Es el año 1991, siete convictos de la cárcel de Villa Devoto se escapan cavando un túnel que conecta el exterior con el hospital de la prisión. Desconcierto y dudas de parte de policías, vecinos del barrio residencial y periodistas son pobremente paliadas por el testimonio de un vecino, el único testigo del escape. Es aquí cuando entra Ricardo, un periodista de criminales que se compromete con lo acontecido e intentará escribir una nota sobre lo que ocurrió, sobre cómo ocurrió y por qué ocurrió; para esto deberá llegar incluso con los autores materiales del túnel: los prófugos. Un llamado telefónico es el encargado de contactar al periodista, quien luego de seguir una serie de indicaciones, se encuentra en una casa de los suburbios cara a cara con dos de los escapistas: Vulcano y Toro, cabezas de equipo y mentes detrás del escape, seguidos y acompañados por otros cinco convictos que la casualidad se encarga de reunir. Ricardo, cumpliendo con su labor interroga a Vulcano para luego dejarse llevar por la narración de una crónica de escape que lo lleva a encontrarse con la historia de unos cadáveres hallados por los criminales en su intento por alcanzar la libertad, con la promesa que los presos le hicieron a los muertos y la duda sobre el origen de estos restos. El Túnel de los Huesos, un filme que sabe relatarse como la historia real en que fue basado. En el año 1993, el periodista Ricardo Ragendorfer recibió el premio Príncipe de Asturias por su investigación sobre el escape criminal sucedido en el año 1991 de la cárcel y, sumado al testimonio de uno de los criminales libres, el director santafesino, Nacho Garassino, elabora con su Ópera Prima, una historia que se desarrolla en dos arcos argumentales conectados por un narrador que solo dando detalles superficiales en persona, nos introduce en la espectacular fuga, que parece ser lo principal en la historia, pero todo va más allá cuando una promesa se hace presente: La de relatar una historia más, la de aquellos que ya no tienen voz. Pero no todo es narración en El Túnel de los Huesos, también la influencia se hace presente, recordándonos los pasajes carcelarios de Sueños de Libertad (The Shawshank Redemption, EE.UU. 1994) y con una maestría raras veces vistas en una ópera prima, la técnica cinematográfica se sucede con recursos estéticos de lo más prolijos e intercalando varios planos secuencia (especialmente el impecable que inicia el filme) que solo en su recorrido, nos inunda de sentimientos, de personificación y de empatía para con aquellos que narran la historia. Factor más que importante en el desarrollo de la obra de Nacho Garassino, es la utilización absorvente del sonido, que sin resultar desubicado ni repleto de sinfonías rimbombantes y carentes de alma, con un sonido monocorde que se impone, se nos recuerda a la opresión, al peligro y al mundo interior de los protagonistas, como así Stanley Kubrick, con sonidos similares, nos narraba la historia de Alexander Delarge en La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, UK 1971); y el uso de la fotografía, que sin grandes innovaciones nos remite a penumbras acordes y la iluminación remitente a los foquitos de luz que los criminales utilizan como único recurso de visión en el túnel mientras cavan, dando la impresión una vez mas, de encontrarnos allí. Destacable, como ya se lo vio en infinidad de producciones televisivas como cinematográficas, la figura de Raúl Taibo, que, en complemento con Valenzuela, recrea a un personaje frío, crudo, valiente pero dejando entrever una desesperación que caracteriza el personaje que encarna: Vulcano. Respecto de Daniel Valenzuela, compone magistralmente la otra cara del personaje de Taibo, bajo la personificación de Toro, el segundo de mando en el plan de escape y compañero fiel de Vulcano. Lo que compone El cine argentino demuestra una vez más su potencial y riqueza no solo en imágenes y narraciones, sino también, en las originales historias que se suceden cada vez con mayor frecuencia en los escenarios de la industria. Otra vez nos encontramos con una pieza de calidad, una propuesta hacia los caminos de los relatos no contados, una puerta abierta a un cine que sin ser abyecto, retrata dicotomías sociales, los códigos, los cambios y las realidades dentro y fuera de las cárceles argentinas.
La fuga tumbera La ópera prima de Nacho Garassino se sumerge en un mundo tumbero, peligroso, en el que sus personajes intentan recobrar su libertad a toda costa. Ambientada en la década del noventa, en el penal de Villa Devoto, la película está construída a partir del "racconto" y de sucesos reales. Vulcano (Raúl Taibo) se reúne con un periodista (Jorge Sesan) para narrarle la espectacular fuga que emprendió junto a seis reclusos de la prisión y el escalofriante secreto que encontraron mientras cavaban el túnel para escapar. Concebida como un producto de suspenso que también trae el pasado nefasto de la Argentina, El túnel de los huesos es un relato carcelario donde "todos saben pero pocos hablan". La acción se desarrolla entre rondas nocturnas, cigarrillos, puntazos y personajes que buscan su redención. El carcelero, el médico que hace la vista gorda y las venganzas entre los prisioneros están a la orden del día. El film concentra las convenciones del género (limadura de barrotes, tierra del túnel que hay que sacar como sea) y mantiene su interés hasta el desenlace. Los prófugos sellaron un pacto con los muertos, cuyos restos han quedado en el túnel: hacer pública su existencia. Raúl Taibo (con colita y barba) da vida al líder de la banda y lo hace con buenas armas, mientras que Daniel Valenzuela se destaca por su sólida máscara y presencia.
