El cine israelí sigue llegando con llamativa asiduidad a la cartelera argentina. En este caso, es el turno de la ópera prima de la joven guionista y directora Miya Hatav que confronta los diversos mundos a los que alude el título (el religioso y el laico, el de los hebreos y el de los árabes, el de los hijos y el de sus padres) con resultados bastante valiosos y una mirada inquietante sobre la sociedad de su país. Apenas 14 días después del estreno de Una semana y un día llega otra película israelí que se suma a la larga lista de producciones de ese origen que se lanzaron durante en esta década y que incluye títulos como Medusas (se vio en 2010), Líbano (2011), Ajami (2011), Pie de página (2012), Policeman (2013), La infiel (2013), La esposa prometida (2014), Gett: El divorcio de Viviane Amsalem (2015), Mis hijos (2016) y Querido papá (2016). Como en buena parte del cine israelí (bastante más combativo y progresista que la media de la sociedad de ese país), en Entre dos mundos se exponen las diferencias (las grietas) generacionales, religiosas, étnicas y económicas que hay en ese país. En este debut de Miya Hatav rodado con un presupuesto reducido (250.000 euros) y en unas pocas locaciones de Jerusalén (la mayor parte transcurre en un par de habitaciones de un hospital) el conflicto central está limitado a una familia, aunque no es difícil encontrar aquí una crítica a ciertos prejuicios, miserias y represiones que dominan a buena parte de la comunidad en esa región. La película comienza con las secuelas de un atentado terrorista. Uno de los heridos es Oliel, un joven de 25 años que salva la vida, pero queda en estado de coma. Hasta el sanatorio llegan sus padres -que no lo veían desde hacía mucho tiempo porque él había abandonado la casa familiar sin informar su nuevo paradero- y su novia Amal, una joven música de origen árabe. La chica no se anima a presentarse como tal porque los progenitores son religiosos ortodoxos y jamás aceptarían esa relación. Con el transcurso de los días, las relaciones entre los diversos personajes que acompañan a los distintos pacientes se van intensificando (para bien o para mal), mientras salen a la luz las contradicciones, los secretos y mentiras, la culpa y los rencores, con una sensación de malestar que sobrevuela el ambiente. Una mirada bastante desoladora (sin golpes bajos aunque con algunas reiteraciones y subrayados un poco torpes) a la angustia existencial y al estado de las cosas en una sociedad en permanente tensión como la israelí.
“Entre dos mundos” (“Bein Haolamot”) es el segundo film israelí que se estrena en la cartelera argentina en el último mes. Como toda película proveniente de Oriente Medio, podemos encontrarnos con historias marcadas por la cultura propia del país y de las distintas costumbres de cada territorio en particular. Esta cinta en particular es un drama familiar y religioso que, a pesar de tratar temas tanto pesados como actuales, tiene un buen desempeño en pantalla y un resultado bastante sobrio. La ópera prima de la joven guionista y directora Miya Hatav propone un choque de “mundos”, tal como adelanta el título, entre el mundo religioso y el laico, el judío y el árabe, y el de la familia (haciendo hincapié en la relación padre-hijo, esposo-esposa). Luego de un atentado terrorista, Bina, una mujer religiosa de Jerusalem, se reencontrará en una sala de hospital con su hijo Oliel de 25 años, quien ha sido seriamente herido en un ataque terrorista. Se habían distanciado y al principio no sabremos el porqué, que iremos dilucidando con el transcurrir del metraje. Allí mismo, en el hospital, Bina conocerá a Amal, una joven que aparentemente cuida a otro interno y con quien entablará una relación basada en fortalecerse mutuamente mientras esperan que sus seres queridos mejoren. Sin embargo, Amal parece esconder algo que cambiará la vida de Bina y su familia. La cinta es un relato pequeño pero con mucha sensibilidad y que no tiene miedo a exponer la crítica social con la que fue pensada y concebida. En general, el cine israelí suele servir de plataforma para que sus realizadores exterioricen los problemas que tienen como ciudadanos, y esta película logra llevar a cabo su intranquilidad. “Entre dos mundos” es un film de bajo presupuesto que en pocas locaciones y con escasos recursos logra construir un relato que se apoya en la buena labor de sus intérpretes. La mirada de Miya es muy personal y consigue mostrar en profundidad la tensión entre las costumbres religiosas y el punto de vista laico del “joven” contemporáneo. A medida que se va desarrollando el relato podemos ver cómo se van dando ciertas situaciones donde aumentan las tensiones, las contradicciones y algunas dudas por parte de los personajes. Y es que en definitiva, los seres humanos somos seres complejos cargados de subjetividad y costumbres que transforman nuestra vida diaria y nuestra percepción de las cosas. Es así como los personajes irán viendo que no todo es blanco y negro (algunos, no todos), sino que hay grises en el medio. “Entre dos mundos” es un drama simple en su confección, pero complejo por la temática desarrollada, que a fuerza de buenas actuaciones nos muestra una mirada desconsoladora sobre la eterna discrepancia entre el mundo religioso y el secular. Interesante y atípica propuesta que nos ofrece la cartelera. Puntaje: 3/5
