Esta segunda obra de Leclerc es una agradable comedia romántica dramática sobre una relación basada en opuestos, que de alguna manera simboliza de que está compuesta la sociedad francesa hoy en día. Baya (Sara Forestier) es una joven bohemia, un poco torpe, completamente liberal en sentidos amorosos y sexuales. Hija de una hippie y de un mecánico de aparatos argelino que se escapó de la masacre que el ejército hizo sobre su familia. Baya piensa que si se acuesta con todos los conservadores que existen en Francia los puede convertir en izquierdistas. De esta forma conoce a Arthur Martin (Jacques Gamblin), un cuarentón solterón, conservador en su forma de ser, pero socialista en sus ideales políticos, hijo de una emigrante griego/ alemana que se escapó del campo de concentración de Auschwitz siendo pequeña y nunca quiso hablar de su pasado, casado con un empresario nuclear demasiado conservador que nunca quiso interceder en líos políticos o religiosos. A pesar de que Arthur y Baya son completamente opuestos, después de acostarse por primera vez, empiezan a entablar una honesta y liberal relación amorosa. Sexo, política, religión relacionado con la historia familiar, y la importancia de la memoria, de contar la historia de la familia, son los pilares que sobrevuelan El Significado del Amor. Una película pacífica, alegre, con momentos dramáticos que no se encuentran forzados ni impuestos, ni tampoco apuestan al sentimentalismo o al golpe bajo. La poca solemnidad y leves pretenciones del film es lo que lo destacan conjunto a las interpretacion de Forestier y Gamblin (al que vimos hace poco en Amor de Familia). No se puede esperar una historia que trascienda la cinematografía. Simplemente se trata de un digno entretenimiento que da pie a la reflexión acerca de la historia que cada uno tiene con su familia. Teniendo en cuenta, que a nivel “moralismo” apoya el liberalismo sexual y las relaciones abiertas, finalmente defiende las relaciones convencionales. Y tampoco se juega demasiado a niveles estéticos. Cuanto más transparente, mejor. Sin embargo, la buena intuición para el humor, para manejar el timing de comicidad, confirman las referencias que inspiraron esta obra: Lubitch, Wilder, y principalmente, Woody Allen (casí podríamos decir que se trata de una versión afrancesada de Annie Hall). Con suficientes méritos para irse con una sonrisa en la boca, El Significado del Amor, es un retrato de la ideología y las nuevas comunidades mundiales, y como el amor puede ser más fuerte que cualquier opocisión política o religiosa. Si hay amor, el resto no importa. Bueno, dejémos que Lecler lo siga creyendo. Si es feliz así… Nosotros nos vamos, masticando esta obra conciliatoria, optimista. Entre tantas noticias que apuntan a la depresión, estas visiones, aun con sus clisés, lugares comunes y estereotipos, bienvenidas finalmente.
La verdad acerca de los perros y los gatos La película de Michel Leclerc narra el encuentro entre Baya y Arthur, a través del esquema clásico de personalidades opuestas que se terminan uniendo sentimentalmente. El telón de fondo son las batallas ideológicas de la historia francesa contemporánea. Baya Behmahmoud (Sara Forestier, la otrora adolescente de Juegos de un amor esquivo, L’Esquive, Abdellatif Kechiche, 2003) es la hija de un matrimonio compuesto por un inmigrante que vio a su generación resistida por los franceses y una nativa de clase alta contestataria, comprometida con los derechos humanos. Producto de un abuso que sufrió cuando era niña, mantiene una conducta sexual enfermiza empleada para “hacer el amor y no la guerra”. Tergiversando el lema del Mayo Francés, cree que acostándose con cuanto derechista tenga en frente conseguirá “transformarlo”. Arthur Martin (Jacques Gamblin) es un científico que le lleva unos cuantos años a Baya. Ella siente que por tener un nombre común (hay más de 10.000 Arthur Martin en Francia) seguramente es un conservador hecho y –valga la redundancia- derecho. Y algo de eso hay, aunque su veta conservadora esté relacionada más con sus padres que con él mismo. El significado del amor (Le nom des gens, 2010) es un filme paradojal. Para construir una crítica de los estereotipos e intolerancias de la sociedad francesa, en varios momentos simplifica el conflicto, produciendo que ese mismo espíritu revisionista devenga cliché. Más allá de este defecto, la película explora todos los ingredientes de la estructura de “gatos y perros”, tan bien cultivada por Hollywood. Y en varios pasajes acierta, porque la pareja protagónica le aporta todo el timming e histrionismo que el género reclama. Forestier ilumina la pantalla, superando algunas secuencias que bordean lo inverosímil, como aquella en la que deja plantado a Arthur y regresa completamente desnuda, sin siquiera haberlo notado. Lo mejor de la película está en el comienzo. Leclerc incluye elementos más experimentales, como los monólogos de los personajes dirigidos al espectador, que potencian la cualidad de relato dilemático, capaz de interpelar a los franceses de modo directo sobre sus conflictos étnicos y políticos. Hasta la media hora, el realizador invita a “incomodar” sutilmente a la platea. Pero más tarde, cuando el romance se precipita, la película parece borrar con el codo lo que escribió con la mano. Buena parte de la cinematografía europea cae en ese problema. Tal vez en un filme como El significado del amor la comicidad amenice la corrección política, la necesidad de restaurar el status quo que inicialmente se ponía en entredicho, mostrando la hipocresía de la sociedad. Pero ese mismo tono cómico es el que finalmente cede, ante la necesidad de Leclerc de abandonar el discurso socarrón e irreverente por otro más “solemne”, cuando la sub-trama de la familia de él cobre un protagonismo innecesario, revelando secretos y mentiras relacionados con ese pasado que los padres de ella asumen con orgullo, mientras que los de él no. Pese a ello, si el espectador valora los méritos, el saldo sigue siendo positivo, aunque a la salida del cine pensemos en el film que pudo haber sido algo más que una comedia pasatista.
