Nada está muy claro al comienzo de Emma, aunque el transcurso de su metraje tampoco ofrecerá demasiadas certezas. La tercera película de Juan Pablo Martínez -que viene de ganar premios en los festivales de New Jersey y Niza del año pasado- se compone mayormente de silencios, climas y sugerencias en torno a dos soledades compartidas en el medio de la Patagonia.
Luego de un trágico accidente, dos personas unen sus vidas casi por casualidad. Pero la soledad que comparten es tal, que ni siquiera estando acompañados podrán superarla. Anna y Juan deberán enfrentar no solo la soledad de ambos, sino las diferencias de países que los separan, todo sucediendo en un poblado minero apartado en la Patagonia. Hoy nos toca hablar de Emma, un film por demás particular, que seguramente no va a dejar indiferente a ninguno de sus espectadores, ya que se aleja bastante de lo que estamos acostumbrados a ver a la hora de ir al cine. La mayor particularidad, es que estamos ante una película casi muda. Si tenemos unas diez líneas de diálogo a lo largo de Emma, quizás hasta estemos exagerando; pero aunque no lo crean es así. Y esto es una buena decisión por parte del director y guionista, Juan Pablo Martínez, ya que dota a la película de esas soledad que tanto sienten y les pesa a los personajes principales. Otro gran acierto, es el casting de Sofía Rangone en el rol de Anna. La actriz logra transmitirnos todo un abanico de emociones, casi sin emitir palabras; solo con sus gestos y una buena composición de lenguaje corporal, hacen que sintamos la desolación y tristeza casi constantes que sufre Anna a lo largo de la película. Pero así como les comentamos lo bueno, también debemos decirles lo malo; y es que el film no es para todo el público. Y no nos referimos a un desnudo que a esta altura no debería horrorizar a nadie; sino que el hecho que la película casi no tenga diálogos, va a descolocar a más de un espectador, no sabiendo que entró a ver a la sala del cine. Lo aconsejable, es que miren el trailer antes de ir al cine, que les va a dar una buena muestra de lo que se van a encontrar en la gran pantalla. Para aquellos que quieran ver un film poco común, Emma supondrá una buena opción. Para los espectadores ya acostumbrados a un cine convencional y que no supone ningún reto; lo mejor es que se planteen seriamente la opción de verla.
Un film con guión y dirección de Juan Pablo Martínez, que logra un clima inquietante, que indaga sobre la soledad más absoluta, que muestra sin palabras pasiones y dolores, y desconcierta al espectador sumando misterios sobre la mujer del título. Un encuentro, entre el personaje que encarna Germán Palacios y el de Emma. El un trabajador con problemas de salud que trabaja en la minas de carbón de Río Turbio. Ella una bella y joven mujer desolada, polaca, sin dominio del idioma, con un marido que desapareció y lo van a declarar muerto. Entre ese hombre de muy pocas palabras y algunos secretos, y esa mujer sin familiares ni amigos en un país que no es el suyo se emprende un camino en común pero que escapará de los moldes. Porque el devenir de la protagonista se abre a búsquedas y equívocos, a pulsiones para la muerte y la vida, a decisiones que se toman entre el deseo y la improvisación, entre el misterio y los deseos colmados. Un film que en un punto muestra un mundo silencioso e intenso que incomoda al espectador con los enigmas no resueltos de una mujer por siempre ligada a ocultos objetivos. Interesante, muy bien actuada, poseedora de sugestión y verdades no reveladas.
Cuando nos conocimos Desde el jueves 8 de febrero se puede ver en el Cine Gaumont Emma, la nueva película independiente del realizador Juan Pablo Martínez, galardonada como la mejor película en la pasada edición del New Jersey International Film Festival. Juan (Germán Palacios) es un solitario trabajador en una mina de carbón. Anna (Sofía Rangone) es una joven polaca que sufrió la desaparición de su esposo, la única persona que conocía. Ambos se encuentran solos y aislados en Río Turbio hasta que un accidente los une y empiezan a formar una atípica relación. Dirigida por Juan Pablo Martínez, Emma se destaca por la presencia del silencio y por la escasez de diálogos y música, una apuesta fuerte del director y guionista, que permite que la narración se vaya construyendo a través de los gestos, movimientos y miradas de los personajes acompañado por los sonidos del ambiente y los paisajes patagónicos de Río Turbio, al cual se lo puede considerar un personaje más del film. La película participó el año pasado en el New Jersey International Film Festival consagrándose como Mejor Película, y en el Nice International Film Festival en la ciudad francesa de Niza donde la actriz Sofia Rangone obtuvo el premio a Mejor Actriz en película extranjera. Además de su estreno comercial en el Gaumont también se podrá ver la película durante todos los sábados de febrero en el MALBA a las 22.00 horas. Crítica de Brian Bahar.