No libertad, no amor Entre dos mundos (Bein Haolamot, 2017) es un drama sobrio concentrado en un conflicto religioso familiar que muestra cómo la misma religión, que ordena la vida de los personajes, puede hacer que el recuentro, la ausencia, la nostalgia, el arrepentimiento, la expiación, el origen materno y sobre todo, el amor y la libertad, sean arrancados de su devenir natural para convertirse en consecuencias violentas. Tras un atentado terrorista Oliel de 25 años queda en estado vegetativo internado en un Hospital de Jerusalén. A ese lugar se presentan dos mujeres, primero su madre Bina, a quien no veía hace muchos años debido a que Oliel dejó su casa por romper con las tradiciones de su familia, y también su novia Amal, quien no puede revelar su identidad árabe y dice estar al cuidado de otro interno para estar cerca de su novio. A partir de allí las dos mujeres comienzan a relacionarse bajo la tensión de que la verdad se descubra y cambie el buen clima existente entre ambas. La película trae el tema de las razas y creencias religiosas como elementos de tensión para la buena relación entre los personajes. Lo hace de manera interesante y desde un nuevo punto de vista, pues si bien estamos ante el eterno conflicto árabe-israelí, el espacio de acción deja de ser el campo de batalla para concentrarse en un solo escenario donde la fragilidad de los enfermos hace que las personas parecieran olvidar sus orígenes y puedan relacionarse mejor. No obstante, luego aparece nuevamente la idea religiosa que termina por dinamitar todo, al mostrar lo profundo que resulta para algunos seres humanos su relación con sus dioses y la visión del mundo más allá de la muerte. Es loable como la película no intenta adentrarse en el documental o mostrar los efectos de los atentados terroristas de fondo, ni armonizar las diferencias raciales o menos generar reflexiones de manera intencional. El espectador pensará después, pero la película hace todo de manera directa y concreta en el hospital porque -si bien se ven otras locaciones- intenta seguir la idea de una tragedia griega donde espacio y tiempo coinciden. En este caso el drama gira alrededor del hijo herido. Sin ser una obra maestra, la película es atractiva por centrarse en dicha tensión. Resulta conmovedora ya que apuesta más que nada por las sensaciones de sus personajes y, aunque bordea el melodrama, el film esquiva cierta liviandad menos impactante. Ahí estamos en un clima Chejoviano -aunque también de Beckett- con personajes esperando sin otra cosa que relacionarse en el mismo espacio con el origen de Amal siempre a punto de develarse.
Es una película israelí, de la directora Miya Hatav que nació en el seno de una familla religiosa ortodoxa y luego cambió sus costumbres. Este film tiene gran resonancia autobiográfica. Un atentado en Jerusalén, un hombre muy joven que es operado con éxito pero sigue en coma. Este hecho anuda el argumento del film. El hombre joven alejado del fanatismo religioso de su familia vive con una novia árabe. Desde el hospital avisan a su familia biológica, que no se separa de su lado. Por eso su novia debe fingir ser familiar de un hombre mayor, también en coma, para estar cerca de su amado. Así entabla una relación con su futura suegra, ocultando su origen árabe. Las dos mujeres y el secreto que las une pueden comunicarse. La madre ha tenido inquietudes, cuestiona a su marido en especial con la relación con su hijo. Cuando se descubre la verdad habrá rechazo pero también una esperanza de comunicación. Armado con el suspenso de un Thriller, basando el relato en la sabiduría femenina, resaltando el valor de los sentimientos se transforma en un film interesante y jugado. Aunque su mirada sobre los judíos ortodoxos tiene una benevolencia que ellos no suelen utilizar. Buenas actuaciones, y una sostenida emotividad que nunca pierde su nivel.
El amor, en sus muchas facetas Hace apenas unos días se estrenó en nuestro país Una semana y un día, una gran película de Israel, país con una producción cinematográfica que en los últimos años se ha tornado muy interesante y de la que sabemos bastante poco. Por eso, en el marco de una cartelera comercial copada por las producciones de Hollywood, la llegada de Entre dos mundos es un dato para celebrar. La historia que cuenta este film emotivo y de muy bajo presupuesto (apenas 250.000 euros) rodado en Jerusalén es realmente dramática. Un joven de una familia judía ortodoxa decide no seguir los mandatos religiosos que quieren imponerle sus padres y se aleja de ellos. El reencuentro no será para nada feliz: sabrán de él luego del ataque de un terrorista que lo deja a un paso de la muerte. Cuando llegan al hospital donde permanece inconsciente, se cruzan con una chica árabe de cuya relación con su hijo ni siquiera sospechan. En las tensiones de ese encuentro están resumidas las dificultades cotidianas de una región del mundo que vive en conflicto permanente. Cuando los preceptos religiosos separan a la gente en lugar de unirla, vale la pena revisarlos. Pero los padres de Oliel, convencidos de que es una voluntad divina la que rige los destinos del mundo, no parecen dispuestos a hacerlo. Es esa jovencita desconocida la que los incomoda con una verdad irrefutable: al abandonar la idea de que un Dios todopoderoso digita lo que nos ocurre, empezamos a ser enteramente responsables de nuestros actos.