Entre la abyección y el ridículo. En los años 40 una niña francesa cuyos padres habían sido asesinados en Auschwitz creció con un apellido falso, francés, que le permitió sobrevivir. En los años 70 una joven hippie de familia burguesa conoció a un argelino en la calle y se casó con él. El fruto de este amor fue Baya, que a temprana edad padeció el abuso sexual de su profesor de piano. Debido a esto ella nos relata: "No me quedaba otra que hacerme pedófila o puta, así que decidí hacerme puta", y vaya si lo es. Su gran misión en la vida es acostarse con tantos tipos de derecha como sea posible y luego transformarlos en izquierdistas. Un día conoce por casualidad al cuarentón Arthur y, de a poco, se enamoran. Mientras ella reivindica constantemente su origen argelino,él, a pesar de declararse socialista, parece sentirse avergonzado de su ascendencia judía. Claro, es hijo de la niña mencionada al comienzo de este texto, que ahora es una anciana llena de angustia por ese pasado terrible que siempre reprimió para sí misma. La combinación de los dos temas franceses por excelencia, amor y política, es la premisa de esta comedia romántica y dramática de Michel LeClerc. El Significado del Amor se desarrolla temáticamente en el campo de dos grandes tragedias que aún golpean a la memoria colectiva francesa: la invasión nazi y la colonizaciónde Argelia. Tomemos, por ejemplo, la escena en que Arthur y Baya cenan junto a sus respectivos padres. Antes del encuentro, él le advierte a ella acerca de los temas tabú que no puede tocar, especialmente el Holocausto. Claro que es todo no resulta según lo planeado, y a la joven se le escapan sin querer algunas desafortunadas anécdotas sobre vagones de tren, campamentos, etc. Más allá del dudoso gusto de esta situación, ¿Era necesario apelar a tamañas obviedades? En pos de hacer reír el film de LeClerc no sólo resulta previsible, sino también abyecto. La horrible frase que estereotipa a las víctimas de abuso infantil, citada más arriba, da cuenta de ello. Sólo hay algo peor que estos recursos humorísticos, y son los recursos dramáticos. A raíz de una observación que hizo en su pubertad, Arthur visualiza a su madre de niña, tomando un helado de crema mientras su padre es detenido por soldados nazis. ¿De qué trataba dicho comentario? De que a los muertos en circunstancias tan espantosas era mejor recordarlos no el día de su muerte, sino, por ejemplo, el día en que probaron la crema chantilly. Sin palabras. Con respecto a las actuaciones, nada puede hacer la pareja protagónica. El guión sólo le permite mostrar a Sara Forestier, uno de sus notables atributos, y es su cuerpo desnudo, que ocupa una buena parte del film. En cuanto a Jacques Gamblin, su personaje es tan soso e inacabado que es como si no estuviera. En definitiva, si éste es el significado del amor, mejor que siga siendo un misterio.
Michel Leclerc, un guionista que apenas hace cinco años atrás se abría camino como director cinematográfico de largometrajes con J'Invente Rien, se consagra finalmente con esta comedia romántica con tintes dramáticos que nos conmueven pero sin angustiarnos demasiado con golpes bajos. El Significado del Amor es uno de esos films que podemos ver más de una vez y descubrir “ una enseñanza para la vida” con cada nueva lectura. Sí, sin caer en la cursilería, esta es la definición que se me ocurre en este momento para películas como estas que nos hacen reflexionar sobre distintas cuestiones universales y de gran importancia, tales como las historias de vida de nuestros padres y cómo repercuten estas en lo que hoy día somos. Si bien la historia de los protagonistas está marcada por ciertas particularidades, trata diversos temas que a todos nos tocan de una u otra manera: nacionalidad, guerras, religión, tabúes. Así también como el juego de opuestos conservador/ liberal, facista / comunista. Acá tenemos principalmente dos historias de vida, la de una joven – Baya Benmahmoud- que parece animarse a todo; y la de un cuarentón – Arthur Martin- al que le han enseñado a callar ciertas cosas por culpa,verguenza, dolor. A su vez estas dos historias de vida son y no les son propias, sino que “cargan” con ellas como pueden, llevan a cuestas este modo de ser como un modo de vida derivado, consecuencia de las acciones de otros, y no como fruto de una elección propia El tratamiento de esta historia resulta original desde el comienzo. No tiene tiempos muertos, a todo se le puede sacar el jugo si se tiene una mirada atenta. A nadie puede dejar indiferente porque no se trata sólo ni en lo más mínimo de una película para parejitas acarameladas o enamorados empedernidos sino que trata del amor a la familia con sus virtudes y con sus defectos (que a veces podrán resultarnos intolerantes o incomprensibles). Si bien el guión no se destaca mucho en recursos cómicos, sí lo hace en los diálogos que tiene la pareja protagonista. También cabe destacar el papel de la música apropiada para cada escena, sin necesidad de usar esta como recurso que subraye los sentimientos que no lograran transmitir los actores con su actuación. Por momentos puede molestar un poco el notar la presencia extradiegética en la elección de imágenes en blanco y negro o como película a color pero algo vieja con bastante grano, como de cámara casera. Pero tampoco producen un distanciamiento demasiado grande. En otros momentos, por ejemplo al mostrar a los protagonistas en la cama, resulta agradable e íntimo el uso de la cámara en mano para acercarnos más a la pareja y, tal vez, romper con una imagen con planos y encuadres tan estructurados. Finalmente, entre las enseñanzas que me sorprendió descubrir en este largometraje están las siguientes: que el acto sexual extramatrimonial y ejercido con mucha libertad no tiene por qué ser considerado malo ni sucio, sino que la promiscuidad también puede perseguir otros fines como alejarnos de los prejuicios, abrirnos la cabeza, transformarnos y elevarnos como personas, perseguir una causa noble. Otra enseñanza, mucho más profunda que la antes mencionada, que nos deja este film es la de rescatar las cosas buenas que muchas veces pueden estar tan cerca de lo malo que no se pueden percibir. Y me permito acá hablar de otro