En este último trabajo de Cristian Pauls parecieran fusionarse las estrategias del documental etnográfico y el diario de viaje o bitácora, configurando una narración que por momentos permite hacer audible la voz de la producción, la voz del presente y, en otros momentos, parece correrse para dar lugar a otra visión histórica. Por un lado, tenemos el relato de aquella expedición sueca encabezada por Gustav Emil Haeger. Los objetivos de esa misión parecían ser el de instalar colonias, ver qué opciones había para la explotación de recursos y, por supuesto, realizar un registro fotográfico y filmográfico de las tierras habitadas por la comunidad Pilagá. Ese material luego fue reeditado en 1948 por William Hansson y Mauricio Jesperson, camarógrafo y guía respectivamente de la expedición original de la década del 20. Su estreno en pantalla grande llegó dos años después al mercado sueco. Por otro lado, está el relato del documentalista, quien realiza el mismo trayecto de Haeger 100 años después para reencontrar esa misma comunidad. Se interroga sobre la relación que los pilagá mantienen con su lengua, con su espacio, con sus ascendentes. Pauls confronta lo que ve con las imágenes que construye esa voz en off sueca que intenta describir un mundo inhóspito. Ambos relatos hablan indirectamente de la relación que puede establecerse con el otro, entendiendo al otro aquí como diferente, extraño, ajeno. Este aspecto, así como el formato de diario íntimo, recuerda un poco aquella aventura que realizara Lévi-Strauss en la década del 40 en su contacto con los mbyá guaicurú en el Amazonas profundo. Esa experiencia, que luego sintetizó sus resultados en la década del 50 bajo el título de Tristes trópicos fue importante para las ciencias sociales por motivos que no interesan aquí, pero uno de los aspectos problemáticos que Lévi-Strauss encuentra en las comunidades es cómo se construye la memoria y el traspaso de la tradición de una generación a otra. Por otro lado, cómo nos acercamos a aquello que queremos conocer. El resultado es una película visualmente impactante en la que la inmensidad del territorio se topa cada tanto con el detalle del archivo histórico. Pasado y presente, el mundo y el hombre, lo gigante y lo pequeño. El campo luminoso es, por lo tanto, un trabajo de investigación doble. Por momentos puede ser que resulte un tanto extenso pero se trata de una pesquisa difícil de sintetizar y en la que el realizador apuesta sin escatimar planos, imágenes ni escenas. EL CAMPO LUMINOSO El campo luminoso. Argentina, 2022. Dirección, guion, fotografía y producción: Cristian Pauls. Edición: Luisa Paes, Ignacio Masllorens y Cristian Pauls. Sonido: Joaquín Rajadel y Paula Ramírez. Música: Richard Wagner. Duración: 127 minutos. Reseña publicada por la autora en oportunidad de la cobertura de la 22da. edición del Bafici.
