No se puede hacer más lento El documental El gran simulador (2013) se centra en la figura de Héctor René Lavandera, o René Lavand. ¿Quién es René Lavand? Muchos le reconocerán como el malo de Un oso rojo (2002), pero el hombre lleva una exitosa carrera de más de 50 años como ilusionista, haciendo tours alrededor del mundo, acogiendo discípulos y viviendo de su arte. Perdió la mano derecha de pequeño, pero a pesar de eso – o quizás gracias a ello – se convirtió en un aclamado prestidigitador. Lavand y su mujer reciben al documentalista Néstor Frenkel en su cabaña de Tandil, donde el ilusionista reside de pequeño y todo el mundo parece conocerle. Vemos material de archivo del ilusionista, haciendo apariciones televisivas a lo largo de los años y poniendo en escena sus trucos de magia. Orgulloso autodidacta, Lavand desarrolló su propio estilo, ya que por aquel entonces ningún manual enseñaba prestidigitación a zurdos o mancos. En definitiva, “No tenía nadie a quien copiar”. Lavand se muestra canchero, de pie ante la mesa, con una mano siempre metida en el bolsillo y la otra mezclando y cortando el mazo de cartas. Acompaña sus trucos con narraciones, con poesía, con payadas que acompañan el artificio con el objeto doble de cautivar al espectador y de elevar el truco a un estrato artístico. Cada tanto dirá, insistente, “no se puede hacer más lento”. Lleva la naturaleza del artificio al límite, dando al espectador la oportunidad – o al menos la ilusión de oportunidad – de poder entrever los gajes del oficio. El atractivo del arte de Lavand es con cuan poco logra engañar al espectador. El carismático histrionismo de su voz, su pose canchera, las narrativas con las que adorna y enhebra sus trucos tan apasionadamente son herramientas más útiles y menos obvias que luces y colores. Conocedor de la magia del cine, la otra muletilla de Lavand es “la cámara implacable no me deja mentir” – si bien, en algún momento de la película, veremos cómo la cámara le devuelve su mano derecha durante un truco de magia. El gran simulador es una excelente oportunidad para rescatar el arte de René Lavand, una película divertida sobre un hombre divertido que contagia inmediata y efectivamente la pasión y el amor que siente por un arte al que le debe la vida.
Mentime que me gusta A los 84 años y con más de medio siglo de trayectoria, René Lavand es un mito de la magia en la Argentina. Brillante ilusionista y entrañable personaje, este hombre se hizo famoso por sus trucos con cartas concretados únicamente con su mano izquierda (la derecha la perdió en un accidente) hasta convertirse en una figura de culto, con miles y miles de fans. Como en Amateur (donde nos presentaba a un querible cinéfilo), Frenkel se acerca con curiosidad y fascinación al universo íntimo de su personaje. En este caso, a una hermosa casa de madera que Lavand posee en medio de la naturaleza verde en las afueras de Tandil. Allí, conoceremos lo que el protagonista -gran actor y entretenedor- quiere que sepamos: un bon-vivant, un filósofo de barrio, un genio de las barajas que sigue creando nuevos trucos en su "laboratorio" (el paño verde) pese a su artrosis, un marido bastante dependiente, un amigo fiel, un maestro con discípulos que lo veneran y, a veces, un cabrón refunfuñante (sobre todo cuando lo llaman a toda hora para pedirle un remise debido a un número equivocado). El director -que contó con técnicos de primera línea, empezando por los DF Guillermo Nieto y Diego Poleri- pudo acceder a un excelente material de archivo de todas las épocas (Lavand recorrió el mundo varias veces y estuvo hasta en los shows de Johnny Carson y Ed Sullivan) y hace un buen uso de esas imágenes, pero también de los sonidos de sus actuaciones que muchas veces se escuchan en off. Hay momentos en que Lavand lee textos un poco sobreescritos (con obvios espejos de fondo) y otros en que el documental resulta demasiado concesivo, "oficial". Quizás Frenkel se "enamoró" de su personaje y perdió la oportunidad de mostrar ciertas contradicciones o miserias de Lavand que hubiesen enriquecido el retrato. Pero cómo no rendirse ante el carisma, la simpatía, la seducción de este gran embaucador. René lo hizo de nuevo.
Culto al artificio Quienes hayan disfrutado del documental Amateur encontrarán en la nueva propuesta del realizador Néstor Frenkel otro personaje atractivo y entrañable como el prestidigitador octogenario René Lavand y seguramente quedarán igual de cautivados como el director al haber espiado de cierta manera la intimidad de este notable y auténtico ilusionista. Claro que al igual que lo que ocurre con un truco de magia todo lo que se deja ver en El gran simulador es en definitiva aquello que habilita el carisma de su protagonista. Pero lo que se esconde o lo que pertenece al terreno de la conjetura, o en el mejor de los casos alimenta un misterio, permanece oculto y al resguardo de cualquier avance o violación de un pacto entre la cámara y su imagen. Esta idea que para algunos podría resultar defectuosa en realidad guarda coherencia desde el punto de vista conceptual y sobre todas las cosas mantiene vigente el recurso del artificio cinematográfico como parte esencial del cine. El propio René Lavand a lo largo de su enorme trayectoria con sus trucos de cartas recorrió el mundo desafiando a las cámaras de televisión, elemento que siempre utilizó para darle credibilidad a su destreza manual, aunque consciente de que lo suyo no es otra cosa que un acto de ilusionismo. Por eso, al principio explica que la palabra mago no le sienta bien y de vez en cuando intenta justificar sus ardides y encantamientos bajo fines nobles. La fascinación de Néstor Frenkel por esta magnética figura, de porte señorial, se transmite de principio a fin y desde ese sentido la utilización de material de archivo -provisto por el propio Lavand- complementa al personaje en varias de sus dimensiones. Para el hombre de 84 años al que le falta su mano derecha producto de un accidente que tuvo en su infancia -episodio que también originó el mito con varias versiones sobre el acontecimiento e incluso pusieron en duda su veracidad- queda la intimidad junto a su esposa en una cabaña modesta y muy acogedora en Tandil; en su visita médica de rutina para controlar una artrosis importante y en esos pequeños juegos de barajas que en la charla cotidiana con el director de Buscando a Reynolds van tejiendo un vínculo de camaradería que se refuerza a partir del armado del documental y de un truco donde la mano derecha gracias a la magia del cine aparece junto a la izquierda. La otra cualidad que sostiene toda la imaginería de El gran simulador la aporta el propio protagonista con su capacidad de narrador, que viste cada uno de sus trucos de un ropaje muy especial y son su sello distintivo. En su nuevo opus Néstor Frenkel reafirma su sensibilidad para extraer momentos de verdad en situaciones de lo más insólitas, donde las máscaras destiñen ese maquillaje que las hace atractivas pero artificiales a la vez, sin embargo, lo más importante es lograrlo desde lo natural y no de manera forzada como en el caso de la visita de un amigo escritor que comparte junto a Lavand un cuento para que incorpore en sus presentaciones. En el abrazo sentido o en la emoción que la cámara de Frenkel capta viven la pureza de su cine. No hay artificio posible para construir esos pequeños retazos de vida y magia.