juego de opuestos: dolor /placer , conviviendo constantemente a lo largo de esta película como en la vida misma. Pero mostrándonos que frente a aquella situación que lo tiñe todo de dolor se encuentra ese pequeño granito de arena, que es la felicidad misma, encerrada en un pequeñísimo acto que nos recuerda para qué vale la pena estar vivo. Así es como de la mano de una niña aprendemos que frente al dolor que puede producir el recuerdo de los nazis llevándose a su padre puede optar por recordar ese día como el glorioso día en que probó por primera vez la crema chantilly. De similar modo, aprendemos de la mano de un niño que observa desde su pueblito en Argel como los soldados matan a sus parientes y elige recordar por sobre todas las cosas los dibujos que pudo hacer ese día y así descubrir su amor por la pintura. Por último nos enseña que la sabiduría no se mide en años. Por eso en el párrafo anterior tenemos la enseñanza a través de unos niños de corta edad, como por momentos tendremos la herida abierta de los adultos que no ha cicatrizado a pesar del paso de los años. Y para corrobar esto qué mejor que la película misma, en la que tenemos importantes enseñanzas en apenas 102 minutos de duración.
Tiempos modernos Inmenso éxito comercial en Francia y ganadora de dos premios Cesar (mejor actriz para Sara Forestier y mejor guión original), El significado del amor es una comedia satírica que -evidentemente- ha tocado fibras íntimas de la sociedad gala a la hora de trabajar con humor conflictos como los raciales y políticos. Lo mejor del film es su incorrección política (se ríe tanto del renaciente fascismo como de los lugares comunes de la izquierda) y el trabajo de Forrestier, quien se muestra en todo su esplendor y sortea con gran soltura el desafío de interpretar a una joven de origen árabe, extrovertida y desinhibida, que utiliza el sexo como arma de combate. La película, en cambio, cae por momentos en los estereotipos y los clisés cuando confronta y contrasta ese mundo desfachatado de la chica con el del contenido, organizado, reprimido de su contraparte (Jacques Gamblin), que representaría al francés medio, bienintencionado y lleno de prejuicios. Un film simpático, disfrutable y ligero.
Liberalismo moderado Así como los norteamericanos tienen su comedia romántica, con determinadas reglas que siempre siguen, los franceses no pueden dejar de ser franceses a la hora de hacer sus comedias: mucho sexo, muchas palabras, mucha mujer desnuda (no así hombres), muchas conversaciones "con contenido" que corren rápidas y metaforizan la tensión sexual (que de cualquier forma es explícita). Así como pasa con el público de la comedia romántica americana, a quien le guste la comedia francesa encontrará en El significado del amor un momento agradable, algunas risas no muy perturbadoras, un final edulcorado, no muchas sorpresas. Esta película maneja dos claves que intentan individualizarla de la eterna historia "chico conoce chica": está atravesada por "temas políticos" y trabaja una suerte de "monólogo interior representado". El "tema político" está encarnado por Baya Benmahmoud (interpretada por Sara Forestier), la chica, hija de un inmigrante argelino que no parece de familia argelina y que usa el sexo (las mujeres en el cine francés solo pueden ser ridículamente promiscuas) para seducir a "fascistas" y volverlos gente de izquierda. Por supuesto, esto va a chocar de frente con la familia y el modo de vida de Arthur Martin (intepretado por Jacques Gamblin), para deleite del público conservador o ligeramente progre. Los monólogos interiores están manejados principalmente por Martin (el protagonista), pero cada tanto pasan a Baya. Primero son recuerdos, después son conversaciones con uno mismo. El personaje mira a cámara, le cuenta al público su infancia, explica las limitaciones de la representación que está a punto de presenciar. Algo que hizo Woody Allen hace cuarenta años. A los franceses les gusta Woody Allen. Esta es una película muy francesa. Sin embargo, lo que Allen usaba como recurso para construir personajes, en El significado del amor resulta irremediablemente chato. Sí, los personajes miran a cámara y nos explican. El problema es que Leclerc (el director) nos explica absolutamente todo: a este personaje le pasó esto en la infancia y por eso se comporta de tal forma, este personaje tuvo tal trauma provocado por tal hecho y eso lo define de forma absoluta, los padres de este personaje tienen estas características (enumeradas por una voz en off) y eso basta para describirlo y para que entendamos cómo criaron a sus hijos y, en consecuencia, cómo son esos hijos ahora. Todo está explicado. Todo, por supuesto, desde una mirada liberal de izquierda. El punto más flojo de la película probablemente sea el personaje de Baya, a la cual da cuerpo la hermosa Forestier. Baya es tan efervescente, tan "de izquierda", está tan cómoda con su propio cuerpo que roza la caricatura. Como todos los personajes de El significado del amor, el suyo está completamente delineado, pero sus líneas se cruzan en malas intersecciones. La idea de que una chica (sí, es atolondrada, sí, no tiene complejos con su cuerpo) ande mostrando tetas en los supermercados como si nada o salga de pronto desnuda a la calle porque se había puesto a hablar por teléfono y se olvidó de que estaba sin ropa más que chistes para espantar a reprimidos son muestra del poco ingenio para construir un personaje real. La conclusión de todo esto, al final, es que "el amor es más fuerte", que los mejores franceses son de izquierda, que el sexo, que Sarkozy... Mucha política, mucha conciencia "preocupada" de liberal de izquierda, pero al final todo suena ligeramente conservador. Es notoria, por ejemplo, la obsesión que esta película tiene con la familia: la nuestra, la de los otros, las que son diferentes, las que son tradicionales, las reprimidas. Al final, parece que lo único importante es la familia y, moraleja de moralejas, resulta que todos (hasta las familias de inmigrantes radicales de izquierda) somos reprimidos y es mejor aceptarlo y vivir así. Total, basta con que una vez cada cuatro años votemos por la izquierda para poder vivir nuestra tranquila vida de familia.
