Daniel Burmeisteir es el cine independiente nacional. Tiene 58 películas grabadas en VHS y montada en dos video caseteras. Deambula por los pueblos del interior del país, escribiendo guiones afables, sencillos, divertidos, populares, con y para los habitantes de cada pueblo. Solo utiliza una cámara y un micrófono. Hace travellings en bicicleta, y cuando quiere actuar, le pide a algún vecino que le sostenga la cámara. No tiene estética, no piensa en historias existencialistas y no pretende que sus películas se estrenen en salas comerciales. El mismo, proyecta las películas, un mes después de grabarlas, en una sábana, en el Centro Comunitario del pueblo. Cine sencillo, honesto y sin pretensiones. La película del trío de directores sigue a este personaje tan estrafalario como encantador en la grabación de Hay que Matar al Tío (ni los Coen imaginarían un título tan bizarro para una película). Sin entrevistas, ni una estética demasiado distinta a la del protagonista, El Ambulante es una divertida y agradable película. Se trata ni más ni menos que un registro detrás de cámara de un rodaje, al que ningún programa de TV le prestaría atención. Sin golpes bajos ni demasiadas pretensiones es un testimonio de un cine diferente. Es una lástima que los prejuicios artísticos del BAFICI, no incluyan una retrospectiva completa o parcial de la obra de Burmeisteir. En cambio nos conformaremos con este agradable documental. La elección de incluirla en la Competencia Internacional fue un poco exagerada quizás, pero aún así se trata de una película que “hay que ver”.
Documental sobre el hasta ahora desconocido Daniel Burmeister, un director de cine aficionado muy particular. Su labor consiste en viajar a lo largo del país, visitando pueblos y ciudades donde en muchos casos el desarrollo de prácticas culturales es escaso. La labor del cineasta consiste en proponer ante su llegada a los municipios, el proyecto de filmación de una historia, donde los participantes técnicos y actores no sean otros que los mismos habitantes del lugar. Es así como Daniel logra con sus rústicos elementos técnicos, prestados en muchos casos, con historias sencillas y graciosas, involucrar a personas que viven en un mismo territorio, a veces sin interacción alguna. El pedido del cineasta a cada municipalidad consiste en que le brinden lugar de estadía y comida a cambio de su labor. Una vez culminado el proyecto, el film terminado se proyecta para todo el pueblo, unido como pocas veces para compartir un espectáculo cultural y de indentidad social.
Cine por dos pesos El documental de Eduardo de la Serna, Lucas Marcheggiano y Adriana Yurcovich sigue la peripecia de Daniel Burmeister, singular y verborrágico anciano que va de pueblo en pueblo filmando “películas artesanales”. El ambulante (2009) fue presentado en la última edición del BAFICI. En la sala repleta (que toda película en Competencia garantiza) quedó bien claro que si el film tiene timming y se disfruta de forma distendida, la principal clave está en Burmeister. Anciano “bonachón” y de un optimismo a prueba de balas, el hombre consigue alojamiento y comida gratis, una cámara un tanto rudimentaria, y -lo que es más importante- la complicidad amable y desinteresada de todo un pueblo. Se trata de un plan que instrumenta desde hace años, sin otro objetivo más que el propio regocijo y el de los participantes inmediatos. No hay en él vocación “festivalera” ni mucho menos comercial. Tampoco hay reflexión sociológica, tan solo la convicción de que su quehacer artístico puede contagiar el entusiasmo de los otros, en pueblos en donde ni siquiera hay salas de cine. El documental sigue el proceso de realización del film en cuestión, su austera edición (por decirlo de algún modo) y su posterior exhibición sobre una sábana. En su pureza y en sus matices más nobles (jamás subestima a los vecinos, por más cómicos que suenen sus diálogos) la película no deja de reflexionar sobre cómo concebimos al objeto artístico, hasta qué punto el ensamblaje de una obra puede definirse de forma autónoma y de forma social. Una de las claves de lectura para pensar esta dualidad está en la misma construcción de la película: lejos de llevar la impronta clase b de los films de Burmeister, su narrativa episódica y su excelente fotografía están precisamente en las antípodas de las obras de aquel. Los realizadores tuvieron la inteligencia de ver en el material la potencia de la figura del anciano, protagonista absoluto del film. En la transparencia y en la vertiente minimalista del guión está el mayor merito. No siempre “más en más”. De forma intersticial, se cuelan en el metraje anécdotas biográficas (del pasado y del presente) y algunos relatos que viran más hacia la comicidad, aunque las mayores risas provienen de los desajustes propios del método de producción. Un ejemplo es el del travelling, que Burmeister consigue siendo arrastrado por unos niños encima de una tela. El ambulante no pretende consagrar un modelo de producción débil, en un plano más abstracto se trata de un film que reflexiona sobre el quehacer cinematográfico desde otra perspectiva, puesto que si consideramos “artesanal” algo que en su génesis es industrial, nos estamos alejando del dispositivo-cine para hablar de otra cosa. Este retrato amable y distendido nos recuerda el placer que significa la expectación en la oscuridad de una sala, el poder de los géneros sobre el público masivo, el arte del cine como goce inmediato.