"Hay que aprender a aprender a aprender" Una de las grandes habilidades que posee Frenkel como documentalista, es la de crear de la persona, un personaje inolvidable , sumamente cinematográfico y divertido. En este caso, con René Lavand, el ilusionista. El film contiene material de archivo inteligentemente seleccionado y mostrado. La obsesión de Frenkel por los detalles recae por ejemplo en la presencia de esa melancolía a lo largo del film, en el pequeño momento en el cual la mujer del mago ve en un VHS una presentación de su marido. En las charlas de la pareja durante las comidas, y en la estructura del film: esa mano que él espera que llegue de Mar del Plata, y que cuando termina la película, no sabemos qué pasó con ella, si la recibió o no...
Cuando un personaje es tan rico, ya sea por su personalidad cómo en la historia que le tocó vivir, esto vendría a ser muy apropiado para realizar una película documental, más aun con el carisma que tiene el mítico ilusionista argentino René Lavand. La cuestión es que si a parte del gran registro que se puede conseguir a partir del universo entorno al maestro de los trucos de naipes, hay que decir que con El Gran Simulador, Néstor Frenkel le agrega una particular y virtuosa manera de narración cinematográfica, que hace que los sucesos, a parte de interesantes, sean de lo más llevaderos...
El gran simulador relata, en forma de documental, la vida de René Lavand. Para quienes no conozcan esta figura (podríamos suponer una gran parte del público joven del BAFICI), se trata de una eminencia en el ilusionismo nacional. Frenkel extrae de los testimonios del ilusionista (nunca le digan "mago") pensamientos, recuerdos, miedos y ocurrencias de la vida cotidiana para formar una suerte de memoria fílmica de una vida marcada por el engaño y el mito. Engaño por, naturalmente, su trabajo; mito, por la construcción que se tejió alrededor de su figura (de la que sobresale no tener mano derecha y las sospechas sobre qué le ocurrió). Hay algo universal en el film de Frenkel. Algo que -en su tono, composición, presentación- lo acerca a toda clase de público. La sala llena de jóvenes disfrutaba cada una de las ocurrentes intervenciones de Lavand, posiblemente sorprendidos ante una presencia encantadora e irresistible. Sin embargo, se puede suponer que El gran simulador será disfrutada por aquellos que compartieron la misma época que el ilusionista (evidencia número 1: mi abuela)...
Abriendo el juego "Soy un experto en cartas, pero no soy mago. Ese es un término que confunde a la audiencia". Con estas palabras, el ilusionista René Lavand se define mejor que nadie en el documental que lo muestra con un presente activo (a pesar de su artrosis) y protegido en su fortaleza. El director Néstor Frenkel (Amateur, Vida en Marte) recorre pasado y presente del ilusionista argentino de fama mundial especializado en cartomagia, que realiza sus ilusiones con la única ayuda de su mano izquierda (la derecha la perdió a los nueve años en un accidente automovilístico). Lavand llegó a participar como invitado en El show de Ed Sullivan y Johnny Carson, llevando sus ilusiones a Venezuela, México y a varios programas de la televisión argentina. El gran simulador expone además su intimidad familiar junto a su esposa que busca material para el documental, la reunión con un amigo que le acerca relatos para sus presentaciones y un joven discípulo. Autodidacta, creador de su propia técnica, que le dio un estilo inconfundible, Lavand o Héctor Lavandera afirma que su laboratorio es el paño verde sobre el que se despliega su arte, sin olvidarse de la vida tranquila y el ámbito natural que lo rodea. El film acierta en la descripción de su personalidad ("Hay dos cosas que me molestan: una, que me pidan autógrafos. La otra, que no lo hagan"), utiliza material de archivo y escapa de los los típicos testimonios a cámara del género. La historia -que abre y cierra el relato- gira en torno a la búsqueda de su mano derecha en otro de los relatos que impulsan su trabajo y en medio de una película que se acerca de manera más que satisfactoria a la persona y al artista.
Otro buen documental del polifacético Néstor Frenkel Néstor Frenkel es una figura que podría calificarse camaleónica dentro de la cinematografía local. En su carrera se perfilan numerosas vetas que incluyen la dirección de sonido, el montaje además de ser guionista y director de todos sus films. Es un habitual invitado del BAFICI (“Construcción de una ciudad”, por ejemplo) y en esta oportunidad presenta su quinto largometraje fuera de competición. Salvo el primero (“Vida en Marte”) los restantes pertenecen al género documental tal como acontece con “El gran simulador” que tiene algún punto de contacto con “Amateur”, su inmediato anterior. En ambos casos se ocupa de personalidades singulares, un director de cine “Amateur” en un caso y aquí un mago o como él prefiere que lo llamen ilusionista. El personaje en cuestión es René Lavand, tal su nombre artístico, que nació en verdad como Héctor René Lavandera en 1928. Pero su singularidad no responde sólo a ser un famoso artista con las cartas, tanto españolas como de poker, sino a que hace trucos con la mano izquierda, dado que la derecha la perdió en un terrible accidente cuando apenas tenía nueve años. Lavand vive en Tandil desde hace muchísimo tiempo y lo acompaña desde hace treinta años Nora Gómez, su fiel pareja. Su hermosa casa contiene lo que él denomina su “laboratorio”, en verdad no mucho más que un paño verde donde ensaya nuevos trucos. Pero además la decoración está compuesta por numerosos cuadros (un fresco famoso con las manos de Michelangelo), su colección de sesenta bastones, sombreros e incluso una espada anatómica para zurdos. Frenkel utiliza con inteligencia muchas imágenes de archivo como aquéllas en que se lo ve con Ed Sullivan o Johnny Carson y también en nuestra televisión en la lejana década del sesenta así como sus célebres visitas a sets en Japón y Europa, por ejemplo. Quizás una de las mayores atracciones de este sólido documental sean las filmaciones actuales de notables trucos como el de las tres migas o también de las tres cartas que incluyen al as de oro. Pero sólo viendo el film se podrá apreciar la “magia” de René Lavand, quien con sus ochenta y cuatro años es un volcán por lo activo y por como se enfurece por ejemplo cada vez que lo llaman (equivocadamente) a su casa pidiendo un remise. Como lo afirma en más de una oportunidad, el mago ilusionista de Tandil se considera un autodidacta ya que todos los libros y técnicas son p
Luces y sombras, espejos y reflejos, cine… “cine por todos lados”. Así definió, y retrató, Néstor Frenkel el ambiente que rodea al protagonista de su último documental: René Lavand, “El Gran Simulador”. Si hay algo que Frenkel supo hacer bien (entre las más destacadas) en “El gran simulador” es meternos en ese mundo intrigante y misterioso en el que le gusta vivir a René Lavand. Con un humor infaltable, inteligente y serio, característico del personaje que estamos conociendo, este ilusionista nos cuenta sobre su vida, su arte y esas mañas que trae la edad. La atmósfera que es capaz de mostrar y de generar con la música y las imágenes es sumamente exquisita, logrando el clima de estar viviendo los lugares y llegan a generar un gran cariño con el personaje. Las luces y las sombras dibujan otro panorama y le aplican una nota de nostalgia al relato de este prestidigitador. René es él, con ese halo de misterio y esa voz que cuenta una historia cada vez que sale de su boca. La capacidad narrativa no sólo se aferra a las imágenes y el sonido, sino que el personaje por sí sólo es capaz de narrarnos la historia… y venderla. Un documental que nos demuestra que los años pasan y que todavía hay lugar en el cine para los grandes artistas argentinos. “Gracias de parte de toda la comunidad de la magia argentina”, así agradecieron a Néstor Frenkel aquellos que ingresaron a ese mundo de la mano de René Lavand. Un homenaje, en vida, a un gran ilusionista.
