Cicatrices de la negligencia En el desfile de las películas que en esencia se sostienen sólo por la labor de su elenco, definitivamente El Castillo de Cristal (The Glass Castle, 2017) podría llevar la bandera porque la obra en cuestión tiene unos cuantos problemas estructurales y de enfoque para con el material de base, las memorias homónimas de Jeannette Walls. Como si se tratase de una versión invertida y un tanto deficitaria de la excelente Capitán Fantástico (Captain Fantastic, 2016), este film de Destin Daniel Cretton también nos presenta la historia de una familia contracultural que vive en los márgenes de la sociedad de consumo y la idiotez generalizada del capitalismo, pero en vez de contar con una figura paterna noble y protectora -como en el opus de Matt Ross con Viggo Mortensen- aquí los integrantes del clan padecen a un padre alcohólico y negligente y una madre igual de descuidada y abúlica. Dicho de otro modo, en lugar de encontrarnos con un proceso de reconstitución familiar a partir de una tragedia y la necesidad de reingresar a un exterior odioso y banal, en esta oportunidad lo que tenemos es más bien una clásica espiral de atropellos y olvidos que resultan comunes a cualquier familia contemporánea, sean estos homeless de izquierda como los Walls o no. La trama comienza en 1989, cuando la hiper aburguesada Jeannette (Brie Larson) está preocupada por la posibilidad de que su prometido conozca a sus padres squatters Rex (Woody Harrelson) y Rose Mary (Naomi Watts), lo que provoca una serie de recuerdos sobre su infancia y adolescencia que constituyen el sustrato excluyente de la catarata de flashbacks y flashforwards que dan forma al relato. Junto a sus tres hermanos, la protagonista debe sobrellevar hambruna, continuas mudanzas y carencias materiales varias. La película por momentos se hace pesada no por la carga fatalista de las secuencias y su paradójica tendencia a querer condenar y exorcizar en simultáneo a los padres todo el bendito tiempo, sino debido a lo cansador de la arquitectura dramática y lo repetitivo que se vuelve a lo largo de las más de dos horas de metraje, siempre yendo y viniendo en el tiempo para -en última instancia- caer en redundancias del tipo “la protagonista de adulta es exitosa aunque tiene sentimientos contradictorios con su familia” y “hablamos de progenitores amorosos pero indolentes”, los cuales no alimentan a sus hijos, suelen ser violentos y crueles, se pelean cada dos por tres, generan que Jeannette se queme la mitad de su cuerpo y hasta no le dicen nada a la madre de Rex, la abuela de los niños, cuando ésta intenta violar al único hijo varón del clan (lo que suma pederastia a la colección de abusos). Como señalábamos anteriormente, el gran factor redentor del film es el desempeño del elenco, con Larson y Harrelson a la cabeza: ella hace maravillas con su principal marca registrada al actuar, léase esa frialdad que entibia de repente para dar el “golpe de gracia” a la escena, y él vuelve a demostrar que es un monstruo sagrado del séptimo arte de nuestros días, capaz de un rango emocional con el que otros colegas sólo pueden soñar. En El Castillo de Cristal lamentablemente queda en primer plano la obsesión hollywoodense con lavar los componentes más sórdidos de cualquier material de base con vistas a construir personajes demasiado sencillos e identificables para el público bobalicón del mainstream, circunstancia que aquí termina agravándose ya que el tópico inmaquillable de fondo es la pobreza, la cual -desde su visceralidad y urgencia- siempre se fagocita a las nimiedades del arte y mucho más a las pretensiones de redención que se dejan entrever en el final, ejemplo máximo de esos facilismos dramáticos forzados que suelen malograr aún más lo visto…
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En una historia rebajada que constantemente busca una redención forzada y se basa en las memorias de la periodista Jeanette Walls, sus protagonistas logran llevarla a buen puerto a base de grandes actuaciones que sirven de camuflaje para los idas y vueltas emocionales que se van agotando bastante temprano en el film. Trazando ciertas similitudes con “Capitán Fantástico” de Matt Ross, la familia de la joven Jeanette Walls (Brie Larson), conformada por su padre Rex (Woody Harrelson), su madre Rose Mary (Naomi Watts) y sus hermanos Lori, Brian y Maureen, vive al margen del sistema capitalista, moviéndose constantemente entre chozas despobladas y acampes al aire libre. Si bien esta situación resulta fresca y atrayente al comienzo, la ilusión de que las figuras paternas son algo más que un par irresponsable se disuelve muy rápido, exponiendo que constantemente justifican sus errores y falta de cuidado con una concepción primitiva de que en la vida libre y natural las graves quemaduras corporales o caer desde el tejado de una casa son situaciones perfectamente normales para niños que apenas llegan a la adolescencia. A partir de allí, entramos en un espiral que retrata los primeros años de Jeanette hasta mudarse sola poco después de alcanzar la mayoría de edad, en cuya etapa se encuentran la mayoría de los fuertes traumas provocados por un Rex que se sumerge cada vez más en el alcoholismo y lleva a cabo una serie de actos violentos a varios miembros de la familia, y una Rose Mary que no logra enfrentar exitosamente a su marido en ninguna de estas circunstancias. Si bien gran parte del film demoniza los actos de los padres, también tenemos algunos recuerdos felices que plantan la semilla para una suerte de intento de redención para las figuras paternas, el cual discutiremos más adelante. Entrelazada con estos flashbacks está la historia presente de Jeanette, que transcurre mientras ésta trabaja de periodista y durante su compromiso con David (Max Greenfield), un joven empresario de Nueva York con actitudes bastante opuestas a las de Rex y Rose Mary. De más está decir que las situaciones incómodas se siguen acumulando y excepto por algunas escenas en las que Brie Larson libera magistralmente toda la frustración contenida por Jeanette hasta el momento, el efecto dramático ya está casi completamente gastado y los intentos finales de recomponer las relaciones familiares y darle una inyección de satisfacción al film resultaron difíciles de comprar. Las actuaciones, como ya dijimos, son el punto más fuerte y los únicos pilares sobre los que se sostiene la noción de que estos personajes pueden generar empatía en el espectador. Woody Harrelson se complementa tanto con Brie Larson como con Ella Anderson, quien es magnífica como la joven Jeanette, y la interpretación de Harrelson es lo único por lo que podemos vislumbrar la posibilidad de identificarnos con Rex. “El Castillo de Cristal” probablemente pase desapercibida entre la crítica, la crudeza en partes del relato ciertamente atrapa al espectador, pero la falta de gravedad con la que se tratan algunas de estas partes hace difícil mantenerse comprometido por mucho, excepto cuando uno de los talentosos integrantes del elenco salva esas escenas.
