Fanatismos de ambos bandos Este joven director venezolano radicado en los Estados Unidos construyó un tenso thriller que trabaja (con elementos ficcionales pero sobre indicios surgidos de las investigaciones reales) sobre la hipótesis de un tercer atentado que debía producirse en Buenos Aires poco después de la voladura de la sede de la AMIA en 1994. El film está narrado desde los puntos de vista opuestos de Ahmed (Mohammed Al Khaldi), un fundamentalista libanés que vive de incógnito en Venezuela -donde llega a formar una familia- a la espera de instrucciones para un atentado suicida; y de David (Vando Villamil), un agente del Mossad que sigue las distintas pistas para desentrañar la compleja madeja de intereses. Concebida con indudable oficio y con un sólido acabado técnico, pero con algunos lugares comunes y estereotipos a la hora de describir el fanatismo religioso (de ambos lados), Esclavo de Dios se constituyó en una verdadera rareza dentro de la Competencia Latinoamericana del reciente Festival de Mar del Plata. Pocos días más tarde, llega el momento de su estreno comercial en una decena de salas. Una película para debatir…
1994. Por un lado, Ahmed (Mohammed Alkhaldi), una célula árabe preparado para un acto terrorista. Por otro, David (Vando Villamil), un agente de la Mossad en Argentina. Cuando se produce el atentado a la AMIA, es cuestión de tiempo antes de que Ahmed cometa un segundo atentado, que David deberá impedir. Esclavos de Dios funciona como un thriller al estilo de los que se filmaban en los ‘70, y también remite a la obra de Paul Greengrass. Si bien nunca alcanza los niveles de genialidad de aquellos trabajos, tiene sus hallazgos (la película no toma partido ni por uno ni por otro, sino que muestra las luces y las sombras de cada bando) y un ritmo que no decae. Vando Villamil está exacto como David y el debutante Mohammed Alkhaldi no se queda atrás, ya que sabe transmitir la vulnerabilidad y humanidad del personaje...
Atentado contra el buen cine La precariedad técnica, la falta de ritmo, las malas actuaciones y una historia que podría haber sido mucho más interesante desde sus planteos morales de lo que terminó siendo son suficientes elementos para aventurar que la única polémica posible que puede suscitarse con Esclavo de Dios, del director venezolano Joel Novoa Schneider, responde unicamente a sus valores cinematográficos que son nulos. Dicho esto la premisa que baraja la hipótesis de un tercer atentado en 1994 en suelo argentino contra un objetivo judío abre el interrogante sobre los fundamentalismos de ambos lados pero sin ahondar siquiera en aspectos que trasciendan el derrotero básico de todo film de estas características. La idea del terrorista arrepentido no es nueva en el cine y este intento de mostrar el lado humano de aquellos hombres dispuestos a inmolarse en nombre de Alá ya fue sumamente explotado en películas como Paradise now, un gran film palestino del año 2005 del que este intento de película debería haber tomado algún apunte para llegar a un mejor puerto. Si hay algo que debe destacarse de aquel film no es otra cosa que la economía de recursos al servicio de las tribulaciones del protagonista que son las que operan como coordenadas de esta historia. No puede decirse lo mismo de Esclavo de Dios porque en su afán de tomar por el carril del thriller desde el enfrentamiento del protagonista, Ahmed (Mohammed Al Khaldi), miembro de una célula dormida en latinoamérica y experto en explosivos que espera la orden para ejecutar el tercer atentado, y su antagonista, David Kollman (Vando Villamil), quien forma parte del grupo de la Mossad instalado en Buenos Aires tras la pista de terroristas árabes, se diluyen las demás subtramas paralelas que no encuentran desarrollo como por ejemplo la conexión local; el doble trabajo de la policía; la familia encubierta y otros asuntos aledaños al conflicto central. La idea de equiparar fundamentalismos para no tomar partido por uno u otro personaje no es mala per se pero eso no alcanza para reparar las innumerables fallas en materia de guión, la torpeza narrativa que apela a recursos elementales como flashbacks explicativos (lo del reloj es demasiado burdo por ejemplo) y desinteligencias de ese nivel que pululan a lo largo de la trama que tampoco consigue mantener un ritmo sostenido ya que se contagia de su propia impotencia y falta de criterio a la hora de definir qué se quiere contar. Si a esto le sumamos una puesta en escena elemental que por ejemplo en un tiroteo no repara en mostrar sangre en los cuerpos atravesados por balas que suenan como si fuesen de cebita ya es demasiado para soportar cuando se pretende narrar una historia lo suficientemente seria y que puede afectar sensibilidades.
