El señor de las moscas En el marco del Festival Buenos Aires Rojo Sangre, y como parte de la Competencia Internacional; se exhibió en dos oportunidades la película El Desierto de Christoph Behl, alemán que reside en nuestro país desde hace más de quince años; y que tiene basta experiencia como documentalista. En El desierto, Behl nos presenta a Ana (Victoria Almeida), Axel (Lautaro Delgado) y Jonatan , tres personas que por ciertas circunstancias pseudo apocalípticas deben convivir juntos en una casa, que funcionará como su nuevo bunker mientras intentan prevenir y evitar el ataque de los zombies que están poblando y consumiendo la cuidad. A ambos jóvenes les atrae Ana. Ella por momentos se aprovecha de eso y durante un tiempo disfruta de estar con ambos, pero luego su relación con Jonatan se vuelve monogámica, y Axel queda relegado de su afecto. Así, mientras afuera el clima es sangriento y destructivo, puertas adentros la amistad comienza a deteriorarse, los silencios son cada vez más incómodos, y el hogar improvisado que alguna vez albergó a lo que Ana denominó familia, poco a poco va tornándose aún más opresivo que el exterior. Lo mórbido se hace cada vez más presente en la atmósfera, primero en la creciente invasión de moscas dentro de la casa, luego con el ingreso de uno de los zombies que los hombres toman como presa en una de sus salidas al exterior, y finalmente con la lenta degradación tanto física como mental que los personajes van sufriendo; entre ellos un Axel que con el paso del tiempo y del padecimiento, va llenando su cuerpo con tatuajes de moscas. En su primer largometraje de ficción, Christoph Behl entrega una película que incomoda y que a través de excelentes actuaciones logra a la perfección transmitir al espectador esa sensación de angustia y de asfixia que los tres jóvenes sienten al saber que su panorama no es favorable, y que su mejor opción tal vez poder dejar de sufrir y de sentir cualquier tipo de emoción humana, tal como ocurre con Pitágoras, el zombie que “adoptan”.
El Desierto es una película que llega a nuestras salas después de recorrer un largo camino en festivales del exterior. A finales del año pasado se presentó en el Buenos Aires Rojo Sangre donde por simples razones de tiempo no logré verla, muy a pesar de mis ganas. Finalmente el estreno comercial fue anunciado en nuestro país y tuve la oportunidad de hacerlo, pero mis altas expectativas chocaron de frente contra la dura realidad. Sin lugar para los vivos Entre el momento que vi la película y en el que me senté a comenzar a redactar esta opinión, pasaron exactamente cinco días. Y durante ese tiempo experimenté una inusual cantidad de emociones para con El Desierto. Mi primer reacción vino inmediatamente finalizada la función de prensa. Odié la película. Odié a sus personajes, odié sus diálogos pretenciosos, odié su ritmo, odié casi todo lo que me ofrecía. Luego volví a la rutina de mi día, pero la cinta permanecía en mi cabeza. Mientras tanto yo la pensaba, le daba la vuelta a ideas, escenas o momentos que me quedaron. Eso continuó por varios días más. Todavía no me gusta la película y esa es mi opinión final, pero ahora puedo decir que la respeto. Escrita y dirigida por Christoph Behl, El Desierto es un retrato existencial de la humanidad después de la humanidad. La trama es simple: Ana, Axel y Jonathan son tres sobrevivientes del apocalipsis zombie que conviven en una casa. En un momento esa convivencia fue muy buena, pero por distintas razones se comenzó a desgastar. Es en ese momento cuando nosotros los conocemos. La historia de los tres personajes irá avanzando, mientras que a través de algunos video-diarios que fueron grabando sabremos sobre su pasado. Y al igual que en cine de George Romero, aprenderemos que a veces la verdadera