Como viene la mano Se llama el gran simulador pero bien podría haberse llamado El profesional, ya que el documental de Frenkel es el reverso exacto de su anterior trabajo, El amateur. Un acercamiento a la figura mítica del ilusionista argentino más reconocido que suma el humor del director al del propio protagonista para lograr un entrañable retrato de un tipo que con su habilidad de lentidigitador logró engañar hasta a su propio destino por años y años. No se puede hacer más lento.
Mi mano izquierda Qué bueno que a René Lavand -mezcla de genio artístico, bon vivant, tahúr despreocupado y simpático timador- no le interesen las explicaciones psicológicas ni la exégesis ni el ejercicio de la nostalgia. Qué bueno que Néstor Frenkel, director de El gran simulador, lo haya entendido: acá no se trataba de buscar a la persona detrás del personaje (perdón por el abominable lugar común) ni de descubrir los mecanismos de su magia ni de hacer una suerte de apología evocativa. Lavand no la necesita y, además, su vida -que transcurre en un presente continuo- ya no admite divisiones entre verdad y mentira. Frenkel, entonces, hizo lo mejor que podía hacer: puso el cine al servicio de Lavand; le sumó ilusionismo al ilusionismo. La película, básicamente, retrata a Lavand en la intimidad de su hermosa casa/cabaña en Tandil, en medio de la naturaleza. Con el foco puesto en el vínculo con su esposa (que se encarga de mostrar excelente material de archivo) y en las “investigaciones” en su “laboratorio”. Laboratorio: nombre que le da Lavand al paño verde sobre el que despliega su infinito talento para la cartomagia, multiplicado por su histrionismo sutil, estilo dandy, y su talento narrativo. Su mano izquierda de prestidigitador -la derecha la perdió en un accidente, a los 9 años-, con un anillo de oro en el meñique y una artrosis que avanza sin arrancarle excusas ni quejas, domestica y hace maravillas con un mazo de naipes en el que cabe su vida entera. En un momento, Frenkel le pregunta por la relación entre la tragedia infantil y el desarrollo de su don. Lavand contesta, con suficiencia, que no es psicólogo sino artista e ilusionista. En otro pasaje, en un viejo programa de TV, Lavand muestra un mazo de cartas iguales. Parece a punto de revelar el secreto de su truco, palabra de la que rehusa, como rehusa de la palabra magia. Pero no. Se trata de una broma, seguida de arte ilusionista. Una vez más, caímos bajo el hechizo del elegante embaucador. Un hombre-leyenda que se construyó a sí mismo. Y que sabe que el misterio atrae más que la explicación: lógica que comparte esta película.
Aplaudido por los públicos más heterogéneos del mundo, René Lavand es un ilusionista especializado en cartomagia que realiza sus tareas con la única ayuda de su mano izquierda, ya que perdió la derecha, siendo un niño, durante un accidente. Pero no se dejó apabullar por esta circunstancia y practicó desde sus primeros años el arte del más completo dominio de las barajas. Cuando aquí, en este documental que recorre parte de su vida en los escenarios y se detiene en aspectos personales de su existencia dice: "No se trata de que la trampa no se vea, se trata de que ni siquiera se sospeche", es imposible preguntarse si Lavand es un artista o un tahúr. El director Néstor Frenkel tomó a este personaje y lo convirtió en alguien que, con los recuerdos de su larga trayectoria y con acertadas pinceladas de humor, se transforma en el ejemplo de un retrato cálido e íntimo que por momentos pareciera abandonar su máscara y dejar ver lo más profundo de su alma. Dentro de esta historia fluida Lavand recorre calles, dialoga con amigos, mantiene animadas charlas con su esposa y aparece, en escenas tomadas de sus actuaciones en los países más exóticos, como alguien al que la vida le dejó sin una mano para convertir a la otra en una increíble apuesta a lo mágico y a lo insospechado. El realizador tuvo la inteligencia de seguir el derrotero de Lavand en su existencia cotidiana, en su simpatía a flor de piel, en su alegría de ser alguien que sabe transitar un destino marcado por la adversidad que transformó en arte y en sonrisas. El film se convierte así en el profundo retrato de un ser querible, en una especie de embaucador que siempre deja atónitos a sus espectadores. Frenkel tuvo en sus manos a un personaje encantador al que supo otorgarle una intensa poesía y una simpleza que lo convierten en alguien mágico, casi tan mágico como las piruetas que hace con su mano mientras los naipes aparecen o desaparecen o los dados se multiplican o se restan dentro de una simple taza de café. Todo en este film es verdad e ilusión y es, además, la necesidad de no dejarse vencer por la fatalidad para convertirla en un arte del que Lavand conoce con enorme soltura. Una impecable fotografía -los primeros planos de ese ilusionista son bellos cuadros que muestran arrugas siempre sostenidas por una mirada pícara-, y una música que va puntuando el trajinar de ese hombre son otros elementos dignos de destacar.
Poesía e ilusión Un hombre, una mano y su talento. De eso trata este documental que nos permite compartir la cotidianeidad de uno de los más grandes artistas que nuestro país le ha dado al mundo: René Lavand. Ilusionista, no mago, que desde hace más de cincuenta años sorprende a audiencias de los más diversos países y culturas. El director Néstor Frenkel nos permite conocer el paraíso privado del maestro, un sitio soñado en Tandil, Provincia de Buenos Aires, donde la naturaleza sirve de marco para que Lavand cree, en su "laboratorio", muchas de las grandes ilusiones que luego ofrecerá a su público. El material de archivo con el que inicia este documental exhibe de entrada toda la destreza de este hombre que siendo niño perdió su mano derecha en un accidente, y que lejos de amilanarse se dispuso a practicar la cartomagia hasta hacer de la baraja una parte de su cuerpo. Lavand logró, además, fundir sus destrezas con formidables historias que narra con pausas precisas, y en este documental conocemos a quien escribió gran parte de esos cuentos que hacen de las presentaciones de Lavand algo único. El archivo nos permite descubrir sus apariciones en la tv estadounidense nada menos que junto a Ed Sullivan, y otras en España con José María Iñigo. Pero por sobre todo, Frenkel nos acerca a un hombre, campechano, que se define como "un contrabandista de frases, un pícaro que aparenta ser culto y no lo es", para de igual forma pedir disculpas por ser inmodesto, "pero si no lo fuera sería perfecto". Lo que es perfecto es su manejo de la baraja, y solo queda entregarse a su encanto y evitar la búsqueda del truco en sus juegos, porque siempre lo va a hacer más lento y siempre va a conseguir sorprendernos, dejarnos atónitos. Y lo más importante, nos va a regresar a un tiempo mejor, aquel en el que la ilusión era nuestra inseparable compañera.