Por amor al arte Un pueblo, un hombre, una cámara, una historia. El ambulante es el documental que rescata de la ignorancia y revaloriza el trabajo que Daniel Burmeister realiza desde hace años por los pueblos del interior. En su auto, viejísimo y casi deshecho, el hombre lleva a los habitantes de los lugares más recónditos ilusiones y la posibilidad de participar de una actividad a la que, de otra manera, no tendrían acceso: ser parte de una película. En una historia que empieza con la llegada de Burmeister a través de una ruta polvorienta y termina cuando éste se va, El Ambulante recoge su experiencia en Benjamín Gould, un pueblo situado a más de trescientos kilómetros de la ciudad de Córdoba. El hombre, aficionado del cine artesanal, tiene historias escritas por él mismo que lleva adelante en un trabajo de alrededor de un mes, a cambio de casa y comida. Con mucha sencillez, este es un film adentro de otro; es el trabajo de Daniel hecho película. Para concretar el proyecto participan todos los habitantes del lugar, desde niños hasta los más ancianos. La oportunidad que estos films brindan a los pobladores va mucho más allá de ser actores por unos días; como ellos mismos cuentan al final de la historia, los preparativos y la filmación en sí les permiten interactuar y conocerse más entre ellos, despierta el sentido de la comunidad, provoca encuentros y los enriquece como personas. En lugares en donde el cine no existe, el hecho de vivir en carne propia un rodaje permite a los pobladores tomar contacto con esta actividad, ser parte de él y del proceso que conlleva. Así, los mismos actores son maquilladores, sonidistas, camarógrafos. Con un relato muy simple pero a la vez profundo que provoca cercanía, De la Serna, Marcheggiano y Yurcovich construyen un emotivo retrato del interior argentino, poniendo de relieve la simpleza, naturalidad y calidez de lugares que, de otro modo, pasan
Un filme a la medida de la gente El documental refleja a una persona que hace películas a medida. El protagonista de El ambulante es un hombre bueno. Al menos, al verlo retratado en este documental, uno no debería tener dudas de que se trata de una persona amable, amorosa, socialmente responsable, divertida y generosa. Así es el retrato que Adriana Yurcovich, Eduardo de la Serna y Lucas Marcheggiano hacen de Daniel Burmeister en el filme. Daniel se dedica a recorrer pueblos del país ofreciendo a las autoridades de cada lugar producir una película en VHS con y para la gente del pueblo. Películas pobres, de amigos, armadas con la buena predisposición de la gente del lugar que se divierte saliendo de su rutina y entrando en algo parecido a un “star system” de entrecasa. El filme -que compitió en el Bafici- toma una de esas experiencias y a través de ella vemos los distintos procesos del filme, empezando por la propuesta a las autoridades municipales, los pasos previos que Daniel da preparando la película, el cásting, el bastante improvisado rodaje y la exhibición del filme. Amable, sencillo, con algo de condescendiente y sin ponerse realmente a analizar si ese personaje es algo más de lo que exhibe (algún comentario al pasar y una breve comunicación telefónica parecen dar a entender que es más complejo), el filme divierte en tanto y en cuanto el espectador se ubique en la cómoda situación de “superioridad” que le da su lugar. Es, casi, como divertirse mirando los errores y pifies de un acto escolar, aunque ahí causa gracia y simpatía porque son los hijos o familiares... Esas risas son las que han hecho de El ambulante un documental inusualmente popular y, probablemente, pueda hasta ser de los más exitosos en su género. Es el cariño que transmiten los realizadores por la gente a la que retratan lo que logra alejarlo de la burla fácil. Aunque sólo por momentos.