amenaza no está en el exterior, sino que adentro de la misma casa. Pero lamentablemente, como los zombies que retrata, El Desierto avanza casi por inercia. Tiene claro hacia donde quiere ir y se arrastra hasta allí, como un muerto vivo, sin ningún tipo de sentimiento. Pero si hay algo para destacar en la película, es la creación de sus climas opresivos con un excelente uso del sonido y la puesta de cámara. Esto hace que ver El Desierto sea una experiencia desgastante. Behl nos asfixia con cada plano. Siempre posa su cámara muy cerca de los personajes y abundan los primeros planos y planos detalle. Podríamos afirmar que estamos atrapados en esa casa con todos ellos. Pero la convivencia no será fácil, ya que se nos obliga a compartir todo momentos con personajes con los que simplemente no simpatizamos. Tenemos que escuchar sus diálogos banales que pretenden esconder algo de profundidad por dentro, tenemos que verlos comportarse como idiotas el uno con el otro por el hecho de volver a sentir algo remotamente humano, tenemos que soportarlos en un sin fin de momentos que se vuelven redundantes y nuestra paciencia se agota durante los primeros 10 minutos. Lo que convierte a los próximo 90 en un verdadero suplicio. Conclusión Con El Desierto, Christoph Behl logra una cinta difícil de digerir y que constantemente pone a prueba la paciencia del espectador. Aunque actoralmente no desentona y hace valer cada centavo de su bajo presupuesto, el guión, apoyado en la relación entre sus personajes, simplemente nunca logra generar un genuino interés por ellos, ni por el destino de cada uno. Pero aunque en mi caso en particular no puedo decir que la haya disfrutado, sin dudas El Desierto tiene ideas que merecían ser plasmadas en la pantalla. Es una película que no pasará indiferente, que te pega y te obliga a tomar posición.
Lo endógeno versus lo exógeno El desierto no funciona como alegoría, principalmente porque es una película opresiva, de gran austeridad, que maneja correctamente la tensión irresuelta entre la amenaza endógena y la exógena, es decir que tanto el adentro como el afuera –bajo las condiciones planteadas por esta distopía- son iguales de peligrosas para el inestable orden del trío sobreviviente, quienes tras el desgaste de la convivencia, comienzan a exhibir su lado más humano a la vez que perverso, aspecto que se magnifica a partir de las idas y venidas de un triángulo amoroso convencional. Que haya zombies, o al menos aparezcan señales de muertos vivientes o personas contagiadas, sin caer en la tentación de la explicación para entrar de lleno en la otredad monstruosa como parte de un contraste donde quedan marcadas las grietas de la degradación humana no es otra cosa que un pretexto porque la columna vertebral de este relato apocalíptico, pseudo existencial, en realidad adopta una reflexión un tanto elemental sobre la incapacidad de sentir cuando el deseo domina a la mente o al cuerpo. Cuerpo que para el personaje de Axel (Lautaro Delgado) necesita ser maltratado y cubierto de puntos que su compañero Jonatan (William Prociuk) a veces ayuda a concretar. Pero el conflicto lo desata Ana (Victoria Almeida), para quien su cuerpo representa un tesoro que no puede ser vulnerado por un acto de voyerismo cobarde, elemento central que dinamiza el triángulo amoroso. El otro recurso que utiliza el director alemán Christhoph Behl para lograr buenos climas y una atmósfera asfixiante, sin lugar a dudas las mejores credenciales de este fallido film que ha recorrido festivales como el BARS, es el fuera de campo sonoro y el agregado de un diario íntimo a modo de confesionario de reality show, en la que cada vértice de este triángulo comparte sus pensamientos y sensaciones acerca del resto, así como sus miedos ante la amenaza de lo desconocido.
