Malgastar la historia. Sucesos históricos argentinos han sido utilizados y re-utilizados infinidades de veces para producciones audiovisuales. La película más reciente en la memoria colectiva sea quizás Revolución: el cruce de Los Andes, con un Rodrigo de la Serna encarnando muy bien la piel del General José de San Martín. Sin ir más lejos, Mario Pergollini junto con Felipe Pigna han realizado una de las mejores mini series de este tipo: Algo habrán hecho. El pasado de la nación Argentina es riquísimo, pero depende de quién lo mire, o mejor dicho, de quién lo muestre.
San Martín v. Bolívar: new film sheds fresh light on a meeting of national heroes Points: 9 Written by Nicolás Capelli and Álvaro Arostegui, and starring Pablo Echarri and Anderson Ballesteros, the upcoming movie release El encuentro de Guayaquil (“The Meeting of Guayaquil”) is an adaptation of writer and historian Pacho O’Donnell’s play of the same name. It concerns the famous meeting between Argentine General José de San Martín and Venezuela’s Simón Bolívar on July 26, 1822, in the city of Guayaquil (Ecuador) during the revolutionary campaigns to free Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador and Panamá from Spanish rule. Not much is known about the meeting, but it’s a fact that San Martín’s political status in Peru was deteriorating and he needed help from Bolívar — who had a strong political and military support — to turn his fortune around. O’Donnell’s play imagines a possible dialogue between the two national heroes as it delves into Latin America’s history and reveals many layers that have to do with its arduous process toward independence. Just like the play, Capelli’s feature renders a humanized version of these two famous national heroes. Forget what you’ve learned in your school textbooks about righteous, infallible men who led a spotless life, did no wrong and never doubted themselves whatsoever. Forget all about bronze figures and welcome flesh and blood men who, as O’Donnell recently told the Herald in an interview, even wondered more than once whether they acted out of a true desire to free countries or if perhaps they were dominated by a lust for power. Being as human as they were, their sexual exploits are not brushed aside. Moreover, San Martín’s addiction to opium rooted in the acute physical pain he suffered is also clearly exposed. The heroes in El encuentro de Guayaquil belong to the realm of historic revisionism, and as such they are seen under a different light than that of the official version story of Argentina’s history. And though Capelli’s film transforms a 75-minute dialogue-based play into 100-minute cinematic piece with some 65 actors, it still keeps the entire source material without making any changes. Or, better said, it expands the play’s scope as it adds some more weight to the characters’ background and provides more details and nuances. In tune with a revisionist approach and unlike a large number of period pieces, El encuentro de Guayaquil is not one of those films where solemn characters speak artificially and sound distant and unreachable. Capelli has coached his actors to say their lines as naturally as possible, in a way that sometimes would stress the characters’ personalities more than convey the literality of the text per se. Of course, the dialogue is still written in a less colloquial manner than contemporary dialogue, but for a period piece it’s pretty modern. A potential problem for adaptation of plays into films is that the film often ends up as what is called “filmed theatre,” which at best is an correct interpretation of the play in terms of its themes, but with little or no cinematic value. Luckily, that’s not the case with El encuentro de Guayaquil. And there’s a main reason for this: the cinematography. Instead of going for frontal shots that render characters in a tedious series of shots and reverse shots in mandatory medium shots and close-ups, Capelli resorts to a more dynamic mise-en-scene that includes circular dolly shots as well as lateral and frontal travellings. He also uses the off-screen space for dramatic purposes and goes for in-depth composition of the frame so that you don’t have the feeling of watching it all from a static frontal point of view as you would if you were at the theatre. Technically speaking, the lighting is top-notch, but what’s more important even is that it creates an atmosphere of its own, which changes as the film unfolds according to the twists in the plot. Or, better said, according to what happens in a largely human drama that never turns into a history lesson. Production notes El encuentro de Guayaquil (Argentina-Colombia, 2016). Directed by Nicolás Capelli. Written by Nicolás Capelli and Álvaro Arostegui, based on a play by Pacho O’Donnell. With Pablo Echarri, Anderson Ballesteros, Niara Awada, Arturo Bonin, Luciano Castro, Eva de Dominici, Juan Palomino. Cinematography by Sebastián Pereyra. Editing by Andrés Azcarate. Running time: 102 minutes. @pablsuarez
SAN MARTIN Y BOLÍVAR DE CARNE Y HUESO Si el principal interés del realizador Nicolás Capelli, también coguionista y colaborador de investigaciones con Pacho O’Donell, en cuyo libro se basa, fue mostrar tanto a San Martin como a Simón Bolívar lejos del bronce., su objetivo destinado a la más sana polémica está cumplido. Ellos se ven seres humanos debatiéndose con sus demonios y ambiciones, que se enfrentan en reuniones secretas donde se sella el destino del dominio español en América Latina. En la historia oficial siempre se habló de misterio sobre ese encuentro, pero también sobre el inexplicable renunciamiento de nuestro héroe máximo. El revisionismo histórico tiene aquí la palabra convincente. Como hecho cinematográfico, sin dudas ambicioso, el director no puede escapar del todo a lo que suele ocurrir con nuestros temas históricos, una solemnidad que contradice las intenciones, y deja librados a su suerte a los empeñosos actores Pablo Echarri y el colombiano Anderson Ballesteros, en registros distintos. Y el numeroso elenco se pierde con pocas escenas cada uno. Pero aún con esos problemas, el filme resulta interesante y valioso.