Publicada en edición impresa.
Emma: historia mínima y sensible Es el resultado de un experimento narrativo de Juan Pablo Martínez, decidido a filmar un largometraje en el que las imágenes tengan mucho más peso que la palabra. El rodaje se llevó a cabo a partir de una escaleta reducida (doce páginas), pero la historia fue ganando espesor y profundidad. Anna, la silente protagonista (Sofía Rangone), llega desde Polonia, sufre la desaparición de su esposo, un empresario de la industria del carbón, y queda anclada en la Patagonia sin ninguna relación visible, hasta que conoce a un trabajador minero de Río Turbio (Germán Palacios). A partir de ahí se desarrollará una historia conmovedora, con recursos simples, sutileza y eficacia.
El amor, con una sola palabra El filme prescinde de las palabras para transmitir el sufrimiento de los protagonistas. Una mina de carbón en Río Turbio, ambiente conflictivo si los hay en esta temporada de verano, es el arduo escenario de la cuarta película de Juan Pablo Martínez. Lejos de las protestas que hoy marcan la agenda del lugar, Emma está definida por sus silencios, a tal punto que la protagonista Anna, interpretada por Sofía Rangone, no pronuncia más que una palabra en toda la película. Y Germán Palacios, que se pone en la áspera piel de Juan, tampoco tiene demasiado para decir. Sin embargo, unas poquitas palabras le alcanzan a Martínez para construir una particular historia de amor entre ellos. Lo curioso es que el cineasta venía de dirigir las comedias repletas de diálogos Luna en Leo y Desmadre, que ya desde sus títulos jugaban con las palabras. Un caprichoso accidente al principio de Emma cruza a esa inmigrante polaca que, desde la misteriosa desaparición de su marido, quedó abandonada en un país donde no conoce a nadie y ese hosco trabajador minero que parece dejarse morir de a poco. Y desde ese momento, y sin que casi medie palabra entre ellos, los solitarios Juan y Anna consiguen comunicarse y demuestran tener más puntos en común que los aparentes. La cámara toma distancia de los personajes y recalca el aislamiento que sufren en ese inclemente paisaje patagónico, pero más tarde se permite acercarse a ellos en los espacios cerrados en los que consiguen construir una relación silenciosa. Martínez nunca termina de hacer explícitas las razones del sufrimiento de los protagonistas y se siente cómodo insinuando ese pasado oscuro que atormenta a Juan y Anna. Los grandes hallazgos de Emma aparecen en la imposibilidad de sacarse esa capa de suciedad que recubre a Juan cada vez que sale de la mina y en la mirada cautivadora de Anna. Tal vez por eso el filme se resiente mucho cuando el cineasta necesita poner en palabras algunos conflictos que atraviesan los protagonistas.
LOS SILENCIOS DICEN MÁS QUE LAS PALABRAS Juan Pablo Martínez, quien cuenta con una trayectoria bastante ecléctica y muchas veces cercana a la comedia, cambia de rumbo y se adentra en la reflexión de la soledad humana en Emma, su nuevo film. Los personajes: una inmigrante polaca y un minero de Río Turbio. Nada los une, sólo el desamor y el desencanto por la vida. Ambos parecen vagar por esa inmensidad de la Patagonia argentina, para encontrarse sólo por el rato en el que intentan escapar de lo que suponemos un pasado sombrío y triste. Los personajes nunca evocan su historia, no comparten sus pasados, simplemente pasan el tiempo en compañía uno del otro, pero eso sí, sin mediar palabra. La película, cargada de ruido ambiente, con escasa música diegética y aún menos diálogos, logra establecer de forma clara los vínculos entre los personajes, sus estados de ánimo y su impronta personal. En contraposición al escaso peso de la banda sonora, se destacan las bellas imágenes de los paisajes patagónicos, así como también el rol de la cámara, que toma una impronta de gran envergadura, ya que es la que nos permite construir a los personajes. El tratamiento del color es delicado, teniendo las escenas patagónicas una tonalidad más azulada, remitiendo al frío y a la soledad de esa zona, y las escenas por fuera de ellas, una tonalidad más cálida. Lo mismo sucede en las escenas sexuales (única actividad que une a dichos personajes), donde una coloración roja juega con la pasión impersonal que estos sujetos se demuestran. Se pondera también el uso de la cámara en mano, lo que acentúa aún más el rol imperante de este aparato, siendo que el mismo se establece como el mediador de la relación entre esta pareja y los espectadores. Las actuaciones son atinadas, mostrando la habilidad de ambos intérpretes en el uso del cuerpo, con movimientos aletargados y sin emoción, y de las miradas, llenas de dolor y soledad acumulada. Emma se presenta como una poesía visual, de dos seres que se encuentran huyendo de sus propios problemas, más allá de que la historia en sí, que se nos presenta más cerrada que abierta, ya que los agujeros en blanco de la historia de cada personaje sólo son insinuados pero nunca explicitados por la película. Este tipo de historia es habitual en el cine local, pero funciona. Con pocos personajes, palabras y locaciones, el film sabe construir un relato consistente, donde las imágenes son las encargadas de narrar, y los silencios, de abrirle el juego al espectador a completar la trama.