Luego de su paso por #MDQFest, llega a sala esta semana la coproducción argentino-venezolana-uruguaya, "Esclavo de Dios". Joel Novoa (su director) cuenta que en víspera del atentado a las Torres Gemelas, él debía estar en NY por trabajo, pero se enfermó y no tuvo que suspender su vuelo, lo cual evitó que estuviera en esa fecha en el área del mayor ataque terrorista a un país desarrollado en los últimos años. Su impacto ante la noticia lo llevó a preguntarse por las razones que tienen aquellos hombres que se inmolan en actos de este tipo y eso derivó en la búsqueda de un guión que pudiera hablar de eso, en el marco de un relato más bien clásico, de suspenso. Ha habido en la historia de nuestro país, algún suceso de esta naturaleza? Por supuesto. El atentado a la AMIA, hace más de 20 año,s es un ejemplo. Y lo cierto es que la labor de la inteligencia local nos ha aportado poco sobre él. Políticamente, incluso, es objeto de debate, aún hoy, y lo cierto es que la falta de culpables para el mismo, ofrecía a priori un terreno fértil para intentar una ficción sustentada con elementos históricos. Novoa hizo entonces un gran proceso de investigación de fuentes con respecto a la cuestión y ajustó el guión que Fernando Butazzoni le trajo para definir un thriller de espionaje e intriga que gira sobre la historia de dos hombres enfrentados bajo distinta bandera. Ahmed Al Hassama (Mohammed Al Khaldi) es la cédula dormida (bajo la apariencia de un confiable doctor casado y con hijo en tierras venezolanas) que despertará su líder, para preparar un ataque a gran escala en Buenos Aires (recuerden que estamos en el año 1994). Nuestro país tiene bajos niveles de detección de este tipo de sujetos y ni siquiera el atentado a la embajada de Israel ha convocado en este recorte de tiempo, la atención especial de cuerpos locales destinados a la prevención. David Goldeberg (Vando Villamil) es un viejo lobo de mar, agente del Mossad cuya única preocupación es la seguridad de su gente y la eliminación de aquellos líderes árabes que han generado atentados. Es prolijo, conoce su oficio y tiene la sangra fría necesaria para llevar adelante cualquier tipo de tarea. Ahmed llegará a Buenos Aires y se unirá a otros terroristas para lanzar una serie de atentados, pero algo sucederá en la cadena de eventos que pondrá en aviso a los servicios israelíes de su actividad y eso pondrá en riesgo la operación entera. "Esclavo de Dios" es una propuesta de género, pero que respeta parámetros históricos que conocemos (desafortunadamente), lo cual, la hace interesante a todas luces. Este es un film intenso, jugado y con muchas influencias reconocibles ("Munich", "Paradise now", etc). Al Khaldi y Villamil están muy bien en sus roles y la construcción del relato es sólida y controversial (ya verán porqué). Los rubros técnicos brindan un soporte confiable y Novoa nunca deja de tener en claro que pretende su film: mostrar el conflicto de dos luchadores enfrentados que sintieron en carne propia perder a seres queridos a manos del enemigo . El film de Novoa, sorprende. Es de los mejores estrenos en coproducción de los últimos tiempos. No dejen de ir a verla.
Cold-blooded political thriller needs more heat Venezuelan filmmaker Joel Novoa Schneider’s debut film Esclavo de Dios (God’s Slave) is a fictional account based on a most painful event that took place in Buenos Aires on July 18 1994: the AMIA bombing (Argentine Israelite Mutual Association), which killed 85 people and injured hundreds. Within the mould of a police thriller, Novoa Schneider’s opus tells the story of Ahmed Al Hassama (Mohammed Al Khaldi), an Islamic fundamentalist waiting for the right time to carry out his mission, meaning to serve Allah in whatever terrorist attack he’s called to take part in. On the other side, there’s David Goldberg (Vando Villamil), a cold-blooded resourceful Mossad agent in Buenos Aires. Despite belonging to a legitimate agency, David shares a common trait with Ahmed: he’s also an extremist and stops at nothing to get what he wants. So, you could say that Esclavo de Dios is mainly about these two men and what they represent as their paths cross while being on opposite sides of the conflict. It’s easy to see that this premise can give way to a fairly decent mainstream thriller, if not a truly good one with an incisive political edge. But for that it is necessary to have three things Esclavo de Dios lacks: well sustained tension and suspense, deftly executed action sequences, and somewhat fleshed out characters. This is not to say that Novoa Schneider’s debut film is a disaster, because it is not. In fact, it starts out with an appealing set up of the scenario and it leads you to think the best is yet to come. It’s a tidily shot feature anchored in a slightly seductive camerawork, effective sound design, and more than proper cinematography. It’s also tightly edited. In terms of technique, there’s no real need to worry. Yet what matters the most is missing from the picture. Tension is a must in this type of films, and there’s none here. For instance, take the sequences involving the bombing, or those where the agents track down the perpetrators as they try to avoid another bombing. Incidentally, the bombing itself is represented off-screen, which is a wise decision. But it’s so poorly done that you’d think you’re witnessing the consequences of a car wreck instead of the aftermath of a tragedy. It’s clear the film is not about the bombing, but if the filmmaker opts to include it (be it off-screen or not), then the depiction has to be compelling. You can’t expect viewers to be on the edge of their seats watching a suspense-less thriller or one devoid of impact. Then there are the characters, too underwritten even if they don’t come across as complete stereotypes. Granted, they perform the actions the script provides them with, and they do so correctly. They look pretty much implicated into what their characters do, but this is mostly due to the actors’ expertise — but actors can only do so much. Or take Ahmed’s wife and child, the reasons for Ahmed’s change of mind towards the