EL MISMO VIAJE, OTRA VEZ Un nuevo viaje sobre el mismo paisaje pero un siglo más tarde. Retomar esa travesía de hace cien años a la búsqueda de respuestas, acaso novedosas o no tanto para los nuevos responsables. Cristian Pauls transita ese terreno que frecuentó la expedición sueca a cargo de Emil Haeger en 1920 por parajes formoseños con la pretensión de trazar un puente entre aquel pasado y el presente. ¿Cómo observar hoy esos fragmentos de archivo en blanco y negro sobre un mundo casi desaparecido? ¿De qué manera pueden dialogar los recuerdos – papeles, imágenes – de la incursión nórdica con el director hoy conversando y escuchando a los últimos herederos de aquel mundo? La experiencia resulta abrumadora y gratificante durante las dos horas de El campo luminoso, documental ajeno a cualquier rutina del género y bien lejos de la meseta temática edificada desde la corrección política cuando se invoca a los pueblos originarios. Pauls se escapa de los lugares comunes confrontando las imágenes de archivo con la supervivencia en estos días de los últimos estertores de una población indígena y una región ya olvidados. No juzga en ningún momento sino que reflexiona y escucha con atención esos testimonios que remiten al pasado desde el presente. El director está en el plano junto a los indígenas pero jamás invade con su retórica, descartando el peligro del protagonismo, eligiendo un lugar secundario ante el relato de los otros. El peligro del pintoresquismo, habitual en esta clase de propuestas, es abandonado ya en los primeros minutos del documental a través de un sutil distanciamiento estético desde en el contrapunto del pasado con el presente donde no hay lugar para el subrayado y la bajada de línea. Se está ante un nuevo viaje sobre un territorio ya explorado: El camino luminoso, en ese sentido, es la película que completa un director, es un film iniciado hace cien años donde las preguntas pueden ser las mismas que se hicieron los nórdicos en 1920. Por eso la descripción de ese paisaje le gana la partida a la mirada paternalista y al detalle geográfico procedente de un manual enciclopédico. Ciertos ecos estéticos pueden remitir a las aventuras fílmicas del mejor cine de Werner Herzog (se trate de ficciones o documentales), pero también, se perciben señales de un maravilloso trabajo del director español José Luis Guerín. Me refiero a Tren de sombras (1997), homenaje al cine amateur desde las experiencias vividas – de manera casera – por un fotógrafo de origen francés durante la década del 20. Vaya casualidad, o no tanto. La expedición sueca transitó en esa misma década que la labor amateur de aquel fotógrafo. Allí Guerín continuaba el recorrido iniciado en la segunda década del siglo XX, y en El campo luminoso, en tanto, Pauls toma la posta iniciada por Emil Haeger. Con la misma intención que aquellos expedicionarios de hace cien años: que el viaje no solo trasunte el mero descubrimiento de algo novedoso sino el proceso interior, en este caso, de un director que completa una película iniciada tiempo atrás.
En estos últimos años no hay nada mejor que mirar nuestro presente mientras analizamos nuestro pasado, para así aprender de nuestros errores -cuan graves sean-, mejorar y lograr vivir en comunidad con todos los habitantes del suelo argentino. Este es uno de los objetivos de El Campo Luminoso, documental que desde el jueves 4 de agosto se verá en el Cultural San Martín. Las próximas fechas son: Jueves 4 y 25 de agosto a las 19:00hs; Sábado 6 y 27 de agosto a las 19:00hs; Viernes 12 de agosto a las 19:00hs; Domingo 14 de agosto a las 17:00hs; Sábado 20 de agosto a las 17:00hs; y Domingo 21 de agosto a las 19:00hs. Tomando como base la filmación realizada en 1920 de una expedición sueca, comandada por Emil Haeger, a la provincia de Formosa -donde reside el pueblo Pilagá- que tenía como objetivo instalar colonias y explotar recursos naturales, el film intenta llegar al lugar no solo para conocer al pueblo, sino también para mostrarles fotos e imágenes de aquel viaje y que el espectador se profundice en la historia y en los trágicos sucesos ocurridos. En lo que el realizador Cristian Pauls se destacó es en el respeto con el que fue contando la historia y relatando sus experiencias, muchas veces dejando que las imágenes hablen por sí solas, sin interponer su perspectiva con la de los pilagá. Esto logra una audiencia activa y que preste atención de principio a fin. Técnicamente, consigue unos climas impresionantes con la adición de algunos sonidos de ambiente en lo filmado en 1920; sale del silencio y con los relatos del diario de Haeger se llega a un estado de entera inmersión sensorial y así completar la película. Más allá de que la duración puede ser un poco larga, no significa que no sea una historia de interés. Al contrario, son momentos que como personas estamos obligadas a conocer. Es imprescindible saber sobre las masacres de Fortín Yuncá (1919), erróneamente atribuido al pueblo pilagá, y Rincón Bomba (1947), genocidio perpetrado por fuerzas pertenecientes a Gendarmería Nacional hacia los nativos. Nuestro pasado nos condena, pero además tiene el poder de enseñarnos a ser y convivir los unos con los otros.