Poco cine para celebrar Justo para el Bicentenario de la Independencia llega esta película que reconstruye la reunión cumbre entre San Martín y Bolívar. José de San Martín y Simón Bolívar se encontraron en Guayaquil a fines de julio de 1822. Ambos venían liderando sendos procesos independentistas, y por entonces se encontraban en una encrucijada: el primero, que marchaba desde el sur, necesitaba reforzar sus tropas para el golpe final en Perú. El segundo, buscaba la validación definitiva de su liderazgo político. El resultado fue una reunión cuyo contenido constituyó uno de los grandes secretos de la historia regional. Dirigida por Nicolás Capelli (Matar a Videla) y basada en una investigación de Pacho O’Donnell, El encuentro en Guayaquil teoriza sobre esa reunión e intenta ir un poco más allá retrotrayéndose hasta situaciones puntuales de la década previa que permiten entender las razones detrás de los pedidos de cada uno de los líderes. El film es de esos que felizmente ya casi no se hacen. Pesado, didáctico, sobreactuado y con un acabado técnico digno de la década de 1980, el relato va y viene en el tiempo y en el espacio, intentando amalgamar su vertiente histórica con una más emotiva centrada en los avatares románticos de San Martín (Pablo Echarri, siempre listo para mostrar el torso) y Bolívar (el colombiano Anderson Ballesteros). Con una estética y ritmo dignos de una de las novelas brasileñas de Telefé, El encuentro de Guayaquil tiene algunos de los momentos más involuntariamente hilarantes del año, además de unas vueltas argumentales que envidiaría más de un guionista televisivo. El Bicentenario de la Independencia merecía una película mejor.
Papelones históricos Dentro de un género no muy trabajado en el cine argentino posterior a la Edad de oro, el cine histórico tuvo una pequeña moda a fines de los 60 con las películas de Leopoldo Torren Nilsson y quienes siguieron sus pasos pero en general, por cuestiones políticas y de producción, ha sido dejado de lado por el cine nacional, con famosas pero escasas excepciones. Sin embargo, en los últimos años, libertad tecnológica mediante, se han intentando realizar una nueva serie de films sobre personajes históricos de nuestra historia. El encuentro de Guayaquil, basado en un texto de Pacho O´Donnell, cuenta la historia del encuentro entre José de San Martín y Simón Bolivar. Lo que ocurrió en dicho encuentro no se sabe pero la película crea una ficción acerca de lo que pudo haber ocurrido. El encuentro de Guayaquil es un misterio estético. Sorprende que en el año 2016 aparezca un relato surgido del peor cine argentina de hace por lo menos veinte años atrás. Con instantes que parecen de telenovela, pero mayormente con un aire de biopic revisionista filmado en otra época de la historia del cine argentino, una mala época del cine argentino. Con recursos estéticos que no encuentra justificación, como esa cámara que parece no querer estabilizarse, esos encuadres forzados y ridículos que no llevan a ningún lado. Por supuesto que la obsecuencia imperdonable de los artistas durante el kirchnerismo encuentra en el actor militante y aplaudidor del poder Pablo Echarri al intérprete ideal para actuar de forma deplorable el papel de San Martín. Pero la complicidad de este señor con el gobierno no debe tapar la evaluación de una película que es singularmente mala. Solo se hace mención a este tema porque las bajadas de línea política aparecen a lo largo de toda la trama. En un par de años, si acaso alguien vuelve a ver este film, posiblemente no se vinculara el discurso del film con la coyuntura en la que fue creada, pero ahora es imposible no ver que este film vio la luz debido justamente a la época en la que fue presentada. El revisionismo de la película no consiste en explorar de forma sofisticada la trama política o los temas que podrían surgir a partir de esto. El revisionismo consiste en poner a los personajes en situaciones cotidianas, no en lecturas más complejas. Pero las actuaciones, particularmente malas todas ellas, impiden ni siquiera por un segundo el prestarle atención a los diálogos de por sí falsos y forzados. Los dos actores principales son incapaces de hacernos creer que son próceres, o militares, o seres que pudieran haber existido. Son dos actores actuando mal a dos personajes importantes. Mucho se ha criticado la versión de San Martín que hizo Leopoldo Torre Nilsson en El Santo de la espada, pero Alfredo Alcón, aun con su impostado bronce, lograba darle más vida a este San Martín insólito. Y Torre Nilsson, con muchas limitaciones en el resultado final, conseguía momentos de verdadero cine.
El encuentro en Guayaquil muestra a San Martín y a Bolívar en un duelo actoral En julio de 1822, San Martín y Bolívar se encontraron en Guayaquil para discutir varios asuntos: la soberanía sobre la provincia de Guayas (integrada hasta esa fecha al virreinato del Perú), la liberación del Perú y la forma de gobierno conveniente para los nacientes estados americanos. San Martín, establecido por entonces en Lima y necesitado de recursos financieros para consolidar su campaña libertadora, se inclinaba por una monarquía constitucional, mientras que Bolívar prefería una dictadura vitalicia. El encuentro de Guayaquil pone el foco en esa entrevista, apoyándose en la investigación histórica de Pacho O'Donnell que contradice en más de un aspecto a la más canónica, la de Bartolomé Mitre, uno de los biógrafos más citados del prócer argentino que murió exiliado en Francia. En más de una oportunidad, el cine argentino se ha propuesto "humanizar" al personaje, ofrecer una perspectiva que lo aleje del bronce. Nicolás Capelli trabaja esa línea, con los problemas de salud, las poderosas ambiciones personales y la disipada vida amorosa de San Martín como ejes. Una cámara inestable sigue cada movimiento del militar argentino, simboliza sus angustias y zozobras. Pero lo mejor de la película es, justamente, aquello que ofició como su disparador: ese encuentro históricamente tan relevante del que hay más de una versión, y que Pablo Echarri (quien ya había encarnado a San Martín en un film producido por la TV Pública) y el colombiano Anderson Ballesteros transforman en un vibrante duelo actoral que excede las tesis sobre el enfrentamiento con la corona española. Es en la tensión que los dos actores consiguen cada vez que entran en contacto donde la película crece, se expande y atrapa, más allá de su manifiesta impronta revisionista.