end, and yet they almost utter no words throughout the film and have no personality whatsoever. Call it lax screenwriting and you’ll be dead right. As for the action sequences, they are just clumsy and hence awkward looking. There’s a chase through rooftops early in the film that, to a certain extent, pays off. So I expected to see more of that, perhaps more gripping ones too. Fat chance. I think the worst one is the shootout right before the ending. Which goes hand in hand with the dramatic and ideological nature of the ending itself, as naive and unbelievable as it gets. I mean, a racist doesn’t turn into a humanist overnight and fundamentalists don’t become moderate fellows just because they’ve realized they’ve caused too much pain and may cause so much more. In a sense, it reminded me of the hopeful but little credible ending of The Other Son, a recently released feature that deals with the Arab-Israel conflict in a similarly simplistic manner. Esclavo de Dios is unbiased, condemns violence and cries out for reconciliation. A great thing to do, no doubt. But it does it in a contrived manner since it leaves out all the complexities and all contradictory subjectivities of the protagonists — and what they represent, of course. In the end, it only amounts to an awfully flawed attempt in genre cinema — despite its lofty ambitions. @PablSuarez
Guerra no santa La venezolana Esclavo de Dios (2013), que participó en la Competencia Latinoamericana en el último Festival de Cine de Mar del Plata, se centra en el conflicto religioso de medio oriente pero con bases en Sudamérica. Un thriller de espionaje con un fuerte discurso sobre el fundamentalismo. Ambientada en Buenos Aires en la década del noventa en medio del atentado a la AMIA, Esclavo de Dios cuenta la historia de un islámico (Mohammed Alkhaldi) destinado a ser hombre-bomba tras un hecho traumático de su infancia. La otra cara del conflicto es David Goldberg (Vando Villamil), un agente judío también con un pasado tormentoso, encargado de desbaratar células terroristas tras el atentado a la Embajada de Israel. La ópera prima del venezolano Joel Novoa Schneider es un interesante relato que funciona a la manera de un policial, tejiendo tramas que conducen a encrucijadas inexplicables. Ahí en la irracionalidad, entra en juego el discurso religioso y su sed de venganza. Esto es lo más interesante del film, que no anda con vueltas a la hora de mostrar su postura sobre el tema. La película utiliza distintas temporalidades y parte de la búsqueda policial como recurso. Trabajar desde el género permite una narración siempre ágil y fluida para retratar los acontecimientos y centrarse en las conductas inexplicables que justifican el odio de sus personajes. Justo ahí donde el dilema existencial se hace presente el film recuerda a El paraíso ahora (Padise Now, 2005), otra historia sobre hombres-bomba que se animan a replantear su destino, esta vez producida en medio oriente. Lo que queda de lado en Esclavo de Dios es el accionar político en este tipo de conflictos, sus intereses y responsabilidades. Un tema tan inexplicable como el fundamentalismo religioso, que también reclama su película.
"Circulo mortal" Contar una buena historia en el cine no es fácil. Hacer reflexionar con ella, es mucho más difícil aún. Por eso quiero destacar el trabajo del venezolano Joel Novoa en su opera prima, ya que hizo un esfuerzo muy grande no solo por tratar de cumplir los dos aspectos anteriormente mencionados sino también por intentar hacerlo a través de un relato basado en hechos reales que, todavía, no escapan de generar polémica en nuestro país. La historia de “Esclavo de Dios” está situada en el difícil contexto social que vivió Argentina antes, durante y después del atentado contra la AMIA, ocurrido en 1994, el cual dejó como saldo 85 víctimas fatales y que, hasta el día de hoy, todavía sigue siendo un hecho impune frente los ojos de la justicia de los países involucrados. Moviéndose de lleno en el plano ficticio, Novoa nos cuenta un muy buen thriller policial que sigue los pasos de Ahmed (Mohammed Alkhaldi), un terrorista islámico que está involucrado en la célula que llevó adelante el ataque a la AMIA, y de David (Vando Villamil), un agente del Mossad que busca desesperadamente a los responsables de dicho acto para evitar también la organización de otras acciones similares. Con un ritmo que va incrementando a medida que avanzan los hechos, “Esclavo de Dios” es una gran propuesta que logra reunir todos los requisitos necesarios para erigirse como el interesante thriller policial que es, lo cual no es poca cosa, ya que no estamos habituados a ver esta clase de producciones dentro del cine nacional. La producción cuidada del film (el cual se filmó en España, Venezuela, Argentina y Uruguay) que incluye una correcta recreación de esos años (algo que no es fácil ni barato), escenas de acción muy bien logradas y una edición que te sumerge de lleno en su intrigante trama, es un aspecto clave ya que te mantiene enganchado de principio a fin como espectador. Párrafo aparte para la musicalización de parte del gran Emilio Kauderer (“El secreto de sus ojos”, “Metegol”) que aporta la dosis clave de suspenso necesaria en esta clase de películas. Sin embargo, repito, quiero remarcar que “Esclavo de Dios” lejos de ser un producto que busca ser polémico, o meramente abocado al entretenimiento, intenta hacernos reflexionar sobre las consecuencias de tomar posiciones extremas en base a ideologías, religiones u otros aspectos que construyen la vida social. La escena de apertura y el cierre de este film logran crear un ejemplo correcto que te deja reflexionando sobre el denominado “circulo mortal”, tema del que suele hablarse constantemente en películas y otros medios. La búsqueda de venganza, la violencia y sobre todo el rencor son casi siempre el puntapié inicial histórico de los conflictos más graves y dramáticos que los seres humanos han tenido que soportar. Reflexionar sobre eso a través de una película se agradece, por eso “Esclavo de Dios” es una muy buena propuesta para aprovechar en la cartelera local.