Divididos por la religión Esta película israelí muestra a una familia judía, una chica árabe y su disputa por un hombre en coma. Del cine israelí suelen esperarse posicionamientos políticos, planteos morales o algún tipo de reflexión sobre ese polvorín siempre a punto de estallar que es Oriente Medio. Y Entre dos mundos no defrauda esas expectativas, pero lo hace desde un lugar lateral: el drama familiar. En un atentado en Jerusalén resulta herido un guardia de seguridad. En el hospital coinciden sus padres y su hermana, por un lado, y su novia, que no se conocen: Yoel lleva unos años sin contacto con su familia, por lo que nunca les contó que está conviviendo con Amal, una chica árabe. Ahora él está en coma y ella no se anima a presentarse ante sus suegros, que son judíos ortodoxos, por miedo al rechazo. Pero de todos modos se las ingeniará para estar cerca de su amado. El planteo es potente, pero hay un problema: la balanza de la empatía está inclinada hacia un solo lado. Para cualquier espectador que no sea judío ortodoxo -o religioso en un grado equivalente-, la posición de los padres es insostenible. No hay ningún tipo de identificación posible con esa pareja que, a los ojos de cualquiera ajeno a sus creencias, se comporta arbitrariamente. Sobre todo el padre, al que se lo presenta casi como un supersticioso por su empecinamiento en realizar, a instancias de un rabino, un ridículo ritual para curar a su hijo. Hijo al que, por otra parte, ni él ni su mujer conocen realmente. En cambio Amal, que también se alejó de los suyos para poder vivir su historia de amor prohibido, está en el otro extremo: es la heroína abnegada, la princesa que viene a despertar al bello durmiente, una inocente Julieta en medio de los Montesco. Pero el título de la película remite a Yoel: tanto al tironeo entre culturas al que es sometido, como al limbo entre la vida y la muerte en el que permanece. Y lo que se muestra es cuento conocido: la religión -cualquiera fuera- como profunda línea divisoria entre los seres humanos.
Entre mundos, de Miya Hatav Por Silvina Rival La temática de Entre mundos ya la hemos visto y leído varias veces en otras historias y narraciones; algunas son contemporáneas y otras son añejas pero se renuevan de en cada nuevo conflicto en el que una grieta se hace presente. El motivo literario es pequeño y poderoso: el amor prohibido. El enunciador -y el enunciatario posible- ya lo saben y por ello Miya Hatav propone un pequeño desvío para hablar de ese motivo cuyo referente más poderoso sería Romeo y Julieta. Porque, claro está, lo prohibitivo del encuentro amoroso no siempre es esa brecha que se abre entre colectividades, comunidades, familias que trazan sus fronteras por ideales de orden económico, político y religioso. También existe el amor prohibido que mira desde lejos el mito de Tristán e Isolda, el amor vedado antes que nada por ser extramatrimonial, por no responder a la institución familiar, más allá de que posea componentes económicos, políticos y religiosos que se juegan en esa incompatibilidad amorosa. Entre mundos responde más bien a esa otra brecha de la herencia familiar que se puede complacer o bien, ignorar. Bina y Meir, dos judíos ortodoxos radicados en Jerusalén, se enteran de que su hijo Yoel se encuentra internado a raíz de un atentado. El traslado a la clínica se da en simultáneo al de Amal, la pareja de Yoel de estos últimos dos años. Dado que Amal es de origen árabe, decide no confrontar con esa situación y pasa sus días en el hospital fingiendo ser la hija de otro paciente. Bina y Amal van entablando una cordial relación de entre pasillos con el fluir de los días, en tanto Yoel no logra salir de su estado de coma. La metáfora del título es más que evidente, casi spoiler podríamos decir, en lo que a la historia refiere: la incompatibilidad de un amor entre el mundo árabe y judío que no se resuelve con la distancia familiar. Más interesante es el vínculo especular que Hatav logra establecer entre este motivo narrativo y su relato cinematográfico. ¿Cómo relatar esa historia harto conocida? Y este sería el desafío de la película. De esta manera, lo más interesante radica en cómo contar más que en lo que se cuenta. Entre mundos estructura una narración también entre dos. Hay una prehistoria a la que accedemos parcialmente a través del discurso de los personajes, algunas pruebas que el padre de Yoel encuentra en su domicilio y unos efímeros flashbacks de la pareja. Esta prehistoria, que no forma parte del presente de la narración pero a la que se alude permanentemente, es el tiempo del amor falsamente libre y, por supuesto, prohibido. Hatav acertadamente decide no registrar ese momento ni tampoco el del atentado mismo. No le interesa porque no es relevante para el relato porque es la internación de Yoel la que abre el conflicto de esta historia; el film como un lugar de paso, una transición y un “entre” no resuelto. La película es el pasaje entre aquella prehistoria que mencionamos y una otra cosa, que hay que configurar pero que Hatav tampoco registrará. Entre mundos es efectivamente un relato entre lo que precede a toda historia y el destino incognosible. ¿Acaso le corresponde a Miya Hatav determinar cómo debe resolverse este desastre? Porque el film es ficcional pero nadie podría dudar que esta grieta signa indefectiblemente la vida de miles de personas reales. No tendría ningún sentido proponer un resoluciones, pero en la lógica del film, sí tiene sentido aprovechar ese pasaje entre dos cosas para reflexionar, evaluar y reubicar posiciones que la vida presente. Aunque el detonante tenga que ser la inminencia de la muerte. ENTRE DOS MUNDOS Between World Entre mundos, Israel, 2016. Dirección: Miya Hatav. Guión: Miya Hatav. Montaje: Nissim Massas. Fotografía: Rab Aviad. Intérpretes: Maya Gasner, Maria Zreik, Yoran Toledano, Toy Golan. Duración: 84 minutos.