"Tres son multitud" Dentro de un escenario asfixiante, claustrofóbico y demasiado tenso por las relaciones que establecen sus protagonistas, el realizador Christoph Behl construye una interesante propuesta que reflexiona sobre la faceta oculta de la naturaleza humana. Esa que solo aflora en el peor de los contextos. Todas las mañanas son iguales para Ana, Axel y Jonathan, los tres únicos sobrevivientes de un holocausto zombie que destrozó una ciudad desconocida. Basados en una rutina por momentos demasiado exigente y por otros demasiado aburrida, nuestros protagonistas van sobrellevando sus días dentro de un refugio que de forma impensada se altera para convertirse en un peligroso infierno. Pero, ¿Qué es lo que pone sus vidas en riesgo?; ¿Convivir con un monstruo y utilizarlo como otro de los tantos juegos de mesa que hay en la casa? ¿O acaso descubrir que tras esas cuatro paredes existen secretos y sentimientos lo suficientemente fuertes para desmoronarlo todo? Con ciertos aires que recuerdan a “El Día de los Muertos” (George Romero, 1985) y a la más reciente “The Divide” (Xavier Gens, 2011), el primer largometraje de ficción realizado por Behl transita sin problemas varios estadios, ofreciendo todo el tiempo motivos suficientes para no despegar los ojos de la pantalla. Lo “llamativo”, por decirlo de algún modo, es que el director no recurre a la violencia ni a las grandes escenas de acción para lograr ese objetivo, siendo el guión y el trabajo de los actores sus únicos y principales aliados. “El Desierto” es un film de zombies, sí, pero es de aquellos que indagan y juegan con la idea de que no existe criatura más peligrosa en la tierra que el propio ser humano. Pero ojo; Tampoco estamos frente una propuesta que refleje la clase de barbarie humana que estamos acostumbrados a ver en otras producciones más recientes gracias al boom de este subgénero. Ni una ni otra, pero a su vez ambas; “El Desierto” habla de la mutación del espíritu humano a partir de situaciones cercanas a la realidad, ubicadas de forma milimétrica en un contexto apocalíptico. Las grandes actuaciones de Lautaro Delgado, Victoria Almeida y William Prociuk atraviesan la pantalla y transmiten desde “culposa incomodidad” hasta cansancio físico, producto de una rutina que con el correr de los días se vuelve más insostenible. Los pequeños detalles, cómo la pared repleta de nombres y las moscas tatuadas, retumban como las agujas del reloj de una bomba a la que no le queda mucho tiempo. Si lo que buscas es quedar entre la espada y la pared, dentro un clima opresivo donde a partir de determinado momento solo existen cambios radicales, acá tenés una propuesta que indudablemente no podés dejar pasar. Una de esas pequeñas joyas que, tarde o temprano, se cruza en el camino de todo (verdadero) amante del cine de zombies.
Distopía encorsetada El desierto (2014) nos presenta a tres sobrevivientes en un contexto apocalíptico. El realizador Christoph Behl se adentra en un territorio que, en general, se ha construido desde la grandilocuencia. En cambio, elige hacerlo desde un punto de vista minimalista. Los territorios distópicos son aquellos que nos muestran un futuro desfavorable para el hombre. Tienen notables exponentes en la literatura de ciencia ficción, con autores consagrados universalmente como Ray Bradbury, por citar tan solo uno. El director Christoph Behl explora la distopía mediante el encierro de Axel, Jonathan y Ana; tres jóvenes a los que, por lo visto, cada vez les cuesta más sobrellevar la cotidianidad en el búnker en donde viven. Alguna vez conformaron un triángulo amoroso, o al menos eso deja entrever la trama; ahora, en el presente del relato, Ana (una convincente Victoria Almeida) es la pareja de uno de los muchachos y tiene una amistad ambigua con el otro. Behl –también guionista- complejiza ese vínculo, en virtud de las penurias que los protagonistas deben afrontar a diario. Penurias cada vez más grandes, si se considera el paso del tiempo y algunos imprevistos, como por ejemplo la llegada de una suerte de joven-zombie que muestra los efectos devastadores del afuera. La apuesta de El desierto es interesante durante los primeros quince minutos. Poco a poco, algunas decisiones argumentales cobran un protagonismo en cierta forma antojadizo. No porque no pueden encontrar una justificación dentro del universo que el film plantea, sino porque devienen redundantes y reiterativas. Tal es el caso de los registros en video que los personajes producen; reflexiones sobre sí mismos o sobre su vínculo con el otro, que –cassettes mediante- van a parar a un cofre que no tardará en traer más conflictos. Los varones –interpretados por Lautaro Delgado y William Prociuk- cifran una sutil disputa por el cuerpo femenino. Los tres personajes parecen “implotar” en este futuro negro, mientras que la película no se anima a la grandilocuencia y mantiene su tonalidad teatral. Si algunas secuencias logran un crescendo dramático, es gracias a la convicción con la que el trío protagónico asume todo el sopor –el interior y el exterior- que le toca transitar. Entre debates internos y estallidos que llegan desde el afuera transcurre El desierto, film que pudo haber conseguido más con ese “menos” que grafica en sus 98 minutos, que en verdad parecen ser más. Es un ejercicio de estilo al que ideas no le faltan, pero no todas logran cohesionarse argumentalmente. La estética y las actuaciones hacen lo suyo, pero con eso no siempre alcanza.