Crónica de una fuga El túnel de los huesos (2010) puede ser considerada como una típica película de fuga, pero con el plus de nutrirse de ciertas características que la acercan más a las estructuras de un cine intimista que a las de una película de acción. Inspirada en hechos reales, la primera película ficcional de Nacho Garassino está ambientada en el año 1991 cuando un grupo de siete presos de la cárcel de Villa Devoto logra fugarse una noche sin dejar rastro alguno. Un periodista tomará contacto con algunos de los prófugos y así se reconstruirá una historia cuyo trasfondo adquirirá, en primera instancia, estrecha relación con la última dictadura militar argentina. El periodista Ricardo Ragendorfer fue quién desmarañó el caso y dio origen al relato periodístico. Él –en la piel del actor Jorge Sesán - será el encargado de llevar el hilo de la trama cuya narración comienza a partir de un flashback en el que no va a existir linealidad. Cómo en toda crónica periodística van a coexistir los saltos temporales típicos de una historia cuyo relato se arma a partir de testimonios y que Garassino resuelve a partir de la utilización de un montaje alternado en donde la historia va y viene sin por eso provocar confusión o dejar cabos sueltos. El túnel de los huesos focaliza en la construcción de las relaciones entre los individuos por encima de una puesta en escena vertiginosa, recurso que uno esperaría y que sería casi un cliché. La diferencia, con otros films del mismo género, subyace en la marcación de los climas por sobre lo rítmico y eso hace que por momentos el relato adquiera cierta morosidad que lo distancia de la acción que a priori uno esperaría. Los diálogos pausados, cierta estilización en la forma de encuadrar y una fotografía que remite a las pinturas de Caravaggio logran que los personajes adquieran un valor trascendental por sobre el hecho en sí mismo. Raúl Taibo, actor rotulado como galán de telenovelas, demuestra que casi siempre los encasillamientos son sólo preconceptos y que, si las oportunidades existen, se puede romper con ese paradigma. La cinematografía local deberá empezar a ver con otros ojos a este actor que logra crear un recluso lejos de todo estereotipo y lugar común. Junto a él, logran destacarse, Daniel Valenzuela, en un personaje a su medida y Germán de Silva (protagonista de Las Acacias, película recientemente premiada en Cannes). Surgido como realizador del programa televisivo El otro lado, Nacho Garassino debuta en la ficción cinematográfica con un largometraje en el que la forma y el fondo llevan la marca personal de alguien que sabe contar una historia en la que se prioriza el minimalismo de las relaciones humanas por sobre la espectacularidad de la acción. Una historia que vale la pena.
Un pacto de honor Una fuga carcelaria protagonizada por Raúl Taibo. Ya señaló Borges hace más de 60 años que los argentinos sentimos simpatía por los delincuentes y lo ilustró con aquella noche en la que el sargento Cruz se pasó al bando del desertor Martín Fierro. “Los films elaborados en Hollywood -escribió- repetidamente proponen a la admiración el caso de un hombre (generalmente, un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policía; el argentino, para quien la amistad es una pasión y la policía una mafia, siente que ese ‘héroe’ es un incomprensible canalla.” Algo de ese espíritu recorre la historia de El túnel de los huesos , opera prima de Nacho Garassino que se inscribe dentro del género “fuga de cárcel” y está basada en un hecho real. Siete presos se escaparon en 1991 de la cárcel de Devoto a través de un túnel construido por ellos mismos y en el que encontraron huesos humanos pertenecientes a víctimas de la dictadura. En un pacto de honor, juraron dar a conocer el hallazgo y contactaron al periodista Ricardo Ragendorfer que, a diferencia de los periodistas del cine hollywoodense de los que hablaba Borges, no los entregó a la policía. La película se toma demasiados minutos en contar el encuentro entre ese periodista -interpretado con ciertos problemas por Jorge Sesán- y Vulcano -un Raúl Taibo que encara con solvencia este papel atípico para él-, y se demora por demás en meterse en la historia de la fuga, que es lo que mejor funciona. Cuando la narración entra en ese universo carcelario y empieza a bucear en los personajes y sus relaciones, cuando muestra con imágenes en lugar de relatar con las palabras de Vulcano, la película interesa. El problema quizá sea ése: la narración de Vulcano intenta transmitir una sensación de gravedad e importancia, como si no confiara en las imágenes. Tal vez faltó también cierta suciedad que fuera un poco más allá de la de los cuerpos llenos de tierra de los constructores del túnel. Debe haber pocos lugares más infernales que una cárcel y la de El túnel... no genera la claustrofobia suficiente como para que anhelemos la fuga junto a los personajes. Estas salvedades transforman una historia que tenía mucho potencial en un filme apenas correcto.