Cristian Pauls realiza un documental curioso y fascinante. Reconstruye, sigue el rastro de un trabajo realizado por Gustav Emil Haegel en l920 por el Chaco Formoseño y su población originaria, los Pilagá. Cien años después contrata a una antropóloga, Anne Gustavsson que lo acompaña en esta travesía, le consigue el diario de Haegel que es leído en sueco, y transita, quizás con el mismo extrañamiento, ese recorrido. Y aunque el mismo reflexiona que es tan lejano ese territorio para su experiencia, como fue para los suecos, las intenciones son otras. Primero el rescata de la lengua de los pilagá y luego encontrar a los descendientes que fueron filmados, para dar lugar a los recuerdos, con una mirada actual. Pero también se evidencia esa atracción del viaje, de la exploración y el descubrimiento, de interés a lo desconocido que tiene el mismo impulso ayer y hoy. Pero por sobre todo evidenciar que ya cien años atrás existía el germen del maltrato y el desalojo para ese castigado pueblo originario que vivía en comunión con la naturaleza y era generoso con los extraños.
"El campo luminoso", ida y vuelta entre pasado y presente. El documental de Cristian Pauls confronta imágenes de una tribu de indios pilagá tomadas por un expedicionario sueco en 1920 con tomas actuales. Gestos de un mundo que ya se ha ido, pero que el cine se empeña en recuperar y mantener vivo. En 1920 una partida expedicionaria comandada por el sueco Gustav Emil Haeger se propuso recorrer una pequeña porción de El Impenetrable, en territorio formoseño, con la intención de cartografiar la región, documentar gentes y lugares y tender lazos comerciales. El registro de imágenes incluyó una buena cantidad de fotografías y varios rollos de celuloide expuestos en condiciones climáticas extremas de calor y humedad. El resultado de esas filmaciones recién vio la luz tres décadas más tardes, en el film Tras los senderos indios del Río Pilcomayo, que puede verse online en su totalidad en el sitio web https://www.youtube.com/watch?v=DySXbEzxkHk&t=138s Ese es el punto de partida no excluyente del nuevo largometraje documental de Cristian Pauls (ver entrevista aparte), presentado en sociedad durante la última edición del Bafici, y que a más de un siglo de esa travesía se pregunta cuánto ha cambiado desde aquellos tiempos para los miembros del pueblo aborigen pilagá, una de las tantas culturas originarias de nuestro país relegadas en más de un sentido. “El idioma pilagá tiene sólo cuatro vocales; la ‘u’ no existe”, afirma una lingüista al comienzo de El campo luminoso, título cuyo origen de tintes oníricos es mencionado bien avanzada la proyección. A su lado, el realizador maneja el auto que los lleva por senderos de tierra roja hacia destino. En paralelo a la charlas con ancianos pilagá, que discuten el sentido de ciertas palabras y expresiones esquivas y las traducen al español, Pauls suma un tercer lenguaje, el sueco, a partir de una voz en off que recita las palabras del expedicionario Haeger, tomadas de su bitácora de viaje. Las imágenes de Tras los senderos indios… se alternan con aquellas tomadas en la actualidad, comienzo de un ida y vuelta entre el pasado y el presente que permite, en forma de diálogo, una de las reflexiones más relevantes y profundas del film: “Entonces las hechas por los suecos son las imágenes que nos quedan de esa historia. Sí, pero la del hombre blanco, que en su avance se encuentra con la barbarie. La película sueca de 1920 y hoy otra película sobre aquella. ¿Para qué? Lo mismo: salvar los gestos de un mundo que se nos escapa de las manos”. No es casual que Pauls decida, cerca del final, poner su propia cámara de video, solitaria ante los bordes del inmenso monte, como testigo inmóvil del movimiento de la naturaleza que la rodea. Su registro, a fin de cuentas, no es demasiado diferente del de sus antecesores, aunque las intenciones sean