¿Y dónde está el terror? La película argentina juega con el encierro de tres personajes en un bunker de una ciudad destruída por un ataque zombie, pero el clima de desesperación y el suspenso nunca aparecen. La idea de encerrar a un grupo de personas en un bunker y experimentar con los vínculos que se tejen entre ellos y con el ambiente caótico que se gesta en el exterior es la que impulsa a El desierto, la película de terror del cineasta Christoph Behl, un alemán residente en Argentina desde hace años que además acredita documentales. Un mundo apocalíptico de un futuro cercano y un departamento convertido en fortaleza, entre nylons y ventanas reforzadas, es el que habitan Ana -Victoria Almeida-, Axel -Lautaro Delgado- y Jonatan -William Prociuk- , tres jóvenes que formaron parte de un triàngulo amoroso y ahora subsisten a duras penas mientras intentan prevenir un ataque zombie que está fagocitando la cuidad. El trío en cuestión se somete a un modo de supervivencia que también está ligado a la autodestrucción: Ana quiere más aire y sigue ligada a Jonathan, mientras se siente relegado y va completando su cuerpo con tatuajes de moscas a medida que pasa el tiempo, como si se tratase de un nuevo monstruo que habita en su interior. Lo que alguna vez fue ya no lo es para ninguno de los tres y menos cuando después de una "expedición" al exterior -pocas tomas que muestran un afuera diurno y con fondos desdibujados- traen a un "invitado", Pitágoras -Lucas Lagré-, un zombie de mirada perdida, al que encadenan y contemplan con estupor. La película intenta preguntarse quiénes son en verdad los monstruos y quiénes los prisioneros en este universo que parece caerse a pedazos y del que sólo llegan disparos y gritos pidiendo ayuda. Una pena que no se hayan aprovechado los diálogos para transmitir inquietud o un clima claustrofóbico que genere suspenso y miedo a partir de la llegada del nuevo invitado. El terror nunca aparece entre videos filmados, olores nauseabundos y un zombie que, a su manera, también pide ayuda.
El primer largometraje de ficción de Christoph Behl, en el que demuestra que se puede pensar en un futuro apocalíptico de manera distinta, desde el encierro de tres humanos que, como el mundo exterior, van a destruirse inevitablemente. Bien actuada,bien hecha
EL DESIERTO escrita y dirigida por Christoph Behl, es un retrato existencial de la humanidad después de la humanidad. Ana, Axel y Jonathan son tres sobrevivientes del apocalipsis zombie que conviven en una casa. Una convivencia que se irá desgastando y que tendrá un giro dramático importante con la llegada de un cuarto habitante. Un interesante acercamiento al subgénero ZOMBIE, un filme climático bien rodado, con una estética sombría, y muy buenas actuaciones del trío protagonista. Hay un gran manejo de la tensión, lamentablemente el director nunca termina de jugarse por el género, y apuesta más por la estética del "cine arte", negándose a la posibilidad de escenas sangrientas, de combates callejeros o persecuciones típicas del cine de horror. Y es que EL DESIERTO reniega de los clásicos del terror, apostando por un cine intimista, dramático y casi experimental. Para los amantes del horror puede resultar un blef, pero para aquellos que busquen un cine de climas y festivalero, el filme puede resultar una interesante opción.