El castillo de cristal, de Destin Daniel Cretton Por Mariana Zabaleta Basada en el best seller autobiográfico de Jeannete Walls, escritora y periodista estadounidense, El castillo de cristal resulta una propuesta tediosa y repetitiva hasta el hartazgo. Una estrella regala momentos de eléctrica excentricidad en el manto de sopor, Woddy Harrelson te amamos. El ser liberal e hippie en los Estados Unidos nunca fue una paradoja. Más bien la “tierra de las oportunidades” fue un campo fecundo de experimentación para quienes su expresión era el índice del ejercicio de su real libertad. Jeannete Walls (Brie Larson) describe, en primera persona, como el ejercicio de libertad de sus padres se convirtió, paradójicamente, en una jaula de hierro. El relato que Destin Cretton presenta es un tanto mísero. El disparador y presente de la historia es la presentación del prometido de Brie a su familia. Una serie de flashbacks comienzan a aclarar el porqué de la enigmática rigidez de la protagonista. No hay nostalgia sino más bien una herida abierta, de ella abreva el relato convirtiendo a sus protagonistas en crueles marionetas. Cierta premisa incomoda, esta familia se encuentra en el camino de la miseria y la pobreza solo por convicción, y eso lo hace legítimo. La historia pretende mostrar una familia que transita por múltiples carencias, pero la imagen no muestra ni tímidamente lo que conocemos por ello, alejándonos de cualquier empatía. Papá (Woody Harrelson) es alcohólico y mamá (Naomi Watts) se muestra deprimida, pero a su manera son artistas y ello los redime. Menudo cinismo. La tensión que mantiene el relato se genera en los episodios donde Rex, magníficamente interpretado por Woody Harrelson, despliega una interpretación que aúna un texto poético con su característico gesto frenético. Como Cronos furioso engulla a sus hijos en una carrera estrepitosa. Tamaño apetito excede la historia y “se come la película”. Salud a ello. EL CASTILLO DE CRISTAL The Glass Castle. Estados Unidos, 2017. Dirección: Destin Daniel Cretton. Guión: Destin Daniel Cretton y Andrew Lanham. Intérpretes: Brie Larson, Woody Harrelson, Naomi Watts, Ella Anderson, Chandler Head, Max Greenfield, Josh Caras, Charlie Shotwell, Iain Armitage, Sarah Snook. Producción: Gil Netter y Ken Kao. Distribuidora: BF + Paris Films. Duración: 127 minutos.
Fantasías enfrentadas a la realidad. Quienes recuerden el estreno hace unos meses de la película Capitán Fantástico, dirigida por Matt Ross y protagonizada por Viggo Mortensen, tendrán un buen marco de referencia para abordar la llegada a las carteleras de El castillo de cristal, de Destin Daniel Cretton. Como en aquélla, acá también hay un par de padres que deciden montar su proyecto de familia dándole la espalda a la sociedad de consumo, creyendo que de ese modo obtienen para ellos y para sus hijos un marco de mayor libertad. Aunque a diferencia del padre que interpretaba Mortensen, cuyas motivaciones tenían que ver sobre todo con cierta idealización de una utopía anarquista en tiempo presente, lo que mueve a la pareja que componen Woody Harrelson y Naomi Watts es, por un lado, el espíritu de su época –la de los últimos años 60, hippismo incluido–, que se presta como paisaje ideal para su aventura familiar, y por el otro cierto carácter marginal, de clase, que los convierte en una suerte de descastados raramente ilustrados. Bajo el cuidado de estos padres hay cuatro hermanitos, que tal como ocurría con los seis niños de Capitán Fantástico, también son pelirrojos. Basada en el libro autobiográfico de Jannette Walls, una de las niñas de la familia, la película tiene en su centro el vínculo de ella con su padre, tomando como base dos momentos específicos que deben ser vistos como pasado y presente dentro de la ficción. Por un lado el de la niñez y por el otro el de la primera etapa de la vida adulta de Jannette, a finales de los ‘80. Cada una de estas etapas, que en el relato se trenzan hasta generar un diálogo en el cual el presente por lo general asume un rol de respuesta sobre los hechos del pasado, están signadas por dos recorridos opuestos. Recorridos que, más allá de las particularidades de esta familia, no son muy distintos de los que se producen en la mayoría de los vínculos entre padres e hijos. A la primera etapa le corresponde el idilio de la infancia, en la que la pequeña Jannette y sus hermanos están enamorados de sus padres y sobre todo de Rex, el patter familia interpretado con la calidad acostumbrada por ese actor versátil que es Harrelson. Claro que ese romance se irá rompiendo a medida que los chicos crezcan y comiencen a ver las enormes fisuras del falso sueño que les proponen sus padres, y las miserias que ellos cargan como cualquier otro ser humano. La segunda etapa viaja en sentido inverso, con una Jannette periodista y a punto de casarse con un yuppie, que aborrece a sus padres. No tanto porque representan una mirada opuesta de la realidad que ella ha elegido, sino porque en ellos sigue viendo a su propia fantasía infantil hecha pedazos. Podría decirse que de alguna manera El castillo de cristal es una película romántica, en la que los enamorados son ese padre y esa hija que, como en el poema de Oliverio Girondo, “se miran, se presienten, se desean”, van y vienen del amor al odio, dándole forma a un curioso subgénero al que se podría definir como de romances edípicos.