otras bien distintas, permitiendo que sea el material en sí mismo, el propio y el ajeno, el que le imponga al montaje su propia lógica narrativa. Es por ello que al relato de aventuras pretérito, lleno de peligros naturales y humanos –los mosquitos, un tigre suelto, la acechante silueta de un hombre que podría ser miembro de una tribu enemiga–, le suma las llagas y heridas sin cicatrizar de las matanzas llevadas a cabo en pleno siglo XX, como la silenciada Masacre de Rincón Bomba, cuando en 1947 cerca de un millar de pilagás –entre ellos mujeres, niños y ancianos– fueron asesinados por fuerzas pertenecientes a la Gendarmería Nacional en un ataque sistemático y premeditado. Por momentos, el cineasta adopta el rol del entrevistador–etnógrafo, de espaldas a la cámara, mientras de frente el entrevistado responde a las preguntas. En un par de esas conversaciones, la ambivalente influencia del cristianismo –que el film detalla en varias escenas de índole religiosa– es discutida y puesta en tensión. La música y los cantos de los antiguos ya no forman parte de la vida cotidiana de los pilagás y su práctica es considerada profana, se dice en cierto momento. Es por ello por lo que la canción tradicional entonada por un anciano, que Pauls presenta en su totalidad, exhala una emoción difícil de poner en palabras. Antes de los títulos de cierre, sin observaciones ni notas al pie de página, El campo luminoso ofrece finalmente esas imágenes en movimiento de un grupo de pilagás tomadas en 1920, gestos de un mundo que ya se ha ido, pero que el cine se empeña en recuperar y mantener vivo.
En 1920 el militar sueco Gustav Emil Haeger encabezó una expedición científico-comercial por el Chaco formoseño (cerca de lo que hoy son las localidades de Las Lomitas y Pozo del Tigre) que por entonces estaban habitadas por la comunidad Pilagá. La misión contó con un extraordinario registro fotográfico y fílmico que dieron vida al documental Tras los senderos indios del Río Pilcomayo. Si bien aquel registro ya sirvió de base para una serie de Canal Encuentro sobre pueblos originarios y para Octubre Pilagá, Cristian Pauls lo utiliza de una manera muy diferente. Toma esas imágenes de extraordinario valor testimonial (luego sabremos que la lluvia arruinó muchos rollos por lo que el resultado podría haber sido aún más imponente) y el minucioso diario original que aquí es leído en off y en sueco para luego rehacer aquel viejo y ver qué ha cambiado (y qué no) en aquellas tierras. El eje es un largo y minucioso recorrido durante el que Pauls visita a los descendientes de los Pilagá originarios y analiza la situación desde distintos puntos de vista. En un momento, por ejemplo, se escucha la voz de Mirta Busnelli leyendo parte de una sentencia judicial que ordena múltiples “reparaciones” por parte del Estado luego de dos masacres contra aquel pueblo ocurridas en 1919 (muy poco antes de la expedición Haeger) y en 1947. En otro interesante pasaje de El campo luminoso Pauls se tienta con mostrarles a las nuevas generaciones pilagá algunas de aquellas imágenes tomadas por el equipo de Haeger a quienes fueron sus ancestros, lo que de por sí es una curiosidad, pero también encierra todo tipo de contradicciones internas y éticas respecto de cuestiones como el colonialismo. Pauls habla con una lingüista experta en el idioma de los Pilagá, pregunta y escucha con suma atención a sus interlocutores y reflexiona en off respecto de eventurales posturas e imposturas. El resultado es un largometraje algo excesivo en una duración superior a las dos horas que cabalga entre el documental etnográfico, el género de viajes y aventuras (por momentos aflora cierto espíritu herzogiano), y el ensayo sobre los dilemas intrínsecos de filmar a y contar la historia de los tan castigados, humilados y desterrados pueblos originarios sin caer en el paternalismo ni en el pintoresquismo.