La hora del espanto “Es la vida que tenemos. Es el espanto”. Con esta expresión, David Goldberg (Vando Villamil), un implacable agente del Mosad, resume su oficio y por lo que viajó al país: un alerta de ataque terrorista en la Argentina. Lo peor se desató aquel 18 de julio de 1994 cuando una explosión frente a la AMIA se llevó la vida de 85 personas. El comienzo de Esclavo de Dios va al nervio: imágenes de atentados en todo el mundo. El director venezolano Joel Novoa Schneider mete al espectador (algo forzadamente), en un tema difícil, sensible y al que se le debía tomar el pulso con valentía: el terrorismo. Líbano, 1975, un pequeño Ahmed Al Hassama ve cómo su padre es asesinado. Luego es reclutado por la guerrilla, será un experto en explosivos y deberá refugiarse en Caracas. Es 1990 y el libanés rehace su vida en Venezuela como médico cirujano bajo la identidad de Javier Hattar. Forma una familia y reza, a escondidas, en dirección a La Meca, ocultando su origen islámico a los suyos. Desde Buenos Aires es llamado para alistarse al llamado de Alá e inmolarse en su nombre. Abandona a su familia y se reúne con una célula terrorista en Villa Luro. Esclavo de Dios explora en la teoría del tercer atentado -incluyendo el de la Embajada de Israel (17/3/1992)- donde Ahmed debía detonarse, junto a una van repleta de explosivos, frente a una imponente sinagoga. Pero algo fallará. El director venezolano enfoca a su filme desde los opuestos, el israelí David y el palestino Ahmed (Mohammed Al Khaldi), a los que aunará desde sus ritos religiosos. También los unirá el temor, el del extremista al saber que se acerca su momento suicida (atención a la grabación del juramento), el del agente, de que su gente sea víctima de otro ataque. En este filme, cada amanecer parece atravesado por la tragedia, el estremecimiento es inminente. Para evitarlo se muestra un logrado paso a paso en los trabajos de inteligencia. La acción está en la psiquis de cada personaje, la procesión va por dentro. Y por más que la escena del tiroteo final deje mucho que desear (por su precaria actuación y dinámica), la pulsión del miedo devora en esta película al guión más temido: el de la realidad.
Pese a su juventud (27 años), el venezolano Joel Novoa Schneider tiene considerable experiencia en el cine. Hijo de cineastas (un uruguayo, una venezolana) y formado académicamente en la Universidad de California, llevaba filmados ocho cortos, varios de ellos premiados antes de decidirse a un primer largometraje. Quizá por ese prolongado ejercicio se atrevió a abordar un tema tan delicado como la personalidad de un fundamentalista. Un hecho real -el atentado terrorista contra la AMIA, que dejó 85 muertos le sirvió como punto de referencia, y dedicó largo tiempo junto con su guionista, el uruguayo Fernando Butazzoni a reunir información y conocer el resultado de las múltiples investigaciones que se han desarrollado sobre el hecho, pero no para hacer foco en aquel ataque, sino para construir una ficción sobre bases reales. El propósito era lograr el abordaje humano de la figura del fundamentalista y con ese fin y en busca de cierto equilibrio se organizó la historia en torno de dos militantes radicales: un islamista de origen libanés que ha estado preparándose desde la infancia para vengar la muerte de su padre (un moderado y pacífico musulmán asesinado durante la guerra del Líbano), y con ese objetivo se ha inventado una nueva vida como médico en Venezuela, y un implacable agente argentino del Mossad que no repara en medios para llevar adelante la guerra contra los terroristas que le arrebataron a su hermano. Son dos caras del fundamentalismo, que sin duda representa en la visión del film el mismo y único enemigo, aunque en la superficie el retrato de los palestinos resulte algo más despiadado que el de los israelíes. La propuesta más interesante del guión está en la hipótesis de un tercer atentado que habría sido proyectado para pocos días después del de la AMIA. Es en ese punto donde se cruzarán las vidas del terrorista que está listo para cumplir su misión y el agente que ha estado atento a cada movimiento de la célula extremista para impedir cualquier ataque. Y es ése el hecho que regula el suspenso de la historia, hábilmente administrado por el director venezolano. Que el desenlace resulte menos convincente no resta mérito a esta producción, que es casi una rareza en el cine de esta parte del mundo, si bien es cierto que en el examen de los personajes no hay excesiva profundidad, sobre todo si se recuerdan algunos films palestinos que abordaron el tema. La forma es la del thriller, con todos los elementos necesarios para mantener el nervio y la tensión, más allá de alguna sobredosis de flashbacks y de esporádicos baches en el ritmo. La puesta en escena de Novoa acierta sobre todo por el cuidado puesto en la ambientación y la inteligente elección de escenarios (la acción transcurre en El Líbano, Caracas, Buenos Aires y Montevideo). También el uso de los distintos idiomas en los diálogos (cada personaje habla en su propia lengua) contribuye a fortalecer el realismo del relato en la misma medida en que a veces lo contradicen la recurrencia a lugares comunes y las situaciones previsibles. Como thriller, el film está construido con solidez y cohesión y logra sostener el interés. Es en general destacable el desempeño del elenco, en el que tienen especial lucimiento Vando Villamil y el actor debutante Mohammed Al Khaldi.