Dramas de la ficción histórica Indefinida entre lo verosímil y el riesgo de la ficción, no llega a generar la tensión dramática del caso. Parafraseando a Gabriel García Márquez, podríamos decir que en El encuentro de Guayaquil tenemos a dos generales en su laberinto. La película de Nicolás Capelli (Matar a Videla), narra, recupera y ficcionaliza aquélla mítica y nada documentada entrevista que mantuvieron José de San Martín y Simón Bolívar en la ciudad ecuatoriana, un 26 de julio de 1822. Y, en sintonía con el Nobel colombiano, aborda a los próceres sin ocultar sus debilidades. De factura tradicional, tan esquemático desde la estructura como lanzado en la ficcionalización, el filme reconstruye con escasos elementos el supuesto diálogo entre los libertadores. Acentúa sus penurias, su escasez de recursos, la difícil situación militar que atraviesa San Martín en Perú y el drama colombiano de Bolívar. Estamos frente a una charla de la que sólo se sabe el resultado, que se juega mucho en la verosimilitud de los cruces de esa dramatización central pero también en la contracara documental que se le exige a una ficción histórica con las pretensiones de ésta. Guayaquil es el epicentro en esta película basada en el libro de Pacho O'Donnell que primero fue obra de teatro. Pero hay poco material para ese diálogo, entonces juega fuerte el flashback, la recuparación histórica de los sucesos más conocidos en la carrera militar de los personajes. A la par, fluye una evidencia excesiva del intento por “humanizarlos” con diálogos desacartonados, con apetencias libertinas, donde sus mujeres juegan un rol central. Sexo, desnudos, romances de próceres inmaculados. Se nota el influjo de O'Donell, incluso en el protagonismo que se da a figuras como Monteagudo, “el prócer olvidado de la revolución”. Pero esa cotidianeidad de la obra choca también con las preguntas demasiado explícitas que enarbolan y recitan los protagonistas. Un llamado a la reflexión, casi un mandato para distinguir independencia de libertad con tono de bajada de línea es puesto en boca de estos héroes románticos inmersos en un round de estudio que los muestra vulnerables y poderosos a la vez. El principal desafío lo asumen Pablo Echarri y Anderson Ballesteros (Escobar: el patrón del mal), los protagonistas. ¿Qué actor puede representar a un prócer? ¿Cómo se hace para salvar esas distancias en una ficción histórica? Ambos sobrellevan una contradicción latente: la osadía del filme desde lo narrativo, un ejercicio de imaginación, se desvanece en su estructura timorata, sin riesgos tampoco para el espectador. A diferencia de películas como El movimiento, de Benjamín Naishtat, por citar un título actual que va al hueso de la cuestión , aquí subyace un cuento cerrado, a mitad de camino entre la historia y la ficción.De factura tradicional, tan esquemático desde la estructura como lanzado en la ficcionalización, el filme reconstruye con escasos elementos el supuesto diálogo entre los libertadores. Acentúa sus penurias, su escasez de recursos, la difícil situación militar que atraviesa San Martín en Perú y el drama colombiano de Bolívar. Estamos frente a una charla de la que sólo se sabe el resultado, que se juega mucho en la verosimilitud de los cruces de esa dramatización central pero también en la contracara documental que se le exige a una ficción histórica con las pretensiones de ésta. Guayaquil es el epicentro en esta película basada en el libro de Pacho O'Donnell que primero fue obra de teatro. Pero hay poco material para ese diálogo, entonces juega fuerte el flashback, la recuparación histórica de los sucesos más conocidos en la carrera militar de los personajes. A la par, fluye una evidencia excesiva del intento por “humanizarlos” con diálogos desacartonados, con apetencias libertinas, donde sus mujeres juegan un rol central. Sexo, desnudos, romances de próceres inmaculados. Se nota el influjo de O'Donell, incluso en el protagonismo que se da a figuras como Monteagudo, “el prócer olvidado de la revolución”. Pero esa cotidianeidad de la obra choca también con las preguntas demasiado explícitas que enarbolan y recitan los protagonistas. Un llamado a la reflexión, casi un mandato para distinguir independencia de libertad con tono de bajada de línea es puesto en boca de estos héroes románticos inmersos en un round de estudio que los muestra vulnerables y poderosos a la vez. El principal desafío lo asumen Pablo Echarri y Anderson Ballesteros (Escobar: el patrón del mal), los protagonistas. ¿Qué actor puede representar a un prócer? ¿Cómo se hace para salvar esas distancias en una ficción histórica? Ambos sobrellevan una contradicción latente: la osadía del filme desde lo narrativo, un ejercicio de imaginación, se desvanece en su estructura timorata, sin riesgos tampoco para el espectador. A diferencia de películas como El movimiento, de Benjamín Naishtat, por citar un título actual que va al hueso de la cuestión , aquí subyace un cuento cerrado, a mitad de camino entre la historia y la ficción.
El Encuentro de Guayaquil, de Nicolás Capelli presenta una adaptación de una obra original de Pacho O’Donnell acerca del mítico encuentro entre José de San Martín y Simón Bolívar en 1822. Al margen de las referencias históricas, el film de Capelli intenta ir más allá y mostrar otra faceta de los próceres, “humanizarlos”, abordando cuestiones desde familiares y amorosas, hasta las diferencias y distanciamientos entre los miembros de la Logia Lautaro. Por otro lado, la película desarrolla su relato en diferentes tiempos, combinando lo acontecido con los recuerdos de San Martín (Pablo Echarri), como por ejemplo los artilugios utilizados por las “mujeres de la noche” de la época para sumar adeptos e inversiones, a la causa del libertador. Regresando a 1822, el presente del encuentro nos presenta a un San Martín ya debilitado, que no tiene los recursos necesarios para revertir la situación militar del Perú, y por eso recurre a Bolívar, con quien comparte mucho pensamientos, pero también muchas posiciones contrarias. Hay varias versiones sobre ese encuentro, y su desenlace, pero lo cierto es que luego de éste, el General -ya prácticamente sin apoyo- renunció a todos sus cargos y se exilió en Europa, donde falleció a los setenta años. Lo más destacable de El Encuentro de Guayaquil, cuya premisa inicial era interesante, reside en las actuaciones protagónicas de Pablo Echarri encarnando a San Martín, y de Anderson Ballesteros como Bolívar. Sin embargo el resto del elenco no sólo no acompaña, sino que entorpece el resultado final de una producción que resulta aburrida y densa, a pesar de contar con una buena trama.