La promesa de los muertos Lamentablemente todavía se cuentan con los dedos de la mano películas de género en el actual panorama del cine argentino. Por eso si surgen propuestas ligadas directamente con un género específico -más allá de su suerte comercial- la mirada se pone más atenta a la hora del análisis pero no por ello menos rigurosa. Es por ese motivo que cuando se está en presencia de un film prolijo, bien narrado y sumamente atrapante -como esta ópera prima del realizador Nacho Garassino- es justo reflejarlo y celebrarlo sin exitismos de ninguna clase. El antecedente nacional de películas que giran en torno a fugas carcelarias se remonta al film de Eduardo Mignona La fuga (2001), protagonizado entre otros por Miguel Ángel Solá. Luego de ese interesante exponente del policial a secas no se registran otros proyectos hasta la llegada de El túnel de los huesos, inspirado en un hecho real que toma como base la investigación periodística del reconocido Ricardo Ragendorfer (que le valiera en 1993 el premio Príncipe de Asturias) por su trabajo donde relata la fuga de la cárcel de Villa Devoto en 1991 llevada a cabo por 7 presidiarios que escaparon en un túnel cavado desde el hospital carcelario. Más allá de lo espectacular de ese hecho policial que sorprendió a autoridades, funcionarios, periodistas especializados, la historia cobró otro significado a partir del testimonio de uno de los fugados que confió (fiel al cumplimiento de una promesa) en Ragendorfer y en su profesionalismo para contar una historia atravesada por leyendas y hallazgos escabrosos, los cuales casi desarticulan la fuga pero que sin dudas dejaron una huella en el inconsciente de los involucrados por reflotar viejos fantasmas de la historia más dura de la dictadura Argentina. Con una estructura narrativa sencilla que fragmenta el relato en un presente constituido por el testimonio de Vulcano (gran interpretación de Raúl Taibo) frente a su interlocutor Ricardo Ragendorfer (Jorge Sesán) y un pasado que reconstruye los pormenores del plan, el guión de Nacho Garassino y Daniel Martucci respeta los cánones de todo film carcelario pero se concentra en una rica construcción de personajes, todos con sus matices y contradicciones que van marcando el rumbo de la historia. Filmada en locaciones de la antigua cárcel de Caseros (el rodaje se extendió por cuatro semanas), espacio que hace mucho más atractiva la ficción, el director construye una trama sólida que avanza pausadamente sin dejar cabos sueltos teniendo en cuenta que al conocer el desenlace de antemano puede perderse interés por querer saber qué pasa. Ese no es el caso de El túnel de los huesos, debido al meticuloso derrotero por el que deberán transitar los siete personajes con las lealtades y traiciones a flor de piel y personalidades fuertes pero distintas unas de otras creándose un amplio espectro. El mérito en la dirección de Nacho Garassino cuenta por partida doble no sólo por su manejo del espacio cinematográfico en las instalaciones de Caseros sino por saber manejar un reparto tan ecléctico donde se destaca el protagónico de Raúl Taibo en lo que sin dudas es el papel más importante de su carrera cinematográfica. Sin embargo, la elección del buen actor Jorge Sesán en el rol de Ragendorfer –el verdadero aparece en un cameo- no es adecuada para un papel que requería un actor con mayor experiencia y con una personalidad mucho más áspera para hacerlo creíble y convincente. Uno de los pilares que apuntalan la trama es la idea de respetar los códigos para evitar traiciones entre los personajes y pareciera que ese postulado se trasladó al desarrollo de esta película porque su director -a consciencia- mantiene la verosimilitud de la historia de acuerdo a la mirada de Ricardo Ragendorfer y en todo momento renuncia a la tentación de imprimir mayor espectacularidad en la fuga propiamente dicha o en la resolución de situaciones cargadas de suspenso o tensión: algo que en este tipo de propuestas es muy difícil cumplir.
Crónica periodística bien contada Hoy se estrena la opera prima de Nacho Garassino, que tomó un hecho real de 1991 que fue motivo de una investigación: los siete presos que escaparon del penal de Villa Devoto. Solidez narrativa, sin golpes bajos. En toda película que transcurre en una cárcel, tarde o temprano llegará el momento de escaparse. El cine argentino, en este punto, tiene su título clásico (Apenas un delincuente) y otras cárceles y correccionales con evadidos, procesadas y atrapadas de trazo excesivamente grueso y voyeurista. El túnel de los huesos, ópera prima de Garassino, narra placenteramente una huida real y de fuertes connotaciones periodísticas. En 1991 siete presos escaparon del penal de Villa Devoto y la historia fue motivo de una investigación de Ricardo Ragendorfer, quien tuvo la oportunidad de encontrarse poco tiempo después con el líder de la fuga. El film, por su parte, se estructura a través de flashbacks desde el relato de Vulcano (Raúl Tabio) al reportero (Jorge Sesán), contándole las minucias y detalles de la huida. En este punto, El túnel de los huesos elige un tono clásico, descontracturado, con una sólida caracterización de personajes –principales y secundarios– sin alzar la voz con frases de ocasión, describiendo arquetipos carcelarios que recuerdan a los mejores exponentes de este tipo de películas. En ese septeto está la rudeza de Toro, la desconfianza de Triple, la simpatía y locura de No Sé, tres personajes que junto al resto confían, aún con reservas, en las sugerencias y consejos del líder Vulcano. Pues bien, el film de Garassino no olvida ninguno de los tópicos de una trama que transcurre en una cárcel de hombres, pero la mirada del director jamás es invasiva, decisiva ni subrayada en relación a los comportamientos de sus criaturas: es la narración quien decide el destino, sin dobleces moralistas ni bajadas de línea. Y allí es donde la película canta victoria. Pero el hecho periodístico dio un paso más adelante, ya que no se trató de una fuga convencional emprendida por un grupo con rajarse de prisión. En una escena clave, un colaborador carcelario le muestra a Vulcano unos calabozos clausurados donde yacen los restos óseos de los encarcelados por la dictadura militar. De ahí que los futuros fugados estén obligados a pasar por ese túnel de ánimas, a quienes deben pedirle autorización antes de llegar a la calle. En ese momento, la película gira hacia el contexto del horror “real”, a las catacumbas del pasado, al silencio de los muertos debido a las torturas. Sin embargo, dentro de esa zona tan delicada que afronta El túnel de los huesos, tampoco allí la película se regodea ni elige el camino del morbo y de la frase sentenciosa. En este punto, triunfa el pudor y el perfil bajo, volviendo a triunfar la solidez narrativa, el hecho periodístico bien contado en imágenes, esas ganas de los siete presos por escaparse de una vez por todas y alcanzar la libertad tan deseada.
