The Last (time I pay to see a M. Night Shyamalan movie) Airbender "El último (vez que pago por ver una película de Shyamalan) maestro aire" diría la traducción literal, que titulaba la crítica del usuario Tamisura en IMDB; y la verdad me pareció no solo gracioso sino acertado. Shyamalan fue pretéritamente un péndulo entre lo genial y lo ridículo y con su último film se recibe ya de maestro de lo segundo. Pero como no me gusta defenestrar un film y ya, diremos que tiene dos cosas muy buenas que valen al menos los casi 150 millones que le dieron para su realización: una muy buena puesta en escena, buen armado escenográfico y la fotografía de Andrew Lesnie, el mismo que se encargara de la cinematografía de El señor de los anillos. Todo lo demás es una desconcertante, pesada y aburrida trama que para peor tiene un elenco realmente insufrible. No me gusta comparar las adaptaciones porque como siempre digo, así como cada maestrito con su librito, cada director tiene su personal visión e interpretación de una historia determinada. Pero muchas veces no queda otra porque aquellos que hayan seguido la serie quedarán realmente decepcionados con este producto. Veamos, la historia se centra en un mundo donde existen maestros "manipuladores" de los 4 elementos primordiales, aire, agua, tierra y fuego, y por ende existe una nación de cada uno. El avatar es un maestro capaz de dominar las 4 fuerzas al mismo tiempo y por ello es el capaz de mantener, junto al poder lunar, el equilibrio natural de la vida. Katara, capaz de dominar el agua, y su hermano Sokka encuentran cierto día que salieran a cazar a Aang, un niño que ha pasado los últimos 100 años atrapado en el hielo y que podría ser el avatar. Por otra parte tenemos a la nación del fuego que en estos 100 años transcurridos se ha encargado de dominar el mundo con una terrible tiranía. El problema mayor con esta primera adaptación a la que se arriesga Shyamalan, es que la serie está dividida en "libros" ( temporadas si se quiere más fácil) y el director no ha podido, quizá por desconocimiento real de la historia o incompetencia si gustan, armar un film donde se haya o no visto la historia original se pueda entender qué corno pasa. Si Shyamalan no es capaz de entregar un primer libro comprensible, poco le queda a quien tome la posta (porque de haber otras adaptaciones que la continuen espero sea en otras manos) poder explicar el resto. Es una melange de escenas que a muchos parecerá sin sentido, inconexas y muy aburridas. Toda le historia del primer libro donde podíamos apreciar el crecimiento de Aang como maestro de los 4 elementos en una especie de road movie que los llevaba por distintas aventuras mientras, además, trataban de escapar del Príncipe de la nación del fuego, Zuko, acá es un rompecabezas al que hay que tratar de armar con piezas faltantes. Cuando decíamos además que el reparto dejaba mucho que desear, es porque el casting que han hecho para este film es de terror. No suelo ser muy quisquillosa en este sentido, por el contrario es bueno saber que muchos directores dan lugar a actores medianamente ignotos, pero si Shyamalan declaró que muchos de los vocablos presentaban acentos que trataran de reflejar la raza oriental ¿por qué eligió a los actores que eligió?. Ese monje "padre" que Aang recuerda de continuo, es negro, el mismo Aang parece una mezcla entre latino y oriental y Katara y Sokka, dos hermanitos germanos. Los únicos que parecen guardar una comunión de raza es la nación del fuego con tintes indúes que tienen a Dev Patel y Shaun Toub a la cabeza. Sokka, es uno de mis personajes favoritos. Un joven muchacho que tiene un carácter explosivo, por momentos un ser medio torpe y ciertamente intolerante. Un niño valiente pero que a la vez tiene el pesar de no contar con la habilidad que sí tiene su hermana y que por momentos lo hace sentirse inferior. Este genial personaje que muchas veces nos hace reir en la serie es interpretado en el film por Jackson Rathbone, el pálido y siempre hambriento vampiro de la saga crepuscular que no sabe hacer otra cosa que abrir los ojos hasta que pareciera que le van a reventar. Como último aspecto y voy cerrando porque no da para mucho más este desastre: los efectos especiales oscilan tanto como los trabajos de Shyamalan entre lo bueno y lo pésimo. Las escenas de peleas realmente dan vergüenza ajena y las partes ralentizadas o matrixadas intentan ocultar lo que no se puede ocultar... que la dirección es pésima. Asique están adevertidos. Tengan en cuenta que se estrenará en salas 3D asique si realmente quieren ver por sus propios ojos este bodrio sideral al menos háganme caso y páguen una entrada en 2D porque dan ganas de cortarse las venas con una galletita de agua. A veces cuando el río suena, es porque agua lleva!.
Los personajes son muy inexpresivos, no tienen nada de carisma, ni logran empatía con el espectador. Los diálogos son muy fríos y da la sensación que todo transcurriera en cámara lenta. En una palabra, realmente es una película...
10 razones para evitar este film (hay muchas más) Lo reconozco sin pudor y con todas las letras: no me gusta el cine de M. Night Shyamalan. Lo mío -más allá del análisis formal, estético o técnico- a esta altura es ya una cuestión de piel, de sensibilidad, de visión del mundo. Su obra me pareció siempre -incluso con sus películas "buenas" como Sexto sentido o El protegido- pretencioso y burdo. Para mí, MNS es lo más parecido que hay a un farsante, a un encantador de serpientes, a un versero de la filosofía barata, la new-age, la espiritualidad, la energía interior y lo sobrenatural. Para aquellos que aún siguen sosteniendo que MNS es un "autor", un artista profundo, un narrador consumado, los "invito" (casi como propuesta masoquista) a que vean El último maestro del aire. Al resto, trataré de explicarles a continuación por qué es mejor evitar este nuevo bodrio grandilocuente y vacío a la vez firmado por este indio suelto en Hollywood: 1- Es aburrida: Los 103 minutos de esta versión cinematográfica de la primera temporada de serie animada de Nickelodeon (Avatar: The Last Airbender) parecen no terminar nunca. El relato es pomposo, solemne, lento, previsible, torpe y... muy aburrido. 2- No luce: A pesar de los 150 millones de dólares invertidos, de la profusión de efectos visuales (CGI) supervisados por el argentino Pablo Helman, el espectáculo visual está muy por debajo de la media hollwyoodense. 3- El 3D es feo: la conversión se hizo a último momento y se nota. No hay un trabajo destacable con la profundidad ni con los efectos tridimensionales. 4- Las actuaciones son pésimas. Parece interpretada por no profesionales. 5- Los diálogos hieren los oídos. Por momentos, parecen dignos de un sketch de Diego Capusotto. 6- La mayoría de las copias son dobladas. Vi (sufrí) la versión en español (a esta altura, qué le hace una mancha más al tigre...) y el doblaje es realmente penoso. Habrá, de todas maneras, unas pocas funciones subtituladas en salas digitales. 7- No tiene público. La trama -la rebelión de los maestros del agua, el aire y la tierra contra los poderosos y tiránicos maestos del fuego- no tiene target: demasiado estúpida para adultos, demasiado rebuscada para niños y adolescentes. 8- Personajes sin empatía: ni los héroes ni los malvados tienen el más mínimo carisma ni encanto. 9- Música insoportabe. La banda sonora aturde y abruma. 10- Y, para colmo, parece que no termina aquí. Esta sería la primera parte de una saga y así está pensada desde el vamos (vean sino el final de esta película, que deja abierto el panorama para nuevas entregas). Si se anima a verla (ya está advertido de los riesgos), luego podría seguir padeciendo nuevas entregas.
El fin de los tiempos Superproducción de aventuras, fantasía y acción basada en la serie de dibujos animados Avatar y trasladada a la pantalla por un director peculiar: M. Night Shyamalan. Su carrera pasó por varios géneros desde Sexto Sentido y su cine se caracteriza por dejar su sello personal, con mejor o peor resultado. En el caso de El último maestro del aire, la intención fue trasladar un mundo fantástico que pone de manifiesto la eterna lucha entre el Bien y el Mal. Con influencias de La historia sin fin y Las Crónicas de Narnia, Shyamalan entrega un producto bien realizado (es la primera vez que no participa en el guión o en el desarrollo de la historia) pero que no siempre da en el blanco. El realizador está preso de reiteraciones en las luchas cuerpo a cuerpo (el agua versus el fuego), de generosos efectos visuales y la consecuencia es la pérdida de la sorpresa y emoción. El acento está puesto en comunidades olvidadas que son diezmadas por el poder. Si bien el sentido poético asoma por momentos, le quita fuerza dramática a un relato de aventruras en el que se extraña el vértigo y la adrenalina en más de un tramo. En la historia hay cuatro naciones: Tierra, Agua, Aire y Fuego. Aang (Noah Ringer) es el último y joven descendiente de la estirpe de los Avatares y su misión consiste en detener la guerra que ha desatado la Nación del Fuego contra las restantes. Aang es liberado accidentalmente por los hermanos Soka (Jackson Rathone) y Katara (Nicola Peltz) cien años después (como ocurría en El aprendiz de brujo). Juntos deberán escapar de las garras del príncipe Zuko (Dev Patel), quien quiere perpetuarse en el poder. Todo este enfrentamiento se da en medio de una trama que incluye traiciones, ambiciones de poder en la familia real y a un futuro heredero que no es bien visto por su padre. Y deja la puerta abierta para una continuación... Entre escenas filmadas en el hielo, gigantescos barcos, seres alados y artes marciales, El último maestro del aire está doblada al castellano y se exhibe en 3D, aunque esta tecnología poco aporta a la magia del relato.
