Ausente Una de las tantas secuelas que dejó la dictadura miltar fue la de borrar los recuerdos familiares de toda una generación. Si en El Padre (2016) Mariana Arruti se propuso descubrir la realidad sobre la muerte de su progenitor, en El (im)posible olvido (2016) Andrés Habegger busca saber quien fue su padre en realidad. Andrés Habegger, cineasta argentino, dirigió a lo largo de su carrera (H)istorias cotidianas (2001), Cuando los santos vienen marchando (2004), Imagen Final (2009), un episodio de los largometrajes colectivos D-Humanos (2011), y Sucesos intervenidos (2014), y Cirquera (2013, con Diana Rutkus), y más allá de alguna que otra excepción su obra tiene como común denominador la dictadura. El (im)posible olvido su quinto largometraje, no es la excepción, pero tal vez sea su película más personal y catártica, porque aborda en primera persona la ausencia de su padre. Norberto Habegger fue desaparecido en Río de Janeiro (Brasil) en julio de 1978 por el denominado Plan Cóndor. Periodista, de intensa actividad política, era miembro de la agrupación Montoneros. Ante la persecución política y la clandestinidad en la que se encontraba, su hijo se fue junto a su madre exiliado a México. La relación con su padre era esporádica y se remitía a visitas cortas cada tres o cuatro meses. Andrés solo tiene recuerdos de un padre ausente. El hallazgo de un diario personal donde de niño escribía sus vivencias lo lleva a querer saber más sobre su progenitor y a escribir un nuevo diario. Aunque esta vez en forma de película. El (im)posible olvido es el diario personal de un hijo en tratando de recuperar a su padre ausente. No de manera física, pero sí de todo aquello que tenga relación con él y que lo lleve a entender el porqué de un sinfín de cuestiones que a lo largo de más de 35 años no encontraron respuesta. La gran virtud de Andrés Habegger es lograr de una historia personal una película que refleja las vivencias de toda una generación a la que le borraron los recuerdos de la niñez. Filmada en México, Brasil y diferentes lugares de Argentina, Habegger logra una road movie en la que hay material de archivo encontrado, testimonios de familiares a los que nunca había interpelado, de conocidos que no veía desde el exilio, y desconocidos que algún dato le pueden brindar. Pero por sobre todo El (im)posible olvido es una forma de recuperar la ausencia, lo que se perdió y ya no está. Algo que como las piezas perdidas de un rompecabezas tal vez algunos todavía puedan encontrar.
Ese “por qué” lejos de sonar acusatorio busca la historia de su padre, desaparecido en 1978. Historias clandestinas, exilios vividos por el director a la temprana edad de 9 años, también conectan al documental con su búsqueda personal, con el diario de un niño que registraba su día a día y sus encuentros con el padre en México.
El (im)posible olvido es un galardonado proyecto documental argentino dirigido por Andrés Habegger. A partir de cartas, diarios y fotos, un hijo intenta reconstruir la historia de su padre, periodista y militante político peronista desparecido durante la última dictadura. No me olvidé de vos: Sabemos que las cosas se nos olvidan, ¿pero adónde se alojan esos olvidos? ¿Están en alguna parte de nuestra consciencia? La película hace uso de estas preguntas como disparador, y así funciona paralelamente como un ensayo literario sobre la memoria y como un proyecto cinematográfico de gran valor visual. Este es un documental muy personal que, sin embargo, habla de una historia colectiva, una con la que más de uno se sentirá identificado. Andrés Habbeger (director y protagonista) no recuerda prácticamente nada de su padre Norberto Armando Habegger, militante víctima del Plan Cóndor, una nefasta coordinación de las dictaduras en América del Sur para secuestrar, torturar y asesinar a todos los que se oponían a los respectivos gobiernos de facto. Por aquella época, los militantes debían pasar a la clandestinidad y sus hijos eran constantemente movidos de barrios, escuelas y amistades. El documental registra también esta experiencia de chicos entrenados para ocultar quienes eran y en qué andaban sus mayores. Andrés en realidad fue bautizado como Camilo, pero su nombre cambio junto a toda su vida entera. Lo interesante de esta premisa es que el protagonista no retuvo casi ningún momento con su padre (a quien vio por última vez cuando tenía 9 años). Lo único con lo que cuenta es una serie de fotos, filmaciones, diarios y cartas que dan testimonio del vínculo. Rastros de un recuerdo: A lo largo del documental (que llevó 6 años desde su concepción) Habbeger recorre los