Anexo de crítica: Con todos los problemas clásicos del cine argentino en lo que respecta a las actuaciones y a la naturalidad general del convite, El Túnel de los Huesos (2011) por lo menos no pasa vergüenza y ofrece una medianía relativamente aceptable. El realizador Nacho Garassino propone un enfoque ambicioso aunque mal ejecutado: a fin de cuentas hablamos de otro film más acerca de la eterna impunidad autóctona, cadáveres no identificados de por medio...
Hay luz al final del camino Nacho Garassino hace su debut como director (solía producir, si mal no recuerdo, "El otro lado", en televisión) con un solvente y prolijo producto sobre un hecho policial muy importante en los 90: la extraordinaria fuga de siete convictos de la cárcel de Villa Devoto cavando un túnel que conecta el hospital de la prisión con el exterior. El cine argentino tiene pocas referencias de films de esta naturaleza (cosa extraña, a pesar de tener uno o dos estrenos por semana pareciera que hay géneros como éste que no interesan mucho a los realizadores, dramas sobran) por ende le prestamos atención a su lanzamiento y tuvimos suerte: para ser una ópera prima, Garassino tiene claro qué contar, cómo hacerlo y que camino tomar. Su película está hecha con un presupuesto acotado pero suple todas sus falencias de producción con una gran dirección de actores y un guión interesante que si bien no abunda en detalles específicos, atrae y entretiene con armas nobles. "El túnel de los huesos" es una película de fuga casi convencional pero está bien hecha y cumple su objetivo. Corre enero del 91 y en la primera toma vemos como cinco reclusos, logran salir a la superficie en una calle cercana a la cárcel. Están desnudos, embarrados y eufóricos, un portero de edificio los mira extrañado mientras fuma... Es una noche calurosa y esa imagen de observador curioso se instala en el espectador de inmediato: algo de eso nos pasará, seguiremos el derrotero del grupo para lograr evadirse, instalados en una visión casi imparcial que nos regalará detalles singulares de los siete fugados, pero nunca tomará partido por ningún bando, lo cual se aprecia en el resultado final. Por algo esos sujetos estaban allí, y si bien sus ansias de libertad podrían ser justas, lo cierto es que cruzárselos alguna noche no sería una buena experiencia para muchos de nosotros. Decimos, la empatía necesaria para la construcción de ese vínculo (en términos cinematográficos), era una tarea complicada, pensada desde afuera. Ahora, Garassino encuentra el punto exacto para contar una historia llamativa y ubicar la cámara como testigo de ese plan, donde debe estar, sin titubear en la construcción de personajes ni profundizar en sus conflictos previos al hecho en sí. Creo de esa manera el film se vuelve más previsible y lineal (sabremos lo justo y necesario, o menos, de cada hombre que integra el grupo) pero también obtuvo un resultado más digerible para el público corriente. El hecho policial del escape, noticia de fuste en su momento, es cubierto por Ricardo Ragendorfer, periodista de especializado en crímenes que aparece aquí recreado por Jorge Sesán. El hará su trabajo registrando datos de lo sucedido aunque a poco de inicada la tarea de búsqueda del material, será contactado con dos de los fugados: Vulcano (Raúl Taibo) y Toro (Daniel Valenzuela), quienes accederán a contarle cómo pudieron salir de la cárcel, motivados por una promesa que hicieron durante la construcción del túnel. En la vida real, este cronista recibió el premio Príncipe de Asturias por su trabajo de investigación del hecho y el libro para esta película se enriqueció con el testimonio de otro sobreviviente, elementos que fueron capitalizados por Garassino para la elaboración del relato: siempre interesa conocer un hecho así, por la complejidad de su ejecución y lo arriesgado de llevarlo a la práctica. Pero volviendo al relato, Vulcano le deja claro a Ricardo que ellos están dispuestos a reconstruir el hecho, por una poderosa razón. Cuando estaban a mitad de la tarea de excavación, dieron con varios esqueletos en el túnel y todo pareciera indicar que pertenecieron a hombres desaparecidos durante la dictadura militar, enterrados en una fosa común. Ellos sienten que deben traer luz a ese lugar en agradecimiento por haber escapado con vida de ahí. La atmósfera tumbera se respira en cada cuadro y el grupo que se fuga, está bien caracterizado, con nota destacada para "Triple", Germán Da Silva, quien secunda con solvencia el destacable trabajo de Taibo y Valenzuela quienes cargan las mayores responsabilidades actorales de la cinta. Hay un aceptable trabajo en el resto de los secundarios que aportan en igual medida al objetivo común: interesar sin estridencias, pero de manera creíble. Como rasgo a subrayar, la gente que se fugó del penal no eran amigos entre sí, (excepto Vulcano y Toro) sino que coincidieron en la tarea, sólo por trabajar en el hospital del lugar, concepto que toma muy bien el director para pintar las diferencias del grupo a la hora de encarar cada paso de la construcción del túnel. Nuevamente lo real se recrea de manera sensata y el film termina ganando en peso cuando llega al instante deseado: salir a la superficie y ser libre. No es una película de las que el público naturalmente apoya, pero es un trabajo destacable en cartelera que merece su reconocimiento. Este es el camino que deberían transitar varios directores del nuevo cine argentino para enriquecer los distintos géneros que ýacen olvidados a la hora de contar historias. Y que no son, precisamente por falta de presupuesto (el INCAA produce mucho) sino por falta de buenas ideas.