Vacua Épica 3D Avatar: The Last Airbender es una exitosa serie de anime, “de culto”, originalmente televisada por Nickelodeon (2005-2008) y cuya adaptación cinematográfica viene causando polémica desde que se anunció al (últimamente) impopular M. Night Shyamalan como su realizador. Algunos datos: se sustituyó la animación nipona por actores y efectos computarizados -convirtiéndolos a 3D en una movida tardía y por ello mal ejecutada- y durante el casting se alteraron las varias etnias del elenco principal. El mundo se divide en cuatro naciones especializadas en la manipulación y el arte marcial de los cuatro elementos: aire, agua, tierra y fuego. Un Avatar, capaz de manipular los cuatro elementos, se encarga de mantener el orden y la paz entre las naciones. Dos hermanos de la nación del agua, Katara y Sokka, dan por accidente con un niño, Aang, que encuentran vivo dentro de un témpano. Aang tiene toda la pinta de ser el Avatar, y prontamente la nación de fuego está a los talones de nuestro joven trío, que se lanza a la aventura en el uso de los cuatro elementos para tratar de liberar en el camino aldeas sometidas. Entre sus perseguidores está el exiliado príncipe Zuko, sombrío deuteragonista que necesita capturar al Avatar para recuperar la honra a los ojos de su padre, el rey del fuego. El último maestro del aire (The Last Airbender, 2010) adapta y resume la primera temporada de la serie, de veinte episodios. Ese es el primer gran error de Shyamalan, el guionista designado: comprime ocho horas de información, exposición y desarrollo de personajes en tan sólo dos. El efecto cae confuso al ojo del espectador casual y devastador al fan de la serie: los personajes quedan reducidos a diálogo de exposición, lo cual redunda en actuación marginal, y los varios giros y planteos de la historia se pierden en algo genérico y compacto. El implemento 3D ha sido guardado para cotizar aquellas escenas en las que se manipulan los elementos y la ocasional secuencia de acción. Muchas veces, ante estas escenas de destreza y maravilla, basta desviar la mirada a los actores, en el fondo, para darnos cuenta que no están actuando, sólo esperan su turno para meterse en la coreografía de fuego y agua que toma centro. Resta volver sobre el último punto de controversia: el casting, a raíz del cual la película ha sido boicoteada por gran parte del público “fan”. En la película, los maestros del agua pasan de ser Inuit a caucásicos; el Avatar, originalmente nipón, es blanco también; los maestros del fuego pasan de blancos a indios. Sólo los maestros de tierra y aire, los más periféricos, siguen siendo japoneses. En sana perspectiva, la decisión del elenco no sabe a incorrecta. Los autorretratos animados japoneses típicamente ya de por sí están más cerca del genoma occidental: altos, ojos redondeados y cabellos de varios colores, por ejemplo. Que los tres protagonistas del film sean hijos de occidente no es una movida del todo inválida. Posiblemente se trate de la primera película de Shyamalan que no ostenta su emblemático final sorpresa, a menos que contemos el pie para una secuela como tal. ¿Qué tiene de sorprendente? Hay tres temporadas de TV y recién han adaptado la primera. Hay un largo trecho de buen anime por mutilar, digerir y plasmar en la pantalla grande. Después de todo, los niños siempre estarán contentos con ver a sus personajes favoritos hechos reales.
¡Que Vuelvan los Na’vi! Libro Uno: Un Poco de Historia Hace algunos años atrás… en una galaxia no tan lejana, trabajaba en un video club. Un día salió en DVD una película animada, aparentemente japonesa cuyo título me llamó la atención: Avatar. Libro Uno: La Leyenda de Aang. Pensé, “bueno, un animé más”. Pronto esta solitaria película (recuerdo que fue la única novedad del día) empezó a ser bastante solicitada, y no solo eso. Los padres venían entusiasmados relatándonos a los cajeros (“cleros”) lo interesante, educativa y atrapante que era dicha película. Pronto, empecé a interiorizarme que se trataba de una serie de culto en Estados Unidos, que cosechaba premios, buenas críticas. Que no se trataba de “un animé más”. Creada por Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko para el canal Nickelodeon, la serie se nutre del animé y el manga, el cine de Hayao Miyazaki, y tiene una trama que remite a la cultura zen, al budismo. Mezcla las artes marciales con las prácticas religiosas provenientes la zona más continental de Asia, : India, Mongolia, Tibet, parte de China. La serie fue transmitida por tres temporadas concretamente planeadas entre febrero del 2005 y julio del 2008. Cada temporada toma un “libro” diferente del entrenamiento, una especie de joven monje preadolescente capaz de controlar los elementos de la naturaleza aire, agua, tierra y fuego, para devolver equilibrio y paz a la Tierra, y para que todo el poder de los dioses no caiga en el malvado reino del fuego que quiere dominar el mundo… O sea, una mezcla entre El Quinto Elemento de Luc Besson y la mitología galáctica creada por George Lucas en 1977. Sin duda se trata de una idea original para una serie animada, y que inculca a los chicos un poco de conocimiento de los preceptos de la religión y la cultura budista. Debido al éxito en lo que se convirtió la serie, los productores Kathleen Kennedy, Frank Marshall (que en algún momento fueron soporte de las mejores películas de Spielberg) y Sam Mercer compraron los derechos de la serie y no tuvieron mejor idea que delegar la adaptación y la dirección de la serie animada a las manos del único director hindú que conocían: M. Night Shyamalan. ¿Por qué no? El director nacido en India pero criado en Pennsylvania tiene antecedentes en el género fantástico, está acostumbrado a trabajar con chicos, conoce el territorio, las tradiciones y la cultura. Solo debía adaptar su mirada para que sea un poco más infantil. Además Marshall, Kennedy y Mercer fueron sus tutores desde Sexto Sentido. Sin embargo, el director vino en caída libre en los últimos años. Si bien La Aldea, tuvo una recepción “aceptable”, La Dama en el Agua y El Fin de los Tiempos, fueron estrepitosos desastre de crítica y audiencia, a comparación de las expectativas y de los anteriores trabajos de este extraño y polémico “autor” que se ha ganado tanto adeptos como detractores. Por lo tanto, un trabajo hecho por encargo, sobre una obra que demostró ser exitosa en versión animada, podía levantar un poco su alicaída carrera. Después de sus dos últimas propuestas había perdido “fans”, pero aún así, sigue habiendo personas que defienden su “identidad” cinematográfica: sus tiempos lentos, un supuesta gran capacidad para crear climas tensos, para poner personajes convencionales ante circunstancias fantásticas de las que no se sienten parte, pero que deben aceptar la “misión divina” que se les otorga para sacar adelante el relato, La unidad familiar, la reconciliación marital son temas que siempre aparecen en su filmografía. La introducción de elementos fantásticos nunca es azarosa, ni los efectos especiales toman preponderancia por sobre las historias. Se rodea de sólidos actores. Se apoya en la iluminación de notables Directores de Fotografía, la banda sonora de James Newton Howard para crear esos mismos climas. Se nutre de Spielberg para combinar el drama familiar con la aparición de los elementos fantásticos que siempre un significado metafórico, que como todo cuentista le agrega una cuota importante de moralismo y solemnidad, pero a la vez elementos lúdicos, combinados con el juego entre los personajes y la naturaleza y/o situación paranormal que los rodea. Además de un sátira implícita (no siempre intencional incluso), una suerte de parodia a la política y la religión en Estados Unidos. Acaso este choque que se da entre el melodrama solemne y la parodia típica de los films clase B de los años ’50 sean el aspecto que más me interesó de su filmografía. La manera en que te descoloca con un fino (y un poco pretencioso) sentido del humor negro, egocéntrico. A nivel visual siempre se destaca el trabajo que hace con el registro fuera de campo. Aunque me molestó un poco La Dama en el Agua por su tonito moralista, y porque la segunda mitad era realmente estúpida (aunque me divierte como se burla de los críticos) y se autoproclama defensor absoluto de la fantasía contemporánea (literalmente hablando es lo que sucede, ya que la dama en cuestión elige a su personaje como el narrador de la historia), y El Fin de los Tiempos, a pesar de que empieza más misteriosa de lo que termina siendo, es un interesante film clase B, filmado en colores, no puedo dejar de destacar que se ha mantenido fiel a su “identidad cinematográfica y narrativa”. Aunque en ambas película ya había dejado atrás el final sorpresa, la revelación que te modificaba la concepción del film (como sucedía en Sexto Sentido, El Protegido o La Aldea) y a nivel visual se había vuelto un poco más convencional, el ritmo de sus obras tenía un montaje más dinámico, los resultados finales, a pesar de todo eran un producto 100% Shyamalan. Por lo tanto Kennedy/Marshall se aseguraban que habría un público que elegiría ver el film porque era de Shyamalan y otro sector que iría por ser fanático de la serie animada. Esos son los “beneficios” de elegir a un “autor” para dirigir una saga de este tipo. Libro Dos: El Presente… Horror… Horror… Cuando vi por primera vez el trailer del film y la gran cantidad de efectos especiales utilizados, lo primero que me vino a la cabeza: “esto no parece un film de Shyamalan”. Mi intuición fue correcta por dos razones. Primero porque El último maestro del aire no se parece a ningún otro film de Shyamalan y segundo al definirlo como ESTO. La película empezó a tener problemas un año y medio antes de estrenarse. Cuando se anunció que Shyamalan correría a cargo de la dirección corría el año 2008, recién se acababa de estrenar El Fin de los Tiempos y el proyecto se llamaba Avatar: The Last Airbender (título original del animé). Se iba a estrenar en julio del 2010. Pero, como muchos saben, Jim Cameron se adelantó y nombró Avatar a su nueva película tras 13 años de ausencia. Aunque todavía se sabía poco y nada del film que terminó siendo el mayor éxito taquillero de la historia del cine, superado