intersección lingüística es en donde se pone a prueba la probidad de querer saber en serio algo acerca del otro. El demérito ostensible del filme pasa por su retrato del cristianismo. En un primer momento, Theo, Karamakate y Manduka se cruzarán con una misión situada en el medio de la nada. Necesitan alimentos y por esa razón deciden visitarla. Allí viven decenas de niños sobrevivientes de matanzas que un cura fanático evangeliza con las típicas y previsibles interdicciones del caso: los pequeños salvajes, almas dóciles e inocentes, deben hablar en la lengua del delegado de Cristo y desestimar las viejas creencias de sus ancestros. Si desobedecen, la pedagogía del látigo les espera. Más una caricatura que una crítica a los mecanismos de conversión forzada por parte del clérigo, el retrato del cristianismo es excesivo. Hay aquí un desborde de simbolismos y una descompensación respecto de la perceptible discreción en la forma en la que Guerra mira al resto de sus personajes y lo que estos representan. Esta hybris en el tono será fatídica en una segunda visita a la misión, ya en el tiempo del periplo de Evan. Aparentemente, tras la muerte del viejo sacerdote, un desquiciado portugués ha tomado ya no el lugar del mediador religioso sino que es una especie de Cristo encarnado al continente perdido. Los niños de antaño son ahora monjes o súbditos que están a la espera de un signo trascendente que los libere. La película deja entrever, a través de algunas fotos que se ven durante los créditos finales, que esa comunidad religiosa alguna vez existió. Más allá de la existencia concreta de ese colectivo sumido en una superstición perversa, ambos pasajes resultan inorgánicos respecto del relato central. Es como si hubiera un mandato cultural que el filme no puede desobedecer, un ajuste de cuentas que debe escenificarse en contra de una religión cuyos representantes traicionaron una doctrina inicialmente erigida en el amor. El abrazo de la serpiente es una película extraña. Su éxito ubicuo en festivales responde a un requerimiento global: el cine latinoamericano solamente puede dedicarse a retratar salvajes contemporáneos del asfalto o rescatar a los pocos buenos salvajes que han sobrevivido a la prepotencia del mundo del hombre blanco. El filme de Guerra a veces tiende un poco a la segunda vía, pero casi siempre consigue apartarse de ese imperativo estético del cine internacional. Su consagración, quizás, es fruto de un malentendido.
Es la primera vez que una producción colombiana alcanza una nominación al Oscar al mejor film en idioma extranjero. Tremendo logro del realizador Ciro Guerra no fue sorpresa, la película viene de una trayectoria de bastantes galardones en varios festivales importantes del mundo, entre ellos el Astor de Plata a la mejor película en nuestro Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Al verla se pueden confirmar todos esos laureles, ya que estamos en presencia ante una realización cinematográfica que sobresale por su belleza estética y narración sólida, pausada pero necesaria para desplegar un relato movilizador, con variables geográficas, antropológicas y psicológicas que le dan a la historia una fortaleza que excede los 125 minutos del metraje. Relatada en dos tiempos, nos encontramos con Karamakate, un anciano que vive en pleno aislamiento en la selva amazónica colombiana. En su momento fue un chamán poderoso, pero ahora padece de pérdidas de memorias y es reticente para cualquier vínculo humano, en especial con el de un hombre blanco, lo que genera un estado de “cómoda” soledad. El conflicto se plantea cuando aparece un etnobotánico norteamericano en busca de la planta Yacruna, que posibilitaría dar capacidad de soñar a aquellos que no la tienen. El chamán debe apelar a su memoria lábil, pero el realizador nos va contando con intensos flashbacks toda una historia vivida años atrás que llevaron al repliegue social del anciano indígena. Ciro Guerra convierte el film en una especie de road movie por los ríos y paisajes amazónicos, y nos enfrenta a vestigios y secuelas de la colonización depredadora tanto económica como religiosa, que no solo arrasa con ideas y creencias, sino también con vidas y pueblos enteros; se plantea la lucha por la preservación de identidad de algunas tribus y la deforestación natural y cultural de las raíces selváticas. A medida que el vínculo entre estos dos hombres se va construyendo a partir de la necesidad y desconfianza mutua, salen a la luz conflictos no resueltos y el egoísmo puro de la especie para preservarse. Hablada en nueve idiomas y filmada en 35 mm blanco y negro, que le brinda una inusual belleza a la imagen, sobre todo en una pantalla de cine, cada plano logra transmitir una delicadeza estética hipnótica; es así como la naturaleza amazónica adquiere un mayor relieve visual y las subjetividades de sus personajes se sumergen en un profundo grado de intensidad emocional. Claro que también se da el gusto de abandonar este formato en una lisérgica escena onírica. El film, además de ser un relato de tramitación del dolor, tiene un valor existencialista muy agudo e inteligente, ya que se cuestiona ciertos preceptos de la sociedad occidental: el aferrarse a los objetos, la riqueza del conocimiento, el respeto hacia culturas que nos causan ajenidad, el valor de las creencias espirituales de cada quien, el concepto de salvajismo y el abuso de colonización religiosa con fines económicos. Una historia cuestionadora, disparadora, emocional hasta en lo más recóndito y nos transita a un viaje ancestral que interroga nuestras certezas como sociedad “civilizada”.