Un thriller de los años '70 El director venezolano presenta la historia de un fundamentalista islámico que llega a Buenos Aires como integrante de una célula extremista. Con Vando Villamil. Hipótesis de conflicto del film: un tercer atentado sucedería en Argentina, luego de los ocasionados en la Embajada de Israel y en la AMIA, a cargo de los enviados de Alá. Hipótesis de Esclavo de dios: los fanatismos llevan a estas decisiones. Tesis de la película: el género policial en vertiente thriller años '60 y '70, al estilo Costa Gavras, sirve para contar una historia donde el acto terrorista quedaría en manos de Ahmed (Mohaammed Alkhaldi), que deberá ser impedido por David (Vando Villamil), agente del Mossad en Argentina. El director venezolano Joel Novoa tiene pulso narrativo para describir un relato entre dos bandos en pugna, decidiendo no tomar partido alguno, metiendo la cámara en la preparación del hecho, la contemplación de los rituales y las idas y vueltas de una "ficción" que convive con lo "verídico". En ese sentido, la fluidez de la narración encuentra su centro en el montaje paralelo y en las preguntas con pocas respuestas de los líderes de ambos bandos, obsesionados uno con el otro. En oposición, Esclavo de dios adolece de cierta dispersión argumental, dedicándose a acumular escenas que aligeran la tensión por la concreción del hecho. Extraño film, sugerente en sus aspectos técnicos apoyados en una idea de coproducción repartida por cuatro, dedicada en su historia a describir la gran Historia a través de los códigos del thriller político. En ese punto es donde el film propondría un lugar para el debate, cuestión que se diluye con el correr de los minutos debido a sus decisiones genéricas, al elegir al "thriller" como necesidad imperiosa y provocar el desplazamiento de lo "político" y su correspondiente hipótesis de cuestionamiento.
Un interesante thriller sobre el extremismo islamico, que resulta toda una sorpresa para la cinematografia vernacula, ajena a este tipo de generos. Hay estereotipos si (¿en que pelicula americana que trate este tema no los hay?), y algunos recursos narrativos como los flashbacks suenan demasiado elementales y explicativos, pero la trama esta tan bien construida, como buena es tambien la elección de narrar la historia desde la vision de dos antagonistas (un terrorista suicida y un agente del Mossad) y ahondar en la tesis de que no hay fundamentalismos buenos, que es imposible no quedar atrapado por un guión que ademas refiere en todo momento a hechos reales y cercanos. Tecnicamente correcta, y con un elenco solido, es un filme que merece ser visto, analizado y recomendado.
En bandos opuestos Basada en la teoría de que habría un tercer atentado luego de los perpetrados a la embajada de Israel y la Amia, fue concebida esta ficción. Ahmed (Mohammed Alkhaldi) es un terrorista libanés, y David (Vando Villamil) un agente de la Mossad en Argentina. Ambos han tenido vidas difíciles y han presenciado, siendo pequeños, el asesinato de seres queridos, lo que influyó en su futuro y sus decisiones. Los dos se encuentran en Buenos Aires en el año 1994, en bandos opuestos, consumidos por su trabajo e ideologías. La película muestra de forma muy detallada, y cercana, las vidas de ambos, sin justificar sus acciones y sin ponerse del lado de ninguno de ellos. Ahmed ha llevado una vida normal en Venezuela durante diez años, donde ejerció como pediatra hasta ser llamado por su organización. Tiene esposa, un hijo, y todo esto le hace mas difícil llevar a cabo su misión, las dudas y la culpa no le son ajenas. Es ahí donde radica lo interesante de la película, que no hace hincapié en los hechos de violencia solamente, sino en el lado humano de quien está dispuesto a dar la vida por una causa, en sus dudas, y en las presiones de la organización a la que pertenece. Está claro que más allá de sus puntos en común, David debe atrapar a Ahmed antes de que se lleve a cabo otro atentado. La actuación de Vando Villamil, es excelente, como un agente implacable, que solo vive para su trabajo, y que se siente torturado cuando comienza a hacerse ciertos cuestionamientos. Filmada de forma prolija y dinámica, técnicamente impecable y con muy buenas escenas de acción, la película logra ofrecer también momentos tan sencillos como conmovedores. El final deja un poco que desear, cerrando la historia de un modo un tanto forzoso y con algunos lugares comunes, lo que no la desmerece demasiado, y aun así consigue destacarse entre otras películas de la misma temática.