a la Titanic del propio Camero en 1997, Kennedy/Marshall/Shyamalan, para evitar confusiones y litigios legales le sacaron convirtieron al film en El Ultimo Maestro del Aire a secas. Ahora se estarán arrepintiendo. Quizás con la primera palabra habría llevado al cine a algún despistado que pensara que se trataba de una secuela de las aventuras de los extraterrestres azules. Seguramente, la intención habrá sido crear una nueva saga en la línea, Señor de los Anillos, Crónicas de Narnia, que fueron exitosas, pero también como La Brújula Dorada, Eragon, o Percy Jackson, que fueron fracasos monumentales. Había riesgos sin dudas, pero creían que con Shyamalan detrás de cámara podría funcionar y llenarse los bolsillos con dinero. Fue mejor mi instinto que el de ellos. Las críticas, literalmente “reventaron” al film de Shyamalan. No fue sorpresa, la paciencia de la crítica con el director hindú venía agotándose hace tiempo. Pero los que todavía defendíamos mínimamente su autoría buscábamos redención con su obra, poder reaccionar ante la elite de críticos soberbios y ombliguistas. Demostrar que aun quedaba un autor en Hollywood. Y no fue así. Al final, les terminamos dando la razón. El Ultimo Maestro del Aire es literalmente hablando, un desastre, horrible, un insulto a la inteligencia, al género de fantasía, una enfermedad para los ojos y oídos cinéfilos. Insoportable. Aburrida. Densa. Y no por las razones que caracterizaban al cine de Shyamalan. Se trata de su film más dinámico y convencional en cuanto a montaje, pero a la vez el más interminable de todos. Recuerdo que José Luis de Lorenzo a mitad del metraje me preguntó si sabía la duración a viva voz, y le respondí tímidamente “103 minutos” y él me dijo, “parecen 3 horas”. Lamentable que un director medianamente interesante haya filmado semejante porquería. Definitivamente perdió la brújula, y peor aún, a sus defensores… los que venían defendiendo lo que ahora creo que era indefendible. Empiezo a pensar que los méritos de las anteriores películas son loables gracias al elenco y equipo técnico del que se rodeaba más que por mérito propio. La historia se mantiene fiel a la serie pero al tratar de condensar y comprimir los 20 capítulos del primer libro (primera temporada) en menos de dos horas, el resultado es una narración confusa, demasiado explicada, que llena baches temporales y narrativos con la peor voz en off que recuerde haber escuchado en mi vida (o al menos desde los tiempos remotos de Ed Wood). Los protagonistas son dos hermanos adolescentes Katara (Peltz) y Sokka (Rathbone) de la comunidad del agua. Ella es una Maestra del Agua, pero todavía no domina sus poderes completamente. Un día ambos encuentran a Aang (Noah Ringer), el último avatar de una serie de Maestro del Aire que se convertiría en el “elegido” para traer equilibrio al planeta ya que tendrá dominio total de todos los elementos de la naturaleza. A Aang lo buscan los Maestros del Fuego para matarlo. Ellos quieren dominar el resto de las tierras. Especialmente lo busca el príncipe Zuko (Dev Patel), quien desea agarrar a Aang y llevarlo ante su padre, el rey (Cliff Curtis) para que lo vuelva a apreciar como hijo. Para eso viaja con su tío Iroh (Toub) y desea atrapar a Aang antes que las legiones de su padre comandadas por el malvado Zhao (Mandvi). Pero Aang, Katara y Sokka darán pelea, apoyados por el fantasma de un Dios Dragón. Alguno podría decir, Shyamalan revivió la fantasía, pero lo cierto es que nada tiene sentido. Las alegorías religiosas y filosóficas son banalizadas, estupidizadas. La moralina, infantil, didáctica. Explicativa hasta el hartazgo (multipliquen las explicaciones de El Origen por diez). La estructura es confusa, los flashbacks re alentar el relato, resultan redundantes, innecesarios. Ninguna interpretación es verosímil, creíble. Todos los diálogos son malos (y escuchados en versión doblada al castellano mucho peor). Los personajes son acartonados. La caracterización del príncipe Zuko, es ambigua. ¿Es villano, amigo, tonto? Dev Patel demuestra una vez más, como en Slumdog Millinonaire, que no puede actuar. Es completamente inexpresivo, no se le cree ni una sola línea de diálogo, insulso, alfeñique. ¿Cómo puede un director que descubrió a Haley Joel Osment tener tan poca intuición de casting ahora? Ninguno de los jóvenes intérpretes logran destacarse. Cada uno es peor que otro. Muñecos que hacen muecas. Ninguna emoción es genuina. Veteranos como Mandvi, Toub y Curtis aparecen completamente desaprovechados. Parece que fueron elegidos solamente porque tienen rasgos hindúes (en realidad solo Mandvi lo es y precisamente no es un buen actor, y menos para interpretar un villano tan malo. Toub es iraní, lejos lo mejor del elenco y Curtis neocelandés, peor que cuando hizo de colombiano contra Schwarzenegger). Slumdog Millionaire fue la mayor mentira de la década. ¿Por qué usarla como influencia? Shyamalan no sabe aprovechar la geografía de Groenlandia, ni de Nueva Zelanda. Podría haberle pedido ayuda a Peter Jackson. Tampoco sabe como introducir animales fantasiosos. Aang se transporta en un seudo perro más parecido a los monstruos de Donde Viven los Monstruos, pero con pretensiones de que sea como el dragón de La Historia Sin Fin. No es ni uno ni otro, porque Shyamalan lo decide mantener en segundo plano. Lo mismo con el Dragón que le habla a Aang y otros animalitos sueltos por ahí. Si Narnia resultaba ser artificial, El Último Maestro tiene menos cuerpo, menos alma, menos espíritu que el Dr. Crowe (Bruce Willis en Sexto…). Los efectos especiales son poco imaginativos, poco trascendentes. Es una lastima saber que los supervisó el argentino Pablo Helman, que se destacó en La Guerra de los Mundos. El 3D es una mentira. No está. No hay profundidad de campo, no hay elementos que saltan a la pantalla. Hasta Boogie, el Aceitoso se destacaba mejor en este sentido. En el único momento donde se nota el efecto es en la presentación, cuando aparece el logo de Paramount. Shyamalan la filmó sin ganas. El solo hecho de no aparecer en pantalla en algún momento lo confirma. Shyamalan no está (en El Fin de los Tiempos aparece su voz en off). Sí, se puede entrever en pequeños momentos cierto interés por darle relevancia a la unidad familiar, de la reconciliación entre padres e hijos, la dualidad de aceptar los poderes que le son asignados a los personajes, y saber usarlos para hacer el “bien” (como en El Protegido principalmente). Pero nunca está profundizado este aspecto ni cobra relevancia. Los (malos) efectos especiales toman preponderancia sobre la historia y los personajes. El recurso fuera de campo solamente está presente para cubrir errores de compaginación con los efectos especiales. La fotografía de Andrew Lesnie está muy lejos de parecerse a la de El Señor de los Anillos o Desde mi Cielo. La banda sonora de James Newton Howard es lo mejor. Intensa e imponente. Pero a la vez abruma con relación a la película, tiene demasiada participación es escenas donde no hay batallas. Escucharla de forma aislada es placentera, pero contrasta con lo que se ve en el film. Todo lo destacable del resto de sus films, esta vez queda oculto por oposición. En cambio, quedan más explícitos los aspectos más negativos de su filmografía: el egocentrismo, y sobretodo la solemnidad y el dedo moralista, la mirada manipuladora, sentimentalista y falsamente romántica. El romance en el film es impuesto de manera forzada, artificial (como besar a un maniqueen). Las inclusiones humorísticas son ineptas, no causan gracia. Otras veces, supo ser más efectivo en sus thrillers dramáticos y románticos para incluir alguna línea simpática, o algún truco que sorprendiera al espectador y le arrancara una sonrisa. Esta vez, la película es tan mala, que uno no se ríe siquiera de lo mala que es. Cuando se hace un film clase B, de terror o ciencia ficción, aunque sea, aun cuando no fue la intención de los realizadores, uno se puede divertir por lo poco eficaz que es el producto final. Pero acá ni siquiera eso. No es un film clase B, no es bizarro, no tiene citas cinéfilas para destacar, no tiene fantasía destacable, no es imaginativa: es justamente, eso, la nada misma. Es un híbrido sin vida ni sabor. Aburrido. Uno es no espera más por que llegue el final. El final no llega… porque no hay un final… y lo peor de todo, cuando empieza la verdadera acción, la película (al fin) termina… y ¡da el pie para la segunda parte! ¡No, por favor, no! ¡No más tortura hindú! ¡Ya entendí el mensaje… el castigo por haber defendido por tantos años a este subestimado supuesto “autor” cinematográfico llamado M. Night Shyamalan! Ya entendí… ¡este hombres es una mentira que viste y calza! Libro Tercero: ¿Hay Futuro? Pido disculpas por brindarles un manuscrito, una lista de los “defectos” que posee el film. Pero es verdad. La película es insalvable. ¿Qué le queda hacer a ahora a Shyamalan? Debería empezar de cero nuevamente. Volver a filmar películas de bajo presupuesto, independientes, con su propio dinero, una cámara súper 8 y actores desconocidos. Proyectarla en Sundance solamente y rezar porque alguien la vaya a ver. Hay que bajarle las pretensiones a este hombre. Yo no le confiaría mi dinero a este supuesto “director” o “autor”. El mes próximo se estrena en Estados Unidos, Devil, primera película que escribe y produce sin dirigir (¡por suerte!) La premisa, admito que es interesante. 5 personas desconocidas entre sí quedan atrapadas en un ascensor. Uno de ellos tiene poderes diabólicos o algo así. En el trailer se ve como los miembros de seguridad ven por la cámara flashes de imágenes monstruosas que no se relacionan con la “realidad”. La dirigen los hermanos Dowdle que dirigieron las versión anglosajona de Rec, Cuarentena. Esperemos que sea mejor. En cuanto a futuros proyectos, se comenta una futura reunión entre el director y Bruce Willis. Ambos necesitan resurgir, sin duda. Willis, por su lado cree que solamente volviendo con Shyamalan o realizando una quinta parte de Duro de Matar puede volver a tener un “éxito” de taquilla. Bruce, te doy un consejo: John McClane siempre va a tener seguidores. En cambio, Shyamalan, gracias a El Ultimo Maestro del Aire, le dijo “adiós” a los últimos que le quedaban.