Auspicioso debut que mezcla el policial con la mirada sociopolítica En 1991, siete presos escaparon de la cárcel de Villa Devoto, luego de cavar un largo túnel desde el hospital de la prisión hasta la calle. En medio de la preparación de esa fuga, hicieron un macabro descubrimiento ligado a los vestigios de la última dictadura militar. Dos años más tarde, el escritor y periodista Ricardo Ragendorfer fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias por su investigación y la posterior crónica del caso, que sirvió de inspiración para esta ópera prima de Nacho Garassino. Ragendorfer (que tiene una breve participación actoral en el papel de un preso) es interpretado en la ficción por Jorge Sesán, un cronista que es abordado por los dos integrantes del grupo (Raúl Taibo y Daniel Valenzuela), quienes están decididos a contar cómo fueron los hechos como forma de cumplir una promesa. Así, Garassino (ganador del premio Martín Fierro por su trabajo junto a Fabián Polosecki en el mítico programa televisivo El otro lado ) propone una narración que va y viene en el tiempo para describir la versión que los propios involucrados ofrecen. Al director le interesa más construir la tensión dramática a partir de las relaciones entre los distintos integrantes del grupo (no eran amigos previamente y hay constantes temores a la traición interna o a la delación externa) que de una trama sostenida en la acción y el suspenso. Por lo tanto, el film gana en profundidad psicológica, aunque por momentos resulta un poco moroso. De todas maneras, Garassino se presenta como un sólido director de actores (Taibo demuestra que es bastante más que aquel galán de telenovelas, mientras que Valenzuela y Germán de Silva confirman su habitual solidez) y como un cineasta capaz de construir atmósferas opresivas y climas inquietantes, aprovechando muy bien en este caso las locaciones de una cárcel real, como la de Caseros. Un debut más que auspicioso para un realizador que mixtura la mirada sociopolítica y los elementos del género policial con bastantes más hallazgos que carencias.
El túnel de los huesos es la ópera prima de Nacho Garassino, la cual está basada en un hecho real: la fuga de siete reclusos de la cárcel de Villa Devoto, investigación, con la que Jorge Ragendofer obtiene el Premio Príncipe de Asturias. El film es un relato circular, donde Raúl Taibo (protagonista) va a contar la historia de esta espectacular fuga. En ella, siete reclusos cavan un túnel desde el hospital a la cárcel y, cuando están a pocos días de realizar la fuga se encuentran con un macabro hallazgo: los cadáveres de casi un centenar de presos, bajo sus muros. Este descubrimiento hace que todos sellen un pacto con los muertos: dar a conocer su existencia. Este racconto, también forma parte de la realidad, ya que en diciembre de 1991 un grupo de periodistas interesados en este hecho, interpelaron a un vocero de la policía. A posteriori, uno recibió una llamada en la redacción del periódico donde trabajaba, luego aceptó ser trasladado a un suburbio del conurbano bonaerense, y allí uno de los prófugos dio comienzo a la narración de esta experiencia límite, a la cual el periodista tituló, “El túnel de los huesos” Cuatro semanas de rodaje en la cárcel de Caseros y una semana más en locaciones diversas, contribuyen al resultado de un film típico de fuga marcado por la acción. No obstante hay un trabajo con la intimidad, con las emociones, que de algún modo lo emparenta con un cine intimista. Si bien es claro, que el film es una reconstrucción de un hecho real, deja entrever la posibilidad de que esos cadáveres hayan sido prisioneros políticos de la dictadura, o presos comunes del motín de 1977, donde hubo una sangrienta represión. Un film discreto para un género poco trabajado en la Argentina, con algunas licencias, que podrían resultar inverosímiles en algunos casos. El tema es justamente, que cuando el espectador se enfrenta a este tipo de films suele asociar referentes inadecuados. No obstante hay un desfasaje en la mirada del vestuarista, que se da sobre todo en la figura de Vulcano (Raúl Taibo), que muchas veces desea mantener su vestimenta en composé, lo que contribuye a atentar contra la verosimilitud.
A favor de la película están el buen ritmo, los personajes definidos y una acertada continuidad narrativa circular que hacen que el espectador pueda encontrar atractiva y diferente a la historia que se le cuenta.. En contra pueden encontrarse algunas reiteraciones y efímeras discontinuidades de imagen que no afectan a la trama. Desde la platea se entremezclan las ideas sobre los que fue real y lo que es ficción.