lugares de las fotografías, rememora viejas anécdotas con amigos de la infancia, investiga la conspiración y tiene charlas emotivas con su madre. De hecho, los momentos con ella son muy honestos y representan uno de los puntos más fuertes de esta producción. Si bien hay un tinte político que atraviesa al documental, lo cierto es que se trata de un trabajo introspectivo y de reflexión. Habberger rastrea los últimos movimientos de su padre en Buenos Aires, México y Brasil, locaciones que filma con una antigua cámara Súper 8, como si de esa forma pudiera capturar mejor el pasado. Es muy emocionante la manera en la que va reconstruyendo su niñez desde recuerdos que se esconden en lo más profundo de su subconsciente. Otra técnica que utiliza para incentivar al recuerdo es visitar los lugares registrados en fotos (donde el niño Andrés estaba junto a su padre) y capturarlas en la actualidad, como insertando fotos del pasado en nuestros días. No soy el mayor fanático de los documentales, y sin embargo me sentí absolutamente cautivado por la búsqueda de certezas que presenta El (im)posible olvido. El intento de reconstruir las circunstancias de la desaparición da pie a un viaje emocional, interno y político hasta el lugar donde se alojan los recuerdos más ocultos. Conclusión: Este proyecto pro memoria denominado El (im)posible olvido es un documental íntimo y reflexivo que, sin mayores pretensiones, busca rearmar un rompecabezas fascinante. A través de un infantil diario que hace de bitácora de viaje, Andrés Habbeger se reapropia de su identidad y exhibe un trabajo maravilloso que vincula una niñez (y un pasado) con un padre y un presente.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Como M, de Nicolás Prividera; y Los rubios, de Albertina Carri, este documental es un intento por reflexionar sobre el pasado familiar y reconstruir una historia personal, social y política. Norberto Habegger, padre del director, fue un reconocido periodista y alto dirigente montonero que desapareció en Brasil en 1978 luego de permanecer durante mucho tiempo en la clandestinidad. Andrés tenía apenas 9 años entonces. El realizador de (H) Historias cotidianas (2001), Imagen final (2008) y D-Humanos (2011), que aquí también es protagonista y motor del relato, reconstruye su propia infancia en Argentina y en el exilio en México (encuentra unos diarios infantiles suyos que ni siquiera recordaba y los utiliza como "ayuda-memoria" y base de ese rearmado del rompecabezas personal), la relación a distancia con su papá (con las pocas cartas que le enviaba) y apela a simpáticas home-movies, a los escasos materiales de archivo existentes sobre Norberto y a testimonios de familiares (conmovedor el de la madre), amigos y compañeros de militancia de su progenitor. Más allá de ciertas indecisiones (por pruritos o pudores) por parte del director a la hora de ubicarse en cámara y sostener con convicción el lugar del narrador/protagonista, se trata de un interesante viaje histórico y político a la violencia de la década de 1970, pero sobre todo de una mirada íntima, emotiva y desgarradora a las heridas aún abierta que dejó en el terreno humano.
El (IM)posible olvido de Andrés Habegger es un filme necesario para seguir repensando categorías como la memoria, el recuerdo y el pasado, desde la particular óptica y visión de un hombre que intenta saber más sobre sí mismo y su padre. Si hace poco tiempo Mariana Arruti con “El Padre” también buceaba en la evocación de sus recuerdos, acá Habegger trabaja sobre materiales como fotos, diapositivas, diarios íntimos y grabaciones, además de entrevistas a su familia, para saber más sobre su propia memoria y algunos exilios que vivió. Y en esa pesquisa que realiza, errabundeando su destino, pone su cuerpo por primera vez delante de la cámara en un ejercicio notable en el que menos importa la particularidad de su cuento ya que es tan universal que es aquello que primero se pierde.
EN BÚSQUEDA DE LA FIGURA PATERNA Así como Mariana Arruti eligió construir recuerdos en el “El Padre”, aquí Andrés Habegger comienza también una búsqueda de la figura de su padre, desaparecido en Brasil en l978, por caminos distintos pero con la misma angustia de falta de recuerdos. La aparición de un diario personal, algunas fotos, los testimonios de familiares, de funcionarios le permiten reconstruir lo que creía perdido. Pero por sobre todas las cosas le permite desde su derecho como hijo, cuestionar actitudes de esa militancia que hasta ahora nunca ha hecho autocrítica pública. Sus diálogos con su madre son particularmente conmovedores. Interesante y reveladora.