Para ser de zombies, faltan más zombies y sobra melodrama Muchos diálogos y muy poca acción no es la fórmula ideal para una película de zombies, y lamentablemente éste es el caso de "El desierto". Que en realidad, es una película de "zombie" en singular, ya que más allá de alguno baleado y visto de espaldas en la secuencia de títulos, prácticamente no muestra más que un solo muerto viviente que los protagonistas toman prisionero hacia la mitad del film. La premisa es más o menos la típica del género, salvo que con el foco puesto en los tres sobrevivientes de algún tipo de plaga o hecatombre que viven encerrados sanos y salvos en una casa muy bien protegida de los peligros externos. Estos tres personajes dos hombres y una mujer, todos muy jóvenes- tienen una existencia monótona, incómoda y tensa dadas las dramáticas relaciones amorosas planteadas por la presencia de la chica, que entre otros males, propone reglas obtusas para la convivencia que ni ella misma está dispuesta a cumplir. Lo menos feliz del film es el recurso de que los personajes graben una especie de diario en video por separado, en una suerte de confesionario al estilo "Gran Hermano", recurso que en un momento se vuelve repetitivo y vira todo el asunto hacia el más pretencioso melodrama. Prácticamente no hay terror propiamente dicho en esta mediana película argentina dirigida por el alemán Christoph Behl, aunque a su favor se puede decir que, por momentos, su ambicioso relato de zombies no está mal filmado y que logra climas de gran opresión. Las interpretaciones van de lo correcto hacia lo sobreactuado, y ahí sí hay un problema grave.
Muertos vivos argentinos Ya no es necesario seguir festejando el cine de género en Argentina como si de un milagro se tratara. El cine de género ya es parte del cine nacional. Es cierto que la pequeña tradición de cine de terror argentino no llega a darle al género una identidad propia. Cada año siguen apareciendo films de terror, pero ninguno logra vencer la barrera de un cine minoritario. No hay grandes éxitos en el cine de terror argentino, incluso ahora que se ha vuelto una moneda algo más corriente de lo que supo ser en las décadas anteriores. El desierto presenta un escenario apocalíptico, donde la ciudad parece estar completamente ocupada por muertos vivientes, los únicos que recorren las calles devastadas. Tres jóvenes –una mujer, dos hombres– se refugian en una casa búnker donde repelen a los posibles atacantes y evitan convertirse en sus víctimas. El clima opresivo, inevitablemente claustrofóbico es la gran herramienta de esta película, pero la opresión no consigue generar la tensión suficiente para mantener el interés a lo largo de la trama. Los actores están bien y hay varios hallazgos a lo largo del relato. Pero las metáforas que El desierto podría desarrollar o la mirada sobre el mundo que podría tener, no llegan a tomar forma definitiva en ningún momento. Es bueno ver films cercanos a John Carpenter o George A. Romero, pero para ser justos, todavía le falta ese extra a estos films nacionales para alcanzar el estatus de gran cine. Más tarde o más temprano, ese film esperado llegará.
Deseo, traición (y algo de zombis) Nacido en Alemania, pero formado y radicado en la Argentina, Christoph Behl -de amplia trayectoria en el documental- debuta en el largometraje de ficción con una película que tiene todos los condimentos del cine de género apocalíptico y de zombis, pero que en verdad se concentra en la relación entre tres sobrevivientes (dos muchachos y una chica) que viven desde hace años refugiados en un búnker frente a la violenta amenaza exterior. Ana (Victoria Almeida) es un vértice del triángulo sentimental que completan Axel (Lautaro Delgado) y Jonathan (William Prociuk). Este último es la actual pareja de ella, pero Axel está obsesionado por la mujer. Mientras matan el tiempo jugando a viejos videojuegos, al TEG, a la Batalla Naval, practicando boxeo, tomando alcohol o haciéndose tatuajes, los protagonistas inician una suerte de proyecto, que consiste en grabarse frente a una cámara de video cual confesionario de un reality show. Así, la película pendula entre el thriller psicológico con toques eróticos y la reflexión sobre el encierro y sus efectos asfixiantes, que van desgastando y degradando las relaciones entre esos tres personajes, que al principio se consideran una familia. El problema es que la película se pierde en demasiados tiempos muertos y se ve dominada por unos cuantos diálogos ampulosos y supuestamente trascendentes. El terror -más allá de la aparición concreta de un zombi- está casi siempre en segundo plano o directamente en el fuera de campo, y relegado muchas veces a los efectos de sonido. El film tiene un impecable acabado técnico y algunas ideas visuales muy logradas, pero se queda a mitad de camino entre un envoltorio típico del cine fantástico y un interior dramático y alegórico no demasiado convincente.