Discutible versión de un enigma de nuestra historia Bien actuada por un elenco liderado por Pablo Echarri (San Martín) y el colombiano Anderson Ballesteros (Bolívar), el film traerá discusiones por razones históricas y estéticas. Según las crónicas, el 26 de julio de 1822 el general San Martín y Simón Bolívar mantuvieron una charla a solas a lo largo de cinco horas. Pocos días después, San Martín, ya enfermo y harto de los ventajeros, ingratos y difamadores que lo rodeaban, dispuso que su Ejército de los Andes formase con el de Bolívar el Ejército Unido Libertador del Perú, renunció a sus cargos y se retiró de la vida pública. Con esos hombres, el mariscal Sucre ganaría en 1824 la Batalla de Ayacucho, marcando así, en palabras de Bartolomé Mitre, "la definitiva emancipación sudamericana". Ahora bien, qué se dijeron exactamente los libertadores en esa charla, nunca trascendió. Hace ya diez años, a partir de cartas y otros documentos, Pacho O'Donnell imaginó para el teatro la última hora de ese famoso encuentro a solas. Lito Cruz y Rubén Stella estrenaron la obra y la llevaron después, durante años, desde el Teatro del Pueblo hasta el propio Guayaquil, pasando por pueblos y ciudades de la soñada Patria Grande, siempre discutiendo con el público después de cada representación. Esa era la idea. Presupuesto También causará discusiones la versión cinematográfica de Nicolás Capelli, el director, y Alvaro Arostegui que ahora vemos. Las habrá, motivadas por la historia y las palabras de los personajes (aunque están algo diluidas respecto de la pieza teatral), y también habrá discusiones porque la película, a decir verdad, más bien parece un telefilm medio pobre. Hubo dedicación, voluntad, buenas caracterizaciones y varios agregados para "airear" el texto y aportar nuevos elementos. Faltó más presupuesto, y acaso más ingenio para tensar lo mucho que había de trasfondo, y destacar lo poco que se podía tener (ingenio que se aprecia sólo en algunas ocasiones). Pablo Echarri y Anderson Ballesteros, el de la serie "Pablo Escobar: el patrón del mal", cumplen debidamente. Naiara Awada (Remedios), Gonzalo Suárez (escribiente Larrain), Arturo Bonin (general Arregui), Rubén Stella (mariscal de la Serna) y Juan Palomino (el singular patriota peruano Riva Agüero) lucen personajes muy interesantes que el guión aprovecha sólo a medias. Aparte, se agradece la presencia de Eva De Dominici, Miriam Lanzoni, Emme y Natalia Morales. Sin dudas, las mujeres que ellas representan tenían cuerpos menos estilizados, pero ese detalle no debería molestarnos.
Los generales de la patria. La construcción de la epopeya nacional por parte de Mitre y su legitimación por los intelectuales del centenario de la Revolución de Mayo marcaron lo que durante casi todo el siglo XX fue la visión unidimensional de la historia de nuestro país. Tras el desastre de la última dictadura cívico militar se generalizó un revisionismo de la época de la independencia, destacándose la figura del historiador, ensayista y escritor Mario O’Donnell -mejor conocido como Pacho- como uno de los mejores y más conocidos exponentes de esta expresión historiográfica. El bicentenario de los acontecimientos políticos que precipitaron la Revolución de Mayo y la política nacional de apoyo a la recuperación de la historia y el patrimonio nacional produjeron algunas de las nuevas películas sobre las principales figuras de la agitada independencia nacional, como Revolución: El Cruce de los Andes (2010) o Belgrano (2010). A pesar del cambio de época y de la caída en desgracia de algunos de los gobiernos que sostenían la unidad latinoamericana, este nueve de julio se cumplen doscientos años de la declaración de independencia y se lo celebra con el lanzamiento de una película sobre el encuentro entre José de San Martín y Simón Bolívar, dos de las más grandes figuras de la historia de la independencia de los países de Sudamérica. El Encuentro de Guayaquil fue publicada como obra teatral por Pacho O’Donnell en 2005 y fue llevada a escena en varias oportunidades en los últimos diez años, con grandes elencos que buscaron reconstruir esta sinuosa reunión que condujo a la cesión por parte de San Martín de sus tropas a Bolívar para la conclusión de la campaña libertadora que unía a ambos generales, lo que a la postre marcó los destinos de todos los países latinoamericanos. La película de Nicolás Capelli adapta la historia a la técnica cinematográfica intentando capturar la esencia de la obra y el espíritu revolucionario de la época post colonial en una dialéctica arriesgada. Para esto el opus reúne a ambos personajes recurriendo a flashbacks que ilustran y recorren la vida y los avatares de las campañas de ambos, sus miserias y sus amores, buscando más a los hombres con sus fortalezas y debilidades que a las figuras heroicas ponderadas para defender la idea de nación. La acción gira alrededor del choque entre las necesidades de un San Martín (Pablo Echarri) acorralado por sus detractores en Lima y la búsqueda de Bolívar (Anderson Ballesteros) en pos de engrandecer su gloria. En este diálogo lo más importante son las actuaciones, que son correctas y estudiadas aunque algo forzadas, especialmente en los casos de algunos de los personajes secundarios. Capelli evita las imágenes de las ciudades coloniales, situándose en habitaciones o palacios donde se celebraban las reuniones entre los mandatarios, y recurre a personajes secundarios para mirar el contexto, especialmente en lo que tiene que ver con la financiación de las campañas y las relaciones amorosas en escenas que pretenden humanizar al libertador. El resultado del emprendimiento es desparejo pero logra su cometido de ver a los hombres de carne y hueso a través de los ideales de estos generales revolucionarios que se jugaron la vida por las ideas que tenían de la libertad, la autodeterminación y la patria, entronizados por los ideólogos e historiadores. El Encuentro de Guayaquil es una gran forma de conocer algo más de nuestra historia, aunque solo sea para reflexionar un rato sobre una parte de los procesos sociales que condicionan nuestro presente.