Emma, de Juan Pablo Martínez Por Marcela Barbaro La nueva película de Juan Pablo Martínez realizador de Luna en Leo (2003) o Desmadre (2012) codirigida con Jazmin Stuart) entre otras, se diferencia de sus trabajos anteriores al partir de un guion propio, en el que apuesta a narrar una historia desde la capacidad descriptiva de las imágenes y la puesta en escena, prescindiendo, casi por completo, de los diálogos. Las primeras imágenes son las de Juan (Germán Palacios), respirando con dificultad el aire que no le alcanza. Trabaja en la mina de carbón de Río Turbio. Es un hombre de mediana edad, solitario, hermético y con una salud endeble a causa del trabajo. Vive de forma austera en una casa pequeña y apartada. De regreso a su hogar, en medio del paisaje yermo de la Patagonia Argentina, se cruzará accidentalmente con Anna (Sofía Rangone), una mujer joven y abatida por la desaparición misteriosa de su esposo, un alto empresario de la minería donde trabaja Juan. Ambos viven aislados. Están y se saben solos en el mundo. A su manera, comienzan un vínculo afectivo que les cambiará su realidad anodina, sin mediar palabra. En Emma las acciones son mínimas, el silencio de las imágenes da lugar al diálogo gestual y corporal de los protagonistas: dos seres introspectivos que comienzan a compartir su tiempo y espacio. Se ayudan desde el afecto y la solidaridad. El tono intimista del relato atravesará una historia que avanza muy lentamente, predominando los interiores oprimidos ante la fragilidad de esos seres. La película se divide en tres locaciones diferentes, a través de las cuales el realizador propone distintos tonos en la fotografía, el vestuario y la ambientación para describir los cambios emocionales que atraviesan los personajes, principalmente, Anna. Un recurso necesario ante la falta de palabras, que no deja de resultar algo sorprendente y desconcertante en relación a la densidad dramática que se venía sosteniendo. El giro más hacia el final, resulta algo más placentero. Después de ser exhibida en diferentes festivales, fue premiada como Mejor película en el New Jersey International Film Festival 2017 (New Jersey, EEUU). Y su protagonista, Sofía Rangone fue elegida Mejor Actriz en el Nice International Film Festival 2017 (Niza, Francia), quien realizó un destacado trabajo junto a Germán Palacios. La exigencia de Martínez por querer narrar apartándose de los diálogos, casi como un ejercicio experimental, no logra generar el lirismo y la complejidad visual a la que apunta todo el tiempo. Emma necesita decir algo más. EMMA Emma. Argentina/España, 2017. Guión y dirección: Juan Pablo Martínez. Intérpretes: Germán Palacios, Sofía Rangone, Jazmín Stuart y Ezequiel Díaz. Fotografía: Adrián Lorenzo. Música: Federico Travi. Edición: Javier Favot. Dirección de arte: Valentina Dariomerlo. Sonido: José Caldararo. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 76 minutos.
Emma (2017) de Juan Pablo Martínez, es una película independiente que quiere proponer su propio lenguaje y que muestra en cada plano su construcción a puro pulmón. Un accidente en el medio de la Patagonia une a Juan (Germán Palacios), quien trabaja en una mina de carbón y a Anna (Sofía Rangone), que ha sufrido la desaparición de su esposo, la única persona que conoce en el país. Ambos viven aislados de todo y de todos, y lentamente construirán una relación. Es interesante la búsqueda de apoyarse enteramente en lo silente. Las pocas palabras que se expresan en toda la película, funcionan como una guía y ayudan a entender algunas cosas. Pero su apuesta es efectiva y se sostiene en sí misma por los aciertos en la progresión de la narración y la interpretación de los actores principales. La historia de amor fuera de lo típico, es contada con su propia construcción de la sensualidad y la ternura. Son dignos de reconocimiento los logros en la realización y su prolijidad, por haber contado con un equipo técnico de solo ocho personas.