La esperanza es lo último que se pierde El director Destin Daniel Cretton vuelve a trabajar junto a la ganadora del Oscar Brie Larson como ocurriera en la excelente Short Term 12, en este caso para darle forma a una biopic que cuenta la particular historia de una familia nómade de la actualidad. El elenco lo completan los nominados al premio de la Academia Woody Harrelson y Naomi Watts. Distintas idas y venidas en el tiempo le dan forma a esta historia real que sigue los pasos de Jeannette (Larson) en dos etapas muy distintas de su vida divididas por la difícil decisión de abandonar la convivencia con sus padres a muy temprana edad. Porque lo que tenemos es una muy buena escena inicial donde vemos a una Jeannette vestida muy elegantemente a la salida de un evento social de alta alcurnia solo para que todos esos elementos choquen con una pareja que está pidiendo plata en la calle y acomodando algunos colchones viejos para pasar una nueva noche a la intemperie. Ese choque, que se produce metafórica y literalmente cuando el desalineado hombre vestido con harapos hace a un lado a su mujer y casi se lleva por delante el auto en el que va Jeannette, marca el inicio de ese relato que va y viene en el tiempo para explicarnos cómo cada uno de estos tres personajes llegaron a ese momento que los reúne porque lo que nos enteraremos a continuación es que estos dos desafortunados que viven en la calle son los padres de la protagonista. Basada en la novela que cuenta el caso real de esta familia, El Castillo de Cristal se presenta como un relato dinámico y de alta carga de empatía mientras vemos como una familia muy unida y cuyos miembros (además de sus padres, Jeannette vive con sus dos hermanos menores) permanentemente demuestran el amor y solidaridad que los une debe afrontar la difícil situación económica que siempre los ha caracterizado y que encuentra su origen un poco en la herencia y en las circunstancias poco favorables en que nunca dejaron de estar y otro poco en el proceso de autodestrucción involuntaria que Rex y Rose Mary, padres de los tres chicos, proponen a partir de su estilo de vida libre, despreocupado y reticente de acatar las normas sociales impuestas. Con una madre que siempre dedicó su vida a la pintura y un padre sin trabajo estable y con severos problemas de alcoholismo, estos tres niños -con especial foco en Jeannette- constituyen el centro de una historia marcada por la supervivencia, el amor familiar, la capacidad de nunca perder las esperanzas y el crecimiento en tan difíciles circunstancias que indefectiblemente termina decantando en la toma de autoconciencia de que los padres no siempre tienen razón y nos llevan por el camino correcto. El fuerte trinomio protagónico sostiene a una historia de alta profundidad emocional que por las complejas características de varios de sus protagonistas y de ese salteado recorrido temporal se vuelve algo desorganizada aunque sin perder el foco de su verdadera tesis. Tesis que es expuesta de forma muy contundente en la escena de mayor carga dramática al final de la película y que tiene como protagonista a la relación entre padre e hija que, incluso después de todo lo vivido, tiene tiempo para mirar atrás y recordar esos momentos de dulce esperanza, tal vez ficticia pero esperanza al fin, cuando el contexto y sobre todo el futuro parecían prometer nada más que oscuridad.
El castillo de cristal es una película rara. La historia es una adaptación del libro de memorias homónimo de la periodista de chimentos Jeannette Walls que se convirtió en best seller en Estados Unidos. El argumento describe las experiencias en su infancia y adolescencia al crecer con un padre alcohólico y una madre artista más preocupada por sus obras que en alimentar a sus hijos. El film se desarrolla en los años ´80 donde Brie Larson interpreta a la periodista en su etapa adulta y a través de flashbacks se narran las distintas experiencias que vivió la familia durante la década de 1960. La película del director Destin Daniel Cretton genera bastante ruido por el modo en que abordó las temáticas más fuertes de esta historia que lidia con abusos y violencia de género. Durante el desarrollo de la trama hay un esfuerzo descomunal del director en intentar retratar a un padre alcohólico y golpeador como un hippy incomprendido de la sociedad, algo que genera muchísimo rechazo en este film. El castillo de cristal parece por momentos el discurso de una mujer golpeada que intenta buscar argumentos para justificar las agresiones que sufre. El personaje de Woody Harrelson, quien brinda una buena actuación, hace cosas terribles en esta historia. Golpea a su mujer, sus hijos pasan hambre porque no trabaja y se la pasa perdido en la bebida y peso a todo el director se empeña en retratarlo como un soñador idealista de los años ´60. El año pasado se estrenó una gran película con Viggo Mortensen como fue Capitán Fantástico, que compartía una temática muy similar. El rol de Mortensen era algo extremista en sus filosofías hippy pero al menos era un hombre que amaba a sus hijos. La película se encargaba de retratar la falencia que tenía su conducta y no justificaba sus errores. El castillo de cristal pretende que nos emocionemos con la historia de un abusador que no genera la menor empatía y la superficialidad con la que se abordan las cuestiones más oscuras de la historia dan como resultado un film que no termina de funcionar. No ayuda tampoco a que la artificialidad de los momentos dramáticos convierta a esta producción en tedioso bodrio deprimente con el que cuesta tener alguna empatía. Ni siquiera la presencia de Brie Larson, quien brinda una de las interpretaciones más aburridas de su carrera, consigue levantar este drama olvidable que no merece mayor atención.