Una historia mínima del cine El documental El ambulante recupera la figura del "Ed Wood" argentino Consagrado en la competencia internacional del último Bafici (donde ganó el premio del público) y galardonado luego también en varios otros festivales, este retrato sencillo y eficaz sobre Daniel Burmeister, una suerte de Ed Wood argentino que recorre los pueblos más aislados del país filmando solo, con su camarita de video al hombro, películas interpretadas por los propios vecinos, tiene todos los atractivos (empezando por buenas dosis de humor y empatía) para trascender el generalmente limitado alcance de los documentales. Los tres directores -con una mucho más profesional cámara HDV- siguen a este hombre de 67 años y casi 60 películas en su haber desde que llega en su destartalado Dodge 1500 al caserío de Benjamín Gould hasta que se retira -rumbo a otros destinos cinematográficos- luego de haber filmado durante un mes (y estrenado el producto terminado ante la atenta y emocionada mirada de los improvisados actores y del resto de los vecinos del lugar) una comedia muy bizarra que incluye desde escenas de casamiento hasta otras ambientadas en el cementerio local. Entre el making of y la historia de vida de este "loco lindo", los realizadores construyen un amable y por momentos emotivo trabajo (por suerte evitan cargar las tintas) que funciona mejor cuando descansa en una estructura narrativa más armónica que cuando apela a los testimonios a cámara o cede a cierta demagogia o a una mirada un poco condescendiente. Epica minimalista, film sobre los sueños y la fuerza de voluntad, El ambulante resulta una lograda reivindicación del cine más artesanal que se pueda imaginar.
Un Ed Wood de la pampa que filma por los pueblos Hasta ahora se sabía de la existencia de “Cine con vecinos”, iniciativa que los cineastas Fabio Junco y Julio Midú vienen llevando adelante desde mediados de los años ’90 y que apunta a la producción de films en la ciudad de Saladillo. Pero no se conocía a Daniel Burmeister, quien a los 68 años tal vez sea el primer artista cinematográfico de la legua. Como Junco y Midú, Burmeister filma con la propia gente del pueblo, a los que además de actuar les pide que colaboren con el casting, que lleven la cámara, que vendan boletos. Pero no lo hace en una ciudad, sino en todas a las que su destartalado Dodge 1500 rojo le permita llegar. Al influjo de su quijotesco protagonista, El ambulante –premiada, entre otros festivales, en la última edición del Bafici, donde ganó el Premio del Público– pone el género “cine dentro del cine” bajo una lupa de entrecasa, lúdica y naïf. “Del cerro vengo bajando”, canta Yupanqui, acompañando la llegada y partida de Burmeister. Simetría clásica que abre y cierra El ambulante con una cita de lo más pertinente: la errancia de este descendiente de alemanes hace de él el posible protagonista de alguna zamba de Chavero. De barba corta, hablar levemente atropellado y entusiasmo indeclinable, Burmeister es de esos tipos que antes de hacer lo que hicieron hicieron de todo. Escultura, carpintería, enseñanza del francés, títeres, viajes, manualidades varias. “Uy, esto está medio jodido”, dice, revisando el motor del auto, y la cámara muestra un radiador hecho pedazos. “Mañana le pongo un poco de poxipol”. Y va y se lo pone. “Llegó a decirme que estaba pensando en fabricarse un chasis de madera”, cuenta el intendente de la pequeña ciudad cordobesa de Benjamín Gould. Es en Benjamín Gould, a unos kilómetros de Río Cuarto, donde los realizadores Eduardo de la Serna, Lucas Marcheggiano y Adriana Yurcovich filmaron a Burmeister filmando. Posible inventor de lo que podría llamarse “repertorio de guiones”, el hombre tiene cuatro o cinco fijos y los filma de pueblo en pueblo. El que toca esta vez es Matemos al tío, comedia negra con prestamista odioso, deudores en fuga, aparecidos, enriquecimientos afortunados y un féretro que se abre por el camino. “¿Querés actuar en una película?”, pregunta el entrepreneur. “Tenés que hacer de muerto. La tapa del cajón queda abierta.” Burmeister no se achica: el rodaje incluye escenas de riesgo, una carreta de colección, el carro de bomberos, un travelling en manta y otro en bici. “¡Qué bien que filmo!”, dice como para sí el Ed Wood de la pampa, mientras edita en video. La proyección es un éxito. Medio pueblo se hace presente