Sería fácil ponerme la capucha y la túnica blanca que usan lo miembros del Ku Klux Shyamalan y con mi garrote en llamas pedir por la cabeza del director. La haría mucho más corta todavía si me pusiera a repetir como un lorito lo que opinan lo demás para estar en sintonía con Rotten Tomatoes y lo que la manada de la crítica determina. Sin embargo, pese a que siempre banqué a este director (y sigo hacíendolo), tampoco puedo mandar fruta y defender lo que a mi entender no se hizo bien. Avatar (el verdadero nombre de esta historia, que tuvo que ser modificado por la última película de James Cameron) es una obra maestra de la animación occidental de los últimos años que representa por lejos la mejor producción de dibujos animados que surgió en la última década. Una historia brillante plagada de filosofía oriental y espiritualidad que logró capturar la atención del público de distintas edades en todo el mundo. La adaptación cinematográfica deja cierto sabor amargo porque no le sacaron todo el jugo al material que tenían disponible y algunas decisiones del director no fueron las más acertadas. Para el Ku Klux Shyamalan todas las películas que hizo M .Night desde El protegido en adelante son las peores obras filmadas en las últimas décadas. Yo que no comulgo con el grupo y sigo reivindicando (aunque me hay gustado a mi solo) La dama del Lago, creo que El último maestro del aire es un trabajo regular de un artista que puede dar mucho más. Ahora bien, sólo un trasnochado puede pretender también que el director adapte a la perfección una historia de 480 minutos (eso es lo que dura la primera temporada de Avatar que adapta este film) en una película que dura 103 minutos. Es sencillamente imposible. Peter Jackson necesitó tres horas para narrar bien La Comunidad del Anillo y pese a todo no faltaron algunos idiotas que lo destrozaron en su momento porque había eliminado un par de personajes secundarios. Todavía recuerdo las críticas por la ausencia de Tom Bombadil. Dentro de todo Shyamalan siguió bastante de cerca el conflicto principal pese a algunos cambios inevitables. La historia la hizo más seria y le quitó el humor tonto que tenía por momentos el dibujo que principalmente estaba dirigido a los chicos. De todas maneras, el gran problema de este film creo que pasa por otro lado, más allá de los detalles que seguramente van a reclamar los fans del dibujo. No se puede esperar una gran película cuando el estudio Paramount se empacó en contar toda la historia en menos de dos horas. Me quedó la sensación después de ver este estreno que los productores (entre ellos los creadores del dibujo) consiguieron los 150 millones de dólares de presupuesto a cambio de comprometerse a contar todo en un poco más de 100 minutos, que es algo ridículo para la clase de propuesta que estaban adaptando. De hecho Shyamalan llegó a filmar más material que quedó afuera. Si entran en You Tube van a encontrar avances para televisión con escenas que ni siquiera se ven en los cines. El gran problema que tiene este estreno pasa por la masacre que hicieron en la edición. La historia va demasiado rápido y te queda la sensación que estás viendo un gran trailer extendido más que una película en serio. Es como la primera entrega de Crepúsculo, pero con un cambió más. La narración no permite el mínimo desarrollo de los conflictos que enfrentan los protagonistas y durante la trama desfilan sin sentido personajes secundarios totalmente desaprovechados. El otro tema con el que yo disiento con el amigo M. Nigth es el reparto, pese a que no hicieron un mal trabajo. Esta idea supuestamente progre de Shyamalan de armar un elenco Benetton con actores norteamericanos, asiáticos e indios, en esta historia en particular, me pareció un cambalache. O sea, en un cuento que está relacionado principalmente con la cultura asiática reunir actores de diferentes continentes se ve forzado, como cuando John Wayne interpretó al Gengis Khan. Era cualquiera. Ahora bien, pese a estos puntos que le jugaron en contra al film hay un montón de cosas para destacar de este estreno también. Visualmente El último maestro del aire es deslumbrante. La labor más destacada pertenece al artista argentino nominado dos veces al Oscar, Pablo Helman, el supervisor de efectos especiales. Helman hace años que viene colaborando con grossos como George Lucas (en Star Wars Episodio 2) y Steven Spielberg (en la Guerra de los Mundos) y acá me parece que brindó su trabajo más ambicioso hasta la fecha. Todo el manejo de los elementos naturales en las peleas, que dominan los personajes, son increíbles y se nota que el laburo que hubo detrás de cada escena fue infernal. Por otra parte, las secuencias de artes marciales resultaron espectaculares con movimientos muy estilizados que no tienen nada que envidiarle a las buenas producciones de Oriente. Lo mismo se puede decir del equipo a cargo del diseño de producción que presentó escenarios impresionantes que te dejan con la boca abierta cuando los ves en la pantalla grande y la fotografía de Andrew Lesnie (ganador del Oscar por la trilogía del Señor de los Anillos) que es hermosa. El compositor James Newton Howard volvió a ofrecer otra gran banda de sonido. Desde lo visual el film es fantástico y Shyamalan reunió excelentes colaboradores. No te podés sentar a ver esta película en el cine y cagarte en todas estas cosas como si nada. Decir que hicieron todo mal y es la peor película del año como aseguran los locos fundamentalistas de la capucha, no sólo es falso, sino que además es un concepto ignorante que desconoce el gran trabajo que hicieron muchos artistas, pese a que el film no es perfecto. Con respecto al 3D, la conversión fue mucho más decente que en Furia de Titanes y el sistema se luce de manera notable en la primera parte del film y en la batalla final. Después no hay gran diferencia con verla en el formato común. En términos futbolísticos, para las dos secuelas que faltan, yo no cambiaría al DT sino el planteo de juego. No podés contar esta historia en una hora y media. Hay que darle más aire a los personajes y al conflicto para que puedan ser bien desarrollados sin la locura de tener que entregar un corte de 100 minutos en los cines. Sino ¿para que invierten 150 millones de dólares? Los colaboradores de Shyamalan son muy grossos y los actores protagónicos hicieron un laburo decente dentro de todo. Especialmente Nicola Peltz como Katara. A diferencia de la Brújula Dorada que quedó trunca (entre otras cosas) porque fue un fiasco comercial, El último maestro del aire, por más que le pese al Ku Klux Shyamalan funcionó muy bien en la taquilla y en pocas semanas alcanzó los 181 millones de dólares, sólo en los Estados Unidos. Hay una oportunidad para remendar las cosas pero va a depender que Shyamalan mejore el enfoque de la narración y la edición (sobre todo) y los creadores del dibujo, Michael Dimartino y Bryan Konyestko, productores ejecutivos, cuiden mejor su creación. Ojalá que se de porque la historia se pone mejor. Ah, una cosa más a los interesados. La vi dos veces la película, en castellano y en inglés. Por favor busquen como sea la opción con subtítulos porque el doblaje es patético.
Un mundo dominado por los cuatro elementos Por lo que lleva recaudado en su primer mes de exhibición en Estados Unidos, daría la impresión de que El último maestro del aire no va a perder plata. Sumándole lo recaudado en el resto del mundo, hasta puede terminar ganando algo. Eso debería bastarles a los productores de la nueva película de M. Night Shyamalan para dar la vuelta olímpica: El último maestro del aire es la clase de superproducción elefantiásica que en nueve de cada diez casos da por resultado un ruidoso fracaso. Con un presupuesto estimado en 150 millones de dólares, grandes planos en exóticos exteriores, ejércitos de extras, efectos digitales y un 3D agregado, según dicen, después del rodaje, la película del decaído ex joven maravilla de Sexto sentido es un himno a la desproporción. Desproporción entre tanto gasto y tanta pobreza. Pobreza de ideas, de innovación, de talento. Incluso de una mínima pizca de humor, de diversión, de entretenimiento en suma. El último maestro del aire es la versión con actores de Avatar, el conocidísimo dibujo animado del canal Nickelodeon. Que fue pensada como saga en tres partes lo anuncia un cartel inicial, lo confirma la estructura general y lo refrenda el final, que deja todo servido para una continuación. ¿Se animará la Fox a producir la segunda y tercera partes, las comprimirá en una sola, cancelará el proyecto disimuladamente? En los próximos meses se sabrá. Por el momento, aquí está El último maestro del aire, prioritariamente apuntada al público infantil-preadolescente y con el Avatar del título original convenientemente seccionado, por culpa del megafenómeno homónimo. Estrenada en Argentina con copias dobladas y algunas subtituladas, el guión –después de atrocidades como La dama del agua, Night Shyamalan sigue considerándose apto para esa tarea– imagina un mundo dominado por los cuatro elementos. Dos chicos del reino del Agua ayudan a Aang, pequeño maestro de Aire, a reconquistar su condición de elegido o Avatar. Para ello deberán atravesar los cuatro reinos y enfrentar a los ejércitos de Fuego, que sojuzgan a los demás. Hay viajes, fantasía, batallas, orientalismo, coreografías (no muy lucidas) de artes marciales, tai chi, reyes vestidos como romanos, monjes budistas, sabiduría de autoayuda, animales fabulosos (pocos: uno grandote y peludo, que parece salido de Donde viven los monstruos, uno al que podría llamarse “lemur-ciélago”, un dragón sabio que instruye a Aang desde una caverna oscura), efectos asombrosos. Efectos líquidos, sobre todo: aguas que se elevan, giran, vuelan, se condensan como hielo o forman torbellinos. Lo que no hay es sentido de maravilla o de aventura. Parecería no haber ni siquiera deseo de filmar, de parte del propio Shyamalan, de los actores y hasta de los técnicos. Como si todos supieran, sospecharan o intuyeran que We’re Only in It for the Money, como alguna vez proclamó Frank Zappa. La duda es, en tal caso, si the money cerrará esta vez, o ni siquiera eso.