Tomando como punto de partida valioso material fotográfico y fílmico registrado durante una expedición capitaneada por el militar sueco Gustav Emil Haeger en 1920, Cristian Pauls explora la actualidad del Chaco formoseño (la zona de Las Lomitas y Pozo del Tigre), donde aún viven descendientes de la comunidad pilagá, un pueblo indígena cercano a los tobas que conserva su propia lengua y también la memoria de las persecuciones que sufrió a lo largo de su historia en nombre de los sucesivos procesos “civilizadores”. Documental etnográfico y diario de viaje se cruzan en esta sólida película de más de dos horas que permite distinguir con claridad tanto las huellas del colonialismo (aquella misión sueca tenía como uno de sus objetivos principales analizar qué recursos naturales podían explotarse en la región) como las zozobras que persisten entre los integrantes de un colectivo que pretende conservar su identidad en un contexto hostil. “La Biblia es un cuento de los blancos, no de los indígenas”, dice una de las mujeres que entrevista el propio director del film, con un poder de síntesis ejemplar y en un tono en el que puede adivinarse una convicción que no han podido aplastar las frustraciones.
En 1920 un grupo de investigadores al mando del militar sueco Gustav Emil Haeger, realizaron una expedición científico-militar con claros objetivos comerciales, conocida luego como “Tras los Senderos Indios del Rio Pilcomayo”, atravesando las localidades hoy conocidas como Las Lomitas y Pozo del Tigre, habitados por el pueblo Pilagá en la provincia de Formosa. Todo el material que filmaron quedó asequible hace unos años, esto sumado al diario de viaje promovió al director Cristian
Cristian Pauls tras los senderos indios del río Pilcomayo El director de “Por la vuelta” se interna en el Chaco formoseño siguiendo la ruta establecida por exploradores suecos hace 100 años para filmar un documental sobre los Pilagá. En tiempos de expediciones europeas en territorios desconocidos, un grupo de suecos comandados por Emil Haeger se interna en territorio Pilagá. El objetivo es filmar el documental Tras los pasos indios del río Pilcomayo (1920), trabajo de exploración de comunidades ancestrales que distan del modo de vida de la civilización occidental europea. Al menos eso se entendía en tiempos de Nanook el esquimal (Robert Flaherty, 1922). Cristian Pauls hace un interesante recorrido siguiendo el diario de ruta de Haeger 100 años después, haciendo conexiones con la película, los Pilagá del siglo XXI y la visión eurocentrista de principios del siglo pasado. En ese puente observamos con una mirada a distancia, ideologías, cambios culturales y el incesante exterminio de una comunidad. El campo luminoso (2022), presentado en BAFICI, es un documental de procesos, recorridos y aprendizaje en el periplo. Funciona como documental etnográfico en la observación de los Pilagá, descendientes de quienes aparecen en el film sueco, pero también como documental de expedición, adentrándose en lo desconocido con la incertidumbre que pueda surgir del periplo. Escuchamos el diario de viaje de Haeger como hilo conductor del realizado por Pauls 100 años después, y vemos imágenes del film de 1920 contrapuestas con imágenes de la actualidad. Los Pilagá de entonces, adiestrados para hacer prácticas ancestrales para la centenaria película, con sus descendientes que narran la historia del exterminio de su comunidad a lo largo del siglo XX. La masacre de Rincón Bomba efectuada en 1947 y declarada crimen de lesa humanidad en 2019 es uno de los puntos de anclaje con el hoy que tiene este relato. Es interesante la manera en que el viaje invita a recorrer otro universo, del mismo modo que el film del período mudo o los distintos lenguajes escuchados. Esa dificultad de comprender, de empatizar, nos interpela en El campo luminoso de manera progresiva. Un film que deambula entre el descubrimiento y la imposibilidad de establecer una conexión concreta. Pauls no saca conclusiones sino que presenta el recorrido y lo contrapone con la distancia temporal, que invita a reflexionar desde nuestra cosmovisión los hechos acontecidos en el pasado pero, sobre todo, abre un interrogante sobre el presente de la comunidad y su estado de situación. Una comunidad que, como los hechos filmados en 1920 o la expedición sueca, parecen condenados a quedar en el olvido.