El viaje dentro del viaje A veces ir en busca de un sueño se convierte en una obsesión. Ese sentimiento atravesó a dos científicos, un alemán y otro estadounidense, que expusieron su vida en la selva amazónica de Colombia con el único objetivo de encontrar una planta curativa, entre sagrada y alucinógena. La película de Ciro Guerra se inspiró en las vivencias de esos científicos, en épocas distintas, con la particularidad de que se relacionan con el mismo chamán, Karamakate. Relatada en blanco y negro, el filme expone en la crudeza del paisaje la soledad y la angustia de quien es el último sobreviviente de su tribu. La desconfianza hacia el hombre blanco será inevitable. Ese vínculo con el otro, por necesidad, también florece. Al igual que en “Fitzcarraldo”, de Werner Herzog, un blanco necesitará de un nativo para lograr su objetivo. El nativo lo ayudará por su espíritu solidario, pero también por curiosidad y hasta por control. Si tiene más cerca al hombre blanco sabrá que al menos podrá defender con su cuerpo lo poco que le queda. Y este chamán conducirá a ambos por el camino que los lleva a la yakruna. Pero el sendero que los guiará hacia esa planta medicinal también servirá para ver cómo el paso del tiempo hizo mella en la vida de Karamakate. Es un viaje dentro de otro. Porque el joven desconfiado y divertido que asomó en la primera búsqueda se convertirá en un ser huraño, quebrado, a quien en la Amazonía se los llama un chullachaqui, alguien sin memoria ni sentimientos, una cáscara vacía. Basada en un caso real sobre relatos de los exploradores que hilvanaron este derrotero, la película de Guerra tiene alta consideración de la crítica, tiene cierto aire poético, y el domingo próximo podría dar la sorpresa si gana el Oscar como mejor película extranjera.
La boa que cayó del cielo La trama es literalmente una travesía —cargada de simbolismos— por la naturaleza primordial y salvaje del corazón sudamericano. Su hilo conductor lo componen un chamán aborigen (Karamakate) guía de dos exploradores científicos que, en distintos tiempos, tienen un mismo objetivo: localizar la extinguida yakruna, una planta de poderes curativos. La historia es una fascinante exploración del choque cultural entre lo civilizado y racional, que separa y divide, frente a una cosmovisión integradora del mundo, donde los sueños abren caminos y acercan enseñanzas. El film se desarrolla y avanza entre lo real y lo onírico, entre el misticismo y la crítica social, con la constante del manejo ambiguo y desconcertante del tiempo, donde el chamán es siempre el mismo (Karamakate), pero lo vemos tanto anciano como en plena juventud, según se narra la historia de uno u otro explorador. Todo se entrecruza (las subtramas principales y paralelas transcurren entre 1909 y 1940). Con dosis justas de simbolismos y metáforas visuales, desde el mismo título del filme, la historia está siempre atravesada por la dualidad: dos expediciones con mucho en común y también complementarias; un científico viejo y enfermo vs. chamán joven; el otro, es un expedicionario solitario, joven y fuerte vs. chamán anciano. Todos, incluyendo a los espectadores, participan de una exploración visualmente hipnótica del hombre, la naturaleza y los poderes destructivos del choque cultural. Una travesía no exenta de terror y belleza. Nada complaciente El centro de la película encierra una reflexión crítica, poco complaciente, con ecos del Conrad de “El corazón de las tinieblas” y su amarga resonancia sobre el choque de culturas, que se visualiza en cicatrices sobre la espalda de los indios; dibujos borrados; piedras y troncos arañados; vestimenta que cubre la desnudez, cambiando la inocencia por la culpa. Un halo de misticismo acompaña todo el film, junto con la visión del indígena, que nos permite apreciar ese lugar sagrado de forma tan especial e íntima, esa cosmogonía donde la boa es sagrada porque cayó del cielo y se transformó en ese río serpiente que posibilita la vida y que tanto protagonismo estético tiene en la bellísima fotografía en blanco y negro. Están presentes en la historia, todas las críticas que se han hecho y se hacen a la degradación de la selva amazónica, al colonialismo que arrasa culturas y sus mundos, esclavizando y evangelizando, en pos de riquezas materiales. Ciro Guerra no pertenece a una vanguardia de cine formalmente nuevo; sin embargo su película puede encabezar con toda justicia esta nueva etapa del cine colombiano de proyección internacional. Al final, cambia la técnica: aparece el color y el relato escapa hacia otra cosa. Esa repentina derivación no funciona demasiado bien, pero en la inmensa mayoría de su metraje “El abrazo...” es una experiencia tan atrapante como emocionante. Con luz propia “El abrazo...” tributa tanto a películas y libros de aventura como de denuncias acerca del infierno verde en la selva amazónica. Se asemeja también a narraciones que circulan entre la literatura, el