Un rey para todas las cartas Su nombre de batalla es René Lavand y el mundo artístico lo conoce por la cartomagia, ese oficio de la magia que lo hace dominar las barajas. El filme lo muestra en su casa de troncos, en Tandil: un lugar paradisíaco. La cámara de Néstor Frenkel fotografía al ilusionista rodeado de árboles, plantas y flores, un enano de jardín, un gato elegante y a él mismo, con ese modo tan nuestro, mezcla de ironía socarrona, de "ya lo viví", mientras su mano desafía la ausencia de la otra. René Lavand es argentino y Nora Gómez, su compañera de treinta años preparan el material que atestigua una vida. Más de cincuenta años de presentaciones, que incluyen actuaciones en el show de Ed Sullivan, España, México, Japón y junto a Juan Carlos Mareco en Buenos Aires y esa "tarea de los artistas que se preparan para entretener a los que trabajan", como le decía don Atahualpa Yupanqui. Lavand se muestra y se oculta en su oficio y maravilla en su constante tarea de desafiar al azar. LARGO OFICIO El director Néstor Frenkel lo muestra desarrollando su oficio en su "laboratorio personal", un vagón de tren devenido sala de ensayo, donde el maestro despunta y afina el oficio, mientras espera un obsequio particular de Estados Unidos, la escultura de su mano, la que usa para su juego, o la que se fue y que con su ausencia apuntaló la necesidad de la otra de compensarla. René Lavand se muestra en su recorrida por la ciudad de Tandil, en su pasado de éxitos, con su sombrero tejano. En su trato con amigos, o en su evocación de Homero Manzi cuando habla de los naipes, "cartones pintados con palos de ensueño, de engaño y amor. La vida es un mazo marcado, baraja los naipes la mano de Dios". LA PERFECCION Con agudeza, riéndose un poco de su búsqueda de la perfección, Lavand nos da los simples consejos de un artista. Habla de la paz que da el amor a la creatividad, del trabajo diario para mejorar el oficio, ése que queda después de eliminar lo que está de más. El director Néstor Frenkel con "El gran simulador" encontró ese tipo de personaje que consume la mirada y puede opacar todo lo que está alrededor. Frenkel lo supo ambientar y lo rodeó de lo querido y de esa naturaleza presente en las ramas de un árbol, el trino, o el movimiento elegante de un pájaro y todo el verde del jardín. Y todo suma para completar la radiografía de este "señor de las cartas", en permanente búsqueda de imitar la Naturaleza en su juego de perfección. El final es imperdible, cuando el cine, máximo artificio, logra que la mano ausente inicie un desafío con la presente, ayudado por los naipes impasibles, verdaderos palos de ensueño.
Picos gemelos Hace algunas horas René Lavand estuvo en el programa Pura química para promocionar el estreno del documental El gran simulador. Mariano Zabaleta le contó cómo, a los diez u once años, iba en bicicleta con sus amigos hasta su casa simplemente a espiarlo a través de la vegetación y las ventanas, esperando por algún tipo de fenómeno fantástico que formara parte de su vida privada (“era como el Señor de los Anillos para nosotros”; “esperaba que saliera fuego, o algo”). Como en otras apariciones en programas de televisión nacionales con muchos entrevistadores, la charla fue incómoda y poco favorable al estilo delicado y prudente del discurso de Lavand, un hombre sin problemas en difundir sus talentos y espectáculos en los lugares más recónditos, sean el continente asiático o Café Fashion. Pero el dato sirve, entonces, para señalar la genial construcción mitológica del documental para quienes apenas conocíamos el dato de la residencia de Lavand en Tandil. El gran simulador entra a la cabaña de madera como si fuera un nene intrépido bicicleteando en un día de muchísima suerte: merodea el perímetro y observa los detalles, y cuando es invitado a pasar se dispone a saciar su curiosidad con respeto y admiración. Hay una figura cuya sola presencia frente a la cámara, con la ayuda de algunos movimientos de naipes, asegura un producto digno. Pero el director Néstor Frenkel ya cuenta con un oficio que le impide ir innecesariamente a los bifes, cuando hay tanto más que percibir antes: una historia ficticia bastante anclada en la mano ausente de Lavand, que acompaña a una famosa ilusión de su repertorio especialmente realizada para la película; esa cabaña que dijimos, con el llamador de ángeles colgando, un ascensor adentro y la naturaleza afuera; una ciudad como hogar extendido y pequeñas situaciones recurrentes alrededor de una marca de grapa, un envío internacional por correo y el número mal anotado de una remisería (esto último sabiamente llevado al terreno del gag). Hay además tres intimidades que el documental se va a permitir ventilar: la búsqueda de material de archivo por parte de la esposa de Lavand como la muestra misma de dicho material, un breve making off de la ilusión que René demuestra al final y una sola pregunta, probablemente de Frenkel, realizada desde el fuera de campo para disparar una reflexión crucial sobre el destino del protagonista. Todo lo descripto tiene el sabor del armado perfectamente racional de la estructura de un buen documental: las cuestiones se airean e intercalan como si fueran personajes de ficción, se alternan el hogar, la profesión, el pasado y los intersticios para ir tejiendo un tono y una idea. Pero El gran simulador nos permite incurrir en el ensamble obvio de pensarla como una ilusión muy bien contada. Lavand se despega del oficio de la magia por tecnicismos en los términos, pero también porque las historias que acompañan a las ilusiones llegan a opacar la expectativa de que las cartas le obedezcan, aunque eso siempre termine ocurriendo. Se la pasa tan bien en las situaciones que El gran simulador registra o inventa, que a la hora de los trucos y las entrevistas las defensas de lo verosímil y lo efectivo son nulas. Ustedes sabrán disculpar la mención a la serie de David Lynch en el título de esta reseña; más allá de la paz y el misterio cotidianos en las cabañas y el bosque, no existen más similitudes. Quizá un Lavand muy cascarrabias recuerde un poco al bueno de Pete Martell. Pero hay una simetría admirable en las ilusiones que la película y su personaje conciben y ejecutan.