Un film que no cumple con las expectativas Está basado en una serie animada Con una sola película, el director M. Night Shyamalan consiguió decepcionar a tres grupos de entusiastas del cine y la televisión que no tenían ninguna cosa en común hasta que él decidió adaptar y realizar El último maestro del aire. Por un lado, están los jóvenes seguidores de la original serie animada de Nickelodeon que tuvieron que ver cómo sus queridos y graciosos personajes de la TV se convirtieron, bajo la mirada del director de Sexto sentido , en aburridas caricaturas apenas útiles para contar la historia. Por el otro, los espectadores que gustaban del suspenso y el terror al estilo de Shyamalan que, en este caso, no encontrarán ni uno ni el otro. Y, finalmente, a los interesados en las bondades del 3D, una tecnología que aquí fue aplicada en posproducción y parece complicar la experiencia visual del espectador más que intensificarla. Esperando al mesías El relato comienza en las heladas tierras del pueblo del agua, una tribu oprimida por los poderosos señores del fuego desde que, cien años atras, el último maestro del pueblo del aire, y posible mesías capaz de dominar todos los elementos, desapareció sin dejar rastro. Hasta que los hermanos Katara (Nicola Peltz) y Sokka (Jackson Rathbone), integrantes de la tribu, descubren a un niño atrapado en una esfera de piedra que podría ser el tan necesitado Avatar, nombre por el que se conoce al posible maestro de todos los elementos. Aun contando con el interesante material que aporta la serie animada realizada al estilo animé y con un argumento que incluye mitologías cercanas a creencias del budismo como la reencarnación y el poder de la meditación, Shyamalan no logra elaborar aquí un cuento demasiado coherente. Ni siquiera entretenido. Si hay un elemento que es posible rescatar del film, parte de una trilogía cuya segunda entrega ya fue confirmada aunque con otro director, es la actuación de Dev Patel ( Slumdog Millionaire ) que consigue dotar a su personaje, el príncipe Zukko, de una sensibilidad de la que carece el resto de la película. Un film de temperatura tan baja como los paisajes que muestra.
Una épica vacía Fallido filme de aventuras de M. Night Shyamalan. Ante los estrenos de M. Night Shyamalan, cada crítico se siente obligado a decir desde qué lugar escribe: desde la devoción o el odio. En este caso, no hay posición extrema ni lógica compartida por las mayorías. Al autor de estas líneas no le gustó, por ejemplo, Sexto sentido -su carga manipuladora-, pero sí disfrutó de La aldea o, en menor grado, de El fin de los tiempos . Ah, y El último maestro del aire -que de eso se trata esta breve crítica- le pareció uno de los puntos más bajos de la carrera del director de origen indio. El filme, que procura ser el primero de una saga épica (una más), transcurre en un mundo dividido en cuatro comunidades: Aire, Agua, Tierra y Fuego (que quiere colonizar e imponerse a las tres anteriores). Pero existe un joven Avatar que puede, debería poder, controlar los cuatro elementos y, que junto con dos hermanos del reino del Agua (Jackson Rathbone y Nicola Peltz), intentará salvar al mundo. Breve sinopsis. Punto. Ahora, el humilde análisis del humilde resultado. La película, que combina leyendas combativas, artes marciales y pseudobudismo, resulta tan vertiginosa como tediosa y confusa (por su pobreza para meternos en la historia). Los diálogos, excesivos y ampulosos, sólo cumplen una función explicativa: el desarrollo de la narración cinematográfica es pobre. Los personajes no generan empatía: sólo un par de veces en 102 minutos provocan algo así como humor. El resto: batallas en las que las creaciones digitales exhiben, sin pudor, su carácter de artificio. La música, tan artificiosa y acartonada como los diálogos, procura crear climas. En vano. Y no hablemos del 3D. Sorprendido por la falta de efectividad del recurso, este periodista hizo la prueba, durante toda la función, de ponerse y sacarse los anteojos especiales: sin lentes, casi nunca vio borroso, lo que le demostró que el efecto tridimensional era muy limitado. Pero al menos fue un divertimento extra. El bonus track de una película que, a pesar de sus 150 millones de dólares de presupuesto, deja una sensación de deuda.
Los avatares de Shyamalan Para introducirnos en el universo de El último maestro del aire (nuevo intento desesperado de M Night Shyamalan por salir de la chatura cinematográfica que viene arrastrando desde La dama en el agua), conviene tomar contacto con la historia original y repasar -a grandes rasgos- de qué se trata, a fin de encontrar en la versión cinematográfica algún valor (si es que lo hubiese) o desaciertos en la adaptación que costó la friolera de 150 millones de dólares. Para eso se deben entender los pilares que sustentan el relato animado: hay 4 naciones que responden a cada uno de los 4 elementos (aire, agua, fuego y tierra), las cuales permanecen en un equilibrio justamente por no dominarlos a todos; y existen, por otro lado, los avatares: seres de carne y hueso con poderes místicos que tienen la capacidad de reencarnarse y manipular conjuntamente dichos elementos de la naturaleza con fines pacíficos tendientes a conservar la armonía universal. El resto de los mortales es gente común que espera la llegada del Avatar para torcer la balanza de poder, aunque en cada nación existen los Maestros con la habilidad de controlar uno de los elementos. La tribu más primitiva es la del fuego y su rey detenta el poder absoluto, por lo que desata una guerra al poseer capacidad militar con la que consigue rápidamente sojuzgar al resto de las naciones. En contrapartida, se encuentran las tribus del agua –elemento que se opone al fuego-, cuya particularidad es hacerse fuertes gracias a la influencia de la Luna llena. Los del fuego se valen cada 100 años de la llegada del cometa Sozin para acumular energía. Sin embargo, en el caso de los nómadas del aire todos sus habitantes son maestros (monjes), a diferencia del resto. Así las cosas, con la llegada del cometa Sozin a la tierra la nación del fuego inicia la guerra rompiendo la armonía universal, a pesar de la presencia de los espíritus. Transcurridos esos 100 años de guerra, en los que la nación del fuego ha exterminado a todos los maestros del aire, la historia comienza cuando Katara (última maestra del agua de la tribu del sur) y su hermano Sokka (simplemente un guerrero de la misma tribu) descubren a un niño llamado Aang, congelado en un iceberg, quien resulta ser el último maestro del aire vivo. Tras estar hibernando 100 años, Aang mantuvo su cuerpo de niño de 12, pero en realidad es un anciano de 112 años que tendrá como misión y destino aprender a dominar los 4 elementos y convertirse en Avatar, para entonces recomponer el equilibrio del mundo cumpliendo un ciclo y luego reencarnar sucesivamente. En medio de la travesía, en realidad el eje central del film, Aang y sus laderos son perseguidos por Zukko, el hijo destronado del rey del fuego. Luego, por la hermana de Zukko, la despiadada Azula (que es lo que se anticipa como la segunda parte); ambos intentarán capturar al niño para evitar que cumpla su destino. Ahora bien, de los 20 capítulos que componen la primera temporada de este dibujo animado estadounidense de los creadores Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko, hecho en Corea del Sur con fuertes influencias del anime y el manga oriental en su concepción y del taoísmo, budismo, hinduismo y mitología asiática en su filosofía, se nutre el guión escrito por el propio M Night para dar paso a una supuesta trilogía en correspondencia con las temporadas de la serie, definidas bajo el nombre de cada uno de los elementos, siendo el agua el primero. Quizás se trate de la película más impersonal del director hindú, quien cometió el pecado de la condensación de capítulos y sus subtramas en pos de lograr un producto aceptable y entretenido, pero que carga con el defecto mayúsculo de no encontrar un público porque es muy compleja para niños y demasiado elemental y aburrida para adultos; quedando así a merced del ánimo de los fans de la serie o los adolescentes que busquen aventura, fantasía y acción a granel. Nada de eso llega de forma equilibrada en esta primera entrega de la saga, salvo un mix que cruza algunos conceptos básicos de la filosofía oriental en la que puede apreciarse al protagonista Aang (Noah Ringer) efectuando virtuosos ejercicios de tai chí; acción de videojuego con abuso de cámara lenta y un cúmulo de efectos visuales que en 3D no se explotan adecuadamente, a lo que debe agregarse cierta galería de personajes poco desarrollados, entre los que se destacan el antagonista Zuko (Dev Patel), Katara (Nicola Peltz) y Sokka (Jackson Rathbone). Tal vez analizando la filmografía del director de La aldea (su última obra aceptable) pueda trazarse alguna línea de continuidad con tópicos recurrentes. Por ejemplo la idea del héroe que no puede renunciar a su destino trabajada en El protegido; la coexistencia de realidades, en este caso el mundo terrenal y el espiritual al que sólo acceden algunos, como en Sexto sentido y el mundo de los muertos; y la fuerte tensión entre el orden y el caos, o la armonía y la destrucción, que sostiene una mirada maniquea, binaria y elemental sobre el mundo explorada en El fin de los tiempos (su anterior traspié que con este nuevo paso por Hollywood anticipa una inevitable caída). No obstante, sería injusto decir que El último maestro del aire, pese a la superficialidad y torpezas narrativas; a su tono solemne y poco amistoso, es una película completamente descartable, tratándose –siempre es bueno recordarlo- de una adaptación sobre un material original mucho más interesante y profundo.