1920-2022. A más de cien años de la expedición del militar sueco Gustav Emil Haeger al Chaco formoseño, el director Cristian Pauls invita a revisitar la historia y el presente de los indios Pilagá, en este valioso film que puede verse en el Centro Cultural San Martín. Una película que además retoma las huellas de un primer registro fotográfico y audiovisual, reunido en el documental Octubre Pilagá, retratos sobre el silencio, de Valeria Mapelman (2010). Este cuenta con los testimonios de los sobrevivientes de la masacre de 1947 en Rincón Bomba, en Formosa. En El campo luminoso, Pauls contrasta aquellos registros, cuyos apuntes se escuchan leídos en off, con el presente, en una visita a los descendientes de aquellos Pilagá originarios. Un contraste que incluso toma su mirada, frente a los registros de sus antepasados, exhibidos por el realizador en este encuentro. Estos pasos sobre pasos construyen un acercamiento lleno de preguntas y cuestionamientos que están lejos de la mirada paternalista hacia los castigados, y son vibrantes y potentes como la voz y el lenguaje (del sueco al mataco-guaicurú) de sus protagonistas.
Un filme sobre otro filme, con resultados sorprendentes El director repite la travesía de “Tras los senderos del Río Pilcomayo”, película sobre los pilagá, pueblo originario del Chaco formoseño. En 1920, un equipo sueco llega a la Argentina con la tarea de documentar la vida de los pilagá, el pueblo originario. El producto de la travesía larga y ardua al Chaco formoseño fue Tras los senderos indios del Río Pilcomayo, filme construido a partir de los rollos que sobrevivieron al viaje, montado y estrenado en Estocolmo recién en 1950. Pero quedó otro testimonio, el diario personal de Gustav Emil Haeger, militar a cargo de la expedición, quien tomó notas de todo lo que vio. La empresa de los suecos fue uno de los últimos coletazos del espíritu expansionista del siglo XIX, que aunó el impulso colonialista con el gusto por lo exótico y lo desconocido. Más de cien años después, El campo luminoso, de Cristian Pauls, que puede verse todo el mes de agosto en el Centro Cultural San Martín, repite la travesía con otros fines: saber qué fue de los descendientes pilagá, pueblo que después de la masacre de Rincón Bomba en 1947 se dispersó hasta eclipsarse de la Historia. El director Cristian Pauls (Por la vuelta) viaja por los mismos caminos que sus antecesores suecos junto a una lingüista experta en el idioma pilagá. La pregunta inicial por la lengua del pueblo cede ante la presión de otros temas: los nietos de los pilagá que pudieron escapar de la matanza del 47 llevan una vida muy distinta a la de sus antepasados, de los que sólo parecen sobrevivir el lenguaje, las historias escuchadas y algunos rituales. La película opera en el intervalo: mientras que la expedición de Haeger, cautivada por el exotismo de la región y sus habitantes, busca una tribu ancestral totalmente ajena a las costumbres europeas, Pauls y su compañera de viaje, en cambio, encuentran a familias donde la tradición parece haberse fundido irremediablemente con otras instituciones culturales como la escuela, la Iglesia católica o hasta el psicoanálisis (una entrevistada interpreta un sueño refiriéndose al “subconsciente”). La película repone planos de Tras los senderos indios del Río Pilcomayo y fragmentos del diario de Haeger. El filme cavila sobre esos registros, y la reflexión conduce (no podía ser de otra forma) a los autores de los mismos. Los rollos filmados por el cineasta del equipo sueco registran tanto el mundo circundante como el punto de vista del camarógrafo y, por extensión, de toda una civilización. El director señala que la visión de los suecos está configurada inevitablemente por los presupuestos de la época: en el grupo de Haeger, entonces, el impulso de capturar un resto de vida primitiva, en estado salvaje, antes de su desaparición, es inseparable del proyecto del positivismo europeo. Con potencia propia Esa caracterización de los registros de la expedición sueca no le impide al filme apropiarse de la potencia del material fílmico y del diario personal de Haeger. Las observaciones de este último, leídas en sueco, le imprimen a las imágenes de Pauls una atmósfera sobrecogedora, que bascula entre la perplejidad y la maravilla (a esto contribuyen mucho los pasajes que se escuchan de Parsifal, de Wagner). Las notas de Haeger muestran un estupor mudo, sin adjetivos, ante un mundo para él inaccesible. Hay allí un atisbo de sublimidad, un asombro a lo Herzog, que desborda la psiquis y los sentidos de quien lo experimenta. Las palabras del militar sueco resuenan en los planos filmados en el presente y sugieren tantas distancias como insistencias. El campo luminoso muestra un respeto discreto por sus fuentes, sean los registros de la expedición como los testimonios de los descendientes pilagá. Interesado en el misterio de una tradición y de sus vaivenes en el tiempo, Pauls elude tanto la corrección política como el paternalismo que suelen contaminar estos temas. Al final, la película hace silencio y muestra fragmentos del filme original: el efecto es la conmoción producida por una alteridad irreductible y fatalmente perdida. Las imágenes no muestran a un “otro” idealizado, domesticado en nombre de la diversidad, sino las costumbres insondables de un pueblo cuyo misterio el director se niega a explicar.