Imágenes de la ausencia En su último documental, Andrés Habegger se adentra en sus recuerdos de la infancia a través de la aparición imprevista de un cuaderno del mundial de 1978 con anotaciones de su niñez durante la época en que desapareció su padre, Norberto, un periodista y dirigente político, que escribió una biografía sobre el cura guerrillero colombiano Camilo Torres. Norberto Habegger fue un importante dirigente del peronismo revolucionario, que comenzó en la Acción Católica para pasar luego por las organizaciones Descamisados y Montoneros, participando de operaciones clandestinas durante la última dictadura cívico-militar. Tras arribar desde México a Río de Janeiro para participar de una reunión, es secuestrado por las fuerzas militares brasileras en un operativo del Plan Cóndor y aún permanece desaparecido. Mientras indaga en sus remembranzas infantiles, el realizador no logra encontrar ningún recuerdo de la imagen de su padre. A través de cartas, fotos, documentos y fragmentos de noticiarios de la década del setenta, logra ver a su padre en su rol de figura política, pero la efigie de su padre en su rol paterno le es esquiva porque su ausencia es demasiado profunda. Alejado de su familia tras el golpe militar de 1976, la figura del padre se convierte para Andrés en una imagen perdida e irrecuperable. En México, Río de Janeiro, Buenos Aires o Mendoza, el hijo busca encontrar algo que desencadene los recuerdos, pero ni los lugares ni los objetos consiguen transformar la ausencia en presencia. El Im(posible) Olvido (2016) combina el documental de derechos humanos con la biografía personal y los recuerdos del director para crear una obra íntima, en la que la militancia pública y la vida privada del dirigente desaparecido se interconectan con el presente del hijo que necesita encontrar señales que siempre se le escapan. Sin hacer demasiado hincapié en la historia política de los setenta, en el paradigma de guerra civil ni en la retórica militante, Andrés Habegger se centra casi completamente en los detalles privados de su padre y así encuentra, a través de su búsqueda documental, fragmentos de la vida de la familia de un militante revolucionario montonero. El documental logra construir, de esta manera, una narración novedosa e interesante a través de la historia personal del hijo de un desaparecido y su visión de su padre omnipresente en su vida debido justamente a su ausencia, las circunstancias de su desaparición y la falta de información tras años de investigaciones conjuntas de las organizaciones de derechos humanos de Brasil y Argentina. La mezcla de la imposibilidad del olvido, la construcción de las distintas visiones personales y la imposibilidad de la recuperación del recuerdo filial hacen de El Im(posible) Olvido una gran propuesta sobre la construcción de la memoria personal en la actualidad recuperando la idea de los derechos humanos precisamente como derecho a indagar, investigar y conocer la propia historia familiar. Tal vez los recuerdos se desvanezcan en los espacios recónditos de nuestra mente pero la memoria del cuerpo nunca olvida completamente y las imágenes y las palabras siempre, eventualmente, regresan de una forma u otra.
Un hombre en busca de su padre ¿Cómo filmar lo que no está, lo que falta?, se pregunta Andrés Habegger. El recuerdo, cuando algo de él ha quedado, se vacía de imágenes, se silencia de palabras. ¿Cómo recuperar y convertir en imágenes esos brumosos recuerdos que el dolor de la pérdida (pérdida forzada en este caso) se ha ido empeñando en disipar? La memoria, se sabe, es siempre parcial e ingobernable: ella misma se encarga de seleccionar lo que conservará, es inútil contrariarla. Un chico, como lo era Habegger cuando sucedió el tiempo ahora lejano que intenta reconstruir -porque en él estuvieron los días que compartió con su padre- una infancia en que habría necesitado tenerlo más presente. Ahora que es adulto, puede llegar a justificar y comprender las razones de su ausencia (he ahí el expresivo diálogo con la abuela) y hasta admirarlo por la convicción con que asumió lo que sentía que era su compromiso político, su obligación de ciudadano interesado en la suerte de su país y de sus semejantes, aunque esa causa, tal como él la entendía, haya tenido tan directa relación con sus frecuentes ausencias al principio y con su desaparición definitiva después. Andrés busca incansablemente reconstruir los pasos de su padre guerrillero, pero el film no pone tanto el acento en lo político -aunque expone con claridad y precisión, además de conmovedora sensibilidad, la época que se evoca-, sino en el recorrido emocional de un hombre en busca de la figura de su padre.
Tras los pasos del padre desaparecido Este documental es un conmovedor ensayo sobre la memoria, y un retrato de la vida de un hijo de militantes en los años ‘70. Andrés Habegger vivió su infancia durante los ‘70 y ahora, como otros cineastas de su generación -Mariana Arruti, Albertina Carri, Nicolás Prividera, Benjamín Avila- intenta reconstruir mediante su trabajo una familia destruida en esos años violentos. “¿Cómo filmar lo que no está, lo que no tiene forma, lo que falta?”, se pregunta al principio de su viaje, físico y espiritual, en busca de los rastros de su padre Norberto, dirigente montonero secuestrado en Brasil y posiblemente asesinado en la Argentina en 1978, en el marco del Plan Cóndor. Ya había hecho documentales de temática similar -como Historias cotidianas o el notable Imagen final-, pero ahora Habegger decidió encarar su propia historia, y en primera persona. El director tenía nueve años cuando vio a su padre por última vez, pero sus recuerdos de él son vagos, prácticamente inexistentes. Para hacerlos resurgir desde un rincón de su inconsciente, cuenta con unos pocos elementos: fotos, cartas, un diario íntimo. Ayudado por esos souvenires, trata de reconstruir el vínculo que tenía con él y, también, momentos borrados de su niñez. Así, asistimos a una ceremonia íntima, no exenta de angustia, en busca de conjurar ese antiguo dolor. El director se conmueve y, por momentos, conmueve: estremece escuchar lo que escribía ese chico exiliado en México, mientras su padre vivía clandestino en la Argentina: el miedo a que su madre no llegara; la preparación, en soledad, de la cena. También, el diálogo que Habegger tiene ahora con su madre, a quien le cuestiona la decisión de haber pasado a la clandestinidad teniendo un hijo. “No termino de entender cómo se filma la ausencia”, dice cerca del final. Pero lo logró.