La cuarta película de Juan Pablo Martínez explora los parajes de una Patagonia invernal, que parece acoplarse al estado emocional de sus habitantes. En este caso los protagonistas son Juan (Germán Palacios) y Anna (Sofía Rangone), un trabajador minero de la zona y una polaca que coinciden en medio de lo gélido de Río Turbio. Él parece sobrevivir a una rutina que lo lleva a erosionar su salud, mientras que ella intenta seguir con su vida después de perder a su marido.
Buen cine de sentimientos Siempre en constante búsqueda como director y productor de obras ajenas, Juan Pablo Martínez se prueba aquí en una obra intimista, de escasos componentes y diálogos aún más escasos. Trabajo de veras independiente, sin ningún subsidio del Incaa, con un equipo de apenas ocho técnicos, filmada de a poco en las afueras de Rio Turbio, la orilla del mar y la catedral de Cracovia, éste es un cine de sentimientos descriptos mayormente a través de la imagen, los silencios, y el rostro hermoso y reservado de la protagonista. Ella es Sofía Rangone, actriz de teatro musical que aquí, paradójicamente, apenas dice una palabra. Pero la dice con una luz en el rostro que es como una declaración completa de felicidad. Bien, porque antes la vimos en esa etapa terrible que la gente tiene cuando se van perdiendo las esperanzas y ya pesan demasiado la soledad y las necesidades jóvenes. A modo de espejo, consuelo y contrapeso, Germán Palacios juega con ella unas escenas de marcada sutileza. Faltaría, quizás, un par de tomas intermedias que ayuden a hilvanar ciertas reacciones, pero la intención del autor es hacer que el propio público vaya deduciendo y completando la historia. O las historias, porque a cierta altura cambia el escenario y surgen otros personajes, con otros conflictos. Imprescindibles, Federico Travi, música, Adrián Lorenzo, fotografía, Javier Favot, montaje, y Valentina Dariomerlo, arte.
Juan es un hombre encrudecido por su trabajo en las minas de carbón en Río Turbio, la Patagonia Argentina, mientras que Anna espera que su esposo desaparecido vuelva a su hogar. Luego de que la mujer sea víctima de un accidente, el destino cruzará la vida de ambas almas solitarias para darse compañía. El film se caracteriza por la presencia casi absoluta del silencio, los diálogos son muy acotados y se guardan para momentos especiales, poniendo mayor énfasis en la labor interpretativa de los actores Germán Palacios y Sofía Rangone. Sus miradas, gestos y posturas son las que deben hacer que la historia se entienda y que se transmitan todos los pensamientos y sentimientos de los protagonistas, algo que consiguen realizar sin mayores inconvenientes. Tampoco tenemos una banda sonora destacable, sino que se prioriza el sonido ambiente y de la naturaleza. Tal vez la comprensión del argumento no sea del todo clara, pero a medida que avanza el relato se van dando detalles de la vida de cada uno de los personajes. El director busca dosificar la información para que el espectador vaya descubriendo por sus propios medios lo que ocurre. Esta decisión se convierte en un arma de doble filo, ya que por un lado puede generar un mayor interés por parte de la audiencia que quiere saber concretamente qué está sucediendo y por el otro se puede convertir en una narración un poco lenta a pesar de su hora y monedas de duración. Como suele ocurrir en los films ubicados en parajes inhóspitos, en “Emma” el paisaje ocupa un lugar predominante, convirtiéndose en otro personaje mudo que expresa cierta crudeza en sus habitantes. En síntesis, “Emma” es una película que se sostiene por la efectiva interpretación de sus protagonistas, quienes tuvieron que trabajar con su corporalidad y gestos para transmitir una historia que poco a poco va desentrañando su argumento. La falta de diálogo y sonoridad se ve equilibrada por la labor de Germán Palacios y Sofía Rangone y la contextualización de una Patagonia gélida.