Terror existencial Más allá de los zombies que se agitan en el exterior, lo verdaderamente monstruoso del film se encuentra dentro de la misma casa, en la percepción del otro que tienen sus habitantes. Es una extraña decisión la de promocionar El desierto como una película de terror. Porque el primer trabajo de ficción de Christoph Behl, más conocido por sus trabajos como director y productor de documentales, de ninguna manera lo es. Puede ser que comparta el escenario de un mundo posapocalíptico en el que la humanidad enfrenta su propia extinción, luego de que una pandemia se encargara de convertir a casi todos en zombies, que es propio de una enorme cantidad de películas del género. Pero, ¿eso alcanza para hacer de esta película una de terror? La respuesta es un rotundo no. En todo caso, se trata de un exponente de cine fantástico en que el miedo es un elemento central. Con una importante salvedad: ese miedo no intenta transmitirse pantalla afuera para afectar directamente las emociones del espectador, sino que es uno de los sentimientos a los que la trama expone a los tres protagonistas y que condiciona sus comportamientos.Sin embargo, no es a ese mundo infectado ni a esos otros convertidos en monstruos a lo que les temen Ana, Axel y Jonathan –que viven encerrados en una casa en los suburbios vaya a saber desde cuándo–, sino a la posibilidad cierta de que el encierro y el exceso de intimidad terminen transformándolos en recíprocos objetos de odio, aplastando el amor que alguna vez sintió cada uno por los otros dos. Le temen, en definitiva, a la perspectiva de convertirse ellos mismos, ya no en zombies, sino en extraños. El desierto es un drama íntimo sobre un triángulo amoroso, cuya intención es registrar el momento preciso en que éste se desmorona, pero envuelto en el packaging de las películas de terror estilo George Romero, con las que comparte el propósito de usar el género como vehículo de una alegoría que está más allá de la superficie narrativa.Lo verdaderamente monstruoso en la película de Behl se encuentra, entonces, habitando dentro de la misma casa, en la forma en que la mirada de cada uno de los personajes ha ido alterando la percepción que se tiene de los demás, al punto de generar en ellos la necesidad de un espacio de invisibilidad. Dicho espacio consiste en una habitación al fondo de la casa, a la que bautizan como “el consultorio”, en donde cada uno de ellos se encierra cada vez que quiere grabar sus secretos con una cámara hogareña en pequeños casetes digitales que luego guardan en un baúl con candado, para que los demás no puedan acceder a ellos. En ese sentido, El desierto no sólo es posapocalíptica sino también pos Gran Hermano (es fácil identificar ese “consultorio” con el confesionario del popular programa de televisión) y, sobre todo, pospsicoanalítica. Tanto que no es necesario recurrir a Slavoj Zîzêk para reconocer las instancias de Yo, Superyó y Ello dentro de la estructura de esa casa. Por supuesto que esa prerrogativa de intimidad será vulnerada a caballo del deseo, desatando, cómo no, el retorno de lo reprimido.Es cierto que sobre el final la película resbala en la obviedad de algunos de los recursos elegidos. Como cuando Jonathan se despacha con un discurso sobre el amor como escudo que hasta ahora los mantuvo a salvo de un afuera que los tiene arrinconados, mientras de fondo suena el clásico “Love is a Shield”, de la banda electro pop alemana Camouflage. Aun así consigue sostener el clima agobiante, apoyándose sobre todo en el uso de primeros planos que transmiten con eficacia la sensación de encierro y en la gran labor del elenco completo. También es un logro el trabajo de diseño de arte, que le da a esta versión del Apocalipsis el color, la textura y el olor del conurbano bonaerense que tan bien retrataron los historietistas Angel Mosquito y Federico Re-ggiani en su gran novela gráfica Tristeza, trabajo con el que El de-sierto tiene sutiles puntos de contacto. Dramas existenciales en el Gran Buenos Aires, disfrazados de fin del mundo.