Políticamente (in)correcta Una mujer usa el sexo con intenciones de desenmascarar a funcionarios conservadores en esta comedia. El significado del amor , de Michel Leclerc, promocionada como una “comedia políticamente incorrecta”, es, en realidad, incorrecta y correcta al mismo mismo tiempo. Ambigüedad también aplicable a la construcción de su protagonista y a su estilo narrativo. En ambos casos, hay un intento de romper normas y, finalmente, de acatarlas. Peligro de híbrido. Baya (Sara Forestier), una joven bonita e desenfadada, usa un arma poderosa para “reformar” derechistas: el sexo. Ahora es el turno de Arthur (Jacques Gamblin), un científico más conservador con su vida que en su ideología. A partir de este cuarentón reprimido y de esta veinteañera desatada -mezcla de Betty Blue y Amelie - se construye una comedia de antinomias románticas, sociales y políticas. La narración incluye a los protagonistas hablando a cámara, cual cabezas parlantes, en medio de flashbacks de sus historias familiares. Y otros juegos, alejados del realismo, entre pasado y presente. Ambos personajes cargan con fantasmas ancestrales: él, con una sufrida y silenciosa madre cuyos padres murieron en Auschwitz; ella, con un padre que es inmigrante argelino y se comporta como si estuviera en tiempos coloniales. Ah, por si algún fantasma faltara, Baya fue abusada de chica. Leclerc se las arregla para aligerar e incluso hacer humor con temas trágicos, aunque no siempre lo logra. Pero a pesar de sus intentos por romper prejuicios, termina cayendo en clichés. La película interpela al espectador sobre las hipocresías sociales. Lo hace de un modo amable, y con buen ritmo, sobre todo por parte de Forestier. El sarcasmo inicial y cierto grado de experimentación se alternan con la solemnidad y un final de fábula emotiva y edificante.
Baya, un huracán de hormonas La actriz Sara Forestier le pone especial encanto a una comedia de altas ambiciones, en algún punto contradictorias. Sin embargo, la fórmula funciona por momentos muy bien. Es ambicioso lo que El significado del amor se propone: fusionar la comedia romántica clásica con la moderna, metiéndose con la clase de cuestiones con las que, se supone, a una comedia no le conviene meterse. Las secuelas de la Shoah, por ejemplo. Pero también la memoria histórica en general, el abuso infantil, la estigmatización étnica, la derechización de la sociedad francesa actual, la extranjería como condición esencial del ser humano y hasta la pregunta sobre una posible convivencia pacífica entre árabes y judíos. Convivencia erótica y amorosa, tratándose de una comedia romántica. ¿Logra consumar esas ambiciones la película dirigida por Michel Leclerc? Y si lo hace, ¿a qué precio, pagando qué costos? Son preguntas que parece pertinente hacerse ante un film que en Francia fue todo un éxito de boleterías y en Argentina, más allá de las diferencias de escala, está también en condiciones de serlo: en términos de comedia, El significado del amor funciona, muy bien por momentos. Como es frecuente en Woody Allen (a quien Leclerc reconoce como máximo referente), la película coescrita por el realizador y su pareja, Baya Kasmi, narra la relación entre un tipo grande y una veinteañera. Una de esas relaciones que, de acuerdo con la más pura tradición genérica, de entrada parece inconcebible. Después también. Descendientes lejanos de Grant & Hepburn en La adorable revoltosa, Arthur Martin (Jacques Gamblin), metódico científico cuarentón, trabaja en la Oficina Nacional de Epizootias, mientras que Baya Benmahmoud (Sara Forestier) es una suerte de revolución ambulante. Revolución sexual, sobre todo. Abusada de pequeña, Baya cree que no le quedaba otra que ser pedófila o puta: “Elegí puta”. Más precisamente, lo que ella llama “puta política”. Hija de un exilado argelino y una militante setentista, Baya –convencida de que en Francia hasta los negros son fachos– adhiere, por lo visto, a una variante promiscua de la evangelización, consistente en convertir derechistas encamándose con ellos. Prisionera del rigor de las simetrías durante por lo menos el primer tercio de metraje, a esa herencia familiar de Baya se contrapone la de Arthur. De niña, su madre (la veterana Michèle Moretti) sobrevivió a la Shoah, no así sus abuelos. La cerrada negativa de la señora Cohen a recordar su pasado da por resultado que, cuando el hombre les presenta a la nueva novia a sus padres, la chica no pueda mencionar que la carne la cocinó al horno, por ejemplo. ¿Banalización o legítimo tratamiento humorístico del tema? Cada vez que la madre de Arthur se queda con la mirada perdida en algún punto del pasado, la puesta en escena es como devorada por un agujero negro. Contrariamente, en más de una ocasión la sobrecarga de cuestiones históricas, políticas y existenciales de la mayor gravedad se siente como incrustada, en medio del loco entusiasmo que Baya contagia al módico Arthur y a la película entera. En una escena como de Milo Manara, Baya se pasea por París en pelotas totales, debido a que su distracción la hizo salir de casa sin ponerse el vestido. No es fácil conciliar esa clase de bienvenidos exabruptos visuales con las referencias a los campos de concentración o el propio abuso que sufrió la muchacha. Difícilmente el público masculino vaya a hacerse esa clase de cuestionamientos ante el arrebato hormonal llamado Sara Forestier. Conocida por Juegos de amor esquivo, la chica es un verdadero fenómeno, y no sólo físico. Dueña de una presencia cinematográfica de esas que aparecen muy cada tanto, es una lástima que ella, el realizador o ambos hayan considerado necesario reforzar su seducción a fuerza de mohínes. Visto en Laissez passer, de Tavernier, y Bellamy, de Chabrol, Jacques Gamblin está, en cambio, perfecto, en el papel del circunspecto epidemiólogo. Sobre todo en una escena en la que debe cargar todo el peso de un cisne muerto, en el preciso momento en que le comunican un deceso bastante más trágico y cercano.