La mano del poeta Desde un tiempo a esta parte hay gente que insiste en consumir programas de televisión donde se explican los grandes trucos de magia. Un mago enmascarado (porque sabe que hace algo malo) nos explica aquellos trucos que nosotros, con un poco de perspicacia, podríamos deducir. Pero si no somos perspicaces por algo es. Cito la frase final de El gran truco (The Prestige) que dice el personaje de Michael Caine: “Ahora usted está buscando el truco. Pero no lo encuentra, porque no está realmente buscando. No quiere descubrir como es, quiere ser engañado”. La fama mundial del señor René Lavand parece insólita cuando uno ve la simpleza con la cual él hace lo imposible. Es otro de sus trucos el moverse con simpleza, con seguridad serena, con un tono calmo que es una marca de fábrica. ¿Quién no conoce a René Lavand? La verdad es que mucha gente hoy no lo conoce. Conocerlo es admirarlo. Nadie le da la espalda al arte de Lavand. Ilusionista que se dedica a la cartomagia (esto último lo saqué de internet, yo simplemente diría trucos con cartas), Lavand es una leyenda dentro de su arte. Para agregar misterio, asombro y admiración por parte de los espectadores, Lavand nació diestro pero por motivos que aquí no explicaré (seamos leales al misterio) perdió su mano derecha y tuvo que aprender a hacer su maravilloso arte con la mano izquierda. Como el más legendario de los deportistas, como el más eximio de los bailarines, Lavand entrenó obsesivamente esa mano y hoy, como más de ochenta años de edad, lo sigue haciendo. Winston Churchill dijo la suerte es el cuidado de los detalles y Lavand es un ejemplo de eso. El mérito de Lavand es que además de tener un talento superlativo, trabaja desde hace décadas, horas por día, para que la suerte lo favorezca. Néstor Frenkel, director de El gran simulador, sin duda congenia con estos mundos de ilusión, con estos personajes enamorados del arte, apasionados y agradecidos con su especialidad. Frenkel no se mete con los trucos, a Frenkel no le interesa develarlos. Lo que el director quiere es mostrar la coherencia entre el ilusionista y su universo. Lavand recorrió el mundo pero su lugar es Tandil. Su casa es un templo de lo demodé. De lo maravillosamente fuera de época. También asistimos a su pasión no solo por los trucos de cartas, sino también por contar historias. Guionistas que trabajan con él para que las cartas narren cuentos nacidos ya no en el siglo pasado, sino del anterior. No hay que decir nada más. Quienes conocen a Lavand (interpretó de forma magistral a El Turco en la película Un oso rojo, de Israel Caetano) deben ver esta película. Los que no lo conocen, vean esta película y luego metánse en You Tube a disfrutar de sus maravillas proezas sobrias. Un artista de otra época, pero que se puede disfrutar en cualquiera. Lo que él hace no envejece a pesar del mundo actual y los desmitificadores profesionales. Sabemos que estos son tiempos aciagos para ilusionistas como el maestro René Lavand, tiempos difíciles para poetas nobles que han perfeccionado el sutil arte de engañar a quien quiere ser engañado en primer término. Claro, el verdadero truco consiste en que el engañado crea, desde lo más profundo de su corazón, que no quería ser engañado. Mantener esa ilusión es tarea de un verdadero ilusionista. Mantener esa ilusión es la tarea del artista. René Lavand, ilusionista, poeta, artista, se merecía una película como esta.
Un documental fascinante de un personaje de leyenda, acompañado por el misterio y la habilidad de su mano izquierda: el gran Rene Lavand, desde la intimidad de su casa en Tandil, su filosofia, material de archivo.
Entre el galán y el elegante mentiroso Héctor René Lavandera es un hombre común que algunas veces se enfurece cuando atiende su teléfono y comprueba una vez más que alguien confundió su número con el de una remisería. Pero por lo general, cuando se reitera el error, adopta una socarrona resignación filosófica, propia de René Lavand, un hombre extraordinario que tuvo que superar un accidente en su infancia, cuando perdió su mano izquierda, para convertirse en uno de los prestidigitadores más importantes del mundo, un oficio en retroceso pero al que está ligado para siempre. Sin embargo, la película de Néstor Frenkel (Amateur, Construcción de una ciudad, Buscando a Reynols) está bien lejos de convertirse en un documento sobre el hombre que enfrentó la adversidad, que se hizo solo porque "no había a quién copiar". Por el contrario, el relato está construido a partir de la seducción, el magnetismo de Lavand, una rara mezcla de eterno galán, filósofo de barrio, elegante manipulador, y por sobre todas las cosas, un adorable mentiroso. Lo que hace Frenkel ante tamaño personaje es arroparlo con sus mejores galas, una puesta al servicio del artista en su medio –una hermosa cabaña en Tandil atiborrada de objetos, recuerdos, un increíble archivo con sus presentaciones y claro, "el laboratorio", un impecable paño verde–, que lo alienta a que recite unos versos que funcionan como recursos distractivos para que las ilusiones lleguen a buen puerto y que despliegue su humor frente a casi todo, incluso frente a una doctora que confirma el diagnóstico sobre la artritis, que avanza irremediablemente. El resultado es que el histrionismo del personaje no llega nunca a agobiar, cada minuto del film sólo hace que la curiosidad por el protagonista se potencie y la película, elegante como el objeto de su interés, también se reserve un espacio para reflexionar sobre un oficio perdido frente a los actuales showman de la "magia", sobre una época perdida y sobre las marcas del paso del tiempo en un hombre extraordinario.
Retrato de un aristócrata de la ilusión En "El gran simulador", Néstor Frenkel visita al admirable, aristocrático y muy explicativo artista de una sola mano René Lavand. Ya la televisión lo ha entrevistado alguna vez en su cabaña de troncos rodeada de árboles al pie de un cerro tandilense. Pero el cine permite una visita con más tiempo, más tranquila, ideal para el caso. Así podemos verlo, ya de 88 años, calentando la mano en su laboratorio, según define a la mesita de carpeta verde. Explicando la evolución de sus actos y su naturaleza de lentidigitador, en contraposición al común de los prestidigitadores. Evocando a los grandes de la poesía, la música y el pensamiento, no para mostrarse ilustrado, sino por sincera inclinación hacia el aprendizaje y la enseñanza. O repasando viejas fotos, tarea que también hace su esposa con especial admiración y cariño. Y recibiendo al amigo Rolando Chirico, creador de las historias que habrán de envolver y sublimar sus actuaciones. Juntos estudian una de ellas. Lo vemos también manejando él solo su auto para hacer una compra muy particular, calentando la copa de vino y miel para su garganta, asistiendo a sus discípulos, visitando a la doctora que atiende los avances de su artrosis, justo donde más duele, soportando el fastidio cotidiano de un número equivocado y unos aduaneros que "pierden" los regalos. Tal vez una de estas cosas sea falsa. Sea una ilusión tramada para la cámara, o para los espectadores. ¿Pero cuál? ¿Quien lo registra es cómplice de la fantasía, o su primera víctima, como lo son todos los cámaras que graban sus rutinas sin quitarle la lente de encima y aun así nunca consiguen descubrir los artilugios del ilusionista? Pero tal vez sea todo cierto. Incluso, el juego de Lavand y Frenkel cuando organizan una partida de cartas entre las dos manos de alguien que tiene una sola, y la melancolía del anochecer en la casa apartada al pie del cerro, y las mismas historias que ese hombre cuenta con elegante y terminante ironía, mientras mueve las cartas o vuelca una taza para hacernos ver que todavía no sabemos mirar. En resumen, muy buen retrato de un hombre famoso por su manejo de la mano izquierda, sus relatos llenos de misterio, cultura y poesía, su ejemplo de superación personal tras el accidente que tuvo cuando niño, su altivo despojamiento camino hacia la esencia del engaño más sincero, y su frase desafiante: "¡No se puede hacer más lento! O tal vez se pueda". La película no es nada lenta, sino calma, estudiosa, y provoca unas cuantas inquietudes: ¿cómo mostrar la verdad de quien ha creado en sí mismo un personaje? ¿qué es mentira o fantasía? ¿Qué realidad sostiene a la ilusión, y viceversa? Y si tenemos aunque sea una respuesta provisoria, ¿cómo se la explicamos a los demás? En eso Lavand, que debió aprender solo porque no había ningún libro de cartomagia para mano izquierda, ya ha publicado cinco libros técnicos y una autobiografía.