Espiritualidad al wok Después de Avatar llega otro avatar: un niño llamado Aang, que en verdad tiene más de 100 años, vuela sobre un bisonte, dialoga con un dragón en meditaciones profundas, hace ejercicios de un caricaturesco Tai chi (o capoeira) y tiene, naturalmente, que salvar el mundo, aunque es arduo reconocer de que mundo se trata. Basada en un dibujo animado de Nickelodeon, El último maestro del aire supone ser un filme de aventuras metafísicas, pues si este filme irrelevante tiene algún objetivo es el de introducir la cosmología oficial de Hollywood (en clave infantil y teen), cuyo símbolos, ritos y discurso s remite a la New Age, un ensamble ecléctico y difuso de sistemas de creencias destinadas al consumo espiritual. En este collage multicultural no exento de ademanes xenófobos (los malvados nunca son caucásicos), el héroe en cuestión viene reencarnando hace miles de años y en cada encarnación debe ser reconocido como el elegido, tras pasar una prueba típica de budistas tibetanos: identificar sus objetos favoritos de la vida anterior. Aang entenderá tarde que el destino exige sacrificios (y no será el único en aprender esta lección), pero su misión desde un inicio es precisa: luchar contra la Nación del fuego, una horda de caballeros ígneos, liderados por Orzai, quienes desean destituir los espíritus del mundo. En este universo, los espíritus nos observan, pero, aparentemente, también nos cuidan. Aang deberá velar por el equilibrio entre los cuatro elementos, y la relación entre el mundo espiritual y material. Tendrá socios y enemigos, uno de ellos el hijo de Orzai. Irrelevante en tres y dos dimensiones, M. Night Shyamalan, el director de origen indio de Sexto sentido y El protegido, sus dos grandes películas, parece haber perdido toda su artesanía y ambición estética. Si en Sexto sentido, incluso en otro filme fallido como Señales, los "efectos especiales" provenían de una ingeniosa y delicada puesta en escena, siempre acompañados por una narración clásica, aquí la profusión de efectos digitales intentan salvaguardar un relato anodino, cuyos diálogos explicativos, flashbacks espantosos e iconografía berreta parecen constituir una especie de videojuego didáctico para novicios en el camino espiritual. No hace mucho tiempo atrás, la mítica revista de cine Cahiers du cinema sostenía que Shyamalan era un verdadero autor dentro del sistema de Hollywood. Después de este filme, tal veredicto resulta tan verosímil como las profecías del 2012; lo podría haber filmado un robot, el maestro Po de Kung Fu o un gurú de California. El último maestro del cine filmó en otro lado.
No la salva ni un Avatar Corren tiempos difíciles, vientos de guerra como suele decirse. Las naciones místicas representadas por los elementos (Aire, Agua, Tierra, Fuego) se encuentran sometidas al arbitrio de una sola de ellas, la del Fuego (por supuesto) y de alguna manera el equilibrio roto podría restaurarse si reapareciera el Avatar, único maestro capaz de controlar todos los elementos. Llevan echando de menos a este maestro algo así como un siglo, cuando de repente dos hermanos del reino del Agua encuentran a Aang, un niño en animación suspendida. Cuando advierten que Aang puede ser el Avatar largamente esperado, los tres se convierten en presas y mientras escapan de sus perseguidores (entre los que se encuentra el propio príncipe del Fuego) van liberando aldeas a su paso. El director de origen hindú M. Night Shyamalan es una rara avis a quien se ha llegado a definir alternativamente como "genio personalista e incomprendido" y "estafador mediocre", sin grises. En sus primeros filmes dejaba entrever un talento cuidado y una buena muñeca para lo retorcido, descalabrando a sus espectadores con finales inesperados que, defendibles o no, le ganaron un cierto respeto por parte de la crítica. Sin embargo en los últimos tiempos venía derrapando con filmes que prometían una cosa y terminaban siendo otra; no satisfecho con esa "traición", ni siquiera se podía rescatar un dinamismo en la trama que la hiciera disfrutable. Shyamalan, cada vez más despreciado por la crítica (y buena parte de un público que, fiel pese a todo, seguía / sigue acudiendo a las salas para ver su último trabajo), parece haber querido imprimir en "El último maestro del aire" un giro significativo a su filmografía, una suerte de exorcismo para la mala racha. No lo consigue: sus defectos siguen allí, sus virtudes parecen haberse esfumado sin esfuerzo alguno, detrás de una cortina de efectos especiales y una mala adaptación de una serie animada que es, lejos, mejor que el largometraje que pretende recrearla. Una aberración del cine de fantasía, con todos los clichés del género pero sin nada de su espíritu. Como sucedió con "Dragon Ball: Evolución", aunque sin los bochornosos desaciertos estéticos y de registro (en aquel caso no se podía hablar de drama, comedia, aventuras, parodia: nada, para definir semejante pastiche), la adaptación falla al querer resumir toda una temporada de argumento y desarrollo de personajes en menos de dos horas. Si la única apoyatura van a ser los magníficos escenarios generados por computadora y los efectos especiales en la batalla, no habrá hombre ni mujer, anciano o niño que se resistan al bostezo. La premisa en cine es tan universal y clara que Shyamalan, a quien se intuye cinéfilo pese a todo, no debería haber pretendido dejarla de lado como lo hizo. Si una historia no es interesante, ni está bien contada, ni alcanza tan siquiera a generar un personaje inolvidable, no vale demasiado la pena. Una historia que además subestima al espectador (desde los diálogos hasta las actuaciones no hay una gota de empatía que se eyecte de la pantalla) por obvia, morosa, sobreexplicada y sin alma, no tiene justificación posible.
Si El fin de los tiempos (The Happening, 2008) era la obra menos interesante de M. Night Shyamalan desde Señales (Signs, 2002), su sucesora El último maestro del aire (The Last Airbender, 2010) se lleva el trofeo a la peor de toda su carrera. Con un reparto de ilustres desconocidos y un tono grandilocuente de tintes mesiánicos, el hindú no ofrece nada nuevo en un combo de aventuras que naufraga debido a una narración estéril, un núcleo temático poco convincente y la propia incapacidad del director a la hora de construir un desarrollo en verdad atrapante, sin tantas vueltas ni estereotipos. Hay que admitir que si bien no logra destacarse con el tópico quemado del “elegido” por lo menos no pasa vergüenza y hasta en ocasiones nos encontramos con lo que podríamos denominar una “sobredosis de budismo” (muchas veces bordeando peligrosamente la filosofía new age y el palabrerío de los manuales de autoayuda). El apartado visual y las secuencias de acción ganan un par de puntos a favor aunque con un presupuesto de 150 millones de dólares resultaba lo mínimo esperable: a fin de cuentas uno no sabe si un Shyamalan carente de inspiración no pudo garantizar la fluidez del relato o si fue el estudio quien solicitó sin criterio que varios minutos del metraje original desaparezcan en la sala de edición. Sólo resta aguardar un mañana mejor porque aquí la convicción ideológica y la destreza formal a las que nos tenía acostumbrados brillan por su ausencia...
M. Night Shyamalan es un director que es amado u odiado, en todas sus películas deja marcada su manera de hacer cine y en esta oportunidad plasmó su huella de imprecisión, falta de decisión e incoherencia, destruyendo una gran historia repleta de aristas y puntos atractivos.
El vuelo bajo del Avatar. “El último mensajero del aire” es la nueva propuesta del tan famoso como criticado director M. Night Shyamalan, el mismo que sorprendió con “Sexto sentido” y nunca más pudo reproducir ese éxito, aunque lo sigue intentando. El filme, que también llega en formato 3D, parte de una lucha de los Cuatro Elementos: Tierra, Aire, Agua y Fuego. El equilibrio de esa lucha lo da un Avatar, que regresa luego de cien años para lograr la paz. Las luchas, los efectos especiales y los monstruos gigantes no alcanzan para ponerse a la altura del animé, llamado "Avatar", y de donde surgió la idea de esta película. Planteada como una trilogía, el director tendrá que hacer mucho de su parte para que la historia levante vuelo. Al menos, en este filme ganó la chatura.
El último chiste de Shyamalan Dijo en estos días el colega Gustavo Noriega, que uno nunca termina de entender si Shyamalan no nos está tomando el pelo con sus películas. La frase no es aplicable a todas, pero es cierto que para sobrellevar alguna de los últimos títulos del director norteamericano de origen indio se necesita suspender la incredulidad hasta límites imposibles. Pero en este caso Shyamalan no es del todo el responsable del gigantesco chiste, porque la historia de El último maestro del aire no es de él sino que proviene de un popular dibujo animado para niños. No tiene mucho sentido tratar de explicar la base del relato porque es un galimatías que oscila entre lo obvio y lo ridículo. La película, que es grandota y se hace pesada aunque no es tan larga, no se sostiene ni siquiera por los espectaculares efectos especiales en 3D. Diálogos forzados y ampulosos, gravedad, trascendencia de pacotilla y todo lo que una película de aventuras no debe tener, se acumula en El último… Da pena ver mezclados en este sin sentido a Kathleen Kennedy y Frank Marshall, que supieron ser productores de grandes películas del género. El final amenaza con una segunda parte, que si Dios existe, no se filmará.