Comedia francesa que es más inteligente de lo que parece Original, dinámica y más inteligente de lo que parece, esta comedia francesa se resume de dos modos: una linda y fastidiosa criatura quiere cambiar la mente de los «fachos» acostándose con ellos, uno por uno, hasta que conoce a alguien más complejo de lo que creía, o una pareja cuenta su historia y la de sus respectivos padres, sacando a luz asuntos de silencio generacional, denuncias también generacionales, integración, e identidad nacional. En ambos casos, la menuda Sara Forestier se desnuda encantadoramente y arrasa con medio mundo. Dicho con detenimiento, ella es hija de un argelino que sufrió la guerra y otros males sin quejarse y una hippie pacifista pero de carácter agresivo, y él es hijo de un técnico nuclear que parece que siempre fue viejo y una sencilla judía criada en un orfanato cristiano. Nunca hablan del pasado, ni el argelino que sufrió la guerra ni la judía que vio cómo su padre era llevado a la muerte en la otra guerra. Tampoco su marido habla de esas cosas. Por su parte, la hija del argelino y la hippie tiene todo resuelto aunque no entienda nada y sea más atropellada que la madre. Paradójicamente, decidió su propósito en la vida poco después de haber sido víctima de un abuso infantil. Ahora quiere abusar de la paciencia del hijo del técnico, un especialista en autopsia de patos y gansos. ¿Se entiende cómo viene la mano? En la película es más fácil, y además los mismos personajes la van explicando a cámara de modo bien ingenioso. Claro que nuestro público igual puede perderse alguna explicación, porque, ¿quién quiere leer los subtítulos cuando esa chica se está cambiando la ropa delante de uno? (y eso, cuando anda con ropa). Por suerte, en ese sentido, las reflexiones más jugosas las dan el actor Jacques Gamblin y, en participación especial, el ex primer ministro socialista Lionel Jospin. Ciertamente no faltará quien ponga el grito en el cielo ante algunas cosas que se dicen. Qué vamos a hacerle, no todo puede ser «políticamente correcto» en la vida de los ciudadanos, y tampoco en la de los personajes.
Entre la derecha y la izquierda El filme trata de mantener el buen humor y conservar el espíritu lúdico, pero a veces choca con torpezas, o bromas que están más relacionadas con cierta necesidad de impactar. Un dato a destacar es que tiene excelentes actores como la deliciosa Sarah Forestier. Ella se llama Baya, es hija de argelino y francesa. Y tiene una línea ideológica que le impide tolerar a las personas estructuradas y rígidas, burguesas y de derecha. Una madre francesa ex hippie le debió haber dicho esto de "hagamos el amor y no la guerra", porque la jovencísima Baya hace el amor con burgueses de derecha y por su prédica en la sala, o en la cama, no aclara, los convence de modificar sus principios. Ahora se encontró con Arthur Martin, veterinario con nombre de marca de electrodomésticos, que está muy lejos de ser un hombre de derecha y es seducido por la ardiente jovencita. Arthur tuvo abuelos que murieron en Auschwitz y una madre que debió cambiar su apellido para sobrevivir en una sociedad, donde Vichy era una realidad (Estatuto de los judíos, 1941). Los dos se encontraron y Baya lo confunde con un burocrático señor al que debe enamorar para que cambie. Pero Arthur no es lo que ella piensa y la cosa empezará a complicarse. DELICADO EQUILIBRIO "El significado del amor" es una suerte de comedia romántica con implicancias políticas. Más cercana a la farsa por ciertas exageraciones de forma y fondo, la película se desplaza en un delicado equilibrio con referencias al gobierno de Petain, Jospin, la intolerancia social y la vida en general. Con una alusión directa a los derechos humanos, la hipocresía social y la necesidad de confraternizar y llegar a una suerte de comunidad, la historia de Michel Leclerc apunta a la exposición de problemáticas sociales de interés. El conflicto está en que hay cierta preferencia por el desborde y una estrategia de juego que a veces molesta. A la vez que la variedad de temáticas que abarca -la discriminación, el Holocausto, el gobierno de Vichy y otras problemáticas urticantes-, por momentos se convierten en un collage, un poco desenfrenado. El filme trata de mantener el buen humor y conservar el espíritu lúdico, pero a veces choca con torpezas, o bromas que están más relacionadas con cierta necesidad de impactar. Un dato a destacar es que tiene excelentes actores como la deliciosa Sarah Forestier, con todo el desparpajo de la juventud y la belleza de una nueva actriz joven, todavía no contaminada por los mareos psicoanalíticos y un correcto Jacques Gamblin.