Esta película escrita y dirigida en solitario por Juan Pablo Martínez es un drama intimista de apenas contadas líneas de diálogo. La idea de Martínez parece ser la de contar en imágenes. Y sus protagonistas, una mujer que tras un accidente con su marido queda sola y sin poder entenderse con la gente que lo rodea y un solitario hombre que trabaja en una mina de carbón, no se valen de palabras para comunicarse. Así, "Emma" es una película de tiempos pausados, donde la información nunca está dada más que a cuentagotas. Por eso al principio uno no comprende por qué la protagonista nunca habla. No habla pero entiende, o al menos así parece, de miradas, de gestos. Germán Palacios y Sofía Rangone son los encargados de dar vida a estos dos personajes solos y solitarios que se encuentran y parecen entenderse y conectarse como no lo hacen con el resto del mundo. Todo esto con la fría Patagonia como escenario, lo que le aporta la sensación de soledad y vastedad. Planos y escenas largas, como bien dije antes, sin líneas de diálogos la mayoría, con una música incidental que en ciertas escenas se la siente invasiva. "Emma" está construida a través de los elementos más puros del cine. Como es de imaginar, no es una película hecha para el espectador promedio. Requiere de una atención y, sobre todo, paciencia importante para poder al finar completar la historia. O al menos lo que nos sirvieron, porque nada es explícito y porque hay varios aspectos de los que no te brindan más que algunos detalles sugerentes. Así, uno la completa a su modo más que nada. Con un tono melancólico y emotivo, "Emma" retrata una relación que se construye sin necesidad de comunicarse a través de las palabras. Primero, enfocándose un poco más en el personaje masculino, luego del encuentro en la incipiente relación, y por último cediéndole más espacio a la mujer. En el medio, hay una pequeña participación de Jazmín Stuart (con quien Martínez había co dirigido la película “Desmadre”) pero los protagonistas absolutos no son más que Palacios y Rangone. Un Palacios entregando una interpretación al mejor estilo la sobresaliente “Temporada de caza” y Rangone aportando algo más de delicadeza. A grandes rasgos, "Emma" es una película intimista y efectiva pero con unos tiempos y desarrollos bastantes lentos que hacen que no funcione más que para cierto tipo de espectador. Bellas imágenes y dos interpretaciones sutiles son los grandes ejes de este relato que cuenta poco y mucho al mismo tiempo. Poco de manera servida y mucho sugerente para terminar de construir cada uno al terminar de verla a la película.
Dos almas rotas que se encuentran de manera accidental, así se podría resumir en pocas palabras Emma. En su tercer largometraje, el cineasta Juan Pablo Martínez habla sobre la complejidad de las relaciones humanas. La película hace foco en la relación que logran formar dos personas que, cada cual a su manera, están aisladas del mundo. Por un lado está Anna (Sofía Rangone), una mujer polaca que vive en la Patagonia argentina y que no domina del todo -por no decir nada- el idioma español. Ella tiene que enfrentar sola un mundo que le es completamente desconocido. Por otro lado está Juan (Germán Palacios), un hombre de mediana edad, que trabaja en una mina de carbón en la ciudad de Río Turbio. Un día, casi por arte de magia, el destino entrecruzará sus caminos. De esta manera, Anna y Juan comenzarán de a poco a construir una relación. Lejos de las historias románticas a las que el cine mainstream nos tiene acostumbrados, Emma plantea una relación en donde las serenatas de amor no tendrán lugar. El vínculo que se genera entre ambos personajes no se construye a través de las palabras y la música romántica, sino que todo se va desarrollando durante el sexo y, a veces, con el simple hecho de compartir un café. Anna y Juan. Juan y Anna. Dos almas rotas y perdidas que se conectan tras su propia desconexión del resto del mundo. Mientras que Anna enfrenta la desaparición de su esposo, Juan se deja morir de a poco al rechazar tomar los medicamentos que debería. Emma es una película sobre el amor, pero también, y a igual medida, sobre la soledad. Es un film sobre la complejidad de las relaciones humanas y sobre cómo un pasado trágico y una vida solitaria pueden unir a dos personas. Juan Pablo Martínez crea una historia donde lo importante no son las palabras. De hecho, el metraje casi no cuenta con diálogos. Lo que se ve tiene mucha más importancia que lo que se pueda decir. El guion transmite, de una manera casi literal, la soledad en la que están envueltos ambos protagonistas. Nada de lo que pronuncien en voz alta podría tener tanto valor como aquello que expresen con sus miradas. El cineasta brinda la menor información posible para que sea el espectador quien vaya descubriendo la trama de a poco. Los colores y los paisajes son una parte fundamental de Emma, casi como un tercer protagonista. En su inicio la película cuenta con tonos más fríos y un paisaje completamente desolador que, por momentos, es hasta hostil. Hacia el final, en cambio, comienza a predominar una paleta de colores mucho más variada y cálida.