misticismo y la antropología, como las de Carlos Castaneda. Sin embargo, tiene el mérito de brillar con luz propia. La majestuosidad de la naturaleza es la verdadera estrella de la película que transmite la gloria del follaje, el oleaje del río, los dibujos del cielo que se reiteran en el agua y el luminoso perlado de la fotografía en súper 35 mm, que registra el paraíso y el infierno verde en los colores básicos del cine. La fotografía en blanco y negro aporta expresividad visual, matices y escalas en la creación de formas a través de la luz y la sombra. A pesar de algunas decisiones estilísticas temerarias, pero rara vez precisas, sus encuadres hipnóticos se amoldan a los sonidos y la música étnica que ayuda enormemente a introducir al espectador en el movimiento de la selva. Nominado al Oscar como mejor película extranjera y premiado en festivales como Cannes y Mar del Plata, este tercer largometraje del colombiano Ciro Guerra marca un hito de calidad para el cine latinoamericano a la hora de abordar sus mitos y tradiciones con proyección universal.
Ciro Guerra: La estrategia del conquistador persa El paso de El abrazo de la serpiente, del colombiano Ciro Guerra, por la terna a mejor película extranjera en los Óscar, expresa el movimiento tectónico de una época. Marca la llegada a un cine global y masivo de relatos desde el punto de vista del poblador originario de América. La historia de El abrazo de la serpiente invierte completamente la perspectiva tradicional del cine occidental respecto de la conquista y su concepción del mundo indígena. Es admirablemente astuta en el procedimiento que usa para lograr ese objetivo. Porque comienza de un modo más bien convencional, si se quiere, con un naturalista alemán que llega en canoa, junto con un indígena más “occidentalizado”, a una alejada orilla del Amazonas, en busca de otro indígena, un guerrero chamán, que al primer contacto con ellos se muestra hostil ante la aparición de un europeo. Poco después sabremos que el chamán vive solo en esas profundidades selváticas, tratando de preservar las tradiciones de su comunidad arrasada por los conquistadores. El alemán está enfermo y necesita el auxilio del chamán, que primero se niega a ayudarlo dado que considera a los blancos responsables de la catástrofe que viven los pueblos nativos del lugar. Le achaca que él también es parte del etnocidio. El alemán está estudiando las culturas originarias y lo convence de que sus intenciones son nobles. Posee un cuaderno en el que dibuja objetos y figuras de la iconografía indígena, y pretende llevar sus conocimientos sobre esas culturas a Alemania. La enfermedad del europeo es letal y, para salvarlo, el chamán debe proveerle de una flor con atributos medicinales, característica en la comunidad a la que pertenecía, pero extremadamente difícil de conseguir. El chamán termina aceptando acompañar al convaleciente, aunque no sin dudas. Hay una escena en la que el cacique de una aldea, que cobija en su itinerario a los tres viajeros, decide quedarse con la brújula del alemán, a cambio de la estadía probablemente, aunque sin haberlo consultado con él. Cuando se están yendo, al darse cuenta que se embarca en la canoa sin su brújula, el alemán pide que le sea devuelta insinuando que se la han robado los miembros de esa comunidad. Pero el cacique se muestra reacio ante el reclamo, dado que es él quien se quiere quedar con la brújula, como le manifiesta rápidamente. El cacique no da el brazo a torcer y el alemán se va enojado del lugar. Ya navegando en el río, el chamán le dice al alemán que al final es como todos los demás blancos. Él contesta que el sistema de orientación de las comunidades originarias, basado en la observación del cielo, se perderá si aprenden a usar la brújula. El guía de la expedición contra-argumenta que todos tienen derecho a ese conocimiento, que precisamente por ser un conocimiento no debiera ser propiedad del hombre blanco. Es interesante este planteo que hace el chamán dado que él jamás utilizaría la brújula, ya que es un receloso protector de las leyes de la selva y las tradiciones culturales de su comunidad. Esa es básicamente su lucha: preservar una forma de vida. Al europeo, a cambio de ayudarlo a encontrar la planta que lo curará, lo somete a un régimen de “prohibiciones”, que son aquellas reglas de cuidado del hábitat selvático, fundidas a creencias ancestrales acerca del lugar que ocupa el individuo en el universo. Dichas prohibiciones llevan a que el europeo no pueda alimentarse de pescado, aún cuando necesita recuperar fuerzas por su enfermedad. El chamán tampoco aprueba que quienes lo acompañan lleven consigo una escopeta, dado que considera a las armas de fuego responsables del genocidio indígena. Como sostiene Julio Cabrera en su nota para esta publicación (finalmente se cumplieron sus pronósticos para los Óscar), en El abrazo de la serpiente se describe el “viaje espiritual