Es difícil escribir sobre El Desierto. La película baraja buenas ideas y su premisa junto con sus formas la despegan del resto de los estrenos. Sin embargo, Christoph Behl parece hacer bien lo difícil y fallar en el ABC del cine. Por un lado esta cinta post-apocalíptica genera un buen ambiente de opresión, encierro y extrañeza. Pero la empatía con sus personajes es nula y eso dificulta la experiencia por ser el núcleo central del relato, las vivencias de tres personajes encerrados en un bunker. A base de diálogos forzados y actitudes inconcluyentes, el film nos excluye deliberadamente, cada vez que tiene la oportunidad, de sentirnos afines a alguno de los tres protagonistas. Entonces las dudas que valen la pena plantearse son ¿Cuál es el fin de la película? ¿Qué pretende contarnos Behl con este relato sofocante? La falta de fluidez entre los temas que se pretenden abordar en El Desierto es el mayor de sus problemas. El ritmo del relato cae continuamente en acción dramática y cuando no puede seguir sosteniéndose apela a traer un personaje desde el exterior. Esa decisión, bien tomada, no se sostiene en el tiempo ya que luego de hacerlo cumplir con el “mensaje humano” pretendido la película y sus personajes se olvidan de él. A partir de ahí lo que en un principio es una construcción sofocante se convierte en una narrativa tediosa. El Desierto puede abarcar desde la deshumanización que genera el encierro en la psiquis, hasta la relación de la sociedad actual con las cámaras y las pantallas. Puede ser una interesante reflexión sociológica, pero como ficción narrativa lamentablemente es floja.
Miedos, deseos y paranoia Tres personajes están encerrados en una casa, en una ciudad tomada por zombies. Hasta que toman de rehén a uno... Zombies, moscas y video. ¿Por qué son prisioneros los personajes de El desierto? ¿Por qué se llama El desierto la opera prima de Cristoph Behl si transcurre en una casa cercada por la urbanidad? Sobran las preguntas para esta película de interiores que juega con la dualidad de inventar o seguir reglas, que pueden ser sociales, contigentes y también cinematográficas. Pero no hace falta que las responda. Ana, Johnatan y Alex están encerrados en una casa. En una ciudad tomada por zombies que casi siempre están fuera de campo. Los tres alternan salidas esporádicas que matizan esa vida interior devorada por conflictos internos que crecen sin estallar. Ana y Johnatan son pareja, Alex un tercero que esconde la discordia. Siguen un protocolo de supervivencia, animan juegos infantiles e interpretan roles que parecen forzados en un clima de opresión, en una cuenta regresiva marcada por los tatuajes de Alex. Moscas tatuadas. Y tienen una habitación de videos, donde se graban, y se espían lo que graban. Alex espía a Ana, en su desnudez física y exhuberante pese a la situación extrema, en las confesiones puestas en cámara. El mundo exterior les llega mediatizado por micrófonos, sonidos de un afuera contaminado. El interior, a través de esa camarita, catalizadora de diálogos que jamás afloran. Hasta que atrapan a un zombie, y rompen las reglas, capturan a un nadie a merced del trío. Pero espían su documento, su historia, su nombre. Y el rehén apura el desenlace. Hay un juego simbólico con los nombres y armas que no dicen nada. Miedos, deseos, paranoias que ocurren más allá de los zombies, que son sólo una excusa para pintar este drama interior de tres jóvenes aislados en esta búsqueda interior en la que están atrapados. ¿Qué los acosa más, el afuera zombie o su mundo interior? ¿Qué es la identidad? ¿Seremos zombies con nombre y apellido?