Crónica de una Fuga anunciada El cine de presidio y cárceles tiene una maravillosa colección de títulos en su historia, es un género por sobre todo entretenido y lleno de intriga, los recuerdos abarcan desde "La fuerza bruta" (1947) a la desgraciadamente no estrenada en Argentina: "Celda 211" (2009), ganadora de incontables premios Goya y uno de los mayores éxitos del cine español. Claro no se pueden olvidar entre tantos, la no tan antigua y nacional: "La Fuga" (2001) de Mignona y por supuesto en cuadro de honor, uno de los mejores filmes que uno haya visto: "El Boquete" (Le Trou, 1960, Jacques Becker). Esta nueva propuesta de "El túnel.." ingresa con menores valores en la lista, pero igualmente es digna de atención, en el debut del director Nacho Garassino. Basada en caso real acaecido en 1991, cuando 7 presos huyeron del penal de Devoto a través de un túnel por abajo del muro, y luego meses después el principal personaje organizador del escape, reúne a un periodista para narrarle lo sucedido con lujo de detalles. Así el relato se irá desgranando y todo pasará por cierta promesa hecha allí abajo, en lo profundo, cuando en la construcción del túnel citado, los evadidos se hallaron con una fosa común con despojos óseos, sin saber bien a quien pertenecieron. Con un protagonista meritorio en su actuación: Raúl Taibo, y una galería de personajes ricos en su perfil -algo notable es haber convocado a actores buenos y desconocidos pero de máscara acorde a los roles actorales-, el filme mantiene un sólido relato, es prolijo, y obtiene buenas calificaciones para ingresar en el rubro "cine de género", tan desacostumbrado por estos lares minado de propuestas que traen los rollos propios de un director que a nadie interesan y suelen mantener infinita distancia con el público, o en el extremo opuesto se contratan figuras para terminar en un desastre comercial ("Cruzadas" de Rafecas). Nota: Cuando finalize, no salgan de la sala, hay sorpresa entre los créditos finales, ya que aparece uno de los cabecillas de la historia verídica, aclarando conceptos.
Basada en un hecho real Hubo varias películas que de una manera u otra centraron su acción en una fuga, desde abrumadores pero notables filmes polacos, hasta livianas películas norteamericanas de final feliz . En el caso de "El túnel de los huesos", se toma el hecho real ocurrido en la cárcel de Devoto en 1991, cuando siete presos lograron disimular un túnel que fueron cavando durante meses y por el que lograron salir, encontrando un osario, que como un interrogante se cruzó en el camino y condicionó su libertad posterior. SECCION POLICIALES La historia real fue tomada por un interesante periodista de policiales, Ricardo Ragendorfer, más que un periodista un personaje de policiales, digno de interpretar un largometraje bien lumpen y retorcido (sus incursiones en el Canal Encuentro, con reportajes a la fauna desconocida de nuestro espectro merecen verse). El director Cacho Garasino conoció la historia, luego que Ragendorfer fuera premiado con el Príncipe de Asturias por la investigación y decidió filmarlo. "El túnel de los huesos" fue rodado en la cárcel de Caseros. Más allá de la validez de la historia, el problema era, cómo lograr cierto interés, más allá del hecho de la realización de un proyecto de fuga y el final exitoso. Y, lamentablemente, el interés no puede mantenerse a lo largo de toda la historia, por, fundamentalmente, la ausencia de subtramas que permitan aliviananar la densidad de una historia claustrofóbica, en la que todo sucede en interiores carcelarios. LOS PRESIDIARIOS La película comienza por el final y la voz que cuenta vuelve a oírse en algunos momentos del relato. También como personaje aparece la figura del periodista que escribe la historia narrada por algunos de los protagonistas. Esta opera prima de Nacho Garassino, exhibe cierto ritmo que va agotándose, subiendo en el final con la presencia de uno de los verdaderos protagonistas de la historia. Hay, sin embargo una buena progresión dramática en la relación entre los presidiarios, y el clima general del grupo. Raul Taibo, aunque no tiene el "physique du rol" que uno puede imaginar para Vulcano, el hacedor de todo el plan, trata de asumir el personaje y lo logra parcialmente, el resto del equipo actoral está bien elegido y actúan en una línea de homogeneidad. Ragendorfer, autor de la historia, hace un cameo como uno de los prófugos.
Esta es la ópera prima de Nacho Garassino, su narración se base en hechos reales, cuando siete presos se fugan del penal de Villa Devoto en diciembre de 1991; donde surgieron desconcierto y dudas policiales, el seguimiento periodístico y un vecino que noto el escape. Para narrar esta historia, Vulcano (Raúl Taibo), este tiene unos 45 años y Toro (Daniel Valenzuela), se reúnen con Ricardo (Jorge Sesan), un periodista de criminales, intenta escribir una nota sobre lo que ocurrió, cómo fue y por qué; le va describiendo la fuga, junto a otros reclusos y el escalofriante secreto que encontraron mientras cavaban el túnel para escapar. La acción se va desarrollando entre rondas nocturnas, cigarrillos, peleas, desconfianzas, carceleros, un médico que mira para otro lado y las venganzas entre los prisioneros. Es Vulcano el que descubre una habitación con archivos abandonados de la época de la última dictadura militar; a partir de este hallazgo, comienza la limadura de barrotes, cavar el túnel, con todas las dificultadas que esto implica; allí abajo se enfrentan a lo desconocido, por eso el título del film, como surgen ciertas supersticiones nace un pacto con los muertos, a través de un ritual, estos restos humanos se darán a conocer al resto de la sociedad. El film recurre constantemente al recurso del flashback, sus diálogos son pausados, tiene un ritmo lento, un poco de suspenso en la primera parte que luego se va diluyendo, contiene algunos errores de época, se muestra cómo funciona el sistema carcelario, algo que muchos suponemos, (aunque este no sea el tema principal), los protagonistas son: Raúl Taibo con colita y barba da vida al líder de la banda, (pero no se nota mucho el paso del tiempo, durante sus dos relatos), Daniel Valenzuela se destaca bastante en la composición de su personaje, el resto del elenco solo acompaña, algunas actuaciones no son creíbles, lamentablemente la historia no logra mantener el interés y el espectador no logra sentir esa claustrofobia. Por lo demás deja varios interrogantes sin resolver. Este jueves se proyectó para el público chino este film, en el marco del XIV Festival de Cine de Shanghai; además participa de la competencia oficial por el Golden Goblet, premio máximo del Festival, junto con otros films de Portugal, Italia, Turquía, Tailandia, Japón, India, Alemania, Albania, Rusia, China y los Estados Unidos.