sin regreso” de un occidental que busca comprender lo indígena. La película es en sí misma una suerte de travesía interior hacia el corazón de una cultura poco frecuentada por el cine. Pero a la vez que invita a introducirse en esa otra temporalidad o modo de existencia, establece una especie de debate intelectual entre el europeo y el habitante originario de América. Más que un diálogo racional, se trata de una dura confrontación de cosmovisiones políticas y culturales. Cabrera manifiesta que para él es un misterio la razón por la cual esta película llegó hasta los premios Óscar. Me animaría a arriesgar que las causas de esa nominación responden a la estrategia de la película de presentarse como una cosa, pero en realidad ser absolutamente la contraria. La película comienza con la llegada del europeo “iluminado”, protector de la pureza de la cultura indígena, para luego revertir la situación y mostrar al chamán como el hombre de sapiencia y verdadero legado para la humanidad. Va otorgando, gradualmente, mayor legitimidad al discurso del representante de los pueblos originarios. Aunque la operación es más sencilla todavía: lo que va cambiando es el lugar desde el que se cuenta el relato. Quien parece el protagonista natural de la historia, el alemán, es reemplazado por el chamán, como lo demuestra el segmento final de la película, que transcurre años más tarde, en que éste último vuelve a ser centro de los acontecimientos. El alemán termina siendo un ser con vicios de europeo y el indígena no será un ser impoluto tampoco. Vive lleno de resentimiento y, en el fragor de un saqueo de blancos a lo que queda de su antigua aldea, decide quemar la planta medicinal mientras le recrimina al agonizante alemán que ese ataque también es su culpa. Pero años más tarde se arrepentirá de la actitud que tomó en esa ocasión y reparará su falta llevando a otro occidental, esta vez un norteamericano, también interesado en la misma planta sagrada, hasta la instancia ritual de su consumo. En nota sobre la película, el comentarista Fernando Dorado afirma que el chamán termina dando la razón al indígena que acompaña al alemán en su búsqueda: descubrirá que lo importante es cierta integración definitiva entre los dos mundos que estuvieron enfrentados. Esto se produce en la escena en que el chamán perdona al norteamericano de que haya querido matarlo y lo guía hacia su sanación espiritual. Hay cierta forma de perdón, o de reconciliación final, en esta historia, que se condice con el planteo presente en la ópera prima del director, La sombra del caminante (2004): un personaje que de niño pierde una pierna y a sus padres en una matanza perpetrada por los paramilitares en Colombia, descubre que la persona que lo ayuda a salir adelante fue uno de los verdugos de su familia. Este drama entre opresor y oprimido se resuelve de modos parecidos en esta obra y la recientemente estrenada por Ciro Guerra. La sombra del caminante es una película en blanco y negro también, de trama más urbana, con personajes salidos de un cuento casi mágico, pero que habla sobre la cruda realidad de individualismo y falta de solidaridad del presente colombiano. Tiene otros puntos en común con El abrazo de la serpiente, como una planta sanadora y el viaje de autoconocimiento que vive el personaje al conocer al individuo que será su amigo pero que esconderá un secreto terrible sobre su propio pasado. La segunda película de Ciro Guerra, Los viajes del viento (2009), donde el director se sigue aproximando a la propuesta que hace en El abrazo de la serpiente, muestra la vida interior de una Colombia rural y profundamente indígena. Un personaje que lleva como único equipaje un acordeón rojo con cuernos, que parece dejado en sus manos por el mismísimo diablo, y con el que toca vallenatos como poseído, peregrina junto a un joven mestizo que quiere aprender el arte de la música. También es una historia sobre lazos humanos, parentales y afectivos, viajes de autoconocimiento e iniciación, el arraigo del pensamiento mágico en la cultura americana, el latir de las raíces afro y la sabiduría indígena enclavada en el corazón de montañas ancestrales que irradian al resto del continente. Un potente discurso de la integración, presente en la obra del colombiano, y que habría que analizar, puede haber ayudado en la nominación. Así como también el hecho de que posea una historia fuerte. Pensándolo un poco creo que un valor que poseen los premios Óscar es que jerarquizan un cine con historias. Las nominadas a película extranjera también participan de esta preeminencia de las historias en el cine. Una serie de acontecimientos que incrementan la tensión dramática, momentos donde el conflicto narrado está en su punto más álgido y los necesarios desenlaces, que mueven a reflexiones o hasta disquisiciones de orden moral. Por todas estas características, creo que la película de Ciro Guerra supo llegar hasta donde llegó.