y los rostros de asombro, sorpresa y alegría no mienten. A Burmeister le queda la plata de las entradas. “Ahora tengo que filmar cinco o seis más en cuatro meses, para pagar las deudas”, dice y se va. Si se habla de Ed Wood, es en sentido timburtoniano: más de uno quisiera, como Burmeister, cambiarle la cara a un pueblo. Incluidas sus autoridades: en Matemos al tío, al secretario del intendente le toca hacer de cartonero. Como en los comienzos del cine, este pionero involuntario hace del rodaje una fiesta, un jolgorio, una aventura. Como en la infancia del cine, se diría: hay mucho de juego infantil en las risotadas que el realizador y los vecinos intercambian. La tríada De la Serna-Marcheggiano-Yurcovich filma sus andanzas con limpieza, concisión y montaje elíptico y preciso (ellos mismos la editaron). El ejercicio de una distancia cómplice les permite ponerse a salvo de la burla porteño-céntrica, pero también de la miniépica populista. No inflan a Burmeister a la condición de héroe cotidiano, historia de la Argentina secreta o algo todavía más horrible y ejemplar: modelo a seguir. En lugar de eso lo piensan como un tipo que hace lo que le gusta y es capaz de contagiarlo. Yupanqui lo llamaría piedra y camino.
Cine artesanal Entre que llega al pueblo y estrena la película en alguna sala del lugar proyectada sobre una sábana blanca, Daniel Burmeister tarda en promedio 30 días. En ese lapso llega al pueblo, se pone en contacto con las autoridades para acercarles su propuesta, se acomoda en su nuevo hogar temporario, realiza el casting para uno de los cuatro o cinco guiones que filma habitualmente, resuelve problemas concretos, busca ayuda técnica en el pueblo, comienza a filmar con la participación de la gente del lugar, finalmente edita y estrena la película un fin de semana. Este proceso se repite una y otra vez en cada lugar al que llega. En El ambulante lo seguimos en Benjamín Gould, provincia de Córdoba, a lo largo de todo este proceso. Daniel llama a su arte "cine artesanal": un cine realizado con medios muy precarios, sin grandes pretenciones, pero que se vive en la comunidad donde se realiza como un gran acontecimiento. El hecho de que se trate de un "largometraje", es decir, de una película en sí parece menos importante que el proceso de realización y la posibilidad que tendrán los habitantes de verse a sí mismos y sus espacios proyectados en la pantalla. De hecho, el concepto de la realización serial (Daniel dice que ha filmado unos 60 largometrajes y que a partir de un cierto punto comenzó a filmar los mismos cuatro guiones una y otra vez en diferentes pueblos, como si fuera una obra de teatro) nos aleja del cine como lo entendemos normalmente. El ambulante ofrece una perspectiva diferente sobre el cine y sobre la vida en un pueblo del interior del país. La forma en que se filman las escenas, las conversaciones con los habitantes, las reflexiones del propio Daniel componen un cuadro. A diferencia de las películas del ambulante, El ambulante está filmanda con un HD de muy buena definición y una técnica muy bien utilizada. Todo es trabajo documental, no hay imagen de archivo o preparación frente a cámara (aunque sí vemos cómo se prepara la filmación para la película dentro de la película); sí hay un trabajo sobre el paisaje y los encuadres vacíos que replican la vastedad y el ritmo pausado del lugar que se está visitando. Sin embargo, y a pesar de todo el encanto de Daniel Burmeister, esta película se diluye un poco. No hay una verdadera exploración, no hay un foco. Un poco como las películas del propio Daniel, El ambulante vale por la gente que filma, por el retrato (es Daniel el que hace la película), pero parece no terminar de explotar todas sus posibilidades como cine.
No es tanto lo cinematográfico en sí mismo sino lo extra-cinematográfico aquello que puede rescatarse de este documental que busca retratar y seguir los pasos a la figura de Daniel Burmeister. Sin hacer de su entrevistado una caricatura y sin caer en el facilismo de la burla, los realizadores acompañan al protagonista en su derrotero diario reflejando marchas y contramarchas de un rodaje colmado de situaciones cómicas, escenas conmovedoras y una incuestionable pasión por el cine. La obra de Burmeister, desconocida para muchos, se suma al colectivo de otras experiencias similares como las de Saladillo...