No más extraños. Quizás lo mejor de El túnel de los huesos sea la manera en que consigue tomar un hecho de la realidad (la fuga de la cárcel de Devoto en 1991, llevada a cabo por siete internos quienes, a través de un túnel, encontraron un depósito de huesos pertenecientes a presos de la dictadura) y convertirlo en algo cercano, tangible y posible de ser visto desde varias perspectivas diferentes. Por eso es que, en las primeras escenas, vemos a un Raúl Taibo tumbero, de colita y algo hostil que intenta sin éxito hacer que su entrevistador (un periodista pelado y algo caprichoso interpretado por Jorge Sesán) deje de hacerle preguntas para entonces sí abandonar las palabras y el presente y volver, mediante un flashback, al momento de la fuga, allí donde las imágenes y los sonidos (pero por sobre todas las cosas los de una escena en particular) tienen más que una historia interesante por contar. La fuga se vive en sus diferentes procesos a lo largo de toda la película, pero es el instante en el cual esta se concreta (el escape final de los presos en el barrio residencial de Devoto) que engloba dentro el espíritu de la película y que además resulta tan simple como impactante: la luz de madrugada y el silencio en las calles compensan con misterio la tranquilidad de un viejito con el mate en la mano que, de repente, observa atónito al grupo de hombres saliendo de un agujero en la tierra entre suciedad y nerviosismo y escapa corriendo por las calles. Comparado con otras como la de Crónica de una fuga de Adrián Caetano o la parte en que se relata la huída en el gran documental de Mariana Arruti Trelew, la de El túnel de los huesos es igual de fascinante de ver, solo que Garassino nos permite mirarla y oírla dos veces y a través de dos perspectivas diferentes: la primera, en el principio del film y mediante el punto de vista del viejito, en el que somos tan extraños como él y reaccionamos, ante la escena, con el mismo desconcierto. Luego, y después de vivir todo el proceso junto a los personajes a través del túnel, una “segunda” fuga: desde adentro, empujando casi a la par de ellos ese último pedacito de asfalto para poder salir, y que se vive extraña (y por momentos) culposamente como un alivio de que los presos no hayan sido atrapados. Lo que podría resultar un logro ajeno y condenable en ese primer escape se vuelve un triunfo colectivo, una causa común que se hace carne en estos siete hombres que parecen, ahora sí, correr diferente. La aparición de los huesos de los muertos en aquel motín (el llamado “Motín de los colchones” en 1978) y, sobre todo, la sucesión de escenas en las que vemos una especie de rito espiritual y el temor y la angustia apoderados de los personajes; todo eso constituye, quizás, ese punto de quiebre. El segundo relato que presenciamos al final cobra entonces otra importancia y significado: ya no es tanto un grupo de presos que, sin voluntad para cumplir su condena y aprovechándose de las fallas del sistema carcelario, intenta escapar, sino un conjunto de individuos que, ante semejante descubrimiento, se carga al hombro la voluntad de denuncia colectiva. La libertad de un grupo de victimarios se transforma, a través de un túnel, en lo inverso: la búsqueda de justicia por las víctimas (aún hoy presas) del pasado. Con todo, y a pesar de haber revelado el éxito del escape en las primeras escenas, la película consigue crear el suspenso y el interés suficiente como para generar la tensión en cada noche de excavación, en cada mirada desconfiada del guardia o advertencia del doctor, y logra mediante los enlaces entre tomas, el humor, el sonido, los personajes y la profundidad de campo guiar nuestro punto de vista y mostrarnos eso que está contenido en los relatos y que puede resignificar enteramente el contenido de una imagen, que se completa solo volviendo a ver a esos hombres correr, sintiendo el sonido de sus pies descalzos que cuentan, esta vez, una historia diferente.
Basado en un hecho real retratado por el escritor y periodista Ricardo Ragendorfer, quien en 1993 fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias por esta investigación, el filme narra la fuga de siete presos de la cárcel de Villa Devoto. En diciembre de 1991, Vulcano (Raúl Taibo) y sus compañeros finalmente concretan el túnel que los llevará fuera de los muros de la prisión. Durante la tarea de excavado, este grupo de hombres realizan un escalofriante hallazgo: un osario bajo los cimientos de la cárcel. ¿Se trata de desaparecidos de la última dictadura militar? ¿Presos políticos? ¿Delincuentes muertos y jamás encontrados tras la sangrienta represión del motín de 1977? Es tarea de Ricardo descubrir la verdad. “El túnel de los huesos” presenta algunas contradicciones a la hora de evaluarla. El malogrado uso de entrecruzar las líneas temporales se hubiera solucionado simplificando la estructura: introducción y desenlace en el presente y el resto de la historia en el pasado. La correcta labora de Taibo lo aleja del galán de telenovela con el que cimentó su carrera, detalle a tener más que presente. Asimismo, la inquietante banda de sonido compuesta por Alejandro Iglesias Rossi e interpretada por la orquesta de instrumentos autóctonos y nuevas tecnologías de UNTREF, termina por sumirnos en el ambiente carcelario de la historia.