Plaga Zombie: flojo debut para la película de terror argentina, "El desierto" El desierto es una película argentina de terror y romance, dirigida por Christoph Behl. Lo que hoy conocemos como Nuevo Cine Argentino irrumpió en la década de 1990 y se consolidó gracias a nuevas generaciones de directores, críticos y espectadores que empezaron a hacer, entender y ver el cine de otra manera, acompañado de festivales (principalmente el Bafici) y respaldado por el Incaa. Paralelamente, comenzaron a surgir modos de producción más independientes aún, películas amateurs hechas por amigos que preconizaban una cinefilia de género, deudora del Hollywood clase B (Farsa producciones es un claro ejemplo). Pero todo centro tiene sus márgenes, y los que quedaban fuera de la corriente en boga se largaron a rodar sin dar más vueltas y sin ajustarse a los requisitos que exigía el Incaa, demostrando que era posible filmar una película con escasos recursos económicos. Es entre estos dos paradigmas donde se ubica El desierto, filme atípico que comparte características de ambas maneras de hacer cine y que está dirigido por un nombre desconocido, un documentalista alemán radicado en argentina llamado Christoph Behl. El desierto es básicamente el retrato de tres personajes que viven encerrados en una casa y que se disputan inconscientemente un amor no correspondido: el de Jonathan (William Prociuk) por Ana (Victoria Almeida), que en realidad ama a Axel (Lautaro Delgado), quien no sabe si ama a Ana. Afuera acecha el peligro, los muertos vivos rodean el lugar y la amenaza se hace sentir a través de un sistema de parlantes y micrófonos que los tres jóvenes instalaron en la casa para controlar y prevenir la avanzada zombi. No saber dónde están exactamente, ni cómo es el mundo exterior, ni quiénes son ni cómo llegaron hasta ahí, es un acierto. Están las huellas de George A. Romero, por supuesto, y de John Carpenter. Sin embargo, la película no llega a ser una de zombis completamente, sino más bien un drama romántico con zombis, hecho a base de pinceladas minimalistas, una historia de desamor que su director intenta contar en clave de terror. El resto es ocio y languidez que se distribuyen entre videojuegos, prácticas boxísticas y un interminable entrar y salir de una especie de confesionario a lo Gran Hermano, donde graban en una cámara analógica las cosas que sienten, que hacen y que les pasan día a día. Hay varios planos que no agregan información, ni ayudan a que la trama avance (cuando están haciendo fuego en la parrilla del patio, entre otros). El bajo presupuesto, la elección del color, la puesta en escena que en todo momento quiere resaltar la atmósfera apocalíptica y austera, el encuadre indie y los planos cortos (una cámara pegada a las caras de los personajes) son algunos de sus rasgos formales. Si bien la representación del terror está fuera de campo (a excepción del zombi cautivo) también es cierto que el terror verdadero, el que viven ahí adentro, el de la convivencia, está en foco permanente. En este caso el terror, una vez más, no es la amenaza que acecha desde afuera sino la que está adentro, tanto en las proximidades de un cuarto como en el interior de los personajes.
El Desierto de Christoph Behl es una rareza dentro del subgénero zombie porque apuesta por determinados mecanismos que la alejan del género. El director decide no utilizar los elementos del horror, y sin que esto necesariamente implique algo, el resultado es una débil narración, tal vez buscada, y poco poder de generar tensión, dos principios fundamentales que se esperan potentes en una producción con una premisa como la de El Desierto; y se extrañan, sobre todo, porque no hay otros elementos que los podrían suplir, como el humor o el gore. Que prácticamente toda la película se desarrolle en interiores seguramente tenga que ver más con una decisión presupuestaria que con una estética, pero ni el bajo presupuesto ni el encierro son frenos para entretener al espectador. El problema es que lo claustrofóbico no nos afecta, la narración tiene un registro tan liviano, está tan atrás, que la rigidez y lo ríspido de la trama nos pasa por el costado: mientras que al relato le falta espacio, al espectador le sobra. Los primerísimos primeros planos y los planos detalle aportan sucia belleza pero no terror. El triángulo amoroso entre el siempre rendidor Lautaro Delgado, la señorita Almeida y el forastero Prociuk, se nos presenta como un melodrama cargado de pulsión de muerte en un futuro distópico donde los zombies y el horror son sólo parte del decorado. Se percibe una contradicción entre la elección de la premisa y los gustos del director. ¿Desprecia Behl al género? Seguramente no, se habrá empachado con Romero y mucho más. Y que no haya hecho un homenaje al subgénero es algo positivo, homenajes sobran. Pero su férrea decisión de alejarse del cine más narrativo y su apuesta por las ambigüedades del relato y un ritmo cansino con diálogos que no aportan a la trama, pueden ser la pista de su visión sobre el cine de zombies, y por extensión del horror en general: un cine menor, que necesita una supuesta profundidad godardiana para tener un valor real. Una lástima.
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