Crítica realizada durante el 30° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata El Abrazo de la Serpiente es una narración con tintes antropológicos que transcurre en el amazonas profundo, en dos épocas diferentes y cercanas a la vez. El director colombiano, Ciro Guerra (Los Viajes del Viento), nos trae las crónicas de dos forasteros que llegan al Amazonas, uno en el primer decenio del siglo XX y otro en la década del ´40 durante la II Guerra Mundial, ambos unidos por el encuentro con la misma persona: Karamakate, el último chamán de su pueblo que sobrevivió a las masacres que hubo durante la fiebre del caucho. La historia que transcurre a principios del S.XX narra las andanzas de Theodor Koch-Grunberg (interpretado por Jan Bijvoet) quien se encuentra en el amazonas colombiano gravemente enfermo, y un solitario jóven llamado Karamakate con gran sabiduría decide ayudarlo y comienzan un viaje por el río Amazonas en busca de una planta sagrada que puede curarlo. La segunda historia se da en la década del ´40, donde Evans (Brionne Davis) se encuentra con un ya mayor Karamakate y le cuenta que leyó el diario de viaje de Theodor y llegó hasta allí en la búsqueda de la planta sagrada ya que es un estudioso de la botánica, por lo que comienzan el mismo viaje reencontrándose con los puntos claves que marcaron al primero. Neo-Fitzcarraldo El Abrazo de la Serpiente es una película con un guión bien construido donde se desarrollan dos historias en paralelo tocándose continuamente, yendo y viniendo entre una década y otra, pero ambas mostrando lo mismo: el daño ocasionado por el hombre blanco cada vez que se encuentra con una cultura completamente desconocida. Si bien presenciamos los tres actos elaborados cual reloj suizo, los personajes carecen de profundidad y eso afecta la empatía de quien se encuentre sentado en la sala, así como también los tiempos de silencio o reflexivos, que no funcionan como tal tornando densa la narración. En cuanto a la factura técnica no hay más que elogios. La fotografía en blanco y negro realizada por David Gallego es increíble, con una textura y matices de grises del Amazonas más que destacables, sumado a movimientos de cámara sumamente prolijos, tomando en cuenta lo complejo de las locaciones. Respecto a las actuaciones no hay nada para decir, son muy correctas pero creo que lo que perjudica es, como mencioné anteriormente, las falencias en los personajes, los cuales no tienen profundidad y esto trae como consecuencia que no se produce un buen vínculo con el espectador. Conclusión El Abrazo de la Serpiente es una película que vale la pena ver en cines pese a algunas carencias de guión, ya que es de un goce visual pocas veces visto y trata una temática poco común por nuestros días aunque sí se se ha explotado en otras épocas del cine (Fitzcarraldo es quizás la que tengamos más presente, de hecho hay un guiño que seguramente lo noten cuando la vean). Si tiene su estreno comercial en nuestro país, y cuentan con el dinero y el tiempo, vale la pena que vayan y saquen sus propias conclusiones.