¡Que Dios te bendiga, Shyamalan! Debo decir que M. Night Shyamalan es una de mis debilidades. No es que le defiendo todo, me parece un director claramente imperfecto, pero las formas que implementa en su cine siempre han establecido una conexión con mi gusto cinematográfico. Defendí filmes suyos muy atacados, como La aldea o La dama en el agua, e incluso varios aspectos de El fin de los tiempos, al que sin embargo considero claramente fallido. Aún así, debo decir que la noticia de que se iba a hacer cargo de la adaptación de la serie animada Avatar-la leyenda de Aang no me generaba demasiada expectativa, en especial porque implicaba un trabajo arduo con los efectos especiales, un rubro con el cual Shyamalan nunca se llevó muy bien. Pero luego de la visión de El último maestro del aire, la elección del realizador de Sexto sentido adquiere lógica, a partir de su particular estilo de puesta en escena y su conexión con el mundo infantil y fantástico. La historia presenta a cuatro naciones –la del Aire, del Agua, del Fuego y la Tierra- que desde la desaparición del Avatar –una especie de elegido capaz de manipular los cuatro elementos- han estado en permanente guerra. Con la reaparición del Avatar, las piezas del tablero se reacomodan para todos, de diversas formas. El filme es antes que nada el típico camino del héroe, sólo que es un héroe a mitad de su recorrido, debatiendo consigo mismo y con los demás. Shyamalan parte de un material ajeno, aunque se hace cargo del guión y la producción. Su inserción es doblemente fascinada: es como la de un niño descubriendo las posibilidades de un mundo paralelo a la realidad conocida, a la vez que es como la de un adulto explorando formas de espiritualidad que remiten bastante al cristianismo y al budismo. Si con El fin de los tiempos Shyamalan parecía haberse olvidado de ciertas marcas autorales que lo distinguían, ya casi desde el principio de El ultimo maestro del aire se puede ir notando que el realizador no es cualquier artesano más; que hay alguien detrás de cámaras con una mirada distintiva, que le permite no sólo utilizar el montaje en el plano como una herramienta estética y narrativa, sino además impactar en el espectador a través del plano secuencia. La posición que toma Shyamalan deja, es cierto, en evidencia una indudable artificialidad de los efectos especiales, pero como parte de un universo con reglas propias, haciéndose cargo también de los puntos de contacto con la realidad. En cierto modo, El último maestro del aire funciona como una relectura de filmes como Sexto sentido, El protegido o La dama en el agua. En todos estos relatos aparece la figura de un sujeto con poderes más allá de lo normal, que lo distinguen de los demás, que deben asumir responsabilidades que los sobrepasan, o que directamente no desean tener. En todas ellas, Shyamalan plantea una tesis de forma bastante explicita, buscando transmitir un mensaje, que en algunos casos puede provocar incomodidad o disidencia. Se percibe a un cineasta con un ego muy pero muy grande, al que no le importan las críticas ajenas (de hecho, hasta lo motivan más) y que se cree un portador de la verdad absoluta –cuando en realidad sólo está en condiciones de aportar una verdad más entre muchas otras verdades-. Ahora, ¿por qué funciona su cine? Porque construye personajes y una narrativa sólidos. Porque con sólo un par de planos o frases es capaz de transmitir el dilema de Aang, el miedo a asumir su identidad, a ser él mismo de una vez, antes de que sea demasiado tarde. O de mostrar las ansias de Katara de demostrarse a sí misma que puede ser la persona indicada para sobresalir. Pero, especialmente, de trazar las líneas de un personaje como el Príncipe Zuko, que comienza siendo un villano para ir convirtiéndose rápida pero armoniosamente en alguien maldito, que persigue objetivos afectivos y estratégicos que siempre se le escapan, a la vez que establece una relación con su tío que reemplaza la ausencia de un vínculo paterno-filial en su vida. En todos los personajes que van apareciendo se puede diferenciar una ética y una moral, un punto de vista sobre las sociedades que habitan y su papel dentro de ellas. El último maestro del aire está lejos de ser una película perfecta. Shyamalan incurre en múltiples sobreexplicaciones y la narración cae en unos cuantos baches. Incluso así, ostenta una energía propia, exclusiva, que la pone en un lugar diferente de muchas de las adaptaciones que se están haciendo en Hollywood, demostrando que, a diferencia de lo que muchos creen, el problema no pasa por basarse en material ajeno, sino por la creatividad que se aplica en el procedimiento. El filme de Shyamalan (porque es de él, porque se notan sus obsesiones autorales, para bien y para mal) esquiva en numerosos pasajes el lugar fácil de mera presentación o de apelación a territorios comunes conocidos por los fanáticos, concentrándose, antes que nada, en contar una historia que incluye amores, odios, dudas, certezas, sacrificios, aprendizajes. Y sí, también las puertas abiertas a futuras continuaciones. En lo que refiere a esto, no deja de ser llamativo que El último maestro del aire evidencia una mayor economía narrativa que filmes con mucho más prestigio y consenso crítico como La comunidad del anillo o la primera parte de la saga de X-men. De ahí que los dos últimos planos adquieran la importancia, la relevancia que buscaban. Porque anuncian enfrentamientos futuros, nuevos interrogantes, más por descubrir y disfrutar. Y porque certifican la habilidad de irritar –en el mejor de los sentidos- a un cineasta que siempre tiene algo original para ofrecer. Bendito sea por eso.
A veces cuando la producción estrenada es intrascendente puede invitar a vagabundear por aspectos colaterales de lo cinematográfico. En el caso de “El último maestro del aire”, por ejemplo, hacer referencias sobre que podemos entender por fantasía, rubro en el cual se encuadra la realización. La fantasía es una de las posibilidades con que cuenta el artista para abordar imaginativamente cualquier temática, ya ser considerada a través de alguno de los múltiples géneros que tiene a su disposición acorde al arte o la artesanía que cultive. Según el diccionario, el vocablo es de origen griego, del que deviene el italiano phantasía, para incorporase al español como fantasía. Se entiende como tal la facultad de reproducir por medio de imágenes cosas pasadas o lejanas, de representar las ideales en forma sensible o de idealizar las reales. Capacidad de tener representaciones de objetos sin que estos se hallen presentes o existan en la realidad. Según los psicoanalistas, la fantasía es una producción de la imaginación con la cual el yo busca escaparse de la realidad. Es de algún modo, un compromiso entre la realidad exterior e interior, entre las pulsiones y las prohibiciones. Compendiando lecturas consultadas, resulta que por fantasía se entiende todo aquel conjunto de ideas, situaciones, representaciones y fenómenos que forman parte de la imaginación de una persona y que no tienen correlato verídico en la realidad. Sin embargo, el hecho de que sean meras imaginaciones o creaciones del inconsciente de un individuo no significa que no tengan valor, por el contrario, de acuerdo a lo que establecen diferentes ramas de la psicología, la fantasía es el modo en que un individuo expresa sus deseos, intereses, miedos, objetivos y hasta perversiones. La fantasía siempre tiene que ver con la creación o generación de situaciones a nivel mental o imaginativo que no pueden darse en la vida real, o que deben permanecer reprimidas por ciertas pautas morales o sociales. Supone la existencia de elementos no reales o mágicos tales como duendes, criaturas deformes, hadas, sirenas, monstruos y muchos otros. Allí, temas tales como el desarrollo de misiones en lugares mágicos, encantados y exóticos, con personajes medievales o irreales y con finales excéntricos son características comunes. La fantasía artística implica siempre un escape a la realidad, en la participación en mundos mucho más complejos, diferentes, ricos y completamente distintos. En esta primera década del siglo XXI, como proyección de años anteriores, la producción hollywoodense acentúo su interés por las realizaciones que responden al tratamiento de fantasía. Sin duda esto se debe, más que a una necesidad creativa, a un imperativo económico de la cinematográfica estadounidense en su condición de líder de esa industria en Occidente, al tener que enfrentar en el negocio del espectáculo al desarrollo tecnológico de los medios audiovisuales, particularmente la televisión, y la lucha contra de la piratería reflejada en la proliferación del truchaje en el negocio del mercado de los DVD. Sólo en lo que va del 2010 podemos citar, exceptuando las obras de animación, no menos de doce títulos, se inicia con “Avatar” al que sucede, entre otros, “Percy Jackson y el ladrón del rayo”,”El hombre lobo”, “Desde mi cielo” “El imaginario mundo del Dr Pasrnasus”, “Alicia en el país de las maravillas”, “El libro de los secretos”. “Furia de titanes”, “El príncipe de Persia, las arenas del tiempo”, “Legión de ángeles”, “La carretera”, “La saga de crepúsculo: Eclipce”, “El aprendiz de brujo”, “El origen”, “El loco viaje al pasado”, “Depredadores”, para llegar a la fecha con “El último de los maestros del aire”, manteniendo en espera otros tantos para lo que resta del año. Lo más destacado por sus valores artísticos lo podemos encontrar en “El imaginario mundo del Dr. Parnassus” En primera instancia toda obra fílmica despierta interés por los valores latentes en la historia que narra y en el tratamiento de que fue objeto en el guión. En segunda instancia importa al espectador la manera en que han sido utilizadas todas las herramientas que tiene a su disposición el realizador para materializar en imágenes y sonido la idea narrativa, la idea conceptual – lo que se han propuesto decirle al destinatario- y la idea estética, vale decir la forma elegida para visualizar la propuesta. El destinatario último es el espectador, para quien el valor de cualquier obra depende de la definición, claridad, consistencia, coherencia y equilibrio entre todos los factores participes en su generación. Cada persona es un espectador único en sí mismo, y la evaluación que realice tendrá algún grado de subjetividad ineludible, la que depende de una serie de factores humanos, culturales y sociales, cuya opinión o juicio tiene alcance reducido a su entorno. El crítico es un espectador más, pero debiera ser –pues no siempre lo es- un espectador una persona capacitada, especializada y profesional que emite opinión pública, por ende con llegada a seres humanos que le son desconocidos. Sus apreciaciones sobre los valores, o carencia de ellos, de la obra proyectada en pantalla deben obviar en todo lo posible sus gustos personales, emitiéndolas a conciencia y sobre la base de la mayor equidad, más allá de temáticas, géneros, corrientes estéticas o posiciones ideológicas o religiosas. Cabe pues, en esta ocasión, considerar “El último de los maestros del aire” como obra de ficción, conformando el rubro, o capítulo, fantasía, jugada en el género dramático. En una apretada síntesis narrativa encontramos al Aire, el Agua, la Tierra y el Fuego como cuatro naciones enlazadas por el destino, cuando la Nación del Fuego declara una brutal guerra a las demás. Tras un siglo de luchas, no parece haber esperanza de que algo pueda cambiar este entorno de destrucción. En suma, narra las aventuras de Aang, sucesor de una larga serie de Avatares, y sus amigos Katara, una Maestra Agua, y su hermano Sokka, guerrero por naturaleza, a los que luego se integran en la serie Toph, además de sus dos animales, compañeros y mascotas de Aang, el bisonte volador Appa y el lémur volador Momo. La misión que se imponen es detener los intentos de conquista de la Nación del Fuego sobre las otras Naciones. La historia se basa en la serie de animación “Rhe last Airbender” emitido por el canal televisivo Nickeodeon, y supone el primer capítulo en la lucha del protagonista por sobrevivir. La temática tiene como eje la conquista para ganar poder mediante el sometimiento de los conquistados, y de la lucha de estos para recuperar la libertad. No importa que el marco sea la fantasía, por cuanto al igual que muchísimos títulos que podemos encontrar en la cinematografía mundial, lleva implícito una alegoría sobre la conducta del ser humano a lo largo de los tiempos y en todo el planeta. Los cimientos del espectáculo audiovisual es el guión. En este caso se asienta sobre una historia débil, confusa y esquemática vivida por personajes endebles en su tratamiento y carentes de atractivos para despertar interés, que transitan por situaciones insubstanciales con diálogos sin gravitación dramática. El realizador no pudo, o no supo, encontrarle al guión alguna vuelta de tuerca para revertir, aunque más no fuera en parte, sus falencias estructurales y narrativas. Relato y personajes quedan a la deriva en escorzos de acciones reiterativas que van debilitando la progresión de la trama hasta terminar aburriendo. Shymalan se apoya en los efectos especiales y visuales y las coreografías de luchas, de muy discreto efecto, que por ser tan recargadas y reiterativas acompañan el aburrimiento generalizado. Los intérpretes, sin carisma e inexpresivos, nada pueden hacer sumidos en tantos desaciertos.