Entre el dolor y el perdón Basada en las memorias de la periodista y escritora Jeannette Walls, El castillo de cristal tiene como epicentro la figura paterna: alrededor de Rex Walls (Woody Harrelson) se concentran todos los dilemas de una época, todas las tensiones de una vida. Estructurada a partir de un extenso flashback, el film comienza en 1989, cuando la adulta Jeannette (Brie Larson) está a punto de casarse con un asesor financiero, vive en un lujoso piso en Nueva York y escribe una columna de chismes en la prensa neoyorquina. Ese sueño yuppie de los 80 contrasta con un pasado contracultural en los extensos territorios del viejo oeste, con una infancia cifrada por una familia nómade, por padres aventureros e irresponsables, por una contradicción permanente entre el deseo de libertad y la necesidad de orden. Tanto el apego a la experiencia vital del texto de Walls como la inquietante interpretación de Harrelson otorgan a la película de Destin Daniel Cretton un pulso que por momentos se oscurece ante el insistente deseo de hacer de ese relato una parábola, subrayado en algunas frases explicitas y altisonantes. Pero más allá de que Rex y Rose Marie (Naomi Watts) se transformen en el mito caído del hippismo, artistas y librepensadores convertidos en fracasados sin hogar del Lower East Side, es en la mirada presente de Jeannette donde esas tensiones se dirimen, entre los deberes de los padres y los amores de los hijos.
Es la historia esta sacada de un best seller, que escribió una ex periodista especializada en chismes en New York que decidió contar como fue y como es su familia disfuncional. Con grandes actores para una visión edulcorada de un constante maltrato infantil de parte de una madre abandónica que no cuida ni cocina para sus chicos que suelen pasar hambre, porque el poco dinero que tienen se lo gasta su padre alcohólico que además suele ser violento. Estos adultos que se presentan como antisistema, en realidad son terribles como padres: no son responsables de sus hijos, no les dan educación, salvo las explicaciones de un padre que cuando no esta borracho derrocha conocimientos de aparentemente todo, no les dan cuidados médicos salvo cuando están graves. La madre pinta y cuando esta inspirada no se molesta aun cuando los chicos pequeños reclaman comida muertos de hambre. El padre trabaja poco, tima mucho, se toma todo. Viven en casa tomadas, sin agua, sin cloacas, rodeados de basura. Con todo eso, la autora no quiere hacer creer que es posible el perdón, que valen algunas palabras inspiradas, con situaciones como cuando les regalaba estrellas y que un padre así puede ser perdonado porque fue abusado de pequeño. Y una madre que tenía dinero, prefirió no usarlo porque la tierra no se vende y es mejor vivir como lo hicieron. En fin. ¿Todo vale para tener a una familia unida? Grandes actores al servicio de una historia durísima que no convence con sus indulgencias: Dirigió Daniel Cretton que escribió el guión con Andrew Lanham.
Cuando se trata de historias con títulos grandilocuentes, por lo general podemos esperar que haya personajes bastante extravagantes detrás de estos relatos. Tal es el caso de Rex, un padre de familia con una personalidad única y anclaje en una historia de vida real. Woody Harrelson encarna a este renegado de la sociedad que no encaja porque no quiere, ya que cualidades le sobran. Pero Rex y su esposa Rose Mary (Naomi Watts) son espíritus libres eligiendo un modo de vida poco convencional, que funciona para ellos pero no tanto para sus hijos. En el drama familiar está el alma de esta historia, protagonizada por una sobria pero magnífica Brie Larson, desde cuyo punto de vista somos testigos de las desventuras de los Walls. Larson interpreta a Jeanette Walls, una famosa periodista de espectáculo que escribió sus memorias sobre una familia disfuncional y pintoresca, alcanzando la lista de best sellers del New York Times durante siete años seguidos. Después del éxito de su libro, Jeanette se retiró de Manhattan a las afueras del país para continuar su carrera como escritora, abandonando para siempre los chismes sobre celebridades. No todos pueden elegir su carrera, algunos son elegidos por las circunstancias. Jeannette navega las aguas torrentosas de su destino con las mejores herramientas de las que puede disponer, dado el contexto extraordinario en el que se encuentra durante su infancia y adolescencia. La película lo cuenta de una manera inteligente, con flashbacks que conectan su presente de éxito en la New York de los años ochenta con su pasado de carencias a través del país, según los caprichos de su familia. Una tribu tan disfuncional como querible, tan extremista y desconectada de la realidad como se puede concebir. Quienes amaron Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, 2006) seguramente apreciarán la ternura y el crudo humor de esta película, que a su vez conviven con una amargura digna del relato basado en la realidad, apenas romantizado pero sin dejarse engañar por la nostalgia, manteniendo el espíritu de una historia llena de necesidades, tristeza e incluso violencia y abusos. La vida pasa por la pantalla como un retrato perfecto de los recuerdos de esta mujer compleja con un pasado persistente, que intenta dejar atrás en lugar de reconciliarse con todo lo que la llevó hasta el lugar donde está. Los puntos de quiebre elegidos para la narrativa son tan acertados como el tono en el que está contada, actuada y dirigida. Si alguna vez leyeron El Plan Infinito, de Isabel Allende, esa novela donde la vida de un soldado es contada a través de su repaso por una infancia de pobreza y abandono, a pesar de su posición privilegiada en la escala social, es probable que su eco resuene en la historia de vida retratada en este film, guiada por el mismo delirio místico y casi mágico de un patriarca en busca de algo más, de algún diseño superior y divino a expensas de sus hijos y de su propia cordura.