El gran René Lavand desde la mirada cálida de Néstor Frenkel. Después de Amateur, Néstor Frenkel vuelve a la carga con una nueva e interesante historia. Esta vez, irá a Tandil a la casa del ilusionista de cartas más importante de la Argentina: René Lavand, y nos demostrará por cuarta vez que sus películas son obras eternas, donde pone a sus personajes en la mira del mundo pero desde una sensibilidad y un cariño que pocos directores logran transmitir en sus imágenes. Nadie que haya visto Construcción de una Ciudad olvidará al Perro Verde, ni en Amateur al cineasta superochista Jorge Mario. Frenkel es uno de los grandes documentalistas de nuestro tiempo. Definitivamente su talento para lograr que los espectadores se encariñen con sus personajes es tan relevante como su capacidad de construir relatos reales que por momentos parecen salidos de la ficción. En El Gran Simulador nos trae a René Lavand, que por su don, su histrionismo y su carisma, ya no hay forma de no encontrar en él algo que no sea atractivo. Frenkel lo sabe, y tras su interés por recobrar recuerdos de la niñez sale en busca de contar la vida de un hombre de 84 años que vive junto a su mujer en una hermosa casa en Tandil y donde entreteje aún más misterios sobre su extraordinaria vida como ilusionista de cartas. Lavand ha logrado maravillar a grandes y chicos de todos los rincones del mundo por su extraordinario talento al realizar magia, ilusionismo, o como quieran llamarlo con una sola mano (perdió su mano derecha de muy niño) y esto no ha sido motivo para no superarse cada día. Ni la artrosis le permitirá sentarse en su sillón, agarrar el mazo y hacer dibujos en el aire, mientras deleita a quien lo acompañe de lo mejor que hace: cautivar. La dinámica del filme, sumado a las estrategias narrativas del director con la pureza de las palabras que emana el personaje per sé, ya son suficientes excusas para verla. Se estrenó en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine de Buenos Aires, y ahora podrán disfrutarla en salas como Arte Cinema, Espacio INCAA Km 0 Gaumont (momentáneamente en Monumental Lavalle) y Cosmos UBA. Una pena que ninguna multisala se haya interesando en ella, ya que realmente es obra muy interesante y que debería contar con más espacio dentro de la cartelera local.
El Zurdo y sus palabras A pequeña escala es hermoso y desafiante ver ante nuestros ojos, gracias a una cámara que sostiene el plano sin cambiar de ángulo para mostrar que el truco es auténtico, cómo la destreza manual de un hombre puede vencer la percepción. Los trucos son diversos y casi siempre se trata de naipes. El material de archivo con el que se abre el filme no miente: el ilusionista, ya en su juventud, fue un artista de lo efímero, y el secreto de su arte no está solamente en su zurda. Como suele suceder con los documentales de Néstor Frenkel, un personaje cautivante (y en una de sus películas, una ciudad cautivante) es el motor de su interés. No hay duda de que René Lavand es una criatura de naturaleza cinematográfica, y en más de un sentido. Su modo de vestir califica para un policial negro; su búnker natural en las afueras de Tandil podría ser la cabaña de madera de una película de terror; la desgracia de haber perdido de niño una mano parece un artilugio de un guión fantástico, un plus enigmático en su arte. El famoso ilusionista, que ha viajado por todo el mundo, es de por sí un personaje de un filme incalificable. Uno de los méritos ostensibles del filme es no ceder a la tentación psicologista. Poco sabemos del pasado de Lavand y sus motivaciones personales para hacer lo que hace y vivir como vive. Frenkel sustituye la psicología por un eficaz materialismo hogareño: es en la casa de Lavand donde se puede adivinar su historia y sus obsesiones. Por otra parte, al director le interesa Lavand como artista y aquello que, eventualmente, ha influido sobre su arte y su originalidad evidente. Lavand hablará del vértice, un punto a donde ir y volver, y en su caso ese lugar es el rectángulo de la pequeña mesa en la que practica con sus cartas. El artista que habita en el tiempo libre de todos los que trabajan, como le dijo alguna vez Atahualpa Yupanqui, es en este caso un domador del azar. Si las cartas suelen ser funcionales al juego, que discretamente reproduce el carácter inestable de un mundo librado al azar, el arte de Lavand consiste en inmiscuirse e imponer su voluntad. Y como la puesta en escena de sus trucos siempre viene acompañada de un relato, la gran ilusión pasa por creer que el mundo tiene un sentido. Magia doble: una zurda prodigiosa y un hechicero que sabe decir algo más que abracadabra.
ASÍ EN EL CINE COMO EN LA MAGIA René Lavand es un personaje fascinante. A pesar de ello, su presencia excluyente no garantiza una gran película. Hacer una película con un atractivo de la potencia de tal protagonista no es necesariamente sencillo. Por lo tanto que El gran simulador sea una gran película, sin dudas responde al talento de Néstor Frenkel. Ilusionista, embaucador, fascinador, Lavand es reconocido mundialmente por su arte con la baraja, a las que domina cual flautista a las serpientes. Dueño de una hermosa cabaña de maderas en Tandil, el creador del mítico Cumanés – el tahúr más feroz que se haya conocido – abre la puerta de su mundo y Frenkel logra hacer de este un espacio tan mágico como el que nos provee el encanto del su trabajo. Lejos de desangelar la figura de Lavand, el realizador logra que todo el mundo y la vida cotidiana de este gran simulador se integren con lo que conocemos de su obra. Con notable equilibrio Frenkel nos permite entrever el modo en que se produce el espectáculo, el arte del engaño, la narración oral perfecta, aunque lo hace sin mostrar todo el juego. Como el ilusionista con sus cartas, lo que vemos es un modo engañoso de mostrarnos lo que es. En esa dialéctica entre mostrar y esconder con que articula su mirada sobre el personaje, su vida y su trabajo, está gran parte de la atracción que tiene la película. El centro de la misma es, obviamente, el propio Lavand y su arte, que se ve realizado en vivo o en viejas grabaciones que van siendo presentadas a lo largo de la película. Como en los pases de ilusionismo, Frenkel prefiere la síntesis y esta también es una virtud de la realización. Deja al espectador con las ganas de más, de conocer el secreto, de entrar a esa casa y poder quedarse allí en la intimidad profunda de esa fascinante figura. Pero lo que cuenta es la ilusión, la sensación permanente de que todo puede resolverse de un modo maravilloso e inaudito. Y para eso está Rene Lavand. Así en el cine como en la magia.