A SOLAS La Historia argentina y latinoamericana vuelve a revisitarse a través del encuentro en Guayaquil entre San Martín (Echarri) y Bolívar (Anderson Ballesteros), en julio de 1822, según el texto teatral de Pacho O’ Donell. Género, vertiente temática o apuesta riesgosa, la gran Historia pocas veces se concilió con el buen cine; en ese sentido, solo basta reparar en los retratos sobre la vida de San Martín: un film clásico bastante disparatado de fines de los 30 (Nuestra tierra de paz); el paroxismo escolar de El Santo de la espada de Torre Nilsson, digitada por las imposiciones de un onganiato a punto de capitular junto a “las recomendaciones” de aquel Instituto Sanmartiniano; la versión íntima y vomitiva (debido a los vómitos del personaje) de El General y la fiebre de Jorge Coscia y, más cerca en el tiempo, Revolución, el cruce de Los Andes, con Rodrigo de la Serna interpretando al Libertador. La apuesta del director Nicolás Capelli repasa de manera acumulativa hechos anteriores al encuentro de San Martín y Bolívar con la intención de comprender de la mejor forma el encuentro de Guayaquil. En algún punto, semejante estructura capitular favorece al discurso narrativo, encorsetado entre fechas, batallas, discursos, envidias y odios entre personajes junto al impensado protagonismo que cobran las mujeres dentro del relato. Lejos de las postales edulcoradas de films de décadas pasadas, los personajes centrales son exhibidos en momentos íntimos y en más de una oportunidad aceptan los consejos de sus mujeres o de sus parejas ocasionales. Sin embargo, el didactismo, la frase contundente, el subrayado que exclama y reemplaza a la incertidumbre de ambos próceres termina ganando la partida. La cámara, por su parte, se esfuerza por evadirse de su origen teatral y de la parafernalia de palabras que invade no solo a los personajes centrales sino también a los secundarios. De esta manera, desfilan amigos y enemigos de los próceres, complots que diseminan el odio (en especial hacia la figura de San Martín) y otras características temáticas y formales que gobiernan a esta clase de historias. Algunos momentos menos locuaces y de fuerte intensidad dramática, en especial cerca del final, rescatan a la película de un naufragio definitivo. Pero son escasos, casi mínimos, para una película más próxima a parecerse a un culebrón histórico con sus correspondientes apuntes contextuales junto a un par de desnudos de mujeres que equilibran la enorme cantidad de uniformados destinados a salvar al continente. EL ENCUENTRO DE GUAYAQUIL Dirección: Nicolás Capelli.Argentina/Colombia, 2016. Intérpretes: Pablo Echarri, Anderson Ballesteros, Naiara Awada, Arturo Bonin, Luciano Castro, Eva de Dominici, Juan Palomino, Rubén Stella y Emme. Guión: Nicolás Capelli y Álvaro Arostegui, sobre una obra original de Pacho O’ Donnell. Fotografía: Sebastián Pereyra. Música: Camilo Sanabria. Edición: Andrés Azcarate. Sonido: Gaspar Scheuer. Duración: 102 minutos.
Crítica emitida por radio.
El encuentro de Guayaquil está basada en un libro de Pacho O'Donnell. Esta película imagina lo que pasó cuando San Martín y Bolívar se encontraron para diseñar una estrategia revolucionaria conjunta. El resultado tiene varios problemas, en buena parte debido al exceso de texto, largas parrafadas que los intérpretes entregan, cayendo en una sobreactuación notable. La acción se soslaya, o se resuelve con trazos gruesos. En la historia entendida como transmisora de un mensaje, la solemnidad pesa demasiado.
DOS POTENCIAS SE SALUDAN En épocas donde el revisionismo histórico está en auge y en un año donde se festeja el Bicentenario de la Independencia argentina, El encuentro de Guayaquil logra tener todos los elementos necesarios para destacarse en este contexto: a pesar de ser una producción correcta, quizás reciba más notoriedad por el momento en que se conoce que por sus valores, que los tiene. Dirigida por Nicolás José Capelli, narra el encuentro entre San Martín y Bolívar en Guayaquil, poniendo en relieve el pensamiento de los máximos próceres latinoamericanos, en el momento que llevaban adelante su avanzada independentista. Al inicio, la película parece una competencia entre personalidades fuertes y testarudas encerradas en una habitación -que llevaría obligadamente al duelo actoral entre los protagonistas-, llevando a pensar que irremediablemente la historia caerá en lo teatral. Sin embargo, durante toda la película el director acertadamente busca contextualizar el momento, intenta explicar el porqué de esa reunión entre estos personajes, mostrándolos de un punto de vista humano y no desde el bronce de los próceres. Exhibe sus aciertos y sus errores, sus grandezas y sus miserias. Y es allí donde se destaca, en presentar situaciones poco conocidas para el público en general y que son un gran aporte para comprender un poco más la historia. A pesar de que El encuentro… -como era de esperarse- se centra en sus protagonistas (Echarri y Ballesteros), estos no se destacan por sobre el resto, quizás porque desde la dirección se persigue más narrar lo sucedido en vez de centrarse en las personalidades, llevando a que San Martin y Bolívar, aún siendo los que más aparecen en pantalla, sean dos elementos más dentro de esta historia. Asimismo, con registros correctos y precisos, las labores actorales cumplen una sobria tarea en presentar a cada uno de los intérpretes involucrados en este momento trascendental dentro de la revolución americana. El punto más alto se encuentra en el trabajo de Capelli, quien mediante la multiplicidad de planos, tratando de evitar en todo momento el teatro filmado -a pesar de que hay instantes en que lo es-, la acertada ambientación y contextualización de cada hecho, como también un prolijo relato que usa en varias ocasiones el flashback pero nunca deja de tener sentido ni ilación en lo que se está contado. No se marea en fechas o lugares, todo se encuentra bien ordenado. En definitiva, El encuentro de Guayaquil resulta una correcta producción, que a pesar de contener algunos fallos en sus diálogos por resultar muy teatrales, sale airosa de este estigma. Tal vez su mayor falencia sea la poca emoción que transmite su narración, no obstante, esta carencia no logra hacer mella en su prolija y honesta estructura.