Nuevo ejemplo de un cine israelí que parece atento, e implacable, a la descripción de una sociedad llena de tensiones, esta vez en torno de una familia ortodoxa que debe entablar relación con la novia árabe de su hijo. El joven está en coma después de un atentado. Y el hospital es el mundo que los contiene.
Una mujer desesperada asiste a un hospital donde su hijo fue acuchillado en un atentado terrorista. Esa mujer es religiosa, ese hijo se ha ido de casa y tomado otro rumbo. Otra mujer, más joven, dice cuidar a otro paciente y establece con ella un lazo de empatía que se va profundizando a medida que transcurre el tiempo. Hay, claro, un secreto que se va develando y que las une. No importa tanto el misterio (que es previsible) como la manera en que el film construye la relación entre los personajes a partir de un realismo seco que permite ver a trasluz las contradicciones –y también las uniones– dentro de una sociedad. Es, por supuesto, una película sobre Israel y su entorno, sobre sus problemas y sus sufrimientos. Pero si sólo fuera eso, no tendría el peso que tiene: en la manera como esas dos mujeres se enfrentan al mundo y lo reconstruyen se manifiesta toda la Humanidad.
Relato familiar, posturas antagónicas. Quien busque sutilezas, ambigüedades o zonas grises en la ópera prima de la realizadora israelí Miya Hatav difícilmente las encuentre. Entre dos mundos edifica desde las primeras escenas una mirada eminentemente humanista sobre un tema tan complejo que puede considerarse irresoluble, al menos en lo mediato: la difícil convivencia entre ciudadanos judíos y árabes en el territorio del estado de Israel. No lo hace bajo la forma de la tesis, sino condensada como alegoría, en un relato familiar que parte de una situación dramática y la convierte en excusa para un posible acercamiento entre las partes. Un atentado terrorista tiene como única víctima a un joven judío de familia ultra ortodoxa y en el hospital convergen madre, padre y hermana, por un lado, y su novia de origen árabe por el otro. Ciertamente, los primeros desconocen la existencia de la segunda: el muchacho -que yace en coma con diagnóstico reservado-, dejó el seno familiar hace largo rato y prácticamente ha cortado relaciones con los suyos. Por obvios motivos, también ha escondido esa relación, que sólo podría ser considerada como poco menos que tóxica. La primera parte de la película encuentra a la enamorada, de nombre Amal, dilatando la llegada del momento en el cual deberá dar a conocer su identidad. La elección de un clan atado rigurosamente a los dogmas y prácticas devotas le da algo de ventaja al guion de Hatav, quien dispone algún que otro elemento de suspenso en ese juego de darse a conocer/ser descubierta por los padres de su pareja. Habitante de Jerusalén, dueña de un hebreo de acento perfecto y con rasgos religiosos bordeando el secularismo, la chica se hará pasar por la hija de un anciano que también se encuentra internado en condición crítica. Los primeros roces y acercamientos se darán en charlas circunstanciales de pasillo entre Amal y Bina, la madre del joven, un poco más abierta a la posibilidad de la empatía que su rígido esposo, más preocupado por seguir los doctrinarios consejos de su rabino que por permanecer cerca del lecho donde yace su hijo. Así barajadas las cartas del relato, con algunas piezas de información extra que el film entrega regularmente a través de diálogos o flashbacks, la trama va acercándose al momento de la confrontación, en el arranque del tercer acto, que llega puntual y previsiblemente. Gracias a un reparto profesional y un metraje conciso, Entre dos mundos nunca cae en la obviedad del drama psicológico de cámara mal entendido, aunque su costado melodramático –más formal que temático– asome la cabeza en varios momentos. En el fondo, se trata de un relato ligeramente feminista y algo voluntarista que elimina de la ecuación casi todas las variantes políticas y sociales, concentrándose en cambio en la comprensión y el perdón personal como mecanismos ideales para buscar la posibilidad de la convivencia –y, quizá, la paz– entre habitantes de una misma tierra.
Más cursilería que drama Cada tanto llegan a la cartelera tanto peliculas israelíes como palestinas. Por cierto, bastante pocas; en general, las palestinas enfocan mejor historias que podrían ser de un policial o cualquier otro género, pero fatalmente el asunto va a dirigirse siempre al conflicto interminable de Medio Oriente. En cambio, las peliculas israelíes suelen tener una aproximación un tanto más corrosiva, a veces provista de un humor negro que funciona con un visión critica. No es este el caso de "Entre dos mundos", que utiliza una no especialmente elaborada trama de melodrama para plantear una relación conciliatoria entre una chica árabe y una mujer judía profundamente ortodoxa en sus creencias, con la típica idiosincrasia de esa parte de la población nada interesada en integrarse con sus vecinos árabes, ni mucho menos aceptarlos en su familia. Y es que justamente hay un lazo de sangre que une a las dos protagonistas, eso gracias a que una de ellas oculta su auténtica identidad. Todo esto podria haber salido de una telenovela, y en realidad se parece a un típico drama televisivo que se toma todo con una seriedad terrible, como si el tono de tragedia solemne le diera automáticamente calidad a un film. "Entre dos mundos" interesa por el tema, tiene buenas actuaciones y una fotografía interesante, su puesta en escena es lenta y un ritmo moroso capaz de provocar un coma como el que sufre el hombre que une a estas dos mujeres.