Una historia a contrapelo “El abrazo de la serpiente” está basada en los diarios de dos exploradores: el de Theodor Koch-Grünberg, etnólogo alemán, y el de Richard Evans Schultes, biólogo estadounidense. Ellos fueron los primeros en explorar en el siglo XX la Amazonía colombiana cuando esta aún era un territorio desconocido. A partir del encuentro que ellos mantuvieron con las comunidades indígenas de la región - Koch-Grünberg en 1909 y Evans Schultes en 1940 -, se comenzó a liberar un conocimiento que hasta ese entonces había sido ignorado por el mundo occidental. La película se propone contar cómo ese conocimiento - ese saber- fue descubierto al mismo tiempo que estaba siendo destruido. La realizaciónnarra así la historia de Karamakate, un antiguo y poderoso chamán, último sobreviviente de su pueblo. Lleva años viviendo en una total soledad hasta que un día llega Evan, un etnobotánico americano que siguiendo las descripciones del libro de Theodor von Martius busca la yakruna, una planta sagrada muy difícil de conseguir, capaz de enseñar a soñar. Karamakate acompaña a Evan en su viaje por el río y ambos se adentran en los secretos más profundos de la selva. A través de ese viaje iniciático, donde pasado, presente y futuro van entremezclándose continuamente, Karamakate irá recuperando recuerdos que creía perdidos. La historia no sólo se apoya en los diarios de los exploradores, sino también en un proceso de investigación y colaboración con las comunidades indígenas del Vaupés. Por ello el encuentro entre esos dos mundos que propone el film se hace tomando el punto de vista de las comunidades, ellas son las protagonistas. El director Ciro Guerra en diálogo con el programa español “Días de cine”, contó que a medida que avanzaban las charlas con los exponentes de mayor edad- sabedores, payés, etc.- el guión se iba volviendo más amazónico, invitando al espectador a una lógica desconocida. Parte de eso que el director llama lógica desconocida, puede apreciarse en la propuesta temporal de la película, en donde el tiempo no es lineal, ni progresivo. Aunque en su estructura el espectador puede apreciar lo que serían dos líneas temporales que corren alternativamente - una que inicia con el encuentro del explorador alemán con el chamán, y la otra con la llegada de Evan - el relato deja vislumbrar que lo que existe entre ambas historias son conexiones atemporales, una especie de misterio aún pendiente por descubrirse. “El abrazo de la serpiente” con sus rupturas y discontinuidades, intervalos y desplazamientos, cuenta una historia a contrapelo, en el mejor sentido benjaminiano. Por un lado, rescata el papel de los vencidos (en éste caso de los pueblos indígenas de la Amazonía) en la historia, a la vez que reivindica el presente, a partir de un pasado que, aunque inmaterial, continúa vivo en las acciones del hombre. Rodada en 35 mm y en un blanco y negro hipnótico que retrata toda la inmensidad y belleza de la selva amazónica, seguimos el viaje de Karamakate como una experiencia multicultural. La diversidad de lenguas - huitoto, español, alemán, cubeo, inglés, tikuna, portugués - y etnias muestran la riqueza y ambigüedad de culturas antiguas desconocidas u olvidadas. Otro aspecto fundamental, además de la fotografía, es el tratamiento sonoro. Difícilmente las imágenes alcanzarían esa potencia descomunal, sin el trabajo de todo el equipo de sonido, compuesto por especialistas de Colombia, Dinamarca, Canadá, Venezuela y Argentina. La reconstrucción sonora de una selva de hace más de un siglo requirió de una ardua tarea de investigación, restauración y búsqueda de archivos de ambientes selváticos. Pero como la idea era subrayar la espiritualidad manifiesta que recorre el film, también se utilizaron sonidos del útero materno, del universo y de ballenas. Para completar la tarea, el venezolano Nascuy Linares fue el encargado de componer la música original. La banda sonora eleva la obra a la categoría de producción fundamental de la nueva cinematografía latinoamericana. “El abrazo de la serpiente” ha cosechado infinidad de premios y menciones en festivales de todo el mundo. Aunque no ganó el Oscar a mejor película extranjera 2016, su nominación fue, ya de por sí, un reconocimiento al cine colombiano que desde hace años viene en franco crecimiento.
Un film fascinante. Dedicado a las desaparecidas culturas del Amazonas, pero con un vuelo talentoso y único, del director Ciro Guerra. El transforma a esta película es un trabajo distinto, personal, bello y enigmático. Filmada en blanco y negro (única opción del director ante los 50 matices del verde que reconocen los pueblos originarios) es un alegato, pero también una búsqueda de la belleza y el encuentro con la locura. No se la pierda.