“El Encuentro de Guayaquil”, basada en la obra de teatro homónima de Mario “Pacho” O’Donnell, narra la histórica reunión entre José de San Martín y Simón Bolívar, en tierras ecuatorianas. Desde un punto de vista, desde los sucesos, puede ser vista como de corte netamente revisionista, presenta al General san Martin en el contexto de verse sin recursos suficientes para revertir la situación militar del Perú, viendo cómo se debilitaba su posición política en Lima, recurre a Bolívar, quien tenía un fuerte respaldo político y militar. La película intenta recrear, ficcionalmente, la conversación secreta que mantuvieron en la ciudad de Guayaquil, Ecuador, los días 26 y 27 de julio de 1822, tratando de desentrañar sobre qué hablaron los dos grandes héroes latinoamericanos. Y de esta forma, poner de relieve el pensamiento de estos hombres. Para ello el director recurre a la estrategia de ir construyendo su relato con cortes temporales, utilizando el recurso del flashback para dar cuenta de cómo cada uno de estos personajes llega a la reunión cumbre. El problema no es lo que cuenta, ni la forma, ni el contenido, la idea en si misma hasta es interesante, todo se deteriora a partir del ensamble general. Pues desde la mirada más humana de los personajes en si mismos, la intención primaria de mostrarlos humanos, con virtudes y defectos, se da de bruces con las actuaciones, en este rubro sólo cabe destacar las de Arturo Bonin, Ruben Stella y Pablo Echarri, éste último encarnando al militar argentino. Salvo los nombrados, hay una sensación constante de presentir que casi todos los diálogos están siendo recitados, lo cual se torna intolerable. Sumándole la grandilocuencia presente de manera inquebrantable, el diseño de sonido, principalmente la banda musical, que si su intención fue la de crear climas en conjunción con las imágenes, sólo logra malestar en el público. Lo único destacable de toda esta producción, sea la dirección de arte, tanto el vestuario como los espacios en que se filmó, conjuntamente con la dirección de fotografía que cumple con el cometido de que se vea lo que se muestra es muy poco, en principio por a quienes representa, y segundo porque los años invertidos en investigación para la producción no se notan
Basada en una historia original (¿teoría, será adecuado llamarla? Ya que lo que se pretende es reconstruir parte de la historia de nuestro país) de Pancho O’donnell, la película dirigida por Nicolás Capelli recrea mayormente lo que habría sucedido en la reunión entre San Martín y Bolívar en Guayaquil. Pero esa reunión se da, en la narración de esta película, más bien en la última parte. Antes, el guión escrito a seis manos por Alvaro Arostegui, Nicolás Capelli y Alberto Rojas Apel (que además tiene un pequeño papel) se preocupa en presentar a los personajes, brindarles dimensión y delinear el contexto histórico. El guión funciona a nivel narrativo aunque los diálogos suelen tener problemas. Se siente forzada la necesidad de plasmar esa época, para nada natural. Aunque, y aquí vamos al que considero el problema principal de la película, probablemente las actuaciones no ayuden demasiado a que así sea. Lo cierto es El encuentro de Guayaquil cuenta con un elenco bastante conocido. Pablo Echarri es San Martín, Anderson Ballesteros es Bolívar y Arturo Bonín es Mitre, pero además hay participaciones de Naiara Awada, Juan Palomino, Emme y Luciano Castro, entre otros. De ese grupo quien mejor sale posicionado puede que sea Ballesteros, pero en general las actuaciones son exageradas y parecen salidas de una mala obra de teatro. Hasta los acentos, como el gallego de Bonín o el peruano de Emme, son horribles. Echarri compone a su San Martín con énfasis, sin embargo su interpretación es más bien artificiosa. La película se sucede entre diferentes lugares y tiempos, teniendo que estar atentos a veces a la leyenda que figura y nos sitúa antes de varias secuencias; personalmente, ése es un detalle que me parece bastante molesto, y me pasa con todas las películas que utilizan ese recurso. En cuanto a la fotografía, probablemente a causa de un presupuesto menos acorde de lo que uno supondría necesario para una producción de este tipo, la película recae principalmente en planos americanos o primer planos. De hecho, la famosa conversación sobre la cual gira en torno la película cuenta con planos y contraplanos que se sienten muy televisivos, y esa sensación está durante gran parte de la película. O cuando San Martín anuncia a lo que suponemos es una multitud su idea de liberar Perú, pero sólo lo vemos a él y sus secuaces en un plano cerrado. Dicho esto, la película sortea esos problemas de producción de manera satisfactoria. Además, el uso de claroscuros ayudan a recrear la época con cierta frescura. A grandes rasgos, en El encuentro de Guayaquil nos vamos a encontrar con una parte de la historia que no figura en los libros educativos, una construcción de personajes complejos y llenos de contradicciones, polémica, claro, pero también una propuesta que más allá de ser ambiciosa se la siente artificiosa, y esto es más que nada a causa de actuaciones que, quizás porque en su mayoría provienen de la televisión, no están en sintonía con la película que quiere ser.