Cuando se dice que para comunicarse con el otro hay que hablar, expresar con palabras los sentimientos y pensamientos del modo más sincero y elocuente posible, esta película se encuentra en las antípodas de dicha reflexión. Esta nueva realización de Juan Pablo Martínez nos lleva a la provincia de Santa Cruz, en el poblado de Río Turbio, para contarnos una historia donde, prácticamente las palabras brillan por su ausencia, pues lo relevante se expresa con hechos, acciones y miradas. Rodada en un lugar duro, difícil y áspero para vivir, porque los inviernos son crudos y la actividad principal la extracción de carbón, con la toxicidad que conlleva estar en contacto permanente con dicho mineral. La historia se centra en Anna (Sofía Rangone), inmigrante polaca que recide en una amplia y confortable casa de piedra y madera junto con su marido, un argentino que está desaparecido desde hace más de un mes cuya búsqueda ha cesado. Ana conoce de manera casual a Juan (Germán Palacios), quien trabaja extrayendo carbón, y a causa de ello sus pulmones están deteriorados, hecho al que él no le da la importancia necesaria, habitando en soledad una modesta casa arrastrando un pasado que lo tortura. Lo que predomina entre ellos es el silencio. Al comienzo Juan le habla, pero ella no, aunque entiende lo que le dicen. Juan se vincula con Anna a través de acciones y pequeños gestos. No necesitan más que eso. El vínculo entre ambos se afianza. Los dos tienen perdidas importantes y a su manera se acompañan en el dolor. El director prioriza reflejar las atmósferas que generan las escenas. El ritmo pausado obedece a ello, respondiendo también al ámbito que los rodea, el que no permite otra posibilidad.. El secreto y las incógnitas del por qué ella no habla, y los demás que intentan tener una charla con ella no lo logran, sin cuestionárnselo, producen intriga e incomodidad en el espectador. Pero es un error no aportar información sobre el origen, como asimismo respecto de la mudez de la protagonista, dejando en la nebulosa antecedentes importantes, explicitados sólo mediante la información de prensa. Es correcto darle un halo misterioso a la narración, pero en algún momento los conflictos tienen que develarse en favor de lo que estamos viendo y no abusar de la imaginación de quién asiste a una sala cinematográfica.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
RECONFIGURAR EL RITUAL Como si se tratara de un pacto implícito, los protagonistas de Emma crean una suerte de lenguaje basado en el silencio, la expresividad del rostro, la simbología de los objetos y la imitación no sólo para comunicarse entre sí, sino también como una manera de convivir con el aislamiento, el sofoco y cierta pulsión de muerte. La forma en la que Juan le pasa el tazón de café o corta las papas son dos ejemplos marcados de la influencia de uno sobre el otro hasta tal punto de convertir dichas acciones cotidianas en una especie de ritual íntimo. Pero si bien ambos construyen un lazo, la película acentúa permanentemente el repliegue de los personajes sobre sí mismos, el recorte de sus historias personales y la importancia de los objetos como puentes de conexión. Anna se vincula con Juan por el pañuelo, con el esposo desaparecido por la alianza y la ropa, con la presidente de la compañía de carbón por los documentos pero, al mismo tiempo, puede interrumpirlos si se desprende de esos elementos. Juan Pablo Martínez trabaja el tiempo desde el desarrollo de la protagonista y propone tres momentos basados en los encuentros sexuales: el primero ligado más a lo onírico y al recuerdo puesto que ella se viste con la camisa del marido y piensa que sus manos son las de él; el segundo asociado con ese transcurrir del duelo y con la posibilidad de un nuevo nexo y el último centrado en la búsqueda de la experimentación y el renacimiento, aunque con cierta culpa. Además, el director lo aborda desde una fuerte impronta visual gracias al empleo de escenarios naturales, contraste de colores, luces y sombras y del propio vestuario. De esta forma, el filme inicia con la hostildiad climática de Río Turbio y vestimenta oscura; luego le da lugar al sol, la playa y a la ropa con tonos más vivos en Uruguay y finaliza con la calidez y la luz embriagadora de Cracovia. Intimidad, aislamiento y un juego constante entre la simbología de los objetos y la historia no contada permiten atravesar la opresión de los personajes de Emma hasta que la intensidad de Polonia logra su cometido: la posibilidad de cambiar de lenguaje. Por Brenda Caletti @117Brenn
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.