Bajo la simpatía y el buen humor que recubren El ambulante palpita una gesta épica, la del cine más independiente ajeno a los plazos e imposiciones de las producciones tradicionales, fundado sobre una matriz fuertemente comunitaria y con una voluntad de observarlo todo: la ficción, los géneros, la vida íntima de un pueblo, la realidad. Daniel Burmeister, que viaja por el interior recalando en diferentes pueblos, por lo general marginales y casi desconocidos, pide comida y alojamiento a cambio de hacer una película, siempre sobre, con y para el pueblo. El carácter de atracción móvil, casi de feriante, de Burmeister y su cine ambulante, hace pensar en una vuelta a los primeros años de existencia del cinematógrafo, cuando éste era un divertimento viajero cuya circulación social no se diferenciaba de la de un circo. Pero esa vuelta es, al menos en términos cinematográficos, imposible, porque Burmeister es un espectador evidentemente avezado en los códigos narrativos de los géneros y el cine en general. Por más frescas e improvisadas que parezcan, si hay algo que sus películas no son es, justamente, inocentes. Tampoco el trabajo de Burmeister es tan poco profesional como parece, ya que a medida que la filmación en el pueblo de Gould se acerca a su fin, el documental del trío Marcheggiano, de la Serna y Yurcovich lo va mostrando cada vez más como un realizador con una visión cinematográfica de largo alcance (esto se cristaliza sobre todo en la escena de la edición, donde los comentarios de Burmeister podrían confundirse tranquilamente con los de cualquier director o montajista “profesional”). Más allá de la línea humorística que propone la película, que arranca tímida para luego volverse cada vez más explosiva, o del interesantísimo contacto que se genera entre Burmeister y la gente y las instituciones de Gould, el punto fuerte de El ambulante, su verdadero centro, es el cambio operado en el personaje, la nueva luz con la que se lo exhibe a la par que avanza el relato, a medida que el personaje pasa de ser bastante tarambana a convertirse en un director con una visión del mundo sólida y coherente, como los más grandes.
Lo que hace a El ambulante mejor que mucho de ese cine que se nutre de los actores vocacionales o que posa su mirada sobre el ciudadano común en vínculo con el séptimo arte, es que no se pone por encima de nadie. No sé en qué lugar está escrito que una película no puede ser simpática o que al menos esto no debe ser un valor a tener en cuenta. Pasa que me crucé con varias voces que me señalaron que El ambulante de Eduardo de la Serna, Lucas Marcheggiano y Adriana Yurcovich era sí, simpático, pero carecía de mayor interés. Muchachos, para pedantes ya están algunas películas, sentémonos, disfrutemos y gocemos cuando algo está bien hecho, por más que sea “sólo” simpático. El ambulante se centra en Daniel Burmeister, una especie de realizador lo-atamo-con-alambre, que viaja pueblo por pueblo filmando películas con la gente, a cambio de comida y alojamiento. Nada más que eso pide Burmeister que es un señor muy entrador, muy simpático y al que de la Serna, Marcheggiano y Yurcovich siguen atentamente, también seducidos por su magnetismo 50 % real y 50 % producido. A ver, acepto que se cuestione la “simpatía” cuando se nota la manipulación y, además, cuando esto se hace en pos de traficar otras cuestiones mucho más complejas. Pero en El ambulante nada hay más lejos de querer aprehender al público a fuerza de dorarle la píldora o venderle espejitos de colores. Lo que tenemos es indudablemente un personaje magnético, pero el punto de vista de los realizadores no es ingenuo: si bien se saluda con agrado esta necesidad de hacer cine por el hecho de hacerlo, de tener una pasión y mantenerla de alguna forma, también hay espacio para pensar cómo Burmeister logra sus objetivos; cómo es, después de todo, un vendedor (y de ahí otra posibilidad del “ambulante” al que hace referencia el título) ofreciendo un producto. Que este producto sea cine, que resulte una forma artesanal y que provenga de la falta de prejuicios son aditamentos necesarios para el cuento, pero que no desvían la mirada de lo que Burmeister es. Y, finalmente, lo que hace mejor a El ambulante, mucho mejor incluso que ese cine que se nutre de los actores vocacionales o que posa su mirada sobre el ciudadano común en vínculo con el séptimo arte (y pienso en TV Service de Cohn y Duprat, y en Estrellas, de Federico León y Marcos Martínez), es que no se pone por encima de nadie. De la Serna, Marcheggiano y Yurcovich ponen la cámara a la misma altura que el resto y se sorprenden como lo hacen los habitantes del pueblo cordobés donde el protagonista ha ido a rodar. Sólo así, cuando finalmente la película en cuestión se estrene y la gente se vea a sí misma en la pantalla, se generará una extraña comunión entre lo observado y el que observa. La gente se ríe de sí misma, se divierte, aplaude, celebra; se siente importante por un momento. Ahí está el mayor acierto de este documental: que nutriéndose de un montón de elementos prosaicos y pasibles de caer en el ridículo, los respeta y rescata como una rareza pero nunca como un show de freaks. Y también, claro, que es muy simpático.