Sólido thriller sobre fanáticos Atractivo, polémico thriller sobre el enfrentamiento de un terrorista libanés con un agente de inteligencia israelí en Buenos Aires, este relato se sigue de principio a fin con igual interés tanto en las escenas de diálogos como en las de tiros, que están bien hechas, suenan bien y son siempre inquietantes, a veces también indignantes por lo que pasa. Pero cuidado, ésta no es "una de tiros" entre buenos y malos. Acá los antagonistas rezan a la misma hora a un mismo Dios, cada uno a su manera, y cada uno se prepara para lo que va a hacer exactamente por el mismo motivo, "ad majorem Dei gloriam", como dicen los jesuitas. ¿Pero qué pasa, si la mayor gloria no fuera matar o morir por Dios, sino vivir y dejar vivir? Uno de los dos actuará con justa razón. O los dos, o ninguno, eso ya lo veremos. Además están los otros. Los que esperan que uno esté "a la altura de las circunstancias". El recuerdo de los seres queridos que fueron asesinados y quizá reclamen venganza. El riesgo de provocar deseos de venganza en otros más, que también tienen seres queridos. ¿Quién, que ame a Dios, no ama también a su familia? Parece que hay gente así. Inquietante, ver cómo cada uno de estos personajes encara su vida en el hogar. Y la breve pero contundente escena en que cada uno se enfrenta con la mirada y la voz de la esposa. Vidas paralelas, con similitudes y diferencias (uno de ellos ya sabe cómo es esto, se templó y se mantiene frío, el otro recién se está templando, se está moldeando). Vidas paralelas que se cruzan en más de una ocasión, desafiando las matemáticas y otras formas de armonía que debe haber en el mundo. No es un thriller americano, ni a la americana. Tampoco es una versión sobre el atentado a la Amia, como podría parecerlo. Los atentados a la Embajada de Israel y la Amia son dos disparadores del argumento, pero el tema es otro: saber qué pasa por la mente de quienes protagonizan esta lucha en nombre de Dios (y en lo que fuera Tierra de Paz). Vando Villamil como el agente, Mohammed Alkhaldi, de origen iraquí, César Troncoso en papel de comisario de vista gorda con la gente del piso alto de la Embajada, son las figuras principales. Música (casi otra protagonista) del maestro Emilio Kauderer. Director, Joel Novoa, venezolano que, famosamente, perdió el avión y así se salvó de morir aquel 11 de setiembre. Guión, Fernando Butazzoni, novelista uruguayo. Rodaje en Caracas, Buenos Aires, Montevideo fingiendo ser Buenos Aires. Una escena, una sola, frente a una sinagoga, puede parecer algo ingenua. No lo es, como símbolo dramático. Y ojalá en la vida real tampoco fuera ingenua. Para recordar: la advertencia al final de "Munich", de Steven Spielberg, frente a las Torres Gemelas, donde se pone en palabras lo que acá se muestra en hechos. Vale la pena.
Cotillón rancio Por un lado tenemos a Ahmed Al Hassama, un fundamentalista islámico que es enviado a Buenos Aires como miembro de una célula terrorista; por el otro a David Goldberg, un agente del Mossad, alguien de una implacable sangre fría. Con el contexto del atentado a la AMIA en 1994, Esclavo de Dios de Joel Novoa Schneider es un film que gasta demasiado cotillón genérico para una historia que hace ruido desde el título por su punto de vista tramposo y un peligroso objetivo, a saber: “humanizar” la figura del terrorista. Esta ficción con aires de thriller político es engañosa por donde se la mire, aunque este no sea su principal defecto. Después de todo, buscar en el cine una corrección política para filmar un tema delicado siempre lleva a planteos que se pierden en laberintos ideológicos interminables. Acá, las principales objeciones son estéticas: se trata de un cine rancio, visto mil veces, teñido de sentimientos gratuitos y con un planteo narrativo que se agota en un marcado convencionalismo. Esquemática y maniquea, la historia centrada en Ahmed y David (ya se imaginarán quiénes son los buenos y quiénes los malos a pesar de vanos intentos por disfrazarlo) sobrevivientes a dos atentados que marcaron sus vidas desde la infancia, no resiste el mínimo análisis desde el punto de vista escogido y su factura técnica de colores bien diferentes según la ocasión recuerda a las más comunes y retrógradas historias de acción. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
La ópera prima de Joel Novoa Schneider, un venezolano que se perfeccionó en EEUU, que toma el atentado a la Amia en nuestro país como punto de partida para la ficción de la inminencia de otro atentado. Por un lado, la historia del hombre bomba, y por el otro, un agente israelí. Compara obsesiones, frialdad total ante las víctimas, el poco valor de la vida, perseguidor y perseguido. Para discutir ideológicamente y mucho, pero mantiene la tensión.