Basado en el libro homónimo y biográfico de la columnista Jeannette Walls, el film El castillo de cristal, de Destin Daniel Cretton, retrata con gran profundidad los claroscuros de la disfuncional familia Walls. Jeannette (Brie Larson) es columnista en Nueva York. Una noche al volver de una fiesta ve desde la ventanilla de su taxi a una mujer y a un hombre revolviendo en la basura. Son sus padres. Resulta extraño entender cómo es posible que las vidas de ellos se encuentren en extremos tan opuestos siendo familia. A través de dos líneas temporales se observan los recuerdos de Jeannette para no sólo entender el contexto sino también visualizar las adversidades y la miseria en la que vivieron ella y sus tres hermanos guiados por unos progenitores que preferían ser nómades y libres antes que ser fieles al consumismo y a la mercantilización de la vida y los valores. Rex Walls (Woody Harrelson), cabeza de la familia, es un personaje completamente disfuncional que resulta, en ocasiones, patético pero, al mismo tiempo, entrañable. Es capaz de transmitir a sus hijos su gran entusiasmo por la vida, así como enseñarles ciencia, historia y todo aquello que él considera necesario. Pero también es alcohólico y eso hace que se convierta en una persona destructiva y en la que es imposible confiar. Rose Mary Walls (Naomi Watts), la madre, es una pintora que sólo vive para su arte, incapaz de afrontar la realidad y el caos al que la arrastra su marido, y que, además, ejerce una absoluta despreocupación hacia sus funciones maternales. De niña, Jeannette idolatra a su padre y mantiene un vínculo especial con él, pero a medida que pasan los años empieza a darse cuenta de que su familia no es como las demás y su amor incondicional comienza a tornarse en una creciente decepción. Sus hermanos transitan el mismo camino. Entre ellos forjan una inquebrantable lealtad y un espíritu de lucha y supervivencia que los impulsa a salir adelante y a encontrar otra alternativa a su realidad. El título de la película hace referencia a uno de sus principales temas: la búsqueda de las esperanzas idealizadas. Los niños Walls creen que su padre, siempre soñador, y planeando la futura construcción de un castillo de cristal, cumplirá sus mayores sueños. Sin embargo, con el correr del tiempo, se dan cuenta de que nunca va a suceder. El fracaso de esos cimientos sirve como metáfora para la falta de los deberes paternales tradicionales que nunca pudo brindarles. “Nunca construimos el castillo de cristal”, confiesa Rex en una de sus conversaciones finales. “No, pero la pasamos bien planeándolo”, finaliza Jeannette. El relato de Walls sirve para comprender que toda familia es compleja y que la existencia de abuso y negligencia no niegan la existencia del amor. Es un tributo a la crianza y a la ausencia de la misma a través de una realidad distinta y que no se asemeja a la familia tradicional. Pero, a diferencia del libro que retrata estos temas de forma sencilla y cruda, la película de Cretton interpreta la historia para el espectador y la llena de sentimentalismo sin permitirle crear una opinión propia. Su principal problema es conectar el pasado con el presente, es por eso que el resultado final resulta un poco inconcluso. Tal vez la historia funcionaría mejor si fuera un documental y no un drama convencional. Sin importar sus fallas, el film logra su cometido por las grandes actuaciones del elenco. En especial la de Harrelson que logra interpretar un personaje defectuoso, que lidia constantemente con un gran contraste entre luces y sombras, de una forma conmovedora y cautivadora que lo vuelve especial e inolvidable.
Jeanette Walls (Brie Larson), es una periodista con una reconocida trayectoria hecha por sus columnas de temas banales. Una noche volviendo a su casa en taxi, ve a sus padres en la calle viviendo como homeless. Ellos también la observan pero es Jeanette quien gira la cabeza y sigue su camino hasta su cálido piso de Nueva York. Ese acto trae sus conscuencias: primero, se ve obligada a charlar con su madre y luego con su padre, teniendo que confesarles que está a punto de casarse con un asesor financiero, logrando la decepción de ellos quienes esperaban algo más para su hija, o al menos, algo distinto.
CAPITÁN NO TAN FANTÁSTICO Basada en el libro autobiográfico de Jeannette Walls, El castillo de cristal narra la historia de vida de la escritora y periodista, y especialmente la relación con su padre, una suerte de torbellino humano que resumía en su actitud hippismo, anarquismo y varios ismos más de aquellos que por los años 60’s buscaban en los Estados Unidos otras formas de vida al margen del sistema capitalista y consumista (Capitán fantástico, a su manera, contaba algo similar). Jeannette, junto a sus tres hermanos, atravesaron una infancia difícil, presos de múltiples necesidades insatisfechas y llevando adelante una vida nómade junto a sus padres, a la vez que tuvieron que lidiar entre la pasividad de su madre, una pintora bohemia, y el alcoholismo y carácter intransigente y violento de su padre. El film de Destin Daniel Cretton aborda esta historia en una suerte de flashback que va del presente (un presente fijado a fines de los 80’s) al pasado. Allí Jeannette, ya instalada en la acomodada burguesía neoyorquina, recuerda su historia (una historia que oculta hacia los demás) como una forma de hallar su identidad y aceptar de alguna manera a su padre. Si bien El castillo de cristal no se aparta demasiado del molde de biopics que buscan la enseñanza de vida y la moraleja, su director tiene la habilidad como para demostrar no sólo su talento con la cámara sino también su sensibilidad para que el melodrama no se pase de rosca. Su cámara, siempre al lado de los personajes (especialmente de los cuatro niños), realiza movimientos elegantes para meterse en la intimidad de esta familia, e incluso un plano secuencia en el que los chicos tratan de auxiliar a su madre del asedio del padre, genera la tensión que el momento requiere, y hasta tiene el pudor de no volverse demasiado exhibicionista. Si la historia tiene sus momentos sórdidos y sus truculencias, hay una distancia curiosa que Cretton maneja con llamativa solidez: la película es explícita en algunos momentos, pero nunca resulta ofensiva o maniquea hacia el espectador. A lo sumo, la manipulación pasa por el lado de las emociones y la necesidad de que la historia refleje un esquema de causa y efecto: es un cine afectado cuyo mayor logro es el de manejarse en un nivel de moderación. En mucho ayuda para que la película se sostenga a pesar de algunos excesos, la presencia de un elenco notable liderado por Brie Larson, Woody Harrelson y Naomi Watts. De los tres, el personaje más ingrato es el que le toca en suerte a Harrelson, una criatura algo caricaturesca que puede ser base para múltiples tics, pero que el actor controla con su habitual pericia para los personajes excesivos. Por su parte Larson, que ya había trabajado con el director en la premiada Short term 12, demuestra una vez más que estamos ante una de las actrices más prometedoras de su generación. Sin un gesto de más, construye a Jeannette desde la perspectiva de quien tiene que resignificar su pasado para alcanzar algún tipo de paz con su presente: en su mirada se adivina la desilusión ante un castillo de cristal -la figura paterna- que se derrumba. Una actuación enorme, alejada de mohines y gestos ampulosos. No de gusto, Larson es la protagonista del último memorable plano de El castillo de cristal. Un traveling va de lo grupal a lo individual, para volver finalmente al retrato de grupo. Lo que allí se ve es a varias personas contando anécdotas de un tiempo pasado compartido. Tanto el gesto de la actriz como la elegancia del director para que la cámara nos meta de lleno en ese instante de enorme intimidad, son de esos momentos luminosos que la película tiene para mostrar cada tanto. Allí, El castillo de cristal emociona con honestidad y sencillez, y se aleja de la bajada de línea que en otros momentos achica el alcance de esta propuesta.