El azar como aliado De un documental sobre el veterano ilusionista René Lavand –conocido por su talento para engañar con elegancia manipulando naipes con su única mano– tal vez podían esperarse imágenes de casinos, clubes nocturnos y glamorosas fiestas, con el alcohol, el dinero y las anécdotas oscuras en primer plano. Pero (aunque vino e historias no faltan) nada más lejos que eso en este entrañable retrato del artista, en el que Las Vegas es reemplazada por Tandil y el exitismo por las reflexiones y expresiones de un hombre sabio. La presentación del film, con letras que se dan vuelta como cartas y una graciosa música de fondo, ya deja en claro que el tono no será ceremonioso. Después iremos conociendo de a poco a Lavand en su idílico refugio tandilense junto a su mujer, mientras revisan fotografías y antiguas grabaciones, recuerdan viajes, reciben a algún amigo y a un discípulo, o, simplemente, desarrollan sus actividades cotidianas. En tanto, en distintas circunstancias, afloran confesiones que lo muestran más que hábil como narrador, jovial a sus ochenta y pico de años, culto (nombrando al pasar a Miguel Angel, Picasso, Manzi, Yupanki, Homero Expósito) y, como siempre ha sido, seductor en la conversación y el trato con sus interlocutores (salvo cuando insisten en llamarlo por teléfono confundiendo su casa con una empresa de remises). Rasgos que, seguramente, le permitieron ganar fama y prestigio mientras iba buscando, como él mismo dice, “un estilo, una personalidad”. El gran simulador va entregando dosificadamente algunos datos, prefiriendo dejar afuera otros (nada se dice sobre su familia, por ejemplo). Entonces, el artista refinado que muestra su colección de bastones o se aprecia en las incontables presentaciones televisivas en distintos países y épocas, se encuentra con el hombre sencillo que visita al médico o se fastidia por las demoras del correo en traerle una encomienda. En este sentido, el director es respetuoso y fiel a la figura pública, sabiendo que Lavand es un digno exponente de cierto tipo de argentino (caballeresco, cordial, experimentado, pícaro) en extinción. “Las cartas son rituales antiguos y misteriosos” sostiene el maestro, y lo enigmático de su profesión asoma sin que ese halo que lo rodea sea remarcado por la música o alguna toma fuera de lugar. Otra de las posibilidades que brinda este documento es la valoración del esfuerzo personal ante la adversidad o, mejor aún, el aprovechamiento de lo que el destino puede depararle a una persona: “Yo tenía la ventaja de tener una sola mano”, dice Lavand en un momento, tranquilo, despertando naturalmente admiración. La última pregunta que se le hace, que por razones obvias no develaremos aquí, deja planteada la inquietud ante el azar, no ya en el juego sino en el rumbo de la vida de una persona. El gran simulador es, sin dudas, el mejor trabajo de Néstor Frenkel (1967, Buenos Aires) hasta el momento. Como en Construcción de una ciudad (2007) y Amateur (2011), vuelve a encontrar ficción en personas y hechos reales, en este caso excluyendo guiños cancheros. Incluso se beneficia con la capacidad natural de Lavand como actor (recordemos su participación en la película de Adrián Caetano Un oso rojo, donde en una escena le clavaban un cuchillo en la mano), haciéndole leer textos elocuentes e incluso dramatizando uno de esos relatos. En el director sigue habiendo, además, un sincero interés por las construcciones (por algo se detiene tanto en la casa que habita Lavand en pleno bosque, con ascensor incluido) y por el rescate de personajes curiosos que pueden encontrarse en el mal llamado interior de nuestro país, sobre todo por aquéllos que saben reinventarse, escapar de las convenciones y abordar la vida de otra manera, como un juego o un desafío.
El gran simulador (Néstor Frenkel. Argentina) Néstor Frenkel (Buscando a Reynolds, Amateur), el más original y divertido de los documentalistas argentinos, se centra una vez más en una personalidad excéntrica, asombrosa, única en su especie. El ilusionista manco René Lavand es una leyenda viva, un profesional que, luego de un accidente automovilístico, orientó sus energías a realizar trucos de magia, principalmente con cartas, con su única mano hábil. Sarcástico, provocador, hábil declarante, Lavand realiza trucos imposibles, escondiendo la complejidad de las ilusiones por detrás de una aparente y desconcertante simpleza. Lavand se enfrenta a las cámaras desde su casa y su contidianeidad, con una soltura y un sentido del humor que lo convierten en una figura tan carismática como profunda. Su éxito, explica, no radica tanto en su uso profesional de la baraja, sino en la forma de incorporarse, en sus miradas, en el uso de la oratoria, de los silencios, de los recursos dramáticos utilizados en su puesta en escena. Y Frenkel, enamorado de lo que fue y ya no está, rinde tributo a un espectáculo de antaño que de la mano de Lavand conserva su atractivo intacto.
Apropiado marco fílmico para presentar a un singular hombre-espectáculo Ya no sorprende ver un gran documental si Néstor Frenkel comienza a hacerse preguntas con la cámara. Desde aquel lejano 2004, cuando presentó “Buscando a Reynols”, luego con “Construcción de una ciudad” (2007), en la cual tomándose de la construcción de una represa se metía en el alma misma de una comunidad y su lucha por no perder el sentido de la pertenencia, y con la excelente “Amateur” (2011), que ahondaba con mucho humor en los comienzos del uso del formato super 8 como forma de hogareña de hacer cine. Muchos de los que vimos en televisión a René Lavand en aquellos programas ómnibus, o como invitado ocasional de varios conductores, pudimos experimentar el ser cautivados por dos o tres enigmas o curiosidades vistas y escuchadas con ojos y oídos de niño: La del hombre con un solo brazo en la tele, la magia hecha con naipes y lo mejor de todo, las historias que se construían detrás del truco. La voz de René con su rico vocabulario hablando de personajes que entraban en castillos, se iban de viaje, mujeres que se enamoraban, etc. etc, y luego aparecían cuatro reyes, un as escondido, o algún cuatro de diamantes, que salvaba a todos de algún crimen. Magia por todos los costados. Néstor Frenkel toma las aristas principales de este hombre-espectáculo y registra con el aplomo de siempre todo aquello que conforma el universo de un artista. Desde su casa y sus seres queridos a la oficina de donde salen nuevas creaciones a fuerza de pura concentración. Algo parecido a lo que vimos en el documental “Kartún” (2012). Así, logra iluminar todos los rincones del presente y del pasado. Del fenómeno y del recuerdo del mismo. Momentos de esplendor que se reflejan en la gloria y en el prestigio pero, sobre todo, el director logra sacar a la luz al hombre. Al ser humano detrás de todo eso. “El gran simulador” tiene elementos para construir una ficción a partir del apasionamiento que el realizador siente por el personaje y de todo lo que la dirección de arte deja al descubierto. Como si estuviera pautado por el destino, la película va y viene del presente al pasado sin necesidad de introducciones repetitivas. Como si quisiera mostrar que el presente es la consecuencia de lo anterior. La música, la dirección de arte, y un montaje paciente, hacen lo suyo para lograr los climas y el interés constante apoyados (otra vez en la filmografía del director) por un gran y maravilloso uso del material de archivo. “El gran simulador” no se guarda nada a la hora de meterse en la intimidad de la estrella porque desde el principio Frenkel entiende que lo enigmático, lo cautivante, lo más interesante de todo, sigue siendo René Lavand sobre el escenario. Ese artista que una vez terminado el relato con truco, logra que todos nos preguntemos lo mismo, acompañados del gesto de admiración: ¿cómo lo hizo?