Encontrar el modo de filmar la ausencia. El realizador pone en juego sus diarios infantiles y, al cabo su propio cuerpo, de una manera que no reconoce ejemplos anteriores. La base del film es su historia de escape y exilio, con un padre secuestrado y asesinado por la dictadura. “No tengo recuerdos de mi viejo”, dice Andrés Habegger en referencia a su padre Norberto, conocido periodista –llegó a ser vicedirector del diario Noticias– y alto dirigente montonero, que murió según se cree en algún campo de concentración de la dictadura, en julio o agosto de 1978. En ese momento Andrés tenía nueve años, una edad de la que suelen quedar recuerdos. Lo que no es fácil de procesar es la idea de que a papá lo mataron, y una de las respuestas posibles es borrar de la memoria todo lo que tenía que ver con él. Ahora, a los 40 y pico, Andrés Habegger –cuyo primer nombre es Camilo, en homenaje al cura revolucionario colombiano Camilo Torres, sobre quien Norberto Habegger escribió un libro– decide remontar la corriente de ese río, partiendo en un viaje que lo llevará a México y Río de Janeiro y que incluirá una investigación en presente sobre las huellas del padre. El (im)posible olvido se suma así a los films de no ficción argentinos sobre el padre o madre desaparecid@s, linaje que lleva de Los rubios a la reciente El Padre, de Mariana Arruti, y de Papá Iván a M. Si se quiere extender en cambio la serie a la de los padres muertos, en general, a los films mencionados se les podrían agregar Carta a un padre, de Edgardo Cozarinsky, y Huellas, de Miguel Colombo. Elegida como cierre de la última edición del DocBuenosAires, de todas las películas mencionadas El (im)posible olvido es la que más se parece a un diario filmado. No sólo porque –no por casualidad– el cuerpo literal de un diario se inscribe en la película por partida doble. El realizador encuentra unos diarios que no recordaba haber escrito, en la época del Mundial 1978. Los escribió en cuadernos. Algunos de ellos son los clásicos Rivadavia. Otros llevan en la tapa, algo más ignominiosamente, la figura del gauchito, ícono del mundial. Está la imagen del diario, la letra del niño, los divertidos errores de ortografía (“voy a aser la comida” “se terminó el papel ijenico”) y está lo que se lee del diario en off, que parecería sintetizar, más allá de la voluntad del niño, la cotidianeidad del exilio mexicano: “Son las nueve de la noche. Voy a hacerme la comida. Mi papá todavía no llegó. Tengo miedo”, escribe el chico. Y después están las cartas que le mandaba el padre, que tenía que estar moviéndose todo el tiempo y que un día se va a ir y ya no va a volver. La lectura de varias de esas cartas, reservadas para el final de la película, tiene el efecto no de un mazazo emocional, sino de diez, cien o mil mazazos. Se aconseja estar prevenido. En un diario el autor inscribe su propio cuerpo mediante la letra. En un diario cinematográfico la letra es el cuerpo. El cuerpo de Andrés Habegger, presente durante todo el relato, con una sonrisa que le anima el rostro y el timbre de barítono. Un diario reflexiona, piensa, dialoga consigo mismo. “Rio de Janeiro, una ciudad tan fotogénica”, comenta Habegger en off, no sin cierta ironía, dado que no llegó allí en plan turístico. Mira por la ventana del hotel. “No termino de entender cómo se filma la ausencia”, dice en voz alta. Nos dice, y la cuarta pared se rompe. Un diario no está hecho para ser leído y tal vez por eso puede permitirse decir lo que normalmente no se permite decir. “¿Ustedes no pensaban en esas cosas cuando decidían tener hijos?”, le dice Andrés a su madre, cuando ésta le recuerda las mudanzas en cadena durante la clandestinidad. Un diario es íntimo, no tiene pudores: El (im)posible olvido es una de las escasas películas en las que el realizador se quiebra. El cronista no recuerda, en verdad, haberlo visto nunca. Andrés Habegger llora un instante apagadamente, cuando en una oficina de Rio lo ponen al tanto de información recientemente desclasificada sobre el secuestro de su padre, a cargo de un agente del ejército muy orgulloso del operativo. ¿Son obscenas esas lágrimas? Lo serían si estuvieran destinadas a algún fin, a lograr algo. A querer convencernos de algo, sacarnos algo, conseguir algo de nosotros. No parece. Para nada.