Jeanette Walls es una reconocida periodista que logró todo a fuerza de trabajo y auto superación. Un día decide escribir sobre sí misma, contando cómo creció, la familia de dónde proviene y haciendo especial hincapié en la figura de su padre, quien pasaba de ser alguien divertido y cariñoso, a un alcohólico destructivo en cuestión de segundos. A medida que Jeanette indague más en su pasado, viejos rencores y sentimientos encontrados empezarán a surgir. Llega a los cines argentinos El castillo de cristal (The glass castle, 2017), una película introspectiva y autobiográfica, sobre una periodista que decide criticar y hacer las paces con su pasado, a la vez de explorar otra faceta más de su trabajo, pero consigo misma. Es triste decir que pese a que estamos ante una película que cuenta con varias caras conocidas en su elenco, El castillo de cristal es un film que no nos transmite nada, y que peor aún, no sentimos demasiada empatía o rechazo hacia sus personajes principales; y por ende, no comprendemos algunas de sus acciones. Quizás lo mejor de la película es el padre alcohólico interpretado por Woody Harrelson; el actor logra componer un personaje que por momentos se siente querible, atento con sus hijos y que juega a ser papá y amigo al mismo tiempo. Pero que en cuestión de segundos (sobre todo si hay alguna bebida de por medio) se vuelve ruin y egoísta, poniendo sus ganas de seguir tomando por sobre su propia familia. Pero así como tenemos este personaje tan bien armado, Naomi Watts sale con la peor parte al hacer de la esposa de Harrelson. No vemos mucha lógica en el comportamiento de esta “madre de familia”. Y usamos comillas porque en realidad nunca se comporta como una madre, ya que jamás la vemos preocuparse por la seguridad o bienestar de sus hijos, y sólo se limita a pintar. Por desgracia, Brie Larson y su Jeanette tampoco sale muy bien parada; en especial porque sus repentinos cambios de humor y sentimientos hacia su familia son tan aleatorios, que pareciera que dependen más por capricho de guión que por construcción de personaje. Y si estamos ante un drama con todas las letras, que los personajes terminen dándonos igual, es un error por parte de los guionistas. Si bien existe una novela en la que se basaron (y que nosotros no leímos), sabemos que cualquier guionista hoy en día puede tomarse libertades con respecto al material original. El castillo de cristal termina siendo un film que no aporta demasiado a la cartelera actual, ya que no funciona como drama, y como película biográfica, la persona de la que se nos cuenta, es por la enorme mayoría desconocida, creando en el espectador una sensación de apatía que muchas veces termina siendo lo peor que puede generarnos un largometraje.
La familia desunida. ¿Cuánto estamos dispuestos a condenar a nuestros padres por los errores de crianza cometidos? Esta será la incógnita que rondará alrededor de las más de dos horas de metraje de El castillo de cristal, y el ejemplo que expone sí que es extremo. Todo comienza en 1989, Jeannette (Brie Larson) es una periodista dedicada a las notas de color, muy exitosa, y a punto de cerrar un trato que la convertirá en aún más exitosa. Una yuppie orgullosa de serlo, y comprometida con otro chico burgués. Podríamos decir que la vida le sonríe. Sin embargo, todos tenemos tierra que queremos esconder bajo la alfombra, y en el caso de Jeannette viene por el lado de sus padres. Le aterra la idea de que su prometido conozca a sus padres, y cuando empecemos a conocerlos entenderemos, en parte, el por qué. A través de una serie de flashbacks y de un viaje permanente entre el pasado y “el presente”, sabremos de la historia de los Walls, un matrimonio con tres hijos. Rex (Woody Harrelson) y Rose Mary (Naomy Watts) son lo opuesto a lo que es su hija en la actualidad, liberales de izquierda, que intentan inculcarles a sus hijos valores por afuera del capitalismo, la unión familiar ante todo, y aprender a vivir con lo mínimo apreciando los pequeños detalles. Todo eso suena hermoso, pero la cara oculta, es que Rose Mary, y sobre todo Rex, someten a sus tres hijos a una vida de duras penurias, comenzando por económicas, siguiendo por físicas, y culminando en espirituales. Un mundo perfecto: Rex definitivamente es quien lleva los pantalones en la familia, Rose Mary (que también tiene lo suyo en ser una madre descuidada) es una sometida. El hombre los lleva de un lado al otro, escapando de las deudas y los problemas, sin tener nunca un hogar físico. Es un borracho empedernido, que manipula a los miembros de su familia, les miente y les oculta cosas si el cree que es para su bien. Ni siquiera es capaz de defender a uno de sus hijos ante un hecho gravísimo y sí, imperdonable. Jeannette será la hija que más se enfrente a su padre, la que intentará proteger a sus hermanos y hasta a su madre, aunque en el ir y caer una y otra vez de esta, perjudique a sus hijos nunca abandonando a su marido. Pero Rex también incentiva a sus hijos a que sean lo que quieren ser, construye alrededor de ellos, una fantasía que intentará ocultar las penurias económicas que llevan; sería complicado decir que el hombre no quiere