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
La mentira le sienta bien Magia: Arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales. La palabra ¨magia¨ es tan abstracta y efímera que apenas nace de nuestra boca, muere; desvaneciéndose en el aire hasta desaparecer por completo, sin dejar marca ni vestigio. La magia no es un fenómeno natural, es creada artificialmente por el hombre porque, para poder sobrevivir a la realidad concreta y palpable, necesitamos creer intensamente en aquello que logra ser misterioso, enigmático e insondable. Son pocos los magos que consiguen desactivar el pensamiento lógico de nuestro hemisferio izquierdo para empujarnos al terreno de la ilusión y la fantasía; el ser humano suele resistirse a confiar en el profesional de la galera e intenta, con todas sus fuerzas, no perder el control de la situación. A René Lavand no hay quién se le resista porque en él, en sus ojos, en sus manos, en su habla, pareciera existir una magia natural y, no construida. Nestor Frenkel es consciente de eso porque, como retratista, siempre sabe descubrir lo que merece y vale la pena ser filmado. En su quinto largometraje, su cámara decide inmortalizar sus mañas, sus dichos, sus trucos, sus bromas, y, por sobre todas las cosas, su inabarcable sabiduría; en cada escena René nos transmite, generosamente como un abuelo, valores y enseñanzas de vida. Pero lo más meritorio es que su tono jamás suena moralista ni adoctrinador, él es un ilusionista y, como tal, nos seduce y nos cautiva; nos enreda en sus palabras poéticas y nos marea hasta hipnotizarnos con el movimiento lento que hacen sus dedos con su baraja. Entonces, perdemos la total autonomía de nuestra razón, y nos entregamos, dormidos pero no anestesiados, a la supremacia de sus hechizos. Antes de ser René Lavand, fue Héctor René Lavandera. A sus siete años, su tía lo llevó a ver a Chang y el niño quedó deslumbrado. Y se impresionó tanto con ese mago que se lamentaba día y noche porque su padre no se parecía en nada a Chang. Sin dudas, esa experiencia lo marcó de por vida, pero no iba a ser la única: dos años después, en 1937, Horacio -en ese entonces se llamaba así- sufre un accidente automovilístico en Coronel Suarez y pierde su mano derecha. Esa fatalidad del destino provocaría que el futuro René Lavand se convierta en un mago autodidacta, ya que no existe un método para aprender a hacer trucos con una sola mano. ¨Yo soy un aficionado y moriré como tal. Me gusta más en francés: amateur. Y en portugués: amador; porque amo lo que hago¨, nos confiesa el ilusionista, con su paciente tono. René supo encontrar la riqueza en las limitaciones y desde que aprendió a desnudar la posibilidad en la tragedia, nada ni nadie lo detiene; y menos que menos la crueldad que ejerce la naturaleza del paso del tiempo. ¨Cuanto más se acrecienta la artrosis, mejor salen los trucos; como cuanto más la vista se acorta, es cuando se empieza a ver¨, filosofa René después de visitar al médico. Cada frase que dice a cámara funciona como un truco, nos deja perplejos, atónitos; como los dichos que se leen en los carteles de su cabaña, o las respuestas creativas que les obsequia a los latosos que lo llaman telefónicamente, por error, -y de manera diaria- para solicitar un remis. Y es que, el gran talento de René es transformar lo ordinario en extraordinario, al igual que sabe hacerlo Nestor Frenkel. En general, los documentales sobre personajes buscan cumplir a raja tabla el objetivo de exponer delante de la cámara, al ser humano, a la persona que se oculta tras el disfraz. El gran simulador es la excepción a la regla; René Lavand no abandona, en la totalidad del metraje, su capacidad de histrionismo y de encantamiento con el público, convirtiendo a la película en un gran show lleno de magia, en todos los sentidos existentes de la palabra. ¨Lo dije bien. Dejalo así que no va a salir mejor¨, le dice René al director al principio de la película, luego de leer un texto. El personaje manipula el relato y Frenkel lo sabe, lo acepta y lo disfruta; y en la imagen cinematográfica se siente ese placer del director de captar lo que está viendo, de registrar lo que está escuchando. La forma en que observa cada recoveco de su cabaña en Tandíl -su gato negro azabache, los extravagantes adornos en las paredes y el exótico ascensor de madera que traslada a René de un piso a otro- evidencia lo encandilado que está Frenkel con su retratado. ¨Perdonen que sea inmodesto, pero si no lo fuera, sería perfecto¨, nos dice René, mintiéndonos una vez más. René Lavand es, ficticiamente, perfecto, como el documental; y como en todo truco, el espectador se va del espectáculo desconociendo los verdaderos secretos que hacen, de lo ordinario, algo extraordinario. Ese es el sentido de la magia.
Publicada en la edición digital #250 de la revista.
Publicada en la edición digital #250 de la revista.
Quizás uno no tiene a René Lavand por su nombre pero al primer resultado de Google Imágenes sabés que en algún lado lo viste. Nacido en Tandil, fue un ilusionista que adquirió fama mundial especializado en los trucos de carta. Sería “un mago más” si no fuese por la particularidad de que a los 9 años perdió su brazo derecho en un accidente. Con esta particularidad, y con un interés cada vez más fuerte por la baraja, Lavand tuvo que ser un autodidacta a la fuerza porque todos los libros y técnicas “son para magos de dos manos”. Néstor Frenkel, uno de los mejores documentaristas de nuestro país, en su filmografía se dedica a capturar historias de vida extraordinarias, únicas pero con un elemento en común: la pasión. A saber: Amateur (el obsesivo del super 8 que grabó un western argentino), Buscando a Reynols (la historia de la banda porteña Reynols) o Construcción de una ciudad (la fabulosa historia de reconstrucción de la localidad entrerriana Federación). Lavand falleció en febrero de este año y Frenkel en 2013 estrenó el último registro de esta magia, con entrevistas a la estrella en su residencia sobre su fama mundial, su vida personal, y su truco más conocido, ese que siempre remataba con “No se puede hacer más lento”. En El gran simulador no faltan las imágenes de archivo nunca vistas, bien a lo Frenkel.