Este documental escrito y dirigido por Andrés Habegger es otra de las películas que se estrenan esta semana que gira en torno al tema de la identidad y una época oscura de la historia. Habegger realiza este documental en cierto modo para volver a encontrarse con su padre, una figura presente durante su infancia hasta que desaparece en Brasil en 1978 a causa de su compromiso como periodista y militante montonero. De aquella época sólo quedan algún diario que él escribía constantemente de pequeño y algunas fotos, ni siquiera muchos recuerdos mentales ya que va descubriendo también que sin darse cuenta muchas cosas que pasaron, hechos que sabe que existieron porque quedaron registrados, no recuerda haberlos vivido. “Mi infancia siempre huye pero la foto está allí”. Apenas se acuerda de situaciones que vivió con él, a quien vio por última vez a la tierna edad de nueve años. ¿Cómo se filma lo que no está?, se pregunta. Mientras bucea entre sus diarios y fotos e intenta reconstruir algunas de ellas viajando hasta los lugares exactos donde fueron tomadas y creando entonces nuevos recuerdos, con cosas que supone que se dieron de cierto modo. El tema de la identidad no sólo se hace presente por esta parte de su familia que está incompleta, sino al contar que por cuestiones de seguridad de un día para el otro pasaron de llamarlo Camilo (en homenaje a Camilo Torres) a llamarlo Andrés (su segundo nombre). También aportan mucho valor emocional los testimonios, en especial el de su madre con quien conversa y ambos se reencuentran con aquella época dolorosa, de un pasado que nunca fue ni será pisado. En cuanto al contexto político que encierra la historia de su padre guerrillero, al que hoy Habegger comprende y no recrimina (aunque duele, siempre duele) su ausencia porque entiende su compromiso, la película no acentúa allí donde tantos lo han hecho, en lo político e histórico meramente, a la larga, ya conocemos mucho de esa parte de la historia; el viaje que realiza Habegger es más personal que otra cosa. Andrés Habegger pone su corazón y la cámara en este documental pequeño, íntimo y reflexivo, pero además sumamente emotivo.
Filmar lo que no esta. El cineasta Andrés Habegger ("Sucesos Intervenidos") dirige este documental donde a partir de unos pocos recuerdos reconstruye la vida de su padre: Norberto Armando Habegger, periodista y militante montonero, quien desapareció en Brasil durante la ejecución del Plan Cóndor. Utilizando fotos, testimonios de amigos y familiares, y el diario que escribía cuando era pequeño -que de algún modo servirá como bitácora de esta historia- Habegger reconstruye la vida de su padre, su infancia, su ideología, los años de militancia, y trata de encontrar respuestas a las preguntas que su padre nunca le pudo responder. Siempre en primera persona, Habegger filma, viaja, lee el diario de la infancia, arma los recuerdos de los años de exilio en México, dándole al filme un aire muy personal, alejándolo de cualquier análisis político o sociológico. La busqueda es personal, y las reflexiones también lo son, aun cuando pregunta cosas que la sociedad siempre se ha preguntado, como por ejemplo porque tenían hijos en una situación tan peligrosa. El cineasta se expone como hijo y reflexiona como padre, alejándose de cualquier postura crítica al respecto. El relato es duro, triste, y nos entrega un interesante retrato de un hombre que sostuvo sus ideales hasta las ultimas consecuencias, cómo fue su vida, su compromiso político, su relación con su familia, y la imagen que le dejó a su hijo. Es un documental extremadamente personal, íntimo, narrado de forma bastante dinámica, en diferentes locaciones, y que a pesar de la complejidad de algunos de los temas que recorre no es tendencioso ni aleccionador, simplemente nos cuenta una historia, la de un hijo que filma para recordar a su padre. Es un filme sobre la memoria.
Un documental que nos vuelve a introducir en una de las etapas más tristes de nuestra historia, que dejaron varias huellas imborrables y varios desaparecidos. Uno de los temas que se toca nuevamente es la pérdida (algo similar veíamos en “El padre” de Mariana Arruti), aquí Andrés emprende la búsqueda de un pasado, su padre Norberto Habegger, periodista y militante desaparecido, y lo va conociendo, descubriendo a través de testimonios, fotos y de algún dato que fue encontrando. Un intento de recuperar su identidad, su adolescencia e infancia. Resulta un viaje conmovedor para no perder la memoria. Filmada en México, Brasil y diferentes lugares de Argentina.