Cámara en mano recorre pueblitos revindicando con amor el cine artesanal Esta es la historia de un hombre bohemio que llega en su auto desvencijado a un pequeño pueblo con el propósito de filmar una película con los lugareños. Lo único que le pide al intendente es que le de alojamiento y comida. Del resto se ocupa él, para lo cual realiza trabajos de plomero, albañil, escultor y afinador de piano. De esta manera, una vez que obtiene alojamiento y comida, él mismo se encarga de buscar a los actores y rodarla. Todo lo hace de una manera artesanal. Sus películas son ficciones y el objetivo es terminarlas rápido, estrenarlas en el pueblo, cobrar 5 pesos la entrada y partir en busca de otro pueblo y otra película. Se puede decir que este director de 67 años hace cine artesanal, y en ese estilo amateur aplica el Dogma 95. Siempre con la cámara al hombro y con la precariedad de los lugares en que filma hace feliz a los lugareños que por un día son actores. “El ambulante” es una realización muy interesante que muestra que cuando hay ganas se pueden hacer las cosas. Aquí no nos vamos a poner a juzgar si es buen director o malo, lo que importa es que gracias a estas inquietudes este buen amigo hace feliz a mucha gente que se ve en pantalla grande como si fuese Darín.
Este pintoresco y entrañable trabajo documental encierra una película dentro de otra, nada que no se haya hecho antes, sin embargo las características de El Ambulante transforman este simple recurso en algo prácticamente sin antecedentes. Porque la esforzada y nómada tarea como cineasta de Daniel Burmeister tiene un inédito sesgo de espontaneidad, instantaneidad y entusiasmo a toda prueba. Un hombre que con su cámara al hombro y a bordo de un pequeño y desvencijado auto recorre pueblos alejados e ignotos ofreciendo la manufactura de un largometraje de ficción interpretado por los vecinos de cada localidad. A través del visto bueno de sendos intendentes y autoridades, este singular trotamundo esparcirá las bondades de una propuesta que luego redunda en un modesto producto cinematográfico capaz de emocionar y divertir a toda una comunidad. Su energía y capacidad creativa resultan fundamentales para desarrollar una tarea múltiple en la que logra abarcar prácticamente todos los rubros de un equipo cinematográfico. El registro y la recreación de esta suerte de epopeya está magníficamente narrada por los directores Eduardo de la Serna, Lucas Marcheggiano y Adriana Yurcovich, quienes de una manera sencilla retratan a un increíble personaje de la vida real y rescatan el espíritu esencial del cine.