El Bicentenario se aproxima y llega a las salas El Encuentro de Guayaquil, una película que busca ahondar en el coloquio que mantuvieron en 1822 los libertadores de América del Sur. Amargo Desencuentro El Encuentro de Guayaquil es el segundo largometraje de Nicolás Capelli y una adaptación de la homónima obra de teatro del historiador Mario “Pacho” O´Donnell, que tuve la oportunidad de ver en su momento aunque evitaré las comparaciones debido a que, en mí consideración, el cine y el teatro son dos medios, y por lo tanto lenguajes distintos. El film comienza contextualizándonos históricamente y con la premisa que se contará lo que nunca se supo sobre lo acontecido en aquella ciudad, ahora ecuatoriana, el 26 y 27 de julio de 1822 entre los dos próceres más importantes de Sudamérica: el General José de San Martín (interpretado por Pablo Echarri) y el General Simón Bolivar (interpretado por el actor colombiano Anderson Ballesteros). Durante hora y media conversarán y los flashback mostrarán por lo que estos hombres pasaron desde el comienzo de la lucha emancipadora para llegar hasta allí. Revisionismo Estéril En casi 200 años nadie supo lo que ocurrió en aquel encuentro entre aquellos próceres, aunque si hubo una serie de conjeturas y especulaciones generadas a raíz de cartas y por los hechos ocurridos posteriormente a nivel político y militar en la región. Lo único que se puede asegurar al respecto es que el coloquio no fue ameno y eso es quizás lo que a El Encuentro de Guayaquil le faltó explotar más. El gran Vicente Fidel López escribió en su libro El Conflicto y la Entrevista de Guayaquil (1884) que sería “indispensable que los que hablen de la Conferencia de Guayaquil le llamen Conflicto”; y claro está que donde hay un conflicto hay un guión. Sin embargo, por más que haya conflicto, se necesita una estructura que lo contenga y sostenga a lo largo de toda la película, y es quizás en el primer acto de El Encuentro de Guayaquil donde más errores se ven en este punto. En primer lugar aparecen unas placas proto-amarillistas que dicen que nos van a contar “lo que nunca se supo” sobre lo ocurrido, cuando se sabe que no es así. Incluso si esto fue pensado con un fin publicitario -tal es el caso de Fargo de los Coen que dicen basarse en hechos reales para potenciar la ficción- deberían haber tomado en cuenta que se estaban metiendo con uno de los acontecimientos más importantes del continente, y como mínimo todos lo estudiamos en la escuela; ergo no funciona tampoco como estrategia de promoción de la película. En segundo lugar no hay devenir en el orden, es como que quisieron poner muchos elementos pero con una lógica extraña. Luego de las placas mencionadas anteriormente, hay una escena entre el General Arregui y otros dos militares con el único fin de presentarnos el clima político y la reunión cumbre que se avecina, pero lo inverosimil del diálogo que vemos se genera porque en una misma mesa no se tratarían todos esos temas con tanta superficialidad y de manera tan fáctica. Luego vemos la siguiente escena con un Bolivar que espera, y un San Martín que está llegando descompuesto a Guayaquil en el barco, para pasar finalmente a una secuencia de títulos en la que se cuenta la historia de Los Horacios a modo de metáfora sobre lo que está por ocurrir en el encuentro entre los próceres. En conclusión, todo tiene que ver pero se estructuró de forma disociada para comenzar con esta historia. En tercer lugar, el encuentro será un diálogo pasivo-agresivo con flashback que mostrarán las campañas de cada uno de los próceres y algo sumamente desafortunado y amarillista como meterse en las sábanas de San Martín y en las de Bolivar. Según Nicolás Capelli, el director, el fin es bajarlos del Bronce, lo cual me parece válido, pero que camino erróneo escogió para hacerlo. Sobre lo Técnico El Encuentro de Guayaquil cuenta con un conocido elenco porque en su mayoría provienen de la televisión, aunque hace dudar el physique du rol (es decir las características físicas) para los personajes históricos que encarnan y el ejemplo más claro de esto es Eva de Dominici que interpreta a una mulata pero parece que estuviera pintada con corcho para un acto escolar del 25 de Mayo. Es decir, no me refiero estrictamente a las actuaciones sino a lo físico, y sinceramente no encuentro argumento para no haberle dado el papel a una actriz negra -a menos que el director sea D.W.Griffith-. En cuanto a la fotografía se maneja todo dentro de una gama sepia, y hay más contraluces de los necesarios ya que a veces hasta resultan molestos porque se mantienen incluso cuando un personaje está diciendo algo trascendental de la trama. Sin embargo, los contraluces compiten cabeza a cabeza con la música de fondo por cuál es la que interrumpe más la narración de El Encuentro de Guayaquil. Conclusión El Encuentro de Guayaquil es una película en la cual uno desea que se hubiera obtenido un buen producto, una buena obra así como Revolución: El Cruce de los Andes, y más después de tantos años de trabajo, pero lamentablemente no es así. De todas formas, y para cerrar, siempre lo mejor es que si cuentan con el dinero y el tiempo vayan al cine y saquen sus propias conclusiones al respecto.