EL HOMBRE QUE NO PODÍA RECORDAR Escuché decir al gran documentalista Sergio Wolf que los documentales se fundan en la falta. La carencia, la ausencia, aquello que ya no está es lo que aparece como centro y como motor de los buenos documentales. Esa falta genera un deseo inmenso, repararla, taparla, ocluirla y en esa reparación el recorrido del deseo es lo que importa. Ese recorrido puede tomar varias formas; la de la búsqueda de tipo investigación detectivesca, la de poner a andar el mecanismo lento de la memoria, la de buscar presencias que hayan conocido o tenido algún contacto con esa “ausencia”, entre otras. La figura de esa “falta” puede ser simbólica o real; la infancia, alguna obsesión, el lugar de origen o el padre, la madre, algún pueblo. Aunque todo esto siempre es relativo, por suerte. Pueden aparecer en los buenos documentales todas estas líneas juntas o alguna de ellas. En general a la pregunta por el origen se le adhieren algunas sobre el padre o la madre o los hermanos y la memoria se pone a funcionar y con ella el olvido (o los olvidos). En El (im) posible olvido el director de (H) Historias cotidianas (2001) e Imagen final (2008) entre otras, trabaja esta vez, deliberadamente, sobre sí mismo y sobre todo sobre sus faltas; las faltas privadas y las públicas. La ausencia del padre, que como un generador de electricidad, pone a funcionar sus recuerdos y trae otra gran ausencia que es la de su niñez, la de su infancia. Esta vez Andrés Habegger (aquí la entrevista) aborda su propia historia que forma parte de la historia de una época de un país llamado Argentina. Su padre, militante activo de la organización Montoneros, vivió entre la Argentina y México, perseguido, en clandestinidad hasta que un día desaparece. Ese polvo en el que se convierte el padre es el abono en el que crece el hijo. Cuando su padre aún vivía Andrés de nueve años de edad comienza a escribir un diario, cuando su padre desaparece también desaparece la propia letra y la palabra. Ese cuaderno forrado con la emblemática imagen del mundial 78 se llena de ausencias, de olvidos, de faltas. Cuando el “padre” se ausenta, la letra, que es una delas cuestiones más personales, mas intimas, se ausenta también. Y deviene el olvido, esa memoria que terca no puede recordar, ni aún ayudada por algunos objetos de la época que ese hombre – niño encuentra en una caja, esas revistas Billiken, esas figuritas, algunas fotos, unas monedas. Habegger es el protagonista, es el narrador, es el enunciador de la película, es él. Es su cuerpo, es su padre, es su dolor, es su madre, es su gato, son sus ausencias, sus reflejos, sus memorias, sus recuerdos recortados, su letra trémula, sus “faltas” de ortografía, su descendencia, sus hijos. Su mundo cotidiano, íntimo se fusiona con lo público. Su diario personal escrito cuando era niño es también el protagonista de este documental que dolorosamente recorre la vida de un hombre ( o de dos) que no logra olvidar y tampoco recordar, la pregunta por la memoria absoluta es constante.imposible Ese olvido siempre será imposible, nada o todo se olvida, los recuerdos se agolpan en la boca del estómago y de pronto fluyen en los ojos llorosos de Andrés o en sus sonrisas o en sus gestos nerviosos. Las conversaciones con su madre son la columna vertebral donde la película se apoya de una manera incómoda, imprecisa. Entre el reclamo por la falta de cuidado en su niñez, los olvidos de la madre, sus primeros planos interrogatorios y a la vez atentos; en esa sensible fluctuación entre el cuidado y el reclamo se mueve la película. La fluctuación es uno de los ejes sobre los que la película se sostiene; la vacilación entre los espacios que van desde Argentina, México y Brasil hasta la intimidad de la casa de Andrés. La exposición de ese espacio público que es el edificio de Brasil donde se judicializó el proceso a su padre, la exposición de su diario íntimo y la exposición de la historia pública de su padre, la confrontación entre madre- hijo y nietos; las diapositivas (toda una marca de época) y el registro inmediato con una camarita portátil; la película tensa todos estos materiales, se mueve entre límites y no deja de preguntarse acerca de la incidencia de la vida pública en lo privado, acerca de peso del pasado sobre el presente. ¿Cómo la política puede estar antes que un hijo?, ¿Cómo una madre o un padre pueden subvertir el amor por un hijo? ¿Cómo entender la potencia de la militancia? Son preguntas que entre otras flotan en la película que se transforma ella misma en un exorcismo, en uno de los modos de la sublimación. Se dirá que es una película necesaria, no lo sé. Lo que si se nota, se revela en todo su esplendor es que es una historia que Andrés Habegger necesitaba contar para sí mismo, como una fuerza centrípeta, un relato que en su urgencia por salir deviene cálido y doloroso. La película es más visceral, más pulsional, más pasional que lógica. Esta primera persona que se narra a sí misma, este hombre que pone en escena su cuerpo, su voz y sus emociones, ese “yo” que aparece en toda su plenitud es a la vez un hombre carenciado, apenas un fragmento de sí mismo. El simulacro de la plenitud en esa primera persona, en esa enunciación que empalaga no es nada más que un artificio que muestra un recorte de un hombre que no puede recordar. Habegger construye una película valiosa, profunda, sensible y en este acto también reconstruye su memoria, no en su totalidad que es imposible, sino en parcialidades, en fragmentos. En el comienzo su padre era solo una diapositiva sostenida en el aire, sobre el final las imágenes de sus hijos jugando, registrados por una cámara trémula y emocionada dan cuenta del proceso fructífero de El (im)posible olvido. La película, es de ahora en más parte de la memoria del director, como un archivo personal que se suma al diario infantil, a los cassetes, a la mirada perdida del gato, a las lágrimas de su madre, a los gestos de sus hijos. EL (IM)POSIBLE OLVIDO El (im)posible olvido. Argentina/México/Brasil, 2016. Guión y dirección: Andrés Habegger. Fotografía: Melina Terribili. Música: Jorge Aliaga. Edición: Alejandro Brodersohn. Sonido: Paula Ramirez, Joaquín Rajadel y Gaspar Scheuer. Duración: 86 minutos.