El río que es como una anaconda Entre la recreación histórica y el mito, la película colombiana se sumerge en el Amazonas. La música y los idiomas, la violencia y la religión. La visión mística y un mundo que desaparece bajo el avance implacable del hombre y sus ansias de expandirse. Hay una afinidad dual en El abrazo de la serpiente. Responde a la necesidad de su puesta en escena, de una claridad formal que asombra, rodada como está en el Amazonas colombiano, entre su forestación bella y terrible. Rasgo que la asemeja, como experiencia física, al cine del alemán Werner Herzog. Pero antes bien, de lo que acá se hablaba es de la dualidad. En principio, podría pensarse la cuestión desde las instancias que son el inicio y el final, como extremos que se tocan porque de lo que se trata, dada la figura que el título propone, es de una serpiente. La boca que muerde su cola conforma el ciclo, para que la historia pueda ser contada otra vez, al volver indisociables el desenlace y su comienzo. De este modo, la película del colombiano Ciro Guerra encuentra su estructura -su mirada de mundo, su puesta en escena-, al emparentarse con un relato mítico, de pleito inevitable con el saber científico del hombre blanco. Lo que allí anida, entonces, es un relato bifurcado, que se sostiene a través de dos investigadores verídicos -Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes-, cuyo relevo de información ha permitido arañar algo de lo mucho que no se sabe acerca de tantos pueblos originarios. El film de Guerra recrea/mitifica a los científicos y articula sus viajes a través del diálogo temporal que hilvana la figura de Karamakate, un chamán que vive solo, como un vestigio de lo que ha sido porque, parece, presiente lo que finalmente sobrevendrá (en todo caso, esto es algo que podrá desprenderse de la totalidad del film). Karamakate será, a su vez, dos personas: una de ellas, joven y desafiante (Nilbio Torres), en compañía del alemán Koch-Grünberg (Jan Bijvoet); la otra, más añoso y templado (Antonio Bolívar), a la par del norteamericano Schultes (Brionne Davis). Situación que resulta en clave espejada, que también se piensa desde el mismo paso del tiempo en la persona que es eje del relato. En este sentido, el film vuelve casi indistinguible el lugar desde el cual situar su piedra de toque temporal; es decir, ¿la película hace pie a partir del joven o del viejo Karamakate? Mejor todavía, es la interrelación entre ellos lo que puede percibirse, a través de la alteración temporal que el montaje permite, sin pauta cronológica estricta, si bien con episodios que evidencian un antes y un después. De todas formas, lo que está en juego es la imagen devuelta. Tanto la visita del alemán como la del estadounidense, separadas en el tiempo, son guiadas por el interés en la planta sagrada que se denomina yakruna. Sólo Karamakate puede arribar a su encuentro, no sólo como destino por el que se esmeran los dos científicos, sino por la necesidad del recuerdo que supere al olvido. El recuerdo es el móvil del chamán viejo, preocupado por un saber que se está escapando con él. La planta alucinógena espera paciente; y de acuerdo con la propuesta formal, serán dos apariciones diferentes las que le tengan por protagonista. De esta manera, El abrazo de la serpiente se enrosca sobre sí en su propuesta temporal, porque posee una comprensión del tiempo que no es meramente cuantitativa, sino acorde con la percepción de una vida que equivale a la de muchos pueblos, cuyas culturas han sido vejadas, sometidas. Este es el lugar mayor del film colombiano, porque lo aleja de declamaciones o bajadas de línea con mensaje, mientras articula una concepción de mundo (y del tiempo) a la que logra hacer comulgar con el montaje cinematográfico. No faltarán los momentos más crueles, también grotescos. Si los idiomas indígenas guardan una musicalidad casi indescifrable, las lenguas más cercanas al espectador -español y portugués-, son las que saben pronunciar la palabra "caucho" con un esmero distinto. Lo evidencia el momento del cuchillazo sobre el árbol, de cuya corteza comienza a brotar el líquido blanco. La relación sígnica con la espalda del niño, herida a latigazos, promueve el uso de otra violencia. No será casual que quien responda a esta humillación, pero de un mismo modo, sea Manduca (Yauenkü Migue), el esclavo o asistente del alemán, alguien nada indiferente a las enseñanzas de estos blancos locos. El gesto no es menor, está claro, ya que acentúa en el "mestizo" una crisis que no podrá ser resuelta. Es por esto que también Manduca cumple una función dual en la película, atrapado como está en su identidad doble. El episodio señalado ocurre durante una noche de descanso, en la misión donde reina el terror de un religioso capuchino. Ese mismo lugar será revisitado, ahora en manos diferentes, con un lunático que se cree encarnación divina, para terminar ofrendando su propio cuerpo a los dientes de sus súbditos. Las dos son variaciones de una misma sujeción, ante las cuales el chamán emplea su paciencia furibunda. Porque de lo que se trata es de poder consumar su historia personal, para cumplir con el término del ciclo. Ahora, más que nunca, es necesario recordar lo que se es, porque tal como le dice al alemán: "Su ciencia sólo conduce a esto: la violencia". Párrafo aparte merece la dirección fotográfica de El abrazo de la serpiente, de un blanco y negro que hace olvidar la supuesta necesidad del color. La selva aparece como un abismo, también hermosa. Los sonidos de este mundo invaden al espectador entre murmullos de agua y animales. La única intrusión blanca que es acorde está en la música, allí cuando un gramófono despida un sonido que haga a Karamakate prestar una atención particular: la música es capaz de hablar por encima de todos los idiomas. El abrazo de la serpiente ha sido premiada en el Festival de Cine de Mar del Plata como Mejor Película, además de ser nominada en la categoría Mejor Film Extranjero en los últimos premios Oscar.