Enmarcándose en una serie de producciones sobre diferentes gestas patrióticas impulsadas por el bicentenario, nuevos realizadores se ponen al frente de esta ola más enfocada en el costado humano de los próceres. Por ejemplo, en Revolución El Cruce de los Andes, del 2010, entiendo la más lograda del ciclo, había una precisa descripción humana de San Martín -correctamente personificada por Rodrigo De La Serna- y una acción general bastante dinámica y llevadera. Pero, ¿qué pasa con esta nueva revisión sobre la vida de nuestro Libertador? ¿Toma otro enfoque? ¿Cómo está Echarri? El Encuentro de Guayaquil está dirigida por Nicolás Capelli (Matar a Videla) y se basa en un relato del historiador Pacho O'Donnell, quien imagina qué sucedió en ese encuentro completamente íntimo y privado entre Simón Bolívar y José de San Martín, del cual no hay ningún tipo de registro pero luego del cual nuestro libertador se embarcó a Perú, dejando sus tropas en manos del venezolano. La película elige mostrar diferentes momentos de las campañas de Bolívar (Anderson Ballesteros) , por un lado, y San Martín (Pablo Echarri) en paralelo. Con la elección de las situaciones ya queda en claro la postura ideológica: las diferentes anécdotas que van conformando el gran relato no están jerarquizadas por peso histórico, sino que apuntan a mostrar tanto el costado humano de ambos libertadores como el modo de relacionarse con su entorno (subordinados y mujeres, incluso). Claramente estamos ante un relato moderno, donde tiene más supremacía la psicología de los personajes que la causalidad de sus actos. No asistimos a una lucha independentista donde los patriotas son los buenos y los realistas son los malos, con resolución sangrienta en un campo de batalla. La intención se ubica en un punto medio, donde se narran los hechos necesarios para hilvanar el relato pero con el énfasis puesto en la repercusión psicológica y emotiva del proceso de emancipación en los libertadores. Uno de los principales puntos flojos viene por ese lado: la selección de anécdotas a contar se hace muy difícil de seguir hasta que uno entra en el código y acepta la propuesta. A partir del segundo tramo, uno empatiza con los protagonistas y aquí es cuando realmente la propuesta se disfruta. La actuación es muy dispar respecto a los dos protagonistas, sin embargo el resto del reparto alcanza grandes momentos, principalmente Nai Awada y Miriam Lanzoni. Echarri no deja de ser Echarri vestido de San Martín. Esa forma de hablar, casi susurrando, le juega muy en contra a la hora de componer a un San Martín creíble y, es más, la dificultad de creernos que él es nuestro prócer está íntimamente ligada con lo expuesto anteriormente acerca de la difícil empatía en el primer tramo: tras que es un ritmo al que no estamos acostumbrados, la interpretación no ayuda en lo más mínimo. Anderson Ballesteros es otra cosa. Se lo ve más seguro, más complejo, más lleno de pequeños gestos que dejan entrever la enorme humanidad de Bolívar detrás. Aunque ninguno de nosotros haya conocido a Bolívar personalmente, no caben dudas que estamos viendo a una persona, y no a un actor disfrazado de época. Ayuda a la identificación con el extranjero que no sea un actor que estemos acostumbrados a ver, y esto abre una reflexión: Ya que no es una película comercial que la gente vaya a ver por su elenco, ¿no sería conveniente recurrir a actores no consagrados? Formalmente la mayoría de la película está grabada sin trípode, gracias a lo cual la cámara tiene una mínima vibración que contribuye a darnos la idea que estamos espiando la intimidad de los personajes. Rompe con este código en dos oportunidades, una con mejor resultado que la otra. Sabe introducir por momentos algunas composiciones realmente deliciosas. Desde ángulos poco frecuentes o reforzados por fuertes contraluces, surgen algunos encuadres que se prolongan en el tiempo, pero realmente vale la pena contemplarlos, y refuerzan la idea de la temporalidad irregular de la psicología humana: no transcurren horas ni minutos, transcurren estados de ánimo, ideas, y ese tiempo no puede ser medido de manera objetiva. En el otro extremo, se inaugura la presentación de cada locación con prolijos planos secuencias de los paisajes naturales reales donde sucedieron los hechos, y la verdad que es un recurso que no aporta mucho por varios motivos, entre ellos porque tienen una textura y un color que no pega con el resto de la imagen, además de alejarte de emociones con las que deberías involucrarte. A rasgos generales, es prolija, tiene ritmo (lento, pero ésa es la idea), y se escucha muy bien. Afortunadamente hace años estamos en condiciones de afirmar que se terminó la era del sonido espantoso en el cine nacional. VEREDICTO: 6.00 - VIVA LA PATRIA El Encuentro de Guayaquil tiene un gran pro y una gran contra. Lo bueno es que revisa la historia no de modo objetivo, sino acercándose mas a las subjetividades y sentimientos de los involucrados en la emancipación. Lo malo es que este tipo de relatos no son masivos, la gente no acostumbra a ver películas más introspectivas, con lo que los intentos por conocer nuestra historia siguen estando relegados a unos pocos.
El encuentro de Guayaquil retrata la cumbre San Martín-Bolívar en plena faena independentista latinoamericana pero sin hacerle honor a los próceres. Hay un logro en este pequeño opus del cine local y es la escena que retrata la noche previa a una batalla. Allí vemos a Simón Bolívar recorriendo algunas carpas y saludando a los soldados. Entre ellos se encuentra un mulato que le cuenta una anécdota al militar bolivariano, en una performance actoral que aporta algo de frescura a la vehemencia general del film. El resto de lo que se ve en El encuentro de Guayaquil es un duelo de malas interpretaciones (salvo los casos de Arturo Bonin, Juan Palomino y algunas intervenciones de Anderson Ballesteros), lideradas por un Pablo Echarri que zigzaguea entre la declamación con ínfulas de libro de historia y la conversación de fila de supermercado. Eso cuando su José de San Martín no se debate entre gritar mientras golpea la mesa o susurrar como en Resistiré durante sus charlas con el prócer venezolano que compone Ballesteros. La película de Nicolás Capelli (que cuenta en su haber la indescriptible Matar a Videla) toma como base el libro de Pacho O´Donnell (quien introduce al film) pero no honra siquiera una parte del vuelo del texto original y apenas se queda con los datos, planteados en pantalla con un guión desordenado, que juega a la fragmentación sin hacer pie en certeza narrativa alguna. Sin llegar al acartonamiento de El santo de la espada (aquella obra de Leopoldo Torre Nilson en la que Alfredo Alcón compuso a un San Martín de revista Anteojito), el film no logra dar en el blanco del planteo formal pero sobre todo se queda corto en términos de realización, con escenas en las que la falta de presupuesto se resuelve a través de planos sin ideas: la verbalización narrativa puesta en juego a la hora de contar una batalla está más cerca de Ed Wood que de Alexander Sokurov. El encuentro en Guayaquil que se nos presenta fue fundamental para la liberación de Perú pero también marcó un vértice en lo que a hermandad latinoamericana refiere. Y además, claro, fue nada menos que uno de los hechos centrales de la obra independentista de San Martín, poco antes de volver a Europa, donde moriría. El planteo de Capelli fue a las claras alejarse todo lo posible de lo hecho hasta ahora en cine sobre la historia argentina, que muy lejos está hasta el momento de ofrecer un título a la altura de los nombres y sucesos que se suelen contar. Este tampoco es el caso. Otra vez será. O no.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030