El experimentado documentalista vuelve esta vez la mirada sobre sí mismo, sobre su propia historia, al tratar de rearmar lo que sucedió con su padre, un militante político que desapareció en 1978 durante la dictadura en circunstancias poco claras. Pero si bien Andrés se dedica a averiguar detalles sobre la muerte de su padre (que lo llevan a viajar a Brasil), el centro de la película está en su propia (des)memoria como hijo, en tratar de recordarlo, cosa que solo puede hacer mediante fotos, cartas, algún video y audios. Andrés es un poco más grande que otros hijos de desaparecidos que hicieron películas sobre la historia de sus padres, como los realizadores de M y LOS RUBIOS. El tenía 9 años cuando dejó de ver a su padre, pero de todos modos no recuerda casi nada, ni siquiera haber escrito el diario que encuentra y en el que relata sus vivencias cotidianas entonces, estando en México con su madre mientras su padre seguía aquí –ya separado de ella– y lo visitaba ocasionalmente. Con algunas entrevistas (su madre, amigos y compañeros de militancia de su padre) pero prefiriendo el formato ensayo en primera persona con el realizador como protagonista, Andrés recorre su infancia y su relación con su padre desde esos materiales y testimonios, llegando a momentos verdaderamente emotivos gracias a la lectura de cartas de su padre o en momentos de la entrevista con su madre. Especialmente interesante es cuando pregunta y se pregunta sobre qué podía llevar entonces a padres a dejar de lado a sus familias y decidirse por la lucha armada sabiendo que una muy posible consecuencia era poner en riesgo y hasta perder a sus seres queridos, opción que Andrés reconoce como impensable en relación a sus propios hijos. Más allá del clásico “contexto de la época”, no hay respuesta para esa pregunta. Acaso nunca la habrá.
Para sanar heridas del pasado, entender qué es lo que pasó y por qué pasó. Cuando es necesario recuperar la memoria perdida o anulada inconscientemente adrede, como un mecanismo de defensa ante las vicisitudes que sufre una familia durante la última dictadura militar. Todas las personas involucradas en esos hechos, de una u otra manera, trataron y tratan aún de darle un cierre definitivo a la historia y también a su historia personal. Cada cual a su manera, como puedan, o se les ocurra. En el caso de Andrés Habegger, quien dirige y es el protagonista principal de este documental, el recurso que adopta para comprender y saber qué es lo que ocurrió con su padre, por qué desapareció cuando él era un chico, y por qué se tuvo que ir con su madre a vivir a México, es la realización de esta película. Cuando suponer no da certezas, hay que investigar, consultar, para dilucidar el misterio. Muchos años de dudas, agobio e incertidumbre, le van carcomiendo los pensamientos, sensaciones, y los recuerdos a Andrés Habegger. El disparador que tiene para saldar la deuda y comenzar el recorrido como si fuera un detective privado, es la última foto que tiene con su padre, cuando tenía apenas 9 años, y después de eso no lo volvió a ver nunca más. El padre del director era un militante de la Juventud Peronista en los años de la última dictadura militar y, por ende, un perseguido por el gobierno militar. El comienzo de la investigación es entrevistando a su propia madre, y luego va siguiendo distintas pistas como fotos, regalos, intercalando con la lectura en voz alta de un cuaderno donde el protagonista escribía su diario, con una precisión absoluta de detalles y horarios, además de viajes al exterior. La conjunción de estos elementos le permite completar los espacios vacíos que tenía al comienzo. Es omnipresente el realizador en la pantalla, tanto en imágenes como utilizando la voz en off como hilo conductor entre distintas situaciones, para explicarnos, y explicarse a sí mismo, lo ocurrido con su padre, sin perder nunca el interés, la seriedad, ni los momentos emotivos que reflejan su relato. El tiempo transcurrido, el desafío de la búsqueda, los vagos recuerdos, la aceptación de los hechos, ahora desde otro punto de vista, todo esto confluye para correrle el velo a la amarga historia del director y apuntarle a un futuro más promisorio.
Un cuaderno con la tapa del Mundial de Argentina '78, regalado por su padre hace del disparador necesario de Andrés Habegger a la hora de empezar a investigar y a reconstruir su pasado. "No tengo recuerdo de haberlo escrito pero son mis palabras y mi letra", confiesa. Su madre también lo ignora, pero el niño que en aquel momento tenía nueve años, hacía allí una bitácora de su vida al detalle: los quehaceres hogareños, los paseos y sus miedos, son algunos de los momentos cotidianos de su vida en México que el niño relata, luego de que Buenos Aires se haya vuelto un lugar demasiado peligroso -en el contexto de la dictadura militar- para que él y su madre vivan allí. Su padre, Norberto Habegger fue un militante de la organización Montoneros desaparecido, subdirector del diario Noticias y escritor de una biografía sobre Camilo Torres, un cura colombiano que se unió a la guerrilla y fue asesinado. Admirado por él, le puso ese nombre a su hijo, hasta que a los cuatro años del niño, se hizo necesario cambiárselo por "Andrés".