La voz del otro El abrazo de la serpiente (2015), la última película del talentoso director colombiano Ciro Guerra -premiada en el Festival de Cine de Mar del Plata y candidata a la mejor película extranjera en los premios de la Academia- comienza con las siguientes palabras escritas por el etnólogo alemán Theodor von Martius en su diario de viaje, a principios del siglo xx: “No me es posible saber si ya la infinita selva ha iniciado en mí el proceso que ha llevado a tantos otros a la locura total e irremediable. Si es el caso, solo me queda disculparme y pedir tu comprensión, ya que el despliegue que presencié durante esas encantadas horas fue tal que me parece imposible describirlo en un lenguaje que haga entender a otros su belleza y esplendor; solo sé que cuando regresé, ya me había convertido en otro hombre”. El epígrafe establecerá desde el principio, acaso como advertencia de lo que sucederá luego, la señal de una imposibilidad. Imposibilidad que será sobre todo narrativa: no es posible contar –por la incompetencia del lenguaje; pero en este caso preciso, por la impericia del lenguaje occidental- una experiencia transformadora. Recién después del epígrafe asomará la primera imagen del film: un indio en cuclillas observa ensimismado, como si esperase la evidencia de una amarga revelación, el lento fluir del río. Pero la contemplación de Karamakate, un poderoso chamán del Amazonas, será interrumpida de inmediato por la llegada de una canoa. Hacia él se acercará otro indio que traerá consigo, en grave estado de salud, al propio Von Martius. El indio solicitará la ayuda del chamán, le suplicará que salve la vida del etnólogo. Pero no será fácil convencerlo: el resentimiento de Karamakate hacia los blancos es considerable, los culpa de haber arrasado con la comunidad de los Cohiuanos, su propia tribu. Y sin embargo, luego de discutir un poco y meditarlo otro tanto, aceptará, y juntos los tres, sobre una endeble canoa, se desplazarán por el temible “infierno verde” en busca de la Yakruna, una misteriosa planta oculta capaz de curar almas enfermas. Exactamente la misma situación sucederá unos cuantos años después, cuando Karamakate, avejentado y atravesando ya sus últimos días, reciba la visita de otro blanco, la de un etnólogo norteamericano, quien preguntará, también él, por la misma planta, pero para resolver una dificultad de otra índole: la incapacidad de soñar. La película de Guerra se ocupará del recorrido de ambos viajes, alternando casi fantasmagóricamente los acontecimientos de cada expedición. Como un clásico relato de aventuras –el film se asienta en esa referencia genérica -, las dos canoas cruzarán el río, transitarán por distintos territorios y se encontrarán con una misma y triste realidad: la violencia sufrida por la comunidad indígena, la paulatina pérdida de su cultura. Serán testigos silenciosos de una guerra por el predominio del caucho, uno de los principales recursos del territorio amazónico. Los enfrentamientos permanecerán fuera de campo. Durante un feroz desalojo, simplemente escucharemos a los nativos escapar desesperados al grito de “¡Ahí vienen los colombianos!”. El trasfondo político del film será entonces recomponer qué sucedió en el Amazonas a principios del siglo pasado. Porque tal vez sea allí, en la disputa por la tierra de los indígenas, donde se encuentre el origen de la violencia en Colombia. El abrazo de la serpiente es, como la anterior película de Guerra –Los viajes del viento, 2008- la historia de un viaje. Un viaje que, también como en aquella oportunidad, reflejará una exploración formal. El film está filmado en blanco y negro. Decisión audaz y circunscrita, en primer lugar, al período representado, al verosímil del género sugerido: el blanco y negro de las pretéritas fotografías de expediciones. Por otra parte, su utilización buscará provocar una suerte de expansión perceptiva. La apreciación sensible del Tiempo. Reconstrucción de una travesía hacia un pasado determinado, narrado a partir de un punto de vista que suele ser elidido y que diferenciará la narración de otra de sus referencias insoslayables: Herzog. El que observa aquí es el indio. Su voz será puesta en primer plano. Incluso desde la exposición de su propio idioma, lo que suscitará en el espectador una impresión de extrañamiento, como el rumor leve de un secreto inaudito. En este último aspecto, el film colombiano presentará una dificultad sustancial: hasta qué punto será posible percibir en él la cosmogonía indígena, más allá de su respeto por la naturaleza, de aquello que la naturaleza sería capaz de ofrecer si se la respetara. Hasta qué punto será posible recuperar la complejidad de su perspectiva. En definitiva, en qué medida El abrazo de la serpiente podrá salvarse de la tentación por una exposición redentora de su exotismo, de una representación tranquilizadora -y por eso mismo inofensiva- de ese Otro con frecuencia silenciado. La transmisión del conocimiento ancestral que la película reclama por su evidente peligro de extinción terminará por resultar trivial. Acaso lo que apuntábamos al principio, lo que la película anunciaba veladamente al comienzo: la imposibilidad. Imposibilidad que no deslegitima los méritos de una buena película, pero que sí reduce su enorme potencialidad cinematográfica.