La larga introducción (al estilo Amélie) responde al título original: a partir del nombre del protagonista, Arthur Martin, se asciende por los árboles genealógicos de la pareja central: ella, Baya, viene de familia argelina y entiende el compromiso político heredado de su madre (ex hippie) como una misión: debe ganar a los fachos para la noble causa de la izquierda y para eso emplea un arma infalible: el sexo; él, fanático de Lionel Jospin, es un científico respetuoso del principio de precaución (sobre todo ahora que despunta el riesgo de la gripe aviaria) y carga con el nombre de cocina que le han puesto sus padres para olvidar el pasado sufrimiento de la madre en Auschwitz; ella es un torbellino, pura energía, ninguna inhibición y el manifiesto deseo de la armonía universal, alcanzable cuando haya logrado convertir a todos los que ella juzga de derecha; él es (lo aprendió en familia) todo corrección, compostura, discreción; de izquierda moderada como su ídolo político. Empiezan peleando: por su nombre y sus posturas, ella ve en él a un conservador. Debe, pues, rescatarlo vía sexo, pero el tratamiento se demora porque él tiene sus obligaciones. En el ritmo vertiginoso que impone Baya (a la vitalidad que Sara Forestier ya contagiaba en Juegos de amor esquivo le ha sumado un desenfado sexy que la hace irresistible), esta comedia político-romántico-satírica aborda unos cuantos temas de actualidad -la intolerancia, la aceptación de las diferencias, el reconocimiento del prójimo, el peso del prejuicio- al mismo tiempo que pone su atención sobre cuestiones que encienden polémicas en la sociedad francesa y que tienen que ver con la identidad nacional, como el velo islámico, la memoria de la persecución de los judíos, la integración social de los descendientes de inmigrantes, el recuerdo de ciertas jornadas electorales que encumbraron a algunos líderes y jubilaron a otros. Como Jospin, que se suma a la acción interpretándose a sí mismo y tomándose bastante en broma con toda naturalidad. Seguramente el éxito obtenido por el film en Francia no es ajeno a las abundantes ironías que contiene el diálogo y que no siempre pueden ser apreciadas en su totalidad por el espectador local. Aunque en muchos casos el dibujo de caracteres tiende deliberadamente a la caricatura, todos los temas mencionados son tratados con inteligencia y chispeante comicidad. El desparpajo de la bella Forestier es un factor determinante, pero también contribuye a enriquecer el film el desempeño de los demás intérpretes, en especial ese gran comediante que es Jacques Gamblin.
Ese oscuro objeto del deseo Podría decir que este es un filme que no se cierra, en principio por presentarse como una comedia típica, clásica, y luego explotar como moderna, cuasi futurista. Pero que en la intención de los guionistas y del director parece anclarse en el querer abarcar demasiados temas, todos de una importancia mayúscula. Además se podría decir que cada uno de esos temas que va abordando fueron, son y serán, tratados en infinidad de textos cinematográficos desde sus inicios, y cálculo que hasta que se apague la última luz. La historia se podría considerar hasta demasiado sencilla. Una bellísima joven veinteañera se enamora de un hombre de más de cuarenta años. Ellos configurarían la pareja imposible. Viven en mundos opuestos, fueron criados en ambientes totalmente disímiles y por conducta, acciones, pensamientos morales están en las antípodas uno de otro. La historia de Baya Benmahmoud (Sara Forestier) esta constituida desde lo imprevisible. Hija de un argelino y una hippie francesa, se crío en la libertad absoluta, pero también en el abandono, ya que este “laissez faire” (dejar hacer, dejar pasar), tan de moda en Francia, hizo que los padres le quitarán la mirada a los hijos para no aparecer como controladores y/o castradores. Pero al mismo tiempo desprotegían su bien más preciado, los hijos, así cuando la chica es abusada ellos no podían haberlo registrado. La madre por estar ocupada en transgredir los códigos morales de la época, el padre por estar abocado a sus “obligaciones” políticas. Él, Arthur Martín (Jacques Gamblin), tuvo otro tipo de vida y de familia. Criado en la más ultra conservadora familia, donde los silencios y los secretos son moneda corriente, y desde el punto de vista de los valores sociales de familia lo único importante, pero no en relación a las ideas políticas, bastante más cercanos a los “jacobinos” que a los “girondinos”. Arthur trabaja como analista de epidemiologías zoológicas, principalmente con animales muertos. Parece que no hay deseo, no hay afecto, en ningún poro de su cuerpo, frío, distante, taciturno, resignado circula por la vida tan muerto como sus “pacientes”. Baya por su parte, ante la doble vía de elaboración del duelo por el abuso de que fuera objeto cuando era niña, la pone en la disyuntiva de optar entre seducir y abusar de otros niños inocentes o convertirse en prostituta. Elige esto último, pero sin olvidarse de los compromisos sociales y políticos dentro de los que se educo. La mezcla de ambos la determina como una abanderada de la izquierda francesa y/o mundial, al mismo tiempo que ser la última exponente defensora de “el amor libre”. Algo así como “hagámosle el amor a la guerra”, lo que sería una versión muy particular de “hacer el amor y no la guerra”. De esa manera ella intentará reformar a todos los fachos del mundo y adherirlos a la izquierda internacional. Cuando conoce a Arthur se le caen todos los estantes y todos los preconceptos. Él no esta catalogado, eso hace que por primera vez se enamore de un hombre. Arthur Martín (también nombre de una empresa conocida por sus cocinas) no puede resistir al desparpajo, la libertad, la alegría, al deseo, a la simpatía, a la ideología que es lo único que comparte Además podemos inferir que parte del encantamiento al que cae rendido nuestro héroe esta producido por la belleza de Baya (habría que estar ciego para no sucumbir). Son el uno para el otro. Por oposición son otra cara del amor, lo imposible para una y la inexistente para el otro. Toda esta mezcla esta casi íntegramente sostenida por las actuaciones. Jacques Gamblin le da el toque exacto a Arthur, los tonos, la voz, la postura corporal, el rostro y, sobre todo, la mirada. Sara Forestier por su parte tiene en apariencia un personaje menos complicado de componer, pero con su frescura y naturalidad logra superar hasta las situaciones más ridículas, todo eso que haría “no creíble” una situación, ella lo puede trabajar transformándolo verosímil. Otro dato a tener en cuenta en el título original de la obra “Le Nom des Gens”, que significa “el nombre de la gente”, esto que nos nomina, nos da nombre y existencia, pero creo que estas cuestiones son para otro tipo de análisis, lejos de la intención de esta critica.