a su familia, a su modo. Rex quiere que su hija sea escritora, la incentiva a desarrollar su creatividad, y último que querría sería verla convertida en un aparato del sistema, o en una escritora de trivialidades, justo. Según el cristal con el que se mire: Así, El castillo de cristal deposita al espectador en una zona difícil, yes en donde se diferencia de la similar Capitán Fantástico. En el film con Viggo Mortensen, nadie podía negar que el hombre era amoroso con sus hijos y que le enseñaba buenos valores, lo único cuestionable era el estilo de vida cuasi hippie. Acá no es tan sencillo. Sin embargo, lo que aclara el panorama es saber que los personajes son reales, y que lo que se ve, salió de la propia pluma de su protagonista, la principal víctima, que también conlleva esa dualidad. El film tensa los momentos emotivos, será casi imposible no llorar en algún tramo, y la recreación de época siempre es precisa. Pero el valor fundamental son las interpretaciones. Brie Larson demuestra una vez más tener firmeza en el drama, expresa mucho con sus miradas duras. Naomi Watts vuelve a entregar otra de esas interpretaciones que nos recuerda lo gran actriz que es, por más que a veces insista en taparse con productos menores y desvalidos. Quien se robe todos los aplausos será Woody Harrelson, uno de los actores más talentosos y menos reconocidos de Hollywood. Rex produce rechazo y ternura en partes iguales, y todo se lo debemos a su soberbia interpretación. Conclusión: El castillo de cristal de Destin Daniel Cretton, es un drama difícil, que no termina de sacar sus conclusiones, por más que la historia tenga un final concreto. Habrá alguna connotación extraña en asociar la vida libre con aspectos negativos, pero siempre se ampara en ser la visión de la autora. Deja que sea el espectador quien comprenda o no a sus personajes. La corrección de la puesta y lo sobresaliente de las interpretaciones terminan por cerrar el cuadro.
Un drama a medio cocer Basado en el best-seller del mismo nombre de la periodista estadounidense Jeannette Walls esta historia se aferra demasiado a los mecanismos del drama clásico y queda a mitad de camino entre una película de autor y una cinta popular. Con actuaciones de buen ritmo que levantan un guión gastado, deja un sabor blando en los amantes del género. Una autobiografía puede ser contada de muchas maneras. En el plano dramático intervienen factores temáticos como el dolor, la tristeza y - en algunas ocasiones - también la redención. En el caso de El castillo de cristal (The Cristal Castle, 2017), esas premisas van juntas. Como si el director Destin Daniel Cretton (Las vidas de Grace, 2013) hubiese querido hacer una torta y copió la receta de un antiguo manual culinario. Un poco de tensión por ahí, otro poco de carga emotiva por allá, una pizca de diálogos trillados y casi que con esos ingredientes le alcanza para sacar del horno un film demasiado duro y copiado de la receta original. La falta de innovación en el guión permite la llegada de lugares comunes y el argumento se desarma. Alfred Hitchcock decía que el género dramático bien contado en el cine es igual que la vida, pero con las partes aburridas recortadas. En El castillo de cristal parecen haber olvidado de quitarlas. El guión cuenta la historia de la propia Walls, una periodista exitosa que tiene que lidiar con un pasado turbulento. La trama se complejiza a medida que avanza hacia atrás, en flashbacks que muestran la dificultosa relación de Walls con sus padres, dos idealistas sin dinero que se preocupan más por la vida de cada uno que la de sus propios hijos. El best-seller tiene un olor a venganza de parte de la autora con esos progenitores bohemios y un tanto cursis en sus sueños sin realizar. Lo bueno de la película es que está interpretada por un trío de oro: Brie Larson como Jeannette Walls -ganadora del Oscar a Mejor Actriz Principal por La habitación en 2016; la dos veces nominada Naomi Watts - por 21 gramos en 2004 y Lo Imposible 2013 - y Woody Harrelson, el recordado asesino en Asesinos por naturaleza (Natural Born Killers, 1994) de Oliver Stone, en los papeles de madre y padre de la protagonista. Si bien muchas veces los nombres no hacen a los films, en éste caso ayudan cuando el guión devuelve esas partes que parecen no haberse recortado a tiempo. Brie Larson se apropia de las escenas con mayor impacto emocional, en una interpretación más que digna, que va in crescendo a lo largo de toda la película. Exagera un poco Naomi Watts y a veces hasta parece desafinada con respecto a las otras dos patas. Woody Harrelson explota el papel con tanto oficio que a veces parece que lo estuviera sobrando, pero con una serenidad a la hora de mostrar un personaje terrible y muy elaborado. Tal vez pueda entenderse a El castillo de cristal como un llamado a defender la familia clásica, en detrimento de los malos ratos pasados por la disfuncionalidad bohemia que la protagonista sufre. Sería una lectura un tanto tendenciosa, pero acertada. Volviendo a Hitchcock, el maestro siempre decía que el cine no es un trozo de vida, sino un pedazo de pastel. En este caso, la receta se queda a mitad de camino.