Como si se tratara de una reafirmación de las ya conocidas y aburridas preocupaciones de su director, El último maestro del aire exhibe altos niveles de aleccionamiento y solemnidad que son inversamente proporcionales al cuidado puestos en la construcción de un universo: lo que cuenta para la última película de Shyamalan no es el cuento sino la moraleja, uno se vuelve el mero soporte del otro. La historia se reduce a un montón de personajes y conflictos que están siempre en función de grandes temas, como el Amor, la Religión o la Libertad (en el cine de Shyamalan todo se escribe con mayúsculas). Solamente que esta vez, excepto por dos o tres escenas de acción que se rescatan por la pericia técnica y la planificación visual, ni siquiera se encuentra la pretendida sofisticación que los seguidores del director le adjudican a sus películas, como si el indio finalmente se hubiese despojado de la careta de cineasta serio y lector lúcido de la historia del cine para dedicarse de lleno a los que fueron sus intereses desde Wide Awake: la bajada de línea, la enseñanza pedante y la elaboración de un mundo polarizado que invita a la sanción moral fácil. Los personajes, siempre planos y nunca esféricos, son caracterizados apenas por un rasgo exclusivo e insistente que los determina a lo largo de todo el relato: Sokka es el valiente, Katara la pacífica, Zuko anhela la gloria para consagrarse ante su padre y su reino, Yue representa la pureza. No se le puede pedir otra cosa a las criaturas de Shyamalan: como robots creados para reproducir ciegamente una única función, sus personajes repiten hasta el infinito las mismas frases, gestos y acciones. Lo más parecido a un aprendizaje lo realiza Aang, el joven protagonista, pero se trata de un crecimiento automático que forma parte de los requerimientos del relato, el camino obligado que tiene que recorrer el héroe (y lo cierto es que Aang ya tiene las cosas bastante claras desde el principio, así que ese crecimiento tampoco lo es tanto). Es probable que esa chatura narrativa esté en relación con la posición que toma El último maestro del aire: aleccionadora, grave, segura a más no poder de sus convicciones y su moral. Sería inútil esperar alguna clase de aprendizaje por parte de los personajes de una película que no aspira más que a la enseñanza, que cree saberlo todo.
Como gastar guita al pedo. Esta peli está ambientada en un mundo irreal, tan irreal como lo es pensar que a esta altura del campeonato que Mr. M. Night Shyamalan es un gran director, tal cual decíamos en la critica de "El fin de los tiempos": "Hay un guión que hace agua por todos lados y el filme no tiene funcionalidad: aburre y se hace inconsistente, en exacta combinación, si se vió el trailer ya está, pueden darse por satisfechos, no habrá nada más interesante: no lo busquen al menos ni lo esperen. Este director ha retrocedido varios (muchos) casilleros en su jueguito diseñado de CF ... Y mejor elegir otra peli a esta en la cual que no pasa nada.", tal cual escribía Luis M. Fittipaldi sobre su anterior filme, bueno...asi estamos volvemos a utilizar parte de su critica para seguir homenajeando al otrora realizador de "Sexto sentido", "Señales", "El protegido", "La Aldea" y "La dama del agua". La trama es la desunión entre las 4 naciones: tierra, agua, aire y fuego, y que en este caso (el fuego) quiere dominar globalmente, pero todos tienen una especie de maestro conciliador denominado "Avatar", encargado de restarurar la paz mundial. Una crítica apuntaba que esta peli no es ni para chicos -les será dificil entenderla-, ni para adultos -se aburrirán, salvo que sean fan de la serie que se basa y que se daba por "Nickelodeon"-, pero fan "cuartudones"..no? (por no usar otro epícteto), esta superproducción mal actuada, no tiene coherencia de guión y costó la friolera de 150 palos verdes. Pero "Plata quemada" era otra película.
LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ Desde sus comienzos, el director hindú M. Night Shyamalan se dedicó a hacer un cine de géneros usualmente taquilleros pero camuflados en historias atípicas e inteligentes, contadas de manera muy original y con finales sorprendentes. Con SEXTO SENTIDO (1999) cambió el modo de hacer películas de fantasmas y se catapultó a la fama. Con EL PROTEGIDO (2000), el cine de superhéroes vio su lado más humano. Nunca se habían visto films como SEÑALES (2002), una perturbadora reinvención del cine de extraterrestres, y LA ALDEA (2004), uno de los exponentes más raros e interesantes del género de monstruos, por lo que Shyamalan era “inmenso” y todos esperaban ansiosos su siguiente paso. Mal interpretada por la crítica y gran parte del público, LA DAMA EN EL AGUA (2006), su conmovedor y brillante cuento de hadas, representó un tropiezo para el director. Desmoralizado, Shyamalan comenzó a responder a las peticiones del estudio y como resultado entregó EL FIN DE LOS TIEMPOS (2008), su mal lograda visión del apocalipsis. Dos años después, el director hindú se adentraría en el cine de artes marciales usando como excusa la adaptación de una exitosa serie animada de Nickelodeon conocida aquí como “Avatar: La Leyenda de Aang”. Tratando de ser lo más fidedigno posible para poder retratar fielmente la mitología del show, Shyamalan sobrecargó su nueva película con demasiados personajes, demasiadas tramas y nada de acción. Como resultado, llega a los cines EL ÚLTIMO MAESTRO DEL AIRE (2010), otro de los films más fallidos y desperdiciados del año y un nuevo tropiezo en la carrera de un gran director – aunque ahora, lamentablemente, lo de “gran” empieza a ponerse en duda -. Las naciones del Fuego, Agua, Tierra y Aire están por entrar en guerra y solo un legendario guerrero conocido como el Avatar, el único capaz de controlar los cuatro elementos, puede traer paz al mundo. Esta aventura comienza cuando dos hermanos liberan por casualidad al nuevo Avatar, un niño llamado Aang que también resulta ser el último maestro del aire. De esto trata THE LAST AIRBENDER (2010), la primera parte de lo que supuestamente será una trilogía. Con dos films más en camino, Shyamalan podría aprovechar para corregir y evitar varios de los errores que cometió. Entre ellos, su guión que no logra balancear correctamente las tramas, historias y situaciones innecesarias, muchos personajes que están de sobra y que no aportan mucho o incluso tratar de regular esa costumbre suya de intentar convertir a todos sus films en exponentes poco convencionales dentro de los géneros a los que pertenecen. Es decir, hacer de THE LAST AIRBENDER lo que debería ser: Una entretenida - esta lo es poco - y disfrutable aventura para grandes y chicos, en lugar de una obra tan “artística” o personal. El problema es que, aunque esto último si se aprecia y le da una originalidad única a la película, después de todo sigue siendo la adaptación de una serie animada de Nickelodeon, y no fue una sabia decisión dejar este factor en segundo plano. En resumen, Shyamalan cumple visualmente, pero NO a nivel narrativo. A pesar de ser, supuestamente, un film “de artes marciales”, EL ÚLTIMO MAESTRO DEL AIRE también desilusiona con sus escasas escenas de peleas. Demasiado estructurados y con pocos golpes, muchos movimientos coreográficos y cámaras lentas, los combates aburren y también bordean el ridículo o se tornan molestos cuando los personajes solo son testigos de las luchas sin participar de estas o cuando situaciones que podrían otorgar grandes dosis de acción, desilusionan al desarrollarse de manera errónea. Así, momentos tan esperadas como el enfrentamiento entre Aang y Zuko, la guerra final, (SPOILERS) la muerte del comandante Zhao (Aasif Mandvi) o cuando Aang convoca una gigantesca ola para detener a la Nación del Fuego (FIN DE SPOILERS) son, casi en su totalidad, desaprovechados. Una vez más las campañas de marketing le jugaron al publico una mala pasada porque lo mejor del film ya se podía apreciar en los trailers. Claro que sí hay algunos breves momentos en los que los personajes despliegan todas sus habilidades con los elementos y son estos, junto con la eficiente dirección visual de Shyamalan, la fotografía, los alucinantes efectos especiales o ver a Dev “Zuko” Patel nuevamente en la pantalla grande después de SLUMDOG MILLIONAIRE (2009), los que salvan el film de convertirse en un completo desastre. También es imposible ignorar el gran trabajo que realizó el director y su equipo para plasmar la serie en la pantalla grande, creando un interesante y atrapante mundo pensado hasta el más mínimo detalle, con su mitología representada de manera correcta y con asombrosos diseños de decorados y vestuarios. Lástima que a este mundo lo llenaron de actuaciones flojas - en especial la del primerizo Noah “Aang” Ringer o la de Jackson “Soka” Rathbone (Jasper en THE TWILIGHT SAGA), quien nuevamente demuestra ser uno de los peores actores de su generación -, un ritmo demasiado lento que va decayendo a medida que avanza la narración, una innecesaria y constante voz en off, y varias historias que intentan encajar como pueden sin poder lograrlo, y puestas ahí por tratar de adaptar la serie lo más fielmente posible. Sí, es lo que todo fanático quiere, pero siempre hay límites. Con más de un declive, la narración llega hasta ese desabrido final continuado, muy lejos de los que el director nos tiene acostumbrados, pero que aun así deja al espectador deseando ver como continuará la saga y a los críticos con la intriga de saber si Shayamalan podrá reivindicarse con las inminentes secuelas o aunque sea salir airoso... Qué bien nos vendría ahora una bocanada de aire fresco.