Esta historia se encuentra bien contada, la directora se toma sus tiempos, gran parte se desarrolla en las habitaciones y pasillos de un hospital. Muestra el conflicto que viven dos familias ante la enfermedad, por un lado un hombre enfermo que es visitado por un familiar y por otro un joven judío herido que queda en estado de coma después de un atentado terrorista, quienes lo cuidan son sus padres pero también se encuentra en ese lugar una joven de origen árabe Amal (Maria Zreik) que apenas se atreve a acercarse a su novio y su presencia es casi a escondidas. Son varios los días de internación y con el paso del tiempo, los pocos personajes van entrelazando sus vidas, sus conflictos, sus secretos, sus reproches y mentiras. Se pueden observar momentos de tensión y angustiantes que generan buenos climas. Una historia sin golpes bajos, que llega al corazón.
La ópera prima de la joven directora israelí Miya Hatav se centra en una historia que parece pequeña, pero despliega numerosas aristas para reflexionar. Bina (Maya Gasner) es una mujer religiosa de Jerusalem que se reencuentra tras varios años con su hijo Oliel, quien fue herido en un ataque terrorista. En el hospital conoce a Amal (María Zreik), una joven que supuestamente está cuidando a un familiar. Allí entablan una relación que les permite atravesar el momento, mientras descubren un secreto que las une. Entre dos mundos (Bein Haolamot, 2016) refleja lo que producen las diferencias religiosas en la sociedad. En la película está reducido a una familia religiosa que no acepta que su hijo haya adoptado otras costumbres; y ni siquiera frente a la posibilidad de perderlo respetan sus decisiones. Hatav consigue que el argumento traspase la pantalla y cautive al espectador. Los planos elegidos, las miradas de los intérpretes y el lugar que ocupa el silencio en algunas escenas confluyen en un todo más que efectivo. La historia es rica en sí misma y, como ejemplo, la problemática puede trasladarse a otras estructuras con otros actores. Sin embargo, Entre dos mundos se queda justamente en eso: entre ser una excelente película o sólo el intento. Porque el abrupto final le entrega al público la responsabilidad de imaginarlo.
El eterno conflicto entre árabes e israelíes está lejos de terminar, y el cine no permanece ajeno al mismo. Entre Dos Mundos es una propuesta que se vale de dicho conflicto como punto de partida de un debate igual de intenso: ¿Qué ocurre cuando dos personas en veredas opuestas de esta cuestión encuentran el amor? Entre la tradición y el odio: Un atentado terrorista deja a un joven en estado de coma. Amal, su novia, va a visitarlo al hospital, solo paracritica entre dos mundos encontrarse con la familia de él, a la cual no ve desde hace años y desconocen la relación que la une a su hijo. El hecho de que ellos sean judíos ortodoxos y ella de origen árabe no ayuda mucho a la situación. No obstante, Amal, haciéndose pasar por la pariente de otro paciente en coma, tratará de ganarse su confianza. El guion de Entre Dos Mundos es de una gran promesa dramática. Es una historia donde hay muchos valores en conflicto, principalmente en la elección entre el amor y la tradición. Tenemos, por un lado, el lazo que se construye entre Amal y la madre de su amado, y por el otro, la pesquisa de su padre por tratar de buscar una explicación racional sobre lo que le ha ocurrido a su hijo. De esta manera, la película cuestiona los límites de la tradición religiosa, arriesgándose a ilustrar que, si no se mide, es una fidelidad que puede cegarnos de nuestra más esencial humanidad. Un elemento a destacar es que la película desarrolla esta premisa mayoritariamente a través de acciones. Toda la información y los giros narrativos nacen de las imágenes. El espectador casi siempre tiene que hacer dos y dos, y durante una gran parte del trayecto la película sobresale gracias a esto. Infortunadamente, llegando el final, todos estos logros se dan contra una pared gracias a un final anticlimático, dando la sensación de que a la película le faltara un tercer acto, una resolución satisfactoria, sea a favor o en contra de la protagonista. Es uno de esos finales que dejan preguntas y no en el buen sentido. Por el costado técnico, los encuadres están compuestos con mucha habilidad, y sin importar lo que pase en el fondo, la cara de los intérpretes ocupa un lugar de privilegio en la puesta en escena que propone la dirección. Esta última está alineada con una prolija y no pocas veces intensa labor del plantel de actores, en donde todos gozan de una descomunal expresividad que les permite decir mil palabras con solo una mirada. Conclusión: Entre Dos Mundos es una propuesta que goza de una hábil puesta técnica y una sobresaliente labor actoral, pero la carencia de resolución es lo que impide que la película se luzca. Un verdadero inconveniente tomando en consideración la enorme sutileza y pulso con la que venían contando su historia. No obstante, la manera en la que la tradición religiosa es retratada será motivo de no pocos debates.