Destin Daniel Cretton, realizador de “El castillo de cristal”, ya en sus anteriores trabajos como “I am not a hipster” (2012), la vida de un joven músico independiente que vive solitario en un mundo propio, en el que nadie puede entrar para no perturbar sus temores, y "Short term 12", de 2013, anticipa un panorama semejante en un corto profundamente dramático y creíble sobre niños en riesgo. Nacido en Hawai, Cretton estudió cine en San Diego y allí, antes de graduarse, tuvo la experiencia de trabajar en un refugio de niños preadolescentes y adolescentes en peligro. Su primer corto fue “Deacon's mondays” (2007), sobre un joven jardinero que mata un pájaro con la cortadora de césped. El segundo fue "Short term 12", antecedente de su segunda película. “El castillo de cristal”, tercer filme de Destin Daniel Cretton, es una adaptación del best seller del 2005 “The glass castle” de la periodista y escritora Jeannette Walls. El libro, como suele suceder, es mucho mejor que la adaptación que realizaron Cretton y Andrew Lanham, porque el universo turbulento e indigente de la familia disfuncional, que presenta el filme, en la novela es mucho más conmovedor y complejo, a la vez que está involucrado en una resonancia emotiva más profunda. “El castillo de cristal”, parecería haber sido una elección de Destin Daniel Cretton para dirigir otra película sobre niños en conflicto, especialmente protagonizada por actores estelares como Woody Harrelson, Naomi Watts y Brie Larson, su estrella de "Short erm 12". Pero en las manos de Cretton este cuento asentado en hechos de una especie de bicho raro, con una crianza dentro de un ámbito indigente, suena falso. El filme se basa en los complicados recuerdos personales de una escritora acerca de su infancia traumática, y sin embargo, se siente como un cuento de Hollywood empalagoso, en el cual un trauma brutal finaliza con una bonita reverencia a ese extemporáneo hippismo. La historia se centra en Jeannette (Brie Larson, protagonista también del corto “Short term 12”, “Kong, la isla de la calavera” y “Basmati blues” (2017) , sus hermanas Lori (Sarah Snook, “La modista” -"The dressmaker",2015), Maureen (Brigette Lundy-Paine, “Irrational man” 2015), y su hermano Brian (Josh Caras, "Hell on wheels" TV- 2015, “Veep” TV, 2014), a quienes sus padres los mantuvieron fuera del sistema, lo que les permite realizar actos que ponen en peligro sus vidas como en el caso de la protagonista, quien por cocinar salchichas prende fuego a sus ropa. Por la irresponsabilidad del padre Rex (Woody Harrelson, “Natural born killer”, 1994, “Transsiberiam”, 2008), un soñador alimentado por el flujo constante de alcohol, y la madre Rose Mary (Naomi Watts, “King Kong”, 2005, “Easters promises”, 2007) que pinta, evadida de la realidad, cuando sus hijos piden comida. Por otra parte los niños son arrastrados a una sucesión de viviendas destartaladas, en algunos casos convertidas en basurales, situaciones de enfrentamientos extremadamente agresivos, en algunos casos ser testigos las niñas, y defender, del abuso de la abuela a su hermano. Con los años comprenderán que ese perverso hecho también había ocurrido con su padre. Los padres, pero especialmente el padre, crea un paraíso artificial en el cual regala estrellas para navidad, y constantemente rediseña un castillo de cristal en el cada uno de los niños agrega un elemento todos los días. Esa imagen del padre creó en cierto modo una mirada transubjetiva (espacios psíquicos inter-intra y transubjetivo) en los niños, es decir, según ciertos psicoanalistas, en pensar sobre dos espacios: el de dentro y el de fuera de cada sujeto. En el caso de los niños era convivir con el de dentro, la realidad de sus padres, y el de fuera, tratar de escapar a como diera lugar de ese mundo sórdido que les proponían. El de fuera era la esperanza de un modo diferente de vida, para ello ahorran dinero para ir a la universidad que en la mayoría de los casos su padre les arrebata para beber. El universo desordenado y angustiante paterno los ahogaba y los llevaba a situaciones extremas como en la secuencia del bar, en que el padre se juega en el billar, y en cierto modo la obliga a acostarse con su contrincante para ganar unos dólares y luego invertirlo en alcohol. Sus padres son unos perfectos desclasados como un rezago de la contracultura hípster re categorizada por los hippies Los hípsters, aparecidos en los ‘40, están en contra de las convenciones sociales y rechazan los valores de la cultura comercial predominante (el mainstream), y ángeles caídos del hipismo de los ‘60 en los que librepensadores, y soñadores de un mundo de paz y amor se transforman en los perdedores del lower east side (la parte baja del este). El filme se estructura en flashback que se alternan entre la actualidad de Janette en los ‘80 y sus recuerdos, que están divididos en varias etapas de su vida. Es una especie de canavá en el cual cada hilo que sostiene un recuerdo se trenza con otro que da una réplica al anterior. Es como si la mirada del presente le permitiera a la protagonista obtener esas respuestas y justificar en cierto modo los hechos del pasado. Los que corresponden a la infancia se relacionan con la admiración que la pequeña Janette y sus hermanos sienten. especialmente por su padre que fabrica castillos en el aire para ellos. Ese mito paterno se irá desgajando a medida que crecen y comienzan a ver las fisuras que ese mundo ideal que les crearon sus padres y las falencias de éstos. La otra mirada es la de Janette adulta, periodista, exitosa y comprometida con un yuppie, que también vive ajeno a la realidad, fuera de las inversiones y el dinero, que trata de olvidar lo vivido y aborrece a sus padres por continuar en esa falsa ilusión infantil. Ellos son la mirada opuesta a sus propios sueños y porque la obligan a hurgar en su memoria permanentemente, que le trae obstinadamente a este grupo mixto casero y las vidas de sus habitantes, con imágenes y escenas que, por más transparentes que sean, siente como si hubieran sido atrapadas caminando sobre un esquizofrénico sinfín.
Una película interesante de ver a pesar del modo un tanto light con el que se muestran ciertas vivencias, que la hacen más sentimental que visceral. Con respecto a lo que es verdad o invento en este film, prácticamente todo lo que se muestra es...