“El Campo Luminoso” de Cristian Pauls. Crítica. BAFICI 2022 Matias Frega 23 abril, 2022 0 68 El nuevo trabajo del director Cristian Pauls, “El Campo Luminoso”, es parte de la Competencia Oficial Argentina de la edición número 23 del BAFICI. Un documental ambicioso que utiliza como base dos momentos diferentes de la historia argentina que poseen a los mismos protagonistas. En el año 1920 el militar sueco Gustav Emil Haeger encabezó una expedición científico-comercial a través del Chaco formoseño, territorio que por ese entonces estaba habitado por la comunidad Pilagá. De aquella travesía existen varios registros, tanto fílmicos como fotográficos, que luego fueron utilizados para realizar la película “Tras los senderos indios del Río Pilcomayo”. Más de 100 años después, el realizador propone seguir los pasos de aquella misión, pero en esta ocasión con el objetivo de visibilizar la historia trágica de aquel pueblo arrasado. Junto con una lingüista especializada en el idioma pilagá recorren los cientos de kilómetros que los antiguos exploradores atravesaron, recolectando testimonios de los descendientes de aquellos habitantes originarios que fueron víctimas de la masacre perpetuada en 1947. Relatos que guardan dolor y secretos, realidades propias que parecen ajenas, lenguas que conviven y buscan permanecer. Rostros invisibilizados que en primera persona cuentan sus historias y desempolvan el pasado. El director logra llevar al espectador a un viaje por suelos desconocidos, transmitiendo la incertidumbre que esto conlleva, valiéndose de las diferencias idiomáticas al utilizar como recurso la narración en idioma original de los diarios de viaje escritos durante la travesía de los suecos, proyectando así el mismo aire de desconcierto que ellos sintieron durante el itinerario. “El Campo Luminoso” trae a la actualidad una de las tantas historias oscuras y prácticamente olvidadas que fueron y son parte de nuestro país. Un trabajo que, a pesar de su ritmo lento y denso, resulta atrapante.