¿UNIVERSOS PARALELOS? ¿A quién amo? ¿En qué creo? La elección como guía, como incertidumbre son algunas de las posibilidades plasmadas en la ópera prima de Miya Hatav y que actúan como clave de lectura del film. Es que la idea de escoger se vuelve central para combinar esos dos mundos que parecen tan distantes y desconocidos. El punto de unión es Oliel, un joven que está en coma tras haber sufrido un ataque terrorista. El hospital y, sobre todo, su habitación se vuelven el espacio de convergencia y de revelación de ambos universos El primero puede pensarse en las raíces primigenias, es decir la familia, y la encarnación por excelencia es Bina: una madre que no deja de recriminarse a sí misma y al marido por la huida del hijo, por el desconocimiento de su paradero, por la ruptura del lazo, por cierto derrumbe matrimonial; un abatimiento tan grande que se refleja en la vacilación de los gestos, de las sensaciones y en cierta paradoja espacial: si bien se lo cree un sitio cerrado, reducido y hasta con rasgos opresivos, se lo percibe, en algunas escenas, como un lugar extenso, inabarcable por la distancia entre ellos. El segundo da cuenta del amor en todas sus facetas: fuerte, temeroso, compañero, servicial, distinto y su referencia es Sarah/Amal, una joven que aparece deambulando por el hospital interesada en Oliel, pero no puede develar quién es en realidad, más allá del detalle clarificador del tatuaje de ave en su muñeca y de la adopción del primer nombre para acompañar a “su padre”, cuyo único lazo es no atender el celular y descubrir cuál es el estado del joven. De esta manera, Entre dos mundos apuesta por el desarrollo de los personajes femeninos para enmarcar no sólo dos propuestas de ver, pensar y vivir, sino también para desplegar numerosas variantes a la hora de amar en el universo femenino. De hecho, en un rol menor también aparece Esty, la hermana de Oliel, que aporta otra forma de vincularse. Mientras que cada hombre evidencia un rasgo puntual: el padre como símbolo de la religión, Oliel un misterio/ un cuerpo, el hombre que le lee a la esposa en coma, amor reparador. La habitación parece volverse invisible cuando Bina lleva el CD que le había comprado a su hijo a los 13 años y ambas mujeres se ponen a bailar. Allí, y por primera vez, en Entre dos mundos sólo importa la confidencialidad, una entrega desinteresada y genuina en la imbricación de un mismo universo acompasado, poderoso, femenino, libre pero, por sobro todo, en una elección espontánea y honesta de volverse una. Por Brenda Caletti @117Brenn
Denso planteo sobre la ortodoxia cuando atenta contra las relaciones humanas Relatos de amor se pueden contar por centenares en la historia de la cinematografía mundial. Los encuentros y desencuentros de las parejas fueron retratados desde todos los ángulos posibles, con finales felices, otros más realistas, y algunos pocos que dejan un sabor amargo en los sentidos del espectador. El director de esta película, Miya Hatav, diseñó un melodrama con un condimento potente y controversial para que la pareja no pueda estar junta, que es el tema religioso. Realizada en la ciudad de Jerusalén en la actualidad, Yoel es herido en un atentado, lo operan en un hospital y permanece en coma. Esta situación, bastante habitual en esa región, no tendría nada de sorprendente sino es por el hecho de que el muchacho está peleado y alejado de sus padres religiosos, sólo se lleva bien con su hermana Esti (Verónica Nicole). Tan mala es la relación que sus progenitores ni siquiera saben dónde vive y que se cambió el nombre para que no lo encuentren. Su madre, Bina (Maya Gasner), permanece al lado de su hijo todo el día esperando que se recupere, y entabla una relación con una chica llamada Amal (María Zreik). Por otra parte, el padre, Meir (Yoram Toledano), vuelca todas sus esperanzas en la ayuda de un rabino para que lo guíe con ciertas rutinas que tiene que practicar. Gran parte del film se desarrolla dentro del nosocomio, que tiene todas las comodidades y sofisticación necesarias, pero igualmente se siente la angustia que transmiten los personajes en cada escena. La narración evoluciona al igual que la relación de las dos mujeres. Las capas de la información que oculta la joven se van develando poco a poco, dejando consciente o inconscientemente pistas para que Bina la descubra y sepa toda la verdad. El conflicto no tardará en estallar cuando se revele el secreto inconfesable, que la chica en cuestión es la novia de su hijo, y lo más grave es su origen, algo totalmente imperdonable e inaceptable para un judío religioso. Dentro de ellos estará la sabiduría para dejar pasar por alto este obstáculo y pensar en la recuperación de su hijo, o si la obstinación y la terquedad predominará. Con esta diatriba entre ambos bandos se basa la realización, porque lo verdaderamente importante termina siendo el tema religioso de los dos mundos, que es la manera más ridícula y absurda de separar a las personas cuando se supone que, a lo largo de los siglos, los seres humanos se van necesitando unos a otros cada vez más para mejorar y evolucionar en conjunto, las reglas que tienen las creencias religiosas, en la mayoría de las ocasiones anticuadas para estas épocas, lo único que logra es alejar a la gente de manera inapelable.