En Munich (Steven Spielberg, 2005), una charla entre un terrorista pro Palestina y un agente encubierto del Mossad daba cuenta de un problema: el eterno círculo de relaciones entre la violencia y la política. Frente a eso, uno de los personajes, el palestino, le indicaba a otro: “ser víctima no te hace mejor que nadie, solo sos víctima“. 1994. Argentina es escenario del ataque terrorista más trágico de su historia: el bombardeo a la AMIA. 85 muertos y centenares de heridos. El director venezolano Joel Novoa Schneider toma como punto de partida dos historias paralelas, en las antípodas (o acaso no tanto) del conflicto, desde el punto de vista del perpetrador y de la víctima: David, un agente del Mossad en Buenos Aires, y Ahmed, un fundamentalista islámico que vive en Caracas. Pero esa relación perpetrador-víctima va a desdibujarse. Las historias personales de los dos protagonistas y la relación entre ambos son prácticamente el único eje sobre el que se sostiene la película, que se preocupa menos por analizar el contexto político en el que se dan los sucesos que en relatar la historia de los dos hombres. No hay toma de partido ni retratos de los personajes que nos generen empatía por uno o por otro. Los dos son víctimas, nos dice Joel Novoa, del sistema en el que están inmersos, de la historia, del pasado. Fuera de campo asistimos al atentado a la AMIA y, a partir de allí, cómo el Mossad trata de dar con los perpetradores, a la vez que intenta prevenir el inminente próximo ataque. Pero no hay una verdadera indagación de los hechos, ni conexiones con el poder político, ni con los negociados con empresarios y agentes iraníes que bancaban campañas y apoyaban al entonces presidente de Argentina, o con el tráfico de armas, las amenazas y los testigos silenciados. Nada de eso está presente; todo queda reducido a una suerte de fanatismo religioso de un escueto grupo de fundamentalistas que tan solo portan una bandera de vendetta por horrores pretéritos. Fuera de campo el horror, fuera de campo el debate, la investigación, las pericias. La historia se construye en un contrapunto entre la tensión y los dilemas personales de uno y el miedo y el horror del otro. En Buen día, Noche (Marco Bellocchio, 2002) se nos mostraba el proceso de toma de conciencia de qué implica asesinar, qué implica ser víctima y victimario. Un proceso progresivo y complejo. Aquí, en cambio, vemos un proceso de transformación bastante súbito por parte de uno de los personajes. Ahmed vivió su vida esperando “el llamado”, construyendo una suerte de farsa: lo vemos estudiar, recibirse, trabajar, ir a fiestas, conocer a una chica, casarse, tener un hijo, todo con la misma mecanicidad de quien va a la oficina todos los días porque no le queda otra. Él sabe bien que a esta vida hay que transitarla porque no queda otra, siempre a la espera del encuentro con Alá. Teniendo en cuento esto, resulta raro ser testigos de la toma de conciencia por parte de Ahmed, casi de la noche a la mañana. De golpe, el protagonista se da cuenta de que no está preparado para dar el gran paso, recuerda a su familia, ve a un niño en la calle y ello termina de convencerlo de que debe abortar la misión. Si bien es interesante la humanización de este personaje, en contraposición a sus compañeros fundamentalistas, retratados como máquinas carentes de todo tipo de raciocino, obedeciendo a una orden superior incuestionable, el cambio es demasiado súbito como para resultar creíble. Punto de giro. Nuestro agente del Mossad se entera de la deserción y empieza a seguir a Ahmed para dar con las verdaderas cabezas de las células terroristas. Y así terminarán casi salvándose mutuamente en una escena final que sorprende por lo torpe, lo simplista y lo sobre explicativa. Todo indicio de resquemor entre ambos, desaparecido por completo, toda amenaza, extinguida para siempre. Como corolario, un plano aéreo horrible, esa toma que arranca en primer plano captando a un niño (hijo de uno de los fundamentalistas que intentaba matar a Ahmed), y se va abriendo para mostrar a su padre y a otro hombre muertos (como alguna vez Ahmed vio al suyo), y al niño que intenta, en vano, revivirlo, a la vez que toma, con firmeza, un cuchillo. El final, circular, cíclico, intenta vociferar a los cuatros vientos que todo sigue igual, que no hay redención posible, que todos son, en última y primera instancia, víctimas de un esquema de poder que los tiene como meros engranajes. Quizás ahí esté el principal problema de la película: frente a la cadena de violencia interminable adopta la peor estrategia posible, la de despolitizar, la de no preguntarse, en definitiva, qué hay detrás de la violencia. En esa pequeña observación radica el mayor de los problemas que tiene Esclavo de Dios: con salirse del lugar común del maniqueísmo no alcanza.
Coproducción latinoamericana con personajes en busca de venganza Hace apenas una semana el estreno de “El otro hijo” presentaba una situación que tenía como protagonistas centrales a palestinos e israelíes. Por esas coincidencias de calendario “Esclavo de Dios”, curiosa coproducción entre Venezuela, Argentina y Uruguay, vuelve a plantear el conflicto entre ambas etnias pero desde una perspectiva casi opuesta. Aquí no hay espacio para el optimismo pese a que un rayo de esperanza ilumine el sangriento final. Claro que hasta entonces el espectador será testigo de varias muertes tanto del lado árabe como de judíos e israelíes e inclusive de otras víctimas (atentado contra la AMIA). El realizador Joel Novoa Schneider nació en Venezuela, de donde es originaria su madre siendo su padre uruguayo. Este, su primer largometraje fue filmado en los tres países de la coproducción y la acción gira alrededor de dos personajes antagónicos. Ahmed Al Hassama asiste de niño, corre 1975, al asesinato de su padre en Líbano. Logra rehacer su vida en Caracas como el médico cirujano Javier Hattar (el actor Mohammed Al Khaldi), se casa y tiene un hijo ocultando a su esposa su verdadera identidad. En verdad está haciendo tiempo y esperando que lo convoquen para poder tomarse la revancha. Hasta que un día alguien le comunica que ha llegado “su turno” para dar su vida por Alá. Se dirige a Buenos Aires para un posible tercer ataque, esta vez a una sinagoga. Pero en Argentina está David Goldberg (Vando Villamil), agente del Mossad a quien su jefe le previene de la inminencia de un nuevo atentado. David también es un ser vengativo y tiene la foto de numerosos terroristas en su despacho. Cuenta además con la ayuda nada desinteresada y paga de un comisario de la policía (César Troncoso). A modo de un thriller la película va siguiendo los pasos de ambos personajes hasta llegar al final al momento en que se produce el inevitable encuentro entre ambos. Novoa Schneider maneja bien los tiempos, no toma partido y entre sus aciertos se incluye la inclusión de la música de Emilio Kauderer y un buen guión del uruguayo Fernando Butazzoni. Podrá cuestionarse la calidad de la fotografía, algo apagada y cierta pobreza en otros rubros técnicos. En una semana donde de seis estrenos cinco son locales y varios de pobre calidad, “Esclavo de Dios” se distingue por la trascendencia de su mensaje final. Pero además debe destacarse su condición de coproducción verdaderamente latinoamericana, iniciativa que sería bueno imitar más a menudo y que eventos como Ventana Sur, cuya quinta edición acaba de finalizar, viene incentivando.