Cuando en 1989 empecé a estudiar cine en la Escuela Superior de Cinematografía dirigida por Manlio Pereyra aún se filmaba en Super 8, se montaba con empalmadora, se pegaba la película con cinta transparente y se proyectaba con proyectores cuyo ruido era un efecto de sonido insoslayable. Aprendí cuestiones cinematográficas manipulando el material y descubriendo que la persistencia retiniana más que un defecto de la vista es una bendición de los sentidos. El video llegó después, no mucho más allá, y las cosas cambiaron porque se morigeraron los sacrificios del rodaje, al menos para los estudiantes de cine. Ayer domingo al mediodía reconozco en la calle Agüero a Lucas Marcheggiano y lo saludo. Lucas me comenta sobre la película que lo tiene como codirector que en Holanda a la gente le conmovió la cuestión de hacer cine sin dinero y que querían pasarle a los alumnos de sus escuelas las películas de Daniel Burmeister para que supieran que hay gente que hace las cosas en forma distinta. ¿Es que EL AMBULANTE trata sobre cómo hacer cine sin dinero? Sí, en últilmo lugar trata sobre eso, sobre hacer cine más que sin dinero con lo que se tiene a mano. Es que no hay cosa más importante que el cine, que encerrarse en una sala oscura a comprender cómo se vive en el mundo, y para eso no es necesario meter tanto la mano en el bolsillo sino saber mirar alrededor. Pero bueno, uno ha crecido, y como ha crecido la primera impresión que tiene de Daniel Burmeister es que es un chanta de película. Burmeister ideó un sistema para vivir de arriba que consiste en ir de pueblo en pueblo, por el interior de la Argentina, con la excusa de filmar con su cámara Super VHS historias como Matemos al tío haciendo participar como actores a los habitantes del lugar, exhibiendo el video más o menos al mes en el salón de la iglesia a precios módicos y vendiéndoles la copia del trabajo a los participantes, sus parientes y vecinos; durante el tiempo que dura su estancia en el pueblo Burmeister vive de las provisiones que le da un almacén y en la casa que le presta la intendencia del lugar. A las autoridades del pueblo las convence con las cartas de intención que otras autoridades redactaron tras su paso por la comunidad. Hay que sacarse el sombrero porque el viejo Burmeister es un capo de aquellos: hace 14 años que vive de eso y aunque tiene un Dodge destartalado hace lo que se le canta y hasta tiene un millón de amigos. Y ahí entonces se acaba eso de pensar con sorna sobre la gente cuando uno le tiene (¿sana?) envidia, porque uno es un sentimental y Burmeister tiene un millón de amigos. Uy. Tiene un millón de amigos... En EL AMBULANTE Burmeister llega al alba y se va al atardecer atravesando un camino polvoriento. Tiene el aspecto de personaje secundario en alguna comedia entrañable: afable, de hablar pausado y sereno y mayor como un abuelo. De a poco pero sin pausa vamos conociendo su modus operandi, a las autoridades de Benjamín Gould, al intendente del pueblo (un hombre gordo enorme con más cara de asombro que de desconfiado), a la almacenera, a un remisero, a los bomberos. Y es así que cuando llega el momento del casting uno haya perdido la aprensión inicial y sienta que lo quiere a Burmeister, tanto como para ir a Canals con él para convocar a algunos actores de ese pueblo vecino y que ya se hicieron famosos en otra secuencia de casamiento. Porque la película que filma Burmeister en Benjamín Gould, en Córdoba, al filo de Santa Fe, es la número 58 con uno de los cuatro o cinco guiones que Burmeister tiene en la manga para tales efectos. Y algo llama la atención a esta altura del relato: cada vez que Daniel Burmeister dice la palabra película el acento en la i estira la vocal y las eles suenan más musicales aún, como si esa palabra lograse proyectar sus más profundos secretos e intereses. Entonces tomamos conciencia que no veremos Matemos al tío sino que estamos viendo una película que diluyó las marcas del género documental como si fuera una acuarela humedecida por la emoción. Si Daniel Burmeister nos resulta más grande que la vida es porque Eduardo de la Serna, Lucas Marcheggiano y Adriana Yurcovich supieron observarlo sin calificación y nos muestran su trabajo concientes de lo que producen pero sin segundas intenciones. Lo importante para ellos es el trabajo de Burmeister, no EL AMBULANTE: quizás las películas de Burmeister no sean buenos ejemplos cinematográficos ni películas que rompan moldes establecidos para crear nuevas formas. Las películas de Burmeister son documentos políticos precisos porque consiguen fomentar el bien común y atienden el derecho humano de la gente de verse reflejada por el arte, no importa su envergadura técnica o su aliento de posteridad. Daniel Burmeister vive de esto, de filmar la vida de la gente, su propia vida; no vive con holgura ni tampoco es millonario, pero como Shane en el western de George Stevens tiene una misión que cumplir con las familias argentinas y luego se podrá ir satisfecho caminando hacia el sol a soñar el sueño de los héroes.