Un atentado terrorista en Jerusalén deja a Oliel internado y con su vida en riesgo. La sala del sanatorio será un espacio común en donde se conocerán Bina, la madre del joven israelí, y Sarah, una muchacha estudiante de música, que supuestamente está cuidando a su padre enfermo. Las diferencias religiosas entre árabes e israelíes marcan el pulso de esta historia, desde el derrotero del joven que hace dos años se distanció de su familia por no comulgar con la fe ortodoxa hasta la distancia de sensibilidades entre los padres del accidentado en cuestión. La trama tomará una tensión especial cuando se conozca la historia de amor entre Sarah, que en realidad es Amal y es árabe en vez de judía, y Oliel, a quien ella llama cariñosamente Oli. El vínculo entre suegra y nuera, sobre el que ya se han escrito cientos de historias costumbristas, aquí tendrá su costado más cruel. Porque la solidaridad y la mirada humana hacia el prójimo abrirá una puerta que inmediatamente se cerrará al descubrirse algo desconocido de esa persona. La directora Miya Hatav escribió y dirigió esta historia inspirada en un hecho autobiográfico y puso el foco en las mezquindades afectivas de una pareja (la de los padres del accidentado) y el amor poderoso de otra (la de Oli y Amal), a la que no le importó ninguna creencia religiosa porque sólo confiaron en lo que les dictó el corazón. Muy romántico sí, pero real.
La directora Miya Hatav plantea en Entre dos mundos, su opera prima, un drama actual (el conflicto entre árabes e israelíes) sencilla pero conmovedoramente. A raíz de un atentado terrorista en Jerusalén, Oliel queda en estado de coma. Al hospital en el que está internado acude su madre, con la que había roto relaciones mucho tiempo atrás, y su novia, que es árabe y debido a que no puede revelar su identidad, finge ser pariente de otro paciente. Lentamente se va construyendo un vínculo entre ambas mujeres, en una tensa espera, en la que una guarda un secreto. La tensión de las relaciones está planteada por lo perturbador de los lazos basados en lo que está oculto, lo no dicho. En el secreto de una relación amorosa entre seres de dos mundos que están en conflicto y aún así, pueden amarse, a pesar de las religiones. La premisa puede ser cursi pero, en definitiva, la directora está diciendo que el amor puede salvar el mundo a pesar de las diferencias y los prejuicios. Las ideas religiosas parecen actuar como paredes que van aislando con rencores y culpas los sentimientos más puros. En su debut como directora y guionista, Miya Hatav trabaja con primeros planos para dar la sensación de intimidad y cercanía con los personajes principales. Personajes que están en una espera de resolución de conflicto, como lo es también la expectativa por solucionar la contienda entre árabes e israelíes.
Narrar un conflicto muchas veces llevado al cine, pero desde la impronta de una situación como la tensión por un ser en estado de coma, debatiéndose entre la vida y la muerte, es tal vez el mayor acierto de la propuesta. Convencional, con una mirada sobre la religión subrayada y particular, no aporta esta propuesta nada nuevo al conocimiento sobre una cinematografía que se ha acercado cada año más a los espectadores locales y que profundiza sobre la idiosincrasia de una nación en constante puja.
La ópera prima de Miya Hatav, Entre dos mundos, presenta un drama hondo e intimista con un espíritu optimista que puede emocionar. Aunque el tratamiento estándar de un tema ya conocido no permite un desarrollo mayor. El conflicto entre árabes e israelíes fue tratado por la ficción de todos los modos posibles, y otorgando los resultados más diversos. Cine, teatro, literatura, televisión, documentales o ficcionales, ningún formato quedó afuera de esta temática actual y preocupante. Especialmente el cine israelí lo ha abordado infinidad de veces, aun variando de géneros, demostrando ser un tema inabarcable y en el que siempre se puede encontrar una arista nueva. Entre dos mundos vuelve a revisitarlo, y lo hace apostando al drama intimista de tono familiar emotivo. Un joven de 25 años, Oliel es una de las víctimas de un atentado terrorista, lo que lo lleva a quedar internado en grave peligro. Ahí, en ese hospital de Jerusalén, se hace presente Bina (Maya Gasner), la madre de Oliel, hace años distanciados por las decisiones de aquel de no continuar con las tradiciones. Ahí se encontrará con Amal (María Zreik), una mujer que supuestamente cuida de otro hombre. Entre ambas nacerá una unión de apoyo mutuo. Pero hay algo de Bina no sabe, Amal no cuida de otro enfermo, es la novia de Oliel, que debe ocultarse por su condición de árabe. armó una suerte de micromundo alrededor de estas dos mujeres, a tal punto que Entre dos mundos funciona, aun aireada, casi como una obra teatral entre estos dos personajes. Los escenarios varían, y aparecen más personajes, pero siempre se converge en ese hospital suerte de punto de encuentro y conflicto, y en la visión de estas dos mujeres sobre algo que las excede, pero las incluye. El guion apunta a una emoción directa, abordando la veta familiar, el amor entre la pareja y el maternal, y pone a las tradiciones como unión, centro, pero también punto de desapego, desunión, y distancia. Si bien nunca cae en un golpe bajo de remarcar sus posturas y no se inclina marcadamente por ninguno de los “sectores”, permanente se busca la emoción del espectador, y hay una bajada de línea disimulada entre el llanto. Gasner y Zreik se complementan muy bien y logran interpretaciones destacadas, valiéndose de esa puesta sin grandes artilugios, pero cuidada. Habrá mucha angustia frente a las imposibilidades impuestas, y determinados puntos de quiebre para que el conflicto estalle; aunque en su totalidad el conjunto apunte a un mensaje con algo de optimismo. Así, Enttre dos mundos, es un drama interesante, con un enfoque comprador también para un público que mira desde afuera, pero nunca llega a ser un tratamiento novedoso. Basta con haber ahondado un poco en los filmes que se adentran en las diferencias entre estas dos culturas para toparse con gran cantidad de dramas, de tono intimista, centrados en familias, y con la madre como figura central. Lo más que se puede decir desde su aporte de originalidad es que intenta alejar las cuestiones de la guerra, lo lleva a un plano ciudadano, rutinario. Entre dos mundos es un drama correcto, destacado en las actuaciones y en su puesta sencilla. Puede no aportar nada demasiado nuevo a algo que ya se vio y en productos de mayor calidad, pero sirve para mantener una idea activa de lo que pueden hacer las diferencias impuestas por el propio hombre.