Baya es una joven mujer en apariencia desprejuiciada que lleva a cabo un novedoso trabajo ideológico, convertir mediante el sexo a hombres de férrea derecha; un día conoce a Arthur un veterinario de unos cuarenta años hijo de una familia rigurosamente tradicional a quien Baya intentará ganar para la izquierda. Entre algunas de las falencias de la película podemos enumerar la imagen altamente estereotipada de la libertad sexual y el hippismo de la protagonista y su infantil ingenuidad de considerar como formalmente bueno cualquier accionar de la izquierda. Sin embargo, pese a los estereotipos, elemento inevitable a la hora de incluir algún toque de comedia, El significado del amor es una película fresca que jocosamente introduce, como lo hace su protagonista con sus amantes, concepciones de una izquierda europea que se está aggiornando mediante la introducción de la ecología como foco de interés, pero que supo mantener tanto cuestiones tradicionales -como el amparo de las minorías- como su vertiente crítica del liberalismo representado, en el caso de la película, por el gobierno de Sarkozy. La pregunta que recorre, y que responde, este film es si hay una forma de vivir de izquierda y otra de derecha; si la acción de un ser humano -en este caso la inocente cosmovisión de una joven-niña abusada sexualmente que se niega a que el hecho atroz le arranque su niñez- puede modificar el engranaje prefabricado que llamamos cotidianidad, esa naturalización impuesta por el capitalismo global. También trata temas como la conciencia y memoria histórica y su necesaria apropiación social, tópicos que reflotan en nuestra realidad presente. Todo lo anterior vuelve a El significado del amor una película muy recomendable y quizás hasta ineludible.
Estableciendo una jubilosa y poética relectura de la comedia romántica, El significado del amor recorre las zigzagueantes alternativas de un vínculo entre dos personajes opuestos aunque no antagónicos. Una extrovertida y desafiante joven y un maduro y estructurado investigador conformarán una historia de amor plena de exóticas y singulares alternativas que no desdeñan la reflexión. Las ideologías políticas y la religión son sólo dos de los tópicos que asomarán caóticamente a lo largo de la narración en medio de una discontinua y apasionada relación amorosa. Ella está empeñada en convertir a hombres conservadores, machistas y autoritarios en seres respetuosos de ideas ajenas y hasta preocupados por el medio ambiente, entre otros cambios notorios. Cuál es su modus operandis? El sexo. Sin amor y como práctica liberadora y luminosa. En ese trance conocerá a Arthur Martin, un nombre que remite a Juan Pérez o John Smith en Francia, más allá de la marca de cocinas. Un hombre común y rutinario con la suficiente sensibilidad como para enamorarse y enamorar a la dama en cuestión e iniciar un nuevo camino, acaso tortuoso y siempre sorprendente, para ambos. Con la incomparable presencia de Jacques Gamblin y de la deliciosa Sarah Forestier, el film de Michel Leclerc depara un momento original, descontracturado, lúcido y emotivo. Qué más.
La revolución empieza en la cama La liberación sexual es una de las materias pendientes de esta especie de rescate emotivo de los ’60 y ’70 que el mundo ha emprendido en los últimos tiempos, forzado por la crisis, y que la Argentina tuvo el dudoso privilegio de anticipar en 2001. El significado del amor trata de poner en la agenda de la actual neosensibilidad revolucionaria el tema del sexo y su poder para transformar a las personas. Dos vidas, dos generaciones, dos historias se cruzan en esta comedia romántica de tono ingenuamente político, que sin embargo resulta atractiva, a fuerza de ingenio narrativo y personajes simpáticos. El título original francés, Le nom des gens (El nombre de las personas) alude a que él posee uno de los nombres más repetidos en francés (Arthur Martin, como las cocinas) y ella un nombre único (Baya Benmahmoud). Arthur es un ecólogo veterinario especialista en detectar señales de epidemias en animales muertos. Maduro y atildado, es hijo único de una familia que oculta que sus abuelos maternos fueron víctimas de los nazis. Baya es una chica alborotada y sexy que cambia de trabajos como de vestidos. Hija de un padre árabe inmigrante y de una madre activista, se autodefine como puta. Se encuentran por azar y ella hace lo primero que hace con todo hombre formal: lo invita a la cama. Pone en práctica la teoría de que el sexo es un arma para convertir a fachos en progresistas. En vez de seguir la línea de menor resistencia que sería presentar los infinitos obstáculos que afronta una pareja de este tipo para consolidar su amor, lo que propone el director Michel Leclerc es mucho más satírico y ambicioso: abre el foco para mostrar cómo la historia de Francia del siglo XX incide en cada uno de los enamorados. Pese a la posición inconmoviblemente optimista y maniquea de fondo, los recursos narrativos logran que la película viva en cada escena con algo más interesante que la política: un buen relato.