Una fuga con doble lectura Basada en un hecho real, de mucha repercusión en las noticias policiales de su momento, esta película del director santafesino Nacho Garassino brinda momentos donde se respira buen cine de género: una mezcla interesante y poco habitual en la filmografía autóctona, que nos sumerge en el mundo marginal de un puñado de presos que en 1991 buscaron su libertad cavando un túnel desde las entrañas del penal de Villa Devoto. El relato de la fuga va y viene en dos tiempos: el del presente, donde el líder Vulcano (Raúl Taibo) se reúne clandestinamente con un periodista (Jorge Sesan), para narrar el relato completo de la evasión junto a otros seis reclusos. Porque hay un dato fundamental omitido en la cobertura de la noticia fechada en diciembre de 1991: el macabro hallazgo de presos comunes amotinados en años de dictadura, que fueron encontrados inesperadamente al remover los cimientos de una cárcel paradójicamente saturada de gente pero con lugares evitados, vacíos, ignorados por su leyenda trágica. Así la historia se desarrolla en dos tiempos conectados por un narrador que nos introduce en los pormenores de la evasión, que parece ser lo principal del argumento, pero hay otra historia que develar, la de quienes fueron reducidos al olvido, porque el relato de suspenso trae fantasmas del infausto pasado del país. Emociones y personajes arltlianos Están presentes en el film casi todas las convenciones del género carcelario: limadura de barrotes, ocultamiento de los progresos que acortan la distancia con el afuera, la tensión permanente de ser descubiertos, mientras la acción fluye entre la vigilia de patrullas nocturnas, cigarrillos, pastillas, facas, temores, valentías, traiciones y personajes que buscan su redención. El director trasunta una simpatía que lo acerca con espíritu artliano a los desarraigados, a los filósofos de café y a solitarios marginales, logrando pintar una serie goyesca de caracteres, con sus códigos y peculiaridades. Los personajes de esta película, como los de Roberto Arlt, no son héroes de ninguna revolución, pero la actitud de cumplir con una promesa, con un pacto sellado con esos muertos anónimos los redime. En la cárcel como medio hostil, donde las acciones para sobrevivir privilegian la ley del más fuerte, los protagonistas logran, aún con recelos y delaciones que no se perdonan, un proyecto colectivo en una época signada por el individualismo más feroz. Y también como en Arlt, se puede intuir en esos marginales una aspiración a la inocencia, una búsqueda de algo trascendente, como en el libro que siempre está cerca del líder Vulcano o el camino religioso o esotérico al que se aferran otros miembros del grupo. Los protagonistas dibujan un periplo de descenso al infierno cargado de redención y mística especial: rezan para que los muertos los dejen pasar, rezan para que no los descubran...; los prófugos se pelean y desconfían entre ellos pero están involucrados en un sueño que primero es individual y luego se agranda, se resignifica en el compromiso con los silenciados definitivamente para darles existencia en el presente. Oscilaciones y logros Algunas breves oscilaciones en el nivel de actuación o discontinuidades de vestuario o lo inexplicable de que después de una requisa feroz todo luzca demasiado ordenado, no importan en el resultado final de esta película que nos atrapa, entretiene y conmueve. Junto a la banda sonora que con un sonido monocorde contiene la opresión, al peligro y al mundo interior de los protagonistas, sobran momentos de buen y genuino cine, en la lograda iluminación, en los encuadres y movimientos de cámara, en los disfrutables planos secuencia, como para que esta opera prima de Ignacio Garassino pueda agregarse a la lista de logradas películas universales y nacionales que giran en torno de fugas carcelarias (“La fuga” de Eduardo Mignona; “Crónica de una fuga” de Adrián Caetano, “Trelew” de Mariana Arruti) aunque en “El túnel de los huesos” la vuelta de tuerca reside en que no sea tanto un grupo de presos que, aprovechándose de las fallas del sistema carcelario intenta escapar, sino un conjunto de individuos que, ante un descubrimiento que los sobrepasa, se cargan al hombro la voluntad de una denuncia colectiva para hacer justicia con las víctimas del pasado, en un mundo tan injusto adentro como afuera.
Los films sobre fugas carcelarias resultan siempre atrayentes para el espectador porque producen una empatía con el o los escapistas, quizás por un afán inconciente por reivindicar al convicto, más allá de los crímenes que haya cometido. El túnel de los huesos es un film del género de un nivel sólo aceptable, pero que está dotado de una gran vibración, a la que se le agrega el ingrediente extra de ser un hecho real ocurrido en la cárcel de Devoto a principios de los años 90, con conexiones con los crímenes de estado de los años 70. Antecedentes como Los evadidos o La fuga de Eduardo Mignogna hablan de una temática abordada por el cine argentino con buenas armas expresivas. Si bien en este caso algunas escenas y diálogos pueden no convencer, no se puede negar que el film atrae en todo momento y se robustece aún más a partir de un atroz descubrimiento por parte de los reclusos. La trama, resuelta a través de flashbacks que parten de la charla de un prófugo con un periodista (que representa a un joven Ricardo Ragendorfer), llega a un punto central al toparse los condenados en plena excavación con osamentas pertenecientes a cuerpos abatidos por la represión, con lo que este producto de suspenso carcelario nos retrotrae a un nefasto pasado. Las escenas en el túnel son de una notable verosimilitud y algunas sólidas interpretaciones colaboran en este sentido, especialmente las de Raúl Taibo, Luciano Cazaux y Daniel Valenzuela.