UN DEBATE NECESARIO En la ópera prima de Miya Hatav se plantea un drama familiar que se encuentra unido a la cuestión conflictual actual entre el mundo árabe e israelí. Si bien el argumento es historia conocida porque una vez más nos encontramos frente la temática recurrente de la historia de amor “no permitida” (la protagonista y su novio no pueden amarse libremente por oposición religiosa), lo más interesante en este film es el rol de la mujer. Para poner en contexto, Entre dos mundos muestra que, tras un atentado terrorista, Yoel, un joven que trabaja como guardia en Seguridad Social, queda en estado vegetativo internado en un hospital de Jerusalén. En este lugar se presentan dos mujeres. Bina, su madre, a quien no veía hace algunos años debido a que Yoel dejó su casa por romper con las tradiciones religiosas de su familia. Y Amal, su novia, quien no puede revelar su identidad árabe. Ella logra estar al cuidado de otro interno para estar cerca de su novio. Hatav logra un clima muy intimista para retratar esta historia. Utiliza los primeros planos para lograrlo, como así también al desarrollarse la trama casi completamente en el hospital, aumenta la angustia por el estado delicado de salud de Yoel. A partir de este acontecimiento, Bina y Amal comienzan a conocerse y a relacionarse. Por supuesto vemos muchas escenas en donde la tensión tiene como objetivo el desmantelamiento de la verdad acerca de la identidad de Amal y el vínculo con su novio, en donde se hace alusión al conflicto árabe-israelí, pero por sobre todas la cosas se ponen en juego y en conflicto dos modelos de mujer: Amal, laica e independiente, y Bina, la madre, una la mujer tradicional religiosa. Si bien la película se queda a mitad de camino, pone en primer plano el dilema sobre la vida y la muerte, la religión y el amor. Es positivo que gracias una nueva camada de realizadores israelíes como Nadav Lapid (Policeman, La maestra de jardín) o la misma Miya Hatav se pueda abrir debate respecto a algunas temáticas, por ejemplo el lugar de la mujer o la caída de los valores tradicionales, que tienen tanto peso en un país conservador.
Entre la fe y la pasión La película israelí enfrenta a personajes con distintas religiones. Se puede ver en el Cine Arte Córdoba hasta el domingo. Un atentado terrorista sacude el centro de Jerusalén. Una joven mujer corre para ver a una de las víctimas. Otra mujer un poco mayor hace lo mismo. Ambas se cruzan en el hospital, se hablan cuando coinciden en la habitación donde se encuentra el paciente en estado de coma. Una es la novia del muchacho, la otra es la madre religiosa. Así empieza Entre dos mundos, la ópera prima de Miya Hatav que se suma a la imperceptible lista de películas israelíes que se estrenan en salas locales (la última fue Una semana y un día). En un principio, la joven Amal no se anima a presentarse como la novia árabe porque los padres del joven Oliel son religiosos ortodoxos y jamás aceptarían una relación así. La religión es un problema insondable, sobre todo en medio oriente, donde el valor que se le da a la vida está completamente ligado a la idea de un paraíso en el más allá, a una salvación post mortem. Pronto descubriremos que el joven había dejado de hablar a su familia y que el motivo fue la estricta religión de sus padres, sobre todo del padre, el más religioso de la familia, el que sigue al pie de la letra lo que dice la Torá. Así queda planteada la gran división entre padres e hijos, las dos maneras de ver y entender la vida: el mundo de hebreos y de laicos. Lo interesante de la película es cómo su directora articula toda la historia alrededor del cuerpo de Oliel, que funciona como el eje moral alrededor del cual giran las disputas religiosas, culturales y políticas, y donde los personajes comienzan a conocerse y a reconocerse en el otro, mientras aprenden sobre la verdad, la fe, la comprensión y el amor. La escena del baile en la habitación del hospital entre las dos mujeres, la novia y la madre, condesa todo el propósito del filme, todo su espíritu e intención. Es ese momento feliz donde se percibe la postura de la directora, que deja en claro que es la libertad la que debería regir la vida de los personajes y no las religiones. La singularidad formal de Entre dos mundos es que la cámara sigue a los personajes en su estadía en el hospital con una minuciosidad casi maniática, mientras en algún doble fondo del filme se acumula una tensión que recién estallará al final. Pero es justamente ese modo de filmar y de contar la historia lo que provoca, por momentos, el aburrimiento y la distracción.