La política y los opuestos Tiene varios méritos esta comedia que alcanzó un éxito impresionante en las boleterías de su país de origen. Uno es el guión, chispeante y fresco; otro, el tono de la narración, que presenta detalles formales interesantes. Y otro es, sin dudas, el personaje que interpreta Sara Forestier, la hija de un inmigrante ilegal argelino y una hippie francesa; la chica, a los 20 años, ha decidido usar la cama para reformar (políticamente hablando) a los "fachos". El relato se centra en la relación de Baya (la joven en cuestión) con Arthur Martin, un investigador menos conservador y formal de lo que parece. Sin embargo, lo mejor de la película no está en estos aspectos, sino en la formulación desprejuiciada y desacartonada de algunos de los problemas más serios que afligen a las sociedades de la Europa moderna: a través de los pormenores del relato del particular vínculo entre Baya y Arthur, se alude a los problemas de los inmigrantes ilegales, al choque de culturas, a la discriminación, a los prejuicios raciales, a la intolerancia política, a los tabúes familiares; y, desde luego, al sexo y a las relaciones de pareja . El tono humorístico con el que se abordan estos temas no les quita peso sino que, por el contrario, funciona como un consistente recurso narrativo. Lo interesante es que el director Michel Leclerc no pretende ofrecer respuestas a los interrogantes que plantea ni soluciones a los problemas que muestra: prefiere (sabiamente) exponer los hechos y dejar las reflexiones posteriores a cargo de los espectadores. Son muy buenos los trabajos actorales de Jacques Gambin y Sara Forestier, los protagonistas, adecuadamente acompañados por el reparto; si bien hay algún exceso en la caracterización de Baya (por momentos el personaje bordea la caricatura) el relato cierra satisfactoriamente, aunque algunos espectadores puedan sentirse defraudados porque, en cierto modo, se abandona la postura políticamente incorrecta que campea en todo el filme.
Una linda y loca película que nos lleva a un viaje de emociones y sentimientos, con condimentos de humor, desgracia, debate y amor. Peeeeeero, no todo es color de rosa para esta peli. Me molesta mucho que este tipo de producciones dejen en un lugar tan pobre lo que respecta al diseño de títulos, promoción, es decir, todo aquello que potencia la experiencia del film. Siempre me pregunto que sería de estas películas con toda la parafernalia de las superproducciones Hollywoodenses. Ni que decir el detalle del afiche seleccionado para su promoción en Argentina, mostrando la “cola” del personaje femenino, cuando internacionalmente se utilizó una versión que representa mucho más el contenido de la historia, pero claro, ya sabemos como se supone que vende más cuando se habla de mercados sudamericanos. Volvamos al contenido en sí, a la historia. Creo que el director nos entrega una original historia, un argumento que se sale de lo cotidiano de las carteleras porteñas y nos corre del eje por un rato para poder apreciar una historia que nunca pierde ritmo, que se resuelve como uno un poco lo espera, pero sin dejar de sorprender lo necesario, con los detalles suficientes como para no ser previsible. Los actores llevan muy bien esos diálogos, logrando que uno compre cada uno de los personajes. Por un lado a la idealista pero para nada inocente Baya Benmahmoud, (Sara Forestier ), hija de una francesa de ley y un inmigrante originalmente ilegal. Y por otro lado tenemos a Arthur Martin, (Jacques Gamblin ) un hijo de Judíos que sobrevivieron al holocausto pero que evitan hablar del tema. De hecho, en eso se centra un poco la historia. En el tabú de la sociedad para con ciertos temas, y en particular en un país como Francia, super cosmopolita, pero que no termina de entender esa situación y vive bajo los mandatos de la xenofobia y otras formas de marginar al otro, al distinto. Para combatir esta situación, la bella Baya, se encargará de hacer cambiar de opinión a más de uno a fuerza de la seducción “y más allá!”… jaja. Pero en el camino se encontrará con Arthur, y es en ese cruce en donde ambos se replantean sus vidas, es decir, se les mueve la estantería. Como cuenta pendiente, a mi parecer tiene un poco pobre la fotografía, pero compensa con la edición. Musicalmente acompaña, pero nada a destacar. Considero que es tan fuerte el guión, que uno puede dejar pasar algún que otro detalle técnico. Insisto, en que es una película que se sale del estándar en cuanto a la historia, y vale la pena no dejar de verla. Como siempre, la originalmente “Le nom des gens”, (así su nombre en francés), llegó tarde a nuestras carteleras ya que su estreno internacional fue en el 2010. El film fue nominado a los Premios Cesar 2011, (una especie de Oscar francés) en los rubros mejor película, mejor actor principal, mejor actriz principal y mejor guión original, y como para bancar lo que les comente respecto de lo original de la historia, se hizo con el premio finalmente de Mejor Guión Original y Mejor Actriz Principal. Espero la vean y les agrade.