LO (IM)POSIBLE DE NOMBRAR La búsqueda por recordar a un padre lleva a construir un relato que se compone por una división constante entre el pasado y el futuro. La división como fortaleza para nombrar aquello que no tiene nombre es lo que explora El (im)posible olvido. Con un estilo completamente distinto podemos emparentar a El (im)posible olvido con 70 y pico por la búsqueda de desafiar la ficción y la “realidad”. Ambos directores llevan a cabo un documental sobre un aspecto de su vida que les permite hacer entrar en el juego de confusión entre la persona y el personaje. Este aspecto también hace posible que se pueda percibir a la “realidad” como construcción de un discurso. Y justamente permite ver cómo el discurso es lo que perdura ante lo efímero que se pierde. La búsqueda de la división está dada ya por el título. No se elige hablar de lo “imposible” sino de lo “(im)posible”. De esta manera, accedemos a la posibilidad de lo que es y no es al mismo tiempo. Es imposible y posible a la vez. Es posible recordarlo pero sólo a través de un discurso que al momento de construirse ya está condicionando. Los recuerdos inevitablemente se van trasformando, con el tiempo, por lo que vivimos. Pero existen recuerdos que engañosamente parecen perdurar iguales como las fotos, los videos, los escritos y los audios. Es engañoso pensar que no se modifican porque como “artefactos” o “cosas” permanecen igual. Cambia la percepción que se tiene de ellos y con esto necesariamente el significado. Pero independientemente de lo que son, ahora encierran también lo que fueron en ese momento. Nuevamente aparece la división. El diario del niño Andrés es leído por el adulto Andrés y pareciera por momentos que está leyendo la vida de un extraño. Las fotografías y los demás recuerdos que lo involucran con su padre también entran en el mismo juego de lo conocido y desconocido a la vez. Otra de las divisiones que aparece es la de padre-hijo. Andrés no sólo explora a su padre sino que también a medida que lo recuerda se construye como padre. Es así como se utiliza archivo de Andrés cuando era pequeño y un archivo más nuevo que muestra a los hijos de él. Las divisiones que marcamos refuerzan y dan sentido al film. Permiten que lo único seguro sea que no hay nada seguro. Aquella foto que parece tan precisa se pone en tela de juicio y se muestra qué tan imprecisa es. Y de fondo, y no por eso menor, aparece el contexto del recuerdo, la desaparición del padre durante la última dictadura cívica militar. Esta manera de narrar lo sucedido permite reflexionar sobre otra arista de lo que sucedió en nuestro país. El modo en el que se construye El (im)posible olvido hace posible que se puedan trasmitir las sensaciones que quedaron en la familia de Andrés luego de la desaparición, a que se mencione la ausencia, aunque esta mención esté dada por el silencio, por la incógnita y la duda. La película juega con lo que está y no está porque justamente los desaparecidos “no están ni vivos ni muertos”.
Esta hermosa película documental nos sumerge en los canales siempre fluyentes del recuerdo y pone en cuestión temas tan actuales como el rol de la fotografía, el cine o los diarios personales como medios fundamentales para la construcción de la memoria. Olvido y recuerdo son los dos pilares del film donde se busca afanosamente que el segundo venza al primero para recuperar algo que si no estaría para siempre perdido. En un recorrido intimista que va uniendo retazos de imágenes del pasado que son resignificadas de manera permanente, el director, guionista, y también protagonista, Andrés Habegger nos emociona con pequeñas escenas de una sentida vivacidad. Colabora en esta construcción tan íntima la cámara minimalista y sensible de Melina Terribili, que penetra en la esencia de las situaciones. Un diario escrito a los nueve años y algunas pocas fotografías llevan al realizador del film a iniciar una travesía de búsqueda de su padre militante desaparecido en 1978, a quien nunca volvió a ver. Fundamentalmente apoyada en diálogos con su propia madre donde se cuestionan temas tan importantes como el compromiso militante frente a la responsabilidad para con los hijos, la película no nos habla tanto de una época como de los sentimientos profundos de los protagonistas, sus dudas, sus miedos, sus decisiones. El recorrido no es solo mental sino también físico, Habegger se desplaza a los diferentes lugares donde estuvo su padre, México, Brasil, provincias de Argentina, intentando encontrar ese momento intangible donde el olvido se convierte en recuerdo, y a su vez tratando de comprender su propia historia, reconociéndose y reconstruyéndose él mismo. Con la lógica del viaje iniciático, la película lleva a su director a explicarse a sí mismo y su pasión por el cine. En suma, una película que si bien nos cuenta una historia personal, nos lleva a plantearnos temas que nos atañen a todos, y nos permite reflexionar ý cuestionarnos.