“Esclavo de Dios" es un "thriller" policial que narra la historia de Ahmed, un médico y la vez terrorista islámico criado en Venezuela, y David, un agente del Mossad israelí que vive en Argentina, cuyos caminos se cruzan desde bandos opuestos luego del atentado en la AMIA. Particularmente me molesta en demasía cuando en un filme que se pronuncia como inspirado en hechos reales lo ocupan en el 80% del relato, para luego transformase en otra cosa. Principalmente en el orden de lo inmoral, como tomar un tema trágico, y tan delicado como el atentado producido en Buenos Aires el 18 de julio de 1994, y construir una ficción de cómo podría haber sido pergeñado, para luego continuar con formato de thriller en el que el juego del gato y el ratón es la estructura, para terminar en que el amor redime. Demasiada basura, más allá de algunas buenas intenciones y actuaciones. Desde la concreción la producción no presenta un buen desarrollo, se lentifica, hay escenas que nada agregan, y el conflicto principal que quiere desplegar aparece recién a los 70 minutos de proyección, casi no lo desarrolla y lo cierra puerilmente, tipo telenovela que puede ser venezolana, mejicana, o brasilera, y por qué no argentina, digamos que descartable.
Hay películas que son para debate y otras para pasar un buen momento con amigos. "Esclavo de Dios" es de esas pelis en las que uno sale del cine y si o si debe comentarla con quien haya ido. Un thriller técnicamente impecable, con actuaciones por parte del elenco, más que creíbles, y quizás, uno de los hallazgos es que la trama no toma partido por ninguno de los dos personajes principales. Hablando de la historia... fuerte, sobre todo por el sentimiento que tenemos con lo ocurrido en la AMIA en 1994. "Esclavo..." se presentó dentro de la competencia latinoamericana en el festival de cine de Mar del Plata 2013, y fue una de las pelis más comentadas, ahora te llegó el turno, ¿te animás a verla?
El enemigo interior En “Esclavo de Dios”, el director venezolano Joel Novoa Schneider se animó a tocar un tema complejo que en el cine argentino aún es una cuenta pendiente. La película —que generó polémica en Venezuela— toma como punto de partida un hecho real, el atentado contra la AMIA en 1994, y a partir de ahí construye una ficción con la hipótesis de un tercer ataque terrorista planeado para pocos días después del de la mutual israelita. La historia gira alrededor de dos personajes opuestos: un fundamentalista libanés que se inventa una vida en Venezuela y espera instrucciones para un atentado suicida y un agente argentino del Mossad que toma a título personal la guerra contra el terrorismo. Novoa no profundiza en el perfil psicológico de los protagonistas, pero su enfoque del conflicto histórico que los enfrenta es acertado y realista. Además el filme logra mantener la tensión, más allá de ciertos lugares comunes. Lo único cuestionable es el final, porque el director parece olvidarse del planteo político y sacrifica una reflexión mayor con una simple moraleja.
Bueno, es así: hay un terrorista islámico y agente israelí en una especie de juego de gato y ratón, y el trasfondo es el atentado a la Amia. El film es una coproducción aunque en su mayoría es venezolano y generó reacciones y polémicas en su país. Pues bien: dejemos de lado que la ficción tiene razones que la razón no entiende, que se inspire en un hecho real (¿o vamos a protestar por una obra maestra como El Ciudadano a esta altura?) y todo lo que es ajeno a lo cinematográfico. En ese aspecto, nos encontramos con un episodio de serie de televisión, con un film clase B mediocre, como mucvho, con poco para ver y, sobre todo, con una parábola ramplona. La idea de “las dos caras de la moneda” puede ser válida siempre y cuando se desarrolle con sutileza, casi subterráneamente. Aquí es todo directo, de tal modo que el espectador no deba sacar ninguna conclusión de nada porque el film se las provee. Tema aparte, lo que hace de un film algo memorable no es su apego a la realidad sino su forma, que tiende a lo eterno. No es el caso, por supuesto.