UN VIAJE POR EL CORAZÓN DE FORMOSA Por Franco Denápole (@fdenapole) El documentalista Cristian Pauls se entera de un viaje que realizó un grupo de expedicionarios suecos al corazón de Formosa en el año 1920. Siendo común en ese momento las travesías del hombre blanco que continuaba con su pretensión de descubrir, cartografiar y representar las zonas salvajes donde no había penetrado aún el progreso civilizatorio, Pauls explica en una entrevista que esta excursión le interesa más que otras no solo porque da lugar a uno de los registros más importantes que se tienen de la cultura pilagá (de la cual se reconocen como miembros, según el último censo de 2010, alrededor de 5000 habitantes argentinos), sino también porque los integrantes del contingente sueco llevaron una cámara y realizaron una película que fue estrenada en 1950 y cuyo título traducido fue Tras los senderos indios del Río Pilcomayo. El material del que parte Pauls es más que interesante. Tomando como documento básico algunos fragmentos de la película existente, y recuperando partes del diario del viaje del líder de la expedición, Emil Haeger, la película se propone contrastar el presente y el pasado del pueblo pilagá y de las zonas recorridas por la expedición sueca, trabajando siempre sobre la insoslayable cuestión de lo uno y lo otro, del hombre blanco y el aborigen, y su evolución desde 1920 hasta nuestros días. Para ello toma estos dos elementos y los cruza con material propio filmado en su paso por las mismas regiones formoseñas y a partir de su interacción con los descendientes de este pueblo originario. Los resultados son correctos. La decisión de intercalar el pasado con el presente, sobre la cual se sostiene toda su propuesta estética, no carece de una mínima planificación que responde al objetivo de generar climas o un cierto efecto narrativo. Por ejemplo, mientras la simulada voz de Haeger relata un dificultoso momento del viaje en el que el equipo tuvo que padecer las inundaciones generadas por las lluvias formoseñas, la cámara del director, muchas veces montada dentro de un auto que se mueve a través de las rutas que recorrieron los suecos, pasa por un tramo en el que se percibe un cielo nublado y amenazante. Son, sí, recursos algo elementales, pero que demuestran un criterio a la hora de organizar los materiales con los que se cuenta y conjugarlos para producir diversos significados. El campo luminoso logra, aunque con recursos formales más bien rudimentarios y sin evidenciar un pensamiento innovador acerca de los problemas que aborda, trabajar el documental original sueco y resemantizarlo, dando lugar a un diálogo polifónico que no reduce lo que quiere contar a una fórmula maniquea o demasiado didáctica. Sin embargo, su principal problema es la duración. Es difícil justificar los 127 minutos que Pauls se toma para poner en escena las cuestiones que le inquietan. La extensión del largometraje no se termina de sostener con lo que tiene para ofrecer, y el espectador puede quedar por momentos boyando ante cierta repetición excesiva.
Esta película retrata una expedición sueca de los años ‘20 realizada por el coronel Gustav Emil Haeger, a partir de la ruta definida tras los senderos indios del río Pilcomayo. La épica travesía fue filmada en registro mudo por el contingente sueco en Formosa, y el retrato aquí perseguido elige poner en tensión aquel pasado con el momento presente. Se recurre a diarios manuscritos escritos en idioma sueco antiguo, traducidos al español; los cuales se conforman en columna vertebral de la película. Encontrando en la improvisación una gran aliada, el guion de montaje reescribe completamente la película, brindándole vital orientación. El propio recorrido a la hora de investigar y documentar, confronta lo que podían haber sido aquellas inhóspitas geografías. A fin de cuentas, al viaje físico siempre acompaña otro interior. Y es en este viaje en donde uno se interna, dispuesto a perderse de toda lógica impuesta. El cineasta recompone caminos, pisa territorios desconocidos. En algún punto, importa más sortear el trayecto que llegar, y es aquí donde “El Campo Luminoso” se focaliza, en el deber de rehacer en el hoy la etnografía de aquel Chaco formoseño. Tres años de trabajo totalizan una obra hábil en plasmar las contradicciones y complejidades de una intrincada aventura: problemas climáticos y encuentros con animales salvajes ilustran lo dificultoso de aquella lejana gesta del siglo XX. Para el director Cristian Pauls, la idea germinal de un trayecto que vincula y coteja recorridos y tiempos cronológicos, resulta una forma de también mirarse a sí mismo. Un ejercicio de puesta en abismo que ofrece, a la vez, un fascinante estudio de espacios y antropologías, comprendiendo la importancia del pasado y como este opera en el presente. Pauls indaga en tradiciones borradas, se adentra en el misterio de aquellas originarias comunidades en relación. En cada plano, en cada encuadre, en cada silencio, aflora un sentido. ¿Será que filmando su objeto de estudio se filma a sí mismo?